José Antonio Páez: CCXVI aniversario de su nacimiento.

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Nº 27, 2006, pp. 197-207
JOSÉ ANTONIO PÁEZ:
CCXVI ANIVERARIO DE SU NACIMIENTO
Carlos Alarico Gómez
Resumen
La figura de José Antonio Páez representa a la Venezuela que surgió de la
más cruenta guerra de nuestra historia militar. Significa, a la vez, el logro
de la democratización de la política y el afianzamiento de la
institucionalidad republicana en un país que buscaba desesperadamente
regresar al buen orden social y a la recuperación de la paz.
Palabras clave: José Antonio Páez, institucionalidad, republicana.
Summary
Jose´s figure Antonio Páez represents the Venezuela that arose of the
bloodiest war in our military history. It means, at the same time, the
achievement of the politics´s democratization and the establishment of
the republican institucionalidad in a country that looked for hopelessly
to return to the good social order and the recovery of the peace.
Key words: José Antonio Páez, republican institucionalidad.
Cuando Páez fue electo para dirigir el primer gobierno de
la cuarta república, ascendió al poder, por primera vez, un hombre del común. Se iniciaba la recuperación de nuestra identidad
como nación libre, volviendo a surgir el nombre de Venezuela
como República soberana, lejos del dominio español o de la tutela de Bogotá. Esta decisión la tomaron los venezolanos en las
urnas, siguiendo las instrucciones dadas por el Libertador, con
el fin de escoger si querían seguir dependiendo de Bogotá o si,
por el contrario, optaban por la separación y la autogestión de
su propio destino. En ese trascendental momento participaron
todos los ciudadanos con derecho al voto, quienes eligieron a
sus parlamentarios para que se reunieran en Valencia y acordaran el futuro del país.
En consecuencia, Páez fue designado por el Congreso
para ejercer la presidencia del poder ejecutivo con carácter pro197
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visional, mientras se convocara a elecciones, procediendo a
designar a Miguel Peña como ministro del Interior y Justicia, a
Diego Bautista Urbaneja en las carteras de Hacienda y de
Relaciones Exteriores y a Carlos Soublette en la de Guerra y
Marina. A partir de ese momento, Venezuela comenzó a vivir
como nación independiente. En efecto, el Congreso
Constituyente de Valencia se reunió el 6 de mayo de 1830, como
consecuencia de un acto electoral que se llevó a efecto con
absoluta pulcritud. La convocatoria a elecciones se había
producido por instrucciones emanadas del Libertador el 13 de
septiembre de 1829, cuando convocó a los pueblos bajo su mando
a emitir opinión. El Congreso procedió entonces a reunirse, con
la asistencia de sus 33 parlamentarios, que representaban a las
provincias de Guayana, Cumaná, Barcelona, Caracas, Carabobo,
Barinas, Mérida y Maracaibo. Al opinar en torno a los miembros
del Congreso de 1830, el historiador valenciano Francisco
González Guinán (Historia Contemporánea de Venezuela, 1915)
escribió en forma amplia y convincente sobre la integridad y
sentido ético de sus integrantes, expresando que:
- La mayor parte de los hombres congregados en aquel
aerópago eran verdaderas entidades de la política y en las
ciencias; algunos de ellos habían sido actores en el gran
drama de la guerra de Independencia... y todos ellos estaban
en el patriótico deber de imprimir a ese movimiento un
carácter serio, ajeno a toda pasión violenta y sólo inspirado
en el noble sentimiento de la justicia.
Como presidente fue electo Francisco Xavier Yanes y la
vicepresidencia recayó en Andrés Narvarte, mientras que Vicente Michelena y Alejo Fortique actuaron como secretarios. El
deseo de separación era casi universal, hasta el punto de que
tan sólo los diputados José María Vargas y José Luis Cabrera se
abstuvieron. No hubo ningún voto en contra de la separación
de Colombia. A Páez le correspondió colocar el ejecútese a la
Constitución de la República de Venezuela el 24 de septiembre
de 1830. Luego, se convocó al proceso electoral y el 24 de enero
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del siguiente año resultó electo presidente, iniciando su gestión
el 11 de abril como el primer mandatario de la cuarta República, para un período de cuatro años, sin reelección.
El triunfo de Páez con tan alto grado de aprobación se
debió al inmenso prestigio que tenía entre el pueblo venezolano,
sobre todo por sus increíbles hazañas de Mucurita, Mata de la
Miel, Las Queseras del Medio, Las Flecheras, Carabobo y Puerto Cabello, entre otras. Y, además, a la situación real del país
para el momento en que se produjo la disolución de Colombia.
