Lea la entrevista de José Ignacio de la Serna completa.

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ENTREVISTA
El Puri:
“Fui torero de toro grande
y billete chico”
Cuando era niño, Agustín Castellano Martínez soñaba con ser torero para ser rico, quitar a su madre de trabajar y hartarse
a comer filetes empanaos. Y si no lo consiguió, fue “por culpa de los apoderados, que me robaron todo”. ¿Suena a tópico?
Quizás. Pero ahí está su brillante palmarés para demostrarlo: quince orejas y cuatro salidas a hombros por la Puerta Grande
de Las Ventas avalan las palabras de un hombre bragado que a mediados de los años sesenta fue gente importante en el verano en Madrid. Triunfó con las corridas más duras, con el toro fiero que asusta al público y a las cuadrillas y no hay que tirarle del rabo para levantarlo. Dos veces le dieron la extremaunción. Hoy acude a su feria de Córdoba vestido de corto. “Cuando
me visto, en mi casa se apaga hasta la tele”.
Texto: José Ignacio de la Serna Miró
Fotos: Cedidas por El Puri y Archivo Espasa Calpe
M
e llaman El Puri por mi abuela Purificación y fui torero para hartarme a comer filetes empanaos.
Nací en Bujalance y soy el tercero de cuatro
hermanos. Solo fui un año al colegio, a la escuela de don Andrés El Colillero, que era
como le llamábamos, porque para evitar que
nos castigara le buscábamos colillas para que
el hombre se hiciera un cigarro. A los once
años mi padre me colocó en el taller de coches Minerva. Era muy travieso. Antes de ir
al trabajo pasaba por casa de mi tío, que estaba en buena situación, para comer aquellos
filetes tan buenos. Me volvían loco. “Si quieres jartarte a comer carne tienes que ser torero”, decía siempre mi tío. Le confesé mi deseo y me regaló un capote y una muleta y
me llevó a la finca de Rafael Espinosa de los
Monteros a torear. La becerra me pegó varias
volteretas, pero a mí me hacía ilusión levantarme de nuevo y ponerme otra vez delante.
“Bueno, por lo menos valor tiene, ahora solo
falta que aprenda a torear”, sentenció. Recuerdo que me sentía orgulloso enseñando
los cardenales que me había hecho la vaca.
Eran medallas para mí. Pero en mi pueblo no
había ambiente taurino y por eso me fui a
Córdoba.
Pregunta | Usted nació tres años antes de
la muerte de Manolete, ¿tiene algún recuerdo?
Respuesta | Ninguno. Yo era muy pequeño.
No le voy a contar nada que no sea totalmente cierto. Yo no recuerdo nada.
Sigamos.
Me fui a Córdoba, donde había otros chavales
que querían ser toreros, como Gabriel de la
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Haba Zurito, José María Montilla, Manuel
Cano El Pireo, Rafael Cruz Conde… y un buen
día surgió la posibilidad de debutar en una novillada sin picadores en Ronda. El organizador me probó en el campo y no pegué ni un
pase, porque me dieron como poco diez volteretas. Sin embargo, Zurito, que no había entrenado nunca, estuvo con la becerra con una
facilidad pasmosa. Total, que dijeron que yo
no estaba para debutar. No vea el disgusto que
me llevé. Lo pedí por favor, de rodillas, que
me dejaran torear, que si pegaba un petardo
me volvía al pueblo a vender patatas en el
puesto de mi madre. Al final consintieron y,
compadre, cuando vi en la habitación del hotel el vestido de torear que había alquilado en
Sevilla, de Pepín Martín Vázquez, negro y plata, me vine arriba. Por la tarde formé un lío
tremendo. Nada que ver con el campo. No me
cogieron ni una vez. Corté tres orejas y salí
en hombros con Zurito. Sentí que el toreo era
distinto. Fue el 10 de julio de 1960. De ahí salió la pareja de los “niños cordobeses”. Toreamos muchísimas novilladas juntos, hasta
que al año siguiente, en septiembre, debutamos con picadores en Cardeña. Yo cortaba
orejas todas las tardes. Cuando entraba a matar, le decía al novillo: “Espérame en el
rabo”. Una tarde en Cazorla, el apoderado de
El Cordobés, Rafael Sánchez El Pipo, dijo muy
satisfecho que El Cordobés iba a comerse a
los niños cordobeses. Y yo, que tenía mucho
amor propio, después de cortar dos orejas, el
rabo y la pata, le contesté dando la vuelta al
ruedo: “Por lo menos hoy no se ha comido a
El Puri”.
