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en
BIOGRAFÍAS SOBRE
SANTOS CONTEMPORÁNEOS
SIGLOS. XIX – XX
ARCADUZ
CARDENAL VAN THUAN:
Historia de una esperanza
E
s difícil que haya habido un hombre más libre en la cárcel
que Francisco Javier Van Thuan. El Papa Francisco ha recordado que la Pasión de Cristo es completada hoy por los mártires
y nunca ha habido tantos como en los últimos cien años. Van
Thuan fue uno de ellos; supo ser una fascinante y permanente
lámpara encendida no bajo celemín alguno, sino en lo más alto
del candelero.
La esperanza que brilla en todo lo que escribió ha hecho que
sea definido como “el cardenal de la esperanza”. Estas páginas
quieren ser la historia de esa esperanza impresionante y la crónica inacabada de un gran amor porque su luz sigue brillando en
medio de nuestra oscuridad.
A través de estas apasionantes y apasionadas páginas, redactadas por el conocido periodista Miguel Ángel Velasco, podemos
descubrir su vida, su mensaje y su legado. Su nacimiento en una
familia católica vietnamita, su vocación, los trece terribles años
en las cárceles comunistas, que superó impulsado por la fe y la
esperanza, así como los rasgos principales de su predicación, que
han conmovido al mundo, comenzando por San Juan Pablo II, a
quien dirigió unos ejercicios espirituales.
LA LUZ BRILLA EN LAS TINIEBLAS
EL CURA DE ARS
El atractivo de un alma pura
Francis Trochu
16ª edición
DON BOSCO Y SU TIEMPO
Educador nato, patrono de la juventud
trabajadora
Hugo Wast
7ª edición
LA MADRE TERESA
Su vida y su obra
«Lo hacemos por Jesús»
Edward Le Joly
14ª edición
NO OLVIDÉIS EL AMOR
La pasión de Maximiliano Kolbe
André Frossard
6ª edición
EL APÓSTOL DE LOS LEPROSOS
La vida del Padre Damián
´
Wilhelm Hünermann
6ª edición
SANTA TERESITA
Vida de Teresa de Lisieux,
Doctora de la Iglesia
Maxence Van der Meersch
8ª edición
SANTA GEMA GALGANI
Vida de la primera Santa
del siglo xx
Germán de San Estanislao
y Basilio de San Pablo
5ª edición
EL PADRE PÍO
El capuchino de los estigmas
Yves Chiron
8ª edición
UN OBISPO CONTRA HITLER
El beato von Galen
y la resistencia al nazismo
StefaniaFalasca
2ª edición
las tinieblas
MIGUEL ÁNGEL
VELASCO
La luz brilla
MIGUEL ÁNGEL VELASCO
La luz brilla
en
las tinieblas
CARDENAL VAN THUAN:
Historia de una esperanza
ISBN 978-84-9061-264-4
ARCADUZ 121
ARCADUZ
palabra
MIGUEL ÁNGEL VELASCO
Miguel Ángel Velasco (1939) es un
periodista católico especializado
en información religiosa. Estudió
Filosofía y Letras en Salamanca,
Ciencias Sociales en Santiago de
Compostela y Periodismo en Madrid.
Premio “Luca de Tena”, “Manos
Unidas” y “Bravo” de información
religiosa, fue subdirector de Opinión
del diario “La información de Madrid”
y subdirector de la revista “Mundo
Cristiano”. Ha dirigido el semanario
“Alfa y Omega” desde sus comienzos
hasta mayo de 2014. Es autor, entre
otras obras, de Juan Pablo II, ese
desconocido, Los derechos de la
verdad, Dios es corazón, Guía
del Vaticano y Voluntarios, una
revolución imparable así como de
biografías de santa Teresa de Calcuta,
santa Maravillas de Jesús, el padre
Morales, santa María Josefa Sancho de
Guerra, santa Josefa Recio y el cardenal
Castrillón. Es caballero de la Orden
Pontificia de San Gregorio Magno.
ARCADUZ
LA LUZ BRILLA
EN LAS TINIEBLAS
Cardenal Van Thuan:
Historia de una esperanza
EDICIONES PALABRA
Madrid
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Colección: Arcaduz
© Miguel Ángel Velasco
© Ediciones Palabra, S.A., 2015
Paseo de la Castellana, 210 – 28046 MADRID (España)
Telf.: (34) 91 350 77 20 – (34) 91 350 77 39
www.palabra.es
[email protected]
Diseño de cubierta: Raúl Ostos
ISBN: 978–84–9061–264-4
Depósito Legal: M. 18.455–2015
Impresión: Gohegraf S.L.
