JUÁREZ Y SUS HECHOS DURANTE LA REFORMA Arturo Lomas Maldonado Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa Departamento de Filosofía Área de Historia del Estado y la Sociedad En la historia de nuestro país no existe un personaje tan controvertido como Don Benito Juárez, de tal suerte que si por un lado hay quien, como Justo Sierra, asegura que: “...nadie creerá en la nación mexicana, nadie, nunca, que Juárez fue un traidor a la patria”1, por otro lado hay quien, como Ignacio Ramírez “El Nigromante”, se pregunte: "¿Donde están los títulos que acreditan la grandeza de Juárez?, La escasez de vergüenza y patriotismo es la única herencia que nos ha dejado"2. Don José María Iglesias afirma en su Autobiografía “…aunque D. Benito Juárez tenía notoria capacidad y no carecía de instrucción, ni su erudición, ni su inteligencia eran de primer orden” Ignacio Ramírez, que conocía bien al Sr. Juárez por haber sido Ministro suyo, llegó a afirmar: “Existía cuando la ocupación de México (1861), un ejército organizado...pero ese ejército se componía de voluntarios, organizados por las autoridades civiles y militares de los estados vencedores. El Gobierno General en su fuga (1863) había perdido soldados, armas, generales, banderas, todo, hasta el honor, SIN HABERSE SALVADO EN CAMBIO MÁS QUE D. BENITO...Se Fue al Paso del Norte cuando la Invasión Francesa - ¡SI! Comenzó por tratar con los enemigos…No mandó un buen ejército de observación sobre Forey; abandonó la Capital antes de tiempo; disolvió catorce mil hombres en Querétaro; desorganizó otras fuerzas, introdujo la guerra civil en muchos Estados; se aseguró de no despreciables cantidades, y aprovechó el triunfo ajeno...¡OTROS FUERON LOS QUE LUCHARON!”3 1 Sierra, Justo, Juárez su obra y su tiempo, Obras Completas, Tomo XIII, UNAM, México 1984, 591 pp, p 563 2 Roeder, Ralph, Juárez y su México, FCE, México 1972, 1101pp, p 1075 3 José González Ortega citando a Ignacio Ramírez, Obras, México, 1889 en González Ortega, José, El golpe de Estado de Juárez, A. del Bosque Impresor, México, 1941, 415 pp, Prólogo de Vito Alessio Robles, p 165 Tan controvertida es la figura de Juárez, que aún en la actualidad no es difícil encontrar comentarios tanto exultantes como críticos, en los que pareciera que estamos hablando de dos personajes totalmente distintos. Entre los primeros podemos anotar los vertidos durante la parafernalia motivada por el bicentenario de su nacimiento, “Benito Juárez….Fue un ferviente defensor de la soberanía nacional, misma que hoy parece estar en desuso, y fue extremadamente riguroso con el conservadurismo decimonónico y combatió la intervención extranjera. Tanto las Leyes de Reforma como la Constitución de 1857 son el andamiaje legal que edificó una sociedad moderna, laica, republicana, soberana. Ahora podemos decirlo en un par de líneas, pero entonces significó remontar intereses e ideologías muy arraigadas, con firmeza de carácter y con el apoyo del grupo de liberales que lo acompañó en la gesta…En su época se tomó plena conciencia de la nacionalidad mexicana, y el liberalismo que prohijó se mantiene hasta la fecha con su buena dosis de tolerancia y de pluralidad…"El respeto al derecho ajeno es la paz", dijo. En siglo y medio nadie ha sido capaz de movilizarnos con la fuerza de esas ocho palabras” para rematar diciendo que “…Juárez, con todo en contra, se moldeó primero a sí mismo, y después moldeó a su patria. Superó las adversidades alentado por sus principios y tuvo la habilidad política de rodearse de los mejores hombres de su época, una generación difícilmente igualada por su patriotismo y su integridad personal e intelectual. La República Restaurada es el momento cumbre del espíritu juarista, irrepetible hasta ahora, pero siempre pendiente de recuperarse en sus libertades, en su ideal social y cultural”4 En el otro extremo, aparecen comentarios, en que con motivo de las elecciones en México, cada candidato destaca algunas de sus propias "virtudes" de tal forma que se las identifique con las del prócer, de modo que el ciudadano sienta que al votar por uno u otro, en realidad lo hace por Juárez. “El truco está lejos de ser eficaz – nos asegura el académico José Antonio Crespo - pero es indispensable enarbolar la imagen del prohombre como acompañando la campaña respectiva de quienes se lo arrebatan”. “Pero, como mucho se ha dicho, no se trata de la imagen del verdadero Juárez, sino de la pétrea y solemne estatua de bronce, del héroe sobrehumano que se enseña en Editorial del periódico “ElUniversal” http://www.eluniversal.com.mx/editoriales/33739.html 4 del 22 de marzo de 2006 las aulas, no el verdadero, con sus errores y defectos. 1) Se destaca el legalismo de Juárez, pero no siempre se apegó estrictamente a la ley, cuando esto no le favorecía políticamente. El oaxaqueño era más bien un hábil y pragmático político, que por ello escribió: ‘Querer que un poder extraordinario, creado por la necesidad y por la voluntad nacional, obre con estricta sujeción a la ley, es querer un imposible’…Don Emilio Rabasa escribió de Juárez: ‘Con la Constitución no gobernó nunca’. Y de ahí que lo llamara el ‘dictador de bronce’. 