misericordiosos como el padre

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SEMANA SANTA
2016.
JUBILEO DE LA MISERICORDIA
“MISERICORDIOSOS COMO EL PADRE”
LUCAS 6,36.
La Aparición de Jesús a los Apóstoles.
Detalle de la Puerta Santa Basílica de San Pedro
HOMILÍAS Y PREDICACIONES.
P. DIEGO ALBERTO URIBE CASTRILLÓN.
.
Introducción.
En el año del Jubileo de la Misericordia, con especial cariño se pone a
disposición de todos este texto, preparado siguiendo la propuesta del Papa
Francisco que ha querido regalar a la Iglesia un año de gracia y un tiempo
favorable para anunciar el amor de Dios.
El texto contiene las Homilías para las celebraciones litúrgicas, las
predicaciones para algunos momentos que la tradición ha puesto en estos días
santos, como son el Prendimiento, La hora Santa, el Via Crucis, las siete
Palabras, La soledad de María.
Acojamos con gozo la invitación que se nos hace en la bula Misericordiae
Vultus, 12:
La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón
palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el
corazón de toda persona. La Esposa de Cristo hace suyo el
comportamiento del Hijo de Dios que sale a encontrar a todos, sin excluir
ninguno. En nuestro tiempo, en el que la Iglesia está comprometida en la
nueva evangelización, el tema de la misericordia exige ser propuesto una
vez más con nuevo entusiasmo y con una renovada acción pastoral. Es
determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella
viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus
gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las
personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre.
Con este propósito, aprovechemos todas estas oportunidades de gracia que se
nos ofrecen en la Semana Mayor y pidamos la gracia de vivir nuestra fe siendo
“Misericordiosos como el Padre”.
P. Diego Alberto Uribe Castrillón.
Arquidiócesis de Medellín.
Universidad Pontificia Bolivariana.
I Viernes de la semana de Pasión.
Conmemoración de Nuestra Señora de los Dolores.
Madre-fidelidad-misericordia.
La palabra que se nos acaba de proclamar está totalmente ligada al misterio
sublime que se avecina, a la Pascua de Jesús, a la pascua gloriosa de la Iglesia
que nace del costado abierto del Salvador crucificado y resucitado.
La tradición nos invita a que este viernes lo miremos, cercanos a Jerusalén,
con los ojos de María, la Madre de Misericordia.
1. Madre.
Jeremías, el profeta de la primera lectura, hace inminente la entrega del Señor.
Incluso se siente en el ambiente del texto cómo arrecia la persecución en la
que Jesús se hace objetivo de las amarguras de quienes le atacan, de quienes
están atentos a su llegada para las fiestas, a quienes han urdido la trama fatal
que lo llevará al Calvario. Ante ese dolor cercano, ante la amenaza constante,
¿en quién podría refugiarse el Señor de la Gloria?
Una piadosa tradición hace que María, La Madre, suba con su Hijo Único a
Jerusalén. No es necesario discutir este dato humilde y sencillo, porque luego
San Juan la señalará junto a la Cruz ( Cfr. Juan 19, 25-27). Sin embargo para
Jesús y para cualquier ser humano, el único apoyo ha de ser el de esta Madre
santísima, modelo de fidelidad, que, con delicada ternura ha cumplido todas las
obras de Misericordia en favor de su único hijo.
2. Fidelidad.
Es esta la escuela en la que maría es maestra, es esta la academia luminosa
en la que Ella nos invita a una lección de fe y de confianza que se hace cada
vez más necesaria para el mundo de hoy.
U seguidor de Jesús debe serle fiel y debe vivir con firmeza su decisión de ir
tras las huellas del Maestro que todo lo da, que todo lo entrega, que todo lo
colma con su gracia y con su amor providente, sin dejar de invitarnos a
mantener ese lazo fuerte y firme que nos impide apartarnos del amor de Dios.
Ya san Pablo nos decía “ ¿quién nos separará del amor de Cristo?”1, como
queriéndonos recordar que nuestra vida sólo tendrá sentido cuando encuentre
sus raíces en el amor definitivo y fiel de Jesús.