Printed in Spain – Impreso en España
Todos los derechos reservados.
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento
informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea
electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos,
sin el permiso previo y por escrito del editor.
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Cardenal Van Thuan:
Historia de una esperanza
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En él estaba la vida
y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla
y la tiniebla no lo recibió.
Venía como testigo
para dar testimonio de la Luz.
No era él la Luz,
sino que daba testimonio de la Luz.
Era la Luz verdadera
que alumbra a todo hombre...
(Del Prólogo al Evangelio de Juan)
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«El arzobispo de Ho Chi Minh, monseñor Van Doc, ha
declarado que el reciente encuentro en el Vaticano, el sábado
18 de octubre de 2014, del Primer Ministro de la República
de Vietnam Nguyen Than Dung con el Papa Francisco refuerza la esperanza de una normalización en las relaciones
diplomáticas entre la Santa Sede y Vietnam, que han entrado en una etapa de fortalecimiento. Ha sido reconocido el
compromiso de la Iglesia en el desarrollo del país y la promoción de estas relaciones puede colaborar a una mayor estabilidad en el continente asiático».
(De los periódicos. Agencia FIDES)
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«La sangre de los mártires
es semilla de cristianos».
(Tertuliano)
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A cuantos nos han enseñado, de palabra, pero sobre
todo de obra, con su testimonio y su sangre, cómo brilla la
luz en medio de las tinieblas, y han sabido poner la luz no
bajo celemín alguno, por cómodo y rentable que pudiera
ser, sino en lo más alto del candelero, de manera que, evangélicamente, alumbre a todos los de la casa.
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Atrio
LÁMPARAS ENCENDIDAS
Es verdaderamente difícil que haya habido, en la Historia, un hombre más libre en la cárcel –y nada menos que
durante trece años– que Francisco Javier Van Thuan, fiel
seguidor de las huellas de Pedro y Pablo, de los mártires
de todos los siglos. Hace falta mucha fe y mucho amor,
pero sobre todo hace falta tener un superávit fabuloso de
esperanza para atestiguar y demostrar cada día, en cada
una de sus cartas escritas entre rejas, a veces explícitamente y siempre dando por descontado, como si fuera un
lema grabado a fuego en su alma privilegiada, la verdad
incontrovertible de la frase luminosa del evangelio de
Juan: «La luz brilla en las tinieblas».
Es seguro que, si usted vive en el campo, lo ha hecho y
lo hace a menudo, pero es solo probable que usted, lector
amigo que normalmente vive en la ciudad, haya mirado,
alguna noche límpida de verano, ese despilfarro de belleza
que es un cielo estrellado; es menos probable que haya reflexionado en el hecho realísimo de que las estrellas solo
se ven de noche. Es probable que, en una noche oscura, se
haya fijado usted en lo impresionantemente que se ve la
luz de un pequeño pesquero en alta mar, o en la cima de
una montaña. Cuanto más oscura es la noche, más brilla
la luz.
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Después de rezar el «Ángelus» con los fieles apiñados
en la Plaza de San Pedro, el domingo 9 de febrero de 2014,
el Papa Francisco comentó el evangelio de aquel domingo
inmediatamente posterior al de las Bienaventuranzas. Es
el Evangelio en el que el Señor dice a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra... vosotros sois la luz del
mundo». Y comentaba: «Nos asombra un poco que Jesús
dijera esto si pensamos en quienes tenía delante, pescadores, gente sencilla; pero Jesús les miraba con los ojos de
Dios, y su afirmación se entiende, precisa y justamente,
como consecuencia de las Bienaventuranzas. Quiere decirnos: si sois pobres de espíritu, si sois mansos, si sois
limpios de corazón, si sois misericordiosos, entonces seréis la sal de la tierra y la luz del mundo».
Y añadía, un poco más adelante: «Todos nosotros, los
bautizados, estamos llamados a convertirnos en evangelio
viviente; con una vida santa daremos sabor a los más diversos ambientes y los preservaremos de la corrupción,
como hace la sal; y llevaremos la luz de Cristo, con el testimonio de una genuina caridad; pero, si somos cristianos
apagados, sin luz, ni seremos eficaces ni seremos creíbles.
