El fin de la guerra fría y la postguerra - Facultad de Derecho

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Realidad social latinoamericana y derecho
Cátedra Dr. Galderisi
Unidad IX – X
• El fin de la Guerra Fría
Lic. Flavio C. A. Colina.
Iniciada tras la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría llegaría a su fin de una forma
tan inesperada y repentina que habría de sorprender a sus propios protagonistas. Pero,
en su abrupto desenlace, se conjugaron diversos factores políticos, socio – económicos y
geoestratégicos que se habían desenvuelto desde comienzos de la década del ’70.
Los años setenta: La crisis del Estado de Bienestar.
La década del ’70 en el siglo XX señala la crisis del modelo estatal establecido
entre los países occidentales a finales de la Segunda Guerra Mundial. Tras la Depresión
económica, consecuencia del Crack bursátil de Wall Street1, el pensamiento económico
capitalista favorecía la aplicación de las medidas propuestas por el economista británico
John Maynard Keynes. El Keynesianismo, defensor de un modelo capitalista liberal
menos ortodoxo, proponía una mayor intervención del Estado en el proceso productivo
para equilibrar la sucesión de picos y caídas que naturalmente tiene el sistema. A través
de su participación podría fomentarse el pleno empleo, lograr una tasa de interés baja y
redistribuir el ingreso a fin de aumentar el consumo y la inversión. Con esta política se
lograría el crecimiento general, limitando las consecuencias sociales de una crisis, tales
como desocupación y subocupación, a partir de un consumo masivo por parte de una
población activa plenamente ocupada con mejores salarios y protegida desde el propio
1
En 1929, la bolsa de valores de Nueva York sufrió la caída del valor de las acciones cotizadas ante una
venta masiva debido al aumento de los precios agrícolas, el excesivo endeudamiento de las clases medias
y la crisis de la industrial que no podía ubicar su producción en un mercado saturado. La crisis bursátil
devino en una grave depresión económica con cierre de comercios, bancos, entidades financieras e
industrias; desocupación y paralización de la actividad económica. Situación esta, que pronto se expandió
a todos los estados capitalistas del globo.
1
Estado. El Keynesianismo habría de ser plenamente aplicado tras la Segunda Guerra
Mundial, constituyendo el fundamento ideológico del Estado de Bienestar.
El Estado de Bienestar se estableció en los países occidentales en las décadas
del ’50 y del ’60. Este modelo estatal particular, que fuera impulsado en Latinoamérica
a través de los regímenes populistas, se sostenía sobre un fuerte intervencionismo sobre
el mercado económico y laboral. El Estado tenía un rol de árbitro en las relaciones
económicas y sociales, garantizando el funcionamiento del sistema y controlando la
inflación que surgiera naturalmente al otorgar aumentos salariales, al ampliar el gasto
público o ante un exceso de la demanda sobre el mercado productivo. En esa función, le
correspondía el dictado de normas legislativas que sirvieran de protección para la
población trabajadora. Las leyes sociales, como el sistema jubilatorio por reparto, la
cobertura médica para el obrero y su familia, las indemnizaciones por despidos, los
seguros de accidentes, los salarios familiares, el aguinaldo, entre otras, debían crear un
marco regulatorio que favoreciera el consumo masivo y el pleno empleo. El Estado de
Bienestar logró el crecimiento económico esperado pero, sostenido sobre un equilibrio
económico, financiero y social muy rígido, entró en crisis a comienzos de la década del
‘70.
El Estado de Bienestar comenzó a mostrar signos de debilidad intrínsecos que,
junto a causas coyunturales, pusieron en entredicho su existencia. Este modelo estatal
generaba por sí mismo, un aumento de la inflación. Los aumentos salariales y el gasto
público daban lugar un proceso inflacionario que, según la teoría keynesiana, debía y
podía ser controlado a través de la intervención estatal. Esta situación, extendida a lo
largo de los cincuenta y los sesenta, había provocado una caída en las reservas estatales.
A esta situación financiera se le sumaba la caída en el consumo y en la producción
local. El mercado interno, ya saturado, deja de consumir. La actividad industrial se
resentirá al no poder ubicar sus productos y no hallar posibilidades en un mercado
externo cerrado por la aplicación de un keynesianismo proteccionista. Esto obligará a
las industrias a achicarse, despidiendo empleados, trasfiriendo sus pérdidas y viéndose
obligadas a incorporar nuevas tecnologías para poder enfrentar la competencia y
encontrar nuevos nichos de venta. La reaparición de altas tasas de desempleo y de
pobreza, la inestabilidad financiera y el estancamiento del crecimiento económico
debilitaran el Estado de Bienestar desde su propio funcionamiento.