Es en ese amor que encuentra su sentido toda acción que cobije y acompañe
a todos los que se puedan equiparar al Señor de la gloria que ahora sube a
Jerusalén perseguido, cuestionado, amenazado, señalado.
Allí es donde se hace verdad aquello de ser fieles a Jesús y a su Reino, cuando
nos mantenemos unidos al Evangelio de la vida en la medida que sepamos
darle la vida del Evangelio al que sufre, al que llora, al que experimenta en su
vida el drama del dolor tan bien retratado en el Samo 17 de la misa de hoy.
3. Misericordia:
As{i, entonces, hermanos queridísimos, le encontramos un significado nuevo y
elocuente a la Misericordia que la Iglesia anuncia en este año, uniendo las
palabras precedentes de nuestra meditación.
La Iglesia Madre, como María, está ahora delante de la humanidad para
recordar que nadie está solo, que en cada sufrimiento humano no sólo asoman
las espinas de la corona con la que ciñeron las sienes de Jesús2 sino también
la fuerza luminosa del amor con el que debemos acudir para hacer vivo el
mensaje de amor fraterno y concreto de Jesús.
En el Evangelio de hoy se nos acaba de recordar la polémica que despierta el
amor entregado y visible de Jesús, sus obras, sus milagros, sus palabras que
rompen las barreras del odio y del rencor y señalan a la humanidad un camino
de perdón y de paz. Jesús despierta fe, muchos “creyeron en El” nos dice San
Juan3, porque vieron obras de amor generoso, de entrega constante, de
Misericordia, que no es otra cosa que la adhesión del Corazón amoroso del
Maestro al corazón destrozado de cada hermano que sufre.
Avancemos, entonces, hacia la Semana Mayor. Sintamos que viene a nuestro
lado la Madre de Jesús y que Ella recoge con especial ternura la sombra de
amargura que se cierne sobre su Hijo, tan parecida al dolor que acosa el mundo
en el que vivimos.
Pidámosle a la Madre que nos enseñe la fidelidad al amor de Jesús y que en
el Año de la Misericordia, podamos recordar con que amor Dios mismo ha
resuelto la súplica del Salmo 17 y que con Jesús mismo y con la Madre de los
1
Romanos 8, 35ª.
Cfr. Marcos 15,17.
3
| Cfr. Juan 10,42.
2
siete dolores que hoy recordamos, podamos decir: “En el peligro invoqué al
Señor, grité a mi Dios; desde su templo Él escuchó mi voz y mi grito llegó a sus
oídos”.
Amén.
Domingo de Ramos en la Pasión del Señor
Entrada de Jesús a Jerusalén.
Alegría-humildad-misericordia.
La entrada de Jesús a Jerusalén que nos acaba de contar san Lucas encierra
tres palabras que no podríamos dejar de proponer al inicio de esta Procesión
que inaugura las celebraciones pascuales.
1. Alegría.
Aunque parezca contradictoria esta palabra des pues de una Cuaresma en la
que cantamos el dolor de Jesús en las memorias piadosas de su Pasión, hoy
desbordan de gozo los Niños Hebreos, los Discípulos de Jesús y la gente de
Jerusalén. Lo más bello y lo más curioso es que San Lucas tome las mismas
palabras de la noche de la Navidad para componer la canción amorosa con la
que la muchedumbre baja alabando al Señor: “gloria en las alturas y paz en la
tierra”4.
2. Humildad.
Es el distintivo de los que ayer vitorearon a Jesús y hoy nos prestan este valor
a los que queremos que llegue al mundo el Reino de la Paz que Jesús sigue
anunciando a través de la Iglesia. El rey que cabalga en un burrito, como lo
había anunciado el Profeta Zacarías5, nos muestra que su poder consiste en
saber hacerse el último para poder encontrar cara a cara el amor de los pobres
que es sincero, la dulzura de los humildes que es pura y fiel.
3. Misericordia.
Este es el Rey Misericordioso que, finalmente, quiere entrar en esa Jerusalén
amurallada que es nuestra vida, es este el Rey que aclamamos: el que sabe
entender el corazón palpitante del necesitado y el que sabe bañar con el
bálsamo de su bendición ya a los tiernos infantes hebreos que le saludan con
sus vocecitas temblorosas, ya a los que piensan que les puede arrebatar el
reino aquel cuya fuerza es solo el amor y cuyo poder radica en la ternura con
la que nos hace sentir que Dios por fin se acordó de su pueblo.
