Tomado del libro: Cofiño, Manuel. Las viejitas de las sombrillas, Ed. Gente Nueva, Cuba, 1987, 19pp. Diseño e ilustraciones: Enrique Martínez Blanco. Alejandra de los recuerdos Beatriz de los Sueños Claribel de las Flores Damiana de los Remedios Eduviges de los Bordados Fortunata de los Niños Gabriela de los Pájaros De Cómo desaparecieron las Viejitas Vivir es ir guardando recuerdos en un saquito. Alejandra de los Recuerdos era la memoria de la familia y por ser la mayor, sabía la historia de todas las hermanas y de todo el bosque. Era la única que algunas veces salía sola. Vestía de amarillo. Siempre andaba pensativa y callada. Se movía casi sin hacer ruido, y cuando caminaba, su cuerpo iba hacia delante y sus pensamientos hacia atrás como la seda de una bandera llevada contra el viento. Sus ojos siempre estaban húmedos pero alegres, y dicen que parecía que no veía lo que miraba, sino lo que pasaba detrás de sus ojos. Dicen que llevaba dentro un tiempo enorme que no se medía por días, ni por meses y ni siquiera por años. A un lado de la casa, a la sombra de las copudas majaguas, había una carroza muy vieja, destartalada, sin ruedas y sin caballos, cubierta de telarañas y helechos. El que no sueña no vive sus pedacitos de maravilla Beatriz de los Sueños era la imaginación de la familia. Era muy silenciosa, se movía como flotando y se aparecía a sus hermanas en cualquier rincón de la casa, y siempre de sorpresa Buscaba la soledad de los jardines y los rincones tranquilos Se pasaba horas enteras como ida con sus "pedacitos de maravilla", como dicen que decía ella. Su mirada siempre estaba fija en algo muy lejano que nadie sabia lo que era, pero que debía ser muy lindo y estar muy lejos, o en ninguna parte, o quizás solo estuviera en su mirada. Siempre vestía de rojo Las flores son los besos de la naturaleza Claribel de las Flores siempre vestía de blanco. Era una viejita linda y delicada, como un jazmín recién abierto. Sus amores eran las flores y las plantas que regaba y miraba crecer día por día, y su gran fiesta, la llegada de la primavera. De Claribel de las Flores se desprendía un perfume muy suave, que iba dejando como una estela y que nadie sabía de que flor era porque debía ser el perfume que dan todas las flores juntas. Mucha agua, mucho sol, y mucho ejercicio. Damiana de los Remedios vestía de violeta. Era la más gordita de las viejitas. Nunca tosía. Se llevaba muy bien con Claribel y con Fortunata, y las tres se pasaban el día conversando. Ella siempre decía que mejor era ir al médico, pero para cosas sencillas como un dolor de muelas, un resfriado, un empacho o un catarrito, Damiana tenía mil remedios. Cuando algún niño de los que estaban dando vueltas alrededor de Fortunata tenía dolor de muelas, Damiana le daba a mascar bolitas de hojas de ítamo real y le ponía una hoja de salvia en el cachete. Todos le pedían remedios y ella los daba. Para el estómago romerillo, para las lombrices y el empacho cundiamor, y para las cortadas chiquitas hojas de guayaba en polvo, y para los nervios pasiflora, con su flor que crece para abajo cerrada como un capullo. Pero dicen que el remedio especial de Damiana era el jarabe de guira cimarrona, que no fallaba para la bronquitis, y que además le echaba miel de abeja, y hojas de eucalipto y majagua, y caña santa y romerillo, y una naranja de chilla picada en tres con azúcar prieta. Damiana era la enfermera de la familia. La vida está hecha con hilos. Eduviges de los Bordados siempre vestía de rosado. Era la que cocinaba dirigía la limpieza de la casa, y hacía las sombrillas y los vestidos. Era la única de las hermanas que usaba espejuelos, y era la más encorvadita. Ella fue quien bordó la bandera con los colores del arco iris que flotaba en el tejado de la casa. Dicen que se pasaba los días con su arito, bordando, sentada en su sillón de mimbre. Y dicen que los bordados que hacía eran maravillosos, que m s que bordar, pintaba, y que su aguja se parecía a un pincel y los hilos eran sus pinturas. Dicen que las flores que bordaba Eduviges tenían perfume y amanecían húmedas. Uniditos de la mano siempre sonriendo van los niños de Fortunata que luchan por la igualdad. Fortunata de los Niños siempre estaba riéndose, y sus ojitos pillos brillaban como las gotas de rocío en las hojas de mañanita. Siempre vestía de verde. Todos los niños la buscaban para que les contara cuentos. Los que más le pedían eran: -El de la jicotea que bailaba porque tenía cintura. -El del zunzún que vivía dentro de una toronja. -El de los niños vietnamitas sembrando arroz mirando al cielo. -El de los muchachos que el mar manchaba de azul. -El del lucero caminante que se posaba en la copa de los árboles. -El de la muñequita negra. -El del chinito Tilín que gritaba cuando le pisaban la sombra. -El de los enanitos que vivían en la playa en una choza de coral. Dicen que nadie como ella para contar cuentos y que guardaba miles en la memoria. Que los niños no sentían el paso de las horas, y se quedaban extasiados ante sus cuentos como ante un jardín de caramelos maravilloso. Que cuando los niños no estaban sentados a su alrededor escuchándola, la seguían a todas partes tirándole del vestido. Los pájaros son las flores del aire. Gabriela de los Pájaros buscaba los bellos parajes a la sombra de los árboles. Vestía siempre de naranja. A su paso los pájaros no se espantaban. Les daba de comer a todos en el cuenco de la mano berro y arroz, alpiste y plátano maduro, y bolitas de pan mojadas en leche y yemitas de huevo duro. Dicen que su voz era tan melodiosa que cuando hablaba parecía que cantaba. Y dicen que sabia imitar el sonido de todas las aves. Y que cuando imitaba a las palomas venían miles de palomas, y que si imitaba a los gorriones venían millares de gorriones, y que así le pasaba con todos los pájaros, que iban a ella en tal número que oscurecían el cielo. Dicen que Gabriela siempre andaba escoltada por seis pavos reales que siempre tenían sus plumajes desplegados haciendo la rueda. De Cómo desaparecieron las Viejitas Cuentan que las viejitas desaparecieron de un modo raro. Un día iban las siete en fila, caminando con sus quitasoles, por el camino de Bayajá . Iban de compras al pueblito y dicen que, como eran muy viejitas, iban las siete juntas para ayudarse. Dicen que ese día hubo ventarrones muy fuertes. Dicen que ventarrones como nunca. Dicen que los pinos se doblaban hasta tocar la tierra y que los eucaliptos se partían como palillos de dientes. Y hay quien dice que ese viento era tan fuerte porque venía a llevarse a las viejitas agarradas a las sombrillas. Y dicen que subieron al cielo como si las sombrillas fueran paracaídas que en vez de bajar subieran. Dicen que había viejos que decían que subían y subían y cada vez se veían más chiquitas. Y dicen que ya en el cielo se apearon en una nube, y como ya no les hacían falta las sombrillas, las tiraron para abajo y aparecieron en el camino, abiertas y en fila. El Rey, el mar y el delfín Tuch y Odilón Las viejitas de las sombrillas Giraluna El capitán ENVÍANOS TUS COMENTARIOS Vuelve pronto, encontrarás algo nuevo.