2) El guelatense podría hoy asesorar a su candidato favorito quienquiera que fuera - para ganar la elección con fraudes y compra de votos, pues en ello era diestro. En 1871 ganó en turbios comicios con 93% de la votación, un resultado más bien soviético (o del añejo PRI). Las caricaturas de la época lo dibujaban como hechicero, haciendo pócimas electorales. Un crítico suyo le dedicó las siguientes coplas: ‘¿Por qué si acaso fuiste tan patriota, estás comprando votos de a peseta? ¿Para qué admites esa inmunda treta de dar dinero al que en tu nombre vota?’. Se trata del general Ireneo Paz, abuelo de Octavio Paz” “Juárez, continúa el columnista, 3) No parece haber sido ajeno a manejos turbios para conseguir sus propósitos políticos. O al menos así lo pensaba Ignacio Ramírez, entonces magistrado de la Suprema Corte…‘Don Benito, usted y todos ustedes reducen la política a intrigas electorales, a gastos secretos, a corrupción de diputados y a derramar sangre con frecuencia’. Otro liberal, Ignacio Manuel Altamirano, escribió en 1883: ‘(Juárez) proscribió y persiguió tenazmente o mandó fusilar a liberales sin mancha, a patriotas esclarecidos, si habían tenido la desgracia de no haberle sido adictos personalmente o de ofenderlo de algún modo’. Por lo visto, no tan querido por sus contemporáneos era Juárez, a diferencia de como es hoy. “4) Hizo lo necesario para quedarse en el poder hasta su muerte. Él fue el verdadero campeón del reeleccionismo. Por lo cual un columnista del siglo XIX escribía, explicando las revueltas antirreeleccionistas contra Juárez: ‘Es natural que los espíritus se subleven contra una situación en que un hombre es todo, y la nación nada’. Y se dirigía al presidente de la siguiente forma: ‘Habéis caído de vuestro elevado pedestal para confundiros con el vulgo de los hombres; érais el hombre de la ley, sóis el hombre de la ambición”. “5) El legendario nacionalismo juarista es relativo. Lo fue sin duda frente a los franceses. No tanto respecto de los yanquis, a quienes, invocando el tratado McLaneOcampo (nunca ratificado), convocó a una pequeña pero decisiva injerencia naval en su ayuda durante la guerra de Reforma, cosa que ocurrió. Y tal intervención contribuyó al triunfo de los liberales sobre los conservadores. 6) La mitología juarista lo presenta como un hombre austero, practicante de la ‘medianía republicana’. Así fue durante los años de la intervención, cuando el gobierno apenas si recibía algunos recursos para sobrevivir. Tras la caída del Imperio, Juárez mantuvo una imagen de austeridad, se levantaba temprano en la mañana, se bañaba con agua fría. Sus oficinas estaban modestamente amuebladas. Por la tarde terminaba sus labores y paseaba con algún miembro de su familia en un carruaje propiedad del gobierno, viejo y desvencijado. Empero, Juárez no era precisamente un asceta. Don Benito tenía varias casas, una de ellas en lo que hoy es la avenida Madero, en el primer cuadro de la ciudad que era una zona de lo más exclusiva. Compró también a su esposa una casa de campo en la colonia San Rafael (que aún era campo). Otros terrenos y bienes tenía Juárez, pues al morir dejó a su familia una herencia valuada en 151 mil pesos. Poca cosa hoy, pero equivalente a unos 4 millones de dólares actuales, según calculan historiadores”. Por todo lo anterior, concluye Crespo, “esperemos que lo de la evocación del Benemérito en esta campaña presidencial sea mera retórica, y que los candidatos, particularmente los ‘juaristas’, no se tomen en serio eso de seguir el ejemplo de nuestro héroe máximo”.5 Por su parte José Manuel Villalpando asegura que Juárez es un personaje también controversial, porque si bien salvó la Independencia nacional, “la arriesgó cuando buscó el apoyo de Estados Unidos; defendió celosamente la Constitución pero quiso reformarla a su antojo y se perpetuó en la silla presidencial”. El especialista advierte que Juárez se ha vuelto un icono intocable, “que ha servido incluso para abanderar causas distintas y hasta contrarias a las suyas”, y pone como ejemplo que Juárez “nunca fue un indigenista…tampoco fue un enemigo de la globalidad, creyó en ella y desde mediados del siglo XIX intentó involucrarnos con la mayor potencia económica que ha conocido la “Candidato Juárez” José Antonio Crespo El Universal 20 de marzo de 2006 http://www.eluniversal.com.mx/editoriales/33715.html, [email protected], Profesor investigador del CIDE 5 historia: Estados Unidos”. Tampoco, dice, fue un demócrata, “no lo consideró necesario, ya que más bien tuvo que imponer su proyecto…empleando métodos autoritarios y hasta dictatoriales, incluyendo en ellos su eternización en la silla presidencial”. Por su parte, el historiador Salvador Rueda nos dice “que es evidente que tanto políticos, candidatos y ciudadanos retomen en algún momento de su vida el ideario juarista porque él consolidó la República en que vivimos y porque con él a la cabeza, la Constitución de 1857 le da los derechos a los individuos como personas.”6 Lo que tenemos entonces son comentarios y apreciaciones extremadamente contrastantes, no en el matiz o en la forma, sino en la esencia. Por lo que, aunque muchos lo nieguen, el debate sobre Juárez continúa, pero no formalmente, sino con calificativos o con apreciaciones subjetivas, llenas de lugares comunes o frases preconcebidas, como es el caso de Juan María Alponte, quién asegura que “El bicentenario del nacimiento de Benito Juárez debería permitir, con la exaltación del hombre y su bronce, la