El mismo Bolívar, en las postrimerías de su vida, después de los
sucesos de 1828 en la convención de Ocaña y del intento de
magnicidio en Bogotá, había expresado que “...La independencia es el único beneficio que hemos conseguido, a costa de todo
lo demás” (Bolívar, 1974). Esa confesión, si bien reveladora del
estado de postración física y mental en que se encontraba el
Libertador, también dejaba en claro la situación de anarquía y
malestar económico-social en que estaba Colombia.
Las razones de esa realidad hay que buscarlas en la falta
de motivación de los ciudadanos para que se integraran en un
nuevo país y se dieran a la tarea de reconstruir la patria, que
había quedado reducida a escombros y con una irreparable pérdida de recursos humanos, muchos de los cuales habían sido los
jóvenes de mejor formación intelectual de la antigua Capitanía
General de Venezuela. En su obra La estadística en la historia de
Venezuela, Manuel Alfredo Rodríguez (1973, p.141) indica que
se estima en 350 mil vidas el costo total de la guerra en Venezuela. Es decir, murió casi 40% de la población que existía en
1810. Por otra parte, las grandes extensiones de los territorios
liberados y consolidados, en lugar de integrarse, se enfrentaron
en una lucha constante de carácter regionalista, que se vio seriamente estimulada por la actitud de Santander.
Sin duda, el proceso contra el coronel Leonardo Infante
y su posterior fusilamiento contribuyeron grandemente al movimiento de separación. Tanto es así que, como consecuencia de
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ese hecho, el valenciano Miguel Peña renunció a presidir la Corte
Suprema (Verna, 1972), ya que estimó que lo ocurrido no era
más que un asesinato judicial. y, para complicar más el problema, Bolívar resignó la presidencia y abandonó la escena política, partiendo rumbo hacia su destino final en Santa Marta. Ese
año final de su vida fue verdaderamente dramático para el Libertador. El sueño que tuvo con Miranda para la creación de
Colombia (1819-1830) no había sido posible conservarlo. El 13
de enero de 1830 Venezuela se había separado de hecho de
Colombia y cuatro meses después la asamblea de Ecuador lo
hizo de todo derecho, encargando al venezolano Juan José Flores de la presidencia, mientras que Rafael Urdaneta dio un golpe de Estado en Bogotá en agosto de 1830, ofreciendo la presidencia de Colombia a Bolívar, pero éste no aceptó lo que lo obliga a mantenerse en el cargo hasta el 28 de abril de 1831.
Al producirse la separación, nuestro país proclamó sus
derechos sobre los territorios asignados por Carlos III en 1777 a
la entonces Capitanía General de Venezuela, a excepción de las
islas de Trinidad y Tobago que habían sido cedidas a Inglaterra
de acuerdo al Tratado de Amiens, en 1802. Desde su inicio, el
territorio de la nueva República tuvo tiempos difíciles, que debieron ser dedicados a la reconstrucción de la economía deteriorada por la guerra, a la planificación del pago de la deuda, a
la definición de sus fronteras, a la organización de la hacienda
pública, al estímulo de la actividad agropecuaria para que volviera a ser tan próspera como lo había sido en la época de la
colonia, pero que, en cambio, fueron destinados a una lucha
incesante por el poder, sin haberse podido atender debidamente, con el uso de toda la energía disponible, los problemas fundamentales de la nación. De hecho, tan pronto Páez asumió el
gobierno, José Tadeo Monagas inició un movimiento separatista que buscaba constituir un estado independiente en el oriente
del país, con miras a integrarse posteriormente a la antigua
Colombia. Esta actitud era de esperarse. Si bien la imagen pú200
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blica de Bolívar lucía afectada al final de su existencia, era de
suponer que alguien reaccionaría en su nombre para tratar de
salvar el proyecto colombiano. Briceño Méndez, Urdaneta,
Monagas. Cualquiera de ellos habría podido liderar un movimiento de esa naturaleza. Comenzaba la época de los caudillos
militares. El caudillismo es, por cierto, un fenómeno políticomilitar digno de ser analizado. Sus raíces deben buscarse en la
estructura socio-económica que surgió como consecuencia de la
terrible lucha que se libró en Venezuela entre 1810 y 1821. En
aquel entonces fue necesario reclutar jóvenes campesinos para
enseñarles el arte de la guerra, con el agravante de que muchos
de ellos jamás volvieron al trabajo creador. Quienes no murieron o quedaron lisiados, fueron incorporados al ejército regular, otros pudieron regresar a sus sitios de origen y una buena
parte de ellos se convirtieron en bandoleros o asaltantes de caminos.
