DEL CALVARIO A LA GLORIA EL OBISPO Iba vestido en malva y

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DEL CALVARIO A LA GLORIA
Martirio del Obispo y del Gitano
Al padre Mariano Molina,
guía del Museo de los Mártires de Barbastro,
agradecido
habla el mejor discurso estando mudo;
las luces que nos llevan al mañana
van por ventana en sombras).
EL OBISPO
Queda incomunicado. Toma el suelo
por silla venturosa y el rosario
por arma formidable que no hiere.
Reza, medita, va hacia el heroísmo
hincado de rodillas.
Iba vestido en malva y en violeta,
como si al ruedo fuese.
Era la F.A.I. el toro, en rojo y negro,
en sangre y luto, como va la muerte.
Cayó el torero, entonces...
Tres años más sobreviría el toro...
Los dos habían caminado juntos:
uno cuidando en celo a su rebaño
y el otro descarriado en la dehesa.
Noche del 8. Resucita el Gólgota.
Sacan al mártir al Rastrillo, que es
la sala de visitas del Colegio.
Chaleco y pantalón le sirven de hábito.
Mariano Abad, el jefe del piquete,
lo empuja, entre sarcasmos.
—Pareces un pastor. (Verdad de oro).
No te preocupes, hoy irás al cielo.
—Allí suplicará a Dios por vosotros.
Olía a pasión don Florentino Asensio
y Barroso. Era obispo
de Barbastro, un pueblo
con talla celestial cerrando el nombre.
Insultos y blasfemias
tejen espinas para el holocausto.
Le atan las manos con alambres de odio
a la espalda. Él se come
su natural protesta,
para que el verbo amar sea más pleno
...y el dolor más amargo,
...y el perdón más cumplido.
Mediaba el ‘36. La guerra histérica
llegó en verano, cosechando espigas,
naciendo en grana un campo de amapolas.
Fue el día 23 de un julio tórrido
cuando Juan Camps, marxista y comerciante,
y el Marta, un zapatero del Portillo,
entraron al palacio
episcopal. No hizo un reproche
de repulsa el prelado. Fue sumiso
el pastor a la oveja.
Marchó, entre escopeteros,
a estrenar cárcel nueva
en el Colegio de los Escolapios,
que el río Vero baña.
Lo hizo en ropa talar, para que el pueblo
no lo creyera preso.
¡Qué doce días de silencio esdrújulo
llenaron las estancias!
El repintó la cal con oraciones,
se fue acercando a la experiencia intacta
de aprender a morir.
El 4 - agosto - lo recibe en farsa
el tribunal que nombra
el Comité Revolucionario Antifascista.
Ya estaba decidida la sentencia
antes que el verbo procesal hablara.
Se defendió con el silencio místico.
(Todo lo que va a Dios
Vuelve la mofa, en sangre
de pretorio: Santiago
Ferrando Torrente, un pobrecillo
que cumple de sayón, vocea al aire
a Alfonso Gaya Gracia,
analfabeto peón de pico y pala,
la invitación a un ágape diabólico:
—¿No tienes ganas de comer (un plato)
de cojones de obispo?
Se hace el Rastrillo altar y matadero,
sacrificio de sangre consumada,
inmolación y ofrenda.
Tiran en las baldosas al prelado,
y con una navaja
brutal de carnicero
le cortan los testículos, que envuelven
en un papel de Solidaridad Obrera.
La sangre encharca el suelo.
Con un hilo de esparto
le cosen el escroto
y con una toalla irreverente
taponan la hemorragia que revienta.
Carnestolendas bufas,
la risa ha anticipado el carnaval.
Desde el odio a la muerte hay un centímetro.
Aúlla un miedo comprador de sangre.
(Un querubín resbala
por el poema de Manuel Machado:
Estoy muy mal... Sonrío,
porque el desprecio del dolor existe,
porque aún mira lo bello en torno mío.
Así la escena recitaba, cándida,
“Dolientes madrigales”)
Rechazando llorar, pide a la fuerza
que le ataje el desmayo.
—¡Ten compasión, mi buen Señor, de mí!
