EL SENTIMIENTO Y LA PROFUNDIDAD DEL OBJETO ESTÉTICO Francisco J. Castro Toledo Daniel M. Galdeano Manzano José R. Torices Vidal 1. Las dos reflexiones “Para poder describir la aparición del sentimiento en la experiencia estética, es preciso seguir un camino paralelo al que hemos seguido al estudiar la estructura del objeto estético” (Pag., 69) La estructura del objeto facilita esta posibilidad. Ofrece las reglas según las cuales el entendimiento somete la diversidad de lo dado a la unidad del yo pienso. Al no tener consciencia de esta actividad constituyente (percepción del O.E+ Reflexión) es imposible acceder al sentimiento. El objeto estético necesita de reflexión para ver como desemboca en el sentimiento. * Distinciones “Puesto que el objeto estético representa algo por naturaleza, se comprende que la reflexión que suscita pueda llevarse o bien sobre el que representa, o bien sobre lo representado”. (Pág., 70) Reflexión sobre lo que representa (de forma) Dos son los objetos principales. El primero es la reflexión sobre la estructura del objeto estético; consecuentemente, comenta Dufrenne, provoca una compresión incompleta del objeto estético. Próxima a la actividad constituyente, donde se intenta definir al O.E separándolo del sujeto. Provocando un distanciamiento de la obra con pretensiones de simplificar el sentido del O.E por una percepción analítica (descomposición del O.E, comprensión de la técnica). El problema de esto surge cuando nos percatamos de que no penetramos en la profundidad de la obra. Aún así Dufrenne dice que: “esta reflexión crítica no carece de interés, porque es la condición para que el objeto, como realidad percibida, pueda esclarecerse para mí y dejar de ser una totalidad confusa en la que me pierdo…” (Pág., 72) A este tipo de reflexión la denomina reflexión sobre los significados objetivos. 1 “Por todo esto la obra requiere también de una reflexión sobre lo que significa: es una apariencia, de la que debemos dar cuenta; tiene un sujeto que quiere ser comprendido”. La búsqueda del sentido de la O.E debe buscarse en contextos anteriores y posteriores. Dufrenne nos advierte que buscar el sentido no es buscar la génesis del sentido, la historia del autor o la cultura que le envuelve y le precede. Reducir el sentido del O.E a la contextualidad de la obra, es decir, a sus circunstancias exteriores supone una negación de lo específico de la obra y su naturalización. Reflexión sobre lo representado (de fondo) “Será preciso orientar de otro modo la reflexión para reencontrarla y concederle de nuevo el privilegio esencial de ser autosuficiente y de llevar consigo su sentido” (Pág., 74)” Dufrenne apuesta por un tipo de reflexión fundada en la relación de adherencia SujetoObra; esta a diferencia de la anterior, supone una nueva actitud frente al O.E, un sometimiento al objeto cuyo objetivo es la culminación en el sentimiento y la compresión del sentido del O.E a través de una reflexión simpática. Dufrenne lo aclara diciendo: “de forma que la reflexión dependa entonces de lo que soy, y de la relación que establezco con el objeto. Mediante la reflexión que se adhiere me someto a la obra en lugar de someterla, le permito depositar en mi su sentido” (Pág., 75). Por otro lado, Dufrenne, insiste en recurrir al autor pero en una relación de identificación Autor-Obra; un tipo de autor que se analice diferencia de su obra. En definitiva, aprehender el sentido de la obra es recurrir a la Autogénesis a través de la identificación con el O.E para ser sensible a la afinidad que tengo con él. Dufrenne diría que ya estamos cerca del sentimiento. Comprender el sentido es sentir la necesidad interior a la obra. Dufrenne comenta: “No debe rechazar la evidencia de una necesidad que se basta por sí misma , y de forma doble: primero porque la necesidad de la obra tal cual es, impide todas las hipótesis sobre lo que ella podría ser; en segundo lugar porque es una necesidad interior de la obra que no podría explicarse remontando indefinidamente la serie, o las series, de causas. Esto confiere a la O.E el carácter de inagotable e