Marchemos en paz.
4
5
Cfr. Lucas 2, 14 y Lucas 19, 38.
Cfr. Zacarías 9,9
Domingo de Ramos en la Pasión del Señor.
Misa de la Pasión.
La meditación de la gloriosa Pasión de Jesús contada por san Lucas, nos ofrece
tres realidades que quisiéramos contemplar en este Domingo.
Dolor-gloria-misericordia.
1. Dolor.
Isaías nos ha acostumbrado como profeta a retratar con exquisita precisión la
vida del Señor Jesús, por lo que al escucharlo en su Canto del Siervo Doliente6,
nos hace pensar que en Jesús se cumplen, no sólo lejanos anuncios referidos
a un hombre que sufre, sino que el rigor de su Pasión lo hace solidario con
todos los dolores de una humanidad azotada por el odio y el rencor y que el
dolor en Jesús es una aceptación voluntaria de un compromiso amoroso.
Es un Dolor Salvífico, como enseñaba San Juan Pablo Segundo en una
encíclica que lleva ese título. Es un dolor que calma el dolor, es un sufrimiento
que hace llevadero el sufrimiento de los otros porque él lo hace suyo, porque
el sigue entregándose en cada acción solidaria de la Iglesia que acude
presurosa al corazón del que por no tener nada todo lo espera de Dios.
2. Gloria:
Lo que menos podría pensarse para esta palabra que habla de júbilo y de fiesta
es que las palabras del Salmo 21 la emplearan justo en el versículo 45 que es
la última estrofa del salmo responsorial: linaje de Jacob, glorificadlo.
Es por eso que San Pablo la retoma en su carta a los Filipenses, para mostrar
en el verso final de lo que hoy se proclama7, que Jesucristo es señor, así su
corona sea de espinas, así su trono sea un leño abrupto, así su sala regia sea
la pelada roca del Gólgota.
La gloria de Jesús es su cruz, sus signos de victoria serán las heridas que
lucirán radiantes en la Resurrección, serán las afrentas que se silencian cuando
el Centurión proclame, dando Gloria a Dios8, que el Mártir Divino es el Justo
soñado por Isaías y por todos los profetas que el mismo Lucas pondrá como
testigos en la tarde del Domingo cerca a Emaús9
6
Isaías 50,4-7.
Cfr. Filipenses 2, 11.
8
Cfr. Lucas 23,47
9
Cfr. Lucas 24, 25-27.
7
3. Misericordia.
Es esta la clave de toda esta celebración, pues nos identifica la calidad del amor
con el que Jesús llega a su pasión y la hace expiación amorosa de las culpas
del mundo, expresión generosa del amor del Padre, manifestación viva de un
amor que es capaz de perdonar las injurias y señalar el camino del Reino a
Pilato que el juzga, a los que le hieren con sevicia, a los que amorosamente le
consuelan, como las mujeres de Jerusalén, a los que le clavan a la cruz, a los
que como el Ladrón, arrebatan el Reino, a los que cumplen con misericordia
el deber de sepultarle.
Quedan, hermanos, con la tarea de encontrar en la Pasión de Cristo
literalmente todas las Obras de Misericordia, pues allí están íntegras,
quedamos todos comprometidos para recibir el testamento del amor generoso
con el que Jesús nos enseña a darnos plenamente a favor de los demás.
Si una duda nos quedara, la Madre del Señor, que siguió con amor estos
sucesos, nos recordará que el mártir destrozado sobre la cruz es el mismo que
“auxilia a Israel su siervo, acordándose de su misericordia”10
Amén.
10
Cfr. Lucas 1, 54.
TRIDUO PASCUAL
CENA, PASIÓN,
MUERTE Y RESURRECCIÓN
DEL SEÑOR.
Nos hemos reunido para contemplar en la Madre de la Soledad, la presencia
amorosa de una Iglesia que con Ella vela junto al Sepulcro aguardando la
Resurrección.
