Ópera en Suiza

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Anja Harteros como Elisabeth de Valois en Don Carlo
Foto: Suzanne Schwiertz
Ópera en Suiza
Don Carlo en Zúrich
Abril 9, 2012. Una de las razones por las que el Don Carlo de
Zúrich (estreno) recibió la unánime y efusiva aclamación del
público y la crítica especializada fue la extraordinaria Elisabetta
di Valois de Anja Harteros. La soprano alemana de padre griego,
un mes después de su clamoroso éxito en Múnich, conquistó la
ciudad suiza en el rol de hija del rey de Francia y reina consorte
de España, evidenciando que es una de las mejores cantantes que
ha dado la lírica en los últimos años (su calidad está muy por
encima de otras figuras mediáticas) y una de las grandes intérpretes
verdianas de nuestro tiempo. Su Elisabetta es de una calidad
suprema. A su majestuosa presencia escénica se suma una voz
luminosa, bella y timbrada como pocas, homogénea en todos los
registros, capaz de dar todos los matices al personaje, con agudos
potentes y limpios, graves redondos y espectaculares pianísimos.
Escuchar a la Harteros en vivo es siempre un auténtico placer.
Impresionante en su sobrecogedora aria ‘Tu che le vanità’.
El bajo-barítono Alfred Muff fue la otra cara de la moneda:
gritó más que cantó. Aún no recuperado de una fuerte gripe,
tampoco tuvo un buen día el bajo finlandés Matti Salminen,
voz profunda de gran belleza, y extraordinario actor, que no
septiembre-octubre 2012
convenció vocalmente como el rey Filippo II (poco verdiano y
visiblemente cansado). Fabio Sartori fue un meritorio, que no
espléndido, infante Don Carlo (cuya caracterización en la ópera no
se corresponde con el personaje histórico) carente de expresividad.
Vesselina Kasarova resultó una decepcionante princesa de
Eboli, intensa como actriz pero con evidentes lagunas técnicas,
problemas en el registro inferior y sonidos entubados. El barítono
Massimo Cavalletti aprovechó su portentoso volumen y hermoso
timbre para su ansiado rol de Rodrigo, marqués de Posa. Mención
especial, para la excelente actuación vocal y actoral del tenor
Benjamin Bernheim como Conde de Lerma.
Otra de las claves del éxito de este Don Carlo fue la presencia de
Zubin Mehta, por primera vez al frente de la Orquesta de la Ópera
de Zúrich (que a partir de la próxima temporada se llamará Zürich
Philharmonia). El maestro hindú, a sus 76 años, realizó un gran
trabajo desde el foso, con una lectura al más puro estilo verdiano,
de gran efecto teatral, enérgica, contundente en los pasajes líricos y
de enorme fuerza expresiva. Aplausos también para la producción
que firma Sven-Eric-Bechtolf y para el lujoso vestuario de
Marianne Glittenberg. El director de escena alemán, con la
ayuda de Jürgen Hoffmann (iluminación) y Rolf Glittenberg
(escenografía), nos propone una tragedia de gran impacto visual
en blanco y negro, un espacio dominado por escenas sombrías con
fondos neutros que se pierden en la oscuridad para acentuar un
mundo hostil, opresivo e intolerante. La atmósfera claustrofóbica
lo envuelve todo, a través de la violenta iluminación tenebrista.
pro ópera
Apenas hay movimiento; los personajes aparecen como figuras
estáticas, dramáticamente iluminadas para captar la atención del
espectador, como si se tratara de una pintura barroca del siglo de
oro español.
por Lorena Jiménez
Die Entführung aus dem Serail en Zúrich
Esta crónica podría titularse: “En que parece que todo será
un desastre, pero se convierte en un gran éxito”. Los eventos
inesperados se dan aún en los países que conocemos como
“civilizados”; ejemplo de ello es la tragedia monetario–
económica–política que vive el mundo, gracias a que en la cuna de
la civilización occidental (y alrededores) les dio por hacer aquéllo
que considerábamos nuestra especialidad: gastar más de lo que se
tiene.
¿Por qué una introducción tan innecesaria y ominosa? Porque
los eventos fortuitos pueden pasar en cualquier proceso humano;
aún en el artístico como lo es, aunque algunos disientan, la ópera.
La nueva producción de El rapto del serrallo se planeó desde
fines de 2010, pero pasaron muchos eventos de aquéllos que nos
hacen pensar en un tal Murphy. Además de los que suceden en
cualquier producción operística, ésta tuvo elementos muy exóticos:
a) el director de escena original, Thomas Langhoff, murió cuatro
meses antes del estreno (quisiera que este evento se repitiese en
muchos casos); b) el director de escena elegido para reemplazar
a Langhoff, Adrian Marthaler, se quebró un tobillo durante un
ensayo técnico una semana antes del estreno (de hecho fue operado
el día del estreno); c) la cantante que daría vida a Konstanze, Malin
Hartelius, canceló sus presentaciones un día antes del ensayo
general, pues sintió que su voz ya no es la adecuada para el papel.
