Leyenda del pinero y la molinera.

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Leyenda del pinero y la molinera
C
Era correspondido a escondidas porque el
molinero, padre de Ana, no estaba muy
conforme con este amor. Él sabía los furtivos encuentros que tenía su hija y Joaquín,
pero conocía lo arriesgado del oficio que
tenía éste y él se oponía a unas relaciones
que suponía no iba a proporcionar a su
hija la felicidad y tranquilidad que deseaba
para ella.
uenta la leyenda que a mediados del
siglo XVIII en la verde comarca de la
Sierra de Segura, poblada en su
mayoría por inmensos y frondosos bosques
de pinos, cuya explotación y aprovechamiento constituía el principal medio de vida de
sus habitantes, vivía un joven que tenía por
nombre Joaquín, cuya ocupación principal
era la de la conducción de pinos por el río
hasta Córdoba, Sevilla o a cualquier otro
pueblo de la ribera del Guadalquivir en
donde se hubiera hecho algún encargo, y
además participaba en la pela y ajorro de la
madera proveniente de la corta de pinos.
Transcurría el tiempo y los jóvenes se
veían cada vez con mayor frecuencia,
“más a menudo” me decían cuando me
contaron esta historia, y correlativamente aumentaba su amor
Joaquín, a pesar de su juventud había acumulado mucha experiencia en su navegación
por el río transportando troncos de pinos.
Era ágil y fuerte y contaban que era capaz de
bailar una jota serrana en los lomos de un
tronco en medio del río sin mojarse los bajos
del pantalón, siendo el primero en zambullirse para socorrer a otro compañero que
hubiera caído y corriera peligro, como así
sucedió en muchas ocasiones.
Transcurría el tiempo y los jóvenes se veían
cada vez con mayor frecuencia, “más a menudo” me decían cuando me contaron esta historia, y correlativamente aumentaba su amor.
El joven pensando que su posible casamiento se dilataba en el tiempo, un día se
decidió y habló con el padre de Ana, le expuso sus pretensiones y lo mucho que amaba a
su hija. Éste le contestó que no veía bien
esas relaciones por lo incierto de su trabajo
y su manifiesta peligrosidad, y que él ya veía
a su hija la mayor parte del tiempo sola y
desamparada por lo que no accedía al matrimonio que se le pedía.
Era ágil y fuerte y contaban que era
capaz de bailar una jota serrana en los
lomos de un tronco en medio del río sin
mojarse los bajos del pantalón, siendo
el primero en zambullirse para socorrer
a otro compañero que hubiera caído
El joven pensando que su posible casamiento se dilataba en el tiempo, un día
se decidió y habló con el padre de Ana,
le expuso sus pretensiones y lo mucho
que amaba a su hija
En ésta comarca y en el molino de “El
Bizarro”, apodo que tenía su origen en u
primer propietario, un apuesto alférez que
había militado en los Tercios de Flandes y
del que contaban innumerables y fantásticas aventuras, vivía una hermosa joven hija
del molinero, descendiente de aquel, que
tenía por nombre Ana a la que además de
su belleza le adornaban otras prendas,
como su bondad y dulzura que le hacían ser
querida de todos cuantos la conocían y de
la que estaba perdidamente enamorado
Joaquín, y a escondidas correspondido por
Ana.
Los jóvenes seguían viéndose a escondidas,
al menos eso creían ellos, porque el padre de
Ana vigilaba incesantemente.
Un día, estaban sentado a la orilla del río
en la confluencia del Trujala con el de
Orcera, debajo de un llorón, y Joaquín ole
dijo a Ana: Escucha, esta situación no puede
II
Anales de la Sierra de Segura 199
Leyenda del pinero y la molinera
Dejaron atrás Córdoba y ya se iba aproximando al final de su viaje, casi tenían Sevilla
a su alcance. Joaquín cantaba coplas que se
iba inventando y Ana reía complacida; veía
contento a Joaquín y ella lo estaba igual o
más que él.