recuperación de la generación de mexicanos que, desde el Partido Liberal (entendido éste, en su grupo más puro, como defensores del federalismo frente al centralismo histórico), aportaron las bases y fundamentos del proyecto que Juárez culminaría: las Leyes de Reforma o, si mejor se quiere, el salto histórico hacia una sociedad civil.”7, argumentos incomprensibles si tomamos en cuenta que con Juárez nunca hubo república (entendida como separación de poderes) ni federación (autonomía, económica y política, de los estados frente al poder central), y que las leyes reformistas no fueron anticlericales, tal y como lo confiesan sus promotores, sino una más, entre otras, de las medidas que se adoptaron para quitar al enemigo una de sus fuentes de financiamiento. Entre este tipo de opiniones, tenemos también la de Pablo Marentes, quién afirma que “(Juárez) en 1856, no solamente ratifica que la nación mexicana no estaba fuera de toda ley, sino que poseía un definido derecho público, el cual había evitado que tocara el funesto y pretendido estado de naturaleza. ‘en que los hombres recobran lo que se llama su libertad e independencia primitivas’. También precisa los extremos de la irreconciliable discrepancia entre liberales y conservadores. El alegato de los liberales en “Juárez, icono controversial” http://www.eluniversal.com.mx/cultura/48203.html Sandra Licona El Universal Martes 21 de marzo de 2006 7 “México y el mundo” Juan María Alponte El Universal 19 de marzo de 2006 http://www.eluniversal.com.mx/columnas/10.html 6 favor de la elaboración de una ley fundamental nueva - frente al de los conservadores "modernos" empeñados en restaurar la Constitución centralista de 1824 - descansa en el argumento histórico que da sustancia al dictamen del proyecto constitucional leído en la sesión del 16 de junio de aquel año”.8, pues sabido es que Juárez, a pesar de ser delegado al Constituyente de 1856, y a lo largo de sus sesiones, que duraron casi un año, no hizo nunca uso de la palabra, ni siquiera para realizar una moción, independientemente, como pretendemos probarlo, de que Juárez actuó generalmente por encima o, francamente, en contra de la Carta Magna aprobada el 5 de febrero de 1857. Nosotros sostenemos que la obra de Juárez se llevó a cabo contraviniendo las disposiciones establecidas en la Constitución de 1857, por lo tanto a través de este trabajo vamos a tratar de demostrar lo siguiente: 1.- Que el encumbramiento de Juárez a la presidencia de la República en enero de 1857 no fue constitucional. 2.- Que el conjunto de disposiciones adoptadas durante este período y a las que se pretendió darles la forma de decretos, tampoco fueron constitucionales. 3.- Que el llamado Partido Liberal juarista enajenó la soberanía nacional en aras de triunfar sobre los por él llamados “reaccionarios”. Que esta enajenación, obviamente, tampoco podría llamársele constitucional y trajo consigo la subsumisión del país al Imperio del Norte. Lo que pretenderíamos entonces, al ubicar los puntos centrales de la controversia, es realizar el análisis de las fuentes, para estar en condiciones de determinar con mayor precisión el hecho histórico, con el objeto de que el lector imparcial pueda sacar sus propias conclusiones. Juárez llegó a la presidencia de la república en el año de 1858 gracias a la pretendida renuncia que hizo Ignacio Comonfort a la presidencia durante el golpe de estado dado por Zuloaga bajo el Plan de Tacubaya, momento en que se inicia el largo peregrinar de Juárez, que lo llevó de Guanajuato a Jalisco, Panamá, Cuba, Nueva Orleans y Veracruz, concluyendo su periplo en enero de 1861, año en que las fuerzas liberales “Juárez” Pablo Marentes El Universal http://www.eluniversal.com.mx/editoriales/33733.html 8 21 de marzo de 2006 hacen su arribo a la Ciudad de México al triunfo de la llamada Guerra de los Tres Años, llamada también Guerra de Reforma. En ese año, de 1861, se convocó a elecciones de presidente de la República, las cuales se realizaron en el mes de febrero, pero las actas no llegaron a tiempo al Congreso (que se erigió en Colegio Electoral) por lo que el se abstuvo de dar los resultados en la sesión del 23 de mayo de 1861. De acuerdo con la Constitución vigente, que era la de 1857, en virtud de que ninguno de los contendientes obtuvo el 50% más uno de los votos de los electores, el Congreso debía decidir sobre la elección de los candidatos, pero, dominado por los juaristas, el Congreso decidió, anticonstitucionalmente, otorgarle el triunfo a Juárez por 61 votos contra 55. Se calcula que entonces eran 15,000 los electores, lo que implicaba que el ganador debió de haber obtenido más de 7,500 votos. Pero de 9,636 votos emitidos, Juárez solamente obtuvo 5,289, Lerdo 1,989 y González Ortega 1,8469. Aunque la Ley Orgánica Electoral y la propia Constitución de la que emanaba la anterior, en su articulado correspondiente, no dejaban lugar a dudas, la discusión versó acerca de los términos: “votos emitidos” y “votos de los electores”, la primera sostenida por los juaristas y la segunda por los opositores, cuando que el criterio que debió de haber privado era elemental, pues tratándose de una elección indirecta en 1er grado, en que ya de por sí los electores (uno por cada 500 habitantes) padecían una debilidad de origen dada su escasa representatividad (en donde además tenía el mismo valor el voto del elector que fuera designado por un solo ciudadano que otro que fuera elegido por 500), pretender que el calculo de “mayoría absoluta” debía darse sobre el total de los votos emitidos (9,636) y no sobre el total de los votos de los electores, que eran 15,000, constituía un exceso juarista que finalmente se aprobó, aunque por escaso margen. Durante la intervención francesa, que duró de noviembre de 1861 a julio de 1867, nuevamente Juárez abandona la ciudad de México, radicándose sucesivamente en San Luis Potosí, Monterrey, Saltillo y finalmente en el Estado de Chihuahua. En 1865, año en que concluye su período presidencial con un ardid anticonstitucioal, bajo el pretexto de la intervención francesa, prorroga anticonstitucionalmente su período. 9 B. Juárez Correspondencia T 4, pp 540-547 México junio 11 de 1861 En 1867, el Congreso convoca a elecciones y al no resultar electo ninguno de los candidatos por la mayoría del 50% más uno de los electores, el Congreso (de nueva cuenta pasando por encima de la Constitución) elige a Juárez para otro período. Lo mismo ocurrió en el año de 1871, en que Juárez obtuvo 5,837 votos; Porfirio Díaz 3,555 y Lerdo 2,874 en que “los juaristas colocaron a 105 diputados” que le dieron el triunfo anticonstitucional a Juárez, quién fue declarado el 12 de octubre por el Congreso Presidente legalmente electo.10 Porfirio Díaz se rebeló en contra las reelecciones de Juárez con el Plan de la Noria el 13 noviembre de 1871. Aquí entramos a una consideración más profunda, toda vez que los dos largos períodos presidenciales de Juárez y Díaz, que van de 1858 a 1911* (que suman en conjunto 53 años, con dos breves interrupciones de parte de los gobiernos de Lerdo y Manuel González) aparentemente ocurrieron bajo el amparo de la Constitución de 1857, reelecciones que contrastan con lo declarado por el propio constituyente de 1856, en el sentido de que aquélla estaba hecha a prueba de dictadores, (en clara referencia a los sucesivos gobiernos de Santa Anna). Estos hechos no han sido objeto de un estudio detenido hasta la fecha, tanto con el fin de elucidar qué tan cierta es dicha contradicción, y desde luego, qué influencia tuvieron tales reelecciones para el país desde el punto de vista de su soberanía económica y política. Es necesario aportar elementos que nos permitan establecer con mayor precisión lo ocurrido en el período, concretamente el que va de 1858 a 1861, años de enormes convulsiones en que le sucedió a un golpe de estado, una guerra civil, llamada de “Los tres años”. En apariencia, tras el golpe de estado de Zuloaga, el 17 de diciembre de 1857, al que se sumó el Presidente Comonfort el 19 del mismo mes, al aplicarse el Art. 79 de la Constitución, Juárez, en su carácter de Presidente de la Suprema Corte de Justicia, ascendió a la Presidencia de la República, por lo que sería perfectamente lógico concluir 10 Sholes, Walter, Política mexicana durante el Gobierno de Juarez, FCE, México, p 215 Hay que recordar que Juárez ocupó la presidencia de la república por espacio de 15 años y Diaz aproximadamente por 30. El caso de Juárez es aun más significativo, pues resulta que de sus 4 períodos al frente del país, nunca llegó a la presidencia como producto de una elección, sino por medios distintos. * que a partir de entonces y hasta el año de 1861 los actos de Juárez fueron constitucionales. Por extensión, debería también concluirse que los actos de concesiones, de desamortizaciones y de tratados con el exterior que se dieron durante el primer gobierno de Juárez, deberían atribuírsele a la obra de los constituyentes del ‘56. Sin embargo, existen algunos datos que nos permitirían asegurar que la obra de Juárez, por lo menos durante este período, se llevó a cabo contraviniendo las disposiciones establecidas en la Constitución de 1857. Los objetivos se ubicarían tanto en el análisis del ascenso de Juárez a la presidencia de la República en 1858, como en el conjunto de disposiciones adoptadas durante este período y a las que Juárez pretendió darles la forma de decretos; y desde luego, el estudio de la actitud del considerado Partido Liberal juarista, el cual en aras de la lucha en contra de la reacción, llegó a comprometer seriamente la soberanía nacional, razón por la cual se considera que a ésta política no puede llamársele obviamente como constitucional. Es necesario establecer previamente, que en relación a Félix Zuloaga, al levantarse éste en armas en contra del gobierno constitucional de Comonfort, pero sobre todo por lo expresado en el mismo Plan de Tacubaya, al abandonar la legalidad constitucional, resulta ocioso, para los fines de este trabajo, buscar los fundamentos legales de las acciones del grupo que comandaba11. Para el caso de Juárez, la situación es diferente, pues en general todas las acciones emprendidas por él durante el período que nos ocupa, se han buscado cubrir con un manto de legalidad, del cual obviamente carecía**. Como referencia importante diremos que Juárez, por acuerdo del Congreso, es nombrado Presidente de la Suprema Corte de Justicia según decreto de fecha 21 de noviembre de 185712, sin embargo posteriormente es nombrado por Comonfort, Ministro El artículo primero del Plan de Tacubaya dice textualmente “Desde esta fecha cesará de regir en la República la Constitución de 1857” Antologías del Siglo XIX , UNAM 1976, p 296 ** En una carta en que 52 diputados se adhieren a la reelección de Juàrez en el año de 1861 se lee “La grandeza de Juárez consiste...en ese sublime ejemplo de legalidad que nos da”. Citado por Roeder, Juárez y su México, p 558 12 Documento 5027 de Legislación Mexicana o Colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la república ordenada por los Lic. Manuel Dublán y José María Lozano Tomo VIII, México 1897, p 651. 