incomparable. Inagotable en el sentido de que pertenece a la indeterminación de lo dado, una percepción nunca acabada. Es inagotable por su profundidad. E incomparable, por la riqueza de la multiplicidad de interpretaciones que se pueden dar del O.E. 2 2. El sentimiento como ser profundo La profundidad humana nos permite experimentar la profundidad de las cosas. “Un bosque profundo, unas aguas profundas nos atraen porque tenemos la impresión de que hay una verdad por descubrir […] Eterna seducción de lo oculto”. Distinción entre lo profundo y lo lejano en el hombre Ahora bien, lo oculto, dice Dufrenne, no es lo inesperado. Este algo inesperado no tiene prestigio. Lo oculto es algo inesperado que se espera, que se ansía al final de una larga exploración. Lo oculto sólo tiene precio porque nos provoca y por el coraje del que se enfrenta a este desafío. “Precisamente hay algo de sublime en lo oculto”. El coraje es la primera manifestación de la profundidad del hombre. En este sentido, la profundidad en tanto que sede de lo oculto requiere la profundidad en el hombre; y esto es así, porque la profundidad no es simplemente extensiva: lo profundo no es lo más alejado sino lo más inaccesible. Distinción entre superficial y profundo es un hecho de experiencia. Tenemos que evitar identificar lo profundo con lo oculto o lo involuntario, es decir, con el pasado o el inconsciente. “El retorno al país natal es la peregrinación hacia los orígenes: nos reencontramos a nosotros mismos, nuestra emoción nos lo confirma. Pero probablemente no sea el pasado como tal lo que está afectado por esta profundidad, sino la experiencia que tenemos, con ocasión de cierta percepción que nos presenta los testimonios de nuestro pasado, de reunirnos de nuevo con él y de identificarnos con lo que hemos sido.” (Pág. 81) El pasado no es por sí mismo profundo, ni siquiera conmovedor. Lo profundo está en el uso que uno hace del pasado. Profundidad y tiempo. Dos afirmaciones: 1) si lo profundo tiene alguna relación con el tiempo no es sólo con el pasado como tal. 2) lo profundo sólo puede ser relacionado con el instante en la medida en que ese instante está lleno de mí, extraído de un tiempo que soy y no de un tiempo en el que estoy. Lo profundo se refiere a mí, a mi plenitud y a la autenticidad de mi ser, y sólo está en el tiempo en tanto que yo soy el tiempo. Distinción entre profundo y oculto en el hombre Hay en mí una profundidad de lo que soy por naturaleza, y que puede ser explorada por la psicología, la biología y la genética: mi inconsciente, mi carga hereditaria, etc. Estamos autorizados a buscar lo profundo en el pasado porque así podemos verificar que estaba repleto de porvenir. 3 “La profundidad no se mide por la cantidad de actos que inspira, si tiene esta posteridad es porque ella es, ante todo, una cierta cualidad de lo vivido, una forma de vida de la que el sentimiento es la mejor ilustración”. Ser profundo es situarse en un plano en el que uno se vuelve sensible en todo su ser, en donde la persona se consolida y se compromete. Su contrario es la indiferencia, una actitud desarraigada, superficial, donde el sujeto no es realmente él mismo. Ser profundo es negarse a ser cosa, siempre exterior a sí mismo, disperso en el instante. Es ser capaz de una vida interior, consolidarse en sí mismo y adquirir una intimidad. Dicha profundidad pertenece al sentimiento, y más concretamente al sentimiento estético. El sentimiento se distingue de la simple impresión. Es el sentimiento quien responde de la expresión del objeto. El sentimiento estético da los demás signos de la profundidad. Sobre todo implica esa presencia total del sujeto al que el objeto sólo se hace presente porque está el mismo presente. Si sólo ejerce mi juicio, me alejo del objeto, me hago impersonal: reflexión distancia. Delante del objeto estético no soy una pura consciencia en el sentido de un cogito trascendental, porque esta mirada está cargada con todo lo que yo soy. El objeto estético no es realmente mío hasta que yo no soy suyo. El sentimiento estético es profundo porque el objeto me afecta en todo lo