DE 1789 A 1848

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Nacimiento de los Estados Unidos
Estados Unidos
Nombre: Nacimiento de los Estados Unidos
Época: E.E.U.U.
Inicio: Año 1777
Fin: Año 1780
Siguientes:
Las vísperas de la Independencia
Formación de la conciencia independentista
Rechazo a las leyes británicas
La rebeblión del té
Primer Congreso Continental
Bases doctrinales de los rebeldes
Lexington, Concord y Bunker Hill
La Declaración de Independencia
Factores de la derrota británica
Operaciones militares
Revolución o Guerra de Independencia
La Constitución de los Estados Unidos
El mundo occidental se caracterizó durante la
segunda mitad del siglo XVIII por el crecimiento
económico y estuvo bajo el signo de la Ilustración.
Las ideas políticas y económicas empezaron a
cambiar y las relaciones coloniales entre las
potencias europeas y sus posesiones ultramarinas,
que habían sido establecidas bajo criterios
mercantilistas, comenzaron a replantearse a la luz
de los cambios que se estaban produciendo. La
profunda revolución política que significó la
independencia de los Estados Unidos afectó
directamente a Europa y al resto de América, pese
a que no se trató del primer experimento
republicano que se producía en Occidente. Su
influencia sobre la Revolución Francesa fue notable
y, a su vez, los sucesos iniciados con la toma de la
Bastilla condujeron a la emancipación de Haití.
Todo esto tuvo un influjo nada despreciable,
aunque contradictorio, sobre los procesos
emancipadores de la América hispana y
portuguesa.
Revolución Francesa
Toma de la Bastilla el 14 de
julio de 1789
Nombre: Revolución Francesa
Época: Revolución Francesa
Inicio: Año 1789
Fin: Año 1801
Siguientes:
Crisis del Antiguo Régimen
Estudios recientes sobre la Revolución
La Monarquía en Francia
La sociedad
La economía y las finanzas
Revuelta de los privilegiados
Reunión de los Estados Generales
La Asamblea Constituyente
El deslizamiento de la Revolución
La guerra en el exterior
La Segunda Revolución Francesa
Europa ante la Revolución
La historiografía francesa ha consagrado el hecho
revolucionario de 1789 como el gozne que marca el
giro del proceso histórico que hizo entrar al mundo
-no solamente a Francia- en una nueva etapa que
ella misma bautizó con el nombre de
"contemporaine". Pero si es cierto que aquel
fenómeno revolucionario fue de trascendental
importancia, también hay que tener en cuenta que
alrededor de esa fecha se produjeron otros
acontecimientos que vinieron a reforzar la idea de
cambio. En el mes de abril de aquel mismo año de
1789, George Washington fue nombrado primer
presidente de los Estados Unidos de América, y en
aquel verano se instaló la primera máquina de
vapor para la industria del algodón en Manchester.
Fueron tres acontecimientos que, aunque muy
diferentes en importancia, simbolizan el comienzo
de una nueva edad. El conflicto entre el orden viejo
y la nueva realidad en Francia, el nacimiento de
una nación en América y el comienzo del
predominio de la máquina para la producción
industrial.Con todo, la fecha de 1789 prevaleció
sólo en los países latinos, y entre ellos,
naturalmente, España, fuertemente influida por la
historiografía francesa. En los países anglosajones,
cuando se habla de Historia Contemporánea, se
hace referencia más bien a ese periodo del pasado
reciente que se inicia con el siglo XX (Barraclough),
o incluso, más adelante, con el estallido de la
Primera Guerra Mundial (Thompson). Todo lo
anterior es para ellos Historia Moderna o Modern
History. Se utiliza, por tanto, un criterio distinto y se
retrotrae su comienzo a una fecha más reciente.Sin
embargo, aun respetando todos los criterios que,
de acuerdo con los argumentos de
convencionalidad empleados más arriba, pueden
ser perfectamente válidos, hay razones para
justificar que alrededor de los últimos años del siglo
XVIII y primeros del XIX, se inicia una nueva etapa
histórica. Todos los movimientos revolucionarios o
independentistas que se produjeron durante estas
fechas están marcados por una nueva ideología,
por unas notas diferenciales que los distinguen de
los fenómenos históricos que se produjeron en la
Edad Moderna. Hay quien estima que estas notas
estaban también implícitas en la etapa histórica
anterior, pero ello no contradice la realidad
incontestable del cambio. Es natural la relación
entre las distintas épocas históricas. Se ha negado
ya la existencia de cortes bruscos en el proceso
histórico. Los cambios, aun siendo revolucionarios,
no significan la ruptura total con lo anterior, ni la
aparición de realidades totalmente nuevas. Por eso
suele suceder que los contemporáneos no tengan
conciencia de los fenómenos transformadores. Sin
embargo, la observación del historiador, con la
ayuda que representa la perspectiva del tiempo,
puede fácilmente apreciar el contenido diverso de
los distintos periodos en los que se suele dividir la
Historia.En efecto, por su contenido, la Historia
Contemporánea resulta de más fácil aceptación
como unidad monográfica. Comprende el desarrollo
histórico del Nuevo Régimen salido de la crisis de
finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, que se