¿Qué sabía entonces de El Cordobés?
Tendría que dejarte un libro donde digo lo que
pienso de él. El revuelo que tenía formado y
la admiración que sentía por Benítez era enorme. Fue un revolucionario.
De novillero sufrió cornadas muy graves, especialmente dos: una en Vistalegre, en el 62, y otra al año siguiente, en
Las Ventas.
En Vistalegre, el pitón entró por el recto, me
partió la vejiga y salió por el ombligo. Y en
Madrid, el día de la presentación de Zurito,
un novillo de Salustiano Galache me pegó una
cornada en el triangulo de Scarpa entrando a
matar. Me partió la vena femoral, me metieron dos litros y medio de sangre y me dieron
la extremaunción, como en Vistalegre. El novillo cayó a un lado y yo al otro y no consentí
irme a la enfermería hasta que lo vi rodar. Hoy
me siento orgulloso de saber que en algo me
parezco a Manolete. La cuadrilla dio tres vueltas al ruedo con la oreja. El presidente no quiso dar la segunda. Esa tarde el periodista Rafael Campos de España me hizo una crónica
preciosa y le llamé par darle las gracias. Nos
hicimos muy amigos, porque no estaba acostumbrado a que tuvieran esos detalles. Con
esto se le hace a los moros para que funcionen mejor”. Respiré tranquilo.
¿Por qué gustaba El Puri?
Porque imprimía mi carácter a lo que hacía delante del toro. Transmitía mi casta, mi amor
propio y mis cojones. Cuando debuté en Vistalegre toreaba uno que tenía mucho ambiente, un tal Currito, y a su novillo le hice
el quite que me correspondía, con el capote
a la espalda. Se enfadó conmigo y me dijo no
sé qué de mala manera. Le respondí que las
voces se pegaban en la puerta de chiqueros.
“Allí me voy yo luego y luego si quieres te vas
tú detrás”. No me dejaba ganar la pelea por
nadie.
”M
e hice
banderillero
para pagar
las deudas”
las cornadas me crecía y presumía. Me sentía feliz. Orgulloso de ser torero. No me afectaba, porque es una cosa mu bonita. Solo en
una ocasión lo acusé. Cuando reaparecí en
Vistalegre, no sé por qué, creí que me había
tocado en suerte el mismo novillo que me había herido, y pegué un petardo. Pero al siguiente me fui a la puerta de chiqueros y le
corté las orejas. Oye, estaba convencido de
que era el mismo. Qué cosa más rara. Nunca me volvió a pasar. ¡Lo que es la mente!
¿Cómo se superan las cornadas?
Con ilusión. En el hospital me hicieron una
fotografía y se la dediqué a mi madre. “A mi
querida madre, con el mayor cariño de su hijo
Agustín, que le dice que no se asuste, que esto
son percances del oficio y no tiene importancia”.
En la foto, junto a la almohada hay una
revista con una señorita enseñando las
pantorrillas…
Bueno, le gustaba a uno animarse (risas). Un
toro me pegó una cornada en el escroto y en
el pene, no podía andar de la inflamación y
le dije a Jiménez Guinea: “Doctor, si esto no
tiene arreglo prefiero quedarme en la mesa de
operaciones”. “No te preocupes, hombre, si
¿Para ser torero hay que tener carácter?
Casta. Con eso se nace. Las formas, el estilo
se puede pulir, perfeccionar, dentro de las limitaciones de cada uno, pero la casta…hay
que nacer con ella. Un picador me aconsejó:
“Puri, tienes que aprender a bailar sevillanas,
aprender a mover las manos, los brazos, la
cintura, a expresar con el cuerpo”. No le hice
caso y creo que tenía razón. Me faltaba ese
poquito. No fui un artista, lo reconozco.
¿Qué quería hacerles a los toros?