¡Pero qué maravillosa es esta misión nuestra de iluminar
el mundo, qué bonita! Es muy hermoso conservar la luz
que hemos recibido de Jesucristo, custodiarla, guardarla
bien. Todo cristiano debería ser siempre una persona luminosa, portadora de luz, que siempre da luz; una luz que
no es suya, sino que es un regalo de Dios, un regalo de Jesús. Si apagamos esta luz, nuestra vida pierde todo su sentido».
Y, como suele hacer a menudo este Papa, concluyó interpelando a cada persona de aquella multitud: «¿Cómo
queréis vivir vosotros, como una lámpara encendida o como
una lámpara apagada? ¿Apagada o encendida? ¿Cómo queréis vivir?». Y la gente respondió con un clamor: «¡Encendida, encendida!». «Pues es nuestro Padre Dios», concluyó
el Papa, «quien la enciende y nos da esta luz para que no16
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sotros se la demos a los demás. Lámparas encendidas: esta
es la vocación cristiana».
Es curioso, pero, por las mismas fechas en que el Papa
Francisco pronunció estas palabras sobre los cristianoslámparas encendidas, quienes pudieron verlo recuerdan
que sobre su mesa de trabajo estaba la documentación del
proceso de canonización del Siervo de Dios Francisco Javier Van Thuan, y también alguno de los libros que escribió.
Es lo que, en realidad, fue Francisco Javier Van Thuan
durante toda su vida y, de manera muy singular, durante
sus años de cautiverio: una formidable, apasionante, apasionada, fascinante lámpara encendida que alumbraba –de
ello hay testimonios conmovedores, como tendremos ocasión de comprobar a lo largo de estas páginas– a todos los
de la casa, por triste y penosa que aquella «casa» fuera, o
pudiera parecer.
Son estas páginas o, mejor dicho, quieren ser –y de ahí
el subtítulo del libro– la historia de una esperanza impresionantemente firme, la crónica inacabada de un amor grande
a los demás; inacabada, porque ni el amor ni la esperanza se
acaban aquí abajo; quieren ser estas páginas una especie de
viaje despacioso al corazón mismo de la luz que iluminó la
vida de este vietnamita sacerdote de Jesucristo.
El fantástico y alucinante siglo XX ha sido vivido por
grandes personajes, algunos de un calado espiritual y humano verdaderamente inconmensurable; baste pensar en
san Juan Pablo II, en santa Teresa de Calcuta. Será muy difícil encontrar a una sola persona, menos aún si es joven,
que no reconozca su íntima y rendida sintonía con ellos.
Personalmente los conocí a los dos y nunca los podré olvidar; también Dios me regaló la inmerecida gracia de conocer y hablar con el cardenal Van Thuan, y tengo la profunda
convicción, y la certeza, y también la esperanza fundada de
que, más pronto que tarde, él entrará a formar parte, como
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Teresa de Calcuta y Karol Wojtyla, de la más gloriosa corona eclesial: la de los santos.
«En esta vida no hay nada más precioso que la gracia
de la santidad, escribió un día; pero no un día, sino todos
los días de su vida, uno tras otro, y en condiciones verdaderamente excepcionales, supo vivir esa gracia en plenitud; y su luz sigue brillando y brillará para siempre en medio de nuestra tiniebla».
Madrid, Navidad de 2014
Miguel Ángel Velasco
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BIOGRAFÍA
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VIETNAM... MON AMOUR
Cuando yo era un chaval, todavía hablábamos, en la
escuela, de «la Cochinchina», como lo que estaba más lejos, por ejemplo, del Pirineo navarro. La Cochinchina era
como se llamaba entonces a un amplísimo territorio asiático en el que estaba el actual Vietnam, que, mucho antes,
remontándonos en la Historia, perteneció a un imperio
que se llamó Annam. Tiene cinco etnias diferentes, en sus
más de mil seiscientos kilómetros de longitud desde su
montañosa frontera con China, hasta el delta del río Mekong. Algunos eruditos historiadores y algunas ancestrales
tradiciones atribuyen la primera evangelización de aquellos inmensos territorios –China e India incluidas– nada
menos que al apóstol santo Tomás, el que, según narra el
Evangelio, no quería creer en la resurrección del Señor
hasta verlo y tocarlo y meter sus dedos en la hendidura de
Su costado, pero su «¡Señor mío y Dios mío!», después de
haberlos metido, fue una de las oraciones más maravillosas, una jaculatoria de confesión incondicional, que heredaron los primeros cristianos, que hoy muchos católicos
susurran al acabar cada consagración de cada Misa, y que
Francisco Javier Van Thuan repetía a menudo, en la cárcel
y fuera de ella.
