Pagos y lazos sociales

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Publicado en la Revista Crítica en Desarrollo. No 02 Segundo Semestre
de 2008. (Buenos Aires) Página 43 a la 61.
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Pagos y lazos sociales1 2
Viviana Zelizer*
Resumen
Los pagos en dinero entran dentro de tres categorías: regalo, derecho, y compensación.
Cada una corresponde a un tipo de relaciones sociales y de significados específicamente
diferenciado. Cuando las personas realizan pagos utilizan múltiples técnicas de
asignación para distinguir entre esas categorías de relaciones sociales y sentidos y para
imponer controles sustanciales sobre los usos apropiados del dinero recibido en cada
categoría, y atribuyen gran importancia a las distinciones implicadas, creando así
monedas parcialmente separadas aun cuando el medio de pago involucrado es la
moneda de curso legal vigente. En EEUU, burocratización, comercialización y
monetización alteraron significativamente el alcance, la forma y el contenido de los
regalos en dinero, los derechos y las compensaciones, pero no redujeron la importancia
de la asignación y el control mencionados. La investigación de: 1) los bonos en las
firmas comerciales y 2) los pagos por servicios sexuales ilustra lo significativo de estos
principios.
Palabras clave: pagos, dinero, lazos sociales
Abstract
Monetary payments fall into three categories: gift, entitlement, and compensation. Each
one corresponds to a significantly different set of social relations and systems of
meanings. People making payments use a number of earmarking techniques to
distinguish those categories of social relations and meanings from each other, impose
substantial controls over the proper uses of money received within each category, and
attach great importance to the distinctions involved, thus creating partly separate
currencies even when the medium involved is legal tender. In the United States,
bureaucratization, commercialization, and monetization significantly altered the scope,
form, and content of monetary gifts, entitlements, and compensation, but did not reduce
the importance of such earmarking and control. Investigation of (1) bonuses in
commercial firms and (2) sexual payments illustrate the significance of these principles.
Key words payments - money - social ties
Supongamos por un momento que estamos en el año 2096. Miremos a las
familias norteamericanas: si bien ahora el dinero toma habitualmente formas postelectrónicas que eran inusuales en el siglo XX, en el hogar “tradicional”, “amas” y
“amos” de casa reciben de sus esposos generadores de ingresos sumas mensuales
estipuladas como salarios. Los salarios se renegocian anualmente; se imponen multas
1
Publicado originalmente en Sociological Forum, número 11, septiembre de 1996, pp. 481-495.
Traducción al español: Mariana Luzzi.
2
Continuando el puente que este artículo tiende entre trabajos presentes y pasados, he tomado una
sección sustancial del texto de varias partes de The social meaning of money [El sentido social del dinero]
(1994). Agradezco al público que debatió diferentes versiones del artículo en la sesión “Lumping and
splitting”, en el Encuentro Anual de la Eastern Sociological Association en 1995, en el Departamento de
Sociología de la Universidad de Pennsylvania y en la Escuela de Derecho de la Universidad de Miami y
también a Evaitar Zeruvabel por su estímulo para preparar esta versión.
*
Viviana Zelizer es profesora de sociología en el Departamento de Sociología de la Universidad de
Princeton. Ha escrito importantes trabajos de sociología económica, entre ellos, The social meaning of
Money (1994) y The purchase of intimacy (2005). Email: [email protected]
2
por limpieza descuidada, por cocina incompetente, por el cuidado negligente de los
niños, o por hacer el amor de manera indiferente. También se otorgan aumentos a mitad
de año o premios en efectivo por desempeños excepcionales. Un tribunal arbitral
resuelve las disputas financieras domésticas. En hogares de otro tipo, los esposos
poseen cuentas separadas, distribuyen las tareas emocionales y domésticas
equitativamente y pagan en efectivo por la realización de cualquier actividad o tarea
extra: desde el mantenimiento de la casa hasta el cuidado de los niños y las relaciones
sexuales. En todos los hogares, los niños tienen una escala de trabajo a destajo para sus
variadas responsabilidades domésticas. Los buenos boletines suponen el pago de un
bono, y las malas notas un descuento. Cuando entran en la universidad, los hijos firman
un contrato para retribuir todos los gastos de sus padres en una cantidad determinada de
años después de la graduación.
Ahora miremos qué sucede con una empresa exitosa en el año 2096. Como un
derecho, los trabajadores reciben un mínimo básico de alojamiento, comida y cuidado
de la salud. No reciben ningún pago regular por su tiempo, esfuerzo ni por sus
calificaciones. Los jefes deciden cuándo, cómo y en qué cantidad realizan pagos a sus
empleados, y éstos los reciben como regalos; los cheques de pago llegan algunas veces
al final de la semana, otras al final del mes. Los propietarios recompensan el desempeño
excepcional con órdenes de compra o llevando al trabajador al cine y a cenar afuera.
Este relato es quizás extraño, pero no pertenece al género fantástico. No hay,
después de todo, nada nuevo ni aberrante en los tipos de transferencia monetaria que
acabo de describir: la gente paga por servicios sexuales, los padres pagan a sus hijos por
ciertas tareas, la gente da dinero habitualmente en forma arbitraria. Lo que hace a este
relato extraño, incómodo o divertido es el desajuste entre las relaciones sociales
involucradas en él y las formas de transferencia monetaria. En nuestros casos
hipotéticos, lo que parece extraño respecto del hogar es que todos los pagos toman la
forma de compensaciones. Lo que resulta extraño respecto de la empresa es que todos
los pagos toman la forma de derechos o de regalos.
