matar a jesús - La esfera de los libros

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Bill O’Reilly
y Martin Dugard
M ATAR
A J ESÚS
La historia
Traducción del inglés
Pepa Páez
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CAPÍTULO UNO
BELÉN, JUDEA
MARZO, AÑO 5 A. C.
POR LA MAÑANA
l niño al que quedan treinta y seis años de vida está siendo perseguido.
Decididos a encontrar y matar al niño, soldados de la capital, Jerusalén, se dirigen armados hasta los dientes al pequeño pueblo; son mercenarios extranjeros de razas diversas, provenientes de Grecia, la Galia
y Siria. El niño se llama Jesús, aunque ellos no lo saben, y su único delito es que se dice que él será el próximo rey del pueblo judío. Herodes, el actual monarca, un déspota moribundo mitad judío mitad árabe, está tan empeñado en que el bebé muera que ha ordenado a su
ejército matar a todos los niños varones de Belén* menores de dos
E
*
Hubo en realidad dos pueblos con el nombre de Belén y ambos afirman ser el verdadero emplazamiento de la Natividad. El pueblo natal del rey David está situado a pocas millas de Jerusalén. Las investigaciones arqueológicas han mostrado que o era una
aldea muy pequeña o estaba relativamente deshabitado cuando Jesús nació. El otro está
en Galilea, a cuatro millas de Nazaret, y los que piensan que este fue el emplazamiento
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años. Los soldados no saben cómo son la madre y el padre, ni tampoco dónde viven exactamente; de ahí que hayan de matar a todos los
bebés varones del pueblo y sus alrededores. Solo así se garantizará la desaparición de este rey en potencia.
Es primavera, el momento álgido de la temporada de cría de la
oveja en Judea. El ondulante camino de tierra que lleva hasta el pueblo
conduce al ejército por frondosos olivares bajo la mirada de los pastores que cuidan los rebaños. Los jóvenes soldados calzan sandalias y llevan las piernas al aire, con una especie de faldilla de tiras de cuero superpuestas, la pteruges, colgando de su cintura. Sudan profusamente
bajo el peto metálico y el casco ático de bronce y estaño que les protege el cráneo y las mejillas.
Los soldados conocen muy bien la infame crueldad de Herodes y
su proclividad a matar a cualquiera que amenace su permanencia en el
trono; pero nadie se para a pensar si está bien o mal una matanza de
niños.* Los soldados tampoco se preguntan si no les faltará valor para
arrancar de los brazos de su madre a niños deshechos en llanto y ejecutarlos: llegado el momento, acatarán las órdenes y cumplirán con su
deber. De lo contrario, se arriesgan a que los maten allí mismo por insubordinación.
Exterminarán a los niños con la espada. Todos van armados con la
versión judaica de los afilados pugiones y gladius de las legiones romanas,
que cuelgan de su cintura. No obstante, sus métodos de asesinato no se
creen que el avanzado estado de gestación de María le haría muy difícil caminar las cien
millas que median hasta el otro. Los que defienden el emplazamiento tradicional señalan
la profecía bíblica de que Jesús nacería en la Ciudad de David, que es la Belén situada
junto a Jerusalén; el hecho de que María y José llevaran a Jesús al Templo de Jerusalén
ocho días después de su nacimiento, y luego otra vez al cuadragésimo día, parece inclinar
la balanza a favor del emplazamiento tradicional.
*
El genocidio abunda en el mundo clásico: «Abre el útero de las mujeres embarazadas de un tajo; deja ciegos a los niños», es un verso de un antiguo poema asirio. El genocidio se solía considerar justificable desde el punto de vista ético si la matanza era por
venganza o para repeler una agresión.
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La matanza de los inocentes por Herodes.
limitarán al filo del puñal o la espada: si quieren, los soldados de Herodes también pueden matar a los bebés aplastándoles la cabeza con un
pedrusco, tirándolos por un barranco o simplemente estrangulándolos
con el puño.
El modo en que se produzca la muerte no importa. Lo que importa es un solo hecho: sea o no rey de los judíos, el niño ha de morir.
†††
Mientras, en su palacio de Jerusalén, el rey Herodes se asoma a la ventana mirando hacia Belén y esperando con ansia que le confirmen esa
muerte. En las calles empedradas a los pies de este monarca nombrado
por Roma, los atestados bazares venden de todo, desde dátiles y agua
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hasta baratijas para viajeros de paso y cordero asado. Encrucijada del
Mediterráneo oriental, esta ciudad amurallada de menos de una milla
cuadrada concentra a unos ocho mil habitantes. Barriendo el panorama con la mirada, Herodes ve campesinos llegados de Galilea, mujeres
sirias con ropas de vivos colores y soldados extranjeros: a estos los paga
por batirse en sus guerras. Son grandes combatientes, pero no son judíos y no hablan una palabra de hebreo.