11 de Gobernación, nombramiento que se comprueba mediante una circular del Ministerio de Gobernación de fecha 14 de diciembre de 1857*, mismo en donde aparece Benito Juárez firmando al calce en su carácter de Secretario de Gobernación13. Todo esto no tendría la mayor relevancia, si no fuera porque en el Artículo 50º de la Constitución vigente en ese período, se preveía con precisión que “Nunca podrán reunirse dos o mas de estos poderes (legislativo, ejecutivo o judicial) en una persona o corporación”, por lo que resultaba incompatible el cargo de Ministro de Gobernación (que correspondía al Poder Ejecutivo), con el de Presidente de la Suprema Corte de Justicia, que corresponde al Poder Judicial. Por esta razón Juárez resultaría inelegible para ocupar la presidencia de la República al desencadenarse el golpe de Zuloaga y la renuncia de Comonfort. Lo que es más, con anterioridad, el 11 de septiembre de ese mismo año, Comonfort decretó, previo acuerdo del Congreso, “que nadie podrá desempeñar dos cargos dentro de la administración pública”14 Ralph Roeder, reconocido biógrafo juarista, da cuenta del hecho con las siguientes palabras: “La asignación de un puro (Juárez) para un puesto tan próximo al suyo (al de Comonfort)...era desconcertante...y Comonfort convino, por lo tanto, en aceptar la colaboración de Juárez en el gabinete. La cartera que ofreció a su antiguo colaborador, y que Juárez aceptó, era (la de) Ministro de Gobernación” para más adelante intentar explicar la dicotomía aludida en los siguientes términos: “De esta confianza el Congreso dio una prueba notable al suspender, excepcionalmente, en su favor el precepto constitucional que prohibía la ocupación simultánea de dos cargos públicos”15 aclarando por parte nuestra, que en una revisión acuciosa del texto de Legislación Mexicana, no encontramos la excepción aludida por Roeder, quién incluso es remiso, como es característico a lo largo de su obra, a proporcionar la fuente documental que sustente su afirmación, pudiéndose afirmar perfectamente que no existió tal excepción. Haciendo abstracción de los principios constitucionales expuestos, lo relevante en este caso sería poder inferir los motivos de Juárez al aceptar el puesto que le ofrecía Comonfort y que obviamente lo inhabilitaban para suceder al mismo Comonfort en un * En este documento se dictan varias providencias con el objeto de garantizar la libertad individual. Ibídem documento No 5030, p 652. 14 Ibídem documento No 4986, p 618. 15 Roeder, Ralph. Juárez y su México, op. cit. pp 228-229 13 caso extraordinario. Pero resulta fundamental aclarar que si Juárez se decidió por aceptar el segundo nombramiento (Secretario de Gobernación), no existía motivo para desdeñar el cargo que le dio una elección nacional (Presidente de la Suprema Corte de Justicia) aunque fuera en grado indirecto. Desde nuestro punto de vista, la dicotomía aceptada por Roeder, no tiene otra finalidad que la de tratar de acreditar que Juárez alcanzó “legalmente” la presidencia de la república a la renuncia de Comonfort. Los acontecimientos ocurrieron de manera un poco más compleja, pues por ejemplo, los propios Estados Unidos a través del Ministro Forsyth - quién aparte de hacer notar “que la Constitución de 1857 fue derribada por una revolución” - manifiesta su desconcierto al comunicársele “49 días después” (contados a partir del 17 de diciembre de 1857) de la existencia de otro gobierno de facto” (¡!), en referencia al que asumió Juárez en enero de 185816. La respuesta que da Don Melchor Ocampo al extrañamiento del Ministro norteamericano, nos permite percibir el embrollo legal en el que se encontraban los juaristas, pues aquél argumenta que el requisito constitucional para que Juárez asumiera el cargo de Presidente era el de “el reconocimiento de los estados...tan pronto como el Excmo. Sr. Juárez pudo presentarse en esta ciudad”17 (Ocampo se refería a Guanajuato), argumento sin mayor sustento, pues era obvio que la Constitución no le otorgaba a los Estados de la Federación la facultad de reconocer o no al Presidente.18 Abundando sobre lo que presumimos como actos “anticonstitucionales” del período juarista, tenemos que el golpe de estado de Zuloaga disolvió al Congreso el 17 de diciembre de 1857, y éste no se volvió a reunir sino hasta el 11 de mayo de 1861 (40 meses y 24 días después) lapso durante el cual Juárez y sus hombres promulgaron 360 decretos, 7 reglamentos y 24 circulares (321 documentos en total, del número 5031 al 535219) sin que se cumplieran los requisitos que la propia Constitución señalaba , es 16 Comunicación de fecha 30 de enero de 1858 dirigida a Melchor Ocampo, en su carácter de Secretario de Relaciones Exteriores (¿?), hecha por el Ministro norteamericano Forsyth. Tamayo L, Jorge, Benito Juàrez, Documentos, discursos y correspondencia, p 355. 