que me constituye: mi pasado es inmanente al presente de mi contemplación. Ese pasado que soy da densidad a mi ser y penetración a mi mirada. “Cuanto mejor apoyo ofrezca a la obra, tanto mejor la sentiré; he aquí por qué la experiencia que poseo no es indiferente, ya no porque ella me instruya acerca del sentido de la obra, sino más bien porque permite a la obra instruirme, dándome a mi más profundidad y dándole a ella mayor apoyo en mí”. El sentimiento estético es profundo porque nos unifica, y también porque nos abre. Ser profundo es estar disponible; y me abro al objeto con ese mismo movimiento. El sentimiento es comunión con la que aporto todo mi ser; se trata de acceder a una intimidad con lo que expresa el objeto. El sentimiento es profundo por esa especie de generosidad, esa confianza que pone en el objeto, y que no funciona sin fervor. En la actitud estética incluso hay amor. Probablemente la garantía máxima de la profundidad sea que el sentimiento es inteligente como no puede serlo la inteligencia: sin forzarse, precisamente porque es apertura y atención. El objeto le es transparente. La inteligencia de la actitud estética es tanto más viva cuanto que nuestra presencia es más plena y por consiguiente nuestro sentimiento más rico. La profundidad del objeto estético se mide por lo que descubre en su objeto. 4 3. La profundidad del objeto estético Lo profundo del objeto estético no es lo lejano El objeto estético no es profundo porque sea lejano, ni porque algo en él pertenezca al pasado. Si apreciamos lo antiguo es por diversas razones que no tienen valor estético. La primera, encontramos un placer reconstruyendo una historia; tenemos cierto gusto por la historia y estamos agradecidos a los objetos que pueden alimentar ese gusto. La segunda razón es que la antigüedad es por sí misma una recomendación en la medida en que confirma que el objeto, para llegar hasta nosotros, ha tenido que ser acompañado por una larga admiración. Tercera razón, la antigüedad es una prueba para el objeto mismo: que ya ha atravesado épocas y resistido al tiempo. Ahora bien, si estas razones explican el prestigio de lo lejano, no nos autorizan a medir el valor intrínseco del objeto estético por su edad. El objeto estético sólo es histórico para una reflexión crítica; en sí mismo tiende a escapar de la historia, a ser el origen de su propio mundo y de su propia historia. Lo profundo del objeto estético no es lo oculto Lo oculto sólo podía calificar en el objeto estético lo que es continente, en el sentido en que se dice: hay en él un secreto. Hay dos aspectos del objeto estético que vienen a relanzar y parecen justificar esta idea de lo oculto: a menudo es extraño y también difícil. Si lo profundo está investido con frecuencia de cierta extrañeza, significa que sólo es tal a condición de desconcertarnos, de arrancarnos de los hábitos que constituyen el cuerpo del yo superficial para ponernos frente a un mundo nuevo que pide una mirada distinta. Cuando el objeto estético no es capaz de sorprendernos y de transformarnos, no podemos hacerles plenamente justicia. El objeto estético puede impresionarnos y convertirnos a la actitud estética simplemente por esa especie de tranquila necesidad con la que se nos impone. Lo que distingue al arte auténtico de su parodia es que la voluntad de asombrar persiste en él al servicio de la voluntad de significar, y que lo extraño estimula la atención. Lo extraño, por tanto, no es lo arbitrario. La sorpresa que suscita el objeto estético nunca puede borrarse por completo mientras no renunciemos a la actitud estética. 