Horrible ¿no?
Las soluciones se dieron, con excepción de la resurrección de
Langhoff que no sucedió, no milagrosamente como en nuestros
lares, sino con el cuidado y perfección esperada de una casa como
la Ópera de Zúrich. El equipo de producción finalizó lo que ya
estaba perfectamente documentado con anterioridad, y la compañía
también demostró que el concepto de “ensemble” —grupo estable
de cantantes de alta calidad— puede funcionar muy bien. Eva
Mei, miembro del ensemble y soprano connotada fue traída
de emergencia desde Turín para sustituir a la autocensurada
Malin. Eva llegó a Zúrich para trabajar en el ensayo general.
Tuve la oportunidad de hablar con ella después de la función y
le dije: “Pocos ensayos de escena, ¿no?” a lo que contestó muy
seriamente: “Uno de más”.
La escena, diseñada por Jörg Zielinski e iluminada por Elfried
Roller, se ubicó en alguna costa del norte del Mediterráneo de
nuestros días con un vestuario “arabizado” para el Pasha Selim
y Osmin, y unos andrajos bastante feos para los occidentales. De
verdad, no sé qué justifica el pago a la “diseñadora” de vestuario
Florence von Gerkan. La escenografía del primer acto fue una
playa sucia en la que aparece Belmonte al abrirse el telón (¡el
medio oriente es sucio!); durante el segundo acto se trata de un
patio interior con tres niveles, y en el tercero una galería de retratos
en los que cada personaje se ve (¡esto es introspección, brutos!) y
que Selim cubre con paños al final de la ópera (¡luto por la pérdida
de la amada!)
En mi opinión, la producción respetó el argumento con elementos
pro ópera
Javier Camarena (Belmonte) en Die Entführung aus dem
Serail
feos, pese a que ésta es una de esas óperas en las que se pueden
hacer buen uso del Oriente exótico. Además, quiero expresar mi
gratitud a Marthaler por no habernos regalado algún concepto
durante la obertura, interpretada a telón cerrado. Como dijera un
amigo: “No hubo obertura”. Debo mencionar que hubo efectos
sonoros simpáticos al abrirse el telón en cada acto: en el primero
se oyó ruido de gaviotas, en el segundo de grillos y en el tercero de
cucús.
La función tuvo un solo intermedio, entre el segundo y tercer actos.
Durante la pausa entre primero y segundo, el director concertador,
Adam Fisher, nos regaló dos números del arreglo para alientos
hecho por el propio Mozart para esta ópera: el aria de Belmonte y
la segunda aria de Blondchen.
Eva Mei inició su carrera en Viena cuando ganó el concurso
Catarina Cavalieri, quien estrenase el papel de Konstanze bajo la
dirección de Mozart. Como resultado del concurso, debutó con
la Ópera de Viena en 1990 cantando precisamente el papel de la
heroína de “El rapto en el serrallo”. La señora Mei nos regaló
una maravillosa Konstanze, tanto vocal como actoralmente (pese,
o gracias, a la falta de ensayos). Su voz pudo ser, por lo menos
quiero imaginarlo, tan admirada por Mozart por su brillantez y
por la “flexibilidad de su garganta”. Javier Camarena encarnó a
Belmonte, el noble que llega a rescatar a su amada, aunque aquí
aparezca inicialmente crudo tirado en una sucia playa. Se dirigió
en español a Osmin, no debido a una mala dicción de Javier, sino
a un efecto muy simpático logrado por el director de escena. Otro
personaje del reparto habló en español, Selim, quien despide a
Belmonte creyéndolo arquitecto con un “hasta mañana” que sacó
la carcajada de la concurrencia. El punto importante es que Javier
cantó un fabuloso Belmonte. Su aria del primer acto arrancó el
primer gran aplauso de la noche, aunque la del tercero no fue
capaz de hacerlo. En resumen, la pareja seria tuvo una magnífica
interpretación musical adornada con una muy buena actuación.
Rebeca Olvera dio vida a Blondchen. Su parte musical se
desarrolla en el mejor registro de su voz, que fue descrita como
septiembre-octubre 2012
brillante y embrujadora (así lo hizo un crítico).