17 Ibídem, Benito Juárez..., p 357. Respuesta de Melchor Ocampo a la comunicación de Forsyth. 18 Ralph Roeder al referirse a este hecho, acepta solamente 9 Estados (de un total de 27 que en ese entonces formaban la federación) y que fueron “Jalisco, Colima, Aguascalientes, Zacatecas, Querétaro, Veracruz, Oaxaca, Michoacán y Guanajuato” Roeder, Ralph. Op Cit, p 654. 19 Legislación Mexicana... Op cit. decir, sin que existiera Congreso que sancionara los decretos, los reglamentos y las circulares expedidas durante el período. Efectivamente la Constitución de 1857 preveía en su Artículo 72º lo siguiente: “El congreso está facultado: V.- Para cambiar la residencia de los supremos poderes de la federación; XII.- Para ratificar los nombramientos que haga el Ejecutivo de los Ministros, Agentes Diplomáticos y Cónsules, Coroneles y demás oficiales; XIII.- Para aprobar tratados, convenios o convenciones; XVIII.- Para contratar empréstitos; Para fijar las reglas a que deben sujetarse la ocupación y enajenación de terrenos baldíos y el precio de éstos; XXX.- Para expedir todas las leyes” De igual forma establecía en su Artículo 61º que el Congreso “No puede abrir sus sesiones, ni ejercer su encargo, sin la concurrencia de más de la mitad de sus miembros”, extremos que naturalmente no podían cumplirse en los años de guerra civil que se vivían. Pero aún más estricta aparece la Constitución en cuanto a lo que se refiere a su reforma, pues en su Artículo 127º establecía que “Se requiere el voto de las dos terceras partes de sus individuos presentes” además de que debían ser aprobadas por “la mayoría de los legisladores de los estados” (que se conoce como mayoría calificada). Aunque parezca ocioso decirlo, es preciso señalar que no existió, después del golpe de estado de Zuloaga, ninguna sesión del Congreso en que éste concediera facultades extraordinarias a Juárez, ni mucho menos para que lo suplantara en sus funciones. (asunto que por lo demás, ni siquiera estaba contemplado en la Constitución). Por todo lo anterior, resulta doblemente paradójico que Melchor Ocampo (ahora investido en un supuesto carácter de Secretario de Gobernación de Juárez) decrete que “son nulos todos los actos del gobierno emanado del Plan de Tacubaya”20 bajo el argumento de que él lo hace a nombre del Presidente de la República “como guardián que es de las leyes del país”, las cuales, como hemos visto, no facultaban, ni a Juárez ni a nadie a decretar nada. Continuando en su particular visión de la constitucionalidad, nos encontramos con que Ocampo, ahora a través de una circular (figura no contemplada en el cuerpo de leyes 20 Ibídem, Legislación Mexicana, p 654 a que hacemos referencia) el 5 de abril de 1858 avisa de “la traslación del gobierno a otro punto” (sic) aclarando inútilmente que “no se crea que abandona el país o deserta del puesto (pues Juárez) no omitirá sacrificio alguno para la conservación del orden constitucional”21 (sic) Desde luego que de acuerdo con lo hasta aquí señalado, las leyes de nacionalización de bienes eclesiásticos dictadas por Juárez el 12 de julio de 1858 no cumplen ni con mucho los requisitos ni de forma ni de fondo establecidos por la Constitución que decían defender, uno, porque la Constitución no habla nunca de nacionalización; dos, porque se usurpaba un derecho que competía al poder legislativo (hacer leyes); tres, porque de acuerdo al Artículo 127º, para reformar la Constitución se requería el acuerdo de las dos terceras partes de ese mismo poder legislativo; y cuatro, porque nacionalizar supone la puesta en manos de nacionales, y de acuerdo con la intención de Juárez, se trataba de una expropiación. Penetrando en las razones de fondo, no en las legales, podemos afirmar que los argumentos que dan forma a la “nacionalización” de los bienes eclesiásticos, revelan que aquí no había ni interés nacional, ni popular, ni democrático, ni progresista, sino simplemente se trató de que el grupo que dirigía Juárez requería de fondos para poder sostenerse, y que para tal fin dispuso de bienes que no le pertenecían “con la determinación de hacer ingresar al tesoro público de la República los bienes que sólo sirven para mantener a los que destrozan a la nación...(con esto) se alcanza el importante bien de quitar a la reacción el fondo de que se provee para oprimir, y esta medida de evidente justicia (¿?) hará que pronto luzca para México el día de la paz”22 Desde luego que son igualmente ilegales los decretos de fecha 30 de agosto y 3 de noviembre en los que Ocampo señala respectivamente “que son denunciables las fincas desamortizadas devueltas por los adjudicatarios de acuerdo con la ley de 25 de junio de 1856”23 y “que se declaran irredimibles los capitales que se reconozcan a la mano muerta”24 21 Cit Loc. Documento No 5033 Ibídem, dcto 5052, p 678 23 Ibídem, dcto 5036, p 656 24 Ibídem, dcto 5038, p 657 22 Aunque no es el objeto del presente trabajo, creemos pertinente establecer que si es cierto que efectivamente estas disposiciones obraban de acuerdo a la lógica de la guerra, tanto en su forma legal como en su fondo económico, lo que aquí cuestionamos es tanto que las medidas que se adoptan busquen inútilmente el amparo de la Constitución, como el hecho de que se cobijen bajo la consabida frase de la “protección del bien