V I DA E L NORT E - Domingo 16 de Abril del 2006 PERFILES E HISTORIAS Editora: Rosa Linda González perfi[email protected] Lasdemonjas los chamucos Claudia Susana Flores 2 d Las hermanas Trinidad Vargas Gómez (izq.) e Irene Muñoz Orozco conviven con las jóvenes que han dejado atrás el desamparo o una fuerte problemática familiar para continuar con una educación integral y una nueva vida. d También hornean conchas, polvorones y pays, en el Refugio de Monterrey María Luisa Medellín En cuanto las religiosas de Nuestra Señora de la Caridad del Refugio mencionan que su congregación se ubica a espaldas de un centro comercial en el Contry, la reacción es inmediata: – ¡Ah!, ustedes son las de los chamucos. – Sí, pero de los buenos, porque se hacen en el convento, cuenta la madre Victoria que les responde, y su rostro serio tras las gafas de pasta, se transforma con su risa. Chamucos, conchas, polvorones, banderillas, pays de queso y piña, empanadas de cajeta y galletas espolvoreadas con azúcar o coco, son piezas exquisitas y populares en los alrededores del amurallado convento con vastos jardines de rosas y fresnos que habitan. La venta de estos productos es el principal sostén de una labor menos conocida fuera de sus paredes, pero vital para las jovencitas en desamparo o con severa problemática familiar que son formadas por estas 25 monjas de mantos oscuros y hábitos blanquísimos, en la Casa Hogar el Refugio de Monterrey, dentro de las mismas instalaciones que se extienden a lo largo y ancho de dos manzanas. Los ingresos son pocos, pero seguros, con ellos se cubren los gastos básicos diarios, refiere sor Gema, encargada de la panadería, aperlada, simpática y de andar sin prisa. De los sencillos hornos salen de unos mil 500 a 2 mil panes y galletas por día, más cientos de tamales que varían en cantidad e ingredientes según la temporada. Los viernes de Cuaresma ofrecieron los de queso con rajas, por ejemplo, y el resto de la semana, de pollo, frijol y carne. “El pan es delicioso, suavecito, limpio y hecho por manos santas, ¿qué más se puede pedir?”, pregunta doña Eloísa Rodríguez, abuela de 10 nietos, que en cuanto la visitan piden los pays de queso, los chamucos y las empanadas. “Yo lo llevo para merendar con mi esposo desde hace como 20 años y siempre ha conservado la misma calidad. Antes también llevaba para los hijos, ahora guardo para los nietos, porque cuando llegan luego, luego me preguntan si hay pan porque ya se lo vienen saboreando”. E n estos días, cerca de medio centenar de internas, de entre 12 y 19 años conviven en la casa hogar, y ahí mismo asisten a la secundaria en el turno vespertino. Por la mañana se reparten las tareas de limpieza y participan en distintos talleres de formación, música, arte y manualidades. Antes había primaria, pero en los últimos años el círculo de edad de las chicas se fue elevando, y dejaron de ofrecerla. La preparatoria abierta en conjunto con una institución privada prosperó un tiempo, luego cerró porque eran contadas las estudiantes que la cursaban. Si ahora alguien desea continuar d Las jóvenes aprenden a hacer pan en uno de los talleres de cocina. esos estudios lo hace en algún plantel externo. Este mes, Jennifer, Albeza y Cynthia están asignadas a la panadería. Jennifer lava y limpia las charolas rectangulares donde se colocarán los panecillos. Cynthia prepara la masa para los chamucos. Albeza acomoda las galletas que se colocarán posteriormente en pequeños recipientes de acrílico. La panadería existe desde hace 58 años, y ha permitido que las jovencitas aprendan repostería y cocina. Quizá, cuando salgan de nuevo al mundo podrán iniciar su propia microempresa. “Hay algunas chiquillas que aprenden de un día para otro, otras se tardan más, depende de la habilidad y el gusto que tengan por hacerlo”, refiere Sor Graciela, apacible, de mediana edad, mejillas encendidas y ojos celestes. La religiosa y las muchachas conversan y ríen sin restar atención a sus asignaciones; el delicioso olor a pan recién horneado envuelve la cocina. L a orden de Nuestra Señora de la Caridad del Refugio fue fundada en 1641 en Caen, Francia, por San Juan Eudes, sacerdote misionero que percibió la necesidad de apoyar y proteger a las jóvenes y niñas que