la entrevista de hendaya - Foro Fundación Serrano Suñer

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LA ENTREVISTA DE HENDAYA
El 18 de octubre de 1940, el general Franco reemplazó a Beigbeder por Serrano Suñer
en la cartera de Asuntos Exteriores. El cambio se imponía sobre todo porque era lógico que, en
su próxima entrevista con Hitler en Hendaya, el 23 de octubre, estuviera acompañado por el
hombre que había llevado las negociaciones de Berlín, en lugar del responsable hasta entonces
de la diplomacia hispana, que había estado alejado de las conversaciones con los jerarcas nazis
y que estos veían con malos ojos a causa de sus especiales contactos con los ingleses,
especialmente con el embajador Hoare. En este primer y único encuentro entre el Führer y el
Caudillo era difícil que saliera un acuerdo total, pues había disparidad de criterios: el alemán
necesitaba paso libre para atacar Gibraltar, a fin de dar un golpe importante a su adversario,
mientras el español quería permanecer al margen de la guerra, convencido que el conflicto
bélico duraría aún mucho tiempo. Además, Hitler no estaba dispuesto a ceder a las demandas
de Franco, pues como escribió Serrano, Berlín no quería dar «unas garantías territoriales que le
hubieran impedido cualquier tipo de acuerdo con la vecina Francia». El Führer tenía que verse el
día siguiente con el mariscal Pétain, en Montoire, y se negó a contraer compromiso alguno en
firme sobre la suerte futura del Marruecos francés. Fue su argumento: «Alemania no puede
disponer de un territorio que no ocupa.» En los tres temas que interesaban a Hitler -Gibraltar,
Canarias y Marruecos- no se llegó a ningún acuerdo concreto.
Hitler pidió a Franco que le concediera un margen de confianza, con la seguridad que al
término de la guerra se tendrían muy en cuenta los intereses españoles. Puso en juego su
reconocido arte de convencer a sus interlocutores: afirmó que había llegado el momento para la
participación de Empaña en la guerra, a fin de ocupar la plaza que le correspondía dentro del
nuevo orden europeo. Recordó igualmente que durante la guerra civil se había situado
espiritualmente y materialmente al lado de la España franquista, que durante sus tiempos de
lucha había tenido que vencer obstáculos semejantes a los que había encontrado Franco para
imponer su régimen. Su conclusión fue: «Los mismos enemigos presentes y pasados de Franco
son los nuestros.» El carisma hitleriano, que triunfaba cuando se dirigía al pueblo alemán, no
causó efecto en Franco y Serrano; lo que realmente preocupó a éstos fue cuando Hitler adoptó
otro tono para manifestar que necesitaba saber cuál sería realmente la colaboración activa para
alcanzar los objetivos que se había fijado y después de recordar que él no había querido esta
guerra, afirmó: «Estoy obligado a aceptar todas sus consecuencias.» Finalmente concluyó: «Con
mis doscientas divisiones, soy el amo de Europa: no queda otro camino que obedecer.»
Franco se marchó descontento e inquieto de Hendaya, pues sabía y temía que lo que no
había logrado el Führer en la mesa de negociaciones lo podría buscar por el camino de la fuerza.
Para algo tenía concentradas en los Pirineos un número de divisiones para invadir y ocupar la
Península; tenía sus planes trazados y seguramente no se detendría ante ningún obstáculo que
se presentara para conseguir lo apetecido. Por otra parte, se había confirmado la impresión que
sobre Franco transmitió el almirante Canaris por mediación del mariscal Keitel: «en lugar de un
héroe encontrará un tergiversador» (Lavieren, que también es sinónimo de hábil y astuto). Hitler
y Ribbentrop, con gran experiencia para arrancar el si que buscaban de la persona presionada,
no consiguieron la respuesta afirmativa concreta que pedían a Franco. Sorprende ver cómo el
profesor norteamericano Raymond Proctor, en su obra Agonía de un neutral, al recoger la
advertencia de Canaris a Keitel sobre la personalidad de Franco, emplee la palabra Würstchen
[hombrecillo]; yo me he ajustado a la versión que he hallado en la edición de las Charlas de
mesa, impresa en 1977 en Stuttgart y considerada como una de las mejores. Conociendo la
amistad de Canaris con Franco es mucho más probable que lo presentara como un ser hábil y
astuto, tergiversador en faenas diplomáticas, que como un vulgar muchachito.)