2
Esta situación particular se vio agravada por la Crisis del Petróleo. En 1973 y
en 1974, la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) decide aumentar
el precio del barril disminuyendo considerablemente, su producción. El objetivo de la
OPEP, conformada mayoritariamente por estados árabes, era presionar a los países
occidentales aliados a Israel. Tras los fracasos militares en 1948 – 1949, 1956, 1967 y
1973 frente a Israel, los países árabes recurrieron al petróleo para imponer sus
exigencias. La OPEP se proponía al aumentar más de un 70% el precio del barril, que
las naciones industrializadas occidentales obligaran a Israel a salir de los territorios
ocupados en las distintas guerras y a reconocer los derechos del pueblo palestino.
La economía mundial se vio afectada por la Crisis del Petróleo. El consumo de
energía fue restringido y aumento su costo. Las industrias occidentales limitaron su
producción encareciendo en consecuencia, sus manufacturas. La búsqueda de nuevos
yacimientos y la explotación de áreas marginales se convirtió en una necesidad. La
reorientación de la economía surgió entonces con mucha fuerza. Los estados
occidentales percibían con claridad que su desarrollo industrial los dejaba muy
vulnerables frente a los productores de energía y con graves consecuencias ambientales.
Era menester entonces, redireccionar la economía hacia nuevas áreas productivas sin
perder su rol de liderazgo. El desarrollo electrónico, informático y tecnológico logrado
en los años ’60 aparecerá como el nuevo nicho económico que habrán de ocupar los
países occidentales. Las industrias emigrarán hacia áreas marginales escasamente
desarrolladas o subdesarrolladas. En ellas, la mano de obra barata escasamente
protegida por leyes sociales permite abaratar costos, y las consecuencias ambientales no
afectan a las poblaciones de los estados centrales.
El aumento del precio del barril de petróleo trajo también, consecuencias
financieras globales. Los países árabes pudieron contar con un mayor caudal de divisas.
Al no poseer un aparato productivo altamente diversificado sino centrado casi
exclusivamente en la actividad petrolera, debían reinvertir esas ganancias, denominadas
“petrodólares”. en el sistema financiero mundial. Los bancos de los Estados Unidos
(EE. UU.) y de Europa occidental les ofrecían altas tasas de interés y por ello, recibieron
los petrodólares. Esos bancos, a fin de obtener ganancias con ellos, ofrecieron créditos a
3
quienes los solicitaran en condiciones muy favorables2. En los países subdesarrollados,
los estados y las distintas entidades privadas contrataron esos préstamos para comprar
petróleo e insumos en el mercado exterior. Este proceso dio lugar a un endeudamiento
geométrico y por consiguiente, a una profundización de su situación de subdesarrollo y
sometimiento político, económico, social y cultural.
La Crisis del Petróleo profundizó las dificultades en que se hallaba el Estado de
Bienestar, al provocar una significativa caída de las tasas de crecimiento y el aumento
de la desocupación y la pobreza. Frente a esto, surgió con fuerza la propuesta
monetarista del Neoliberalismo de la Escuela de Chicago de la Universidad de Harvard.
Esta nueva corriente, representada por Milton Friedman, proponía un regreso a la
ortodoxia liberal y la consecuente eliminación del modelo keynesiano. El
Neoliberalismo consideraba que, para recuperar el crecimiento económico, debía
favorecerse la inversión privada y su natural búsqueda de ganancias. Esto exigía reducir
el rol del Estado a sus áreas vitales, liberar el mercado, establecer una fuerte disciplina
presupuestaria que limitara el gasto público y fortalecer la moneda para mantener bajo
control la inflación. Era asumido por estos economistas que, solo cuando se lograra
alcanzar un grado de riqueza tal en la sociedad, se podría emprender una redistribución
de la misma a los sectores más rezagados3.
A partir de la década del ’80, distintos países occidentales comenzaron a aplicar
estas políticas neoliberales. Los EE.UU. bajo la presidencia de Ronald Reagan y la Gran
Bretaña de Margaret Thatcher emprendieron esas reformas poniéndole fin a la
experiencia keynesiana. En el nuevo modelo estatal, se reducían las prestaciones
sociales, se privatizaban empresas, se desregulaba el mercado y se emprendía una
reforma completa de los sectores administrativos, previsional y fiscal. Esta nueva
corriente también llegó a los estados latinoamericanos. El Chile del general Augusto
Pinochet Ugarte fue uno de los primeros en aplicarlo. Pero, a partir de finales de los
ochenta y, fundamentalmente, en los noventa, cuando los distintos países se habían ya
democratizado, se emprendieron estos cambios por recomendación del Fondo
Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. La enorme carga que significaba la
deuda externa contraída durante la década del ’70, imponía una presión sobre los nuevos
2
Los llamados “créditos blandos” son préstamos monetarios bajo condiciones de devolución muy amplias
y con una tasa de interés relativamente baja.
3
A esto se lo denominó, “Teoría del Derrame”.
4
gobiernos quienes se veían obligados o quienes reconocían como única salida viable, a
asumir políticas neoliberales para darle una solución a su crítica economía y a sus
compromisos internacionales.
El paradigma estatal keynesiano había distinguido al mundo occidental en la
segunda posguerra, pero, desde los años setenta un nuevo modelo se imponía que, a
partir de los cambios políticos y geoestratégicas, se proyectaría a todo el globo.
La Guerra Fría en sus escenas finales.
Los setenta y los ochenta son testigos de los últimos actos del largo conflicto que
enfrentó en el siglo XX a los EE.UU. y a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas
(URSS). Este período final se distingue por dos etapas bien marcadas, a partir de las
distintas orientaciones de la política exterior estadounidense. Mientras que se inició con
el claro declive de la supremacía estadounidense y la consiguiente expansión soviética,
fue en la década del ’80 cuando esta tendencia se revirtió y se produjo un relanzamiento
del conflicto llegándose paradójicamente, al final de la Guerra Fría.
La década del ’70 estuvo signada por la decadencia estadounidense en el marco
de la bipolaridad reinante. Habiéndose visto obligados a abandonar Vietnam en 1973
ante la fuerte oposición social interna, que posibilitó la reunificación del territorio bajo
el gobierno comunista de Ho Chi Minh en 1975, los EE.UU. sufrían el grave impacto de
ser derrotados por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial. La política de
contención del comunismo, impuesta por Truman en 1947, había llegado a su fin
signada por el fracaso en el sudeste asiático. Esto se agravó con distintos sucesos
internos que sacudieron a la vida política de los EE.UU. El escándalo Watergate y la
consiguiente renuncia de Nixon, junto a la debilidad del gobierno de Geral Ford, dieron
forma a la compleja situación por la que se pasaba y que requería un cambio estructural.
En 1976 asume la presidencia de los EE.UU. James Carter con un discurso
moralizador y más atento a darle una solución a la problemática interna antes que a
continuar con la confrontación directa con la URSS. Para el nuevo presidente, los EE.
UU. debían convertirse en los defensores de los Derechos Humanos frente a la agresiva
violación de éstos por parte de la URSS y sus aliados, detener la carrera militar entre
ambos y atender prioritariamente, a la política doméstica. Con estos objetivos, Carter
favoreció la firma de acuerdos diplomáticos con Panamá y China, entre Israel y Egipto,
5
y extendió con la URSS los acuerdos sobre limitación de armamento estratégico (SALT
II).
Esta nueva orientación de la política estadounidense fue asumida en el exterior
como un signo de debilidad. Concepción esta, que pareció confirmarse ante una
sucesión de acontecimientos trágicos para los EE.UU. en el año 1979. El triunfo del
Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua, que derrotaba a la dictadura de
Anastasio Somoza (h); la Revolución Islámica en Irán, que derrocaba al régimen del
Sha Reza Pahlevi y que asaltaba la embajada estadounidense y tomaba rehenes a varios
de sus empleados y agentes de la CIA; y finalmente, la invasión soviética de Afganistán
para sostener al gobierno comunista, demostraron la complicada situación internacional,
y la consecuente debilidad interna, en que se hallaban los EE.UU. y en particular, el
gobierno de Carter.
Frente a este escenario, la Unión Soviética, bajo el gobierno del stalinista
Leonid Brezhnev, se encontró transitando por una etapa de expansión geopolítica y
económica. Con la suba del precio del barril de petróleo, las autoridades soviéticas
pudieron contar con mayores recursos económicos y financieros. La explotación de las
propias áreas petrolíferas les permitió contar con capitales que fueron volcados en la
carrera armamentística y geopolítica con los EE. UU., en la industria pesada y, en
menor medida, en la vida cotidiana del ciudadano soviético. La modernización de todo
su arsenal y el desarrollo de nuevos misiles alcance intermedio e intercontinentales; la
proyección sobre Afganistán, el establecimiento de la Doctrina Brezhnev de la
soberanía limitada de los estados europeos orientales, los acuerdos con los gobiernos de
Etiopía, Somalía y Vietnam, y las intervenciones en Mozambique y Angola; junto con
el crecimiento de la actividad industrial y la producción de energía, parecían presagiar el
logro del Homo sovieticus que había prometido la revolución.
En este contexto, se desenvolvían, también, ciertas fuerzas que signaban la
contradicción interna de la URSS. La sociedad soviética se hallaba en un etapa de
expansión frente a la crisis de los estados occidentales pero, ese éxito no se hacía
presente en lo cotidiano y en la concreción de los ideales revolucionarios. La economía
soviética, fuertemente planificada y orientada hacia la industria pesada y la carrera
geoestratégica contra los EE. UU., no podía cubrir las demandas de la población.
Además, con la reinstauración del modelo político stalinista por parte de Brezhnev, se
6
limitaban todas las libertades y las expresiones de oposición, circunscribiendo el control
político y económico del estado a la anquilosada Nomenklatura4 del partido. El proyecto
de la revolución del Homo sovieticus parecía estar lejos de concretarse. El sentimiento
general de pesimismo y malestar de la sociedad soviética se fue agravando a finales de
la década del ’70, cuando surgen nuevas complicaciones. La crisis agrícola, a causa de
las malas cosechas y la deficiente infraestructura, obligará a recurrir a la importación
desde los países occidentales para hacerle frente a las amenazas de hambruna. La
contaminación ambiental por la explotación excesiva de los recursos naturales con
materiales obsoletos, provocó la reducción de las áreas productivas. El retraso
tecnológico de la industria impuso cotos a la productividad general. La corrupción
gubernamental y la aparición de un mercado negro, ligado en ciertos ámbitos a la propia
Nomenklatura, profundizaban la crisis de una sociedad soviética más atenta a la realidad
nacional y global. Tras Brezhnev, muerto en 1982, se suceden los cortos gobiernos de
los ancianos Yuri Andropov y Konstantin Chernenko que, lejos de modificar esta
tendencia, la profundizaron. Las hambrunas rurales, el racionamiento alimentario
urbano, la consolidación del mercado negro, la importación de materias primas desde
Occidente y la conciencia de la necesidad de un cambio estructural del modelo
soviético, pasaron a ser moneda corriente a comienzos de los ochenta, cuando la Guerra
Fría fue relanzada desde el nuevo gobierno estadounidense.
En las elecciones de 1980, el discurso nacionalista, conservador y anticomunista
del candidato republicano Ronald Reagan logró imponerse sobre el debilitado y
golpeado presidente Carter. La nueva administración estaba decidida a recuperar la
supremacía global estadounidense perdida durante los años setenta5. Con esa meta,
Reagan impuso una política neoliberal para salir de la recesión económica interna y
relanzó la carrera geoestratégica característica de la Guerra Fría. Los EE. UU. volvían a
adoptar una actitud beligerante frente a la Unión Soviética y sus aliados, y para ello, se
tomaban distintas medidas de gobierno. Con la nueva administración, se aumentaba,
sustancialmente, el gasto militar. Se definía también, la Doctrina Reagan que establecía
la colaboración militar y económica con todos los movimientos de oposición a la
4
Bajo el nombre de Nomenklatura se define a la estructura burocrática del Partido Comunista de la Unión
Soviética que tomó el control del estado a partir del gobierno de Brezhnev.
5
El presidente Reagan adoptó como lema de su gobierno la expresión “América is back” (Estados Unidos
está de regreso).
7
expansión soviética, como los Contras nicaragüenses y los Mujahidines afganos. Los
EE. UU. asumían una práctica abiertamente intervencionista en defensa de los intereses
estadounidenses, como ocurriera en Grenada en 1984. Pero, además, se lanzaba un
programa defensivo de gran envergadura contra el potencial misilístico de la Unión
Soviética. La Iniciativa de Defensa Estratégica o “Guerra de las Galaxias”, como fuera
conocido popularmente, pretendía crear un escudo espacial sobre los EE. UU. mediante
una cadena de satélites armados con rayos láser, capaces de detectar misiles enemigos y
destruirlos. Esta nueva política significó el regreso de la tensión bipolar pero, también,
el acto final de la Guerra Fría.
La disolución de la Unión Soviética.
A comienzos de 1985, Mijail Gorbachov alcanzaba la secretaría general del
Partido Comunista de la Unión Soviética, en reemplazado del fallecido Chernenko. Con
él llegaba al poder una nueva generación política, desligada del stalinismo y más atenta
a las dificultades intrínsecas del modelo soviético. El nuevo secretario general habría,
entonces, de emprender una amplia reforma de la estructura política y económica, dando
lugar, sin buscarlo, al colapso completo de la Unión Soviética.
Gorbachov lanzó desde el momento de su asunción, la nueva política que habría
que orientar al estado soviético. Con ella, se proponía darle una solución a los
problemas económicos y sociales que asolaban al país, para poder devolverle una
posición hegemónica a nivel global, perdida ante la política de Reagan. Gorbachov era
consciente de las dificultades intrínsecas y cómo ellas impedía cualquier competencia
geoestratégica en el marco de la Guerra Fría. La reforma estructural del modelo
soviético o Perestroika6 pretendía, desde una concepción leninista, modernizar la
economía uniendo el socialismo a la democracia. En pos de hallar una salida a la
coyuntura soviética, Gorbachov proponía con la nueva política, en la misma tónica que
la NEP leninista de los años ’207, una mayor participación de las masas, un crecimiento
económico a partir de la libre iniciativa y atento a las necesidades sociales, el fin de la
6
El término Perestroika significa en ruso renovación o reestructuración.
La NEP o Nueva Política Económica fue impulsada por Lenin en los primeros años de la Revolución
Rusa para procurar una solución a la crisis económica. El plan consistía en mantener el régimen soviético
pero favoreciendo una cierta apertura y liberalización capitalista de la economía. Con ello se pretendía
superar las dificultades y así, poder profundizar el socialismo y avanzar decididamente hacia el
Comunismo.
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8
planificación centralizada al modo stalinista, y el desarrollo integral de la comunidad.
La Perestroika exigía además, de la Glasnost para su concreción. La transparencia
informativa, tal el sentido que le diera Gorbachov a esta palabra, debía servir para que
las masas pudieran ejercer un mayor control sobre la acción gubernamental y también,
para que expresaran sus propias iniciativas en pos de darle una solución a la
problemática soviética.
Esta nueva política tenía su lógico correlato en la política exterior. Gorbachov,
consciente de las imposibilidades estructurales de la Unión Soviética para continuar la
competencia con los EE. UU. y superar sus proyectos armamentísticos y sus agresivas
políticas, procuró favorecer una mayor cooperación internacional. Reconociendo la
primacía del derecho internacional, propuso el desarme de ambas superpotencias, el
inicio de conversaciones en pos de establecer un sistema de seguridad internacional que
se orientara a evitar nuevas guerras y la atención a la problemática ambiental y del
Tercer Mundo.
La nueva orientación política impulsada por Gorbachov dio lugar a profundos
cambios en la Unión Soviética y en todo su espacio de poder. A comienzos de 1989, tras
la reforma política aceptada por la Conferencia del Partido en 1988, se eligió,
democráticamente, un Congreso de Diputados del Pueblo que contó con una mayor
cuota de representatividad que los organismos de gobierno anteriores. Este nuevo
cuerpo legislativo habría de designar a Gorbachov como nuevo presidente de la Unión
Soviética en reemplazo del renunciante Andréi Gromiko. Desde este nuevo cargo, y
frente a los reclamos desde los EE. UU. y con la conciencia de que la Unión Soviética
no corría peligro de ser invadida, se dieron ciertos pasos significativos en política
exterior, como la retirada de Afganistán y el reconocimiento del principio de libertad
política de todos y cada uno de los estados de Europa Oriental, aceptando la pluralidad
de formas del Socialismo.
La Glasnost había favorecido la aparición de distintas corrientes políticas,
mutuamente enfrentadas, en el seno de la Unión Soviética. Surgieron grupos reformistas
que bregaban por profundizar la política de Gorbachov y llevarla hasta sus últimas
consecuencias. Entre ellos se destacaba el nuevo presidente del Soviet Supremo de la
República Rusa, Boris Yeltsin. Pero también, existían grupos nacionales que pretendían
recuperar su independencia política y liberarse del dominio ruso. Frente a ellos, existía
9
un sector comunista ultra conservador que se apoyaba en tres estructuras fundamentales
del estado soviético: el Partido Comunista, el Ejército Rojo y la KGB. La oposición
entre ellos habría de acelerar, a partir de 1989, el proceso histórico que hubo de
conducir a la disolución de la Unión Soviética.
En 1990, la Perestroika entró en un proceso de estancamiento que profundizó las
dificultades económicas que aun no había podido ser totalmente superadas. Este
escenario se complicaba además, con la desaparición del bloque socialista de Europa
Oriental y con el malestar nacionalista dentro del propio estado soviético. En ese
contexto, Gorbachov procuró acercarse a los sectores más conservadores, quienes
mantenían el control sobre ciertas áreas claves del gobierno, para impedir su reacción y
para consolidar en forma gradual su proyecto reformista. Fueron esos mismo grupos
quienes habrían de intentar, en agosto de 1991, un golpe de estado para tomar
directamente el poder y ponerle un abierto fin a la experiencia de Gorbachov. Pero, en
el clima político y social creado por la Perestroika y la Glasnost, la posibilidad de un
regreso al modelo soviético tradicional resultaba completamente inviable. Frente al
intento conservador se produjo una reacción reformista liderada por Yeltsin que le puso
fin.
Tras el fallido golpe de estado, el Congreso estableció un gobierno provisional a
cargo de un Consejo de Estado, dirigido por Gorbachov y compuesto por los presidentes
de las distintas repúblicas soviéticas. Este nuevo órgano ejecutivo reconoció como
estados independientes a Lituania, Estonia y Letonia. En diciembre de 1991, los
rumores de un nuevo golpe de estado y de la renuncia de Gorbachov aceleraron la
licuación de su poder. El 8 de diciembre se producía el acto final que legalizaba esa
complicada realidad, cuando los presidentes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia firman el
tratado que declara disuelta la Unión Soviética y la creación de la Comunidad de
Estados Independientes (CEI). Unos días después se concluía definitivamente este
proceso. Renunciaba Gorbachov entregándole el gobierno al presidente de la ahora
potencia dominante Federación Rusa, Boris Yeltsin; y se producía la reunión de Alma
10
Ata, en Kazajstán, entre los representantes de las ex repúblicas soviética y se firmaba su
ingreso en la CEI8.