acudían a él porque sufrían fuertes problemas en su hogar. Abrió así una casa llamada El Refugio, narra Sor Trinidad Vargas Gómez, directora de la secundaria, cuya piel parece cuidada con esmero, como la del resto de sus compañeras, aunque sólo actúan en ella la tranquilidad, el agua y el jabón. “Personas de buena voluntad ayudaron al misionero, pero hubo dificultades de organización, entonces nació la orden religiosa que estaría al tanto de la casa”, menciona esta mujer de 38 años, y 20 de ellos dedicados a la congregación. Ayer como hoy el propósito es acercar a las jóvenes al hogar armonioso en el que desgraciadamente no han crecido, inculcándoles valores cristianos y proporcionándoles herramientas para desenvolverse en el campo laboral, si al paso del tiempo no hubiera las condiciones para reintegrarse a su familia. Como los hogares conflictivos echan raíces por todas partes, la obra se extendió por Europa, llegó a Estados Unidos, México, y en 1905 a tierras regias. “La hermana San José, de San Antonio, Texas, venía encabezando al grupo que se instaló en la colonia Independencia”, relata Trinidad, sentada en una de las sillas del área de visitas, que consta de un pequeño antecomedor de cristal y unos sillones antiguos con mesas laterales integradas, donde reposan sencillas figuras de cerámica. “En 1908 se fueron a la Buenos Aires hasta que se vieron obligados a partir a Green Bay en 1926, debido a la persecución religiosa que se desató con la Guerra Cristera”. Regresaron a comienzos de los años 30, pasada la persecución, pero la casa que ocupaban, como era costumbre, se convirtió en cuartel y quedó en manos del Gobierno, por lo que rentaron una propiedad por la Alameda hasta 1948 cuando surgió la posibi- d Sor Gema empaca las galletas del día. lidad de comprar el inmueble que ahora ocupan. “Se los vendieron barato y con facilidades porque en ese tiempo aquí no estaba urbanizado, había sembradíos y el Cerro de la Silla quedaba muy cerca”. Sor Irene, psicóloga, y con 35 de los 57 años que ha vivido, en esta obra, refiere que lo compraron con sacrificios, ahorros, y seguramente con el auxilio de algunos bienhechores. De gran ayuda fueron las ganancias de la lavandería que administraban cuando residían por la Alameda, que daba servicio a hoteles, clínicas, y restaurantes, la misma que desde hace años dejó de operar. Era necesario renovar el equipo y contratar más personal, y no disponían de los recursos para hacerlo. Actualmente, las máquinas se encuentran inactivas en una de las amplias áreas de la construcción, que si bien es hermosa por sus rosas y jardines, y la esmerada limpieza en la capilla, la casa de formación de las religiosas, los dormitorios y comedores de las chicas, los talleres y la panadería, acusa el paso de los años en sus edificaciones y mobiliario. D os mundos opuestos han aprendido a cohabitar entre estos muros. El de las religiosas: de orden, inocencia, disciplina y espiritualidad. El de las chicas: de precocidad, rebeldía e inestabilidad. “El trabajo de las religiosas es muy interesante porque atienden adolescentes, que es una edad difícil, y a eso hay que agregarle el ambiente conflictivo del que provienen, donde muchas veces han ido de una escuela a otra, han sufrido violencia, y no saben de disciplina”, cuenta Tania Felicidad Ramos Ruiz, profesora laica de biología e inglés. “Las madres logran avances a fuerza de paciencia y de adentrarse en la situación de cada chica”, añade, “pero es triste que en ocasiones desertan o la familia las retira de la institución, por ejemplo, cuando sale el papá o la mamá de la cárcel, y más adelante las traen de nuevo, truncando su formación”. Las religiosas, en buena parte originarias de Jalisco, confiesan que no siempre es sencillo dar con la fórmula para encauzarlas. “A veces cuesta entender o descubrir lo que necesita la jovencita, y aplicamos una medicina que no corresponde, aunque cada una te pide un trato. Si llega demasiado agresiva no podemos actuar igual, pero ¿hasta dónde tolerar?, si reincide le llamamos la atención y nos sentamos a platicar con ella”, comparte sor Irene. “De inicio, tampoco puedes ser cariñosa con una niña que ha sido violentada de alguna manera, primero hay que darle espacio