5 Si esta sorpresa es duradera lo es porque el objeto estético no asombra proponiéndose como un problema por resolver. Tampoco es extraño por comparación con un modelo al que sería preciso confrontarlo, como si hubiera fallado a una exigencia de parecido. Esto sería referirlo a una norma ajena, sin tener en cuenta su propia normativa, es decir, la capacidad que tiene de bastarse a sí mismo sin medirse con lo real. También se dirá que el objeto estético es difícil, y se verá en ello un signo de profundidad. Cuando decimos que es difícil, buscamos en la obra algo distinto a lo que nos propone, obstinándonos en no rebasar el entendimiento. Esta actitud tiene circunstancias atenuantes. En primer lugar, porque la percepción estética pasa por el entendimiento como toda percepción, ya que el objeto estético también es objeto. Por eso es bueno, que la obra de arte no vaya contra este hecho natural, y dé satisfacción al entendimiento que la interroga sobre lo que representa: es oscura la obra cuyo objeto representado aparece mal y no se deja identificar. Pero precisamente, la identificación y la comprensión racional del sujeto no son en absoluto la finalidad de una percepción estética. Por otra parte, denunciamos con frecuencia dificultades en las artes del lenguaje, porque el lenguaje nos invita siempre a buscar un significado objetivo. Pero el uso estético del lenguaje desborda su empleo utilitario, y por eso las dificultades semánticas no pueden ser una objeción decisiva contra un poema o una novela. ¿Dónde reside entonces la profundidad del objeto estético? Hay que buscarla en el poder que tiene para expresar. Ese poder lo obtiene de su interioridad. Se manifiesta mediante la intensidad de su ser: en una cierta manera de existir sobre un plano que trasciende el plano de la existencia bruta, entregada a la extensión. De la misma manera que hay hombres superficiales hay también cosas superficiales. Tales cosas no tienen interioridad: no expresan nada que sugiera una necesidad interna, no son significantes, o sólo significan lo que no son, como los reflejos en el agua significan las nubes. Confrontar el objeto estético con lo viviente y la conciencia. Lo viviente no deja de irradiar su propio sentido, y la percepción más elemental nos asegura que no es enteramente reductible a las relaciones de exterioridad. Su carácter de totalidad organizada muestra, una cierta cualidad de existencia, la existencia de un sujeto que se remite a sí mismo y se instala por conquista en el ser. Pero es la conciencia quien es verdaderamente profunda por la vida interior: la relación de sí a sí se expresa entonces en la dialéctica de lo reflexivo y lo reflexionante. Sin embargo, todavía es preciso que la profundidad se exteriorice y se manifieste en una 6 relación fundamental con un mundo. Y en efecto, la conciencia es relación consigo misma y relación con un mundo. De modo parecido, el objeto estético se relaciona consigo mismo al relacionarse con un mundo. Es profundo a la vez por la perfección de su forma, la finalidad interna que lleva a cabo como un ser vivo y por el halo que difunde a su alrededor y que se irradia en un mundo. Su interioridad es algo que segrega un sentido mediante el cual e hace ilimitado. La diferencia entre la conciencia y el objeto estético es que la conciencia se relaciona con el mundo mediante una relación de privación: la conciencia no es nada, no es el mundo hacia el que tiende con el cual no puede identificarse para instalarse en el en-sí, incluso si lo prefigura; la relación con el mundo es una relación que mantiene para realizarse sin realizarse jamás; el mundo le es exterior. Mientras que el objeto estético es inagotable a fuerza de ser; el mundo que suscita es como la expresión de esta superabundancia y culmina su realización. La relación consigo mismo es una relación positiva como la que ilustra la finalidad interna de lo viviente, según la concordancia de las partes con el todo que constituye una totalidad; la relación con el mundo también es positiva y confirma la relación consigo mismo. El objeto estético es un objeto percibido y en cuanto tal está subordinado a la consciencia; también la relación consigo mismo mediante la cual lo definimos es un como-sí; y del mismo modo su mundo es un mundo que sólo puede ser sentido, un mundo que no es exactamente real. El mundo al que tiende la conciencia es un mundo distinto de ella, pero un mundo real; el mundo del objeto estético es el mundo de la conciencia, pero es un mundo irreal. La conciencia es profunda por la forma en que se recupera y, exteriorizándose completamente, se lastra