Yaokuikatl Betsabé Magaña Capítulo 1 (Narra mexica 01; año Yei calli 3, o 1521) En nuestro pueblo siempre hubo algo que hacía que los días no fueran iguales, algo que alegraba las ceremonias, algo que hacía que todos sonrieran y danzaran o simplemente se reconciliaran, no sé como la llamaban, despues de algún tiempo la nombraron música. La música siempre ha estado en mí, hasta el día de hoy, un día llegó y jamás se fue. Esta es mi historia, pero no solo es mía, es de todo un pueblo. Siempre me he imaginado que los antiguos iniciaron golpeando con una rama el suelo, después evolucionaron un poco más y fueron cambiando sus maneras de expresarse, el canto, a mi parecer, inició con un joven imitando a los pajarillos, a los demás animales, pero la verdad es que no he vivido mucho y en este tiempo en el que vivo es muy difícil saberlo con claridad, por lo que jamás me dijeron si estaba en un error. Existen entre nosotros los cantos religiosos, en su mayoría entonados por sacerdotes, nobles y los tlapizcatzin, encargados de enseñarlos; pero también la llamada música popular, entonada por cantores populares, llamados cuicapicque. La música entre mi gente es base de comunicación, información, historia. Pero para mí es mucho más. Hay para nosotros diferentes escuelas, como lo son el calmécac, el telpuchcalli, el cuicacalli, el tlamazcalli y el mixcoacalli. Yo pertenezco a un grupo de jóvenes que se están educando para llegar a convertirse en importantes guerreros, en una escuela llamada calmécac. Esta escuela servía para formar sacerdotes, grandes funcionarios y militares. Me eligieron porque tengo habilidades para la batalla, y aunque mi mente trabaja de tal forma que puedo formar estrategias para conquistar y derrotar a otros pueblos, nunca me gustó la guerra. Pero, aunque esta no me agrade, sigo asistiendo para llegar a convertirme en un gran sabio, poder aprenderme todos los cantos, para poder saber como se las ingeniaban para, con sus voces, llegar a describir tantas cosas. Para poder ser guerrero es necesario aprenderse algunos de los cantos, los cuales son difíciles, y aunque para mi no, para algunos otros parecía ser que sí, porque fueron asesinados hace poco por no sabérselos de una forma correcta. En el cálmecac nos enseñaban una variante de nuesta lengua, el náhuatl. Se llamaba tecpillatolli. Nos lo enseñaban porque los nobles y funcionarios debían tener una forma un poco más cultivada en su forma de hablar. Quienes nos enseñaban este arte eran los sabios tlamatinime. Además teníamos que asistir a los juegos de pelota, aprender astrología, saber interpretar los sueños y llevar la cuenta de los años (este, por ejemplo, es el año Yei calli 3), ya que, decían, esto iba a ayudarnos a profundizar en nuestros conocimientos en historia y religión. Al casi terminar los estudios en cualquiera de las instituciones, los alumnos pasaban su último año en el templo, aprendiendo del mixcoatzalotl a conservar el fuego, tañer los instrumentos que señalaban las horas y limpiar los templos. siera que algún día se me presentase la oportunidad de denegar el honor de ser guerrero, para poder dedicarme a estudiar los códices y poder entonar los cantos; poder continuar estudiando en el cuicacalli, el lugar en donde se pueden aprender los cantos y las danzas, para después poder ir al mixcoacalli, donde guardan todo lo que se usa para las danzas y cantos. Sin embargo sé que esto no será posible. El cuicacalli es una institución tan importante, que faltar a ella significa grandes sanciones, ya que se enseñan en ella cantos realmente importantes que pueden ser transmitidos únicamente de una forma oral. Los cantos, que encierran dentro grandes historias y proezas de nuestro pueblo, los mexicas, de nuestros dioses y grandes figuras de la historia, se entonan en honor a muchas divinidades. Entre las maneras de memorizar las narraciones, se encuentran la repetición de éstos de una manera rítmica y otra forma son los cantares, o versos entonados acompañados de instrumentos, que después son bailados. A los cantos que están ya instituídos se les pueden agregar más cuando hay festejos por algún hecho trascendente. Es de esta forma en que podemos recordar los hechos históricos de nuestro pueblo. Es ya el meztli Xocotlhuetzi. Como es costumbre, cada meztli (mes) está marcado