El hombre de hoy recibe desde el Calvario el regalo de una Madre. En el testamento
del Redentor hay un espacio para la ternura y para la bondad, se abre una puerta
de esperanza y, desde su patíbulo, Cristo se desprende del amor de su vida para
que no le falten al hombre el afecto y la comprensión que solo las Madres saben
ofrecer.
Siempre estará unida la Madre al Hijo, siempre sabremos que la Madre nos conduce
al Hijo y nos sigue exhortando a “hacer lo que él diga”67 para que se siga realizando
el Reino, la vida, la esperanza, la presencia del Señor.
María es la Señora de la oración abandonada en la misericordia de Dios, es la
alegría de vivir en amor y paz, es la mano bondadosa que sanaba y consolaba a los
mártires de la fe, a los testigos elegidos y escogidos por el Señor para el sacrificio
y la gloria.
En función de ese oficio maternal, ella es elegida desde toda la eternidad, y por eso es
llamada Llena de Gracia para que desde siempre se admirara en ella la predilección
de Dios, el amor del Padre que quiere ofrecernos lo mejor de su amor para que
aprendamos a vivir en correspondencia a esa misericordia.
María construye paz. La madre del Mesías, Príncipe de la Paz
excepcional de la obra pacificadora de Cristo.
68es
un testigo de
Lo acompañó siempre. Lo acogió en su seno, lo dio a luz, lo amo con ternura. Los siete
dolores, son un camino de fidelidad y un camino de paz:
Paz que brota en el alma de María cuando, en la circuncisión de Cristo preludia sus
dolores69. Paz que la inunda cuando, subiendo la escalinata del templo, escucha la
voz recibe la profecía de Simeón70 Paz en la huída a Egipto71, Paz en la Flagelación y
en el encuentro en la calle de la Amargura72. Paz en el Calvario73. Paz en el
descendimiento74. Paz en la sepultura de Cristo.
75
La serenidad de las Madres se hace precisa para confundir y desterrar la violencia,
para hacer amainar el viento impetuoso de las ambiciones humanas.
67
Juan 2, 5.
Cfr. Isaías 9.
69
Primer dolor.
70
Segundo dolor.
71
Tercer Dolor.
72
Cuarto dolor
73
Quinto dolor.
74
Sexto dolor.
75
Séptimo dolor.
68
Quien es capaz de dar la vida por sus hijos, es capaz de infundir en el corazón los
necesarios sentimientos que nos reabran a la ternura que tantas veces olvidamos
detrás de tantos innecesarios mantos de prepotencia.
María nos enseña que la verdadera Espiritualidad se aprende en el Sagrario, en la
actitud contemplativa, en la oración piadosa que edifica la Iglesia
Madre de los hombres, ruega por nosotros: Madre de Cristo, acógenos en tu corazón.
Madre de la Iglesia, enséñanos a amar como tú y a mirar en todas las madres del
mundo el rostro del amor y la anunciación de la esperanza de un mundo mejor,
alimentado en la Eucaristía en la que recibimos al que es carne de tu carne y sangre
de tu sangre.
Amén.
Resurrección del Señor.
Noche santísima de Pascua.
Luz-bautismo-misericordia.
Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Amadísimos hermanos en la fe:
Un gozo novedoso y lleno de esperanza inunda la Iglesia en esta noche santísima
de la Victoria Pascual de Cristo, que estamos celebrando en esta Vigilia.
1. Luz.
Iniciábamos nuestra fiesta pascual con un rito único: la bendición de la luz y la
entronización del Cirio Pascual que representa a Cristo Resucitado. En medio de la
noche, hicimos fuego, luego tomamos la luz y tras señalar sobre el Cirio las cifras
que nos recuerdan que el tiempo es de Dios y que Cristo es el señor de la historia,
la columna luminosa nos recordó que en medio de las tinieblas de la historia de hoy
es la fe la lámpara que nos ilumina, es Jesús resucitado el que le comunica al
creyente y a todos los hombres de buena voluntad que hemos comprendido que el
amor misericordioso que hoy canta la Iglesia es la vida y la alegría que transforma
y da sentido a la humanidad.