Los caudillos, por lo tanto, surgieron como una respuesta
para conservar el buen orden social y defenderlo de eventuales
ataques de grupos criminales. Es decir, mantuvieron un “ejército” regular en sustitución de los cuerpos de seguridad que prácticamente no existían en el interior del país. Tan sólo el presidente, la gente de la capital y de las principales ciudades disponían de cuerpos destinados a la seguridad, aunque a veces se
convertían en todo lo contrario. Con el tiempo, estos “ejércitos”
personales derivaron en factores de poder con el cual los caudillos aspiraban a la silla presidencial o le servían de apoyo al
gobernante de turno. En consecuencia, el otrora pacífico y hacendoso pueblo venezolano se convirtió en un pueblo guerrero,
hasta el punto de que un político colombiano llegó a decir: “Colombia es una universidad, Ecuador un convento y Venezuela
un cuartel”.
Durante la dominación del Centauro Páez (1830–1847)
hubo 85 movimientos armados contra el gobierno, algunos de
los cuales atrajeron la atención de todo el país, por su significación e importancia. El primero fue la rebelión militar de 1831,
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situación que es controlada con toda rapidez por Páez, logrando que los rebeldes depusieran sus armas, dictando un decreto
de indulto el 23 de junio de 1831 en Valle de la Pascua, en el que
se establecían garantías para los jefes militares y demás personas comprometidas en estos sucesos. Posteriormente, se produjo la Revolución de las Reformas, el alzamiento de Farfán y la
Revolución Campesina, entre otros.
Al final de 1834, en el país existían aproximadamente 700
mil habitantes. Había una deuda exterior, adquirida durante la
Independencia, del orden de los 34 millones de pesos, en tanto
que el presupuesto era de 1 millón 500 mil pesos. El café y el
cacao representaban más del 60% del comercio exterior. Entre
los logros del primer gobierno de Páez (1831-1835) deben contarse la creación de la Sociedad Económica de Amigos del País
y numerosas escuelas de educación primaria, entre las cuales se
recuerda el Colegio Independencia de Feliciano Montenegro. Le
dio un gran impulso a la educación superior, a pesar de las grandes limitaciones económicas que tuvo su gobierno, creando la
Academia Militar de Matemáticas, el Colegio Nacional de
Trujillo, la Escuela de Cirugía de la Universidad de Caracas y el
Colegio Federal de Valencia, entre otras fundaciones. En estos
colegios, que fueron decretados en 1833, se efectuaban estudios
superiores. La Universidad de Valencia (hoy de Carabobo), tuvo
su origen en el Colegio fundado por Páez, el cual comenzó a
funcionar el 5 de julio de 1836, contando con cuatro facultades
para 1856: ciencias eclesiásticas, ciencias políticas, matemáticas
y medicina. Guzmán Blanco lo elevó a Colegio Federal de primera categoría en 1883 y, luego, Crespo lo convirtió en universidad en 1892 (Monagas, 2006).
La obra educativa no fue el único aporte de Páez al país,
pero ciertamente el más trascendente. En política exterior firmó
el tratado de comercio con Francia, estableció relaciones con
Estados Unidos, Holanda e Inglaterra, inició gestiones destinadas a lograr el reconocimiento de Venezuela por parte de España. Asimismo, mantuvo una total libertad de prensa y solicitó al
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Congreso autorización para el traslado de los restos de Bolívar
a Caracas, presidiendo el acto de repatriación en 1842. Su ejecutoria trasciende su ciclo vital. De él puede decirse que unía su
creatividad a su acción, pero con un carisma o halo mágico que
le permitía vencer limitaciones inmensas.
Su gestión le permitió al país iniciar bien su camino, siendo la primera vez que se lograba dar inicio a la institucionalidad.
Es entonces cuando nace realmente la República de Venezuela,
pues de las tres experiencias anteriores (1811, 1813 y 1818) apenas la primera llegó a tener un año de duración. Sin embargo,
debe señalarse entre sus desaciertos la ley de libertad de contratos (1834), así como la poca maniobrabilidad que demostró al
no lograr que el Congreso aprobara el acuerdo MichelenaPombo, que tantos problemas le habrían ahorrado al país en lo
referente a sus fronteras y, además, la manipulación de las elecciones de 1846. No obstante, durante el primer proceso electoral llevado a cabo en 1835, el gobierno actuó con mucha ponderación y entregó pacíficamente el poder a José María Vargas.