Tal vez fueron franciscanos los primeros misioneros:
portugueses, españoles (Gaspar de la Cruz, Pedro Ortiz,
Francisco de Montilla, Bartolomé Ruiz…) y franceses, que
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llegaron desde Filipinas, primero y, con dominicos y jesuitas, desde Occidente, después, bien pasada ya la Edad Media. No se sabe con seguridad si san Francisco Javier llegó
a pisar tierra vietnamita, pero es bien significativo que el
nombre con el que sus padres bautizaron al luego cardenal Van Thuan fue precisamente Francisco Javier. Como
en toda Asia, la evangelización fue tan ardua como testimonialmente ejemplar, con sus momentos de gloria y de
apogeo y con sus largos períodos de persecución. Los primeros documentos que recogen decretos de «condena de
la religión de Cristo, venida de fuera», datan del siglo XVI,
según los Archivos de la Congregación encargada de las
misiones, entonces llamada de «Propaganda Fide». Lo
cierto es que, a finales del siglo XIX, los archivos de la Sagrada Congregación romana registraban ya en torno a un
millón de fieles cristianos en Vietnam, especialmente en
Saigón, Hué y Hanoi.
Un largo, clamoroso silencio
En una sumaria cronología de la Iglesia católica en
Vietnam destacan algunas fechas singularmente señaladas: 1533, cuando un europeo llamado Inekhu –tal vez Ignacio–, evangeliza Ninh Cuong, hoy diócesis de Bui Chu.
1624: con el nombre de María Magdalena es bautizada
Minh Duc Wuong Thai Phi, esposa del rey Nguyen Hoang;
solo un año después, su sucesor prohibiría llevar el Crucifijo y empezarían las expulsiones de misioneros.
1630: es decapitado el primer mártir de Vietnam, un
empleado de la corte real llamado Francisco. A mediados
del siglo XVII es publicado el primer catecismo vietnamita y el papa Alejandro VII crea los dos primeros Vicariatos Apostólicos en Asia, uno en el sur, que comprende
Siam –hoy Thailandia y Camboya– y otro en el norte
(sur de China y Vietnam), y son ordenados los dos prime22
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ros sacerdotes nativos, uno de Tonkín y otro de Cochinchina…
Hay un largo, clamoroso silencio en la Historia,
desde entonces hasta el siglo XX, cuando, en el año 1954,
Vietnam se divide en dos: el comunista del norte y el democrático del sur; el éxodo del norte al sur se cifraba por
entonces en más de un millón de vietnamitas, muchos de
ellos lógicamente cristianos. Varios novelistas y cineastas
han dejado fiel constancia de aquella tremenda odisea. A
las nuevas generaciones tal vez no les suene más que de
haber visto alguna película en la televisión, el nombre de
Dien Bien Phu, una llanura de 17 kilómetros de longitud
y cinco de anchura, un inmenso campo de refugiados y
heridos.
Una superviviente de aquel campo, Genevieve de Galard, contó, el 14 de marzo de 2014, al diario francés «Le
Figaro» sus recuerdos de aquella tragedia que acabó con
la sangrienta invasión por los Viet-minh, comunistas. En
2001 hizo una visita a Vietnam con su marido, pero no
quiso volver a Dien Bien Phu. ¿Por qué?, le preguntaba el
periodista de «Le Figaro». Me habían explicado que la llanura había sido urbanizada y se había convertido en una
pequeña ciudad de 20.000 habitantes, pero muchos esqueletos habían aparecido y nadie se preocupó de darles digna
sepultura…
Algún atento observador y analista cristiano de la vida
internacional, reflexionando sobre el coraje de creer, ha
escrito que detrás de los cristianos y de sus infidelidades
hay un Evangelio que, permanentemente, no deja de abrir
brecha en el corazón de la gente; y tanto tras la Rusia soviética y sus gulags y sus millones de asesinados, como en
China o en Vietnam, aunque en las escuelas no solo no se
enseñe, sino que se haga todo lo posible por fomentar el
odio a Jesucristo, Él encuentra siempre el camino, las más
de las veces a través de las abuelas, especialmente en cul23
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turas, como las de Extremo Oriente, estrechamente ligadas a la más profunda veneración hacia sus antepasados.