con una necesidad existencial; el objeto estético es profundo por la forma en que se interioriza, y se irrealiza por ello. En ambos casos, la relación consigo mismo condiciona la relación con el mundo; pero en un caso la relación con el mundo es de exteriorización y en el otro es de interiorización. La profundidad del objeto estético se define por la propiedad que tiene de afirmarse como objeto, pero también de subjetivizarse como origen del mundo. y nosotros penetramos en este mundo por el sentimiento. Igual que el mundo expresado no funciona sin el mundo representado, el sentimiento no funciona sin la representación y la reflexión que ésta suscita. 4. Reflexión y sentimiento en la percepción estética “Y es por esta razón por la que la actitud estética (…) es una especie de oscilación perpetua entre lo que podríamos llamar la actitud crítica y la actitud sentimental”. (pág. 97) 7 Si bien el papel del sentimiento es crucial para penetrar en la interioridad del objeto estético, ese sentimiento que nos sitúa en una relación íntima con la profundidad que expresa el objeto siempre da lugar a una reflexión. La aparición de la reflexión supone hacer una cuestión de la relación entre forma y fondo (signo y significado) que, en la expresión, se nos da como indisoluble (en la expresión no existe ese hueco semántico entre lo significante y lo significado). Ahora bien, ¿por qué necesitamos entonces de la reflexión? Porque lo significado es la profundidad de un para-sí. El ejemplo lo daba antes Dufrenne cuando hablaba del rubor, que expresa vergüenza, ante el que siempre cabe preguntar: ¿es vergüenza esto? Esta es la tesis principal de este apartado. A continuación veremos cómo la defiende el autor. 1.- La reflexión encuentra su límite precisamente donde el objeto estético deja de ser pura exterioridad, es decir, donde deja de ser un simple en-sí. “(…)si hay algo en el objeto estético que siempre se le escapa, es porque se esfuerza en tratarlo como a un objeto ordinario.” (pág. 97.) 2.- Los límites del sentimiento: Doblemente limitado, por una “reflexión que lo prepara” y por otra que él mismo abre. Si nos deshacemos de estos límites corremos el riesgo de que la simple relación inmediata que nos ha proporcionado la presencia – más persuasiva para el cuerpo cuando hablamos del objeto estético- se confunda con la profundidad a la que puede llegar el sentimiento. (De esto se olvidan las “estéticas del sentimiento”). 2.1.- Sobre la reflexión que debe anteceder al sentimiento: Es cierto que “la expresión revela inmediatamente su sentido afectivo: no hay nada oculto en ella, ni nada reflexivo en nosotros” (pág. 98, párf. 2º). Pero sólo a condición de que la apariencia la captemos como significante de algo, como cargada de sentido. En mi opinión, Dufrenne está defendiendo aquí la necesidad de educar el gusto estético, algo que deja patente cuando dice: “Lo que se me ofrece durante la primera audición de una obra musical es, muy a menudo, un caos de sonidos, (…).” (pág. 99, párf. 2º.) Esto estaría en consonancia con otra tesis fundamental de la estética de D. que viene apareciendo durante toda la obra y que aquí vuelve a recordar: hay una verdad de la obra de arte que hay que descubrir, y por eso no cualquier respuesta subjetiva ante la misma puede ser igualmente válida. Por eso aclara el motivo de este análisis – el de este apartado- cuando afirma: “Promover la percepción, según la cual en su momento el sentimiento será verdadero, es la tarea de la reflexión o de la actitud crítica en el sentido amplio con que la entendemos. (pág. 100, párf. 2º.) 8 a. - Es preciso, en primer lugar, que la presencia sea vivida por el cuerpo. Sin esto, nunca podríamos experimentar la familiaridad con el objeto estético. b.- Pero además es preciso que haya un objeto para nosotros, esto es, que esté representado. El cuerpo no ha hecho suyo al objeto, y más bien se haya desorientado ante él. c.- Una objeción a 2.1.