Desde su mismo nacimiento en el pueblito de Curpa, Estado Portuguesa, hecho ocurrido el 13 de junio de 1790, el niño
José Antonio dio muestras de un extraordinario vigor e inteligencia. Allí vivió sus primeros años, hasta que su madre, María
Violante Herrera, nativa de Lara, fijó su residencia en Guama,
Yaracuy, en 1798, región natal de su esposo Juan Victorio Páez,
quien trabajaba en la real renta del tabaco en Guanare. Mientras asistía a la escuela de la maestra Gregoria Díaz, con la que
aprendió a leer y a escribir, trabajaba con un tío paterno, Bernardo Fernández, en una bodega que poseía en ese lugar. José
Antonio Páez Herrera fue el séptimo de ocho hermanos: José
Francisco, José de los Santos, Ramón, Ubalda, María del Rosario (Mayota), Ana María y Luisa. Su vida se fue desarrollando
en perfecta tranquilidad, hasta que un día el destino le tenía
deparada una sorpresa.
En junio de 1807, después de cumplir con una encomienda de trabajo, se detuvo en Yaritagua, donde hizo ostentación
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del dinero que llevaba. Al marcharse, fue seguido por un grupo
de bandoleros que lo enfrentaron en el sitio denominado
Mayurupí y allí Páez se vio obligado a demostrar su valentía y
su rapidez en la toma de decisiones, lo que le salvó la vida. El
resultado de esta desigual pelea, en la que el joven llanero, de
apenas 17 años, se midió con tres asaltantes de camino, fue que
dio muerte a uno de ellos, mientras que hizo huir a los otros dos.
Este hecho fue también una premonición de lo que más tarde
sería una constante en la vida del Centauro, tal como ocurrió en
Bailadores y Las Queseras, en donde sus enemigos superaban
en número a sus tropas y, sin embargo, con el mismo arrojo que
en Mayurupí, venció siempre al adversario.
Pero en 1807 se enfrentó no sólo a tres bandoleros, sino
también al hecho de haber quitado la vida a otro ser humano.
Este acontecimiento lo trastornó de tal manera que decidió abandonar el hogar, tomando camino a Barinas hasta llegar al hato
La Calzada, propiedad de Manuel Antonio Pulido, en donde
fue reciamente entrenado por el caporal, a quien llamaban el
zambo Manuelote. El aprendizaje en aquel ambiente hostil, en
el que se requería fuerza física, destreza y mucho instinto para
sobrevivir a tantos peligros, dotó al Catire de una fortaleza física poco común y de una voluntad de hierro a toda prueba.
Ambos logros van a ser de gran ayuda para alcanzar el éxito
que lo inmortalizaría al contribuir con su lanza al logro de los
objetivos de emancipación y soberanía de Venezuela.
El primero de julio de 1809 contrajo matrimonio en la
ciudad de Barinas con la joven Dominga Ortiz y un año después
nació Manuel Antonio, quien con el andar del tiempo alcanzará el grado de general de brigada. Acompañó a su padre en la
campaña del 46. Murió el 5 de julio de 1875 en Caracas. Entre
1810 y 1820, Dominga acompañó a su marido en la guerra y se
convirtió en enfermera, atendiendo a los soldados que eran heridos en combate. También ayudó a su esposo cuidándolo cada
vez que sufría ataques de epilepsia. Fue una venezolana ejemplar. El 14 de agosto de 1815, en plena guerra, dio a luz a su hija
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María del Rosario (Charo), a quien dieron ese nombre en honor
a su tía Mayota. Con anterioridad a su matrimonio, Páez tuvo
amores con una dama de Casanare (hoy Colombia), de nombre
María Ricaurte, con quien tuvo un hijo al que bautizó Ramón
Páez Ricaurte. Este hijo lo acompañó hasta el momento mismo
de su muerte, en Nueva York (1873).
Mientras se iniciaba como esposo y padre de familia, se
presentaron los sucesos de abril de 1810 que, muy pronto, van a
generar un sólido movimiento a favor de la independencia, lo
cual se concreta el 5 de julio de 1811. Como es de suponer, de
inmediato surge la contrainsurgencia a favor de España, liderada
por Domingo Monteverde, lo que crea una situación de guerra
en la que se incorpora Páez, quien después de varias incursiones cae prisionero en 1813, siendo condenado a muerte por el
comandante Antonio Puig, fijándose como día para la ejecución el 6 de diciembre de 1813. Páez siempre tuvo suerte. El día
anterior, Bolívar había vencido en Araure, población muy cercana a Barinas, con la ayuda del coronel barinés Pedro Briceño
Pumar. La noche de ese mismo día se oyó un disparo y el oficial
de guardia que custodiaba a Páez, preguntó: “¿Quién vive?”.