No es una casualidad que todas las dictaduras hayan
declarado la guerra al cristianismo. Ya Koestler se encargó
de denunciar que la Revolución roja devora a sus hijos.
¿En qué la inhumanidad de Lenin, de Stalin o de Pol Pot
disminuiría la monstruosidad de Hitler? Países como Vietnam o la propia China, con miles de años de historia y de
cultura a sus espaldas, controlan y martirizan a la Iglesia
del silencio, de la que Van Thuan es, sin duda, un exponente egregio. Tal vez no esté de más recordar que fue san
Juan Pablo II, un papa venido de Polonia, de una Iglesia
del Este, martirial, de catacumbas, quien pudo decir con
verdad: «La Iglesia del silencio no existe, habla por mi
boca».
«Missi», siglas de «Magazine d’Information Spirituelle
et de Solidarite Internationale», fue una sugestiva revista
francesa católica de información –que es algo diferente de
revista de información solo católica–, que tuvo su mayor
éxito en los años sesenta del siglo XX, en torno al Concilio
Vaticano II. En marzo de 1961 dedicó un número especial
al Concilio que san Juan XXIII había convocado desde
1959. En ese número había unas páginas especiales sobre
la Iglesia católica y Extremo Oriente, que partían de la reflexión sobre el cuarto mandamiento de la ley de Dios, tan
querido y comprendido en aquellos países: «Honrarás a tu
padre y a tu madre». Señalaba la revista que, mientras en
Europa y en los Estados Unidos la literatura está como obnubilada por el diálogo entre el hombre y la mujer, en Extremo Oriente, en cambio, el diálogo siempre ha sido vertical, es decir, entre padres e hijos, un diálogo, por decirlo
así, intergeneracional. Y contaba la anécdota del mandarín emperador al que su madre regañaba y castigaba
cuando hacía las cosas mal; un día, se lo encontró llorando
y le preguntó: «¿Por qué lloras, te he pegado muy fuerte?».
La respuesta fue: «No, madre, lloro porque ha sido muy
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débil el castigo y es señal de que estáis envejeciendo y debilitando».
En Vietnam se celebra, todos los años, la fiesta de Tet,
y, ese día, el Presidente de la República se prosterna, con
la frente en el suelo, ante su anciana madre para expresar
su sumisión filial. Exactamente lo mismo hacen sus hermanos y todos los hijos que se respetan a sí mismos y respetan el culto inmemorial a sus predecesores. La familia
es sagrada y lo es doblemente en un hogar cristiano, como
el de los Van Thuan. En vietnamita, la palabra Thuan significa literalmente «el que está en armonía con la voluntad
de Dios».
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UN HOGAR DE MÁRTIRES
Se llama Thien Therese, y es una de los siete hermanos de Francisco Javier Van Thuan. Cuando los años de
normalidad familiar feliz terminaron y el obispo coadjutor
de Saigón fue encarcelado por el Vietcong, su familia tuvo
que escapar del país y Tien Therese se trasladó, con algunos de ellos, a Australia. Durante los trece años que su
hermano estuvo encarcelado, nueve de ellos en régimen de
cruel aislamiento, apenas tuvieron noticias de él. Solo a
través de Caritas lograban saber que seguía vivo y enviarle
algo. Cuando fue liberado, el 21 de noviembre de 1988,
llamó a una de sus hermanas y ella dijo a sus padres: «Mi
hermano va a poder venir a visitarnos, por fin. Los padres
se vistieron elegantes y, cuando mi hermano llamó a la
puerta, mi madre lo vio y no pudo contener su emoción y
su alegría. Mi padre ni podía hablar siquiera…».
En el mes de noviembre de 2010, habló para la agencia Rome Reports y, en España, reprodujo su conversación
«Religión en libertad»:
«Nunca lo vi enfadado con alguien de la familia, ni siquiera cuando estaba claro que hacíamos cosas equivocadas o cuando criticábamos a los demás. Siempre buscaba
el modo de hacernos ver las cosas de un modo positivo,
para que siempre fuésemos positivos con la gente. Era un
amante de la Naturaleza. Cuando fue nombrado cardenal,
se llevó unos bonsáis al Pontificio Consejo “Justicia y Paz”.
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Su otro gran hobby era la cocina; su especialidad era la
verdura y el pescado. Le encantaba cocinar, cuando tenía
tiempo, sobre todo para nuestra madre».