común”, cuando que de lo que se trataba era de despojar al ejército contrario de sus fuentes de financiamiento y volverlas en propias, para hacer más asequible la victoria sobre el otro. La afirmación anterior se comprueba fácilmente en una disposición dada por Juárez, consistente en enviar a José María Mata, el 2 de marzo de 1858, a los Estados Unidos, para “gestionar un préstamo de 25 millones de pesos, ofreciendo como hipoteca los bienes del clero secular y regular.”25 En el mismo tenor, y en franco olvido de lo que son las formas, Santos Degollado, a la vez que Secretario de Estado y del despacho de Guerra y la Marina y General en Jefe del ejército federal (sic), decreta un préstamo forzoso de dos y medio millones de pesos a la iglesia “a fin de que la cantidad que se emplee por las fuerzas que sostienen la causa de la nación, sean exactamente igual a las que invierten los que pretenden oprimirla y atropellar su sacrosanto derecho”26, sin perder el tiempo en precisar cual es ese “sacrosanto derecho”, ni desde luego cual es la invocada “causa de la nación”. “La causa de la nación” probablemente quedaría ilustrada, desde nuestro punto de vista, con el ejemplo siguiente: Era del conocimiento general el interés que el Presidente Buchanan, de los Estados Unidos manejaba como un asunto oficial el tránsito por el Istmo de Tehuantepec. Mata, en sus incursiones por los pasillos del gobierno norteamericano conoció del proyecto: “Emile Le Sueur y Judah Benjamín de Louisiana, eran amigos personales y políticos del Presidente, y el negocio circulaba por los conductos oficiales”27 de tal forma que el 28 de marzo, ya de 1859, se publica un decreto que “modificaba la concesión para la apertura del Istmo de Tehuantepec”, otorgándose a la Cia. Louisiana F.C. “1.- La ampliación de uno a dos años para comenzar las obras; 2.El otorgamiento de una legua cuadrada de cada dos que se encuentren contiguas; y 6.25 Op. cit. Tamayo, p 399 Op. cit. Legislación..., dcto 5040, p 659 27 Roeder, op. cit, p 267 26 (Que) La concesión se amplía de 60 a 75 años”28, firmando el Convenio Benito Juárez, con su ahora Secretario (que no Ministro) Miguel Lerdo de Tejada, de Fomento, Colonización, Industria y Comercio. De tal suerte que podemos asegurar que ocurrió lo mismo en el caso de la empresa del ferrocarril de Veracruz a Medellín, en donde según inconstitucional decreto se concedían “terrenos a perpetuidad y se hacía referencia a cierto tipo de subvenciones”29. Por todo lo anterior se puede colegir fácilmente, que tanto la Ley de matrimonio decretada el 23 de julio de 185930 - como la del registro Civil - de fecha 28 de julio31 - y en general todas las relacionadas con la de 12 de julio, tenían el mismo objetivo y la misma debilidad constitucional.32 En fin, es tan grande el enredo constitucional en que cayeron los juaristas, que por ejemplo el decreto de enero 21 de 1860, después de dos años de vivir de hecho en un “estado de emergencia”, de violación constante a la Constitución, Juárez decreta que “a falta del Congreso General, el Presidente de la República puede declarar el estado de guerra o el de sitio, oyendo antes la opinión del Consejo de Ministros”33 dejando olímpicamente de lado que el Presidente no estaba facultado para decretar leyes ni mucho menos para quitarle facultades al Congreso, sumado al hecho de que Juárez no se debía considerar Presidente constitucional, sino Presidente de facto, sin dejar de tomar en cuenta que los integrantes del “Consejo de Ministros” estaba formado por personas nombradas por él, lo que en los hechos equivale a consultarse así mismo. El decreto que manda indemnizar a los dueños de fincas maltratadas por el bombardeo a Veracruz”34 constituye una verdadera felonía, pues dispone que los afectados serán indemnizados “con parte de los bienes que por ley de julio último volvieron al dominio de la nación”. 28 Legislación... op. cit, dcto 5045, p 666. Ibídem, dcto 5107, p 750. 30 Ibídem, dcto 5056, p 689 31 Ibídem, dcto 5060, p 696 32 El argumento utilizado resulta tragicómico pues se aduce que “El matrimonio, en su calidad de sacramento ha llegado a ser en los pueblos oprimidos por la reacción, uno de los fuertes resortes que el clero ha desplegado para procurar la inobediencia a las leyes de la república”, leyes de la república que los mismos reformadores hacían a un lado. 33 Ibídem Legislación dcto 5089, p 733. 34 Ibídem, dcto 5095, p 740. 29 Por lo demás, y que está ligado con el velo constitucional que se pretenden dar a las acciones juaristas, el incidente del bombardeo sobre Veracruz, concretamente sobre el de Antón Lizardo, en donde Juárez sitiado por Miramón, solicitó el auxilio de la armada norteamericana para aprehender a los barcos del segundo, Bulnes comenta que “Al pedir la ayuda de la armada norteamericana, Juárez deshonró a su gobierno y su nombre ante la historia.”35 Lo mismo pues, debe decirse en relación a los conocidos tratados de McLaneOcampo, en donde se pacta la intervención norteamericana a cada momento en que se vea en peligro “la paz de la república” (léase, el gobierno de Juárez) arriesgándose a perder más de la mitad de nuestro territorio y a la primera guerra civil el resto, pues en el tratado de McLane-Ocampo, Juárez no sólo pactó una intervención, sino a cada guerra civil su correspondiente