contrapone al Antiguo Régimen, anterior a la
Revolución. El concepto de Nuevo Régimen fue
fijado por los historiadores de la cultura a principios
de siglo y constituye una realidad histórica
coherente, cuyos supuestos políticos, sociales,
económicos e institucionales se han mantenido,
cuando menos, hasta la Segunda Guerra
Mundial.Aunque el historiador francés Pierre
Goubert puso de manifiesto las dificultades
existentes para conseguir una definición precisa de
lo que se entiende por Antiguo Régimen, aceptaba
en líneas generales el criterio propuesto por
Tocqueville de considerarlo como "una forma de
sociedad" y añadía que "el Antiguo Régimen es
una sociedad de una pieza, con sus poderes, sus
tradiciones, sus usos, sus costumbres, y en
consecuencia, sus mentalidades tanto como sus
instituciones. Sus estructuras profundas,
estrechamente ligadas, son sociales, jurídicas y
mentales". Pues bien, estas estructuras murieron,
en algunos lugares mediante una lenta agonía, y
en otros, con la rapidez que le proporcionaba la
violencia revolucionaria, dando paso a un régimen
nuevo que iba consolidando unas nuevas
estructuras a medida que se adentraba en el siglo
XIX. José Luis Comellas ha señalado lúcidamente,
en unos cuanto trazos, la personalidad de esta
nueva época: "la inquietud, la búsqueda, la
carencia de lo absoluto, la variabilidad de las
formas y de las valoraciones, la incertidumbre, la
fuera de lo existencial, el ansia de progreso, son
rasgos reconocibles a lo largo de toda la Edad
Contemporánea, lo mismo en la época de las
revoluciones, que bajo el romanticismo, el
positivismo o el estruendo de las grandes guerras
mundiales. También en lo estructural o institucional,
encontramos como rasgos comunes la inflación del
concepto de libertad, los regímenes liberales y
democráticos, el constitucionalismo, el
parlamentarismo, los partidos políticos -larvados o
expresos-, el clasismo social, el capitalismo
económico y -larvadas o expresas también- la
proliferación del proletariado, la lucha de clases y
las consiguientes teorías o sistemas de corte
socialista".Sin embargo, aunque ninguno de estos
rasgos señalados haya perdido del todo su carácter
de contemporaneidad, hoy se tiende a admitir un
orden de realidades de creación más reciente,
como elemento definidor de nuestro tiempo. Es
más, el hecho de que los historiadores
anglosajones y germanos retrasen el inicio de la
Edad Contemporánea hasta situarlo en un jalón,
cuando menos un siglo más cercano a nuestro
presente, constituye la mejor evidencia de que en
el tránsito del siglo XIX al XX se produce otro
cambio importante en el proceso histórico. El
historiador inglés Geoffrey Barraclough, en su
Introducción a la Historia Contemporánea (Madrid,
1965), se muestra defensor de la postura de
considerar que la Historia Contemporánea
comienza cuando los problemas reales del mundo
de hoy se plantean por primera vez de una manera
clara. Sin atreverse a señalar una fecha concreta,
Barraclough sugiere que el cambio se produce en
los años inmediatamente próximos a 1890. Es
entonces cuando se produce el impacto de la
"segunda revolución industrial", mucho más
generalizado que el de la primera. El comienzo de
la utilización del teléfono, la electricidad, los
transportes, las primeras fibras sintéticas, etc.,
serían buena prueba de ello. La intervención de la
masa en la política a partir de los últimos decenios
del siglo XIX, constituye otro importante rasgo
diferenciador que permite a este historiador en
esos años un cambio de rumbo en la historia. Y por
último, para señalar solamente las notas más
significativas, el cambio operado en las estructuras
de las relaciones internacionales, en el sentido de
que Europa, que hasta entonces había ocupado
una posición central en el concierto de la política
mundial, se vio desbordada por las fuerzas
externas a ella. Es la etapa que señala The end of
European History, como pomposamente tituló
Barraclough una conferencia pronunciada en 1955
en la Universidad de Liverpool.Sin necesidad de
aceptar este criterio que establece el inicio de la
Edad Contemporánea en los últimos años del siglo
pasado, no podemos negar la evidencia de las
transformaciones que se producen en ese
momento. Esa evidencia nos permite, cuando
menos, justificar los límites de este volumen, no ya
en cuanto a su extensión cronológica, sino también
en lo que se refiere a su contenido histórico. Así
pues, hay un siglo XIX histórico, el cual aunque no
coincide exactamente con el siglo XIX cronológico,
presenta unos rasgos muy homogéneos y unos
límites razonablemente claros que lo distinguen del
siglo de las Luces por su comienzo y del actual por
su terminación.Al siglo XIX se le ha denominado el
siglo de las revoluciones liberales y burguesas, y,
en efecto, se abre con ese fenómeno de capital
importancia para la historia universal como es la
Revolución Francesa, cuyas secuelas se dejan
sentir en muchos países del mundo a lo largo de
toda la centuria y que en definitiva terminan por
consolidar una serie de cambios profundos en la
organización de la sociedad, en los sistemas
políticos y en la propia dinámica de la economía.
