Protección de los derechos de Propiedad Intelectual en

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Protección de los derechos de Propiedad Intelectual en China:
sentido y sensibilidad
Por Carolina Pina y Cristina Mesa, miembros del departamento de IP de Garrigues.
Noviembre de 2008
El 11 de diciembre de 2001 China se convirtió oficialmente en el miembro 143 de la
Organización Mundial del Comercio (OMC). El ingreso de China en la OMC se
produjo gracias a un proceso de acuerdos cruzados en los que el país asiático se
comprometía a hacer ciertas concesiones a Occidente con la promesa de obtener
condiciones más ventajosas en la exportación de sus productos, especialmente
textiles. Entre las concesiones llevadas a cabo por China, destaca de forma
especial su adhesión al Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad
Intelectual relacionados con el Comercio (ADPIC). Siendo necesario señalar que la
adopción de dicho acuerdo es obligatoria para todos los países que desean
ingresar en la OMC. Pero, ¿por qué la OMC? La razón es sencilla: el sistema de la
OMC, pese a todos sus defectos, funciona. Prueba de ello es que las primeras
potencias comerciales, encabezadas por EE.UU., no dudaron en utilizar el acceso
a la OMC como moneda de cambio para conseguir una mayor protección
internacional de sus bienes intangibles.
La adopción del ADPIC por parte de China supuso un paso gigantesco en el
avance de la protección de los derechos de propiedad intelectual. Hasta entonces,
todos los esfuerzos por disciplinar al gigante asiático habían sido estériles. En un
contexto político más favorable debido a la apertura política de China, y pese a sus
reticencias iniciales, EE.UU. acabó por aceptar la adhesión del país asiático a la
OMC. Dicha concesión albergaba la esperanza de conseguir que China acatase
los mandatos del ADPIC, esto es, la obligación de crear un marco jurídico
adecuado para la protección de los derechos de propiedad intelectual. Se trataba,
pues, de establecer unos estándares mínimos de protección acordes con la
práctica internacional que no se viesen sesgados por interpretaciones
proteccionistas. EE.UU. no tenía nada que perder, especialmente si consideramos
que los múltiples acuerdos bilaterales suscritos con China no habían conseguido
reducir la piratería, práctica que se traducía en unas pérdidas cercanas a los 2
billones de dólares anuales sólo en EE.UU. Unos meses después de acceder a la
OMC y como muestra de buena voluntad, China lanzó su primer compromiso y en
marzo de 2002, adoptó un nuevo sistema de regulación para la protección de los
derechos de autor sobre el software. La Comunidad Internacional, y especialmente
EE.UU., aplaudieron las iniciativas chinas y ambas potencias parecían vivir un
período de buen entendimiento. No obstante, los estadounidenses no tardarían en
mostrarse impacientes ante la lentitud de los progresos conseguidos por China.
En 2003, el gobierno estadounidense expresa su preocupación por determinadas
carencias en el sistema de protección de la propiedad intelectual en China. Las
críticas se dirigen especialmente a la falta de transparencia y coordinación entre
las distintas agencias gubernamentales, así como a la excesiva tolerancia
mostrada por las autoridades encargadas de hacer cumplir la nueva normativa de
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protección de la propiedad intelectual. Pese a reconocer la mejora de determinados
aspectos, EE.UU. insiste en la necesidad de endurecer las medidas de protección.
A mediados de 2005, EE.UU. comienza a plantearse la posibilidad de acudir al
Órgano de Solución de Diferencias de la OMC (OSD). El año 2006 supone un
punto álgido en la crisis existente entre EE.UU. y China. Las quejas
estadounidenses aumentan, poniendo en duda la eficacia del sistema en su
conjunto. China intenta frenar la ofensiva estadounidense prometiendo una acción
reforzada contra los infractores. Para ello, en abril de 2007 el gobierno publica
nuevas directrices para la destrucción de mercancías falsificadas. No obstante, tan
sólo unos días después, EE.UU. solicitará oficialmente la celebración de consultas
ante la OMC.
La intervención de la OMC puede suponer un giro copernicano en la protección
internacional de la propiedad intelectual. Hasta ahora, las disputas se habían
resuelto gracias a mecanismos de carácter fundamentalmente bilateral. En el caso
de EE.UU., y debido a su hegemonía económica, el uso de sanciones comerciales
unilaterales se había convertido en instrumento preferente a la hora de disciplinar a
los países infractores. El simple hecho de que EE.UU. haya recurrido a la OMC
para solventar sus problemas con la República Popular China implica que dicha
organización puede llegar a convertirse en el instrumento que de paso a un
sistema multilateral efectivo para la protección internacional de los derechos de
propiedad intelectual.
Sin embargo, el sistema de protección ofrecido por el ADPIC no deja de arrojar
ciertas sombras. No podemos olvidar que la adopción de nuevas leyes y
mecanismos capaces de asegurar el cumplimiento del ADPIC conlleva un gran
esfuerzo económico para los países en desarrollo. Así, aunque el ADPIC preveía
un período transitorio para su implementación, dicho período no parece haber sido
muy realista con la verdadera capacidad de adaptación de los países a los que se
dirigía.