He querido iniciar, con este sencillísimo pero conmovedor testimonio de una de sus hermanas, el capítulo dedicado a la familia, al hogar de los Van Thuan, que con toda
justicia puede ser denominado «un hogar de mártires», en
un país de mártires. Desde 1644 hasta 1888, los reyes y emperadores vietnamitas arremetieron contra la minoría católica, y quitaron la vida a más de ciento cincuenta mil
mártires por su fe católica. Más de tres mil iglesias católicas fueron incendiadas y comunidades cristianas enteras
quedaron destruidas, aniquiladas, y sus hogares, saqueados y quemados.
Francisco Javier nació, el 17 de abril de 1928, en la parroquia de Phu Cam, diócesis de Hué, provincia de Tua
Thien, en la que recibió el santo Bautismo, el 19 de abril,
de manos del misionero francés padre Stoeffer. Efectivamente era la suya una familia de «mandarines», es decir,
de altos dignatarios del imperio vietnamita, de tan sólidas
raíces patrióticas y católicas que bien puede hablarse de
una familia de mártires por la fe católica. Generaciones enteras de sus antepasados fueron víctimas de muchas persecuciones, entre 1698 y 1885.
El 8 de diciembre de 1935, fiesta de la Inmaculada
Concepción, recibió la Primera Comunión, y el 21 de diciembre de 1937, a los nueve años, recibió el sacramento
de la Confirmación, de manos de monseñor Francois Xavier Lemacle, en la iglesia catedral de Phu Cam. Fue el mayor de ocho hermanos, tres varones y cinco mujeres. Su
padre, Nguyen Van Am, pasó a la vida eterna el 1 de julio
de 1993, en Sidney (Australia). Su madre Isabel, cuyo nombre vietnamita era Ngo Dinh Thi Hiep, con difundida y
bien ganada fama de santidad, tenía, en 2013, ciento un
años, y vivía en Sidney con su hija Anne Ham Thieu.
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Su bisabuelo paterno le contaba que todos los días,
cuando él tenía 15 años, recorría a pie treinta kilómetros
para llevar un poco de arroz y de sal a su padre que estaba
en la cárcel por ser cristiano. Su abuela rezaba todas las
tardes el santo rosario, en familia, por los sacerdotes. No
sabía leer ni escribir, pero su fe era una fe a toda prueba.
Su madre, Isabel, sí; lo educó cristianamente y le inculcó,
desde muy pequeño, una especial manera de entender el
sentido de la vida, según los designios providenciales y misericordiosos de Dios, y también le inculcó una rendida devoción a santa Teresa de Lisieux. Todas las tardes le contaba historias de la Biblia y testimonios de martirios –la
realidad del martirio era todo menos desconocida para el
pequeño, que enseguida entendió que no se trataba de un
mito o de un hecho legendario de otros tiempos, sino de
algo profundamente real, de lo que debía sentirse y se sentía legítimamente orgulloso–, y, cuando fue arrestado, su
madre siempre siguió rezando para que permaneciese fiel
a la fe en la prueba, se cumpliese la voluntad de Dios y supiese perdonar a sus perseguidores.
Su madre le metió en el alma la devoción rendida a la
Virgen, Madre de Dios. «Ella me la enseñó cuando todavía
era muy niño», contará él mismo en uno de sus libros; y, de
mayor, siempre llevaba consigo una imagen de la Virgen de
Fátima, a cuyo santuario peregrinó en repetidas ocasiones.
A los doce años también peregrinó, por vez primera, al santuario mariano de la Virgen de La Vang, Patrona de Vietnam, de especial significado y veneración para los vietnamitas.
Según la biografía oficial del «Observatorio internacional cardenal Van Thuan», en 1885, todos los habitantes
de la aldea de su madre fueron quemados vivos en la iglesia parroquial, excepto su abuelo, que por aquel entonces
estudiaba en Malasia. Sus tatarabuelos paternos sufrieron
años de cruda persecución: les obligaban a convivir fuera
de su familia, con otra familia no creyente, para que per29
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dieran la fe, pero los Van Thuan habían vivido desde siempre en una familia de fe recia, fuerte, inconmovible, consciente y convencida.