Imperio Napoleónico
Coronacion de Napoleon y
Josefina
Napoleón Bonaparte
Nombre: Imperio Napoleónico
Época: Imperio Napoleón
Inicio: Año 1798
Fin: Año 1815
Siguientes:
El Consulado
Del Consulado al Imperio
La expansión imperial
El bloqueo continental
Napoleón y España
La caída del Imperio
Las campañas exteriores durante el período
revolucionario darán a conocer al pueblo francés la
figura de un joven general que proporcionará éxitos
y sobre el que se depositarán las esperanzas
generales en tiempos de zozobra e inestabilidad.
Elegido en principio como cónsul, al poco tiempo
acaparará en sus manos el poder suficiente para
instaurar un régimen imperial e iniciar un proceso
expansivo mediante el que Francia pasará a
controlar buena parte de Europa. La posición
hegemónica de Francia será, sin embargo,
contestada por algunas naciones,
fundamentalmente Gran Bretaña, que recelan de la
acumulación desmesurada de poder por parte de
una sola potencia y las ansias expansivas de
Napoleón. Contra aquélla Napoleón organizará un
bloqueo desde el Continente, ya que resulta
incontestable su poder naval. Una alianza de
naciones creada para frenar el expansionismo
francés desembocará en una guerra a escala
europea y, finalmente, en la derrota militar del
Emperador y su desalojo del poder.
La época de la Restauración
San Petersburgo y Palacio
de Invierno
Europa
Nombre: La época de la Restauración
Época: Restauración
Inicio: Año 1814
Fin: Año 1840
Siguientes:
La Europa de los Congresos
La Revolución de 1830
Asia y Africa
La revolución demográfica
Industrialización y desarrollo
El liberalismo
El Romanticismo
Los nacionalismos
La primera fase de la reconstrucción de Europa,
después de la caída de Napoleón, quedaba
establecida por la paz de París. A pesar de que las
grandes potencias que habían llevado el peso de la
ofensiva estaban dispuestas a castigar a una
Francia que había causado tantos desastres en el
continente, una vez que decidieron restablecer en
El Congreso de Viena,
grabado de la época
el trono de aquel país a la dinastía Borbón en la
persona de Luis XVIII, se dieron cuenta de que
podía no ser conveniente ensañarse con medidas
excesivamente duras que podrían retrasar la
seguridad y la tranquilidad que deseaban desde
hacía tanto tiempo.Eso explica que los términos del
Tratado de París no fuesen muy exigentes para los
vencidos. Francia conservaba los límites que tenía
en enero de 1792 e incluso ganaba algunos
enclaves que no le habían pertenecido antes.
Además, a pesar de la intención manifestada por
Gran Bretaña de exigirle una indemnización para
ayudar a financiar los costes de la guerra y la
pretensión de Prusia de que devolviese ciertas
cantidades que Napoleón había extraído de los
Estados alemanes, el nuevo rey de Francia dejó
desde el principio bien claro que no estaba
dispuesto a que se le impusiesen indemnizaciones
de guerra. Esta firmeza impresionó a los aliados de
tal manera que renunciaron a cualquier reparación
financiera por parte de Francia, e incluso dejaron
de insistir siquiera en la necesidad de la devolución
de los tesoros artísticos que sus ejércitos habían
depredado en sus incursiones por los distintos
países del continente.La firma del Tratado de París
daba por terminada la primera fase de la
reconstrucción europea, pero al mismo tiempo
anunciaba en su propio texto, la apertura de una
segunda fase que tendría lugar de forma inmediata:
"Todas las potencias comprometidas en cualquiera
de los bandos de esta guerra, enviarán
plenipotenciarios a Viena en el espacio de dos
meses con el propósito de regular, en un Congreso
General, los acuerdos que deben completar las
provisiones del presente Tratado". En efecto, se
trataba de la convocatoria de un Congreso en la
capital austriaca para que las potencias del
continente se pusieran de acuerdo en un nuevo y
definitivo ordenamiento de Europa después de las
guerras napoleónicas. El propósito de los aliados
era el de impedir que se reprodujese un nuevo
caso de dominio de Europa por parte de una sola
potencia, asegurando su división política en
Estados dinásticos y al mismo tiempo el de
encontrar los medios para resolver los conflictos
entre ellos y para concertar conjuntamente sus
acciones. Junto a este doble objetivo se planteó
también el reparto territorial del continente que
tenía la finalidad de dar forma y perpetuar la idea
del Concierto de Europa. Se trataba del intento más
importante, desde la paz de Westfalia a mediados
del siglo XVII, de llegar a un entendimiento entre
las naciones para construir una organización que
garantizase la paz. Figura clave en este proceso
fue el canciller austriaco Metternich.El príncipe
Clemens Metternich había nacido en Coblenza el
15 de mayo de 1773 en el seno de una destacada
familia de la nobleza renana. Su padre entró al
servicio del Sacro Imperio Romano y el joven
Clemens se educó en el ambiente aristocrático de
la corte de los Habsburgo. Cuando a los dieciséis
años estudiaba en Estrasburgo tuvo la primera
visión de los sucesos de la Revolución francesa
que le causaron una profunda aversión, aumentada
más tarde con motivo de la confiscación que
Napoleón ordenó de las tierras que poseía su
familia. En 1795 casó con la nieta del veterano
canciller austriaco Kaunitz y esa unión le
proporcionó grandes posesiones en Austria y le
situó en una buena posición para acceder al más
alto puesto de la diplomacia imperial. Después de
servir como representante del emperador
Habsburgo en Dresde, Berlín, San Petersburgo y
París, se convirtió en 1809 en el verdadero jefe del
gobierno austriaco, puesto en el que permanecería
durante cuarenta años. Sin embargo, por no haber
nacido en Austria nunca pudo ocuparse de sus
asuntos internos. Por eso se quejaba en sus
últimos años de que "He gobernado Europa
algunas veces, Austria nunca". Donde Metternich
demostró su talla fue en la política exterior en la
que jugó a contrarrestar su odio a Napoleón con el
temor al engrandecimiento de la Rusia del zar
Alejandro. Durante el enfrentamiento de ambos en
1812, se mantuvo a la expectativa para prestar en
último término su ayuda a aquel contendiente que
pudiera beneficiar más a Austria. Su intervención
fue decisiva en la campaña de 1814, y como
resultado de su política, Austria se convirtió en la
potencia dominante de los aliados victoriosos.