El Pregón Pascual cantaba algo novedoso, pero a la vez maravilloso: que Dios se
acordó de su pueblo y que en una noche como esta superó definitivamente el
prodigio que le dio la libertad a Israel con una victoria más grande incluso que el
paso del Mar Rojo: la Resurrección de Jesús.
En efecto, cuando Jesús retorna de la muerte todo se hace nuevo. Es nueva la larga
historia de la Creación que hemos escuchado76, el sacrificio de Isaac77, la salida de
Egipto78, y se hacen realidad las profecías con las que Isaías, Ezequiel y Baruc nos
fueron preparando para el anuncio con el que, finalmente San Pablo en la Carta a
los Romanos, nos recordó que hoy ha vencido Jesús y que la alegría de encontrarlo
que nos cuenta el Evangelio de san Lucas nos compromete a resucitar, es decir, a
dejarnos llenar de la luz del que vive eternamente.
2. Bautismo.
Y es que la luz de la pascua, la alegría de Jesús vivo hace que el hombre re-creado,
redimido, renovado, descubra en el signo con el que un día le acogieron en la
Iglesia, el Bautismo, cuál es su vocación, cuál es su verdadero destino, cuál su
máxima realización.
76
Primera Lectura. Génesis 1, 1-2,2
Segunda Lectura, Génesis 22,1-8
78
Tercera Lectura. Exodo 14, 15-15,1.
77
Renovaremos la gracia del Bautismo (e incluso algunos hermanos hoy mismo lo
reciben en esta celebración) porque un día fuimos pasados por un Mar más
luminoso que el Mar Rojo, Dios nos regaló en la Fuente Bautismal la dicha de ser
su familia, sus hijos, su pueblo santo y elegido79, bendecido por Dios, elevado a la
grandeza de un Sacerdocio de Reyes, precisamente porque un Rey, Jesús
crucificado e inmolado por nosotros, protagonizó una lucha dramática, como lo
cantaremos mañana en la secuencia de pascua al decir “lucharon vida y muerte en
admirable duelo”80.
Incluso el Costado Abierto de Jesús en la Cruz, nos hizo pregustar esa fuente de
agua viva en la que, lavados de nuestras culpas, se nos ha llamado a ser del todo
nuevos, justos, alegres, comprensivos, solidarios, comunicadores de esperanza, de
vida, de paz, de fe, de perdón y de amor sincero.
Un Bautizado no es simplemente una cifra en un registro parroquial ni un nombre
en un elenco de pertenecientes a una religión. Nosotros no somos una serie de
personas vinculadas a unas ideas del pasado sino una verdadera comunidad, un
cuerpo vivo y dinámico que tienen que impregnar la cultura humana con la luz del
Resucitado, que tiene que impregnar el mundo con una nueva manera de vivir que
nos haga más fieles a Dios y más cercanos a todos.
El bautizado cree y espera, cree y ama, hace que su fe lo lance a llevar a todos la
vida, la paz, la novedad de hacerlo todo al estilo de Jesús.
3. Misericordia.
La Pascua del Año de la Misericordia es la celebración de la vida de Dios sembrada
en el corazón de todos. Es permitir que la luz radiante del Resucitado venza las
tinieblas del corazón, lave el dolor y el pecado, de sentido a cada persona, a cada
familia de creyentes, a cuantos buscan a Dios y deben encontrarlo vivo y gozoso
allí donde escogió manifestarse: en la Iglesia que nace, precisamente, de la Pascua
de Jesús, de la muerte dolorosa seguida del silencio del sepulcro y derrotada en el
momento en el que el Hijo amado de Dios revestido de una vida nueva, luminosa,
extraordinaria, nos sale al encuentro enarbolando su bandera de paz.
La Pascua es un canto al amor de Dios, a la bondadosa misericordia con la que
Jesús, saliendo de la muerte, viene al encuentro de cada persona, invitándonos a
todos a una vida más fiel y más alegre. Es una bondad que nos invita a “no buscar
entre los muertos al que vive”81, como les dicen los varones de blancos vestidos al
grupo de Discípulas que, encabezadas por Santa María Magdalena, la queridísima
beneficiaria del perdón misericordioso, madrugaron a cumplir una obra de
misericordia, la que honra a los difuntos y son llamadas a realizar otra tan hermosa
como aquella: enseñar, proclamar a todos que Jesús vive.