La breve biografía publicada por el Centro «Mater Unitatis», que él fundó, recoge algunos datos significativos:
fue nieto del ilustre Gran Chambelán Nho Dinh Kha, Comandante de la Guardia Imperial. Su sueño fue siempre la
independencia del Vietnam, ideal por el que dieron su vida
algunos de sus hijos, entre ellos, Ngo Dinh Diem, tío de
Thuan, primer ministro y Presidente de la República de
Vietnam, asesinado tras el golpe de Estado, durante la revolución comunista en 1963. Este hombre, tan admirado y
querido por Thuan, influyó decisivamente en él. Otros tres
tíos de Thuan sufrieron persecución y exilio también: uno
fue Gobernador de Hanoi; otro, Consejero Jefe de la Presidencia y otro, obispo de Vinh Long.
Francisco Javier era todavía un niño, de 13 años,
cuando ingresó en el Seminario menor de An Ninh, en
Hué; el norte del país ya estaba bajo dominio del régimen
comunista. Todo un mundo de tradiciones y de fe vivida
no solo privadamente y en familia, sino públicamente, iba
desapareciendo. El mundo que los pequeños seminaristas
habían vivido se les iba arrancando, día tras día, y la amenaza de la violencia y de la guerra estaba a la vuelta de la
esquina. El único recurso eficaz, ante tal amenaza, solo
estaba en la oración y en el estudio; y a estudiar y rezar se
entregó Francisco Javier con toda su alma, vida y corazón.
Fue tan buen estudiante que enseguida aprendió a hablar
fluidamente en seis idiomas: chino, inglés, latín, francés,
italiano y español, además de vietnamita. En secreto, su
tío, el ex primer ministro Diem, organizaba la resistencia
al comunismo invasor; es fácil comprender la admiración,
el entusiasmo de un espíritu infantil, primero, y conscientemente convencido y juvenil, poco a poco, ante un ideal
por el que luchar denodadamente. Su tío Diem, en cierto
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modo, había sido también el iniciador de su camino espiritual personal.
Fuerte en la debilidad, como Pablo de Tarso
Francisco Javier pasaba horas rezando, leyendo vidas
de mártires y de santos. En su casa, los Van Thuan tenían
una capilla, y la foto de su madre rezando en la capilla familiar le acompañaba y animaba. A la oración y al exigente estudio de las materias propias de una formación
sacerdotal integral y cabal, unía su pasión por la montaña,
por el senderismo, por el deporte, especialmente la natación. Cuando su tío fue vilmente asesinado por los comunistas, su espíritu sufrió el lógico shock; la ira y la venganza rondaron su cabeza, pero pronto encontró, en la
oración y en la guía espiritual, la convicción de que solo el
perdón podía ser decisivo, sanador, para el resto de su vida
en paz. No podía seguir a Cristo, si no perdonaba a sus
enemigos; más aún, si no los amaba, que así de exigente
es, por cierto, en exclusiva ardua y maravillosa, el cristianismo.
Se aprendió de memoria las cartas de san Pablo, especialmente aquellas en las que da prueba de su fe sometida
a toda clase de insultos y sufrimientos y, como Pablo de
Tarso, se hizo fuerte en su debilidad. Se aprendió de memoria los salmos y era el recitarlos «como un bálsamo»,
según sus propias palabras. Apoyado en la oración pudo
superar la ejecución de su querido tío y el éxodo de su familia, aceptando la voluntad de Dios y sus designios inescrutables. La mayoría de las veces, nuestros caminos no
son los de Dios, ni nuestras matemáticas, las suyas.
El mismo año en que ingresó en el Seminario Mayor
de Kim Long, también en Hué –1947–, enfermó de malaria. Dos figuras excelsas de la Iglesia, san Ignacio de Loyola y el santo Cura de Ars le sirvieron de ejemplo y le ayu31
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daron, de manera decisiva, en su vocación sacerdotal.
Pensó, y llegó a ilusionarse, en la idea de ser un cura de
pueblo, como el santo de Ars, pero la Providencia divina
tenía otros planes para él, y sus caminos eran otros que los
de Francisco Javier. Hizo los Ejercicios Espirituales ignacianos y se dedicó a estudiarlos a fondo, profundamente
impresionado por el tesoro encerrado en ellos y también
por el espléndido trabajo misionero y apostólico de los jesuitas en Vietnam, desde comienzos del siglo XII hasta sus
días. ¿Quién le iba a decir que, pasando los años, un día
dirigiría los Ejercicios Espirituales en la Curia Romana,
invitado por san Juan Pablo II y en presencia de él?