Aunque era acusado de reaccionario por los
liberales europeos, en realidad Metternich era un
conservador que quería preservar el equilibrio del
gobierno y que veía como una amenaza las
pretensiones de las clases medias jacobinas.
Estaba convencido de que un Imperio austriaco
fuerte sería el mejor baluarte contra el avance de
las fuerzas revolucionarias y se mostró dispuesto a
emplear su poder y su prestigio contra cualquier
rebrote de perturbaciones análogas. Se convirtió en
el mayor adalid de la paz y de la unidad en Europa
y en esta línea hasta que tuvo que exiliarse en
Londres con motivo de la Revolución de 1848.El
prestigio y la personalidad de Metternich tuvieron
una decisiva importancia para escoger Viena como
sede del Congreso previsto en la Paz de París. En
el otoño de 1814 se reunieron en la capital
austriaca los dignatarios de los países que iban a
participar en él. Asistieron seis soberanos: el zar
Alejandro de Rusia, el emperador Francisco I de
Austria, Federico Guillermo III de Prusia y los reyes
de Dinamarca, Baviera y Württemberg. Alejandro
fue acompañado de una delegación de importantes
consejeros entre los que destacaban el ministro de
Asuntos Exteriores, conde de Nesselrode, el
alemán Stein y el corso Pozzo di Borgo. En la
delegación prusiana estaba el príncipe de
Hardenberg, quien por su avanzada edad y por su
sordera se hallaba asistido por Wilhem von
Humboldt, ministro de Cultura y fundador de la
Universidad de Berlín. Gran Bretaña, por su parte,
estaba representada por su ministro de Asuntos
Exteriores Robert Stewart, conde de Castlereagh,
cuyos intereses coincidían con los de Metternich en
el sentido de conseguir la estabilidad de Europa
creando un "balance of powers" que fuese la mejor
garantía de su defensa. Francia estaba también
representada, aunque sin voz, por su veterano
ministro de Asuntos Exteriores Talleyrand. El
príncipe de Talleyrand, que fue nombrado obispo
en 1789, se había llegado a sentar con los
revolucionarios en los Estados Generales, pero
tuvo que exiliarse en América durante la etapa del
Terror y no regresó a su país hasta que se
estableció el Directorio. Había sido ministro de
Asuntos Exteriores con Napoleón, pero al darse
cuenta de la proximidad del desastre negoció con
los aliados y gestionó la restauración de Luis XVIII.
Poseía una especial habilidad para salir airoso en
cualquier situación y un sentido del oportunismo
político que explican su larga carrera en situaciones
tan diversas. No estaba dispuesto a asumir en el
Congreso el simple papel de víctima muda de las
conversaciones entre los aliados.El Congreso de
Viena nunca reunió a todos los representantes
como un cuerpo deliberativo. En las únicas
ocasiones en las que las delegaciones
participantes se reunieron conjuntamente fue en las
numerosas recepciones oficiales, festejos y
ceremonias que tuvieron lugar durante los días que
duraron las sesiones. En efecto, el Congreso de
Viena ha sido calificado como un gran desfile en el
que los soberanos europeos con sus nutridos y
elegantes cortejos disimulaban sus asuntos en
Viena ante una cortina de banquetes suntuosos,
solemnes bailes y marciales desfiles. La idea de
Metternich era la de que las cuatro grandes
potencias aliadas resolvieran entre sí todos sus
asuntos y que después presentasen esas
resoluciones a los demás participantes para que
fuesen ratificadas de manera formal. Sin embargo,
el viejo zorro de la diplomacia, Talleyrand, se negó
a que Francia fuese excluida, invocando primero el
Tratado de París mediante el que se convocaba un
Congreso libre y completo de todas las potencias y
más tarde aprovechando las diferencias entre los
cuatro grandes para mediar entre ellos.Para tener
ocupadas a las otras naciones participantes y para
no herir susceptibilidades, se crearon diez
comisiones especiales (en asuntos alemanes, en
ríos internacionales, etc.), mientras que tres de
ellas (España, Portugal y Suecia) fueron admitidas
con las grandes potencias en el Comité de los
Ocho. No obstante, este comité se reunió pocas
veces y apenas trató asuntos importantes.Los
acuerdos a los que se llegó en Viena estaban
basados en tres principios: compensación por las
victorias, legitimidad y equilibrio de poder. Ya que
no había podido conseguir una reparación