79
Cfr. 1 Pedro 2,9
Mors et vita duello conflixere mirando, VICTIMAE PASCHALI LAUDES. Secuencia de Pascua.
81
Lucas 24,580
Es esta nuestra gran tarea. Para ello nos hemos dispuesto en estos días santísimos,
para ello han trabajado con amor tantas personas, los Sacerdotes, los
evangelizadores, los catequistas, los ministros de la Sagrada Liturgia, las
comunidades comprometidas en la proclamación de la fe, los que con su trabajo
llenaron de esplendor cada momento de nuestras fiestas pascuales, a los que
merecen el aplauso agradecido por lo que nos han ayudado a celebrar con tanto
amor.
Nuestra misión es decirle al mundo que Jesús vive, que el reina sobre la muerte,
que él nos invita a construir la vida siendo Misericordiosos como el Padre82.
Finalmente, antes de proseguir con la gracia Bautismal y con la Comunión del
cuerpo y la sangre del Resucitado, felicitemos a María, la Madre del Señor y
digámosle: Reina del Cielo, alégrate83, porque en tu Hijo Resucitado se ha
manifestado para todos el amor misericordioso que da la vida al mundo. Amén.
82
83
Lucas 6, 36.
de las Horas.
Domingo de Pascua.
Misa del Día.
Resucitó de veras mi amor y mi esperanza.
Gozo-Testimonio-Misericordia.
Ha llegado la Pascua, anunciada y preparada, dispuesta y celebrada con fe por una
comunidad que, en el Año de la Misericordia, reconoce en cada obra de Dios una
revelación de su amor infinito, una manifestación del poder del amor y de la fuerza
de la esperanza.
1. Gozo.
Contrasta esta palabra con la realidad del mundo en el que vivimos. Hay
demasiadas luchas, demasiadas violencias, demasiadas desesperanzas, pero
sobre todo ese panorama confuso descuella, luminosa y alegre la luz del Cirio
Pascual sobre el que hemos trazado las cifras que distinguen este Año de Gracia y
en el que hemos escrito que Jesús Resucitado es el Señor de la Historia y el
Salvador de todos.
La Pascua fue, en otro tiempo, la reconstrucción de un momento grandioso para
Israel, que fue su salida de Egipto, como lo escuchamos anoche en la Vigilia.
Aquella Pascua primera de la Iglesia empieza con el caos en el que estaba
Jerusalén tras la muerte de Jesús. El Templo arruinado, frustrada, con seguridad,
la fiesta de las casas por el impacto de los sucesos. No se ha profundizado mucho
en la búsqueda de testimonios diversos a los de los apóstoles para retratar el
amanecer de ese primer día de la semana, de ese primer domingo.
En la pequeña comunidad de los amigos de Jesús, la noticia de la victoria es tan
humana: asombro, incertidumbre, sorpresa, alegría sin fin acallada por aquello en
lo que insiste San Juan: el miedo a los judíos84. En medio de ese temor, qué gozo
acoger nuevamente al Señor, qué alegría verlo nuevamente. Santa Laura Montoya
en su autobiografía cuenta una reacción suya ante la imagen del Resucitado hoy
hace exactamente 120 años: “¡Qué hermoso vuelves! No ha sido un sueño aquel
terrible, sangriento leño, aquellas horas de cruel dolor?”85
Por eso luego, el mismo San Lucas nos cuenta la alegría que desbordaba el corazón
de aquel puñado de apóstoles, de las mujeres y por qué no, de María, la Madre,
como para indicarnos que hemos de ser testigos de esa victoria y contarla sin cesar
a todos, anunciarla sin descanso al mundo.
2. Testimonio.
84
Cfr. Juan 20, 19
Santa Laura Montoya. AUTOBIOGRAFÍA. Se narra aquí su encuentro con el Resucitado en Fredonia,
Antioquia, Colombia, en 1896, hace exactamente 120 años en la mañana de Pascua.
