Lea las palabras de Claudia Montilla, profesora asociada del

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Palabras para el homenaje a Álvaro Robayo en las VII Jornadas Filológicas, por Claudia
Montilla.
Bogotá, 4 de septiembre de 2015
Estimado Señor Rector,
Señora Decana,
Señores ponentes y conferencistas
Apreciados profesores, colegas y estudiantes:
"¡Tiene que empezar a enseñar ya!", le dijo su maestro el filósofo Danilo Cruz a nuestro
homenajeado poco tiempo después de presentar su tesis de grado en filosofía, sobre la
enajenación. Había entrado a la facultad de Filosofía y Letras contrariando a su familia,
que esperaba que se convirtiera en un industrial, y pronto había publicado un libro de
poemas, Visitando las cosas, del cual, dice hoy, rescata dos sonetos de amor. Sus
maestros aquí en la Universidad fueron notables y constituyeron la primera generación
de humanistas uniandinos. Danilo Cruz, Andrés Holguín, Manuel Casas Manrique, Raphy
Lattion. Álvaro Robayo había escogido seguir en sus estudios la línea de filosofía, y la
primera labor docente que le asignaron fue la de dictar el curso de lógica. También lo
mandaron a enseñar cultura griega, con el agravante de que no había tomado cursos de
literatura griega, sino solamente había estudiado a los filósofos. Sabía un poco de griego
después de tomar cuatro semestres de esa lengua con el doctor Casas Manrique.
Estudiaba mucho y fue aprendiendo para dictar las clases. Poco a poco se fue
interesando, cada vez más. Sus temas predilectos siempre habían tenido que ver con la
ética y los valores pues, además de que los había explorado en las clases de filosofía
moderna de Danilo Cruz, como dice él, "siempre fui un tipo quijotesco, o sea que me
gustan las cosas que puedan redundar en mejorar la sociedad". Sus primeros avances en
los estudios helénicos y helenistas se centraron, pues, en los debates sobre los valores y
la vida buena.
La formación de Álvaro continuó en Europa, en Grecia, en realidad, a donde viajó en
1972 con su querida María Victoria. Recorrieron el Ática, el Peloponeso, la isla de Creta.
Visitaron Delfos. Era el final de la primavera, y bajo el sol de las ruinas leían a Sir Arthur
Evans, Los mitos griegos, de Robert Graves, la Teogonía, la Paideia. En Inglaterra
estuvieron en Oxford y luego visitaron lentamente el Museo Británico, donde fue
estructurándose, a partir de la lectura de textos clásicos de esta disciplina, una pasión
aún presente en su trabajo intelectual, la historia del arte.
Como todos sabemos, no todo es estudio; ni mucho menos placer, tendríamos que
admitir. Al volver a Bogotá, Álvaro y María Victoria montaron un negocio, el restaurante
Le Pont neuf, en la calle 84 con carrera 15, el cual, me parece entender, ni produjo
mucho ni duró tanto. Álvaro emprendió otros trabajos de investigación en el Ministerio
de Educación y en el ICFES. Pero lo suyo era definitivamente la vida universitaria. Dejó
todas estas actividades e inició así su larga carrera en la enseñanza de las humanidades
en la Universidad de los Andes.
Retomó la cultura griega como su énfasis principal. Enseñó épica, tragedia, comedia,
lírica, historia del arte. En su libro Talía y Calíope (Ediciones Uniandes, 2003) se recogen
sus trabajos y conferencias sobre los poemas homéricos, la tragedia de Eurípides, la
literatura de viajeros antiguos y la comedia de Aristófanes. Una de sus últimas obras, La
reflexión sobre la vida en la Odisea de Homero (Uniandes, 2012), presenta una exquisita
visión personal del viaje de Ulises, de su regreso como reafirmación de la vida y los
valores que aún hoy podemos discernir en nuestra cultura. En cuanto a la historia del
arte, sus Apuntes sobre historia del arte griego constituyen un rico manual de estudio
que cubre desde la edad de bronce hasta la época clásica, y abordan con erudición la
expresión plástica y arquitectónica de Grecia.
Otro asunto que exploró nuestro homenajeado surgió en Francia, donde Álvaro estudió
literatura francesa en el Collège de France y la Sorbona, dedicándose en especial a la
novela francesa del siglo XIX: Stendhal, Flaubert, Balzac y, ya en el siglo XX, Proust. El
curso de Novela francesa del siglo XIX, que tuve el honor de heredar, presenta una
reflexión sobre la sociedad moderna a través de las grandes novelas y el desarrollo del
realismo en la Francia decimonónica.