Le atan, codo con codo, a un hombre fuerte
y alto, para poder
llegar hasta el patíbulo.
(En un grotesco ínterin de burla,
Gaya goza exhibiendo en los cafés
los mutilados miembros del obispo.
Un espíritu angélico y clemente
va sosteniendo lo que ya es piltrafa,
víctima irremediable).
No todo es consumado en esta ráfaga.
El burdo drama va a tragicomedia:
un miliciano cojo,
José Cons Sesé, el Garrilla,
le quita los zapatos
para ascender la burla hasta el sombrero
episcopal con sus saludos tontos.
Mariano Carrueco, llevaría
sus pantalones hasta desgastarlos.
(También en Cristo repartieron ropas).
La aguja del reloj pasó las 12.
Hay un olor a incienso derretido.
La muerte está esperando en la plazuela,
en un camión sin nombre.
Los empujones suben
al prelado a la caja.
Su voz es aún templada y evangélica,
como en Getsemaní:
—iQué noche más hermosa!
Camino hacia la Casa del Señor.
—No sabes bien adónde te llevamos.
—A la Gloria. Os perdono.
Hoy rogará en el cielo por vosotros.
(Cristo lo había ya dicho al Buen Ladrón).
Gran chanza fue la pastoral clemencia.
Un miliciano le golpea la boca
y le aplasta el perdón con un ladrillo.
—¡ Toma la comunión...!
Crecen los labios dos claveles rojos.
Cuando el camión arranca,
hay estertor de pena en los motores.
Aquella madrugada está sin luna.
Antes del camposanto que le espera,
hay dos fusilamientos:
el primero, con tiros de palabra;
el segundo, con plomo.
Entre los dos, oye la audiencia un claro.
Un arrastrado ritmo de descargas
picotea en la noche.
Es como si un rosario
de avemarías y a menes demoníacos
frotara sus enérgicos fusiles
por los oscenses rojipardos cerros.
Inexorables y precisas balas
le acribillan las piernas.
Troncha su rosa, con un tallo en fuente...
iEs necesario prolongar la angustia,
bebida poco a poco!
El camposanto es meta del despojo,
—del alma será el cielo—
adonde llega, aún agonizando,
hasta colmar la pila de cadáveres.
Fue el tiempo largo al lado del obispo,
sufriendo y desangrándose.
(Volvía al Maestro, que de tercia a sexta,
tres horas fue expirando).
Durante la agonía,
se testimonia su último deseo:
-¡Dios mío: ábreme pronto
las puertas de la Gloria.
Dame tu fuerza para resistir
Ya no lo necesita:
los milicianos, fieles a la urgencia,
le rematan de un tiro.
EL GITANO
Siempre llevaba al hombro en su mochila
la marca registrada de ser bueno.
Hiel-miel chorrea la vida en Ceferino
Jiménez Malla, el Pelé, gitano
de quince lustros limpios:
analfabeto pleno, para no
contaminar con letras su conducta;
tratante en bestias, para obviar al hombre; honrado,
para hundir a la mentira;
puente de bien desde el gitano al payo;
rezador de rosarios sin demora;
cofrade de los Jueves Eucarísticas;
cirio de fe, en la Adoración nocturna;
catequista de Cristo entre su raza;
mártir, en fin, para dejar memoria...
Era de oro su amor, su sufrir de oro,
de oro el perdón por Dios y en mil quilates;
su santidad saltaba en las esquinas,
rompía las balanzas...
Ya no respiraría días antiguos
ni cándidos momentos.
Había amanecido la hora prieta
de endechas ácidas y elegías últimas.
He aquí los prolegómenos
de su cristiana historia y su martirio:
En el caliente julio, el 25,
un sábado tarumba y afilado,
un grupo forcejea en plena calle
con un curita joven.
El Pelé no se arredra:
—iVálgame la Virgen, tantos hombres
contra un solo ¡nocente!
Las milicias lo apresan y cachean
y le encuentran dos armas:
un fleme (1) y un rosario. (1) Util para sangrar bestias.