intervención, todo esto independiente de la cesión que se hace tanto del Istmo de Tehuantepec, como de la soberanía del estado de Sonora y del Territorio de la Baja California y la apertura unilateral de nuestro mercado al comercio norteamericano,36 hecho que además demuestra la violación flagrante al federalismo por parte de Juárez, quien sin ningún rubor dispone la cesión del territorio de estados que ni informados estaban acerca de los pactos que celebraba éste con el Imperio del Norte. Por lo que las palabras pronunciadas por Juárez y que recoge D. José María Vigil, del manifiesto que aquel lanzó al desembarcar en Veracruz en 1858, suenan vacías y faltas de sustento “El imperio de la legalidad (es) la única garantía de una paz duradera en nuestro país, único valladar que se puede oponer a las ambiciones bastardas de los que han fundado su bienestar en los abusos...fuera de la Constitución que la nación se ha dado por el voto libre y espontáneo de sus representantes, todo es desorden. Cualquier plan que se adopte, cualquier promesa que se haga saliéndose de la ley fundamental, nos conducirá indefectiblemente a la anarquía y a la perdición de la patria, sean cuales fueren los antecedentes y la posición de los hombres que la ofrezcan...’37, que leídas fuera del contexto dan lugar a confusiones de buena fe. Apud. E. Zondowics en “Francisco Bulnes y su visión de las relaciones diplomáticas en la época de Juárez” en Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, p 139 36 “Desde el primer artículo hasta el último, el tratado es un modelo de crimen político, de indignidad y de desprecio para el decoro de la nación e integridad de su territorio” Bulnes, Francisco. Juárez y la revolución de Ayutla, p 469 37 José González p 235 35 Por esa razón, en el análisis de las fuentes resulta fundamental contrastar los hechos con las palabras, y fijándonos en el hecho siguiente, podremos llegar a conclusiones más provechosas: El 21 de abril de 1861, una vez concluida la Guerra de Tres Años, y para que a nadie le quedara duda con respecto al carácter del gobierno “liberal” encabezado por Juárez, Francisco de P. Gochicoa en una circular de la Secretaría de Hacienda, después de señalar que “El Excm. Sr. Presidente interino no quiere que sean ocupados los empleos públicos por personas que se hayan hecho indignas de la confianza del supremo gobierno, por haber vituperado sus actos de una manera pública”, ordena separar de sus empleos “a quienes hayan firmado las protestas hechas contra las leyes de reforma” así como al “tratado McLane”38, lo cual prueba, no sólo la intolerancia juarista, sino la represión manifiesta a cualquier signo de libertad de expresión. Como puede notarse, existen aún múltiples asuntos de la vida pública de nuestro país que es necesario se discutan a través del análisis de las fuentes, con el objeto de poder discernir la forma en que se ha ido construyendo la nación mexicana. Por nuestra cuenta consideramos que con aquí expuesto no se debe dar por concluida ninguna discusión, sin embargo es preciso considerar que la tarea que nos hemos impuesto consiste principalmente en aportar elementos que nos permitan comprender en toda su complejidad tanto el hecho histórico, como descubrir los móviles que inducen a realizar afirmaciones supinas, tal como ocurrió por ejemplo, en el Congreso el pasado 21 de marzo de 2006, en que se llama a la unidad nacional a nombre de Juárez, “no importando las filiaciones políticas, siempre y cuando se privilegien los legados de Juárez, ya que – advirtieron - la construcción del Estado transita por el respeto a la ley y el derecho, como elementos para evitar la intolerancia y la ingobernabilidad” y en la que el senador Sadot Sánchez Carreño (PRI), presidente de la Comisión del Bicentenario del Natalicio de Benito Juárez García, planteó desde la tribuna de la Cámara de Diputados erigida en Congreso General: “La lección nos convoca y nos convoca a la unidad. A una unidad en la que pensemos que la construcción del Estado transita por la ley y por el derecho, pero la ley, entendida en el pensamiento del indio serrano, entendida como la única fórmula que evita la intolerancia que socava nuestra armonía y nos pueden 38 Ibídem, Legislación…, Documento 5325 T IX empujar a la ingobernabilidad”39, planteamientos que causarían hilaridad de no ser porque fueron expresados en el seno de la llamada “Soberanía nacional”. En otro despropósito el senador Óscar Cruz López, en nombre de la representación del Partido de la Revolución Democrática pidió “Hagamos homenaje a Juárez robusteciendo el equilibrio entre los poderes, transformando a fondo la administración de justicia; fortaleciendo la soberanía de los estados y la autonomía de los municipios; reconociendo verdaderamente los derechos y la cultura de los pueblos indios; en suma, democratizando el ejercicio de la autoridad y restituyendo el poder a los ciudadanos” todo lo cual constituye un verdadero galimatías si nos atenemos al hecho histórico.40 “Congreso llama a la unidad nacional” El Universal Miércoles 22 de marzo http://www.eluniversal.com.mx/nacion/136446.htmlCarlos Aviles y Jorge Herrera 40 “Congreso llama a la unidad nacional” El Universal Miércoles 22 de marzo http://www.eluniversal.com.mx/nacion/136446.html Carlos Aviles y Jorge Herrera. 39 de 2006 de 2006