Para ver más claramente el punto en discusión, necesitamos distinguir entre tres
maneras posibles de organizar cualquier tipo de pago monetario: como compensación
(intercambio directo), como derecho (el derecho a una participación) y como regalo (el
otorgamiento voluntario de una persona a otra). El dinero como compensación implica
un intercambio equitativo de valores y una cierta distancia, contingencia, negociación y
control entre las partes. El dinero como derecho implica fuertes reclamos de poder y
autonomía por parte del receptor. El dinero como regalo implica subordinación y
arbitrariedad. Las tres formas de pago definen la calidad de las relaciones sociales entre
las partes. En total, derechos y regalos implican una relación social más durable entre
ellas que lo que supone la compensación.
La gente se preocupa mucho por hacer esas distinciones; la transferencia
(monetaria) incorrecta desafía, confunde o viola la definición de las relaciones sociales
particulares. En la familia contemporánea, un sistema de compensación monetaria no
cumple con la intimidad esperada de las relaciones domésticas, mientras que un sistema
de pagos bajo la forma de regalos en el mundo empresarial enturbia relaciones de
trabajo entre empleador y empleado que se presumen impersonales. Ciertamente, la
gente juega con acuerdo en estos terrenos: algunas familias pagan mensualidades por el
desempeño de los niños en tareas específicas y de ese modo insertan la compensación
en las relaciones domésticas; al mismo tiempo, algunas empresas otorgan regalos
extraordinarios a los empleados que valoran especialmente y así insertan la relación del
regalo en relaciones presumiblemente de negocios.
3
Otras distinciones aparecen luego al interior de cada categoría: en la zona de los
regalos, las propinas difieren de los regalos de casamiento; entre las compensaciones,
una moneda que se deja caer a cambio de un periódico difiere del salario anual de un
ejecutivo con sus incentivos y beneficios; en el rango de los derechos, los pagos de la
seguridad social difieren de las pensiones alimenticias. Aún así, en total, distintos tipos
de organización se concentran en una categoría de pagos: compensación, derecho o
regalo. Las grandes discrepancias en estos aspectos casi siempre causan problemas
organizacionales. El siguiente es otro ejemplo de ello, en este caso referido a la relación
profesor-estudiante: James Maas, profesor de Psicología de la Universidad de Cornell,
tuvo problemas en 1995 por, entre otras cosas, gastar dinero en regalos (un vestido de
noche azul de 2000 dólares o una cámara de 500 dólares) para sus alumnas favoritas.
¿Cuál fue su explicación? Que esas estudiantes eran “parte de su familia” (The New
York Times, 25/3/1995). Para algunos de sus estudiantes, sin embargo, esos regalos
definían la relación como cortejo sexual no deseado (por las estudiantes).
En mi trabajo más reciente he estado trabajando sobre esta deliberada,
persistente y muchas veces discutida diferenciación de dineros, trazando el mapa de una
economía social compleja, muy diferente del mundo gris de la modernidad que
predijeron los pensadores sociales clásicos: un mundo donde el dinero homogeneiza,
aplana la vida social, transformando relaciones sociales diversas en intercambios
impersonales y uniformes. Este artículo constituye un puente entre trabajos ya
realizados y una investigación que estoy desarrollando actualmente. Permítaseme
resumir mi trabajo anterior y luego avanzar hacia un nuevo conjunto de preguntas.
Después de algunas investigaciones tempranas sobre los seguros de vida (Zelizer, 1979)
y el valor de los niños (Zelizer, 1985), en mi último libro examiné los cambios en los
usos públicos y privados del dinero en los Estados Unidos entre las décadas de 1870 y
1930, centrándome en las transacciones domésticas, los regalos, y la caridad. En este
período, la moderna sociedad de consumo convirtió el gasto de dinero no sólo en una
práctica económica central sino también en una actividad cultural y social dinámica y
compleja (Zelizer, 1994). Las cuestiones de dinero permearon crecientemente el hogar
americano y los intercambios de regalos, pero no redujeron – como anticipamos – cada
hogar o cada entrega de regalos a una transferencia impersonal, anulando distinciones
personales, sociales y morales.
Cuando comencé mi trabajo en el contexto cultural de los seguros de vida hace
veinte años, este parecía un tema peculiar; pocas personas estaban trabajando en temas
de ese tipo. Desde ese momento, he estado mucho menos sola. Como lo ilustra el
reciente Handbook of Economic Sociology (Smelser y Swedberg, 1994), una gran
variedad de investigadores – incluyendo economistas, antropólogos, historiadores,
juristas, sociólogos y críticos literarios – están actualmente tomando en serio el
interjuego que existe entre el contexto social y las transacciones económicas. En el
ámbito más estrecho de los pagos monetarios se ha hecho mucho menos trabajo, pero
aún allí un número de analistas está hoy explorando el dinero como un fenómeno
socialmente contingente (como ejemplos, desde 1994 véanse Bloch, 1994; Dodd, 1994;
Guyer, 1995; Mizruchi y Sterns, 1994; Shell, 1995; Wuthnow, 1994).
