Celos y envidia - Foro Analítico del Río de la Plata

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FORO ANALÍTICO DEL RÍO DE LA PLATA
Material de Circulación Interna - Biblioteca
“Celos y envidia”
Nueve proposiciones clínicas
Luciano Lutereau
Exposición presentada en APdeBA
Ateneo de discusión en torno a
Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante
(Colección Voces del Foro)
Celos y envidia
Nueve proposiciones clínicas
1. De acuerdo con la enseñanza de Lacan, la clínica psicoanalítica
“consiste en el discernimiento de cosas que importan”, esto es, si algo
distingue la mera experiencia de la clínica –en tanto esta última es el redoblamiento de aquella a través del esfuerzo de poner a prueba el concepto–
es que la experiencia traza puentes intuitivos, tiende a la reunión de lo
precedente con lo nuevo, mientras que la clínica es contra-intuitiva,
formula distinciones, pero no para subsumir lo múltiple bajo la unidad.
“Hacer clínica”, según una expresión habitual, no es lo mismo que
“teorizar”, dado que la elaboración teórica busca la determinación
conceptual de la experiencia, y la clínica nace con la excepción, con
aquello que justamente pone en cuestión el saber. La clínica nunca
confirma la teoría, sino que la relativiza, la precede y la extiende hacia lo
indeterminado. Por eso el psicoanalista no es un especialista o experto
en psicoanálisis, ni la formación analítica puede tomar ribetes académicos: el psicoanálisis se transmite cuando se pone a prueba el saber
consolidado, es decir, cuando se verifica lo imposible de la experiencia
bajo el concepto.
2. La clínica psicoanalítica no se establece a partir de definiciones. En
este sentido, avanza en dirección contraria a la metapsicología. Podría
proponerse un concepto de cuyas notas fundamentales se desprenderían diferentes indicadores, que permitiría el reconocimiento de distintos
“observables”; sin embargo, la clínica propiamente dicha comienza
cuando se advierte que las instancias de ese concepto poseen aún matices
que son irreductibles a la definición. Uno de los vértices de la metapsico2
Celos y envidia
logía es la delimitación de los mecanismos psíquicos que explican determinados fenómenos, mientras que la clínica inicia en el punto en que el
mecanismo no logra dar cuenta de la posición subjetiva.
La clínica psicoanalítica tiene en su centro la noción de sujeto –como
conflicto y toma de posición ante el conflicto– a expensas de los modos
típicos de tratar ese conflicto (o “representación inconciliable”, para
darle el nombre freudiano) en que consisten las diversas estructuras
clínicas. Podrían explicarse los celos a partir de la proyección, pero esa
estrategia no daría cuenta de la diversidad de los celos en la experiencia,
de la misma manera que reconducir toda envidia a su variable fálica es
un extravío clínico.
3. Desde la perspectiva freudiana los celos toman como referencia
fundamental la relación entre hermanos. No es la única indicación,
pero sí la más elaborada (y que se corrobora en sus historiales). Esta
orientación llevó a lo que Lacan nombró –en su artículo temprano “Los
complejos familiares…”– como “complejo de intrusión”: el celoso apunta
a la figura de un rival que compite por el amor del Otro. Así el complejo
fraterno se encabalga en el complejo de Edipo. De este modo, los celos
edípicos remiten a la pérdida amorosa, a la entidad narcisista que se
consigue a través del amor.
Por esta vía es que una primera distinción que puede trazarse es la que
diferencia entre los celos en los varones y los celos en las mujeres. Estas
últimas son celosas “por naturaleza”, en la medida en que su posición en
el complejo de Edipo distribuye que sea a través del ser-fálico que estabilicen su falta: ser el falo que no se tiene, incluso para donarlo a aquel
que tiene que perderlo para poder estar con una mujer.
En este sentido, puede relativizarse la idea corriente de que los celos
son algo propio de la histeria. Sin duda, los celos son un síntoma típico
de la histeria… pero a condición de que se pueda delimitar su estructura sintomática (y no se confunda cualquier tipo de celos con los celos
histéricos): en los celos se manifiesta la pregunta histérica por el deseo
del Otro, en tanto éste se encuentra causado por un punto oscuro que
Freud llamó “Otra cosa” (Otra mujer).