para que venza su desconfianza”. Ejemplifica con el reciente caso de una joven que vivía sólo con su padre, ya que su mamá los abandonó. El papá la amenazaba de muerte cuando se embriagaba y la menor huyó de casa. Acudió a una institución de asistencia social que la canalizó a la Casa Hogar El Refugio, y vivía con el temor de que la encontrara; no permitía que nadie se aproximara a ella. “Fue difícil convencerla de que después de tanto tiempo era improbable que la buscara. Cuando lo conseguimos, trabajamos en fortalecer su voluntad y carácter porque en el futuro tendría que seguir por la vida con sus propios medios”, relata con voz pausada, la madre Trinidad. En realidad, lo que más les cuesta a las internas, entre ellas a Lorena, es integrarse al rol diario de misas y oraciones, y no ver televisión. ¿Lo mejor de permanecer ahí?: alejarse de una familia que las ha dañado profundamente, o las ha dejado a la deriva, y la entrañable amistad que se establece entre las compañeras. Una mañana, durante un taller de comunicación, la maestra Guadalupe Victorica, voluntaria desde hace un año, les pide hacer una muñequita de plastilina que las represente cuando tenían cinco años. Luego les dice que escriban en una papeleta alguno de sus miedos para quemarlos al final de la sesión. “Yo ya llevo cinco y son pocos”, confiesa Martha, mientras las otras la rodean y tratan de animarla. A unque no es la intención, y en estos tiempos las vocaciones religiosas no crecen en racimos, cinco internas han consagrado su vida a Dios, asignadas a distintos conventos en el país. “Es algo maravilloso, pero nosotros lo que queremos es que la familia procure las condiciones para que la jovencita se reintegre a ese núcleo. Ahora que si el ambiente sigue siendo nocivo, o la abandonan a su suerte, buscamos que se vuelva autosuficiente y siga con su vida”, explica sor Irene. Esa es una de sus mayores satisfacciones, aunque les entristezca verlas emprender el vuelo. “Nos visitan después y nos cuentan que están trabajando, o que continuaron sus estudios, o que ya formaron una familia, y todo eso nos llena de alegría, no de orgullo, porque lo que se logra es obra de Dios”, señala modesta, Trinidad. No siempre los resultados se aprecian de inmediato. La madre Victoria, con 46 años en esta casa, recuerda con cariño a una joven desamparada y con problemas de drogadicción que permanecía con ellas por temporadas hasta que no aguantaba más la abstinencia. “Iba y venía. Nosotros la reteníamos lo más que podíamos, y cuando llegaba decía que se sentía como en su casa, pero el vicio era muy fuerte. Sin embargo, se sobrepuso y formó una familia. Nosotros estuvimos en su casa y su suegra nos contaba maravillas de ella”. L a congregación y la casa hogar cubren los gastos diarios con los ingresos de la panadería y algunos donativos de sus benefactores, aunque hay días difíciles en los que atribuyen “a una gracia divina” alcanzar para lo indispensable. Las instalaciones requieren mantenimiento y algunas mejoras, pero esas labores se aplazan una y otra vez, pues lo primordial es el sostén de esta familia de aproximadamente 65 miembros. A las religiosas no les agrada hablar de cuestiones económicas, pero en estos momentos les sería muy útil el apoyo de la comunidad. “Ojalá alguien se interesara en contribuir en algún proyecto, o en hacer una aportación mensual, o apadrinar alguna jovencita que no tenga apoyo de su familia”. Afortunadamente, la planta de maestros de una u otra forma se ha integrado, en parte con voluntarios. “Me ha sucedido que a principio del ciclo escolar me faltan maestros, y exactamente los que hacen falta, llegan”, cuenta sor Trinidad, con una sonrisa. Comparte que esos docentes que llegan con la intención de dar sus conocimientos, su experiencia y su tiempo, reciben mucho más de parte de las alumnas, y al igual les sucede a ellas. “Nos demuestran que tienen una fortaleza y una capacidad de salir adelante impresionante. Cuando escuchas sus historias, piensas: yo no hubiera sobrevivido a eso, y te llenas de energía, y dices, si ellas han superado esto, cualquier problema es poco”. Por ello, las hermanas de Nuestra Señora de la Caridad del Refugio seguirán empeñadas en amasar y modelar su futuro.