Mi propia investigación muestra cómo en cada etapa en el avance del dinero las
personas han redefinido sus transacciones comerciales, introducido nuevas distinciones,
inventado sus propias formas especiales de moneda, asignado el dinero en formas que
desconciertan a los teóricos del mercado, han incorporado el dinero en redes
personalizadas de amistad, relaciones familiares, interacciones con autoridades, y en
incursiones en comercios y negocios. Más específicamente, a medida que el dinero
entró en los hogares, las familias diferenciaron y segregaron sus dineros cuidadosa y
4
algunas veces apasionadamente; separaron el dinero de la comida de aquel del alquiler,
la escuela o la caridad; los fondos para entierros, casamientos, navidad o recreación
también se convirtieron en monedas distintas. Mujeres, maridos e hijos no siempre
coincidieron en estas formas de asignación; los miembros de las familias lucharon sobre
cómo definir, asignar, y regular sus dineros. El dinero de una esposa, por ejemplo,
difería fundamentalmente del de su marido o sus hijos, no sólo en cantidad sino en
cómo era obtenido, cuán seguido y cómo era utilizado e incluso dónde era guardado.
Las disputas no siempre se resolvían cordialmente: mujeres, varones y niños muy a
menudo mentían, robaban o se engañaban mutuamente con el fin de proteger sus
monedas separadas. Así, las familias construyeron distintas formas de dinero,
delineadas por una poderosa cultura doméstica y por cambiantes relaciones entre
maridos y esposas, padres e hijos. Aquellas también variaban por clase: los dólares
domésticos de la clase media y la clase obrera no eran equivalentes exactos.
Familias, amigos íntimos y empresas convirtieron todos el dinero en su forma
supuestamente más extraña: un regalo sentimental, que expresa cuidado y afecto.
Importaba quién daba el dinero y quién lo recibía, cuándo era otorgado, cómo era
ofrecido y cómo se lo gastaba. Desafiando todas las nociones del dinero como neutral,
impersonal y fungible, el dinero regalado circulaba como una moneda cargada de
sentido, profundamente subjetiva y no fungible, fuertemente regulada por convenciones
sociales. En navidad, en casamientos, bautismos u otros acontecimientos rituales y
seculares, el dinero en efectivo se convertía en un regalo digno, bienvenido, casi
irreconocible como dinero del mercado y claramente distinguible de otras monedas
domésticas.
Cuando las autoridades intervinieron en la asignación del dinero, una categoría
diferente de monedas hizo emergencia. Preocupados por consumidores que eran
ostensiblemente incompetentes, cierto número de instituciones y organizaciones de
comienzos del siglo XX intervinieron en los sistemas de asignación de dinero de las
poblaciones dependientes. En el caso de los pobres, autoridades de instituciones
benéficas públicas y privadas se involucraron profundamente en la construcción de
monedas “de la caridad”, diseñadas para enseñar a sus clientes los usos correctos del
dinero. Así, irónicamente, al comienzo del siglo XX, justamente cuando el Estado
norteamericano – luego de mucho esfuerzo – había finalmente conseguido un grado
significativo de estandarización y monopolización de las formas físicas del dinero de
curso legal, la población diferenciaba, reasignaba y aún inventaba furiosamente nuevas
formas de dinero. Aún más, el rango de relaciones sociales que involucraban
transferencias monetarias se había multiplicado, lo cual significaba que el número de
distinciones que la gente realizaba según forma, modo y significado de las transacciones
también lo hacía.
¿Por qué elegí concentrarme en las transacciones domésticas, los intercambios
de regalos y la caridad? Porque estas son tres áreas que podrían parecer las más
vulnerables a la racionalización del dólar. Aquí, entre todos los ámbitos posibles,
deberíamos haber encontrado los efectos estandarizantes del dinero de Estado.
Contrariamente a las teorías prevalecientes sobre la monetización, de todos modos, en
cada área las personas innovaron y diferenciaron el dinero al gestionar sus complejas y
cambiantes relaciones sociales. ¿Pero qué nos dice esto sobre las transacciones
mercantiles? ¿Sirve este análisis para comprender los sistemas de compensación? En
una reseña de mi libro The social meaning of money, la economista Julie Nelson me
reprende por no ir más allá en mi desafío de las formas tradicionales de comprender el
dinero (Contemporary Sociology, 1995). Según ella, al concentrarme en la familia, la
amistad y la caridad defiendo correctamente el mundo de la sociología de las
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explicaciones economicistas. ¿Por qué no ir más lejos en el campo económico:
explorando la diferenciación y asignación del dinero supuestamente menos colorido,
intercambiado como compensación en las transacciones mercantiles?
Nelson está a la vez equivocada y en lo cierto: se equivoca al sugerir que las
áreas del hogar, el regalo y la caridad son teóricamente menos problemáticas que las
transacciones estrictamente mercantiles; después de todo, generaciones de teóricos
argumentaron que estas áreas de solidaridad personal eran zonas especialmente
vulnerables; por esa razón, debían ser defendidas de las incursiones monetarias. Sin
embargo, Nelson está sin dudas en lo cierto cuando afirma que el mayor desafío para
nosotros ahora es investigar lo que aparece como transferencias monetarias
transparentes, instantáneas y por lo tanto socialmente neutrales. A diferencia de los
regalos o los derechos, el intercambio monetario implicado en la compensación aparece
menos limitado por lazos sociales; después de que la transferencia entre el que paga y el
que cobra termina, aparentemente la transacción se desvanece. “A diferencia de la
regulación del habla o de la práctica de la medicina”, la ley de la compensación, afirma
un experto, “generalmente no implica valores sociales profundos y controvertidos. Los
medios de pago son instrumentos incoloros que sirven a un propósito económico
relativamente estrecho” (Rubin y Cooter, 1994:39).