Estos fueron los temas que ocuparon su investigación y su docencia en Los Andes, en el
entonces Departamento de Humanidades de la facultad de Filosofía y Letras y
posteriormente en el de Humanidades y Literatura en Artes y Humanidades. En la época
a la que me refiero, entre el final de la década de 1970 y los últimos años del siglo XX,
este departamento se dedicaba exclusivamente a la formación integral de los estudiantes
de la Universidad, todos los cuales, con la excepción de los de Filosofía y Letras, que ya
eran “iniciados”, debían cursar lo que en esa época se denominaba Culturas. Álvaro
entró a formar parte de ese grupo de humanistas que, junto con los maestros de
Historia, en los años 70 promovían la reflexión sobre los temas y autores principales de la
cultura griega, romana, medieval, renacentista, moderna y contemporánea, así como
latinoamericana y colombiana. Luego de la reforma de los años ochenta, el
Departamento exploró una metodología interdisciplinaria que, con varios profesores
especialistas en cada curso, ofrecía una visión amplia y de relativa profundidad sobre los
períodos de la historia de la civilización occidental. Me refiero aquí a los cursos llamados
Legados, que constituyeron la educación general en los Andes hasta finales de los años
noventa. Sus objetivos eran similares a los de la etapa anterior, pero empezaron a incluir
temas científicos como parte indisoluble de la cultura.
En estas dos etapas, la de las Culturas y la de los Legados, nuestro departamento
buscaba exponer a los estudiantes al estudio de temas fundamentales en sociedades
diferentes a la nuestra. En general, se trataba de mostrarles las peculiaridades de otras
épocas y culturas, y así relativizar los valores y concepciones absolutas con que habían
crecido. El objetivo era que los estudiantes adquirieran perspectiva crítica sobre la vida.
Estudiaban aquello que la literatura devela sobre la verdad, la sociedad, sobre las cosas
esenciales de la vida. En palabras de Álvaro, en particular, en el curso sobre Grecia, “en la
lírica buscaban los sentimientos, en la tragedia las relaciones, y en la épica lo social”. Así,
los estudiantes podían verse a sí mismos en los personajes de esas obras literarias y se
situaban en perspectiva para entender y contextualizar sus propias vivencias y su vida en
sociedad. No se trataba de una formación filológica de erudición admirable para
especialistas, aunque varios especialistas que están hoy aquí se formaron en esta
dirección, sino de estudiar con los alumnos, en traducción, los textos más importantes de
cada época y cultura. De esta manera, la comedia de Aristófanes permite, a través de
una crítica mordaz, subida de tono e inteligente de la vida política ateniense, ver
nuestros sistemas políticos con una perspectiva renovada. Las preguntas que abren los
poemas homéricos sobre la muerte y la guerra en la Ilíada o sobre la vida y los valores en
la Odisea fomentan una visión propia de las preguntas más apremiantes de la existencia.
Álvaro Robayo trabajó intensamente y durante muchos años para lograr estos objetivos.
Como director del departamento, como profesor de planta, como investigador y
ensayista, y luego como catedrático. Mucho tiempo después de graduarse del pregrado
emprendió un estudio de historia del arte y la arquitectura en el nivel de la maestría. Su
trabajo de tesis, publicado en Ediciones Uniandes y titulado La crítica de los valores
hegemónicos en el arte colombiano, dirigido por la profesora Ivonne Pini, a quien la
Facultad rinde homenaje en esta misma semana, muestra una faceta de madurez que ha
logrado, al estudiar la obra de cuatro artistas contemporáneos --Débora Arango, Beatriz
González, Antonio Caro y María Teresa Hincapié, integrar el ya mencionado interés de su
autor por la plástica con las preguntas críticas de estos artistas sobre la sociedad y sus
valores predominantes. Muy consecuente con sus principios, Álvaro medita y escribe en
estos días sobre la democracia, sistema que, desde la Grecia antigua, ha predominado en
la imaginación política de occidente.
Yo creo que Álvaro estaría de acuerdo con el crítico Joseph Epstein, que dice en su
ensayo "A Literary Education", que una de las funciones más importantes de la educación
humanística en nuestro tiempo es la de cultivar una sana desconfianza de las ideas
recibidas. Epstein cita a Milan Kundera cuando afirma que "el novelista le dice al lector:
'las cosas no son tan simples como usted cree'". La educación literaria y humanística
contraría el fanatismo. Ofrece una apreciación aumentada de los misterios y las
complicaciones de la vida, lo que refuerza el valor inestimable de la libertad humana. Del
estudio de las humanidades, como dice Epstein, aprendemos que la vida es triste,
cómica, heroica, viciosa, digna, ridícula, y entretenida, y que lo que las humanidades
ponen en evidencia es simplemente que el intelecto humano tiene enormes limitaciones
a la hora de dedicarse juiciosamente a las grandes preguntas, problemas, debates y
misterios de la vida. Descrito de esta manera, el proyecto intelectual de nuestro
homenajeado, Álvaro Robayo Alonso, corresponde con el más clásico espíritu humanista,
que nos enseña a amar la infinita variedad de la vida y nos muestra lo sorprendente que
puede llegar a ser la realidad. Como dice Epstein, citando a Paul Valéry, "un hombre es
mucho más complicado que sus pensamientos", lo cual, si lo pensamos con cuidado, nos
hace muy afortunados.
Muchas gracias.
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