DAVIDSON Y LA AUTORIDAD DE LA PRIMERA PERSONA I En

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DAVIDSON Y LA AUTORIDAD DE LA PRIMERA PERSONA
I
En principio, parece evidente que cualquier hablante sabe lo que quiere decir con sus
palabras. Puede que una tercera persona no sepa lo que otra quiere decir – porque no
habla su lengua, porque lo está malinterpretando, etc. – , pero el hablante ha de saber lo
que significan las oraciones que él mismo utiliza. Así, en cuestiones de semántica
parece que la autoridad de la primera persona es un hecho obvio. No obstante, si
atendemos a la tesis de Quine de la indeterminación del significado y de la referencia,
las palabras (términos u oraciones) no tienen un significado determinado. Siguiendo
esta tesis, no tendría sentido decir que las palabras significan de manera unívoca tal o
cual cosa. Nuestros términos u oraciones pueden recibir diversas interpretaciones
compatibles con toda la evidencia disponible pero incompatibles entre sí, por tanto, no
existe el significado de una oración o la referencia de un término. Y si esto es así,
tampoco tendría sentido afirmar que un hablante sabe lo que quiere decir con sus
palabras, ya que éstas pueden recibir diversas interpretaciones. Así es como la
indeterminación del significado entra en conflicto con la autoridad de la primera
persona. De hecho, una de las principales críticas contra la tesis de la indeterminación
ha sido, precisamente, la apelación a la autoridad. (Ésta fue, por ejemplo, la
argumentación principal de Searle en el ya célebre artículo de 1987, «Indeterminacy,
Empiricism and the First Person»).
Así, pues, la tesis de la indeterminación y la autoridad de la primera persona entran en
conflicto. Pero la autoridad de la primera persona sobre los significados de las palabras
que utiliza constituye un hecho tan obvio que resulta difícil argumentar contra ella. De
hecho, Davidson no lo hará. La peculiaridad aquí de Davidson reside en que, al
contrario que Quine, defiende simultáneamente la indeterminación del significado y la
autoridad de la primera persona. Mi objetivo en este trabajo es tanto mostrar que es
imposible defender ambas ideas a la vez como criticar la concepción davidsoniana de la
autoridad de la primera persona. Esquematizando mi objetivo:
1) Al contrario de lo que Davidson pretende, si aceptamos la indeterminación, no
podemos aceptar la autoridad de la primera persona. Además, negar la
indeterminación y defender la autoridad, no tiene por qué comprometernos con
el llamado por Davidson tercer dogma del empirismo.
2) Para Davidson, la autoridad de la primera persona vista desde la perspectiva de
la primera persona no supone más que el hecho de que cada persona aplica las
palabras en las situaciones en las que ha aprendido a hacerlo. Yo creo que esta
idea nos lleva a un extensionalismo rechazable.
3) Para Davidson, la autoridad de la primera persona desde la perspectiva de la
tercera persona supone una condición de interpretabilidad. Yo rechazo esta idea.
2
II
La tesis de la indeterminación en su variante de la inescrutabilidad de la referencia1
afirma que los términos no poseen una referencia determinada. Éstos pueden ser
interpretados de maneras diferentes e incompatibles sin que cambie por ello el valor de
verdad de las oraciones que los contienen. Una de las razones por las que esto sucede es
la existencia de diversos marcos ontológicos. (Ésta fue la línea de argumentación
seguida por Quine, aunque no por Davidson o Putnam)2. Así, una vez identificada una
palabra como un término, pongamos por caso la palabra ‘gavagai’, perteneciente a la
lengua de un pueblo remoto, podríamos traducir ésta como ‘conejo’, adscribiéndole al
hablante nuestra ontología reista, pero nada nos impide traducirla como ‘instanciación
de la conejeidad’, por ejemplo, adscribiéndole una para nosotros exótica ontología de
ejemplificaciones de conceptos platónicos. La crítica ahora sería que nosotros podemos
realizar estas adscripciones, pero el hablante ha de saber si con su término ‘gavagai’ se
refiere a conejos o a instanciaciones de la conejeidad. Es decir, tú puedes estar
equivocado acerca de la referencia de mis términos, ya que realizas teorías a partir de la
1
Resulta preferible hablar, simplemente, de indeterminación de la referencia en vez de inescrutabilidad,
para evitar la sugerencia de una especie de inaccesibilidad epistémica.
2
Para Davidson v. «The Inscrutability of Reference», The Southwestern Journal of Philosophy 10, 1979,
pp. 7-19. Recogido en Inquiries into Truth and Interpretation, Clarendon Press, Oxford, 1984. Para la
exposición de Putnam, v. Reason, truth and history, Cambridge University Press, Cambridge, 1981.
3
evidencia de la que dispones y dichas teorías podrían ser falsas, pero yo sé lo que quiero
decir.
Davidson ataca la idea de la mente como un lugar donde hay cosas, por ejemplo,
significados, conceptos, y al que sólo el poseedor tiene acceso directo, ya que él puede
observarlo mediante un acto introspectivo. Autoridad, sí; acceso privilegiado, no. Pero
si la autoridad no proviene del acceso que tiene cada hablante a su mente, donde se
hallan los significados, ¿en qué se basa?
La autoridad de la primera persona vista desde la perspectiva de la primera persona
consiste, según Davidson, en que cada hablante sabe en qué circunstancias le han
enseñado a aplicar una oración. Para Davidson, lo que las palabras de un hablante
significan depende exclusivamente de los tipos de objetos y situaciones en las que la
persona ha aprendido que esas palabras se aplicaban. Así, el sujeto nunca se pregunta (o
casi nunca) si sus palabras significan lo que él cree, ya que simplemente está
aplicándolas a los contextos donde las considera aplicables.
Así, Davidson utiliza su estricto extensionalismo, que equipara el significado de una
oración y sus condiciones de aplicación, tanto como explicación de la autoridad de la
primera persona desde la perspectiva de ésta, como para defender simultáneamente
indeterminación y autoridad. La argumentación sería:
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(P1) Al aprender el lenguaje, los individuos aprenden a aplicar sus palabras en
determinadas situaciones.
(P2) El significado de una palabra son sus condiciones de aplicación;
Luego
(C1) es imposible que un individuo no conozca el significado de las palabras que
usa.
Si añadimos la tercera premisa:
(P3) Las condiciones de aplicación no determinan el significado de nuestras
palabras,
podemos obtener la conclusión buscada:
(C2) Los individuos saben lo que quieren decir con sus palabras a pesar de que el
significado de éstas se halla indeterminado.
Contra esta idea hemos de pensar que aprender la referencia de un término o el
significado de una oración es algo más que aprender a qué entidades o en qué
situaciones se aplican – es decir, hemos de rechazar (2) – . Al aprender un término,
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aprendemos la ontología asociada: hablar es conceptualizar. Los castellanohablantes
consideramos un conejo un objeto – y no una instanciación de un concepto platónico,
etc. – , por lo que aprender el término ‘conejo’ implicó algo más que aprender a qué
entidades se le aplicaba, implicó considerar esas entidades de una determinada manera y
no de otra. Así, la premisa (2) – y la (1), entendida como que lo único que aprendemos
al aprender el lenguaje es a aplicar palabras en determinadas circunstancias, es una
asunción injustificada y sumamente antiintuitiva de las teorías empiristas del
significado.
Esto no tiene por qué comprometernos con lo que Davidson ha bautizado como el
tercer dogma del empirismo, la idea de marcos ontológicos o esquemas conceptuales
como mediadores epistemológicos entre el mundo y nuestro discurso sobre él. Pero
ciertamente, existen creencias sobre la realidad, creencias que nuestro lenguaje expresa.
Algunos sistemas de creencias son parecidos, con lo que la traducción resulta sencilla;
otros son sumamente diferentes, con lo que no lo resulta tanto. Podemos pensar, quizá
simplemente como extremos ideales del continuo, en la traducción homofónica y en
lenguajes inintertraducibles.
III
Así pues, Davidson defiende que autoridad e indeterminación son compatibles a partir
de su extensionalismo y su rechazo del tercer dogma, e intenta ofrecer una explicación
6
de la autoridad. Según Davidson, como hemos apuntado arriba, la autoridad, vista desde
la primera persona, consiste, simplemente, en que un hablante sabe en qué situaciones
se le ha enseñado a aplicar una palabra.
En primer lugar, no está claro qué significa en esta visión davidsoniana ‘saber lo que
uno quiere decir’: si estamos exigiendo con ello que los hablantes puedan explicar lo
que dicen de otra manera, es evidente que muchas veces no podemos y no dejamos por
ello de resultar interpretables. Pero parece que lo único que Davidson quiere expresar
con ‘saber lo que se quiere decir’ es el hecho de que aplicamos nuestras palabras en las
situaciones que creemos las adecuadas y como esas situaciones son las que determinan
el significado de nuestras palabras, es por principio imposible que un hablante utilice
sus oraciones de forma equivocada habitualmente. De ahí que afirme que un hablante
«no está en posición de preguntarse si está aplicando sus palabras, generalmente, a los
objetos y eventos adecuados, ya que sea lo que sea a lo que regularmente las aplica, esto
le da a sus palabras el significado que tienen» (Davidson ibíd., p. 37). Así pues, la idea
de Davidson es que un hablante no puede ni tan siquiera plantearse si está utilizando
sus palabras de forma correcta mientras sepa que las está utilizando de forma
consistente – no aplicarlas de forma consistente sería, simplemente, no querer decir
nada con ellas, no hablar ninguna lengua – .
El punto en el que más hincapié me gustaría hacer es que un hablante puede utilizar
sus palabras de forma coherente, aplicándolas a las entidades que él considera
pertinentes, digamos aplicando el término ‘conejo’ a los conejos, pero puede no saber si
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‘conejo’ quiere decir ‘conejo’ o ‘parte no separada de conejo’. El hablante sabe que
quiere decir algo, pero no sabe lo que quiere decir.
Podemos pensar en el caso de un robot. Pensemos en robot al que se le introduce un
programa perfecto de castellano y con sensores de funcionamiento muy similar al de los
órganos perceptivos humanos. La conducta verbal del robot sería idéntica a la de un
hablante de carne y hueso. Sin embargo, la diferencia es esencial: ¿qué sentido tendría
decir que el robot sabe lo que quiere decir? Saber lo que se quiere decir y aplicar las
palabras de forma coherente son factores que, normalmente, van de la mano, pero no
son lo mismo. (Es más, podríamos preguntarnos, incluso, si afirmaríamos que el robot
sabe castellano).
El problema es que Davidson sólo exige, para otorgar la autoridad, que el hablante
conozca las situaciones que hacen verdadera una oración, pero esta claro que algo más
es necesario.
IV
Por otro lado, Davidson explica la autoridad, vista desde la perspectiva de una segunda
persona, afirmando que ésta constituye una precondición de la interpretación. Para
interpretar un hablante hemos de presuponer que éste sabe lo que quiere decir con sus
palabras. La autoridad supone, pues, una presuposición necesaria para interpretar a un
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hablante. Si no suponemos que un individuo sabe lo que quiere decir, no podríamos
seguir adelante en el proceso de interpretación. Tal y como el propio Davidson lo
expresa:
Hay una presuposición – una presuposición inevitable dentro de [built into] la naturaleza
de la interpretación – de que el hablante normalmente sabe lo que quiere decir.
(Davidson 2001, p. 14)
En su ensayo sobre la autoridad de la primera persona en Davidson, Bernard Thöle
(Thöle 1993) arremete también contra la primera idea mencionada:
Pero Davidson no nos da ninguna razón de por qué es una precondición para la
interpretación que un hablante sepa lo que quiere decir. Todo lo que dice apoya sólo la
idea más débil y trivial de que la interpretación requiere interpretabilidad, esto es, un
uso coherente del lenguaje. (Thöle 1993, p. 243).
El propio Thöle esquematiza la que parece ser la argumentación davidsoniana:
a) Las emisiones de un hablante son (en general) interpretables, luego
b) Las emisiones de un hablante son (en general) significativas, luego
c) Un hablante (en general) quiere decir algo con sus emisiones, luego
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d) Un hablante sabe (en general) lo que quiere decir con sus emisiones.