seguir así, tu padre no permite nuestro
casamiento, nosotros nos queremos, así es
que esto es lo que he pensado, tenemos que
abandonar nuestra casa e irnos a Sevilla en
donde hay un aserradero, cuyo dueño me ha
dicho que cuando quiera trabajo en su negocio lo tengo asegurado de por vida, así es que
por este lado no tenemos problema, pero si lo
tendremos si el viaje lo hacemos por caminos
conocidos; carecemos de medio alguno para
transportar nuestras cosas y desplazarnos, y
tu padre, además nos encontraría en un
santiamén. La solución está –siguió diciendo- en que voy a hacer una pequeña balsa de
troncos de pino, la voy a esconder en donde
se juntan el río Trujala y el río Colorao, y
desde allí a Sevilla. Para eso tenemos que
aprovechar el momento pues los ríos vienen
ahora crecidos pero tranquilos, y en una
semana podemos estar en Sevilla, y nadie de
esta manera nos podrá seguir.
Iban contentos y felices, y cuando querían descansar buscaban un lugar tranquilo y apartado de cualquier pueblo o
cortijo, y hacían cuentas y sueños de lo
dichosos que iban a ser
Una noche vieron unos nubarrones que al
principio no hicieron caso, Ana miró a
Joaquín y le dijo que sería mejor irse a la orilla y esperar a ver que derrotero tomaban
aquellas nubes. Joaquín contestó diciendo
que no merecía la pena, pues las nubes se
disiparían con el viento y que no había que
darle mayor importancia pues lo que realmente importaba era llegar a Sevilla lo más
pronto posible.
La solución está –siguió diciendo- en
que voy a hacer una pequeña balsa de
troncos de pino, la voy a esconder en
donde se juntan el río Trujala y el río
Colorao, y desde allí a Sevilla
Siguieron navegando y las nubes no desaparecían, cayeron al principio unas pocas
gotas y comenzó a correr un airecillo fresco y
húmedo que empezó a preocupar a Ana y así
se lo dijo a Joaquín, pero él, confiando en su
fuerza y en su habilidad, y movido por el
ansia de finalizar el viaje, volvió a decirle que
no se preocupara, que no iba a ocurrir nada
ni nada malo.
La joven estuvo unos días indecisa, pues
mucho quería a Joaquín, pero abandonar a
su padre y madre y el bienestar que tenía en
su casa, y lo incierto de su futuro le hacían
dudar. Al final, su amor por Joaquín ganó la
batalla.
El tiempo se fue complicando, detrás
de ellos el cielo estaba completamente
cubierto de nubes, pero al frente y por
delante estaba casi despejado, lo que
animaba a Joaquín a seguir la marcha
Una noche, cuando todos dormían, Ana
salió de su casa no sin antes dejar una nota
a sus padres pidiéndoles perdón por lo que
hacía, y a continuación hizo un hatillo con
ropas y unas alforjas con comida y fue al
encuentro de Joaquín que cerca de allí la
esperaba.
El tiempo se fue complicando, detrás de
ellos el cielo estaba completamente cubierto
de nubes, pero al frente y por delante estaba
casi despejado, lo que animaba a Joaquín a
seguir la marcha. Él sabía que en cuatro o
cinco horas llegarían a Sevilla; pero el tiempo iba empeorando. Joaquín notó que el caudal del río aumentaba por momentos, aunque a ellos apenas les llovía por lo que
siguieron navegando río abajo aunque sus
aguas seguían creciendo, cuando de pronto y
sin avisar, oyeron un estremecedor estruendo sin poder entender lo que había ocurrido.
Desataron la balsa, subieron a ella manejándola Joaquín con un gancho pinero y un
pequeño timón, mientras Ana se sujetaba a
una especie de mástil que Joaquín había
colocado en el centro de la balsa para este fin.
El río bajaba tranquilo y con suficiente agua
para que la balsa se deslizara suavemente por
él. Iban contentos y felices, y cuando querían
descansar buscaban un lugar tranquilo y apartado de cualquier pueblo o cortijo, y hacían
cuentas y sueños de lo dichosos que iban a ser.
