Antes de nada, deseo agradeceros a cada una de vosotras por

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MENSAJE PARA LOS CONSEJOS PROVINCIALES
DE LAS DOS PROVINCIAS ITALIANAS
Antes de nada, deseo agradeceros a cada una de vosotras por haber aceptado nuestra
propuesta de transcurrir juntas estos días, en la búsqueda común de la voluntad de Dios para
nosotras aquí y ahora, en este preciso momento y contexto histórico de la vida de nuestra Familia
Religiosa. Os saludo a cada una, también en nombre de mis Consejeras, dándoos una viva y cordial
bienvenida. Vuestra presencia es nuestra esperanza y nuestra alegría.
En el proyecto salvífico de Dios para nuestra Congregación, Él había destinado desde toda la
eternidad que vosotras como miembros de los dos Consejos Provinciales y yo con mi Consejo
estuviéramos aquí, para añadir una nueva página a la historia de la vida de nuestra amada
Congregación. Hace años e incluso el pasado año, ninguna de nosotras habría previsto este
encuentro de hoy, pero Dios sí... esto es lo que Él nos dice: “Yo, de hecho, conozco los proyectos
que hice sobre vosotros –dice el Señor- proyectos de paz y no de desgracia, para daros un futuro
lleno de esperanza. Me invocaréis y vendréis a rogarme, y yo os escucharé. Me buscaréis y me
encontraréis cuando me solicitéis de todo corazón; me dejaré encontrar por vosotros”. (Jr 29, 11-14)
¿Cuál es este bonito proyecto que Dios tiene para nosotras? ¿Hacia qué esperanza nueva Él
nos quiere conducir? Queridas Hermanas, Él ya ha empezado a revelarnos este proyecto, momento
por momento, paso a paso, a través de las iniciativas establecidas por ambas Provincias, para hacer
un camino común hacia la unificación. Él nos ha revelado de nuevo Su proyecto y Su fin, cuando
las iniciativas de una más profunda y plena comunión y colaboración entre las dos Provincias han
recibido en los Capítulos Provinciales –acontecimientos históricos en la vida de las Provincias- el
sello de aprobación: los Capítulos de ambas Provincias, de hecho, han votado positivamente la
propuesta de la unificación. Sucesivamente, después de algunos meses, durante el Capítulo General,
considerando esta propuesta, las delegadas italianas han manifestado con gran convicción de querer
vivir la comunión como exigencia prioritaria, para que la unificación pueda llevarse a cabo en la
dimensión de los valores y no como “obligación histórica”.
Y ahora, continuando este camino, nos encontramos una vez más aquí, según el proyecto de
Dios, para buscar juntas los medios y los modos para realizar este mandato confiado a nosotras.
Antes de elaborar las estrategias y las líneas de acción a este respecto, es muy importante
comprender claramente qué cosa nos esperamos de esta unificación, para que sepamos hablar el
mismo lenguaje.
Si pensamos que la unificación es la respuesta a muchos de los problemas que nos desafían
ahora o que deberemos enfrentar en el futuro, entonces pienso que nos estamos ilusionando. Los
problemas van y vienen. Tenemos que aprender a vivir con nuestros problemas, tomarlos por la
parte positiva en la vida de cada día y tratarlos con sabiduría y prudencia. Dejemos que nuestros
problemas se conviertan en nuestros maestros para que nos ayuden a aprender de nuestros errores.
Tenemos que aprender a coger los elementos positivos y negativos de las personas y de los
acontecimientos: no existe una realidad que sea totalmente buena o totalmente mala. Necesitamos
discernir con atención los elementos “positivos” para evitar de engrandecer los aspectos negativos y
perder la armonía de todo el conjunto. También lo positivo tiene su sombra negativa. Necesitamos
discernir con atención los elementos “negativos”. No deshacernos de ellos inmediatamente, sino
tratar de coger las posibles potencialidades. También lo negativo tiene sus luces de positividad.
Dado que nos encontramos con muchos problemas, puede sonar extraño esto que digo, pero
creedme, queridísimas Hermanas, que la vida me está enseñando a descubrir, a encontrar una
oportunidad en cada obstáculo y una posibilidad en cada problema. Entonces, ¿qué nos ofrecerá la
unificación? Personalmente, por mi parte, a pesar de muchos temores y dudas que ofuscan mi
mente, la veo como una bendición, un camino que el Señor está abriendo ante nosotras para darnos
un futuro y una esperanza. Es el camino hacia un nuevo renacimiento, en la esperanza de dar un
nuevo impulso a nuestra Vida Religiosa como Hermanas de Santa Ana; la unificación es el camino
para un nuevo estilo de vida comunitaria y una renovada misión. La unificación nos ayuda a dar un
nuevo rostro a nuestro apostolado, pero esto conlleva un pasaje que no siempre es fácil. Me viene a
la mente el pasaje de los Israelitas a la tierra prometida. Las dificultades, la desconfianza, la
rebelión y el deseo de regresar a Egipto acompañan a los Israelitas a lo largo del camino en el
desierto. Aplicando esto a nuestra Vida Religiosa, nos preguntamos: ¿cuál es nuestra opción: morir
como esclavos para recibir la sepultura en Egipto o morir libres corriendo el riesgo de quedarnos sin
sepultura en el desierto? La respuesta de Moisés es una invitación a caminar en la Fe, en la
espiritualidad, a buscar el elemento que falta para que el camino tenga sentido. En un primer
momento lo hace con un vigoroso “¡No tengáis miedo! Sed fuertes” (Ex 14, 13). El miedo es la
razón y la explicación del prevalecer de tanto mal y del predominio de la sumisión, pasividad y de
tantos gemidos lamentables, mudos y silenciosos en nuestra historia. Moisés continúa con una
declaración profética: “¡Los egipcianos que veis hoy, no los veréis nunca más! ¡El Señor combatirá
por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos!” (Ex 14,13-14).
Sí, los problemas que vemos hoy disminuirán lentamente, si sabremos disminuir nosotras
mismas, y si cada una de nosotras recorrerá cada día, en la fe y en la fidelidad, el itinerario de la
conversión, de la comunión, buscando no el propio bien y la propia gloria, sino la gloria de Dios y
el bien común. En este modo nos formaremos a aquel “Cor Unum” por el cual Jesús ha orado
ardientemente en la vigilia de su pasión: “Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti,
que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,21).
En este momento me atrevo a concluir esta relación citando las palabras del Señor dirigidas a
Moisés: “Decid a esta generación: ve adelante”.
Tratemos de ir adelante juntas, con fe y valor, poniendo nuestra confianza en las promesas del
Señor que tiene en Sus manos nuestro futuro. “Yo, de hecho, conozco los proyectos que hice sobre
vosotros –dice el Señor- proyectos de paz y no de desgracia, de daros un futuro lleno de esperanza.
Me invocaréis y vendréis a rogarme, y yo os escucharé. Me buscaréis y me encontraréis cuando me
solicitéis de todo corazón; me dejaré encontrar por vosotros”. Imploremos, por tanto: Señor,
marcha a nuestra cabeza y guíanos sobre el camino a recorrer e ilumínanos con tu columna de
fuego, para que nuestros ojos puedan contemplar los nuevos senderos indicados por tu Espíritu
Santo.
¡Una vez más Bienvenidas y Buen Trabajo!
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