El último gesto de amor de Cabral

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¡Despierta, Guatemala!:
El último
gesto de
amor
de Cabral
Esteban Valenzuela Van Treek
Consultor de municipios mayas en Guatemala
El trovador pacifista argentino murió en una
de las naciones más violentas y desiguales
de América: un hecho doloroso, en un escenario social que día a día clama por una
transformación urgente.
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“L
o mataron un día Toj, que para los mayas significa ‘día
de ofrenda’, el altar para dar, ese fue el nahual (espíritu del día) del martirio de nuestro hermano Facundo
Cabral”, dijo el padre José Luis al concluir la misa de doce del
domingo siguiente a su muerte en la Catedral de Guatemala.
Luego cantó “no soy de aquí, ni de soy de allá… y ser feliz es
mi color de identidad”. La feligresía irrumpió en aplausos y muchos se unieron a las manifestaciones en el Parque Central, en
homenaje al asesinado artista y en demanda de justicia en el
país de las desigualdades y la impunidad: se produjo el milagro de Facundo, los chapines —que se quejan y parecen mirar
indolentes el asesinato de veinte guatemaltecos al día— por
fin se unieron a movimientos de la sociedad civil para pedir un
cambio de rumbo. Un grupo de jóvenes sostuvo un cartel que
le citaba: “El mundo está mal por la acción de los malvados y
la pasividad de los buenos”.
El trovador pacifista se levantó el pasado 9 de julio al alba
para ir al aeropuerto La Aurora. Sería su último viaje, el último
recital, la verdadera despedida. Cabral iba a tomar el bus que
traslada a los pasajeros, pero llegó con su auto el empresario
que organizó sus dos últimas presentaciones y que viajaría en el
mismo vuelo. A las 5.20 de la mañana, en el Boulevard Liberación,
tres camionetas con sicarios con fusiles de asalto, acribillaron
el vehículo. El empresario se salvó. Pero el mensajero de la no
violencia murió como mártir en el país más violento de América.
EN EL PAÍS DE LOS CLAROSCUROS
Ciudad de Guatemala es la mayor metrópoli de Centro América. Su zona rica está llena de restaurantes y discos ruidosas. En
los condominios y hoteles hay cientos de guardias armados. Es
el país de los claroscuros y lo contradictorio. La mayoría de los
habitantes son indígenas mayas que mantienen sus lenguas;
hombres y mujeres del maíz, textileros, comunidades de las tierras altas donde la tierra arable es escasa. La costa del Pacífico
es una finca azucarera y el Caribe, un platanal desde tiempos de
la United Fruits. El norte, hacia el Petén, está poblado de fincas
ganaderas y grandes extensiones de palma africana, asociadas
a los excedentes del narcotráfico. Colinda con Alta Verapaz,
donde Fray Bartolomé de las Casas intentó la vera paz con los
indígenas, en una zona que era un territorio de diálogo y justicia. Pero la historia se escribió con violencia y desigualdad.
A las dictaduras del siglo XX se opuso un movimiento popular
que provocó una Revolución Reformista (1944-1954) con los
presidentes Arévalo y Arbenz, quienes crearon instituciones
sociales. Pero esta fue derrotada cuando sus líderes anunciaron
una reforma agraria, generándose un período de gobiernos de
facto y la masacre de campesinos e indígenas.
Cabral conoció Guatemala con la construcción del modernista Teatro Nacional, donde luego actuaría muchas veces desde
su exilio en México. Tras las dictaduras de los años ochenta,
apoyó los Acuerdos de Paz de 1996: UNESCO lo había nombrado
“Mensajero mundial de la paz” y trabó amistad con los premios
Nobel Oscar Arias y Rigoberta Menchú, quien llegó a llorar en
la calle por su amigo, el día de su asesinato.
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Facundo le cantó al pobre, a la vida, al perdón, a la paz. Un
librero de Quetzaltenango, la segunda ciudad del país, en la que
también hacía recitales, nos comentó que el libro de Geoffrey
Hodson, La fraternidad entre los hombres y los ángeles, era
un texto predilecto de Cabral. Cantaba y predicaba como en el
desierto, sin renunciar.
Pero Guatemala no cambió y los Acuerdos de Paz no fueron el momento de la transformación: sigue siendo el Estado
más débil después de Haití en América Latina (produce solo el
9,5% del PIB, pero los jaguar y helicópteros son la prioridad
de sus ricos) y las mafias de poderosos y las maras (pandillas)
azotan al país que encabeza los índices de mortalidad infantil,
desnutrición y violencia, con siete mil asesinatos al año, en un
ambiente generalizado de extorsiones, miedo e impunidad. Es
una realidad que contrasta con los polos turísticos que atraen
al mundo; la Antigua y su barroco católico, el Lago Atitlàn, la
feria de Chichicastenango o el esplendor de Tikal. Lugares que
evocaba Cabral, cuando invitaba a leer a Walt Withman y Miguel
Ángel Asturias, beber vino chileno y comer pepian guatemalteco, aprender de los aymarás y de los mayas.
La sociedad y la elite no reaccionan, como no lo hicieron
cuando mataron al obispo Juan Gerardi a los días de entregar
el informe de sobre la necesidad de verdad y la justicia, titulado “Guatemala: Nunca más”, en el que se estableció de modo
irrefutable que la violencia política y social provocó doscientos
mil muertos —el 90% por responsabilidad de las dictaduras y
los paramilitares—, incluyendo entre las víctimas a miles de
catequistas y decenas de sacerdotes y monjas. El crimen del
obispo sigue impune.