200 Anales de la Sierra de Segura
II
José Joaquín Cano Zorrilla
Al quedarse sola Ana, comprendió que poco
podía hacer ante la fuerza de la corriente,
manteniéndose asida al mástil mientras
seguía soportando los embates del agua,
cuando a lo lejos vio un resplandor que le
anunciaba la cercanía de Sevilla, a donde no
deseaba llegar abandonando a Joaquín,
junto al cual quería quedarse en el río. Ella
sabía que él estaba cerca y que no le abandonaría; soltó la mano con que se sujetaba al
mástil y una ola la arrojó fuera de la balsa
desapareciendo en el río.
La tormenta había descargado mucho más
atrás de donde ellos estaban, por toda la
cuenca del río, y sus aguas arrastraban troncos, rocas árboles arrancado de cuajo, animales y la vegetación de las orillas que
encontraba a su paso.
La balsa se balanceaba de un lado a
otro mientras Joaquín intentaba gobernarla por todos los medios, pero también, de manera repentina llegó una
segunda crecida que la anterior
Al quedarse sola Ana, comprendió que
poco podía hacer ante la fuerza de la
corriente, manteniéndose asida al mástil mientras seguía soportando los
embates del agua
Joaquín y Ana se miraron. Estaban aterrados, supieron que no les daba tiempo para
llegar a la orilla y salir del río, y así fue, de
pronto toda la avenida se les vino encima.
Joaquín trataba de apartar los troncos que
golpeaban la balsa, así consiguió mantenerse a flote bastante tiempo, en tanto que Ana
se abrazaba al mástil.
Refieren los marineros que faenan en la
desembocadura del Guadalquivir que en las
noches claras se ve una balsa balancearse
suavemente y que del mar salen dos sombras que se suben a ella y se abrazan, y así
permanecen hasta que el día abre.
La balsa se balanceaba de un lado a otro
mientras Joaquín intentaba gobernarla por
todos los medios, pero también, de manera
repentina llegó una segunda crecida aún
más grande que la anterior, que derribó a
Joaquín sobre la balsa, que se agarró al
mástil abrazando a Ana, pero el golpe de las
ramas de un árbol que arrastraba el agua le
empujó fuera de la balsa. Joaquín seguía
cogido de la mano de Ana en tanto que desesperadamente trataba de subirse de nuevo
a la balsa, sin conseguirlo, mientras recibía
en su cuerpo toda clase de golpes de piedras
y troncos que le iban dejando sin fuerzas.
Segundo a segundo se le escapaba la mano
Refieren los marineros que faenan en
la desembocadura del Guadalquivir que
en las noches claras se ve una balsa
balancearse suavemente y que del mar
salen dos sombras que se suben a ella y
se abrazan, y así permanecen hasta
que el día abre
Aquellos frustrados amores quedaron cantados en bellas canciones de las que sólo ha
llegado hasta nosotros el estribillo de una de
ellas:
Todavía emergió de la corriente e hizo
un desesperado intento para alcanzar
la balsa, que casi consiguió, pero otro
golpe del agua lo volvió a engullir cuando lanzaba una mirada a Ana desapareciendo para siempre
Molinera, molinera,
no te alejes por el río,
que el pinero que tú amas,
nunca será tu marío.
de Ana, quien lo miraba implorante: “no me
dejes”, parecía decir, pero Joaquín no tuvo
más fuerzas cuando se desprendió de la
mano de Ana para sumergirse en las furiosas
aguas. Todavía emergió de la corriente e hizo
un desesperado intento para alcanzar la
balsa, que casi consiguió, pero otro golpe del
agua lo volvió a engullir cuando lanzaba una
mirada a Ana, desapareciendo para siempre.
Como me lo contaron lo cuento.
José Joaquín Cano Zorrilla
Abogado
II
Anales de la Sierra de Segura 201
La Sierra de Segura en imágenes
La noche cae sobre la Sierra
La civilización se abre paso a través del denso follaje
202 Anales de la Sierra de Segura
II
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