con una fiesta en el calendario, exceptuando el Quecholli e Izcalli, donde hay dos. Esta en particular es en honor al dios del fuego y a nuestros muertos; es un meztli de meditación, observaciones solares y danzas de consagración al árbol, que es traído al templo de Xiuhtecutli, donde se realiza la ceremonia. Es de mañana y yo hago mi más grande esfuerzo para concentrarme en las danzas y cantos. El sol brilla con todo su esplendor como si hubiese aguardado todo su fulgor para esta humilde ocasión. Repentinamente pienso en el honor que significa estar aquí. Los instrumentos que anuncian el momento acababan de resonar. Estoy a punto de ser sacrificado. ... (Narra español; año 1521) Es agosto, 1521. Hemos llegado a una comunidad de indios, o como les llaman, naturales. Nos tomamos estos días para explorar un poco la ciudad, nombrada por los nativos Tenochtitlán. Es curioso cómo estos indios tienen su organización y jerarquía, sus costumbres y ritos. Al parecer mantienen un culto politeísta rodeado de blasfemia y herejía. Al mantener contacto con los pueblos colindantes, nos percatamos de la rivalidad existente entre ellos y estos; y también de las diferentes formas de organizarse y ver el mundo. Es de mañana, el clima es caluroso, el cielo despejado, el sol refulgente. Nos adentramos en la ciudad, hasta llegar a un lugar desde el cual se podía divisar una construcción con forma de templo. Se alcanzaba a observar allí una especie de rito pagano, con un tronco de árbol al centro y algunas doncellas danzando a su alrededor. Habían muchos de los indios dispersados en aquél lugar; algunos articipando de la danza, otros pareciendo esperar algo, unos más observando devotamente todo el barullo. Era sorprendente todo aquello. A lo lejos logro ver a uno de ellos, en particular, mirando atento al sol, como si estuviese admirando qué tanto brillaba en ese momento del día. Pertenecía al grupo de los que observaban mientras parecían aguardar algo. Se escuchó de repente un golpeteo acompañado por alguna extraña clase de instrumentos musicales de aliento. Parecía que ese simple compás interpretado tuviese un significado de gran peso para todos, pero en específico para aquél a quien yo miraba de forma atenta. Continuábamos avanzando a galope, mientras yo seguía observando todo a la distancia. Entre más nos acercábamos, más me sorprendía el tipo de cultura que allí residía, y que con certeza se extinguiría en algún momento. En el momento en que nosotros llegamos hasta ellos. ... (Narra mexica 01; año 1521) Algunas veces las cosas no suceden de la forma en que esperamos. Tampoco de la manera en que queremos. A veces las cosas sólo pasan. Esta mañana yo tenía la certeza de que al día siguiente no tendría la oportunidad de despertar, estaba totalmente convencido de que mi sacrificio sería un hecho. Sin embargo, aquí estoy. Nada fue como esperaba, pero tampoco fue mejor. Estábamos a media ceremonia, a unos minutos solamente de mi fin, cuando repentinamente aparecieron unos seres muy extraños, con la mitad de su cuerpo en forma humana y la otra mitad con forma de bestia. Nunca había visto semejantes seres. Tenían una piel muy blanca y los cabellos amarillos como el sol, pero andaban a cuatro patas. Portaban una extraña vestimenta, color de plata, y tenían rostros poco amistosos. Así fue como todo inició. Al principio, todos boquiabiertos, creímos que se trataba del cumplimiento de la profecía, aquella en la cual decía que algún día Quetzalcóatl volvería a por nosotros. En ella se describía a nuestro dios de una manera similar a la que se presentaron estos intrusos. Francamente también yo creí que era así, hasta el momento en que iniciaron con su sangrienta violencia para con nosotros. No hace falta mencionar el grado de la violencia que presencié, excepto decir que era necesario salir rápido de allí. La verdad es que no sé cómo es que sigo con vida, pero me parece que no puedo hacer más que esperar mi turno de partir, quizá no de la manera en que esperaba, pero de algún modo u otro será. Parece ser que cuando te toca irte, no puedes hacer nada por cambiarlo. Como si nuestra vida estuviera ya escrita en un libro, y lo único que variase en ella fuera la manera de cumplir lo especificado. Estoy corriendo y no sé por qué; se supone que soy un guerrrero, pero aborrezco la