A pesar de la formidable acumulación de nueva evidencia, las suposiciones
tradicionales y los malosentendidos acerca de las transacciones mercantiles persisten de
dos maneras. Primero, muchos analistas suponen que los mercados y el dinero
necesariamente dominan y “exprimen” todos los lazos sociales. Nótese por ejemplo lo
que George Ritzer concluye en su estudio reciente sobre la industria de las tarjetas de
crédito: “Vivimos en una sociedad que está viviendo una racionalización creciente…
Siendo ella misma racionalizada, la tarjeta de crédito está jugando un rol crucial en
alimentar la expansión de la racionalización y, con ella, la deshumanización de nuestras
vidas” (Ritzer, 1995: 177). En una de las conferencias más distinguidas de 1994, el
conferencista advirtió una vez más que “el mercado se está entrometiendo en esferas de
tiempo, espacio, emociones, lenguaje, ideas y actividades previamente reservadas a la
sociedad civil”, y en este proceso, “la racionalidad del mercado sustituye otras
moralidades y cambia prácticas sociales” (Persell, 1994: 643, 648). La promoción de la
liberalización del mercado por parte de los diseñadores de políticas tanto en las
economías capitalistas como en las post-socialistas sólo exacerbó los temores de
analistas políticos acerca de que las calculadoras relaciones de mercado minarían las
solidaridades que sostienen la democracia.
Segundo, si bien economistas atentos a las instituciones reconocen que los
sistemas de pago y las relaciones sociales interactúan, la mayoría de los analistas
profesionales del pago todavía tienen una perspectiva individualista, perdiendo de vista
el profundo enraizamiento de los pagos en lazos sociales y sus entendimientos
compartidos. Suponen que, o bien un manager elige un sistema de pago exclusivamente
por los incentivos que éste ofrece para un esfuerzo individual más grande, o de mayor
calidad, o bien que los trabajadores individuales responden a los sistemas de pago
maximizando sus rendimientos monetarios, o ambos. ¿Cómo funcionan realmente los
sistemas de compensación? Todo analista de la organización industrial reconoce
diferencias entre modelos de pago tales como el salario, salario más comisión, destajo o
premios (bonus). Como lo muestra la útil síntesis de Aage Sorensen (1994) sobre el
pensamiento estándar sobre sistemas de compensación, la literatura sobre sistemas de
pago distingue entre los análisis hechos desde la perspectiva de los empleadores y
aquellos hechos desde la perspectiva de los trabajadores. Desde la perspectiva de los
empleadores, la bibliografía se concentra en la variación de sistemas de pago como
6
estructuras de incentivo, técnicas para manipular la motivación. Desde la perspectiva de
los trabajadores, una literatura mucho menos abundante retrata los sistemas de pago
como estructuras de oportunidades: en la versión de Trond Petersen (1992), por
ejemplo, la variación en los tipos de pago en las grandes tiendas (department stores)
establece una jerarquía de trabajos y de rendimientos del trabajo.
A los analistas generalmente les ha faltado sensibilidad respecto de una tercera
dimensión de pagos como definidores de significados simbólicos y relaciones sociales.
Seamos claros: aquellos que pagan sin dudas adoptan modos de pago para obtener
distintos tipos de esfuerzos por parte de los receptores, y éstos se interesan en recibir
mayores recompensas. Pero las explicaciones puramente eficientistas de los sistemas de
pago, como las medidas efectivas de desempeño o las estructuras de recompensas no
logran dar cuenta de la creación, aceptación cambiante y diversidad de arreglos para la
compensación. Aún los contratos estratégicamente establecidos adquieren fuerza moral,
al punto que la gente se siente víctima de una injusticia, degradada, o traicionada
cuando los pagadores los violan, como lo ilustran las ideas del salario justo o del “día
bien trabajado, día bien pagado”. Recuérdense las distinciones entre regalo,
compensación y derecho: analistas como Sorensen y Petersen tratan diferentes sistemas
de pago por el trabajo, como si todos fueran esencialmente intercambios y de este modo
descuidan sus componentes de regalo y derecho3.
Si la extrapolación de mis hallazgos sobre las transferencias domésticas, los
regalos en dinero y los intercambios caritativos tiene sentido, dentro del mundo de la
compensación deberíamos encontrar que las organizaciones y las personas introducen
distinciones y diferenciaciones que sirven para crear y mantener significativamente
diferentes grupos de relaciones sociales y que se corresponden con diferentes lazos
sociales y sus significados. Por ejemplo, dentro de un departamento universitario
deberíamos encontrar que no sólo diferentes cantidades de pago, sino también distintas
formas de pago que marcan las relaciones de la jefatura del departamento con
secretarias, personal de mantenimiento, estudiantes, asistentes y colegas. La creación de
pagos, más aún, comprende la interacción, la adaptación y la negociación más que una
decisión única por parte de un pagador que busca optimizar recursos. El pago de
salarios por horas, por ejemplo, implica un tipo de relación entre empleador y trabajador
diferente de la del salario anual, sin mencionar los distintos modos de negociación de
las formas de pago.