Herodes suelta un suspiro: hace tiempo, de joven, jamás se habría quedado junto a la ventana dándole vueltas al futuro. Un gran
rey y guerrero como él habría ordenado embridar el caballo blanco,
su favorito, para galopar hasta Belén sin demora y matar al niño con
sus propias manos. Pero Herodes ahora tiene sesenta y nueve años.
Su enorme barriga y sus constantes problemas de salud le impiden
salir de palacio, por no hablar de montar a caballo. La barba le cubre
el mentón y baja hasta la nuez enmarcando un rostro abotargado.
Esta mañana se ha puesto, al estilo romano, un regio manto púrpura sobre una túnica blanca de seda y manga corta. Normalmente
prefiere sus calzas de suave piel teñida de púrpura, pero hoy el más
leve roce en su inflamado dedo gordo del pie le haría gritar de dolor: Herodes, el hombre más poderoso de Judea, va cojeando descalzo por su palacio.
Pero la gota es el menor de sus males. El rey de los judíos —así se
hace llamar este converso no practicante— también tiene problemas
de pulmón y riñones, lombrices intestinales, una dolencia cardiaca, enfermedades venéreas y una horrible gangrena que le ha carcomido los
genitales, ahora renegridos e infectados de gusanos: por eso no puede
sentarse a horcajadas a lomos de un caballo, y menos aún cabalgar.
A sus achaques y dolores ya está acostumbrado, pero la noticia que
ha llegado a sus oídos de un nuevo rey en Belén ha atemorizado a
Herodes. Desde que los romanos lo nombraron gobernador de Judea
hace más de treinta años, ha tenido que desarticular incontables conspi-
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Herodes el Grande supervisando la ampliación del Templo.
raciones y librar muchas guerras para seguir siendo rey: ha matado
a todo aquel que aspirara a arrebatarle el trono y ha ejecutado incluso a
meros sospechosos de confabularse contra él. Su poder sobre las gentes
de Judea es absoluto: nadie está a salvo de sus ejecuciones. Ha decretado
muertes por ahorcamiento, lapidación, estrangulamiento, hoguera, espada, alimañas, veneno, apaleamiento y una modalidad de suicidio público
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en la que las víctimas son forzadas a arrojarse desde lo alto de un edificio. La única forma de ejecución que nunca ha empleado es la crucifixión, la muerte más lenta y humillante: primero azotan al reo y después lo clavan en una cruz de madera, desnudo y a la vista de todos
desde las murallas de la ciudad. Los romanos, maestros en este brutal
arte, son casi los únicos que lo practican. A Herodes no se le ocurriría
provocar la ira de sus superiores en Roma apropiándose de su método
preferido de asesinato.
Herodes tiene diez esposas, o mejor dicho, eran diez antes de que
ejecutara a la más temperamental, Mariamna, acusándola de conspirar contra él; para no quedarse corto, también ordenó matar a la madre de esta y a Alejandro y Aristóbulo, los hijos habidos en su matrimonio. Antes de cumplirse un año, habrá matado a un tercer vástago
varón. No es de extrañar que César Augusto, el gran emperador romano, comentara abiertamente: «Mejor ser el cerdo de Herodes que
su hijo».
Pero la nueva amenaza, aun viniendo de un niño, es la más peligrosa de todas. Los profetas judíos llevan siglos prediciendo la llegada
de un nuevo rey que dirigirá a su pueblo.* El cumplimiento de cinco
profecías muy concretas confirmaría el nacimiento del nuevo Mesías.
La primera es que aparecerá una gran estrella en el cielo.
La segunda es que el bebé nacerá en Belén, la aldea donde el gran
rey David había nacido hacía un milenio.
*
La patria judía fue llamada primero Israel, la «tierra prometida» que Dios ofreció a
sus seguidores. La franja septentrional de este reino cayó en el año 722 a. C. ante los filisteos, mientras que los babilonios ocuparon más tarde la mitad meridional. La conquista
romana en el año 63 a. C. hizo que la zona circundante de Jerusalén se conociera como
Judea.Toda la región, incluida Galilea, era una circunscripción de la provincia romana de
Siria, y los términos «Israel» y «Palestina» no se usaban en tiempos de Jesús. El nombre
de Israel empezó a utilizarse de nuevo con la fundación del estado judío independiente
el 14 de mayo de 1948: habían pasado cerca de cuatro mil años desde que los primeros
judíos cruzaron la frontera de la Tierra Prometida.