Un Sínodo sin líneas rojas Queridos diocesanos Acabo de leer detenidamente la Relación Final del Sínodo de los Obispo sobre la Familia y considero que tengo la obligación de compartir con vosotros la conclusión de lectura personal. Os confieso que lo he leído buscando sobre todo lo que yo esperaba de él. Por eso, os digo ya de entrada que me ha quedado muy satisfecho; entiendo que en lo esencial, aunque está muy bien situado en el magisterio de los últimos papas, es decisivo para un nuevo estilo pastoral de la Iglesia en relación con el matrimonio y la familia. A lo largo del desarrollo del sínodo yo me he preguntado muchas veces cómo estarían contemplando los sinodales la situación compleja y nueva del matrimonio y de la familia; me preguntaba si sabrían contemplar con ojos de misericordia pastoral el transfondo real de las opciones y decisiones que hoy tantas parejas jóvenes y no tan jóvenes toman en nuestras ciudades y pueblos. Os puedo decir que, sin justificar nada de lo que se hace, lo que la Iglesia ve y vive en su entorno está contemplado con una mirada que no excluye, sino que se sabe llamada a entrar en diálogo pastoral con todos y a mantener siempre abierta la puerta para quienes quieran acoger el ideal de matrimonio y familia que ella anima y promueve. Es más, su mirada es de una profunda comprensión, teniendo en cuenta que las situaciones en las que muchos viven no siempre son queridas por ellos, sino que con frecuencia son inducidas y a veces también sufridas. Por eso alimenta como actitud fundamental una conciencia clara de que todos son amados de Dios y, por tanto, han de estar en el corazón de la acción pastoral de la Iglesia. Una preciosa síntesis del pensamiento pastoral del sínodo muy bien podría ser esta: “El sínodo, al tiempo que aprecia y estimula a las familias que hacen honor a la belleza del matrimonio cristiano, se preocupa de promover un discernimiento pastoral de las situaciones en las que la acogida de este don tiene dificultades para ser apreciada y también de diversos modos comprometida. Mantener vivo el diálogo pastoral con estos fieles, para favorecer una coherente apertura al Evangelio del matrimonio y de la familia en su plenitud, es una grave responsabilidad. Los pastores tienen el deber de identificar los elementos que pueden favorecer la evangelización y el creamiento humano y espiritual de aquellos cuyo cuidado le ha sido confiado por el Señor” (n.69). No se puede decir mejor ni se puede mostrar tan claramente cómo ha de ser la coherencia pastoral en este y en otros asuntos de la vida de la Iglesia. Es evidente que, con un planteamiento como este, necesariamente se han de sentir acompañados los más íntimos y más de dentro y, por supuesto, también aquellos que tienen dificultad para vivir los valores del matrimonio y de la familia. Por mi parte, no sólo por esta declaración, sino también por la coherencia doctrinal y pastoral con que se plantean todos los temas que aparecen a lo largo de los 94 números del documento, me he quedado plenamente satisfecho; porque en realidad era lo que esperaba del sínodo: que supiera situarse en el estímulo a los que, aunque con dificultades, viven en coherencia con la familia cristiana, y que tuviera anchura de corazón, siempre misericordioso, para estimular la cercanía a la realidad en la que viven aquellos que hoy, en un número cada vez mayor y significativo, adoptan otras decisiones y posiciones ante el matrimonio y la familia. Me ha satisfecho sobre todo del sínodo ese modo de saber decir una verdad que sólo es estimulante desde la misericordia. Como muy bien afirma: “La primera verdad de la Iglesia es el amor de Dios” (MV 12). Como nunca estuve pendiente de la línea roja, esa que muchos, situados tanto a un lado como a otro de ella, esperaban que se traspasara, no siento ningún desencanto. En realidad, cuando se ponen líneas rojas, se aceptan frentes de combate y eso corre el peligro de sembrar de “minas” el camino que ha de recorrer una Iglesia que busca ajustar su paso al paso del amor de Dios. Quizás es por eso que el Sínodo nos ha pedido a todos que sepamos situar nuestra mirada en las situaciones y problemas que contemplamos en los matrimonios y las familias con las que convivimos. Por un lado, nos invita a amar la verdad, porque comprender y acoger no puede ni debe en modo alguno disminuir nuestra valoración de la belleza del matrimonio y de la familia; pero, por otro, la verdad no puede ser nunca un arma arrojadiza sobre quienes no la aceptan, la acogen o la viven. Siempre, y sin ninguna excepción, hay un camino de diálogo paciente y misericordioso, que todos tenemos la obligación de fortalecer en la convivencia de cada día, especialmente en la parroquia, que es la Iglesia que está entre las casas de sus hijos y de sus hijas. Estoy convencido de que en ese compuesto de verdad con misericordia todos se sentirán cómodos y a gusto. No sé si esto os ayuda a entender lo que ha sucedido en el Sínodo, sobre todo después de las cosas tan sesudas y tan concretas que se han dicho; pero yo me daría por satisfecho con que en nuestras vidas y acciones pastorales asumiéramos este estilo que, como veis, tiene mucho de evangelizador. Con mi afecto y bendición. + Amadeo Rodríguez Magro Obispo de Plasencia