Le encierran en la cárcel popular
improvisada al punto
en el convento de las capuchinas.
Tiene a su vera a padres claretianos.
Piensa, especula, se recoge, reza...
Sus ojos y sus pies ya sólo miden
los altos horizontes.
Quiere Eugenio Sopena ayudar al Pelé
y le pide que no ore y que guarde el rosario.
Lo mismo le reclama quien es su carcelero, Andrés
Soler Puente.
Pero la fe es más recia y el gitano sigue entregado a
su causa.
(Si vivir con fe es difícil,
más lo es morir sin ella).
Fue el 2, de madrugada
(otros dicen que el 9, junto a su mismo obispo). Era el
instante justo de desvivir las cosas.
Se agotaban los nombres en la celda del miedo
...y no sonaba el suyo.
Pero el hombre hobbiano al fin deja el cubil
para tornarse fiera.
Lo mismo ahora A.A.F., un vecino muy próximo,
ejecutor ufano,
quien grita a los que llevan el racimo de mártires:
—Dejáis aquí (olvidado)
a un pájaro de cuenta,
que ya debía estar muerto.
Así que ¡arread con él!
Con ojos de alquitrán, boca de azufre,
¿de qué volcán o infierno era aquel hombre?
Estaba ya muy tiesa la cresta del verano.
Era aún tempranísirno y la alondra
aún no teñía el alba.
En la mies silenciosa,
debía sonar a lágrima la lima de los grillos.
Alumbraban, si, el crimen los lobos de la noche,
con la luna rodando en su última fase.
Ronca el camión, el ataúd asmático.
Los dos faros se estrellan contra la tapia en som del
cementerio. Y ponen
su plena diana sobre 20 mártires,
un manojo de espigas en siega prematura.
Suena la voz gitana, como en orden de fuego,
un ¡Viva Cristo Rey! para que arriba lo oigan.
Creemos los humanos que no importa morir
con tal que uno esté ausente el día que le toque.
Tampoco hubo el Pelé primera bala
porque, al llegar la suya, él ya estaba en el cielo.
(Cuando su hija adoptiva —Pepita se llamaba—
iba con la merienda camino de la cárcel.
recibe la noticia patibularia y ártica.
Desfallecida, cae, y la cesta con ella,
regando los tomates).
Decían de su amor las buenas lenguas
que había un corazón así de grande...
Y extendían los brazos, como abarcando el mar!
Sus gitanos amigos marchan al cementerio.
El Perdigucho lo halla
tendido, con un brazo
soportando la frente, ya sin sueño.
Otros logran sacarle
su sencillo rosario cosido entre los dedos.
Y otros -no tan amigos-,
como un ejecutor de cerca de su casa,
roba sus pantalones para usarlos en público.
Haber, haber, haber...
los hombres nos crecemos por las manos.
Fue éste el mortal pecado que él no tuvo.
Casi desnudo huyó, como hizo Cristo,
para dejar al mundo lo mundano.
El Pelé fue arrojado a una fosa común
y sus santos despojos jamás aparecieron.
El destino del cuerpo es el olvido:
no tiene garantía de ser mármol.
El, siendo analfabeto,
supo escribir con sangre el papel de la tierra.
¡Y nunca vio la noche mejor caligrafía¡
Su texto fue, sin duda, el de la fe abrazada:
Sé bien, Señor, que ésta es mi lotería,
que me ha tocado el gordo irrepetible,
la suerte del ascenso:
“Me marcho de este mundo para abrazarme a Ti”.
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Un obispo, un gitano...
Sus pechos comulgaron con dos balas.
Hermanos fueron, sí, de balas y alas.
Los dos certificaron con su sangre
a Cristo, en su martirio.
Una frase redonda los reúne
y también los define:
“Las almas escogidas siempre encuentran
la mano de mil dedos
del Dios que las protege”.
La fe nos redivive.
La Muerte sólo tiene
penúltimas palabras:
más allá de este trance,
vuelve a hablarnos la Vida.
Fco González. Zaragoza.
Benicásim, 28.8.2000.
Copia entregada por Don Salvador, sacerdote.
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