La ventana siniestra (fragment) Raimond Chandler –No olvide que éste es un caso de asesinato, Marlowe. –No lo olvido. Pero tampoco olvido que hace mucho que estoy en la ciudad, más de quince años. Vi pasar muchos casos de asesinato. Algunos fueron resueltos, otros no pudieron ser descrifrados, y algunos que pudieron serlo no lo fueron. Y uno o dos o tres de ellos fueron resueltos equivocadamente. Se le pagó a alguien para que cargase con la culpa y es muy probable que eso fuese sabido o fundamentalmente sospechado. Y olvidado. Pero pasemos eso por alto. Ocurre, pero no con frecuencia. Consideremos un caso como el de Cassidy. Lo recuerda, ¿verdad? –Estoy cansado –murmuró Breeze, mirando su reloj–. Olvidémonos del caso Cassidy. Ajustémonos al caso Philips. –Quiero llegar a una conclusión –insistí meneando la cabeza–. Y esto es muy importante. Tome el caso Cassidy. Cassidy era un hombre muy rico, un multimillonario. Tenía un hijo adolescente. Una noche la policía fue llamada a la casa y el joven Cassidy estaba caído de espaldas en el suelo, con la cara ensangrentada y un orificio de bala en el costado de la cabeza. Su secretario estaba caído, también de espaldas, en un baño vecino, con la cabeza apoyada contra la segunda puerta del baño, la que conducía a un pasillo, y con un cigarrillo consumido entre los dedos de su mano izquierda, apenas una colilla que le había chamuscado la piel. Una pistola estaba caída junto a su mano derecha. Tenía una herida en la cabeza, pero no de contacto. Había bebido mucho. Cuatro horas habían transcurrido desde el momento de las muertes y el médico de la familia había estado en la casa durante tres de ellas. ¿Y qué conclusión saca usted del caso Cassidy? –Asesinato y suicidio durante una borrachera... –contestó Breeze suspirando–. El secretario tuvo una crisis y mató al joven Cassidy. Lo leí en los periódicos, o en alguna parte. ¿Eso es lo que quería que dijese? –Lo leyó en los diarios –intervine–, pero no fue así. Lo que es más, usted sabía que no fue así, y el fiscal del distrito sabía que no fue así, y los agentes del fiscal fueron retirados del caso a las pocas horas. No hubo indagatoria. Pero todos los reporteros de las secciones policiales y todos los polizontes de todas las divisiones de homicidios de la ciudad sabían que había sido Cassidy quien había tirado antes, que Cassidy había estado deliberadamente ebrio, que el secretario había tratado de contenerlo, infructuosamente, y que, por último quiso escapar pero no fue lo bastante rápido. La de Cassidy era una herida de contacto y la del secretario no. El secretario era zurdo y tenía el cigarrillo en la mano izquierda cuando lo mataron. Aunque uno use normalmente la mano derecha, no cambia de mano el cigarrillo y mata a un hombre sin soltar la colilla. Quizá hagan eso en Vencedores del crimen, pero los secretarios de los millonarios no lo hacen. ¿Y a qué se dedicaron la familia y el médico durante las cuatro horas que tardaron en llamar a la policia? ¿Arreglaron la escena para que sólo hubiese una investigación superficial? ¿Y por qué no se hicieron pruebas con nitratos en las manos? Porque no querían saber la verdad. Cassidy era demasiado importante. Pero ése también fue un caso de asesinato. ¿No es cierto? –Los dos estaban muertos –murmuró Breeze–. ¿Qué diablos importaba quién mató a quién? –¿Alguna vez se detuvo a pensar que el secretario de Cassidy podía tener una madre, una hermana o una novia... o las tres cosas? ¿Que ellas tenían su orgullo y su confianza y su amor por un muchacho que fue convertido en un borracho paranoico porque el padre de su jefe tenía cien millones de dólares? Breeze levantó lentamente su vaso, terminó el cóctel sin prisa, y lo depositó pausadamente sobre la mesa. Spangler estaba rígido en su asiento, con los ojos brillantes y los labios separados en una especie de sonrisa rígida. –Vaya al grano –dijo Breeze. –Mientras ustedes no sean dueños de sus propias almas –expliqué–, no lo serán de la mía. Hasta que pueda confiar en ustedes en cualquier ocasión, en cualquier momento y condición para que busquen la verdad y la encuentren y dejen caer los despojos donde sea... hasta que llegue ese momento, tengo derecho a escuchar a mi conciencia y proteger a mi cliente en la mejor forma posible. Hasta que esté seguro de que ustedes no les harán a él tanto daño como bien le harán a la verdad. Raimond CHANDLER, La ventana siniestra, Barcelona, xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx.