Mis vivencias, Mis recuerdos. Desde mi más tierna infancia. Vivencias desde niña en el Campo.Allá por el año 1934, yo era muy niña, vivíamos en la casa de mis abuelos, toda la familia, así era la costumbre, los que se casaban, seguían viviendo en la misma casa, se agrandaba la familia, se agrandaba la casa. Todos juntos, era lo que mas convenía, para trabajar en el campo, cultivar algodón, frutos, hortalizas, en fin todo lo necesario para la alimentación y subsistencia de la familia. Nada era sencillo, estábamos bien lejos del pueblo, cuando los remedios caseros fallaban y las enfermedades angustiaban, se recurría al médico, quien era generalmente quien visitaba la casa.La gente nacía y moría en el ámbito domiciliario, así sucedió con mi abuelita. Estos recuerdos aún me traen tristeza, porque yo tenía tan solo cuatro añitos, y no entendiendo bien lo que pasaba, veía entrar gente y salir de su habitación, a la que yo no podía ingresar, por tener una enfermedad contagiosa, (tuberculosis). Gente que lloraba, vestidas de negro, mi abuelita está ahí preguntaba sorprendida, recibiendo la noticia fría de su partida.Con mi corta edad, no comprendía bien la situación, solo sé que no pude conocer a mi abuela, no pude besarla, ni cantar, ni jugar, ni pasear con ella, era mi única abuela y sufrí mucho por no haberla conocido. “Creo que los mayores no me tuvieron en cuenta, no me comprendieron”, supongo que lo hicieron para protegerme del posible contagio, pero no me protegieron del sufrimiento que sentí.Las costumbres de mi familia era la de visitar a los difuntos, llevarles flores, encender velas, rezar para que descansen en paz y en el día de los muertos, íbamos a pasar el día enfrente del cementerio, en un bosquecito, donde un integrante de la familia se acercaba desde muy temprano al lugar para reservar un lugarcito, llevábamos comida, bastante agua por las elevadas temperaturas, calores muy intensos. Así era la tradición, reunión de familiares, rezos, plegarias, recuerdos, flores, estar de alguna manera cerca de ellos. La tristeza era el sentimiento que me envolvía el alma, los sonidos de las casuarinas y el pesar de dejarlos tan solos nuevamente.Así transcurría el tiempo en el campo, aprendiendo cada día cosas nuevas, nos ocupábamos todos los integrantes de la familia de las obligaciones que cada uno tenía asignada, en relación al trabajo de campo, la tareas ocupaban casi todo el día, la cría del ganado, gallineros, patos, pavos, frutales, capullos del algodón, creaban el paisaje donde aprendí a valorar el esfuerzo y el trabajo. Recuerdo los pintorescos aljibes, los días de lluvia en el campo, salíamos con los niños a chapotear, a jugar con el barro, y juntábamos agua de lluvia que era muy preciada, la mejor de todas, agua bendita, caída del cielo, que hasta se usaba para lavar el cabello de las niñas y señoras. Los días de lluvia no nos deprimían, al contrario, nos llenaba de alegría, pues era momento propicio para la reunión familiar, los juegos de cartas, la lotería y la dicha de estar juntos.Recuerdo los pasos y secuencias del cultivo de algodón, con herramientas simples y rudimentarias, como el arado, azadas, palas y rastrillos, todos moviéndose al compás de hombre, mujeres, jóvenes y niños, compenetrados con la tarea. Primero se araba la tierra, formándose surcos elevados para plantar las semillas, respetándose una determinada distancia, luego de transcurrido un tiempo, se debía cuidar las plantas de algodón de las malezas, las que deberían ser extirpadas, manteniéndose limpio el terreno, luego rogar para que las inclemencias del tiempo y las plagas no perjudiquen la cosecha. Un día el sol fue tapado por una gran nube de color gris rosácea, eran las atrevidas langostas, capaces de devorar todo lo verde que había a su paso, imposibles de controlar, destruían el trabajo y esfuerzo de los campesinos. Recuerdo entre los trabajadores del campo a los Indios, gente fuerte, honesta, trabajadora y de buen corazón.En el campo aprendí como nacen los pollitos, me acerqué tímidamente al nido de una gallina, empollando los huevos, vi también como un pollito con su pico filoso rompía la cáscara del huevo para venir a este mundo. Todo esto era sorprendente, dese ese entonces me pregunto, ¿Quién apareció primero el Huevo o la Gallina?. Los chicos éramos los encargados de limpiar los gallineros, darles la comida a las gallinas y por la tarde recoger los huevos, que luego llevábamos debajo de las camas, ya que el piso era de ladrillo y la humedad que ocasionaba el baldeo de los mismos, se transformaba en un lugar propicio para la conservación de los huevos, que luego eran consumidos. También recuerdo las famosas carneadas, otro motivo para el trabajo, la reunión, donde se carneaba al animal, aprovechándose toda la carne, sobre todo lo que se utilizaba para consumir a lo largo del tiempo, por ejemplo el charqui, que eran tiras de carne cortadas muy finas y saladas, colgadas al techo, también los chorizos., que eran amasados y condimentados sabor.- con secretos de campo para que tengan buen Tuve muchas obligaciones, sinsabores, pocas alegrías, como por ejemplo, casi no recuerdo una buena cosecha, mucha espera, años de lucha, de sacrificios y tristezas. A pesar de ello, pienso que tuve la suerte de conocer la vida en el campo, ya que fueron experiencias y vivencias muy especiales que no las he vivido en la ciudad. Supe lo que es estar en contacto con la naturaleza, ver el sol al amanecer, al atardecer, los capullos blancos cubriendo gran extensión, las siestas saboreando ricas naranjas y mandarinas, en un escenario de plantas de cítricos, gallinas corriendo y picoteando los frutos, días de lluvia, tardes compartidas, juegos de mesa, reuniones familiares, y muchas cosas más.- Estas vivencias me han dejado huellas en mi existencia, recuerdos que nunca olvidaré.Cuando llegó la edad de ir a la escuela, me trasladé al pueblo mas cercano de donde estaba la casa de campo, y comienza así otra etapa de mi vida, el ingreso a la instrucción primaria, donde llevaba el entusiasmo de aprender lo que no sabía .- Una escuela de primer grado a sexto, buenos maestros, buenos compañeros, alumnos de todos los niveles sociales, nos integrábamos, compartíamos sin discriminación alguna, teníamos mucho respeto y admiración por los docentes, quienes nos exigían muchísimo, por lo tanto la escuela tenía un nivel de secundaria. El alumno que estaba atrasado en alguna materia, era citado para concurrir a la casa del docente, para recuperar, así también hubo años que asistíamos a clases los sábados. No existían paros docentes, ni maestros particulares para enseñarnos. En el pueblo no había universidades, sólo una escuela secundaria industrial para varones. Finalicé la escuela primaria, no teniendo oportunidades, ni medios para poder continuar con estudios en la ciudad, por lo que tuve la inquietud de concurrir a una biblioteca, para aprender de las actividades que allí se realizaban, además aproveché la cercanía de los libros, e hice contacto con ellos, formándome de acuerdo a mis posibilidades e intereses.- También concurrí a una empresa privada de teléfonos a practicar para telefonista, experiencia que me agradó, además me permitieron ingresos para ayudar a mi madre y a mis dos hermanos menores.En esa época se valoraba mucho el oficio, por lo que mi hermano también aprendió de un sastre del pueblo a confeccionar prendas. Así transcurre mi adolescencia, en aquellos años donde a pesar de las escasas oportunidades, la gente tenía ganas de aprender, de trabajar, de esforzarse por un futuro. Vivencias en la Ciudad. A los veintiun años me casé en el pueblo y fuimos a vivir a Buenos Aires, por razones de trabajo de mi marido.