Con la disolución de la Unión Soviética, la Guerra Fría pasó a convertirse en una
pieza más de la Historia. Un nuevo poder hegemónico se había logrado consolidar y,
con él, un particular modelo político, socio – económico y cultural.
La disolución del Bloque Oriental.
Los países de Europa Oriental se hallaban, desde el final de la Segunda Guerra
Mundial, bajo regímenes comunistas sostenidos por la Unión Soviética. La llegada de
Gorbachov significó el final de la Doctrina Brezhnev y consecuentemente, el retiro de
las tropas soviéticas que mantenían el statu quo político en el bloque. Las nuevas
condiciones políticas posibilitaron la reaparición de movimientos nacionales opositores
que dieron lugar a un proceso revolucionario.
A partir de 1989, Europa Oriental comienza un acelerado proceso de ruptura con
su pasado comunista reciente. La reforma emprendida por Gorbachov en la URSS fue el
disparador indiscutido. Pero actuó en última instancia, como catalizador de fuerzas
internas de la región. La existencia de la Comunidad Económica Europea (CEE)
organizada bajo un modelo democrático y de desarrollaba resultaba sumamente
atractiva. Frente a ella, los estados de Europa Oriental se hallaban sumidos en
regímenes dictatoriales con graves crisis económicas. Las mayores posibilidades de
comunicación, a través de emisiones clandestinas, permitían reconocer esas diferencias
y aumentaban el deseo de la revolución política y económica. Pero además, existía una
fuerte disidencia interna, representada por agrupaciones políticas, sindicales y
religiosas, que a pesar de la represión oficial, se había mantenido siempre latente y
presta a actuar. En ciertos espacios nacionales existía, además, un conflicto oculto entre
fuerzas étnicas que, los años de gobierno comunista, no había podido, o querido,
solucionar. Para estas entidades, el colapso soviético habría de significar la posibilidad
real para dar satisfacción a sus requerimientos políticos y territoriales.
Las distintas revoluciones en Europa Oriental se desarrollaron por sus propios
carriles nacionales, aunque, como reconoce el profesor Antonio Fernández, podemos
8
El 12 de diciembre de 1991 firmaron el tratado de Alma Ata los representantes de Armenia, Azerbaiján,
Kazajstán, Kirguizistán, Moldavia, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán. En 1994, la república de
Georgia aceptó su incorporación a la CEI.
11
distinguir tres modelos característicos y comunes9: Por ruptura interna del Partido
Comunista, como en Hungría Polonia; por movilización popular, como en la República
Democrática Alemana y Checoslovaquia; y por insurrección popular, como en
Rumania. Bulgaria es un caso particular de mixtura entre ruptura interna y movilización
popular.
El modelo revolucionario por ruptura interna del Partido Comunista tiene como
signo distintivo el giro reformista que éste emprende ante las dificultades políticas y
económicas. El caso polaco tiene además, el agregado de la fuerte oposición social
encabezada por el sindicato Solidaridad bajo el liderazgo de Lech Walesa, que
emprendía oleadas de huelgas en contra del gobierno comunista, y la militancia
opositora de la Iglesia Católica nacional a través del Cardenal Wyszinski y del Papa
Juan Pablo II.
El modelo revolucionario por movilización popular se caracteriza por la
sucesión de manifestaciones populares pacíficas contra el régimen comunista en el
poder. Haciéndose eco de las propuestas reformistas de Gorbachov, esas sociedades se
lanzarán a las calles pidiendo la caída de los gobiernos y la democratización nacional
recuperando los viejos ideales opositores de las décadas anteriores. En Checoslovaquia,
la “Revolución de terciopelo” de 1989, que le puso fin al régimen pro soviético, se
enlazaba con la Primavera de Praga de 1968. Las movilizaciones en Alemania Oriental
se distinguieron por exigir tanto el fin del gobierno comunista como la reunificación del
país. A fines de 1989 cayó el Muro de Berlín, símbolo de la separación entre ambas
Alemanias y entre los dos espacios geopolíticos europeos; y en unos pocos meses, se
logró la plena reunificación de ambos estados.
El modelo revolucionario por insurrección popular corresponde al ejemplo
clásico de toma del poder político a través de la violencia. El régimen de Nicolae
Ceaucescu se sostenía sobre un fuerte culto a la persona, nepotismo y el control
violento sobre toda oposición política. En diciembre de 1989, la represión oficial contra
los manifestantes en la ciudad de Timisoara abrió un conflicto entre la policía política
(Securitate) y el ejército. Estas diferencias favorecieron el levantamiento popular que
logró tomar el gobierno, derrocando a Ceaucescu y condenándolo a muerte.