“DIOS TE PROMETIÓ FUERZAS”
Cabral, en su última entrevista en Canal Antigua, había dicho
que su único deseo era “que la gente saliera mejor de sus conciertos que cuando entró; no por mí, sí por el arte, que es una
religión sin mandamientos: lo que importa es el amor al prójimo”.
Lo que sí pensamos es que todo ha sido su último gesto de
amor para que una sociedad reaccione, ya que en Guatemala
hemos presenciado la contradictoria reacción de la mayoría de
sus líderes de opinión —“Nos da vergüenza la muerte de Cabral”—, reacción debida a su notoriedad y conmoción mundial.
De inmediato, Facundo, les habría dicho, como el Cristo que era
su Señor, “lo que le hiciste a uno de mis pequeños a mí me lo
hiciste” y hubiera señalado la lista de asesinatos cotidianos;
la socióloga de Huehue que investigaba la corrupción, el joven
fiscal de Cobán que investigaba a los Zetas, o el dramaturgo
Guarcah, quien pregonaba solidaridad en la Nueva Era (la nueva
cuenta larga de 5.200 años que se inicia en diciembre del 2012,
en su cosmovisión). Los dirigentes hablan contra “las bandas
criminales que afectan a Guatemala” y no mencionan su falta
de acuerdo para una reforma fiscal solidaria, su ausencia de
acción contra la pobreza y la corrupción, su desidia ante la criminalidad, los sicarios que mandan a un patojo de once años
a matar una señora que vende pollos baratos, contratado por
las otras comerciantes del mercado…
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Facundo le cantó al pobre, a la vida, al perdón, a la paz. Cantaba y predicaba como en el desierto, sin renunciar.
Cabral conoció la pobreza de su familia cuando su padre los
dejó y marcharon a Tierra del Fuego. La conoció también en el
vagabundo que le mostró a Dios, en su permanente peregrinar
que le enseñó a conocerme en la soledad, en su superación del
dolor cuando su esposa y su hija caen en un avión, en los anuncios de los médicos de que solo le quedaban tres meses… Se
volvió un “místico de la paz”, como lo recordó su amigo Alberto
Cortez, con quien cantó tantas veces.
Dicen que Cabral desde hace algún tiempo casi no veía, pero
al amanecer del pasado 9 de julio su oído escuchó las ráfagas
dirigidas hacia él. Estaba preparado para la muerte: “El que
murió se nos adelantó, para allá vamos todos”.
Entre las velas y flores que depositó gente sencilla, leímos el
mensaje de Facundo: “Dios no te prometió días sin dolor…pero Él
sí prometió fuerzas para cada día”. Aquellas fuerzas que pueden
transformar Guatemala y, así, homenajear al trovador de la paz. MSJ
LA MARCA DE SU NIÑEZ
La historia personal de Facundo Cabral ha sido habitualmente mencionada como signo de que, aun cuando sea marcado por la miseria, el ser humano es capaz de desarrollar sus
valores esenciales.
Nació en Mar del Plata el 23 de mayo de 1937, precisamente
un día después de que su padre abandonara a su madre. Tras
esto, su abuelo paterno expulsó a ella y a sus siete hijos de la
casa. Iniciaron de ese modo nueve años de tránsito por la Patagonia argentina, sosteniéndose a duras penas gracias a trabajos precarios, conviviendo con el hambre y la pobreza, en un
peregrinaje en el que Facundo vio morir a cuatro de sus hermanos. “Mi primer recuerdo es mi madre, comiendo de la basura”,
relataría décadas después. Sobreviviendo casi de milagro, de
pueblo en pueblo, el grupo familiar llegó a Ushuaia. Allí, tiempo
más tarde, al oír de un Presidente que “da trabajo a los pobres”,
decidió partir a Buenos Aires. A los nueve años de edad, viajó a
dedo durante semanas y logró acercarse a Juan Domingo Perón
en una actividad pública en La Plata. Evita, conmovida con su
pedido de empleo, se encargó de asegurar uno para su madre
y de traerla a ella y a sus hijos a la localidad de Tandil, permitiéndoles curar enfermedades y recomenzar una nueva vida.
Facundo se desempeñó en tareas menores. Agresivo, además de alcohólico a muy temprana edad, cayó preso varias
veces. En el último de los reformatorios en el que estuvo cono52
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ció al jesuita Simón, quien en tres años le entregó educación
primaria y secundaria. “¡Qué maravilla fue eso! Este sacerdote
venía con una caja de madera con letras y me hacía formar palabras. A los catorce años aprendí a leer y conocí los grandes
clásicos, los filósofos; se inició mi amor por el arte”, rememoraría después. Escapó un día de esa cárcel y entonces conoció
a un vagabundo que le enseñó el Sermón de la Montaña —“él
me otorgó así mi programa de vida”—, texto inspirador de muchas de sus reflexiones posteriores. Poco después de cumplir
veinte años, ya marcado por esa espiritualidad y bajo el fuerte influjo de Atahualpa Yupanqui, iniciaría su carrera artística.
Estos son los antecedentes esenciales de la infancia y juventud de quien, más de seis décadas después, había recorrido
todo el mundo con su discurso pacifista.
Hoy, sus ciento veinte discos y su veintena de libros reflejan
la inspiración que en él despertaron Jesús, Gandhi y la Madre
Teresa, a cuyas labores de misericordia se sumó durante algunos períodos en Calcuta. Entre los años sesenta y ochenta
fue fundamentalmente un cantante de protesta y trasgresor.
Pero derivó luego su arte hacia una perseverancia radical en
favor de la convivencia entre los hombres, así como de genuina
gratitud hacia la vida, como bien lo expresó en sus conciertos
finales en Centroamérica.
J.R.P.
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