económica por parte de Francia para compensar
los gastos de la guerra, las grandes potencias
esperaban al menos obtener alguna compensación
territorial.Gran Bretaña había conseguido ya, en el
curso del conflicto, una serie de posiciones
estratégicas -Helgoland en el Mar del Norte, la isla
de Malta, las islas Jónicas, la Colonia del Cabo,
Ceilán, Isla de Francia, Demerara, Santa Lucía,
Trinidad y Tobago- que explican que mostrase
menos interés en el Congreso que los otros
aliados. Austria aprovechó la ocasión para
desembarazarse de algunos territorios cuyo control
era siempre problemático y cuya administración
podía seguir planteando problemas a causa de la
distancia. Tal era el caso de Bélgica y de los
territorios al sur de Alemania. Pero a cambio
consiguió el reconocimiento de las ricas provincias
del norte de Italia, Venecia y Lombardía, que se
hallaban mejor situadas. Asimismo, Metternich
obtuvo la recuperación para Austria de sus
antiguas posesiones en Polonia y nuevos territorios
en Tyrol y en Iliria, en la costa oeste del
Adriático.En cuanto a Prusia y Rusia, se
enfrentaron en agrias discusiones a la hora de
plantear sus reclamaciones territoriales. Rusia se
había asegurado ya la posesión de Finlandia, al
conquistarla a Suecia, y de Besarabia, que la había
conquistado a los turcos, pero el zar reclamaba
más. Quería aparecer ante Europa como el
restaurador del antiguo reino de Polonia para
ponerlo, naturalmente, bajo su control- y por eso
pidió que el Gran Ducado de Varsovia napoleónico,
con los territorios que habían pertenecido a Austria
y a Prusia, le fuesen devueltos. Prusia no ponía
graves objeciones si a cambio se le entregaba el
rico reino de Sajonia, que había permanecido fiel a
Napoleón hasta la batalla de Leipzig. Ambas
naciones llegaron a un acuerdo finalmente sobre
estas bases que, sin embargo, no satisfacían
mucho ni a Austria ni a Gran Bretaña, las cuales no
se fiaban de las ambiciones territoriales de una y
otra y, sobre todo, no querían ver a una Rusia
entrometida en la Europa central. Esta situación fue
aprovechada por Talleyrand, quien estaba ansioso
por sacar a Francia del aislamiento a la que se
hallaba sometida por parte de todos los aliados.
Así, propuso a Austria y a Gran Bretaña la firma de
un pacto secreto mediante el cual los tres socios se
comprometían a resistir a las pretensiones rusoprusianas por la fuerza de las armas si ello era
necesario. Ese tratado tripartito se firmó el 3 de
enero de 1815.El tratado secreto -que pronto fue
conocido ampliamente- contribuyó a deshacer la
crisis y a llegar a un acuerdo que contentó a todos,
excepto a los prusianos. Se le permitió al zar
apoderarse de la mayor parte del Gran Ducado de
Varsovia, pero Prusia y Austria conservaban parte
de sus antiguos territorios en él y Cracovia era
declarada ciudad libre. El rey de Sajonia
permanecía en el trono, aunque casi la mitad de
aquel reino se le entregaba a Prusia, junto con la
Pomerania sueca y algunas posesiones en
Renania, todo lo cual no fue obstáculo para que los
diplomáticos prusianos fueran acusados por sus
conciudadanos militares de que no habían sabido
defender los frutos de su victoria.Una vez que las
potencias participantes en el Congreso vieron
satisfechas sus ambiciones territoriales, la atención
se volvió hacia las otras áreas liberadas. Aquí fue
donde Talleyrand consiguió que se aplicase el
principio de legitimidad para significar que los
derechos de los gobernantes europeos existentes
antes de Napoleón debían ser respetados y éstos
restablecidos en el poder si habían sido
desalojados como consecuencia de las guerras. De
acuerdo con ese principio, los tratados de Viena
aceptaron la restauración de los Borbones en
España y las Dos Sicilias, de la casa de Orange en
Holanda, de la de Saboya en Cerdeña y el
Piamonte, del Papa en sus dominios temporales de
la Italia central. Sin embargo, en los arreglos
territoriales de Alemania no hubo mucho interés por
parte de Austria ni de Prusia en insistir sobre el
principio de legitimidad para no resucitar los
numerosos estados eclesiásticos y principados
diminutos suprimidos en 1803.En lo que hubo
unanimidad fue en la aplicación de otro principio: el
del equilibrio de poderes. Metternich, Castlereagh y