Hombre, torear desapacio y, de una forma u
otra, llegar al público. Triunfar. Lo mío era arrimarme, ponerme los pitones aquí, en la barriga. Era innato. El banderillero Luis González, que formó pareja con El Vito y vino muchas veces conmigo, me decía: “Hay que ver
los cojones y la casta que tienes, Puri. Qué a
gusto voy contigo”. Todas las tardes estaba
obligado a ganarme el siguiente contrato. Todas las tardes era como empezar de cero. Yo
quería triunfar y ser rico. Ganar mucho dinero.
Mi mayor felicidad fue comprarle a mi madre
una vajilla Duralex, con el dinero que me quedó de una novillada en Francia.
Le preocupaba más ganar dinero que torear bien…
Mira, mi madre se levantaba todos los días a
las cinco de la mañana para poner un puesto de fruta en la plaza. Y eso a un hijo le duele. Mi ilusión era quitarla de trabajar, pero no
puede porque murió con cincuenta y tres
años.
¿Llegó a verlo triunfar?
Sí, sí, ella vivía cuando triunfé en Las Ventas.
En esa época yo ganaba dinero, pero tuve
unos apoderados que eran auténticos golfos.
Me robaron todo el dinero que gané. Si quieres, te digo los nombres.
Vayamos por partes. De novillero abrió
la Puerta Grande de Las Ventas, en el 64,
después de cortar dos orejas a un novillo de Cesáreo Sánchez Martín.
Madrid ha sido mi obsesión. Toreaba de sa-
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ENTREVISTA
lón o una becerra en el campo y pensaba que
estaba en Las Ventas. Perdona que cambie de
tema, pero ahora me acuerdo de la tarde que
Miguelín saltó al ruedo a un toro de El Cordobés…
Soy todo oídos.
Fue en mayo del 68. Estábamos juntos en el
callejón y Miguelín no paraba quieto. Lo sentía nervioso, inquieto. Hasta que de repente
saltó al ruedo. Habrás visto las imágenes, porque dieron la vuelta al mundo. Se agarró al
toro y mirando a la gente dijo algo así como
que aquello no era un toro de verdad.
¿Tenía razón?
Hombre, lo que mataba El Cordobés no era
lo mismo que matábamos los demás.
Perdone que le interrumpa ahora. Entre
usted y yo: eso tiene que…
Jodía, pero había que aceptar la personalidad
y el valor de ese hombre. El público es soberano y es el que manda y solo veían sus
virtudes, no los defectos. El Cordobés tenía
una fuerza tremenda y a todos los toreros de
su época los tenía locos. También es cierto
que la publicidad de El Pipo caló en el pueblo, en un tiempo donde la gente se sentía
identificada con la pobreza más absoluta de
Benítez y con sus ganas de ser alguien en la
vida. El público tragó pero, compadre, luego
el tío respondía en la plaza. No se le puede
poner un pero. Colgaba el “no hay billetes”
todas las tardes y triunfaba. La gente vio
algo distinto en ese torero, algo grandioso. Se
fue del toreo cuando quiso y a la mayoría los
echan cuando ya no dicen nada. El Cordobés
fue mi padrino de alternativa. Curiosamente,
yo fui el último torero que toreó en la antigua plaza de Los Tejares de Córdoba y el que
dio el primer capotazo y cortó las primeras
orejas en el actual coso de Los Califas, el 25
de mayo de 1965, cuando me hice matador
de toros.
¿Qué le dijo El Cordobés en la ceremonia?
“Ahijao, te deseo que tengas tanta suerte como
yo”. “Eso no te lo crees ni tú, padrino. Eso es
imposible. Esa revolución solo la puedes hacer tú”, le contesté.
Me parece que ha sido consciente de sus
virtudes y de sus limitaciones, lo que se
dice tener los pies en la tierra…
Siempre. Lo único que impidió que a mi manera fuera figura del toreo fueron los hijos de
puta que llevaron mi carrera. Me robaron
todo. De novillero me apoderaron José Bernal y José Ibáñez. Luego, Rafael García, Diego Martínez y por último José Gómez Sevillano. Una tarde en Bilbao, con toros de Miura, en el año 68, Diego Martínez me dejó solo.
