`Pegar la hebra`, o el gusto por la palabra y el

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CULTURA
EL NORTE DE CASTILLA
VIERNES, 3 DE FEBRERO DEL 2006
| TODO DELIBES |
Miguel Delibes comenta con su pluma magistral los temas más diversos
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‘Pegar la hebra’
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UNA COLECCIÓN DE EL NORTE DE CASTILLA
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‘Pegar la hebra’, o el gusto por la
palabra y el diálogo
RAMÓN GARCÍA DOMÍNGUEZ
VALLADOLID
F Entrega: Mañana, sábado.
F Precio:
Tres euros más el
cupón de portada.
F Editorial: Destino.
F Colección: ‘Todo Delibes’.
Segunda parte de las obras
completas.
Un
desahogo
formal
P
EGAR la hebra’
traducido a
palabras pobres
significa entablar
conversación. Esto es lo
que yo he pretendido en
las páginas de este libro,
entablar conversación,
exponer coloquialmente
algunos de los temas que
me inquietan, me
interesan o me divierten
con ánimo de trasladar
mi preocupación, mi
interés o mi gozo a los
lectores y que ellos,
mentalmente, asientan o
disientan de mis puntos
de vista. Una
conversación tácita, a
distancia, y
anticonvencional. Así,
en este libro, hablo de
temas tan delicados
como el aborto o la
agresión permanente a
la naturaleza, si es que
uno y otra no son una
misma cosa, pero hablo
también de fútbol,
gastronomía, censura,
cine y novela.
Hay, por último, en
estas páginas capítulos
consagrados a la
amistad, a amigos que se
quedaron en el camino o
a amigos que triunfaron.
En cualquier caso, unas
consideraciones bastante
melancólicas sobre la
fama, la amistad y la
muerte. En definitiva, el
libro es un pequeño
desahogo cordial del que
me place hacer partícipe
al lector.
MIGUEL DELIBES
La colección ‘Todo Delibes’ ofrece mañana a sus lectores un nuevo libro misceláneo del novelista
vallisoletano. En 'Pegar la hebra’,
Miguel Delibes nos ofrece, con la
pulcritud y maestría en el manejo de la lengua que le es propia,
un inolvidable retablo de personajes, recuerdos y opiniones y, al
mismo tiempo, el autorretrato de
un humanista que contempla el
mundo desde su profunda creencia en el hombre, en la naturaleza y, como él mismo afirma, «en
el gusto por la palabra, ese mágico juego que consiste en atrapar
una idea y fijarla en el papel
mediante cuatro vocablos precisos».
Cuando este libro se publicó en
1990, el crítico literario Tomás
García Yebra se preguntaba en el
diario ‘Ya’: «¿Cuál es el secreto de
un escritor que, escriba de lo que
escriba, te gusta? Miguel Delibes,
en su libro ‘Pegar la hebra’ no
cuenta nada especial, ni nada
novedoso, ni siquiera elige anécdotas originales. ¿Qué ocurre,
entonces? ¿Por qué uno se bebe
este libro de recuerdos y pormenores y disfruta leyendo lo que le
ocurren, por ejemplo, a las becadas, unos bichos que todo lo más
que sabemos es que vuelan?».
Y García Yebra se contesta a sí
mismo: «A mi juicio, el secreto de
una virtuosa pluma radica en cuatro puntos de apoyo: el lenguaje,
la voz, el tono y el sentido común.
El lenguaje de Delibes es preciso,
nunca preciosista, con una técnica que se ve mucho, pero que no
se nota nada. Luego está la auten-
Miguel Delibes ‘pega la hebra’ con un grupo de amigos vallisoletanos (1984). / EL NORTE
ticidad de la voz. A diferencia de
otros grandes estilistas, la voz de
Delibes es la de un hombre que
disimula al artista, la de alguien
que aparenta escribir un poco a
la pata la llana y que, sin embargo, logra dar el salto más difícil
en literatura: trasladar a un lenguaje casi de cháchara toda una
metafísica de la existencia. En
todo esto hay, posiblemente, un
gran trabajo de taller, pero el filtro que utiliza es tan sutil que el
lector cae rendido ante la magia
de sus hallazgos».