Esta última indicación permite ver hasta qué punto los celos histéricos
nada tienen que ver con los celos obsesivos, que, en lugar de apuntar a
un saber sobre el deseo, se dirigen al reaseguro narcisista que sostiene la
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FARP | Luciano Lutereau
identificación ideal. La particular adherencia que toman los celos en la
obsesión (manifiesta en las más diversas conductas, por lo general, en
busca de sorprender el deseo Otro –si la histérica lo interroga, el obsesivo
lo acecha–) revela la degradación anal que la idealización encubre. Los
celos histéricos se retroalimentan, los celos obsesivos motivan y padecen
la discontinuidad de escenas de desvalimiento subjetivo.
4. Un punto aparte corresponde a los celos en las psicosis. No sólo
cabría tener presente aquí la referencia lacaniana al modo en que el
saber se determina como certeza en los celos psicóticos, sino también la
vertiente delirante con que muchas veces la psicosis expone lo fundamental de la estructura: los celos son reales, tienen en su corazón la
presencia de una modificación en la representación simbólica del sujeto.
El delirio no es una pista falsa, los delirios celotípicos no fracasan por lo
que toman como punto de partida, sino por lo que denuncian: la maledicencia ajena, cuyo correlato último es la envidia.
Sería interesante discutir hasta qué punto una teoría generalizada de
la envidia no es intrínsecamente un delirio paranoide, incluso en el interior mismo del psicoanálisis.
5. Los celos no son la envidia. Una distinción esquemática podría
afirmar que los primeros implican una terceridad mientras que la segunda
apunta a una relación dual. No obstante, esta distinción es exterior,
descuida que el punto central de la envidia radica en la suposición de
un goce que se considera realizado en el otro. Dicho de otro modo, si
los celos suponen un goce, la envidia confronta todo índice de su verificación. De ahí que siempre haya algo paranoide en la interpretación
que confirma la envidia, un punto de certeza cerrado a toda dialéctica.
Sin embargo, no toda certeza es psicótica, como no todo delirio es
paranoide. La envidia neurótica desconoce el trasfondo megalomaníaco,
y se revela como otra forma de la falta en ser. No se envidia lo que el otro
tiene, la envidia está polarizada por el ser, se detesta que el otro simplemente sea. Aquí es donde la envidia –de acuerdo con la Ética de Spinoza–
demuestra ser una pasión triste y una forma del odio.
6. Dado que la envidia apunta al ser, cabría plantear la pregunta por su
diferencia con los celos, al menos en la versión femenina de los mismos
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Celos y envidia
–tal como fue indicada más arriba–. La mujer es “naturalmente” celos
y… envidiosa por definición. Por cierto, este último es el planteo freudiano, que ameritaría que en ciertos casos nos preguntemos si se trata
de “celos” o “envidia” del pene. Dicho de otra manera, si bien incardinados en la experiencia, los celos tienen como referente el amor y la
identificación narcisista, mientras que la envidia se delimita a partir de
su objeto como un modo de goce. Por cierto, en los celos también se
goza –de ahí que Lacan inventara el neologismo jalouissance– pero el
goce en los celos suele estar asociado al amor (y el saber), mientras que
en la envidia se goza de…
7. Podrían distinguirse tres tipos de envidia en función del objeto de
goce: podría hablarse de una envidia fálica, una envidia oral y una envidia
escópica. Una envidia freudiana, una envidia kleiniana y una envidia
lacaniana. Esta línea de investigación requeriría un artículo específico.
8. Detengámonos en una breve disquisición. La envidia del pene tiene
como correlato un problema clínico central: sólo adquiere estatuto de falo
todo lo que puede tener un valor de sustituto simbólico. En este sentido,
en el caso de la relación de la madre con el niño se puede pensar que
el carácter fálico de este último tiene como condición la constitución
narcisista. El niño como falo se verifica en la satisfacción narcisista con
que la madre se regodea en el discurso cotidiano al contar las hazañas o
variaciones de su conducta.
Ahora bien, el niño también puede valer como pene, de forma literal.
He aquí un punto menos explorado, y que desborda la gratificación narcisista, cuya verificación puede cernirse en la significación generalizada
del niño como “posesión” de la madre. Este aspecto podría esclarecer
muchos de los rencores inveterados entre ciertas mujeres y sus nueras,
en la medida en que éstas vendrían a privarlas de un objeto propio.
9. En función de esta última observación presentaré un breve recorte
clínico del tratamiento de una mujer de 50 años, para conversar en torno
a la siguiente inquietud: ¿cómo pensar los celos y la envidia en una relación erótica que no puede ser reconducida al complejo fraterno, sino que
revela la correspondencia disimétrica entre la mujer y el hijo, esa relación que, según Freud, es la única que no incluye aspectos agresivos?
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