Se fue a Almagro a montar un espectáculo
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musical con Karina y Los Bravos. Vino un tipo
a cobrar la comisión y lo mandé a tomar por
culo. Fue la única vez que me revelé. Ese día
le brindé un toro a una señora mayor que estaba en barrera solo porque se parecía a mi
madre. Quería darle las gracias por parirme
torero. La señora resultó ser la dueña del Banco Vizcaya y de la Trasmediterránea. Pero de eso
me enteré años más tarde.
quince orejas, en veintitrés tardes. En el año
67 gané 280 mil pesetas y el papel se acabó
tres días antes. Y en verano, no en feria. Fue
mano a mano con Santiago Castro Luguillano. Corté tres orejas, con toros de Infante
da Cámara. Por cierto, Luguillano tuvo que
reaparecer para devolver el dinero que le debía a Sevillano. Antes, el apoderado era el
que mandaba.
Y con ese carácter suyo, ¿no se arrancaba?
Nunca. Porque creo en la palabra, en su poder de convencimiento. Pero como gallo de
pelea fuera de la plaza no he servido. No era
hombre de pegarme en la calle. Soy una persona normal. Los toreros, algunos, somos
como piedras preciosas. Hay que pulirlas,
diseñarlas y luego saber venderlas. A un torero hay que darle ilusión. Saber administrar
su carrera. Cuando ganas dinero te creces, te
vienes arriba. Ves que el esfuerzo tiene recompensa. Pero me engañaban. Rafael García me liquidaba a final de año, antes no me
daba un duro. Al acabar la temporada le debía dinero, después de triunfar en Madrid
¿Cómo puede ser? En Las Ventas corté
¿Le dolía ser un torero de verano en
Madrid?
No, no, no me dolía lo más mínimo. Hoy los
toros se han convertido en un acto social,
pero antes en verano en Madrid había muchos y muy buenos aficionados. Cuando toreaba en Las Ventas en julio y agosto había
siempre tres cuartos largos de entrada.
¿Cuánta gente va hoy? Sin embargo, solo toreé una vez en San Isidro como matador de
toros, a pesar de salir cuatro veces por la
puerta grande, una de novillero y tres de
matador. Una tarde me llevé al toro donde
estaba el empresario, don Livinio Stuyck, y
toreando de rodillas le dije que qué cojones
tenía que hacer ya para que me pusiera en la
feria. Un periodista de Córdoba lo publicó en
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sastre. De poco me vuelvo nadando a España. Yo vivía allí como un rey, aunque
luego supe por qué. Era tan ingenuo que le
había escrito a mi madre una carta diciéndole
que ya no se iba a tener que levantar a las
cinco de la mañana para trabajar. De regreso,
llamé a Campos de España para pedirle que
me pusiera en Madrid, que me quitaba, que
con el dinerito que sobrara me marchaba a
mi pueblo. Los triunfos no me habían servido de nada. Además, no valía para mendigar. Por suerte, me pusieron, con Manuel
Amador y Luguillano.
”E
l Puri salía
a jugarse
el pellejo con
el toro auténtico”
la prensa, en el Dígame. La cosa no pasó de
ahí. Me tocó ser torero de toro grande y billete chico. Pero la gente sabía que El Puri salía a jugarse el pellejo con el toro auténtico.
Tampoco en Sevilla toreé de matador. Tiene
una explicación. El día de la alternativa, Diodoro Canorea quiso pagarme menos de lo
acordado y me negué. “Pues que sepas que
nunca torearas en mis plazas”, me dijo. “Torearé si llego a figura”, y como no lo fui, el
hombre cumplió su palabra.
¿Lo lleva clavado?
No, porque no fui figura.
De las cuatro salidas a hombros, ¿con
cuál se queda?
Con la del 6 de agosto del año 67, con toros
de Infante da Cámara. Fue impresionante.
Volvía medio fracasado de América. El apoderado quiso un romance conmigo… ya sabes. Me dijo que si no triunfaba no pasaba
nada, que tenía cierta debilidad conmigo.
Sentado en la cama, antes de vestirme de torero, me puso la mano en el muslo y me
arranqué. Al día siguiente la prensa dijo que
El Puri le había pegado al apoderado. Un de-
¿En el patio de caballos pensaba que lo
iba a arreglar o que de verdad se iba a
casa?
A casa, a casa. Incluso me despedí de la cuadrilla. En el paseíllo vi que Luguillano estaba
cojo, y pensé: “Vaya cojones tiene este tío,
anunciarse así con lo que hay ahí encerrado”.