En la actualidad estoy investigando sistemas de pago en dos áreas muy
diferentes de los EEUU del siglo XX, poniendo las variadas formas de compensación de
hoy en día en una perspectiva histórica. Estas dos áreas son la economía sexual (por
ejemplo, pagos por trabajo sexual u otras transacciones vinculadas con el sexo, que
incluyen el pago de pensiones alimentarias, las citas, o las compensaciones por
disolución de la sociedad en casos de daños) y las grandes organizaciones
burocratizadas (por ejemplo, oficinas, fábricas, escuelas, prisiones). Elegí esta
comparación por varias razones: primero, los tipos predominantes de pago difieren en
cada área, y segundo, la mayoría de los observadores asume que la economía sexual
viene aparejada con la controversia moral, mientras que en las burocracias esta ha sido
rutinizada al punto de extinguirla. Mi estudio afirma la variación de las formas de pago
dentro de los dos sectores pero desafía el contraste simple entre un mundo técnico y un
mundo emocional.
3
Aún la provocativa discusión del empleo como un “intercambio parcial de regalos” de George Akerlof
(1982) reduce el pago a un intercambio mercantil sin especificar el contenido de la relación entre
empleador y trabajador.
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Dentro de las grandes burocracias, me propongo examinar tanto las formas de
compensación continuas y rutinarias como los pagos intermitentes, discrecionales y
contingentes. Los tipos de pago que se investigan incluyen: a) estrategias de pago, tales
como la distribución de beneficios, los salarios diarios y mensuales, los pagos por hora,
el salario a destajo y por tareas realizadas; b) toda la variedad de beneficios para los
empleados, desde la cobertura de salud hasta las vacaciones; c) los medios de pago tan
variados como vales o cupones, créditos electrónicos, stock options, cheques, efectivo;
d) premios, bonus, comisiones, propinas y regalos empresariales a los proveedores de
servicios. Desde luego, estas distinciones entre tipos de pago se aplican también a la
economía sexual, pero en total, los pagos contingentes, intermitentes y discrecionales
ocupan gran parte de la economía sexual, mientras que los pagos continuos y
rutinizados ocupan una porción más importante de las economías burocratizadas. Así,
mis comparaciones más importantes atañen a) pagos discrecionales en la economía
sexual; b) pagos discrecionales en las burocracias y c) pagos rutinizados en las
burocracias. Para ilustrar esta línea de investigación, permítaseme concentrarme en dos
casos del tipo discrecional: uno en la categoría de formas intermitentes de pago en
grandes organizaciones, y otro de la economía sexual. En mi libro (Zelizer, 1994)
abordé estos casos de manera preliminar y ahora me propongo analizarlos en mayor
profundidad.
Examinemos el caso de los bonos de navidad. Nótese el trabajo de
diferenciación y resistencia. A comienzos del siglo XX, los empleadores comenzaron a
sustituir el típico regalo navideño que se hacía a los trabajadores en el siglo XIX –
pavos, relojes, dulces o monedas de oro – por un bono en efectivo. Ya en 1902, J. P.
Morgan & Co. había aparentemente roto el record al dar a cada uno de sus empleados
un salario anual como regalo de navidad. Los regalos en efectivo fueron así
estandarizados, calculados como un porcentaje del salario. La mayoría de los
empleadores, de todos modos, continuaban queriendo considerar el bono como un
regalo discrecional; después de todo, esta costumbre de “acordarse de los trabajadores”
servía para supervisar y regular la productividad de los trabajadores así como también
para asegurarse su lealtad. Significativamente, mientras algunas compañías ofrecían un
bono a cada empleado, otras hacían que el regalo de navidad dependiera de la
antigüedad en el servicio o del record de eficiencia del trabajador. O de la propia
conservación del bono por parte del trabajador: en la navidad de 1914, un importante
molino de Minneapolis dio a cada uno de sus empleados un cheque de 25 dólares que
debía ser forzosamente depositado en una cuenta bancaria para que tuviera valor.
Pero la similitud con otras formas de compensación invitaba a los receptores a
tratar estos bonos como una prerrogativa, presionando por una definición del ingreso
adicional como un derecho. La personalización de un regalo de negocios del empleador
al empleado era difícil de sostener cuando su realización era estandarizada y esperada.
Hacia los años ‘50, el bono de navidad perdió oficialmente su estatuto de regalo: cuando
una firma anunció una reducción en su bono navideño como una manera de compensar
el gasto de introducir un nuevo plan de retiro costoso, el sindicato trató de negociar el
bono de navidad de los empleados. Después de que la compañía rechazó toda
negociación, el sindicato apeló al Comité Nacional de Relaciones Laborales. El Comité
estableció que el bono no podía ser más considerado como un regalo discrecional de los
empleadores, sino un como un componente esperado y negociable del salario de los
trabajadores. Si bien un miembro disidente del Comité protestó que un “regalo de
navidad genuino no tenía lugar en la mesa de negociaciones” (Niles-Bement-Pond
Company and Amalgamated Local N° 405, International Union, United Automobile,
Aircraft & Agricultural Implement Workers of America, C.I.O, 1952), era generalmente
8
aceptado que el bono no era ya un regalo sino una categoría de pago separada del pago
regular. El componente patrón-cliente, padre-hijo, benefactor-beneficiario de la relación
empleador-empleado, puede deducirse, estaba disminuyendo.
El bono de navidad ilustra las complejidades de instituir pagos discrecionales.