De las cosas comunes
García Yebra señala como última
virtud de la prosa de Delibes el
sentido común. «La perspicacia
de ver lo evidente y saber hilar
una idea con su consecuencia
inmediata, es algo que el escritor
maneja con una autoridad que
emboba. Delibes siempre sintoniza con los temas que elige y eso
mismo hace sintonizar al lector».
Porque los temas y asuntos que
elige suelen ser los comunes a
todos los mortales y de ellos diserta y «pega la hebra» con el lector.
Temas más trascendentes unos,
más banales otros, pero siempre
desde la sintonía del tú a tú, nunca desde el magisterio del maestro frente al discípulo.
Especial atractivo ofrecen, sin
duda, los artículos y glosas dedicadas a los escritores que Delibes
admira o a los amigos que «se
quedaron en el camino». Las evocaciones de Carmen Laforet, su
‘maestro’ Garriges, Manuel Alonso Alcalde, Cossío o Ignacio Martín Baró (Nacho), destilan admiración y ternura a partes iguales.
Como admiración y nostalgia
emanan de la alocución que Delibes pronunció al ser investido
Doctor Honoris Causa por la universidad de Madrid y que se recoge también en el libro. Palabras
de cariño y profunda simpatía
hacia quienes formaron el grupo
Norte 60, como él lo denomina,
integrado por nombres tan señeros como Jiménez Lozano,
Umbral, Leguineche o Alonso de
los Ríos.
MÁS INFORMACIÓN
Canal Las letras de Castilla y León
www.nortecastilla.es
ANTOLOGÍA (CAPÍTULO VII)
Nacho, el mago
Hace ya cinco o seis lustros, cada
vez que se aproximaba la fecha
del cumpleaños de uno de nuestros hijos –muy numerosos y de
muy corta edad entonces–, mi
mujer llamaba por teléfono a
casa de Paco Martín Abril. Hablaba con él o con Alicia, su mujer,
y les preguntaba si su hijo Ignacio tendría compromiso para ese
día. Ignacio, Nacho, nunca tenía
compromiso o, si lo tenía, arreglaba las cosas para complacernos. Nacho era así, desprendido, amable, condescendiente.
Por entonces no tendría arriba
de catorce años y se había ilu-
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sobre la vida y obra de
sionado con el ilusionismo. Quería ser mago, prestidigitador,
jugador de manos. Se escribía
con los grandes escamoteadores de la época, compraba libros,
se ejercitaba para practicar viejos
trucos.
Los niños, la tarde de su
debut, acogieron a Nacho Martín Baró con entusiasmo. Su imagen de prestidigitador resultaba conmovedora. Era un adolescente corpulento y el
esmoquin de su padre le quedaba demasiado estrecho y las
perneras de los pantalones excesivamente largas. Poco amigo
de etiquetas, Nacho llevaba torcida la corbata de lazo y por
debajo de los bajos de los pantalones vueltos asomaban dos
botazas embarradas con las que
acababa de jugar al fútbol. Pero
nada importaba nada. La maleta misteriosa que dejó un poco
apartada de la mesa de operaciones redondeaba los ojos de
los niños. Buen sicólogo, les
hablaba durante los preparativos, con objeto de mantener vivo
su entusiasmo. Pese a sus pocos
años, Nacho era ya un virtuoso
en los juegos con la baraja. Escamoteaba cartas, hacía aparecer
en un florero la que los niños
designaban, y las barajaba con
la espectacular técnica del acor-
RAFAEL VEGA
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deón. En una palabra, Nacho, el
mago, brindó unos comienzos
fascinantes para los niños y los
adultos, pero, tras una iniciación
tan prometedora, llegaron los
ejercicios complicados en los
que no pasaba de ser un aprendiz. Extrajo de la misteriosa maleta una chistera plegada, la desplegó, se apretó el lazo de la corbata y empezó a meter pañuelos
abigarrados dentro de ella. Pero,
antes de llevar a cabo el primer
movimiento de pasapasa, empezaron a volar palomas blancas
de sus bolsillos, de las bocamangas, de los pantalones vueltos y Nacho, el mago, se reía, trataba de atraparlas, entre la algarabía de los chiquillos (…)
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