P. Siro Stocchetti MCCJ VIDA CONTEMPLATIVA Y PROFÉTICA EN LA MISIÓN HOY Introducción • El cristiano del futuro será místico – una persona que ha experimentado algo nuevo y distinto – o no será cristiano. Porque la espiritualidad del futuro no se basará en una convicción unánime, evidente y pública, ni en un ambiente religioso generalizado, sino en la experiencia y en la decisión personal. Empiezo mi reflexión con estas famosas palabras de K. Rahner que se refieren al cristiano en general, pero pienso que se pueden aplicar al misionero/a de hoy. El misionero o es un místico que anuncia lo que vive, o sea el amor que ha experimentado en su relación personal y profunda con el Señor, o es un funcionario de una ONG. Ser un contemplativo es la condición esencial para un misionero/a que quiera ser fiel a su identidad de anunciador de la buena noticia del Evangelio. San Daniel Comboni, fundador del Instituto misionero al que pertenezco, escribió: • El misionero que no tuviese un fuerte sentimento de Dios y un interés vivo en su gloria y en el bien de las almas, carecería de aptitud para sus ministerios, y acabaría encontrándose en una especie de vacío y de intolerable desolación (SS 2698). Desde su experiencia directa en África Central, este gran misionero puede afirmar que la vida del misionero debe ser alimentada por una fe viva y orientada por la búsqueda de la gloria de Dios y del bien de la gente a la que es enviado. De no ser así, no está en condición de llevar a cabo su misión y su vida deja de tener sentido, ya que experimenta un vacío interior y una desolación intolerables. 1. Mirando a Jesús, misionero del Padre • Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando. Simón salió a buscarlo con sus compañeros, y cuando lo encontraron, le dijeron: «Todos te andan buscando». El les respondió: «Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido».Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios. (Mc 1,35-39) Antes de que amanezca, Jesús se retira a un lugar solitario para rezar, al cabo de un sábado muy intenso vivido en Cafarnao. Tras haber entrado en la sinagoga de aquella ciudad, había compartido sus enseñanzas y había sanado a un indemoniado. Llegado a casa de Simón y de Andrés había sanado a la suegra de Pedro, que se encontraba en la cama con fiebre. Al anochecer le habían llevado a muchos enfermos e indemonidados y Él había sanado a muchos de ésos. Toda la ciudad se había reunido ante la puerta de la casa donde se alojaba (cfr.: Mc 1,21-34). Desde el comienzo de su ministerio, Jesús une a una intensa actividad de evangelización, prolongados momentos de oración, buscados en las condiciones más favorables para cultivar la intimidad con el Padre: la quietud, la soledad y el silencio. A partir de lo que vive y en la escucha del Padre, Jesús se revela un 1 hombre orante, un contemplativo. En la intimidad con el Padre, Jesús va descubriendo cada vez más su identidad de Hijo, enviado para llevar a cabo una misión bien determinada: hacer conocer el amor, la misericordia, la ternura del Padre, que quiere que todos sus hijos tengan vida y la tengan en abundancia (cfr.: Jn10,10). El ministerio de Jesús se caracteriza por una profunda libertad interior que le permite superar la tentación de buscar a sí mismo a través de la aceptación y el reconocimiento, de aprovechar del éxito obtenido en Cafarnao, lugar de paso de mucha gente, como parece sugerir Pedro con su comentario: “Todos te andan buscando”. La contemplación que Jesús alimenta en las largas noches de oración abre los horizontes de su misión, lo lleva a salir para ir hacia los lejanos, más allá de las fronteras del pueblo de Israel, para dar a conocer a todos la buena noticia de la que es mensajero y para liberar a cada persona de los demonios que la esclavizan. Jesús anuncia que el Reino de Dios está cerca y, a través de los signos que realiza, lo hace presente. Su misión consiste en darlo a conocer a todos. Jesús, poderoso en obras que enseña con autoridad, es profecía del Padre por su fidelidad a la vocación y misión recibidas de Él. Su coherencia es iluminada y respaldada por la actitud orante, en una constante y profunda relación con el Padre. A Él se dirige llamándole Abbá, palabra que expresa intimidad, familiaridad, tranquilidad y amor, que caracteriza la relación de un niño con su padre. En Jesús Abbá expresa también el abandono del adulto que reza en el Huerto de los olivos, aceptando con respeto, reverencia y obediencia dar su propia