85
Dar testimonio de la Resurrección es, entonces, nuestra tarea, hermanos
amadísimos. No podemos reservarnos esta misión o reducirla simplemente a lo que
otros puedan hacer en la experiencia evangelizadora.
Nuestra vida debe ser el primero y más evidente de los signos de la resurrección,
porque el mundo no puede ver otro rostro de Jesús Resucitado que el rostro de los
que en Él creen y esperan, por más bellas que puedan ser las imágenes que lo
quieren representar.
El Resucitado, no es entonces una bella estatua ni un cuadro sublime en el que los
artistas han puesto sus mejores talentos, el Resucitado es la cabeza de un cuerpo
que se llama la Iglesia y que tiene como tarea esencial grabar en la faz de cada
creyente y de cada ser humano los rasgos del Resucitado, esto es, el rostro de la
alegría que consuela, el rostro del perdón que da comienzo a todo esfuerzo de paz,
el rostro de la cercanía que hace que todo ser humano se sienta acogido y amado
con respeto, con sinceridad, con la certeza de que Jesús dio su vida por una multitud
que, dispersa por el mundo, que sin modo de ser contada con las cifras del hombre,
debe conocer y amar a aquel Hombre Nuevo que es Dios con nosotros, que es el
amor concreto y generoso que nos salva.
Sólo se puede testimoniar a partir de lo que se conoce. Por ello tras la celebración
de la Pascua, la Iglesia nos va a enseñar a conocer a Jesús contándonos el
testimonio que de Él dieron los Apóstoles y como prácticamente en cada página de
los Hechos de los Apóstoles hay un anuncio explícito y gozoso de la gloria del
Resucitado.
3. Misericordia.
La Pascua del Año de la Misericordia literalmente debe ser la demostración del amor
de Dios que acude presuroso en su Hijo y nuestro Hermano Jesús, Dios verdadero
y hombre verdadero, agua viva para nuestra sed, pan de vida para nuestra hambre,
vestidura de amor que cubre la humanidad, hospedaje tierno y amoroso, visita que
libera a los que viven presos por el pecado.
Jesús resucitado sigue obrando la misericordia. Consuela y enseña, sana y
restaura, alimenta y aconseja; de modo que aprendamos su lección de esperanza,
de paciencia, de acogida bondadosa, de amor y preocupación por todos, como por
ejemplo por los Discípulos de Emaús que, desconsolados y confusos ven como,
tras encontrar al Señor en el camino, donde primero estaba el hielo del dolor y del
desconcierto, surge luego una hoguera de amor, de alegría y de esperanza, como
ala que deberíamos encender en tantos hermanos nuestros que sufren, que lloran,
que no son amados, que no saben amar.
El mejor fruto de esta Pascua de la Misericordia es que no nos olvidemos que la
Semana Santa ya no es una semana de actos y celebraciones sino un tiempo en el
que cada celebración y cada experiencia de fe nos propone una tarea clara y
sencilla: hacer que Jesús vivo llegue a nuestra vida para que por medio nuestro
llegue a todos, despertando en el mundo una aurora de esperanza, una oportunidad
para perdonar, para mostrar el buen camino, para vivir la fe.
Demos gracias a Dios por los Sacerdotes, los Discípulos de nuestros Seminarios,
por los evangelizadores, los catequistas, los ministros de la Sagrada Liturgia, las
comunidades comprometidas en la proclamación de la fe, los que con su trabajo
llenaron de esplendor cada momento de nuestras fiestas pascuales, a los que
merecen el testimonio de nuestra gratitud. Gracias a cuantos asistieron a todo lo
que hemos celebrado, porque sin duda, seremos todos los evangelizadores de la
misericordia y los testigos constantes de la vida de Jesús.
Saludemos, finalmente, a la Reina del Cielo y, salgamos a su encuentro, como
bellamente se hace en algunas procesiones de este día, para contarle, no la noticia
de la resurrección, porque Ella ya la sabe, sino la noticia de que nosotros, animados
por su Hijo, salimos de inmediato a proclamar que el reina sobre la muerte, y que él
nos invita a construir un mundo nuevo siendo Misericordiosos como el Padre86.
Amén.
86
Lucas 6, 36.
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