TIEMPOS DE REFORMA LOS IDUS DE MARZO Y LA REFORMA POLÍTICA En los idus de marzo, una fecha romana que caía sobre el día 15 de ese mes, el año 44 antes de Cristo fue asesinado de 23 cuchilladas, en una sesión del Senado, Julio César, cuando se iba a debatir la guerra contra los partos, a la que muchos senadores se oponían. Cuenta la historia, que su asesinato estuvo precedido de malos augurios, a los que César no atendió; desde entonces esta expresión ha sido el símbolo de un destino aciago (“Guárdate de los idus de marzo”, le dice un adivino a Julio César en la obra de Shakespeare; pero éste no hace caso y cae asesinado). También en los idus de marzo tuvo lugar, hace un año, la cumbre de Azores y un año después hemos asistido, en los mismo días, a la derrota, contra todo pronóstico, del Partido Popular y al casi linchamiento mediático de su hasta ahora líder, José María Aznar. Es sabido que la muerte de César fue un gran fracaso político. En vez de propiciar la renovación del Estado, dio lugar a un período de luchas internas que duró 15 años. Esperemos que aquí las cosas sean distintas. Pero Zapatero no lo va a tener fácil. España está de nuevo en el telar. Y no seré yo quien diga que aquí no se mueve ni una tilde de la Constitución ni de los Estatutos. La Constitución fue un hito histórico, pero han pasado 25 años y algunas cosas se pueden y se deben mejorar.. Ciertamente, España es plural, pero así no podemos seguir. Este país no puede verse sometido a una progresiva balcanización, llevándose unos y otros, cada investidura, jirones de la soberanía. Me he pronunciado ya en multitud de ocasiones sobre la unidad y diversidad de España y no voy a repetir ahora lo ya dicho. Pero quiero reafirmar hoy, cuando en España se inicia un nuevo ciclo y se oyen voces amenazantes, la necesidad de mantener los principios fundamentales que quedaron consagrados en los artículos 1, 2 y 3 de la Constitución de 1978: la soberanía nacional reside en el pueblo español; la Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la nación española, patria común e indivisible; la forma política del Estado es la Monarquía parlamentaria. Zapatero y Rajoy han recibido más de 20 millones de votos y deben mantener una posición común en cuanto se refiere a la unidad y estructura del Estado, a la lucha contra el terrorismo y el mantenimiento de la seguridad nacional, a la política exterior de nuestro país –que no puede seguir dando bandazos– y a un funcionamiento limpio, imparcial, de los órganos constitucionales. Se puede hablar de todo (“hablando se entiende la gente”), se pueden negociar reformas y mejoras del funcionamiento del Estado constitucional, se puede y se debe acabar con la crispación y recuperar el diálogo (me remito a cuanto dije hace meses en mi artículo “Recuperar el diálogo”, Expansión, 9.Julio.2003). Pero todos deben saber que España no está en almoneda y que en lo fundamental la inmensa mayoría de los españoles (312 Diputados, de los 350) tienen una posición común. El PSC es aquí la clave y tiene que seguir siendo ese factor de unidad que ha sido siempre. Pero he dicho que el Estado –y el sistema político español– necesita reformas. Ha llegado el momento de depurar una democracia alumbrada tras una modélica transición desde el régimen autoritario anterior, pero que es todavía de muy baja calidad: está llena de trampas, de engaños, de falsedades y malas prácticas. El Partido Popular y los gobiernos del presidente Aznar se van, después de ocho años, dejando atrás una España próspera, más rica, más reconocida y admirada en el mundo. El éxito de su política económica y de algunas reformas estructurales que han sido sus señas de identidad es algo que nadie podrá negar, se mire como se mire. Pero sus reformas políticas, de mejora de las instituciones, han sido escasas, por no decir nulas. El PSOE, que tampoco las hizo bajo los mandatos de Felipe González, tiene ahora la oportunidad –yo diría el deber– de llevarlas a cabo, haciendo honor a algunas de sus promesas electorales. Las bellas palabras de Zapatero en la noche electoral –diálogo, transparencia, negociación, tolerancia, control parlamentario, “el poder no me va a cambiar”– deben ser hechas realidad. Quien esto escribe, hace muchos años que sigue de cerca la política; ha participado en ella en un período corto –pero intenso– de su vida y ha visto hechas realidad más de una vez las viejas palabras de Lord Acton: “El poder corrompe siempre y el poder absoluto corrompe absolutamente”. El poder absoluto se da también en los partidos, cuya estructura, financiación y funcionamiento no son hasta ahora democráticos; el endiosamiento que produce el Palacio de la Moncloa (Chiqui Benegas lo confesó un día sin darse cuenta) es algo que nos produce miedo a los simples mortales. Cierto que al cabo de cuatro años (o de ocho), el que se pasa recibe su merecido, 1 como le ocurrió al PSOE en el 96 y ahora le ha ocurrido al PP. Pero este es un pobre consuelo, porque salimos de Málaga para entrar en Malagón. A una dictadura de partido le sigue otra. La experiencia histórica demuestra que la buena gobernación no depende de las cualidades de las personas sino de la calidad de las instituciones. Un gran país no es nunca el resultado de líderes carismáticos, sino de instituciones y procesos bien pensados, que sean garantía de buenas decisiones. Y en esto, España está necesitada de un nuevo ciclo de reformas políticas semejante al que se inició en 1997. Reformas que modifiquen las Cámaras legislativas (Reglamento del Congreso y reforma del Senado, como Cámara de representación territorial), el sistema electoral (hay que hacer más auténtica la representación política que hoy está falseada: no se sabe a quien se vota, solo el partido), la financiación y el funcionamiento de los partidos políticos (hoy centralizados y dictatoriales), el Consejo General del Poder Judicial (hay que hacerlo independiente de la política), el sistema de televisión pública (no puede seguir siendo, ni en el Estado ni en las Comunidades Autónomas el aparato de propaganda de los gobiernos de turno) las Comisiones Reguladoras (CNMV, CMT, CNE, a las que hay que dotar de competencias decisorias y un estatuto de independencia respecto del Gobierno), la Fiscalía General del Estado (cuyo nombramiento, por tiempo determinado, debe corresponder al Congreso), las Cajas de Ahorro (a las que hay que liberar, de verdad, del yugo político). Y así, otras reformas que no puedo ahora detallar. El señor Rodríguez Zapatero se ha referido en sus discursos a algunas de estas reformas. Vamos a ver si es capaz de hacerlas realidad, con el consenso de las demás fuerzas políticas. Todos suelen predicarlas cuando están en la oposición pero se olvidan de ellas cuando llegan al poder. El partido socialista hará bien en mantener, con alguna corrección si lo cree necesario, la política económica de los gobiernos del PP, cuya bondad ha quedado acreditada. Pero debe abordar, porque ya es hora, una gran reforma política. Gaspar Ariño Madrid, 12 de marzo de 2004 2