En discusión estaban no sólo el monto y el carácter del pago, sino también las
relaciones sociales apropiadas entre empleador y empleado. No sólo los bonos, sino
también las comisiones, los premios, las cuentas de gastos, los autos de la compañía, las
millas de viajero frecuente, los beneficios en salud y aún la llave para acceder a los
baños de los ejecutivos se transforman en pagos resistidos pero cruciales, contingentes,
discrecionales que definen relaciones entre las personas en el interior de las firmas
contemporáneas. Ellos anuncian, y hasta cierto punto determinan, qué pares de
trabajadores son iguales o desiguales, cercanos o distantes, solidarios o competitivos.
Podríamos desde luego examinar la misma clase de diferenciación y resistencia en la
frontera que separa los pagos rutinarios del trabajo, o los regalos y los derechos en las
firmas, de los pagos que son moralmente resistidos; los anales de casos de oficina y
acoso sexual desbordan historias de este tipo.
Permítasenos entrar directamente en el territorio de los pagos sexuales.
Hablando del período posterior a la primera guerra mundial, Leo Rosten (1970: 289-91,
297), cronista de la vida de los inmigrantes y la clase obrera en EEUU, evocaba una
recorrida por tres salones de baile de Nueva York (taxi-dance ballrooms4) y sus
encuentros con las mujeres que se ganaban la vida bailando con clientes a cambio de
dinero (Mona, Jean, Honey y otras). En el Honeymoon Lane Danceland de la séptima
avenida, Mona lo condujo hasta la pista de baile dejando que “su cuerpo, todo
malvavisco, fluyera hacia el mío… y murmurando… un voluptuoso ‘Mmmm-mmh!’”.
Después de bailar durante un momento “acercándose al éxtasis”, una alarma sonó
fuertemente; enseguida Mona “se desconectó” dándole la instrucción de conseguir más
tickets para el baile. Cuando Rosten protestó que creía que su ticket valía por una pieza
de baile completa, Mona anunció que “una pieza de baile es cada vez que la alarma
suena”; lo cual sucedía a cada minuto. Después de que Rosten volviera con diez tickets
más, Mona ya estaba de nuevo “cálida y derritiéndose en mis brazos – hasta que la
alarma terminó su décimo decreto pecuniario”. Jane le explicó más tarde que las
bailarinas se quedaban con la mitad del precio de sus tickets, y además “tienes que
agregarle los regalos5… como linda ropa interior, una pulsera, una cartera, joyas o aún
un vestido de noche.” O a veces dinero en efectivo. En el Majestic Danceland, Honey le
contó a Rosten sobre un corredor de bienes raíces que salía con ella: una vez, “él se
inclinó [hacia mí] en el taxi que estaba llevándome a un delicioso restaurant chino, y sin
decir una sola palabra se inclinó y me besó – nada rudo o forzado, sólo un besito dulce.
Luego me dio diez dólares sin una palabra.”
Con estas bailarinas [taxi-dancers], afirmaba Paul G. Cressey (1932: 36, 84) en
su sistemático relato sobre los locales bailables de Chicago en la década del ’20, la cita
–“un medio convencionalmente aceptado para que los jóvenes se conozcan”– adquiría
“una sugerencia de inmoralidad”. Estas taxi-dancers no eran prostitutas, pero se
comprometían en una ocupación “intermedia”. Bajo la forma de tickets de baile, los
locales bailables tenían incluso su propia moneda, que marcaba la particular economía
4
NdT: Los “taxi-dance ballrooms”, muy populares en EEUU en las décadas de 1920 y 1930, son locales
bailables donde los clientes (hombres) pagan a las mujeres empleadas en el lugar para que bailen con
ellos. Estas “taxi-dancers” no son prostitutas, y el pago por la pieza de baile no puede hacerse extensible a
la exigencia de favores sexuales. El nombre del lugar y de las bailarinas proviene del hecho de que, como
en los autos con taxímetro, el pago realizado es proporcional al tiempo transcurrido bailando.
5
NdT: En negrita en el original.
9
sexual entre patrón y bailarina. Las taxi-dancers no eran prostitutas, pero
intercambiaban servicios sexuales por dinero. ¿Qué es lo que define esta economía
sexual? ¿Cómo difiere de la prostitución, y de otras transferencias sexuales? ¿Qué
distingue las distintas formas de pago sexual: cómo difieren los tickets de baile, por
ejemplo, del efectivo, o de un regalo como las joyas?
El mismo proceso de asignación y diferenciación que se produjo en todas partes
también tuvo lugar en la economía sexual. Cressey (1932: 50, 48-9), por ejemplo,
observó cinco relaciones diferentes entre bailarina y cliente, cada una con sus propias
reglas de pago: no sólo el pago estándar de la pieza de baile, sino también “bailes
gratis” para los “pretendientes favorecidos”; arreglos “de amante” (una “alianza” en la
cual durante unos meses el hombre paga el alquiler o las compras de la bailarina); la
“alianza plural”, en la que la chica “entra en un acuerdo por el cual accede a ser fiel a
tres o cuatro hombres”, quienes, a través de “arreglos separados” satisfacen sus
“requerimientos financieros” de alquiler, compras o ropa y la “cita de toda la noche”
que “rápidamente asume el carácter de prostitución clandestina”.