Franco y Serrano se marcharon de Hendaya sin firmar el protocolo que les fue
presentado por Ribbentrop; puede decirse que de hecho se trataba de una ruptura con
imprevisibles consecuencias. De madrugada se presentó en el palacio de Ayete, residencia en
San Sebastián de Franco, el embajador general Espinosa de los Monteros. Estaba desolado, pues
exclamaba: «¡Qué dirá la historia de este primer encuentro entre el Caudillo y el Führer que
termina tan mal!», mientras explicaba que los alemanes con quienes había hablado en Hendaya
luego de la partida de Franco, estaban disgustadísimos. Franco, que se había levantado de la
cama para hablar con Espinosa, comprendió que era imprudente impacientar a los alemanes
que aguardaban recibir corregido el texto del protocolo que le fue sometido por Ribbentrop, y
decidió enviar por el mismo Espinosa el protocolo que él y Serrano habían revisado y preparado
al regresar de Hendaya. Franco justificó su decisión con esta frase: «Hay que tener paciencia:
hoy somos yunque, mañana seremos martillo.»
Del Protocolo de Hendaya se habló muchísimo, sin que nadie pudiera ver el original.
Hubo quien negó su existencia, aunque Franco en la carta que el 30 de octubre escribió a Hitler,
ocho días después de Hendaya, hizo una clara referencia al mismo. Sin embargo, en septiembre
de 1943, al ocupar los alemanes Roma y apoderarse de los papeles que se encontraban en el
archivo del conde Ciano, figuraba una copia, con solo la firma de Ciano, del misterioso
documento. Entre los documentos que cayeron en poder de los aliados, cuando entraron en
Berlín, estaban los papeles de Ciano y entre ellos la famosa copia, por ser la única que se ha
encontrado, del Protocolo de Hendaya. El original estaba firmado también por Serrano y
Ribbentrop, pero no se ha encontrado; tampoco existe huella del que debería estar en el archivo
de nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores, por el que se interesó el propio Serrano Suñer al
escribir sus Memorias. Este gran protagonista de Hendaya silenció el tema cuando escribió su
libro Entre Hendaya y Gibraltar, porque aun no se había denunciado la existencia de una copia
del Protocolo. Sin embargo, en 1960 apareció en Washington el tomo XI de la publicación oficial
de Documents on German Foreign Policy (1918-1945), y en sus páginas 466-467 estaba el texto
completo del famosa documento, y en el artículo 4.° se podía leer: «En cumplimiento de sus
obligaciones como aliada, España intervendrá en la presente guerra al lado de las Potencias del
Eje contra Inglaterra, una vez que la hayan provisto de la ayuda militar necesaria para su
preparación militar, en el momento en que se fije de común acuerdo por las tres Potencias,
tomando en cuenta los preparativos militares que deban ser decididos.»
El 28 de octubre de 1940 se trasladó Hitler a Florencia para dar cuenta a Mussolini de
sus entrevistas de Hendaya y Montoire. Estaba satisfecho de su encuentro con el mariscal Pétain,
aunque no había llegado a un acuerdo con los franceses sino que había recibido buenas
palabras. De su reunión con Franco y Serrano conservaba el malhumor que le habían producido
nueve horas de discusiones para alcanzar, finalmente, un Protocolo vago, pues sólo contenía
una promesa, con la explícita reserva que se fijaría más tarde la fecha de la entrada en la guerra.