Son muchos los que han puesto en duda la legitimidad de las acciones iniciadas
por EE.UU. ante la OMC, considerando que el sistema de protección implementado
por China necesita de un mayor rodaje antes de poder ser evaluado. No obstante,
el inicio del procedimiento ante la OMC no sorprendió a China, aunque sí causó
gran desagrado en su gobierno, que calificó la actuación de irracional y falta de
sentido. La opinión generalizada en China, y en algunos sectores estadounidenses,
entendía que la intervención de la OMC no resolvería los problemas existentes sino
que, por el contrario, supondría un impacto negativo en las relaciones comerciales
entre ambas potencias.
EE.UU. inició procedimientos formales ante la OMC el 10 de abril de 2007
mediante la remisión de dos peticiones. La primera de ellas se centraba en los
problemas de acceso al mercado chino de determinados bienes culturales. La
segunda de las peticiones, objeto del presente artículo, ponía en jaque el sistema
de protección de derechos de propiedad intelectual en su conjunto. En esta última
petición, EE.UU. critica tres aspectos del sistema chino de protección de los
derechos de propiedad intelectual. En primer lugar, denuncia que los umbrales que
deben alcanzarse para que determinados actos de falsificación de marcas y de
piratería lesiva del derecho de autor sean objeto de procedimientos y sanciones
penales, son demasiado altos. Esta tolerancia legislativa supondría la calificación
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de tales actos como meras infracciones administrativas, lo que según EE.UU., no
sirve para desincentivar las conductas perseguidas. En segundo lugar, se refiere a
las mercancías infractoras de derechos de propiedad intelectual que son
decomisadas por las autoridades aduaneras chinas y, en particular, a la falta de
destrucción de las mismas que, una vez suprimidos los rasgos infractores (por
ejemplo, mediante la eliminación de etiquetas falsas), son devueltas a los canales
comerciales. Por último, EE.UU. se queja por la denegación de la protección de los
derechos de autor sobre las obras que aún no han sido autorizadas por la censura,
lo que implica un alto grado de incertidumbre en los procesos de exportación de
bienes culturales.
Las reacciones ante la intervención de la OMC no se hicieron esperar. En un
primer momento, la Unión Europea rechazó unirse al proceso de consultas iniciado
por EE.UU., intentando evitar un enfrentamiento abierto con uno de sus aliados
comerciales más importantes. La misma posición de cautela fue adoptada por
Japón, Suiza y Australia. Las dudas de la Comunidad Internacional impulsaron una
contraofensiva asiática. Durante los 60 días que duró el proceso de consultas con
EE.UU., China llevó a cabo un gran esfuerzo político, haciendo públicos los logros
ya conseguidos y realizando nuevas promesas. Así, en un movimiento poco
habitual, el gobierno chino aseguró que en aras a aumentar la transparencia del
sistema, permitiría la participación de extranjeros en los procesos judiciales.
Estratégicamente, también se hicieron públicas las cifras de falsificaciones
destruidas por las autoridades chinas, cifras que alcanzaron los 30 millones de
copias en sólo un par de semanas (principalmente DVDs, VCDs y CDs que
contenían música, películas y programas informáticos). Pero EE.UU. ignoró los
méritos chinos y continuó el procedimiento iniciado ante la OMC, procedimiento al
que han acabado uniéndose numerosos países industrializados.
El 25 de septiembre de 2008, la OMC anunció la constitución del panel que debía
resolver la disputa y poco después, se produjeron las primeras filtraciones sobre
las conclusiones obtenidas por el mismo. La Oficina de Comercio de EE.UU., aún
de forma oficiosa, afirma que ha vencido en dos de los tres asuntos planteados
ante la OMC, perdiendo sólo en el relativo a los umbrales penales de las
infracciones. Sin embargo, la agencia de información Reuters proclama a China
como vencedora de la contienda, habiendo ganado tanto en la legitimidad de los
umbrales penales como en lo relativo al proceso de destrucción de mercancías
incautadas. El mundo de la propiedad intelectual espera impaciente la publicación
de los informes oficiales.
La decisión de la OMC no satisface a nadie pero a la vez, permite que ninguna de
las potencias implicadas haya sido formalmente derrotada. La OMC parece haber
alcanzado un punto de equilibrio entre la protección efectiva de los derechos de
propiedad intelectual y el respeto a las especificidades propias de los países en
vías de desarrollo. El sentido común y la sensibilidad parecen haber guiado al
panel encargado de decidir la disputa, mostrándose receptivo a los esfuerzos
realizados por China. De hecho, no son pocos los estadounidenses que se
opusieron a la actuación de su país ante la OMC, considerando que China merecía
mayor comprensión por parte de los países más favorecidos.
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