-: Pero en toda percepción, también en la de los objetos ordinarios, se da, en la inmediatez (al menos si el sujeto que percibe no está preocupado por una necesidad de acción) un sentimiento. - Réplica: Si aceptamos lo dicho antes sobre la percepción en general, esos casos no son casos de percepción genuina, ya que aun no se ha roto la totalidad sujeto-objeto. Por otro lado, la inmediatez de ese sentimiento no se puede dar por válida, ya que sólo responde a “una apariencia confusa”; tanto es así, que el propio sentimiento provoca incertidumbre (pág. 100, párf. 1º). d.- ¿Cómo realizar esta tarea, para facilitar que el cuerpo se habitúe al objeto estético? - Hay que esclarecer su estructura; pero no atendiendo a su historia real, a cómo ha sido hecho o cómo ha sido provocado por una cadena causal efectiva, sino a cómo es, sin relación a nada exterior. No obstante, “percibir mejor no significa percibir algo diferente: el objeto estético estaba ya presente; pero el campo perceptivo se clarifica y se organiza;”. (pág. 102, párf. 2º.) Gracias a la “atención”, que no es más que la reflexión durante la percepción estética, la sensación se hace inteligible. Esta atención no sólo perfecciona el trabajo intelectual de aprehensión del sentido, sino que también mejora la disposición del cuerpo en el plano de la presencia – de cara a las futuras percepciones-: se elimina el posible desconcierto del cuerpo ante un nuevo objeto estético. 2.2.- Sobre la reflexión que “ratifica” al sentimiento: -Aquí la reflexión se orienta hacia la determinación del sentimiento. Responde a la necesidad humana poseer lo que le es dado, y por tanto, de explicitarlo nombrándolo. En esta tarea, todo lo aprendido para llegar a determinar la estructura formal de la obra, de la “materia-sujeto”, servirá para “ilustrar su cualidad afectiva”, que nos ha descubierto el sentimiento. (pág., 104). - Entra en juego, así, la “reflexión simpática, que se esfuerza por captar la obra desde dentro y no desde fuera, o sea por comprender lo que ya está comprendido, (…)” (pág. 105, párf. 2º.) 3.- Conclusiones: 9 a.- Dufrenne critica el arte que, asumiendo la posibilidad de que la percepción estética soslaye el camino de la reflexión y vaya directamente al sentimiento (posibilidad que Dufrenne ha reconocido como la posibilidad de una percepción inadecuada a su objeto), insiste en provocar directamente al sentimiento. A esto lo califica de “error táctico” por dos motivos: i/ No está claro que se pueda librar a la percepción estética de la intervención de la reflexión. Siempre se puede suscitar una reflexión a cerca de la forma. Y respecto al tema, el intento de omitirlo no hace más que incitarla a actuar, en tal grado, además, que puede llegar a obstruir la aparición del sentimiento. Ii/ Y si llega a abdicar la reflexión, ya se ha dicho, el sentimiento resultante será “incierto y confuso”. b.- Un último problema sería saber cómo la reflexión se logra encaminar a la búsqueda de la verdad de la obra, que no es compatible con una actitud “consentidora y embelesada”. La única respuesta es apelar a la “espontaneidad de la consciencia”. La elección entre una actitud y otra es la elección de un yo entre “autenticidad” e “inautenticidad”. Aunque, también advierte D., el rigor formal del objeto que reclama un cierto tipo de percepción y la sanción del sentimiento, cuando el objeto estético no es percibido correctamente (se refiere a la incertidumbre del sentimiento cuando está envuelto de confusión…), nos permiten alcanzar la autenticidad abriéndonos a la profundidad del objeto estético. 5. Husserl y Dufrenne: objeto estético, alteridad y conocimiento “¿Cómo es posible aprehender una auto-génesis? Por la participación, es decir, a condición de que nos identifiquemos lo suficiente con el objeto como para reencontrar en nosotros el movimiento por el cual es él mismo.” (Dufrenne, pág. 76) “Esta especie de asimilación del otro no es exactamente una identificación. Husserl, que lo llama “acoplamiento” en “la captación asimilante de la presencia”, añade que el otro, aunque presente, “nunca puede sernos realmente presente”” (Dufrenne, nota a pie de página número 1) Si entendemos que el objeto estético es una auto-génesis y por tanto no es un en sí en tanto que mera exterioridad sino que también es un para-sí, nos encontramos ante el problema primordial de elucidar cómo es posible la aprehensión de su interioridad. A continuación, mostraremos como desde el esquema de la fenomenología este no es sino el problema de la aprehensión de la alteridad. En las Meditaciones Cartesianas (1929), quinta meditación, Husserl trata de dar cuenta de la “experiencia del extraño”. El proyecto de una fenomenología trascendental del ego, exige dar una respuesta a la problemática de la alteridad, como modo de escapar al solipsismo. 