A comienzos del siglo XX, cuando el cortejo en las clases media y obrera iba
siendo transformado por los nuevos rituales de “citas” de los jóvenes, y a medida que el
dinero penetraba crecientemente en las relaciones sociales entre hombres y mujeres, la
diferenciación de “monedas de cortejo” a partir del mismo dinero de curso legal usado
en otras transferencias sexuales –incluyendo la prostitución pero también los pagos
domésticos y los regalos– se convirtió en una tarea compleja y delicada. Considérese el
“trato” [treating], un arreglo muy popular entre la clase trabajadora a comienzos de
siglo, por el cual las mujeres recibían ayuda financiera, regalos –que incluían ropa e
incluso viajes de vacaciones– y acceso al entretenimiento por parte de hombres a
cambio de una variedad de favores sexuales, desde el coqueteo hasta el acto sexual en
sí. Mientras que muchas de estas transferencias eran pagadas por el “prometido” de la
mujer, o su novio, algunas mujeres decían también aceptar “tratos” con conocidos
ocasionales. Aún así, la transferencia permanecía dentro del mundo de los regalos de
cortejo. En general, sólo un pago en efectivo en el momento del acto sexual marcaba las
actividades de una mujer como prostitución. Los burdeles, mientras tanto, creaban sus
propias monedas, como los cospeles de bronce, para el pago de prostitutas. Pasaban así
cerca de hacer de estos pagos un asunto de rutina burocrática.
La economía sexual no se limitaba al mundo heterosexual. El estudio de George
Chauncey (1994: 11) sobre la subcultura gay neoyorquina de finales del siglo XIX
documenta la diferenciación de lazos homosexuales; desde las “mariquitas” de la clase
obrera a los “queers”, “trade” y “gays”. Cada grupo, nota el autor, “tiene connotaciones
específicas y subjetividades significativas específicas.” Sus transferencias monetarias
seguramente variaban también de uno a otro.
¿Cómo deberíamos acercarnos al análisis de las economías sexuales? Los
modelos tradicionales de mercado asumen simplemente que los pagos sexuales no son
diferentes de cualquier otra transferencia mercantil –impersonales, anónimos,
cualitativamente indiferentes–, olvidando, así, la variación y personalización que
venimos discutiendo. Aunque la evidencia es limitada, sabemos que las prostitutas
diferencian sus ingresos, por tipo de actividad, o por cliente. Un estudio del mercado de
la prostitución de Oslo en la década de 1980, por ejemplo, encontró entre muchas
mujeres una “economía dividida”; el dinero de la seguridad social, los beneficios de
salud u otros ingresos legales era cuidadosamente administrado, gastado en la “vida
recta”, como pagar el alquiler y las cuentas. El dinero de la prostitución, en cambio, era
rápidamente derrochado en salidas, drogas, alcohol y ropa. Paradójicamente, dice el
estudio, las mujeres se deslomaban por el dinero legal, lo juntaban y economizaban
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como si los extremos nunca se tocaran, mientras simultáneamente miles de coronas
podían ser gastadas en salidas.” El dinero sucio, parece, “te quema en el bolsillo y tiene
que ser usado rápido” (Hoigard y Finstad, 1992: 49).
Una prostituta de 17 años de Copacabana (Brasil), comenta Robert Coles en The
moral life of children (1986: 176-7), le contó cómo parte del dinero que ganaba “quería
tirarlo en un tacho de basura, o mandarlo a lavar, secar y planchar para recibirlo de
vuelta en una bolsa de plástico que dijera ‘limpio’.” A menudo, continuaba, “llevo [este
dinero sucio] a las monjas. Les digo que se lo den a los chicos que son los peores…
viviendo en las calles y durmiendo en los portales…” Esa misma chica tenía un trabajo
diurno como peluquera y hacía distinciones similares entre las propinas de sus clientes:
las de los clientes desagradables, “las pongo en un lugar aparte en mi billetera. No dejo
que esta plata toque la otra plata que gano.” (Coles, 1986: 75). Entonces, en la economía
sexual, encontramos que los pagos pueden funcionar para crear y mantener distinciones
que importan moral, sentimental y personalmente.
¿Qué es lo que está en cuestión en casos como los bonos navideños y los pagos
sexuales? El The social meaning of money, argumenté que a) las personas mantienen
fuertes distinciones entre derechos, regalos y pagos, considerando que cada uno define
distintas clases de relaciones sociales y sistemas de sentido; b) a medida que las
condiciones sociales, técnicas y económicas cambiaban, las personas inventaron nuevos
medios para hacer estas viejas distinciones, por ejemplo, creando maneras de etiquetar
algunos dineros como regalos y otros como salarios; c) la monetización y la
burocratización masivas alteraron profundamente las formas de transferencia monetaria
pero sin reducir la presión o las luchas entre las partes por la definición apropiada de las
monedas involucradas. Por ejemplo, dentro del sistema de bienestar, los diseñadores de
políticas, los asistentes sociales y los beneficiarios lucharon por pagos en efectivo vs.
pagos en especies, así como también acerca del uso correcto del dinero de la asistencia
social –en síntesis, acerca de si el dinero de la asistencia social era un derecho, un
regalo, o un pago por buen comportamiento.