9
Cfr. Fernández, Antonio, Historia Universal: Edad Contemporánea, Ediciones Vicens Vives, 1996, pp.
865 – 868.
12
Tras estas revoluciones, los estados de Europa Oriental establecieron regímenes
democráticos, adoptaron políticas económicas neoliberales como parte de sus acuerdos
con el FMI y procuraron su incorporación a la Unión Europea (UE). Resulta particular
en este proceso, el caso de Checoslovaquia, donde las diferencias internas entre checos
y eslovacos provocaron la división del país en 1992.
Aunque parte de Europa Oriental, Albania y Yugoslavia conformaron durante la
Guerra Fría espacios ajenos al poder soviético en la región. Ambos estados habían
logrado desarrollar una expresión nacional del Comunismo. Pero, no por ello, quedaron
al margen del proceso político que arrasaba ese espacio geopolítico.
Albania, tras romper con la URSS en 1961 y aliarse con China hasta 1978, se
mantuvo aislada bajo el argumento de así asegurar su independencia política. A partir de
1989, y ante los hechos que sacudían al mundo soviético, el propio Partido Comunista
emprendió una reforma democratizadora que le asegurara el control político del estado.
El caso yugoslavo es sumamente particular y distintivo, porque la caída del
régimen soviético implicó también, la disolución del estado. Yugoslavia era un enorme
conglomerado de etnias diferentes obligadas a vivir bajo una misma estructura política
desde 1918. En unos pocos kilómetros de tierras montañosas se repartían pueblos racial
y culturalmente diferentes, como los eslovenos, los croatas, los bosnios, los serbios, los
macedonios, los kosovares y los montenegrinos. Hasta 1980, el gobierno comunista de
Tito mantuvo un cierto orden a las pretensiones nacionales. Tras su muerte, se impuso
un orden constitucional que reconocía una estructura federal y un gobierno colegiado
con alternancia entre las principales nacionalidades. Las dificultades económicas
profundizaron las diferencias entre el norte latino y el sur eslavo. Bajo el gobierno de
Slobodan Milosevic se impuso una fuerte centralización que favorecía a la etnia serbia.
Esta orientación política provocó la oposición de las demás repúblicas, explotando al
fin, en junio de 1991 cuando Croacia y Eslovenia se declararon independientes. A partir
de este hecho, se inicia una cruenta guerra entre el gobierno federal yugoslavo,
representado por Serbia y Montenegro, y las repúblicas independientes, a las que se
sumaran Macedonia y Bosnia – Herzegovina. La guerra en los Balcanes se caracterizó
por una inusitada violencia contra la población civil que fuera denunciada por la
Organización de las Naciones Unidas (ONU) y distintos organismos internacionales.
La intervención armada de los EE. UU. y de la Organización del Tratado del
13
Atlántico del Norte (OTAN) logró imponer un alto al fuego y la firma de una paz en
1995. Los acuerdos de Dayton reconocieron la independencia de Eslovenia, Croacia,
Macedonia y Bosnia – Herzegovina, que se organizaba como estado multiétnico. La
nueva Yugoslavia, centrada en Serbia y Montenegro, volvería a enfrentar un conflicto
bélico en 1999 ante el intento independentista de los kosovares. La intervención militar
de la OTAN posibilitó la caída de Milosevic y el ascenso democrático del pro occidental
Vojislva Kostunica, y con ello, el fin de la violencia en la región, aunque sin lograr un
acuerdo definitivo. Los Balcanes, ya lejos de la Guerra Fría, seguían manteniendo un
clima de tensión de proyección global.
Conclusión.
Desde finales de los setenta, el mundo ingresó en los últimos actos de la Guerra
Fría. El colapso soviético marcaría el fin de un proyecto global y la consolidación del
modelo capitalista neoliberal representado por los EE. UU. La última década del siglo
XX estaba presenciando un nuevo orden global.
• La Postguerra fría
Al concluir la Guerra Fría, una sensación de alivio recorrió al mundo. Las tensiones y
los conflictos vividos durante la segunda mitad del siglo XX habían llegado a su fin. En
el viejo ideal moderno, eso significaba el inicio de un tiempo de paz y bienestar para
todo el globo. Pero, la realidad pondría en entredicho esa esperanza.
La Globalización.
Con el fin de la Guerra Fría, tras la disolución de la Unión Soviética y su bloque
de naciones aliadas, los EE. UU. se erigieron en la nueva y única superpotencia global.
La conjunción de distintos factores intrínsecos y la ausencia de cualquier enemigo capaz
de discutirle su liderazgo mundial consolidan su nuevo lugar. Su capacidad
armamentística resulta inigualable para cualquier estado. Su liderazgo económico, el
desarrollo de su ciencia y técnica, la expansión global de su cultura y el rol de garante
de la seguridad internacional fortalecían este escenario de la Postguerra fría durante la
década de los noventa.
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El giro político y geoestratégico vivido por el mundo hizo posible que a
comienzos de 1991, el presidente de los EE. UU. George Bush, reemplazante de
Reagan, declarara que se había iniciado un Nuevo Orden Mundial. La redefinición del
sistema internacional tras la Guerra Fría estaba signada por la preeminencia de los EE.
UU. en el marco de una estructura política global fundamentalmente democrático
liberal. La comunidad internacional actuaría a partir de entonces, como una unidad,
expresándose a través de la ONU y asentándose indiscutiblemente sobre el derecho
internacional. Los tiempos imperiales habían llegado a su fin. El triunfo en la Guerra
Fría señalaba claramente que el modelo democrático liberal y capitalista era el único
viable y aceptable para organizar la vida política interna de los estados y las relaciones
entre ellos. Desde lo económico, el Nuevo Orden Mundial implicaba la completa
consolidación del neoliberalismo impulsado por los economistas de la Escuela de
Chicago. En suma, el modelo que proponía la nueva realidad geopolítica global tenía su
representante fundamental en el estado vencedor de la contienda contra la Unión
Soviética, los EE. UU.
En este Nuevo Orden Mundial se reconocía la existencia de estructuras estatales
que, aunque declaradas iguales entre sí, eran tratadas como de distinta jerarquía política,
económica y geoestratégica. Existía un centro hegemónico indiscutido, los EE. UU., y
en torno a él se van ubicando los distintos estados en una suerte de anillos concéntricos
en torno a aquel y según sea su rol en el sistema internacional. En un primer anillo se
encuentran las entidades políticas con mayor peso económico global, el G – 810. Luego,
los países reconocidos como con influencia regional aunque de menor gravitación en la
estructura económica global. Finalmente, se hallaban en los márgenes aquellos estados
cuya estructura política y socio – económica los relegaba de la toma de decisiones
dentro del Nuevo Orden Mundial.
Pero, además de las entidades estatales tradicionales, se reconocía la presencia
activa de nuevos actores no estatales con tanto o más poder que los propios estados.
Rasgo éste, que señala claramente la ruptura con los modelos geopolíticos de la
Modernidad occidental. Los nuevos protagonistas serán los organismos supranacionales.
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La siglo G – 8 incluye a las 7 naciones más industrializadas del mundo, EE. UU., Francia, Gran
Bretaña, Italia, Canadá, Japón y Alemania, y a Rusia en su condición de potencia hegemónica
intercontinental y con poderío nuclear. Han participado en sus reuniones representantes de India y de
China, entre otros estados económicamente más desarrollados.
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Las organizaciones supranacionales gubernamentales de carácter global como la ONU
y el FMI, y de carácter regional como la UE, la CEI, el Tratado de Libre Comercio de
América del Norte (TLC o NAFTA) o el Mercado Común del Sur (MERCOSUR)
conformarán agrupaciones de estados nacionales independientes. La característica
distintiva de las organizaciones internacionales gubernamentales de la postguerra fría
será su origen ligado a los intereses económico – comerciales de los estados miembros.
En pos de asegurar un mercado para sus bienes, servicios y mano de obra, establecerán
acuerdos para regular el intercambio mutuo y para con otras naciones. La asociación
política entre ellos será una consecuencia de la asociación económico – comercial y en
pos, de profundizar esas relaciones. Las organizaciones supranacionales no
gubernamentales (ONG) como Greenpeace y Amnisty Interntational, son movimientos
y corrientes de origen privado que atraviesan los límites nacionales y procuran imponer
sus propias ideas en el sistema internacional. Ellas, que tienen correlatos locales
particulares a un estado o grupo de estado, se distinguen por centrar su discurso hacia
una
problemática
determinada
que
tiene
proyección
global.
Las
empresas
transnacionales han adquirido un rol central en la economía mundial. Estas grandes
entidades privadas, merced a las nuevas comunicaciones, se organizan bajo criterios
neoliberales y en un estructura muy diferente a sus antecesoras directas, las
multinacionales. Las empresas transnacionales tienen la capacidad de dispersas sus
áreas productivas en distintas regiones del globo, según sea más conveniente a sus
intereses. El nivel de negocios que desarrollan, y que en ciertos casos supera el Producto
Bruto Interno (PBI) de algunas naciones, el control que ejercen sobre sectores clave de
la economía y la relación que establecen con los gobiernos de los estados hegemónicos,
les permite gozar de un poder político inigualado.
La conformación del Nuevo Orden Mundial
Globalización y comunicaciones y técnica. Aldea global
Supranacionalizacion de lo malo crimen y fundamentalismo. Crisis del nuevo
orden tras 2001
Posmodernidad
El espacio europeo y latinoamericano ahora.
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El espacio oriental: Japón y china
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Bibliografía consultada
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