Thöle cree que «El paso de b) a c) no es, ciertamente, evidente. Pero el paso más
problemático es de c) a d)». Respecto al paso de a) a b), pensemos de nuevo en nuestro
ejemplo del robot: las emisiones de éste serían interpretables, ya que siguen un patrón
coherente y, sin embargo, no había significado asociado para él. Respecto al paso de c)
a d) – donde podemos también pensar en el ejemplo del robot – , hemos de
preguntarnos: ¿por qué se permite dar Davidson el paso del hecho de que un hablante
quiera decir algo con sus emisiones a que sepa lo que quiere decir? La respuesta es:
identificando el hecho de saber lo que se quiere decir con utilizar correctamente el
lenguaje:
a menos que haya una presuposición de que el hablante sabe lo que quiere decir, esto es,
de que está utilizando correctamente su lenguaje [is getting her language right], no
habría nada que interpretar para el intérprete. Por decirlo de otra manera, nada podría
contar como que alguien utiliza sus propias palabras de forma incorrecta habitualmente
[as someone regularly misapplying her own words]. (Davidson 2001, p. 38)
La idea de Davidson es, pues, que no existe la posibilidad de que un hablante no
conozca el significado de sus palabras, ya que si podemos interpretarlo, es que conocía
esos significados, y si no podemos, decimos, simplemente, que no quería decir nada con
sus palabras. (Es decir, que la posibilidad de interpretación constituye el criterio para
adscribir lingüisticidad):
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Tu conocimiento de lo que significan mis palabras tiene que estar basado en evidencia e
inferencia: tú, probablemente, supones que lo has hecho correctamente y probablemente
lo has hecho. Sin embargo, es una hipótesis. Por supuesto que puede que yo tampoco
sepa lo que quiero decir con las palabras. Pero hay una presunción de que sí lo sé, ya que
no tiene sentido suponer que estoy generalmente equivocado acerca de lo que significan
mis palabras; la presunción de que generalmente no estoy equivocado acerca de lo que
quiero decir es esencial al hecho de que tengo un lenguaje – para poder ser interpretado.
(Davidson 2001, p. 66).
Pero es falso que sea una presuposición necesaria para la interpretación el que el
hablante sepa lo que quiere decir.
Davidson rechazaría esta crítica con su argumentación de que afirmar que un hablante
se refiere a conejos o a partes no separadas suponen, simplemente, diferentes
caracterizaciones de la conducta verbal, sin que cambie nada en lo que realmente
estábamos describiendo; algo similar a describir el peso de los cuerpos en libras o en
kilos. Pero podemos aceptar, aunque sólo sea ex hipothesi, que cada una de estas
supuestas referencias suponen algo más real que eso. Tendríamos entonces un claro
contraejemplo a Davidson: un hablante que utiliza el término ‘conejo’ sin saber si éste
se refiere a conejos o estados temporales de conejo o incluso a los conejos sólo mientras
la Tierra gire, resultaría interpretable, ya que su conducta verbal es coherente, y sin
embargo, no sabe lo que quiere decir.
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Pensemos, igualmente, en la teoría de la referencia de Putnam. Aun cuando no la
aceptemos, puede hacernos ver cómo la mera aplicación coherente de términos no basta
para afirmar que el hablante sabe lo que quiere decir. Supongamos un término T cuya
referencia viene determinada por una cierta microestructura. La gran mayoría de los
hablantes, al no ser químicos especialistas, no conocen los detalles de dicha
microestructura ni, por supuesto, la composición microscópica de los ejemplares a los
que ellos le aplican el término. El término es aplicado por los hablantes de forma
coherente y, por tanto, resultan interpretables. Éstos, sin embargo, lo utilizan de forma,
digamos, tentativa, sin estar muy seguros de lo que quieren decir con él. La historia es
bien conocida desde Putnam: pensemos en el agua o en cualquier elemento
perteneciente a una de las llamadas clases naturales. Si, por mor del argumento,
aceptamos la teoría de la referencia de Putnam, vemos que es compatible aplicar un
término de forma coherente y no saber muy bien lo que se quiere decir con él.
Hemos de subrayar un punto esencial de las ideas de Davidson al respecto: un hablante
está hablando una lengua si está utilizando sus palabras de forma coherente y si las está
utilizando de forma coherente puede ser interpretado. Si le damos la vuelta al
argumento, tenemos que la interpretabilidad es la condición de la lingüisticidad: sólo si
un hablante puede ser interpretado está hablando una lengua. Y la idea de Davidson era,
como vimos, que para poder interpretar a un hablante necesitamos presuponer que sabe
lo que quiere decir. Pero no se ve claro que esta presuposición sea esencial para el
proceso de interpretación. ¿No basta presuponer que el hablante utiliza sus palabras de
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forma coherente? ¿Por qué exigir que el hablante sepa lo que quiere decir en vez de
exigir, simplemente, que sepa que quiere decir algo? Como dice Thöle:
Y aunque estoy de acuerdo con que, en general, un hablante sabe lo que quiere decir (si
quiere decir algo), no veo razón para pensar que esto es verdad porque es una
presuposición de la interpretación. Pero si no se muestra que es una presuposición tal y
que rige porque es una presuposición tal, es un caso especial de la autoridad de la
primera persona – el fenómeno mismo que Davidson prometió explicar. (Ibíd., p.