Leyó la Regla de san Benito y la fascinación, la sugestiva atracción de la vida contemplativa se apoderó, durante un tiempo, de su mente y de su corazón. En 1940
pensó que tal vez Dios le tenía destinado ser monje benedictino en las montañas de Thien An. Habló con los monjes largamente; le recomendaron conocer mejor la espiritualidad exigente y la dureza de la vida contemplativa y le
convencieron de que servir es siempre más y mejor que
dirigir, lección que jamás olvidaría, a lo largo de toda su
vida, en la que supo tantas veces dirigir sirviendo siempre
y por encima de todo. En el año 1952, el 12 de junio fue
ordenado diácono.
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en
BIOGRAFÍAS SOBRE
SANTOS CONTEMPORÁNEOS
SIGLOS. XIX – XX
ARCADUZ
CARDENAL VAN THUAN:
Historia de una esperanza
E
s difícil que haya habido un hombre más libre en la cárcel
que Francisco Javier Van Thuan. El Papa Francisco ha recordado que la Pasión de Cristo es completada hoy por los mártires
y nunca ha habido tantos como en los últimos cien años. Van
Thuan fue uno de ellos; supo ser una fascinante y permanente
lámpara encendida no bajo celemín alguno, sino en lo más alto
del candelero.
La esperanza que brilla en todo lo que escribió ha hecho que
sea definido como “el cardenal de la esperanza”. Estas páginas
quieren ser la historia de esa esperanza impresionante y la crónica inacabada de un gran amor porque su luz sigue brillando en
medio de nuestra oscuridad.
A través de estas apasionantes y apasionadas páginas, redactadas por el conocido periodista Miguel Ángel Velasco, podemos
descubrir su vida, su mensaje y su legado. Su nacimiento en una
familia católica vietnamita, su vocación, los trece terribles años
en las cárceles comunistas, que superó impulsado por la fe y la
esperanza, así como los rasgos principales de su predicación, que
han conmovido al mundo, comenzando por San Juan Pablo II, a
quien dirigió unos ejercicios espirituales.
LA LUZ BRILLA EN LAS TINIEBLAS
EL CURA DE ARS
El atractivo de un alma pura
Francis Trochu
16ª edición
DON BOSCO Y SU TIEMPO
Educador nato, patrono de la juventud
trabajadora
Hugo Wast
7ª edición
LA MADRE TERESA
Su vida y su obra
«Lo hacemos por Jesús»
Edward Le Joly
14ª edición
NO OLVIDÉIS EL AMOR
La pasión de Maximiliano Kolbe
André Frossard
6ª edición
EL APÓSTOL DE LOS LEPROSOS
La vida del Padre Damián
´
Wilhelm Hünermann
6ª edición
SANTA TERESITA
Vida de Teresa de Lisieux,
Doctora de la Iglesia
Maxence Van der Meersch
8ª edición
SANTA GEMA GALGANI
Vida de la primera Santa
del siglo xx
Germán de San Estanislao
y Basilio de San Pablo
5ª edición
EL PADRE PÍO
El capuchino de los estigmas
Yves Chiron
8ª edición
UN OBISPO CONTRA HITLER
El beato von Galen
y la resistencia al nazismo
StefaniaFalasca
2ª edición
las tinieblas
MIGUEL ÁNGEL
VELASCO
La luz brilla
MIGUEL ÁNGEL VELASCO
La luz brilla
en
las tinieblas
CARDENAL VAN THUAN:
Historia de una esperanza
ISBN 978-84-9061-264-4
ARCADUZ 121
ARCADUZ
palabra
MIGUEL ÁNGEL VELASCO
Miguel Ángel Velasco (1939) es un
periodista católico especializado
en información religiosa. Estudió
Filosofía y Letras en Salamanca,
Ciencias Sociales en Santiago de
Compostela y Periodismo en Madrid.
Premio “Luca de Tena”, “Manos
Unidas” y “Bravo” de información
religiosa, fue subdirector de Opinión
del diario “La información de Madrid”
y subdirector de la revista “Mundo
Cristiano”. Ha dirigido el semanario
“Alfa y Omega” desde sus comienzos
hasta mayo de 2014. Es autor, entre
otras obras, de Juan Pablo II, ese
desconocido, Los derechos de la
verdad, Dios es corazón, Guía
del Vaticano y Voluntarios, una
revolución imparable así como de
biografías de santa Teresa de Calcuta,
santa Maravillas de Jesús, el padre
Morales, santa María Josefa Sancho de
Guerra, santa Josefa Recio y el cardenal
Castrillón. Es caballero de la Orden
Pontificia de San Gregorio Magno.
ARCADUZ
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