“Liberalismo viejo y nuevo” de N. Bobbio

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Este escrito tiene como objetivo identificar, analizar y vincular diversos conceptos que
aparecen en el texto “Liberalismo viejo y nuevo” de Norberto Bobbio, relacionándolos a su vez
con la noción de clase social en Karl Marx, según lo interpreta Anthony Giddens.
Comenzaremos definiendo el concepto marxista de clase social, siguiendo la lectura que
hace del mismo el sociólogo Anthony Giddens. En primer lugar diremos que no se identifica con
la fuente de ingresos ni con el rol que se ocupa en la división del trabajo; lo que sí podemos
afirmar es su carácter ineludiblemente conflictivo. La clase social está directamente vinculada
con la posesión de propiedad privada sobre los medios de producción y esto, en la sociedad
burguesa que analizaba Marx, lleva claramente a percibir dos clases antagónicas: opresora y
oprimida, dominante y sometida.
Aquí podemos encontrar una debilidad teórica fundamental, ya que se hace imposible
reconocer la existencia de clases medias a través de la interpretación dicotómica de la realidad
social. Marx oponía, dialécticamente, dos clases sociales: la Burguesía y el Proletariado. A riesgo
de ser demasiado esquemáticos, podemos decir que la derecha defendía los intereses burgueses,
los intereses de aquellos que tenían la propiedad sobre los medios de producción. Por otro lado, la
izquierda se pondría claramente del lado de los trabajadores.
Con la movilidad social vemos la irrupción de una nueva clase: la clase media. Esta clase
difícilmente pueda ser simplemente de izquierda o de derecha, ya que no puede seguir
pensándose a sí misma con las categorías antagónicas existentes hasta ese momento. Este
surgimiento generará el nacimiento de partidos políticos socialdemócratas, que llevarán a la
práctica, con distintos matices, diversos modelos del llamado Estado Benefactor.
Por un lado podemos ver su dimensión social, que les permitió ascender y les permite
mantener determinado estatus, determinada calidad de vida. Por otro lado, también se manifiestan
ciertos valores demócratas y liberales, que le facilitan su participación política, a la vez que le
permiten mantener su propiedad privada.
En este contexto, a la par, se pueden observar experiencias de socialismo real, es decir,
aquellos que se autodenominan socialistas y dicen llevar a la práctica lo que hasta ese momento
había sido solamente un desarrollo teórico. Las clases medias liberales, frente a estas
experiencias, van a reivindicar el respeto irrestricto por los derechos humanos frente al abuso de
poder de estos gobiernos.
Pero también se observan críticas contra el Estado Benefactor, que se inscribe en la
socialdemocracia. En este punto se reivindican las ventajas de una economía de mercado, en
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contraste con las políticas keynesianas, intervencionistas, consideradas por los liberales como
desastrosas.
Las críticas a la socialdemocracia, en realidad, vienen de ambos frentes. Desde la
izquierda dicen que no es socialismo ya que arregló, transó, con el capitalismo; vendría a ser un
Estado capitalista disfrazado, enmascarado. Desde la derecha, en cambio, dicen que sí es
socialismo y, por eso mismo, al oponerse a la libertad económica dejan afuera toda posibilidad de
otra libertad. Hay un camino de ida, dicen, donde ya se vislumbra demagogia, populismo,
paternalismo, y parece aproximarse al totalitarismo.
Estas críticas desnudan el problema de querer quedar bien con Dios y con el Diablo,
donde cada uno toma postura sobre quién es quién en este juego. Al no ser ni una cosa ni la otra,
es un híbrido que no termina de cerrar por ningún lado. Y por eso es criticado. Y por eso fracasa.
O al revés.
Y este aparente fracaso del Estado Benefactor da pie al resurgimiento del Liberalismo. De
un Liberalismo económico: economía de mercado, librecompetencia, capitalismo en estado puro;
y de un Liberalismo político, que concibe al Estado como un mal necesario. Sin embargo
debemos tener en claro que ambos liberalismos son independientes, aunque bien pueden ir juntos.
Podemos decir que hay un Liberalismo viejo, el de los orígenes, que nació en oposición
al Príncipe. Es decir, en sus comienzos el Liberalismo se enfrentó al paternalismo y al
absolutismo, a la vez. El Liberalismo nuevo, sin embargo, se opone al Estado Benefactor, es
decir, se está enfrentando al paternalismo pero también a la democracia.
Desde este nuevo liberalismo piensan que la democracia pone en jaque al capitalismo, y
buscan salvar a la democracia sin salir del capitalismo. Hablan de una ingobernabilidad de las
democracias, debido tanto al votante-que-demanda como al gobernante-que-ofrece. Hay una
tensión entre el mercado económico y el mercado político, siguiendo la imagen que utiliza
Bobbio, basándose en Weber. Desde este neoliberalismo se critica al Estado Benefactor por ser
máximo y débil, siendo su ideal un Estado mínimo y fuerte.
Para finalizar, hagamos una primera aproximación a la relación que tiene todo este tema
con la Política Educativa. En primer lugar, sabemos que cualquier concepción política que se
adopte tendrá una visión del rol del Estado y, por ende, cómo, cuál y cuánta será su intervención
en la materia. Pero también debemos prestar atención a la concepción de lo educativo, que es
diferente en cada una de estas ideologías. Pensar la Política Educativa, más si se busca que sea
realmente una Política de Estado, exige definir primero qué país se quiere y qué concepción de
persona se tiene (algo que indudablemente varía según sea socialismo, socialdemocracia o
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liberalismo). Y sería deseable, aplicando el pensamiento de Bobbio, que se enmarque dentro de la
justicia distributiva, para no conformarnos con el neocontractualismo liberal y poder aspirar a una
real igualdad de oportunidades.
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