- Formamos una linda familia con tres hijos, que tuvieron la oportunidad de estudiar, el mayor se recibió de maestro a los dieciséis años, luego estudió abogacía, el hijo del medio Analista de Sistemas, el menor Computación que luego interrumpió porque tuvo que hacer el servicio militar. Allí entendí lo fácil que era para mis hijos, las ventajas de vivir en la ciudad, las oportunidades que tenían, y me venían a la mente los recuerdos de mi infancia y adolescencia en el campo y en el pueblo. A pesar de las escasas posibilidades y recursos adquirí conocimientos que fueron válidos para mi futuro., experiencias que me dieron sabiduría para sortear obstáculos que se me presentaran en el camino y recobrar fuerzas para seguir adelante, cosa que no estaba escrito en ningún libro, solo en las páginas de la vida cotidiana.Teníamos un buen pasar ya que mi marido ocupaba un cargo importante en la Universidad, luego padece una enfermedad terminal, que ocasionó muchos gastos, ya que los tratamientos eran sumamente costosos. La enfermedad fue dura, tuve que enfrentar la experiencia de la viudez, un trago amargo, difícil de digerir. Tenía solo 38 años, época del proceso, hijos adolescentes, miedos, incertidumbres y una mujer sola en la ciudad criando hijos. Por amigos y conocidos de mi marido, nos ayudaron, dándole trabajo a uno de mis hijos en oficinas de personal de la universidad y recibí uno de los consejos que iluminaron mi vida, encontrándome con una vocación de servicio, como es la enfermería. Estudié y trabajé al mismo tiempo, fue una solución para nosotros. Una nueva lucha se presentaba en mi vida, donde tuve que dedicar todo el tiempo a mis hijos , mi trabajo, pero todos los días me levantaba con ganas de seguir adelante con la ayuda de Dios, con la tranquilidad de haber seguido por el camino correcto, por los senderos de la lucha, del esfuerzo, de la esperanza, de la paciencia, virtudes que creo haber cultivado en mi interior.Así cuento a grandes rasgos lo vivido en dos ámbitos tan diferentes, como es el campo y la ciudad, transcurren los años sin pausa, hasta que llega mi jubilación. Momento en que me detengo a reflexionar sobre cosas y detalles de mi vida, donde siento que mi misión, está cumplida, veo a mis hijos grandes, mis nietos, gente de bien, pienso en mi madre, a la que cuidé con mucha dedicación, ya que tuvo un Accidente Cerebro Vascular y mi profesión de enfermera me ayudó a atenderla y contenerla en mi casa durante cinco años. No me arrepiento de nada. La vida enseña a golpes, como dice el refrán” no todo es color de rosas.” El gran desafío es seguir adelante, aprender de los sinsabores, recobrar fuerzas, teñirse con el verde de la esperanza, tener proyectos a pesar de la edad. Un día tomé una gran decisión, la de ir a vivir a una Residencia Geriátrica, no fue algo impuesto, sino una firme e íntima decisión basada en convicciones propias y en un sentimiento de deber cumplido y esperanzas de encontrar un espacio propio, un tiempo para encontrarme conmigo mismo, con mi persona. En esta oportunidad también tuve que luchar, ya que mis hijos se oponían a tal decisión, por lo que me toca aprender de mi “nieto”, que fue el único que me supo escuchar en ese momento”, que entendió que su abuela tomaba una decisión importante para su vida, y que debía ser respetada. Es así, que hoy me encuentro en una Residencia para Adultos Mayores, muy agradecida de la vida, me siento como en mi casa, encontré muchos amigos, compañía, disfruto de los paseos que se organizan, tengo muchos proyectos, participo de actividades con alumnos de una escuela rural que se encuentra cerca de la Residencia, allí le cuento a los niños y adolescentes mis vivencias, lo que aprendí del campo, de la ciudad y de la vida.- Nelyda Sabao