244-245).
Además, tampoco podemos aceptar sin más que la interpretabilidad sea el criterio
correcto de la lingüisticidad. En principio, parece razonable admitir que un sujeto posee
un lenguaje utilizando criterios como que mantenga una conducta aparentemente
comunicativa con otros sujetos o no dé señales de irracionalidad manifiesta. Utilizar,
como hace Davidson, la interpretabilidad como criterio de lingüisticidad elimina,
además, la posibilidad de la inconmesurabilidad. Aunque no nos corresponde aquí un
estudio de ésta, hemos de admitir la existencia de lenguajes inconmensurables – el de un
niño en diferentes etapas de aprendizaje del lenguaje, por ejemplo – , con lo que se haría
manifiesto que el criterio de interpretabilidad no es adecuado.3
3
Esta crítica aparece en el ensayo de Manuel Hernández Iglesias «Verdad y Traducción en Davidson»,
(C. Caorsi (ed.), 1999). En su respuesta, Davidson bautiza su visión sobre la inconmensurabilidad como
la tesis DD (de Davidson) y la expone así: «El idiolecto de cada persona, tomado en cualquier punto de su
vida, puede ser traducido al idiolecto de cualquier otra persona. También sostengo que el idiolecto de
cada persona es adecuado para expresar los contenidos de los pensamientos de cualquier otra persona,
esto es, los contenidos de sus actitudes proposicionales» (en Caorsi 1999, p. 317). Respecto a que el
idiolecto de un niño en diferentes etapas de aprendizaje de la lengua resulta inconmensurable, dice
Davidson: «Supóngase que se tiene un lenguaje rudimentario. ¿Cómo pueden, pregunta el profesor
Iglesias, los conceptos de la física o la biología, o de las leyes, expresables en los idiolectos de algunas
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Volvamos al ya citado caso de un robot, un robot al que se le introduce un programa
perfecto de castellano y con sensores de funcionamiento similar al de los órganos
perceptivos humanos. La conducta verbal del robot resulta, pues, idéntica a la de un
hablante humano. Sin embargo, afirmamos que la diferencia es esencial: no tiene
sentido decir que el robot sabe lo que quiere decir. No hay autoridad de la primera
persona y, no obstante, podemos interpretar al robot. La autoridad, pues, no es necesaria
para la interpretación.
personas, traducirse al lenguaje rudimentario? ¿Cómo puede el idiolecto de cualquier adulto traducirse al
idiolecto de la niñez de ese adulto? La respuesta es que no se puede. DD abarca solamente la parte
básica del idiolecto de todos. Sería un error intentar delimitar tajantemente el alcance de la parte
rudimentaria del idiolecto de alguien (o el stock de conceptos). Pero ciertamente contiene los recursos
necesarios para identificar y caracterizar objetos medianos, más o menos duraderos, observables, en
particular personas, para describir los cambios que les acontecen en espacio y tiempo, y para describir las
potencias y relaciones causales. También contiene los medios para expresar universalidad, identidad y
negación. No pretendo de ninguna forma que éste sea un inventario completo. Lo que intento expresar es
la idea (bastante kantiana) del aspecto que debe tener cualquier lenguaje para expresar lo suficiente del
marco de conceptos que todos debemos dominar para ser autosuficientes.» (p. 318).
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REFERENCIAS
Davidson, D., Subjective, Intersubjective, Objective, Clarendon Press, Oxford, 2001.
Thöle, B., «First person authority», en Stöcker, R. (ed.), Reflecting Davidson, Berlin,
1993, pp. 213-247.
15
Juan José Lara Peñaranda
Univ. de Murcia
Professor d’Ensenyament Secundari. Filosofia.
E-mail: [email protected]
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