guerra. Debería estar allá lluchando, pero lo único que está en mi mente es que a ella no le pase nada. De repente, llego al lugar. Allí está ella, asustada y es entonces cuando me percato de que está rodeada de los extraños seres que había visto en el atrio del templo de Xiuhtecutli, pero estos se habían transformado, pues ya no tenían más que forma humana. Parecían hombres hechos de la espuma del ar. Es entonces cuando todo ocurre muy deprisa. Estoy totalmente concentrado en salvarla, en llegar hasta a ella, pero no me doy cuenta de que por detrás mío llegan más de ellos, ni de la expresión horrorizada de su rostro, alertándome. Entonces giro y repentinamente sólo logro ver de reojo cómo se la llevan mientras todo se desvanece de pronto y sólo siento el suelo helado bajo mi cuerpo. ... (Narra mexica 02; año 1538) Es curioso como la secuencia de la vida desemboca en muchas posibilidades, la mayoría fuera del alcance de la imaginación humana. Es exactamente lo me ocurrió a mí. Cuando una está haciendo sus labores en el templo de los dioses a quienes sirve, no se imagina que un gran número de bestias con la mitad de su cuerpo semejante al de un humano de color arena, va a romper la quietud de repente, amenazando con palabras desconocidas, blandiendo en el aire una especie de dagas de obsidiana color de plata; sin embargo, eso fue lo que pasó aquella vez. Me quedé totalmente paralizada, pensando en lo que ocurriría a continuación. Estaba asustada pero, en lugar de concentrarme en ello, intenté pensar qué hacer. Estaba totalmente rodeada cuando de repente, apareció él. Era mi hermano, que intentaba aproximarse hacia donde yo me encontraba, sin darse cuenta de que detrás suyo, llegaban más de esos extraños hombres bestia. Miré aterrorizada en su dirección, intentando gritarle, pero ninguna palabra salió de mi garganta. Estaba perpleja. Sólo recuerdo que, mientras me llevaban a fuerza, una de sus dagas atravezó el pecho de mi hermano. Al alejarme, casi sin aplicar resistencia ya, lo vi yacer sobre un charco de su propia sangre. Podría llegar a decir que vi su alma abandonándole. Profanando el lugar sagrado donde nos hallábamos, esas aterrorizantes bestias ultrajaron mi cuerpo, que había sido ya consagrado a los dioses. No pude hacer nada en mi defensa, ni siquiera pude darme cuenta de la hora en que nos alejábamos de allí, de la hora en que me llevaron cautiva hacia un enorme monstruo marino, que más de cerca parecía más una construcción habitable. Ya en aquél lugar, me mantuvieron encerrada hasta el día en que me hicieron trabajar para ellos. Manteníamos una comunicación a base de señas, ya que al parecer hablaban una lengua distita a la que yo había aprendido de nacimiento. Fue pasado un poco más de tiempo, cuando noté que estaba esperando un bebé. No sabía si pensar que era una bendición o, por el contrario, una maldición. Cuando aquellos seres de piel arena se dieron cuenta de ello, solían hablar de ello, aunque yo no podía entender nada de lo que ellos decían. Continué laborando para aquellos y poco a poco aprendieron la lengua náhuatl, ya que al parecer no querían inculcarme a mi la suya. Pasado el tiempo pude saber que provenían de un lugar llamado España y que por lo tanto, ellos eran llamados españoles. Con frecuencia nombraban a nuestro pueblo la Nueva España. os españoles tenían muy extrañas costumbres y maneras, tenían un solo dios y algo que ellos llamaban santos; también tenían una diferente manera de nombrar los años. Poco a poco fui aprendiendo más y me introduje en su religión. En mayo de 1522 dí a luz a una chiquilla de tez blanca y cabellos negros; mitad tenochca, mitad española. Apenas nació comenzaron a educarla como una de ellos, contra esto nada pude hacer, dado que me consideraban su propiedad y en consecuencia, a mi niña también. Pasó el tiempo y en la Nueva España se hicieron grandes cambios. Todos los niños tenochcas eran enseñados en la nueva religión, abrieron nuevas escuelas, se celebraron nuevas fiestas, se escuchó nueva música, se inauguraron nuevos templos, que eran también llamados iglesias; también se destruyó todo lo pasado, lo que había sido nuestro alguna vez. Se cambiaron las normas, las costumbres, la visión entre lo correcto y lo incorrecto. Entre todos los cambios que me ha tocado ver, probablemente uno