Talleyrand tuvieron muy presente este principio
cuando se pusieron en la tarea de diseñar el mapa
de la nueva Europa que salió del Congreso de
Viena. Con frecuencia se ha acusado a estos
hombres de haber dado marcha atrás al reloj de la
Historia y de hacer caso omiso de los movimientos
nacionalistas. Y en efecto, la principal crítica que
puede hacérsele a estos acuerdos es la de no
haber tenido en cuenta la fuerza emergente de los
nacionalismos, de tal manera que territorios como
Noruega, Finlandia y Bélgica fueron utilizados
como peones para contentar a los firmantes de los
tratados, sin atender para nada los deseos de sus
habitantes. Las consideraciones estratégicas, de
poder o de conveniencias dinásticas se pusieron
por delante de los intereses nacionales o
económicos. No obstante, hay que reconocerles a
los protagonistas del Congreso de Viena, además
de las enormes dificultades con las que tuvieron
que enfrentarse para buscar unas vías de acuerdo
entre intereses tan contrapuestos, la importancia de
sus aciertos. Y entre ellos conviene recordar el
establecimiento de asambleas en todos los
miembros de la Confederación Germánica, la
garantía de la independencia y de la neutralidad de
Suiza, o su condena de la esclavitud. Además, no
se mostraron insensibles ante los cambios que se
habían producido desde el comienzo de la
Revolución francesa, y los acuerdos a los que se
llegó en Alemania y en Italia eran buena prueba de
ello. Si no aplicaron el principio de nacionalidad en
estos dos territorios fue por el temor a que se
produjera el caos. El balance final de aquel
importante encuentro no es despreciable: se logró
verdaderamente un equilibrio europeo y se
consiguió contentar a todos sin que se produjeran
grandes agravios. Y ante todo, Viena tuvo el mérito
de proporcionar a Europa casi medio siglo de
relativa paz, que era en realidad lo que toda Europa
deseaba en 1815.Sin embargo, cuando aún no se
habían ultimado todos los detalles de las firmas de
los acuerdos, llegaron noticias a Viena de que
Napoleón se había escapado de su exilio de la isla
de Elba y había desembarcado en Francia. En
efecto, el 1 de marzo había llegado a las costas
mediterráneas dispuesto a desplazar a Luis XVIII,
uno de los hermanos menores de Luis XVI, a
quienes las potencias habían colocado en el trono
de Francia. Así daban comienzo los Cien Días, que
eran el último estertor de Napoleón por recuperar el
poder. Durante su recorrido hacia París, pudo
comprobar cómo su reputación y su popularidad
todavía permanecían intactas en muchas de las
regiones por donde atravesó y, además, el
revanchismo y el Terror Blanco que habían
impuesto los realistas con el restablecimiento de
los Borbones contribuyeron a levantar algunos
entusiasmos por este retorno. El mariscal Ney, uno
de sus antiguos hombres de confianza, se le unió
en Auxerre cuando había sido enviado por la
Monarquía para detener su avance. Napoleón
consiguió entrar en París el 20 de marzo, pero las
potencias, que ya habían dirimido sus diferencias
en Viena, se pusieron de acuerdo para reunir un
ejército con la aportación de 180.000 hombres cada
una, que al mando de Wellington dispuso a acabar
definitivamente con la amenaza del corso.
Napoleón no pudo contar con más de 150.000
soldados, lo que lo situaba en franca inferioridad
con respecto a los aliados. Sólo las tropas
napolitanas de Murat le dieron su apoyo desde
Italia, pero no pudieron mantenerlo durante mucho
tiempo, pues fueron derrotadas por los austriacos
en los primeros días de mayo. Su mayor peligro
estaba situado en Bélgica, donde se hallaba el
grueso de las fuerzas de los aliados. Allí se dirigió
Napoleón el 12 de junio y cuatro días más tarde
obtuvo en Ligny un triunfo táctico ante las tropas
prusianas del general Blücher. No obstante, el 18
de ese mismo mes, en las alturas de Waterloo, a
pocos kilómetros al sur de Bruselas, el ejército
aliado encabezado por Wellington consiguió vencer
a Napoleón en una batalla que ha quedado para la
Historia como símbolo de la derrota sin paliativos.El
22 de junio Napoleón abdicaba por segunda vez y
el 15 de julio se entregaba al comandante del navío
inglés Bellerophon en el puerto de Rochefort,
escapando así a una segura ejecución por parte de
las tropas prusianas que lo perseguían a muerte.