Pero el gran enojo de Hitler lo provocaron unas pocas palabras de Mussolini: «Führer, desde
esta mañana las tropas italianas marchan contra Grecia.» Hitler sabía que su amigo el Duce
preparaba su guerra contra los griegos y nada quería decirle para demostrar que él tomaba
igualmente sus decisiones sin consultar con su aliado del Eje; pero también sabía Hitler que para
poder llevar a término sus planes contra Rusia necesitaba que la paz continuara en los Balcanes
y, ahora, las hostilidades en Grecia iban a perturbar forzosamente esta vital zona del sudeste
europeo. En el caso de Grecia le habían fallado igualmente sus servicios informativos, pues
estaba convencido de que llegaría a tiempo a Florencia para paralizar los preparativos italianos
contra Grecia. Por segunda vez, en poco más de una semana, cosechó Hitler dos fracasos: el de
Hendaya, a causa de la resistencia de Franco y Serrano, y ahora en Florencia, porque Mussolini
se había lanzado a la guerra contra Grecia sin haber preparado debidamente la campaña. Hitler
dominó su malhumor al reunirse con Mussolini y Ciano; sin embargo, no escondió que salió
francamente descontento de su entrevista de Hendaya. El memorándum de la reunión de
Florencia ha conservado para la historia varias de las expresiones que el Führer empleó al
enjuiciar al Caudillo. Su impresión principal de España era el gran desorden reinante. Su opinión
personal sobre Franco era de «un corazón corajudo, pero que sólo ha llegado a ser jefe por
azar». No tenía la talla de un hombre político y de un organizador. «Los españoles, puntualizó,
no se dan cuenta de su posición y fijan objetivos absolutamente desproporcionados a sus
fuerzas; mientras se reservan escoger el momento para su entrada en la guerra, comienzan por
presentar una serie de demandas de orden material demasiado pesadas para el Eje, de ser
concedidas.» En cuanto a las reivindicaciones coloniales, el Führer las encontraba tan enormes
que su aceptación por nuestra parte determinaría que el Imperio francés se alineara en el campo
gaullista. Comunicó que se había redactado un protocolo secreto tripartito, que el Führer
sometía a la aprobación del Duce y que contenía, en relación con las reivindicaciones españolas,
una formula vaga. Agregó que se había llegado con muchos esfuerzos a esta conclusión,
después de la entrevista que había durado nueve horas. El redactor del memorándum de la
reunión Hitler-Mussolini recogió esta rotunda expresión: «Antes de repetir una reunión
semejante, el Führer preferiría hacerse arrancar tres o cuatro dientes.»
Mussolini, sobre el tema español, se declaró conforme con la opinión de Hitler y aprobó,
después de examinarlo, el protocolo que se le había sometido. Para él este protocolo
representaba la adhesión secreta de España al Pacto tripartito. Estimó igualmente que esta
adhesión debería hacerse pública cuando todas las medidas militares españolas hubieran sido
tomadas y el país dispuesto a intervenir. Hitler aceptó este punto de vista y, finalmente, se
acordó una reunión de los tres -Mussolini, Hitler y Franco- a celebrar en Florencia el día en que
España anunciara públicamente su adhesión al Pacto de Acero.
Franco y Serrano creyeron que, en Hendaya, habían logrado quitarse de encima la
presión de Hitler para lanzarse inmediatamente a la conquista de Gibraltar. Pronto la realidad les
demostró que se habían equivocado en sus cálculos; el Führer había logrado la promesa, más o
menos vaga, de una participación militar española en la guerra contra la Gran Bretaña y era
desconocer que se trataba de un enorme impaciente para esperar que aguardaría con los
brazos cruzados el momento en que desde Madrid se le comunicara que todos los preparativos
habían llegado a su fin. Pronto, como veremos, la situación se fue complicando y se incrementó
el peligro de ver las divisiones acorazadas de la Wehrmacht, situadas en el sur de Francia,
ponerse en marcha para pasar los Pirineos. Negros nubarrones irán apareciendo en el
firmamento.
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