vida. • Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, que se haga tu voluntad. (Mt 26,42) Las acciones de Jesús no son autorreferenciales, sino que expresan la constante búsqueda de la voluntad del Padre, que asume y hace propia: • Porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la del que me envió. (Jn 6,38) Yo no vine por mi propia cuenta; pero el que me envió dice la verdad, y ustedes no lo conocen. Yo sí lo conozco, porque vengo de él y es él el que me envió. (Jn 7,28-29) El que cree en mí, en realidad no cree en mí, sino en aquel que me envió. Y el que me ve, ve al que me envió. (Jn 12,44-45) Jesús comparte con el Padre también los gozos de la misión. Cuando vuelven los setenta y dos exclama: • Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. (Lc 10,21) En Jesús el movimiento es doble y circular: de la contemplación a la misión vivida como profecía del Padre y de la misión a la contemplación. En el diálogo con el Padre, Jesús lleva a la gente que encuentra: los pobres y los pequeños, los enfermos y los endemoniados, los emarginados y los excluídos, sus discípulos… ¡la humanidad entera! • Padre … Yo ruego por ellos … por los que me diste, porque son tuyos … cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros … No ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí... (Jn 17,9.11.20) 2 Uniendo contemplación y misión, Jesús es modelo para sus discípulos de todos los tiempos. La contemplación, de la manera en que la vivió Jesús, nos lleva a la misión, la ilumina, la orienta, la dinamiza, la hace creativa, garantiza su profetismo. La misión, a su vez, lleva a la contemplación, donde en la comunión con el Padre se hace presente la comunión con los hermanos y las hermanas que habitan nuestro cotidiano. 2. Contemplación y misión en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium La exhortación apostólica Evangelii Gaudium de papa Francisco, en particular el cap. V, titulado Evangelizadores con Espíritu, nos ofrece algunas pistas claras y profundas sobre la necesaria conexión entra contemplación y misión. Papa Francesco evidencia que los evangelizadores son aquellos que, según la voluntad de Jesús, “anuncian la Buena Noticia no sólo con palabras sino sobre todo con una vida que se ha transfigurado en la presencia de Dios” (259). El papa desea “¡una etapa evangelizadora más fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa!” (261). Oración y misión no se pueden separar, “siempre hace falta cultivar un espacio interior que otorgue sentido cristiano al compromiso y a la actividad. Sin momentos detenidos de adoración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor, las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga.… Al mismo tiempo el Papa pone en guardia respecto a “una espiritualidad oculta e individualista” (262) que no puede alimentar al cristiano y aún menos al misionero. Papa Francisco identifica con claridad la motivación para evangelizar: “el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más. … La mejor motivación para decidirse a comunicar el Evangelio es contemplarlo con amor, es detenerse en sus páginas y leerlo con el corazón.” El papa habla de la urgencia de “recobrar un espíritu contemplativo, que nos permita redescubrir cada día que somos depositarios de un bien que humaniza, que ayuda a llevar una vida nueva. No hay nada mejor para transmitir a los demás”. (264) Ser discípulo de Jesús es la verdadera identidad del misionero conciente de “que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él. El misionero percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera”. (266) La vida del misionero es orientada por la búsqueda de la gloria del Padre, así como fue para Jesús. “Unidos a Jesús, buscamos lo que Él busca, amamos lo que Él ama. …la gloria del Padre; vivimos y actuamos «para alabanza de la gloria de su gracia» (Ef 1,6). … Éste es el móvil definitivo, el más profundo, el más grande, la razón y el sentido final de todo lo demás. Se trata de la gloria del Padre que Jesús buscó durante toda su existencia. Él es el Hijo eternamente feliz con todo su ser «hacia el seno del Padre» (Jn 1,18). Si somos misioneros, es ante todo porque Jesús nos ha dicho: «La gloria de mi Padre consiste en que deis fruto abundante» (Jn 15,8). …evangelizamos para la mayor gloria del Padre que nos ama”. (267) Para ser evangelizadores auténticos hace falta vivir la misión como pasión por Jesús, junto con la pasión por su pueblo. Ésta última no se reduce a un valor filantrópico, sino que es expresión del “gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior”. 