En octubre fue conducido por los británicos a un
nuevo exilio, esta vez más seguro, en la isla de
Santa Elena, en al Atlántico sur. Allí, como afirma
su biógrafo Lefèbvre, "mediante un último destello
de su genio, y no el menor, olvidó, al dictar sus
Memorias, todo lo que de personal tuvo su política
para quedarse únicamente como el jefe de la
Revolución armada, liberadora del hombre y de las
naciones, que por sus manos, había rendido su
espada".Luis XVIII fue repuesto en el trono, en lo
que se llamó la Segunda Restauración, pero en
esta ocasión iba a reinar sobre un reino más
reducido. La Segunda Paz de París, firmada el 20
de noviembre de 1815, privaba a Francia de una
serie de posiciones estratégicas en el norte y en el
este y reducía su población en casi 500.000
habitantes. Además, ahora tenía que pagar una
indemnización de 700.000.000 de francos y aceptar
un ejército de ocupación durante tres años al
menos. Francia se veía así humillada y aislada, a
pesar de los esfuerzos de Talleyrand en Viena por
mantenerla entre las grandes potencias
europeas.Al mismo tiempo que se firmaba el
tratado de París de 1815, las cuatro potencias
aliadas -Austria, Rusia, Prusia y Gran Bretañafirmaban otro tratado que perpetuaba la Cuádruple
Alianza y se comprometían a convocar en el futuro
otros congresos diplomáticos para el
mantenimiento de la paz y del statu quo que se
había conseguido en Chaumont, Viena y París. El
zar Alejandro fue todavía más lejos y, dando rienda
suelta a su inspiración personal, quiso que los
grandes principios de paz, clemencia y buena
voluntad recíproca que debían constituir los
fundamentos espirituales para la conservación
tanto de la sociedad moderna como de las
fronteras y de los gobiernos, fueran suscritos por
todos los soberanos europeos. Así pues, indujo al
rey de Prusia y al emperador austriaco a formar
con él la Santa Alianza, mediante la cual, como
rezaba el texto firmado el 26 de septiembre de
1815, los tres soberanos "Declaran solemnemente
que el acta presente no tiene más objeto que el de
manifestar frente al Universo su determinación
inquebrantable de no tomar como regla de
conducta, tanto en la administración de sus
Estados respectivos como en sus relaciones
políticas con todos los demás gobiernos, más que
los preceptos de esta religión santa, preceptos de
justicia, de caridad y de paz, que lejos de ser
únicamente aplicables a la vida privada, deben por
el contrario influir directamente en las resoluciones
de los príncipes, y guiar todos sus pasos como
único medio de consolidar las instituciones
humanas y de remediar sus imperfecciones".La
Santa Alianza ha sido considerada a veces por la
historiografía como un instrumento maléfico para
poner en práctica una política fanáticamente
reaccionaria, dispuesta a mantener a toda costa los
principios del Antiguo Régimen. Pero en realidad,
como ha puesto claramente de manifiesto G.
Bertier de Sauvigny, el documento fue firmado por
Austria y Prusia únicamente por razones de
cortesía y la Santa Alianza nunca funcionó como
instrumento operativo porque, sencillamente, nadie
se lo tomó en serio. Es más, el nombre de la Santa
Alianza no apareció en ningún documento
diplomático, por lo que habría que concluir con
Friedrich von Gentz, el íntimo colaborador de
Metternich, que se quedó en una "nullité
politique".La Santa Alianza no funcionó porque
apelaba a la antigua noción de la unidad de la
Cristiandad que, a su vez, presuponía la existencia
de una comunidad de Estados basados en unos
principios idénticos y organizados como
monarquías legitimistas. En cambio, la Cuádruple
Alianza se basaba en el establecimiento de un
equilibrio de poder entre los Estados, asumiendo
las rivalidades que pudiesen existir entre ellos
independientemente de sus respectivos sistemas
de gobierno. Su propósito de que las grandes
potencias se reunieran periódicamente en
congresos para controlar ese equilibrio de poderes
y resolver las posibles disputas entre ellos,
resultaba más viable. Eso explica que Gran
Bretaña firmase el tratado de la Cuádruple Alianza
y no el de la Santa Alianza. El sistema de
Congresos de 1815 pudo proporcionar a las
naciones europeas un mecanismo realista y eficaz
para seguir y controlar los cambios pacíficos
mediante las consultas periódicas entre las grandes
potencias. Su desgracia fue que se convirtió en un
instrumento en las manos de Metternich, el cual
con propósitos claramente conservadores, trató de
utilizarlo para impedir los cambios en una época en
la que éstos pugnaban con gran ímpetu para
imponerse a las fuerzas conservadoras.
La Europa de las Revoluciones
Nombre: La Europa de las Revoluciones
A. Baudin en las barricadas
de París
Dibujos sobre la miseria del
pueblo en Silesia y la
contestación del Gobierno
Ataque de los soldados
prusianos a una barricada
en Breslau
Época: EuropaRevolucionaria
Inicio: Año 1830
Fin: Año 1870
Siguientes:
Grandes corrientes de pensamiento
Prosperidad material y capitalismo
Inicios del movimiento obrero
Francia entre 1830 y 1848
La Confederación Germánica
Austria
Rusia
Las Revoluciones de 1848
Las cuatro décadas centrales del siglo pasado,
entre 1830 y 1870, constituyen un periodo en el
que la prosperidad material se acentúa y, aunque
persisten notables desigualdades, se experimenta
Enfrentamientos entre la
multitud y la Guardia
Nacional en Viena
una generalizada mejora de las condiciones de vida
de las que se benefician casi todos los sectores de
la sociedad. En buena medida, estos cambios
fueron debidos a las grandes transformaciones que
se produjeron en el mundo de los transportes y a
los progresos experimentados en el abastecimiento
de los productos alimenticios. Michael Biddis ha
Cartel revolucionario
francés
escrito que las transformaciones económicas de
aquellos años provocaron una serie de cambios
que modificaron la vida ordinaria de los europeos
en un grado sólo comparable a la revolución que
supuso la aparición de las herramientas
neolíticas.Desde mediados de siglo, especialmente,
esta expansión económica resultó notable y
claramente perceptible en países como el Reino
Unido y Bélgica, que tenían un indudable liderazgo
en los procesos de transformación económica que
llevaron a la sociedad capitalista, pero también
empezaron a notarse en Francia, en Prusia, y en
otros pequeños Estados alemanes. La Exposición
Internacional de Londres de 1851, en la que
catorce mil empresas expusieron sus productos,
fue la primera gran demostración del nacimiento de
una sociedad próspera y consciente del progreso
que se experimentaba. Biddis ha sugerido que el
Crystal Palace, construido por Joseph Paxton para
albergar la Exposición, podría representar una
catedral secular en la que se ponía de manifiesto el
esplendor de la nueva religión del progreso
material. Las celebraciones de esta nueva liturgia
continuarían con las exposiciones de París (1855),
Londres (1862), de nuevo París (1867), Viena
(1873) y, ya fuera de Europa, Filadelfia (Centennial
Exhibition de 1876).La amenaza revolucionaria,
persistente desde medio siglo antes, comenzó a
alejarse en el horizonte, mientras que la percepción
generalizada de mejoras, a partir de los avances en
los campos científico y tecnológico, alcanzó a las
circunstancias normales de la vida diaria, y los
habitantes de los países más avanzados
empezaron a adquirir el convencimiento de que era
posible el cambio y la mejora permanentes.