Mi trabajo actual continúa estas líneas comparando dos sectores económicos
considerablemente diferentes –trabajo industrial, comercial y burocrático por un lado,
economía sexual por otro– buscando documentar y explicar las distintas formas de pago
que existen entre y dentro de ellas. El trabajo industrial, comercial y burocrático ya
estaba significativamente monetizado en Estados Unidos hacia 1900, pero los pagos
fueron quedando progresivamente bajo el control de administraciones racionales, tanto
gubernamentales como no gubernamentales. La economía sexual experimentó poca
burocratización, pero se diferenció y monetizó enormemente. La comparación entre
ambas, entonces, proporciona una gran oportunidad para examinar los efectos de la
monetización, así como los de la burocratización. La comparación pone en evidencia un
conjunto importante de problemas específicos: ¿cómo surgen los distintos sistemas de
pago? ¿hasta qué punto las diferentes formas de pago rutinarias marcan distintas formas
de relaciones sociales en los lugares de trabajo? ¿las formas discrecionales de pago
como los bonos, premios y propinas definen sus propias categorías de relaciones entre
las partes? A este respecto, ¿qué diferencias y similitudes aparecen entre la economía
sexual y el mundo del trabajo industrial, comercial y burocrático?
Los pagos moralmente controvertidos enriquecen la investigación al señalar dos
problemas: uno, ¿los mismos principios de demarcación aparecen en las áreas
moralmente sensibles y en la zona ostensiblemente burocratizada del pago del trabajo? y
dos, ¿qué es lo que hace a ciertos tipos de pago moralmente controvertidos? En general,
las formas de pago que generan controversia son valiosas tanto porque la controversia
indica que las personas realmente se interesan por ellas, como porque la controversia
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genera evidencia. Es por esta razón que, además de las controversias morales, me
propongo analizar disputas sobre los tipos de pago en el mundo del trabajo. Podría
resultar, por supuesto, que las controversias morales aparezcan frecuentemente en el
mundo burocratizado del trabajo con una intensidad similar que en la economía sexual.
De hecho, mineros y camioneros han arriesgado sus vidas en conflictos sobre las formas
de pago. No importa cuáles sean mis hallazgos, la comparación permitirá profundizar
nuestra comprensión de qué es lo que está en discusión –históricamente y también en la
actualidad– en la transformación de los sistemas de pago norteamericanos.
Podría decirse que este proceso de diferenciación en los sistemas de pago que
documento pertenece a los archivos, junto con el papel moneda, que es meramente una
fase de transición, que en el largo plazo la racionalidad del dinero, ayudada por las
nuevas técnicas de comunicación, tiene asegurado el triunfo. Dos ejemplos contradicen
esta visión: tomemos en primer lugar el caso del dinero electrónico; esto es, la creación
de monedas por medio de computadoras. Este proceso ya ha comenzado y seguramente
se expanda en los próximos años. Sin embargo, a pesar de las primeras impresiones que
indican que el dinero electrónico crea un medio absolutamente impersonal y uniforme,
en realidad ya tenemos indicios de que facilitará una salvaje multiplicación de las
diferenciaciones. Como se afirma en un reciente comentario sobre el futuro del dinero
publicado en Business Week (12/6/1995: 70, 67): “Habrá nuevas formas de dinero
inteligente y sistemas de pago que sólo podrán realizarse on line… El dinero digital se
mueve a través de una multiplicidad de redes en lugar del sistema bancario actual.
Asume miles de apariencias, es creado por un sinnúmero de partes individuales.” En el
futuro, por ejemplo, el dinero electrónico podría ser emitido en forma privada por
instituciones diferentes de los bancos. Dado que el dinero electrónico es software,
afirma Business Week (1995: 70), puede ser programado para propósitos restringidos,
para ser gastado sólo en compras definidas: “un negocio puede tener una versión
electrónica de la “caja chica” para ser usada para aprovisionamientos en un “Office
Depot” –pero no para comprar una cerveza en la taberna local. O los padres podrían
enviar a un estudiante universitario dinero electrónico que está destinado al alquiler o
los libros.” Mi propio trabajo sugiere que este es un resultado altamente probable.
En el mundo de las tarjetas de crédito, encontramos nuevamente la ilusión de la
despersonalización y la estandarización. ¿Qué podría ser más delgado, más efímero y
más rutinizado que las transferencias de dinero entre comprador y vendedor mediadas
por la tarjeta? En realidad, los dispositivos como las tarjetas de afinidad –emitidas por
una comunidad u organización particular, con procedimientos asignados a ese grupo–
prueban exactamente lo opuesto. La “Rainbow Card”, por ejemplo, recientemente
lanzada por VISA, el Travelers Bank y Subaru, con el respaldo de Martina Navratilova,
está destinada a las comunidades de gays y lesbianas. La Unity VISA Card, emitida por
el Boston Bank of Commerce, apunta a la comunidad afro-americana (estas dos tarjetas
se destacan de la mayoría de las tarjetas de afinidad porque no distribuyen sus
beneficios a una organización en particular, como el Sierra Club o la Elvis Presley
Memorial Foundation, sino más bien a una colectividad definida socialmente) (The Wall
Street Journal, 6/11/1995). Aún en el mundo aparentemente monótono de las tarjetas de
crédito, descubrimos el florecimiento de muchas melodías, de múltiples tonos que
marcan diferentes calidades de las relaciones sociales.
Analizar la compleja vida social de los pagos no es sólo hacer memoria de su
pasado, sino también hablar de su futuro. Durante más de un siglo, los observadores de
la monetización predijeron que el dinero produciría uniformidad gris e impersonalidad.
Pero un examen detallado del dinero en la actualidad revela que las personas continúan
diferenciando tan ingeniosa y enérgicamente como siempre.
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