Obteniendo la siguiente respuesta: “La América libre, soldados
de la muerte” (Páez, 1994). De inmediato se oyeron movimientos de tropa al otro lado del río Santo Domingo, lo que obligó a
Puig y su ejército a partir de inmediato hacia San Fernando de
Apure, porque pensaron -con toda lógica- que el ruido lo habían hecho las tropas del Libertador, que avanzaban sobre
Barinas después del triunfo obtenido en Araure.
Este episodio se conoce con el nombre de “Ejército de las
Ánimas”, ya que el pueblo siempre pensó que las ánimas del
purgatorio habían venido a salvar al valiente Catire de una
muerte segura. La realidad fue otra. Había ocurrido que
Dominga Ortiz, con la ayuda del comandante patriota Ramón
García de Sena, organizó una astuta estrategia que consistió en
disparar un fusil para alborotar a las garzas que, en su vuelo,
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formaron tanta algarabía que parecía el ruido de miles de caballo galopando. El mismo Páez contribuyó a popularizar la leyenda, usando siempre en su pecho un escapulario de la Virgen
del Carmen que, según la tradición de los llaneros, va los sábados al purgatorio para llevar las almas en pena hacia el paraíso
y, por ello, la copla llanera reza: “Cante, cante compañero,/ no
le tenga miedo a naiden,/ que en la copa del sombrero/ llevo a
la Virgen del Carmen” (Páez, ib).
El 11 de octubre de 1816, después de su fabulosa victoria
en la batalla de El Yagual, un soldado de nombre Pedro Camejo
pregunta por el general Páez y, al hallarse frente a él, le dice: Mi
general, fui realista, pero estoy arrepentido. Vengo a ponerme a sus
órdenes para servir a la patria. Páez lo incorpora al ejército patriota, en lo que resultó ser una excelente decisión. Camejo luchó con tanto fervor que sus compañeros le otorgaron el nombre de Negro Primero. La leyenda del nuevo Taita (El primero
fue Boves) había nacido y aún hoy es creencia en el Apure que
en las noches el Catire Páez galopa para preservar la libertad de
su patria. Todavía es tema de tertulia las veces que doblegó a los
españoles como, por ejemplo, al brigadier Miguel de La Torre, a
quien venció en Mucuritas el 28 de enero de 1817, en una histórica batalla que va a sellar la fama del legendario llanero. A
Narciso López, a quien derrotó en Las Queseras, el 2 de abril de
1819. Y después de su apoteósica intervención en Carabobo el
24 de junio de 1821, la captura del último bastión de los borbones
en territorio venezolano, cuando venció a Sebastián de la Calzada el 8 de noviembre de 1823 en Puerto Cabello. En esas contiendas los españoles pelearon con bravura, pero nada pudieron contra el genio natural de Páez, que si bien los persiguió en
Mucuritas, en cambio les concedió una rendición honrosa en
Puerto Cabello, hasta el punto de permitirles que abandonaran
Venezuela con armas y banderas.
Sin duda, la historia de Páez es parte fundamental de la
historia de nuestro país. Fue uno de los hombres que hicieron
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posible nuestra libertad, nuestra democracia, así como los derechos que nos consagran la constitución y las leyes. Es por ello
que se debe pronunciar su nombre con agradecimiento y respeto. Se han repetido muchas veces algunas de las consejas que
dijeron sus enemigos del partido liberal durante el siglo XIX,
especialmente después de su derrota en Los Araguatos, pero si
bien esos ataques son comprensibles en sus rivales de entonces,
no lo son en los venezolanos de la actualidad, que deben su
libertad a las muchas horas de sacrificio que este hombre sin
igual dedicó a lograr la Independencia de Venezuela.
Bibliografía
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BANH.
Gómez, Carlos Alarico (1996). Páez Inmortal. Caracas: Panapo.
González Guinán, F. (1915/1995). Historia Contemporánea de Venezuela.
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Rodríguez, M. A. (1975). La estadística en la historia de Venezuela. Caracas:
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Verna, Paul (1972). Vida y muerte de Leonardo Infante. Caracas:
MinEducación.
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