Imperios y unificaciones
Napoleón III
La reina Victoria, retrato de
Julia Abercromby
Nombre: Imperios y unificaciones
Época: Imperios y unificaci
Inicio: Año 1850
Fin: Año 1870
Siguientes:
El Segundo Imperio Francés
La unificación italiana
La unificación alemana
En Gran Bretaña, el importante auge
experimentado gracias al impulso de la Revolución
Industrial se traduce en un incremento del potencial
exterior, fundamentalmente basado en el dominio
naval y en los favorables vientos económicos.
Gran Bretaña e Irlanda
Durantes este periodo, no sólo se mantiene sino
que se termina de perfilar un Imperio mundial que
permite establecer colonias y factorías en todos los
rincones del mundo. El mandato de la reina Victoria
permite a Gran Bretaña ejercer el papel de nación
hegemónica, algo más alejada de los asuntos
Francia
europeos pero con una presencia dominante en el
comercio mundial.Por su parte, Francia conocerá la
Italia septentrional
implantación de un nuevo régimen imperial tras la
aventura napoleónica. El mandato de Napoleón III
conocerá fuertes convulsiones internas que no
impedirán experimentar una época de esplendor
imperial. La proyección exterior del régimen, en
especial la aventura italiana, será una de las
causas de la derrota militar y la proclamación de la
Alemania
república.Italia y Alemania conocen en esta época
su configuración estatal. El auge de las ideas
nacionalistas sirve de contexto para la construcción
de ambas identidades nacionales. Ambos procesos
habrán de solventar serias diferencias -políticas,
económicas, culturales, etc- entre los territorios que
pasarán a estar unificados. Además, las
unificaciones se harán a costa de unidades
políticas ya existentes, que no querrán perder su
autonomía, en algunos casos, o ceder su control
Rutas mercantiles hacia la
India
sobre los territorios que dominan. Especialmente
perjudicada en ambos procesos de unificación va a
resultar Austria, un viejo imperio que pugna por
mantenerse en pie.
Independencias latinoamericanas
Simón Bolívar, por Tito
Salas
Nombre: Independencias latinoamericanas
Época: Independencias ameri
Inicio: Año 1804
Fin: Año 1820
Siguientes:
La independencia de Haití
La independencia del Imperio Español
La independencia de Brasil
Formación de los estados latinoamericanos
Desde finales del siglo XVIII, fruto de las ideas
ilustradas, un viento de independencia recorre los
Miguel Hidalgo, talla de
Silvestre Terrazas
territorios coloniales americanos. El 1 de enero de
1804, Haití, que por aquél entonces comprendía el
total de la isla de Santo Domigo, siguió el camino
marcado por los estadounidenses. Pocos años más
tarde, en 1811, aprovechando la debilidad de la
corona española por las guerras napoleónicas,
Venezuela se declaró independiente, siguiéndole
ese mismo año Paraguay. Las Provincias Unidas
del Río de La Plata, que más tarde se llamarán
Argentina, declaran su independencia en 1812. La
República autónoma del Uruguay se proclama en
1828. Simón Bolivar emprendió, tras la liberación
de Venezuela, la del virreinato de Nueva Granada,
Monumento a José de San
Martín, en Rosario
(Argentina)
a partir de 1819. Ambos territorios se integraron en
una efímera unidad política que se llamó Colombia,
y a los que se unirán Panamá, liberada
pacíficamente, y Ecuador, tras la batalla de
Pichincha en 1822.La libertad de Chile se produjo
tras la victoria del general San Martín en la batalla
de Chacabuco, en 1817. En 1821 los ejércitos
libertadores pasaron a Perú, derrotando a las
Toussaint L´Overture
tropas españolas en la batalla de Junín, producida
tres años más tarde, lo que facultó la
independencia del país. El Alto Perú, la actual
Bolivia, no debió esperar mucho para liberarse, tras
vencer las tropas de Sucre al ejército español, el 8
de diciembre de 1824. Brasil conoce su
independencia en 1822, tras autoerigirse
emperador Pedro I. En México, en septiembre de
1821, el Acta de Independencia proclama la
libertad del país. Ese mismo año, tras numerosos
intentos secesionistas en Centroamérica, se
proclaman las Provincias Unidas del Centro de
América bajo la forma de una república federal. La
formación de los diversos países
centroamericanos, aún habrá de esperar algunos
años.
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