10 El origen de este problema radica en la misma epojé fenomenológica, que reduce todas las vivencias del ego a lo que Husserl denomina su “propiedad”, es decir, todo lo que no le es extraño, todo lo que no deja de ser él mismo. La recuperación del mundo objetivo para el sujeto (de la que hasta ahora no podíamos dar cuenta al haber abandonado la actitud natural) dependerá de la posibilidad de una experiencia de lo extraño que dé cabida a la intersubjetividad y con ésta, consecuentemente, a un mundo que es para los otros del mismo modo en que es para mí. Ahora bien, “si lo esencialmente propio del otro fuera accesible de modo directo, entonces él sería meramente un momento de mi propia esencia, y finalmente él mismo y yo mismo seríamos uno y lo mismo” (Husserl, pág. 144. Parágrafo 50) ¿Cómo explica Husserl la aprehensión del otro? En primer lugar, se requiere una mediatidad intencional, en tanto, lo que se presenta, lo que es dado originariamente es sólo la exterioridad del otro. El ser “otro yo” se le da siempre al ego como una “apresentación”, que es ella misma reclamada por la presentación originaria. Desde aquí, será necesaria una aprehensión de su sentido de ser “alter ego” “analogizante”, que trasfiera el sentido que tiene de su propia experiencia de yo. Volviendo a la cuestión que nos plantea Dufrenne, lo que se trata en este punto es de entender el objeto estético como un “quasi-sujeto”, y, por tanto, otra forma de alteridad. Es en este sentido, que la reflexión de Husserl resulta pertinente para nuestra discusión. A nuestro entender, el planteamiento de Dufrenne retoma la propuesta de Husserl para dar cuenta del conocimiento que el sujeto puede tener del objeto estético, cuyo modo de acceso es el sentimiento. De esta forma, el planteamiento de Dufrenne lo podemos resumir como sigue: Dufrenne, a lo largo de este capítulo, trata de elucidar en qué consiste la profundidad del objeto estético. “Ser profundo es situarse en cierto plano en el que uno se vuelve sensible en todo su ser, en donde la persona se consolida y se compromete. Esto se comprende por contraste con ese modo de ser indiferente, desarraigado, superficial […]. Esta profundidad pertenece al sentimiento, y particularmente al sentimiento estético […]. El objeto estético no es auténticamente mío hasta que yo no soy suyo.” (Dufrenne, pág. 85) “Ser profundo es estar disponible; y me abro al objeto con ese mismo movimiento. […]. Hay reciprocidad entre la intencionalidad y el ser uno mismo. Esta reciprocidad actúa aquí a otro nivel: el ser uno mismo designa […] la substancia del yo profundo; y la intencionalidad ya no es objetivo de sino participación en. […]. El sentimiento es comunión a la que aporto todo mi ser; […] Se trata de acceder a una intimidad con lo que expresa el objeto” (Dufrenne, págs. 86-87) El motivo por el que traemos a colación estas palabras de Dufrenne es porque aquí se introduce un nuevo elemento respecto al análisis husserliano de la experiencia de alteridad: el sentimiento. Si bien, la propuesta de Husserl es su punto de partida, en el 11 análisis del objeto estético considerado como un “quasi-sujeto” (de ahí que se le considere como alteridad) le lleva a postular la intervención del sentimiento como el modo de acceso al mundo expresado por la obra. En este sentido, a nuestro juicio, Dufrenne completa el análisis de Husserl incorporando el sentimiento y salvando así el conocimiento que podemos poseer del otro, diferenciado del tipo de conocimiento que tiene como correlato la pura exterioridad. 12