Por poca fortuna, sólo aparece en forma
importante en el segundo acto, cuando canta
sus dos arias, ambas fenomenalmente cantadas,
participa en el cuarteto y desarrolla su dueto con
Osmin, quien la fuerza musicalmente hasta llegar
a lo más profundo de su registro pero que le da
oportunidad de subir y así superar en la batalla
a Osmin. El veterano bajo suizo Alfred Muff,
veterano pero ya quisiéramos la mitad de su voz
en la mayoría de nuestros bajos, cantó muy bien
el dueto y el aria del tercer acto (¡qué Res tan
impresionantes!); por desgracia, Fisher redujo
el tempo del aria del primer acto a un nivel en el
que cualquier concepto rítmico existente en la
partitura desapareció. Michael Laurenz cumplió
vocalmente con el poco exigente papel de
Pedrillo, pero fue una delicia actuando con unos
lentes que lo hacían ver como un Harry Potter de
25 años. La actuación de Michael Martens como
Selim hizo que el Pasha sea muy relevante en
Cecilia Bartoli como Desdemona en Zúrich
esta ópera, sin el concepto perdón, los de lujuria
Foto: Hans Jörg Michel
(mostrados abiertamente por él y su siervo) y
amor (todos los demás), no bastan para entender
la obra de Mozart, desde este momento hasta su muerte.
tema central; los siervos de color ni siquiera pueden servir la mesa
a los invitados blancos, no hay lugar en el palacio para el moro
Fisher dirigió muy bien la mayor parte del tiempo. El problema es
rossiniano, que pasa el tiempo en un viejo café de emigrantes. Una
que a veces, como en el aria de Osmin, redujo el tempo con exceso
lámpara de cristal de Murano en el austero salón del palacio nos
y en otras, como en la segunda aria de Blondchen, lo aceleraba al
remite a Venecia, de lo contrario podría ser cualquier otro lugar. En
máximo. El coro tuvo una actuación excelente en ambas ocasiones,
definitiva, una puesta en escena sin pretensiones, que no distrae, de
apareciendo sorpresivamente a los lados del público; destacaron los
fácil lectura y con una cuidadosa dirección de actores.
cuatro solistas del coro del primer acto.
Al final sentí una felicidad enorme, causada esencialmente por un
grupo de artistas que lograron una grandiosa función, superando
muchísimos obstáculos aparentemente insalvables, pero también
acentuada por el hecho de que, cuando se interpreta bien una ópera
de Mozart, hay que hacerlo muy bien musicalmente y manteniendo
los conceptos posmodernos en su lugar; es decir, al menos a 1,000
kilómetros del escenario.
por Luis Gutiérrez Ruvalcaba
Otello de Rossini en Zúrich
Marzo 3, 2012. Gioacchino Rossini fue el compositor más
representado de su tiempo. Entre sus mejores óperas serias se
encuentra una de gran envergadura, Otello, ossia Il moro di
Venezia (Nápoles 1816), cuyo éxito no tuvo parangón en la Europa
romántica; las más famosas cantantes de la época quisieron dar
vida a la heroína rossiniana. Sin embargo, la enorme popularidad
de la versión posterior del Otello de Verdi (más próxima a la obra
de Shakespeare), junto a la dificultad de reunir a tres tenores de
primerísimo nivel en el escenario, capaces de aunar altura vocal y
agilidad de la coloratura, la relegaron injustamente al olvido, y rara
vez aparece en los escenarios de hoy en día.
En la nueva producción de Zúrich que firman Moshe Leiser y
Patrice Caurier, la trama se transforma en un drama burgués
de finales del siglo XX; una joven de “buena familia” se casa
en secreto con Otello sin el consentimiento de su poderoso y
autoritario padre, para quien un negro, aún con sus honores
militares, no es aceptable como hijo. El racismo está presente como
septiembre-octubre 2012
Las razones del apoteósico éxito que se vivió la noche del estreno
en el Teatro de la Ópera de Zúrich, hay que buscarlas en el
excelente elenco vocal, difícil de reunir en un mismo escenario,
y en la sublime actuación de Cecilia Bartoli en el papel escrito
por Rossini para Isabella Colbran. La Opernhaus Zürich y la
mezzosoprano romana forman un tándem perfecto. En ningún otro
escenario del mundo se puede disfrutar de la gran Bartoli como
en este pequeño teatro que se adapta como un guante al tamaño
de su voz. La Bartoli, con un sencillo vestido negro de cóctel y
tacones de aguja no defraudó a sus fieles seguidores reunidos en
la ciudad suiza para su debut como Desdémona. Una Desdémona
menos inocente y más valiente de lo habitual, que trata de dirigir
su propio destino y que termina el segundo acto (no como indica
el libreto) subida a una mesa de billar, desafiando a su padre y
derramando triunfal una cerveza sobre la cabeza.
La Bartoli siente el personaje y se identifica con él. Le encanta
estar en el escenario y sabe contar historias. Su extraordinaria
expresividad contagia y emociona. Vocalmente magnífica; una voz
aún fresca, coloratura impecable, sólidos agudos, graves redondos,
delicados y audibles pianissimi, excelso legato; un seductor color
tímbrico, su técnica infalible e innata musicalidad, la convirtieron
en la auténtica estrella de la noche. Efusivos aplausos tras la
“escena de la locura” de Desdémona que cerró el segundo acto.
Una maravillosa “Canción del Sauce” provocó el unánime delirio
del público que, puesto en pie, la despidió con una gran ovación.
La solvente actuación de los tres tenores palidece ante la gran
Bartoli. Impecable, Peter Kalman en el papel de Elmiro. o
por Lorena Jiménez
pro ópera 
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