3 Contemplando a Jesús crucificado, reconocemos todo su amor por nosotros y, al mismo tiempo, percebimos“que esa mirada de Jesús se amplía y se dirige llena de cariño y de ardor hacia todo su pueblo”. Desde esta contemplación de Jesucristo Crucificado, que ofrece su vida por amor, se encuentra la fuente de la misión que el Señor nos confía: “llegar cada vez más cerca de su pueblo amado. Nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia”. (268) “Jesús mismo es el modelo de esta opción evangelizadora que nos introduce en el corazón del pueblo”. (269) Papa Francisco utiliza expresiones muy fuertes para describir la manera en que el amor por la gente nos acerca y nos abre a Dios: “El amor a la gente es una fuerza espiritual que facilita el encuentro pleno con Dios … cuando vivimos la mística de acercarnos a los demás y de buscar su bien, ampliamos nuestro interior para recibir los más hermosos regalos del Señor. Cada vez que nos encontramos con un ser humano en el amor, quedamos capacitados para descubrir algo nuevo de Dios. Cada vez que se nos abren los ojos para reconocer al otro, se nos ilumina más la fe para reconocer a Dios … Todo esto lleva el Papa a concluir que sólo puede ser misionero alguien que se sienta bien buscando el bien de los demás, deseando la felicidad de los otros. Esa apertura del corazón es fuente de felicidad, porque «hay más alegría en dar que en recibir» (Hch 20,35)”. (272) La misión se vuelve algo constitutivo de nuestro ser, tanto que “es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo. Hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar….” (273) La misión es vivida con mucha humildad “si logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de mi vida”. (274) 3. La misión hoy La misión hoy nos pide que anunciemos y testimoniemos el Reino de Dios a través de los valores: – de la vida: don y presencia de Dios, que se debe defender y promover en todas sus manifestaciones, sobre todo cuando se trata de la vida humana – de la verdad y de la justicia – de la paz junto con la opción por la no violencia y por la reconciliación – de la integridad de la creación – de la primacía de las personas sobre las cosas y las instituciones, del hombre sobre el capital, del trabajo sobre el capital, del uso universal de los bienes sobre la propiedad privada, de la ética sobre la tecnología y sobre las finanzas, de la misericordia y del amor sobre la justicia, del diálogo cultivado y promovido en todas sus dimensiones: interreligioso, intercultural, social y político – de la opción por los pobres, para que sean Iglesia y ayuden la Iglesia a ser más evangélica, pobre y de los pobres. Este momento histórico nos interpela y exige de nosotros el testimonio de una vida transparente, auténtica, interiormente libre, alegre, solidaria, que valoriza lo esencial y redescubre lo humano, que habla, más con los hechos que con las palabras, del Dios de la misericordia, de la ternura, del amor. Se trata del profetismo que necesita hoy nuestro mundo, es lo que la sociedad nos pide también cuando parece decirnos lo contrario. 4 Es fundamental la conciencia de que nosotros no somos dueños ni protagonistas de esta misión, sino simples colaboradores, al servicio de un proyecto que es de Dios Padre. Este proyecto crece en la medida en que nos hacemos discípulos del Hijo, poniendo nuestro confianza en la presencia del Espíritu en la historia, en las culturas, en la Iglesia, en tantos hombres y mujeres de buena voluntad. Ser evangelizadores exige fidelidad a nuestra identidad de llamados por el Padre a seguir a Jesús para continuar su misión con la fuerza del Espíritu en el hoy de la misión. Esto requiere personas humanamente maduras con una personal y profunda experiencia de Dios. 4. El desafío: vivir la misión hoy con una actitud contemplativa para ser proféticos Nuestra cultura posmoderna y globalizada nos plantea muchas dificultades a la hora de alimentar una actitud contemplativa. Inundados por tantos estímulos y mensajes, también nosotros misioneros/as podemos correr el riesgo de vivir de manera superficial y alienada, en el intento de gratificar de forma inmediatas nuestros impulsos y necesidades, en la preocupación por cultivar nuestra imagen, en la anxiedad del activismo, en la pretensión de una vida cómoda. Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. (Mt 5,13) Ser sal en el hoy de la misión es un reto enorme pero es lo que nos pide nuestra vocación misionera, un reto que podemos encarar sólo si sabemos integrar contemplación y misión. Es ésta la única manera para ser eficaces, significativos y creativos, apasionados por el Reino y por la humanidad. Como misioneros estamos llamados a ser “contemplativos en acción” (RMi 91), hoy más que nunca. • Contemplar es observar, escuchar, aprender, discernir, colaborar, ver más allá de lo que se ve. Es abrirse al misterio para dejarse invadir por su belleza, por su luz, por su fuerza, por su significado profundo. La contemplación cristiana está en relación profunda con la Palabra, como camino de adhesión a Dios de todo corazón. La familiaridad con la Palabra nos lleva a una profunda comunión con Jesucristo, con su ser y actuar, con su Padre y con el Espíritu; nos hace penetrar en el misterio de la Trinidad y en el misterio de la Iglesia, de la humanidad, de la creación, de la historia. La contemplación cristiana nos transforma, asimilándonos a la forma de sentir, pensar y actuar de Jesús. Esto nos lleva a mirar el mundo con los ojos de Dios, a leer en la historia su presencia y su acción, a descubrir que el Reino ya está presente en los gérmenes de bien que se encuentran en todas las culturas y en toda persona y que Dios nos pide que los cultivemos y los hagamos madurar en Cristo. La contemplación al estilo de Jesús sabe integrar la realidad concreta de la gente y de las situaciones en las que vivimos. Es hacer de la biblia y de la vida los dos grandes libros a través de los cuales Dios nos habla. La contemplación es elemento esencial de una vida espiritual viva de la que no se puede separar. La vida espiritual se alimenta de aquellos instrumentos bien conocidos, pero no siempre practicados: la oración personal y comunitaria, la 5 vida sacramental, la lectio divina, la revisión de la jornada, la dirección espiritual, el ejercicio del discernimiento espiritual individual y comunitario, la lectura espiritual, el intercambio y el compartir comunitario. Sabemos que la vida espiritual es exigente y, en esto, la contemplación no es una práctica fácil, porque es algo que se debe cultivar con empeño, hace falta hacer silencio en nuestro interior, crecer en la interioridad y en la conciencia, purificar y armonizar nuestros deseos y motivaciones profundas para hacer nuestra la pasión por el Reino. 5. Condiciones esenciales para ser contemplativos y proféticos en la misión hoy Desde mi experiencia en el servicio de la formación permanente en mi Instituto, quisiera reflexionar sobre tres aspectos que me parecen esenciales, ya que son condiciones necesarias, para la vida contemplativa y profética en la misión hoy. Se trata de la interioridad, de la conciencia y de la pasión por el Reino, camino de crecimiento en humanidad y vida espiritual, para un encuentro más profundo y auténtico consigo mismo, con Dios y con la misión. 5.1 La interioridad La interioridad hace referencia a la parte más íntima del ser humano, al yo interior / a la verdadera identidad de la persona, a la vida espiritual que es necesariamente vida interior. • El hombre que entra dentro de sí mismo descubre, con asombro, la presencia de la verdad en sí, la verdad que habita en la intimidad del hombre. (S. Agustín). • La interioridad, lugar decisivo para el hombre en el camino hacia la verdad, es la capacidad de entrar en sí mismo, comprender el sentido de las acciones que se han realizado y se realizan, porque sólo en el interior se pueden evaluar y juzgar (Card. Martini) La interioridad es la condición para crecer en la vida espiritual. Sin interioridad no puede existir vida espiritual y tampoco una actitud contemplativa. Interioridad y espiritualidad están entrelazadas como elementos constitutivos uno del otro. Es una ilusión poder vivir una vida espiritual basada en la exterioridad, en el legalismo y el formalismo. La interioridad no se confunde con el intimismo que consiste en replegarse y cerrarse en sí mismo. La interioridad es un valor en crisis. La vida interior, que en el pasado era casi sinónimo de vida espiritual, hoy está en decadencia. El abandono de la interioridad y la proyección al exterior es uno de los aspectos más peligrosos del fenómeno del secularismo. La oleada de exterioridad no arrastra sólo a los jóvenes, sino también a personas activas y comprometidas en la Iglesia, como nosotros, los misioneros/as. Jesús en el evangelio invita constantemente a la interioridad. Él quiso renovar la religiosidad judaica, que había acabado en el ritualismo y en el legalismo, volviendo a poner en el centro de la misma una relación íntima con Dios. Jesús no se cansa de recordar aquel ámbito secreto del corazón, donde se da el verdadero contacto con Dios (Mt 6,6). La motivación profunda que Jesús presenta es que «Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad» (Jn 4,24). • La persona de vida interior pronto se recoge dentro de sí porque nunca se desparrama totalmente al exterior. No le causa problema el trabajo 6 ordinario o las ocupaciones correspondientes al tiempo indicado sino que sabe acomodarse a ellas tal como vienen. (Imitación de Cristo) María representa el icono de la interioridad cristiana. Ella, que durante nueve meses llevó también físicamente el Verbo de Dios en su regazo, lo concibió antes en su corazón que en su seno, por esto es el icono de la interioridad. La interioridad es el espacio para el encuentro: consigo mismos, con Dios, con el otro - el hermano, el necesitado, el diferente, la comunidad, … -, con la realidad que nos rodea, con la Misión, con la Historia y con la naturaleza. Cuando este espacio se ha quedado o se ha vuelto pequeño, estrecho, confuso, el encuentro se hace difícil, faltan las condiciones para una actitud contemplativa, que es espacio abierto en el santuario interior de nuestro ser para acoger al Señor. 5.2 La conciencia La conciencia consiste en hacernos transparentes a la ‘verdad profunda’ de cada realidad: sobre nosotros mismos - corazón, mente y voluntad -, sobre los demás, sobre los eventos, sobre las cosas, sobre Dios. La conciencia está en relación directa con la interioridad, es condición para el despertar interior. Abre a la realidad y al misterio, que podemos captar sólo si nos ponemos en un estado de transparencia, condición para ser contemplativos. La conciencia es un don que hay que pedir al Señor con insistencia y perseverancia. Al mismo tiempo es tarea, compromiso y responsabilidad de cada uno. Además es una misión: la de devolver al hombre a sí mismo, hacerlo plenamente ‘humano-divino’. Despertar, conciencia, atención, interioridad para un crecimiento humanoespiritual podrían representar el objetivo de la nueva evangelización para rehacer al hombre y al cristiano. Existe una conexión muy estrecha y profunda entre la interioridad y la conciencia. La poca interioridad junto con la poca conciencia llevan a la dispersión, al vivir al día, sin una dirección clara y coherente en la propia vida y misión, fácilmente a la merced de los impulsos internos y de los estímulos externos, ‘metidos en muchas cosas’ sin una escala de valores y prioridades, como puede suceder en nuestro compromiso misionero. La dispersión se convierte en el analgésico necesario, para poder sobrevivir en una situación de alienación, una protección para no afrontar el vacío en el que el misionero se encuentra, el no sentido de su forma de vivir. La alienación cierra el círculo de la falta de interioridad, de la poca conciencia y de la dispersión. Un círculo contrario a la Vida que el Señor nos quiere donar y estamos llamados a testimoniar, y a la misma cualidad de vida a la que cada ser humano aspira. Un círculo difícil de romper porque a menudo no estamos concientes de él. Nuestros mecanismos de defensa impiden la toma de conciencia. En esa situación los valores difícilmente inciden en la vida del misionero porque se quedan a nivel de proclamación y no influyen en las actitudes de la vida cotidiana. Falta aquella transparencia que es necesaria para vivir la misión con 7 profetismo, sabiendo separar la voluntad de Dios, la acción del Espíritu, la fidelidad al Reino de las proyecciones de nuestras necesidades, emociones, deseos egoístas y egocéntricos. La intimidad consigo mismo es la condición para una relación profunda con Dios y con el próximo. Por intimidad entiendo la capacidad de vivir en contacto profundo consigo mismo. Ésta es la condición para entrar en relación profunda y, al mismo tiempo, en el respeto de la alteridad de Dios y de los demás y para vivir serena y positivamente la soledad. La experiencia de encuentro profundo con Dios y con los demás, a su vez, es estímulo y ocasión para un encuentro más profundo y auténtico con nosostros mismos. El misionero está llamado a vivir de manera conciente y responsable, y esto no es nada automático. Vivir de manera responsable es ser protagonistas de la propia existencia, asumiendo lo que depende de nosotros y sin atribuir a los demás la responsabilidad de lo que nos corresponde. Para poder vivir de manera conciente hace falta el ejercicio constante de reflexionar sobre lo que vivimos para asumirlo, y así transformarlo en experiencia de vida, ejercicio que nos permite asimilar nuestra vivencia. Para ser fiel a su vocación de anunciador del Evangelio, el misionero cultiva en lo cotidiano una actitud de discernimiento que no se improvisa. La capacidad de discernir crece en la medida en que se madura humanamente y en la fe. El hombre interior afronta la vida con decisiones personales, libres y motivadas por valores fundamentales que ha asimilado, cultiva la vida espiritual en la lucha contra la supremacía de la emotividad, de la impulsividad, de lo gratificante, de lo fácil e inmediato. La conciencia y la responsabilidad son los pilares de nuestro crecimiento psicológico y espiritual. 5.3 La pasión por el Reino La pasión por el Reino está estrechamente unida a la interioridad y a la conciencia, que son las condiciones para una vida espiritual viva y auténtica. La pasión es energía que unifica en la dirección del objeto que nos apasiona. Pasión es sinónimo de interés, atracción, entusiasmo, apertura hacia algo, dinamismo, vitalidad. La pasión por Jesucristo es pasión por su misión, por los pobres y los necesitados, por la vida, por la Historia, por los problemas sociales. Es deseo de salir de sí mismo, de auto-trascenderse para ir hacia el otro. Es fuerza descentralizante. • No habrá una nueva evangelización sin la pasión de los Santos (Pablo VI). La falta de vida interior le quita fuerza a la pasión por el Reino, que es sustituida por otras pasiones en las que se busca, más o menos concientemente, a sí mismo, el propio interés personal, la gratificación de los impulsos y necesidades o bien es sustituida por una vida pasiva e instalada. Entre los misioneros no es raro encontrar a personas cuyo ideal parece ser el de una vida cómoda y tranquila, que responda a las propias necesidades y exigencias. 8 Esto contrasta con la propuesta evangélica, con el carisma de nuestros fundadores, con nuestros documentos oficiales y con el ejemplo de tantos hermanos y hermanas nuestras, apasionados por la misión, que hicieron la historia de nuestros Institutos. La apatía es probablemente la característica cultural más peligrosa de nuestro tiempo. Se trata de la falta de empatía y compasión, es la indiferencia frente al sufrimiento de los demás. La poca pasión se manifiesta en la falta de deseo, de aquel deseo que es expresión de nuestra naturaleza ontológica, creada a imagen y semejanza de Dios, de aquel deseo que nos pone en sintonía con el deseo de Dios, deseo del Reino. El deseo constituye el corazón energético mismo de la persona, a través del cual se abre a la auto-transcendencia (= salida de sí mismo) que lleva al encuentro con Dios y con el próximo. Este deseo es captado por el consumismo, por lo gratificante, por el comodismo, por el inmediatismo; es entrampado por el repliegue sobre sí mismo y el egocentrismo. El desafío consiste en liberar el deseo para recuperar la pasión. La autosuficiencia, expresión de egocentrismo, representa otro obstáculo para crecer en la pasión por el Reino, ya que se trata de una actituda profundamente contraria al seguimiento del discípulo y por lo tanto de la vida de un misionero. Autosuficiencia y egocentrismo están profundamente conectados y en contradicción con la vocación ontológica del ser humano, que es relacional. El ser humano corresponde a su identidad más profunda en la medida en que sale de sí mismo y se abre al encuentro con el otro, entra en diálogo, en comunión, comparte. Autosuficiencia y egocentrismo son la negación de nuestra identidad de hijos de Dios y hermanos entre nosotros. Por esta razón producen sólo vacío e insatisfacción. La autosuficiencia obstaculiza un camino de crecimiento y transformación porque elimina la necesidad y el deseo del mismo. La vida no se considera ni se vive como un proceso que expresa la idea de dinamismo, vitalidad, discipulado, crecimiento, conversión y transformación. En esa situación estamos bien lejos de considerar la vida como una constante oportunidad de formación permanente a través de las iniciativas extraordinarias, pero sobre todo a través de lo cotidiano: lugar de la experiencia de Dios en la vivencia de la Misión. Una experiencia profunda de Dios implica interioridad y contemplación, que hacen crecer en la conciencia y en el ser proféticos, y al mismo tiempo generan y alimentan la pasión por el Reino. El encuentro con el Señor abre y lleva necesariamente al intercambio fraterno, hace humildes porque concientes de que somos todos discípulos, en un camino de constante conversión y crecimiento. 6. Cómo crecer en una actitud contemplativa y profética La dimensión contemplativa y profética es fundamental para vivir la misión hoy como camino de humanización según los criterios del Reino: encuentro, diálogo, 9 acogida de lo diferente, testigos del Dios revelado en y por Jesucristo. Ella exige humildad, humanidad, capacidad de escucha, interioridad, una profunda vida espiritual. Siguen algunas pistas sobre las que quisiera llamar la atención para crecer en la actitud contemplativa y profética en la misión hoy, sin pretender ser exaustivo. 6.1 De la superficialidad y alienación a la interioridad y conciencia Creo que es el primero y fundamental paso, nada fácil, pero indispensable para ser fieles a la misión hoy. En mi experiencia he visto muchas resistencias a dar esto paso y tengo la impresión de que son una minoría los que consiguen caminar hacia esta dirección. Para crecer en la interioridad hace falta: • auto-disciplina • paciencia y perseverancia • afrontar el silencio exterior e interior y la ansiedad que puede producir • el coraje de la verdad sobre nosotros mismos • abrirnos y confrontarnos con quien puede ayudarnos • renunciar a la fácil e inmediata gratificación de nuestras necesidades e impulsos • la conciencia de que Dios nos llama a este cambio por nuestro bien y por el de los demás. La interioridad es fruto de la conciencia: • de quien somos realmente, de donde nos encontramos, de lo que vivimos y adonde estamos yendo • de la presencia y acción de Dios en nuestra vida • de la presencia del otro en su alteridad y de sus necesidades • del sentido de la Historia • de lo que ocurre alrededor de nosotros y del porqué • de las exigencias reales de la misión hoy. La interioridad y la conciencia son condiciones para un camino: • de crecimiento en la propia identidad y sentido de pertenencia a la propia comunidad e Instituto • de interiorización/asimilación de los valores • de experiencia de Dios: en la escucha de su Palabra, en la liturgia, en la comunidad, en el pobre, en los acontecimientos, en la Historia y en el cosmo • de una transformación que es necesariamente conversión. 6.2 Del individualismo al testimonio comunitario Más que individuos discípulos y misioneros, somos una comunidad discípula y misionera. Se evangeliza como comunidad, testimoniando el amor fraterno en la acogida mutua, en el respeto, en el perdón, en el diálogo, en el compartir lo que tenemos y somos, en la colaboración, estimándonos mutuamente y valorizando las diferencias. Urge redescubrir el papel de la lealtad, que es fundamental en todos los sistemas de vida humana. Los vínculos de pertenencia se configuran como vínculos de lealtad y, por lo tanto, de fidelidad. Hoy se constata una erosión de la lealtad recíproca. Esto es preocupante porque cuando en nuestras comunidades faltan la franqueza y la sinceridad nada puede mantenernos unidos. Otros obstáculos al testimonio comunitario de nuestro ser misioneros son la autosuficiencia y la autoreferencialidad. Éstas emergen de manera a veces 10 evidente, por ej.: cuando se toman decisiones e iniciativas o se hacen programas sin consultar a la comunidad, sin comunicar con los superiores, en la gestión individualista y egoista del dinero, cuando somos incapaces de verdadero y recíproco encuentro. Otras veces de manera sutil, pero profunda: cuando nos quedamos siempre en el papel de quienes dan sin saber recibir, en la posición de quienes están siempre listos para dar respuestas pero incapaces de escuchar, o cuando no sabemos captar el valor de las diferencias. «Me duele tanto comprobar cómo en algunas comunidades cristianas, y aun entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odio, divisiones, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de culquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos? » (EG 100) «No nos dejemos robar el ideal del amor fraterno!» (EG 101) 6.3 De evangelizar a ser evangelizados La misión que nos confió Jesucristo nos recuerda que nosostros somos los primeros en deber ser evengelizados. La misión es un intercambio de dones (LG 13) entre quien anuncia y quien recibe el anuncio evangélico. Como misioneros debemos estar listos primero para ser evangelizados y, cuando evangelizamos, debemos estar dispuestos a escuchar antes de hablar, a recibir antes de dar. A menudo decimos que la misión nos ha dado y nos da mucho más que lo que nosotros podemos dar. Pero hay más. Asumir que siempre necesitaremos ser evangelizados por la gente con la que vivimos, por los pobres, por los laicos, por la Iglesia local, por los hombres y mujeres que colaboran con nosotros, por las religiosas – para nosotros los hombres y sacerdotes –, por los jóvenes, por los no cristianos, implica una conversión profunda, mucha humildad, capacidad de escucha, libertad interior. Hace falta vivir en una actitud de conversión que es posible sólo si somos alimentados por una vida espiritual sólida, que, como hemos visto, va junto con la interioridad y la conciencia. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. (EG2) Esta oscura mundanidad se manifiesta en muchas actitudes… En algunos hay un cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción en el Pueblo fiel de Dios y en las necesidades concretas de la historia. (EG 95) 6.4 De la crisis degenerativa a la crisis de crecimiento «La vida consagrada participa de esta crisis y está atravesada por un proceso de renovación radical. Si comparamos nuestros Institutos con una casa, ...tiembla el suelo, tiemblan los cimientos mismos.» (Asamblea USG – 22-24 de mayo de 2013) Existe una crisis que conlleva un crecimiento, ya que determina un cambio positivo, una transformación. El desarrollo humano pasa necesariamente por fases de crisis, sin las cuales no habría crecimiento. La crisis implica siempre cierto sufrimiento, que tiene sentido si es por el crecimiento. ¡Pero no todas las crisis son de crecimiento! 11 Hay otro tipo de crisis, la degenerativa, la que no lleva a un desarrollo ni a un crecimiento, sino que manifiesta una decadencia, un deterioro que conduce a una muerte, no necesariamente física. Un grupo, una institución, la sociedad pueden vivir una crisis degenerativa. Según Erik Erikson generatividad versus estancamiento son las polaridades que caracterizan la fase adulta en el desarrollo psico-social del individuo. Generatividad es la capacidad de transmitir vida, de generar algo significativo, bello, bueno que se pueda compartir y ofrecer a los demás. Estancamiento expresa inmovilidad, el bloqueo del crecimiento y del desarrollo, falta de vitalidad, esterilidad. Se acompaña de un sentimiento de inutilidad hacia la propia existencia. La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad... la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión (EG 10) En nuestros institutos, debemos potenciar la generatividad, saliendo de aquellas situaciones que son expresión de una crisis degenerativa. 6.5 La vida misionera entendida como formación permanente Los miembros de una institución alimentan su capacidad generativa viviendo con una actitud de formación permanente. Por esto hace falta romper con la idea deletérea según la que la formación es un capítulo que se cierra con los votos perpetuos o, para los sacerdotes, con la ordenación. La formación es necesariamente permanente porque acompaña todas las etapas de nuestra vida, desde la formación inicial hasta la ancianidad. La vida misionera en su cotidiano se puede vivir como constante oportunidad de crecimiento humano y espiritual, cuando potenciamos, a nivel personal y comunitario, aquel dinamismo interior que nos permite dejarnos tocar, confrontar, estimular, convertir por la realidad en su cotidiano y, de esta manera, crecer en fidelidad creativa a la vocación y a la misión recibidas. Sin embargo, a menudo este dinamismo está bloqueado, interrumpido, apagado. Para poner en marcha, volver a activar o reforzar ese dinamismo necesitamos potenciar nuestra capacidad de cambiar, de cuestionarnos, de estar abiertos, disponibles, permeables a las pequeñas y ordinarias situaciones así como a las extraordinarias. Esto se puede alcanzar a través de iniciativas de formación permanente que presten atención a la persona del misionero en todas sus dimensiones, en el momento existencial que vive, para que crezca en la integración humano-espiritual, en vista de una más libre, conciente y generosa respuesta a la vocación recibida del Señor. Asimismo esto nos permite crecer en la capacidad de aprender de la vida y no estar condenados a repetir siempre los mismos errores, porque el problema no consiste tanto en cometer errores, sino en no aprender de ellos. Termino mi reflexión con una cita de papa Francisco que hago mía: “Pero sé que ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el fuego del Espíritu.” (EG 261). El Espíritu hace su parte si nosotros selo permitimos. En esta sinergia podremos vivir la misión hoy con una actitud contemplativa para ser fieles al profetismo al que el Señor nos llama. 12