Cortó dos orejas. Yo sabía de la casta y los cojones que tenía lo de Infante da Cámara, la
clase y la fiereza con que se arrancaba, y la
corrida estaba saliendo en ese aire. “Puri, esta
es tu tarde en Madrid”, dije para mis adentros.
El toro que asustaba al público y a las cuadrillas era el que me iba. Me fui a los medios
con la muleta plegada en la mano izquierda,
con el cartucho de pescao, y me descaré “Je,
toro, je”. Se vino como un tren. Le ligué varias series de naturales y puse Madrid bocabajo. Corté tres orejas. “¡Ay, madre, que alegría más grande!” Menudas crónicas me hicieron. Navalón, Cañabate… Vicente Zabala escribió en El Alcázar: “Señores, esta es la
Fiesta”. Era el triunfo de dos toreros cosidos
a cornás. A los veinte días nos repitieron con
una corrida de Moreno de la Cova. Con Luguillano he toreado cuatro mano a mano en
Las Ventas.
¡Un regalo de la empresa!
Pero eran también toros con cojones, con casta. La grandeza está en la emoción del toro.
La Fiesta es el toro. Antes se les pegaban tres
puyazos sin cruceta y no abrían la boca. El que
está sentado en el tendido tiene que pensar
que lo que está haciendo un torero ahí abajo es imposible que lo haga nadie más. Solo
ese que está allí. El toro no fuma, el toro no
bebe, el toro no folla, el toro no se acuesta tar-
de, y sale siempre con la misma edad. Y cuando sale con fiereza no engaña a nadie, ese
pone a cada uno en su sitio. Y el que no sea
capaz, que se vaya a casa. De los que he matado, no recuerdo haber levantado a ninguno del rabo. Mira mi estadística en Madrid,
a ver si encuentras alguno de Cuvillo.
¿Es tan duro?
No. Es hermosísimo. Sientes la admiración de
la gente.
Se retiró de matador de toros dos años
después de abrir la Puerta Grande de Las
Ventas, el 3 de junio de 1968. ¿Por qué?
Porque estaba arruinado. Me metí en un negocio de una granja con unos socios de Córdoba y me arruiné. Cuando regresé de viaje
de novios el Banco me había embargado el
piso por la deuda de mis socios. Debía
mucho dinero y con el toro no lo ganaba. Yo
no sabía que había gente mala, personas que
engañan a otras en su beneficio. Cuando mi
mujer dio a luz tuve que pedirle a mi suegra
doscientas pesetas para comprar papillas.
Incluso tuvo que vender los olivos que su
padre le había dejado en herencia para que
Hacienda no se lo llevara todo. Por eso me
hice banderillero, para saldar las deudas. Fui
cuatro años con mi paisano Antonio José
Galán. Pero no era feliz. Estaba amargado.
Lo hacía por dinero. Cuando pagué todas
mis deudas me miré al espejo y me pregunté: “¿Puri, después de tantos triunfos en
Las Ventas te vas a retirar de banderillero?”.
Por eso reaparecí en Montoro en el año 75,
para quitarme sabiendo que era matador de
toros. La corrida la monté yo. El ganadero
me dijo que solo me vendía los toros si me
comprometía a hacer un cursillo de cristiandad, un rollo donde te comían la cabeza.
Total, que lo hice. Pero me fui con el orgullo de ser matador de toros. Lo hice por vanidad, por amor propio. Hoy también me
siento orgulloso de lo que he conseguido.
Tengo un negocio que me va muy bien, gracias a mis cuatro hijos, con más de sesenta
empleados, Repuestos El Puri, se llama. Gracias a los amigos y a mi esfuerzo salí del
hoyo en el que estaba metido. He trabajado
de todo. Pero eso ya pasó. Ahora, cuando
llega la feria de Córdoba voy a los toros vestido de corto. Pongo mis siete trajes en siete
sillas, con sus correspondientes sombreros,
y en el último instante decido cuál me voy a
poner. Cuando me visto, en mi casa se
apaga hasta la tele. Si volviera a nacer volvería a ser torero. Me llevo el olé de Madrid.
Su entrega incondicional. Unánime. Eso está
por encima de todo. Solo por eso merece la
pena ser torero. ¿Te digo mi filosofía?: “La
familia, humildad y sencillez, y levantarte
todos los días como si no tuvieras qué
comer”. Oye, en Córdoba hay mujeres guapísimas. ¿Las has visto?.
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