de los mejores y más notorios, fue la música. A muchos de los niños, casi todos hijos de religiosos, se les educaba en la música. Al estar al servicio de los españoles y haber procreado una niña con uno de ellos, mi hija recibió este privilegio, aunque muy escaso, funcional. También les enseñaban a una selección de niños lo que era la danza, el teatro de evangelización, como era llamado y la pintura, principalmente de murales en conventos; y aparte de la doctrina cristiana, a leer y a escribir. A las niñas se les enseñaba en los atrios de las iglesias y monasterios a cantar, bordar, tejer y cualquiera de las labores que debían tener, en general, las mujeres. A mediados de este año, 1538, caí enferma. Aún no me he recuperado y se habla de que podría ser un cuadro grave de tifoidea. Ahora no hago más que esperar mi partida. Al parecer, después de ésta, mi hija continuará estudiando en el Colegio de Nuestra Señora, donde asisten muchas niñas mestizas y criollas abandonadas. Muchas veces he pensado que, tal vez mi cuerpo no murió aquel lejano día de 1521; pero una parte de mí, mi identidad mexica, lo hizo. Ahora sólo debo esperar a que la otra mitad también se vaya. ... (Narra mestiza; año 1539) Yo creo no pertenecer a la época en la que vivo. Siento que no encajo en esta sociedad exageradamente religiosa y moral. Lo único que podría llegar a agradarme de mi presente, es la manera en que la música acompaña todos los aspectos de mi vida. Aunque esta sea sólo el anzuelo que nos lleva a la religiosidad impuesta en la Nueva España, no me importa, si puedo llegar a disfrutarlo. Al ser producto de madre indígena y padre español, pude gozar del limitado privilegio de aprender lo más básico de este arte. Eso me bastó. Cuando murió mi madre, hace un año, ingresé al llamado Colegio de Nuestra Señora, junto a otras huérfanas mestizas, igual que yo. Allí nos enseñan labores básicas tales como leer, escribir, bordar y tejer. No nos enseñaban música, porque al parecer es un arte selecto, pero sí nos enseñan a entonar algunos cantos religiosos importantes para las iglesias y monasterios. Al ver que la música impactó en la vida de los pueblos indígenas, el año pasado la Corona española y los bispos decidieron declarar prohibidas las danzas y fiestas en los atrios de las iglesias de la Nueva España, sin embargo, para mi agrado y gratitud, la mayoría de los religiosos decidieron ignorar esto por los beneficios que traía consigo, para luego tratar de justificarse, aunque sin más éxito que una segunda advertencia. Al parecer para el rey de España la música es algo superficial en comparación con la religión y los "divinos oficios". Entre algunas de las muchas cosas que he observado, noté que hay muchos de los indígenas que se dedican a labrar los instrumentos musicales, que otros aprenden a tañerlos y algunos más escriben la música y el canto llano, hacen libros con ello y después los encuadernan. También se suman a estos los cantores. Eso por parte de los oficios relacionados a la música, pero obviamente hay más por hacer. En muchos de los oficios no se aceptan trabajadores negros ni mulatos, y en otros muchos, tampoco los permiten indios, mestizos ni castizos. En mi opinión, eso no tiene sentido. Por ejemplo, los oficios relacionados con telas son de los más exigentes en cuanto a trabajadores. A pesar de todo, los músicos son los que gozan de más libertad ya que son también creadores de instrumentos. Algunas veces, cuando acabo las labores, cuando termino el bordado o la lección, me gusta sentarme a imaginar historias del pasado. También me gusta recordar los momentos de cuando era niña, de cuando no estaban enseñándome religión o latín, y mi madre me contaba historias de antes. Me decía que antes de que llegaran los españoles, lo que ahora es Nueva España estaba dividido en muchos pueblos y que en cada uno de ellos vivía una cultura diferente. La ciudad donde ella vivía se llamaba Tenochtitlán. Me contó también que tenía un hermano, que él gustaba de la música igual que yo y también, que yo le recordaba mucho a él. Dijo también que tenían maneras diferentes de contar los años, de hacer música, de estudiar, de festejar; de vivir. A veces creo que pertenezco más a ese tiempo que a éste, que nací en el año equivocado. Yo creo no pertenecer a la época en la que vivo.