HERNANDO PACHECO LAS TRANSNACIONALES, FASE SUPERIOR DEL CAPITALISMO* I) LA UNIVERSALIZACIÓN DEL PRODUCTO LA historia del capitalismo es, en síntesis, la historia de la universalización del producto. En ese sentido, el descubrimiento de Marx es completo, relevante y total. Apenas cabe hoy, en esc aspecto, variante interpretativa. Podría afirmarse, al revés, que inclusive considerando en todo su valor la extensión dramática de los espacios periféricos explotados y sometidos al pillaje de sus materias primas y productos básicos, ese cíu-ácter de agente universalizador del producto es, sin duda, una de las características fundamentales, y expansivas, del capitalismo. Un fenómeno más profundo, amplio y significativo sería el del imperialismo en sí. Paul Sweezy, en su notable obra Capitalismo e imperialismo norteamericano recoge y resume los antecedentes históricos de ese cambio y, a su vez, el de las leyes y concausas que determinan el tránsito del capitalismo al imperialismo en im país clave como los Estados Unidos. Un antecedente importante en esa indagación —antes de que Lenin construyera una hipótesis global y no particularista del problema— sería el libro de G. W. F. Hallgarten que profundiza en el análisis, seria y conscientemente, para explicitar, como un pionero intelectual del enorme tema, ciertas categorías históricas de la acumulación y concentración capitalista en su fase imperial. El libro de Hallgarten, Imperialismus vor 1914, es esencial en el proceso que conduce a la exposición material, sintética y analítica, de Lenin. En la esencia estricta, en su peculiaridad de concentración y limitación de las reglas de competitividad del capitalismo tradicional, lo que le conducirá a ejemplificar su ideación política con un hbro cuyo título sintetiza, desborda y extrapola la idea central: que el imperialismo es la fase superior y última del desarrollo capitalista. * Este trabajo es una síntesis del libro que, con el mismo título, publicará muy pronto el profesor Hernando Pacheco, seudónimo de Enrique Ruiz García, de la Universidad Nacional Autónoma de México. 33 La Academia de Ciencias de Moscú, al reexaminar y definir ese proceso delimita los rasgos sustantivos de ese modelo concreto del desarrollo de la siguiente manera: a) se caracteriza por la suplantación —rasgo fundamental, añadiríamos— de la libre competencia y por la dominación del mercado por los monopolios; b) se define por un proceso de concentración de la producción. Este hecho determinará, previamente, el salto del capitalismo premonopólico (el punto culminante de esa etapa se cumple en el último cuarto del siglo xix y se identificará con la producción mercantil) al capitalismo monopolista; c) el tránsito del capitalismo premonopólico al capitalismo monopólico se prepara y construye sobre un factor esencial: el desarrollo técnico de las fuerzas productivas. A partir del comienzo del siglo xx el capitalismo monopólico adquiría una estructura y una singularización que permitirán un análisis de nuevo tipo que conduce a Lenin pasando, antes, por cuatro estudios esenciales e indispensables para medir, en todo su rigor, la aportación propia de Lenin: The Imperialism de John A. Hobson, publicado en 1902; el Imperialismus vor 1914 de Hallgarten del cual hablaba previamente; Das Finanz Kapital, de Rudolf Hiljerding, que llevaba un subtítulo tan definidor como este: "Estudio sobre la última fase del desarrollo capitalista". El volumen se publicó en 1910. A continuación vendría La Teoría del Desarrollo Capitalista de Rosa Luxemburgo que sale a la luz en 1912 y, finalmente, El Imperialismo, fase superior del capitalismo que publica Lenin en 1916. Según Lenin, los cinco rasgos característicos del imperialismo serían los siguientes: 1) la concentración de la producción o fase monopolística; 2) la fusión del capital financiero y el capital industrial; 3) la exportación e inversión exterior de capitales; 4) la universalización monopolística; 5) el reparto mundial según esferas de influencia entre potencias capitalistas. En resumen y síntesis, Hobson estudió los efectos y las relaciones entre la sociedad imperial y las sociedades colonizadas; Hallgarten describió los fenómenos desde diversos niveles pero sin una definición teórica total; Hilferding, ya como marxista, encuadró el fenómeno como una parte esencial del sistema capitalista, lo analizó como un eslabón directo del capital financiero y lo definió, en un marco específico, como elemento significativo de la lucha mundial de los grandes monopolios internacionales por el dominio de los mercados. La obra de Rosa Luxemburgo supone una completa descripción teórica y práctica del tema. Su trabajo debería ser vinculado a otro texto suyo muy importante: Anticrítica. Este texto lo redactó en la cárcel. Contestaba en él, y de ahí su interés, a las críticas que se produjeran con motivo de la aparición, precisamente, de su libro Teoría del Desarrollo Capitalista. Lenin, en consecuencia, culminaría todo ese movimiento analítico. En ese sentido, la obra de Hilferding será, para la suya, un antecedente esencial. II) LA CONCENTRACIÓN MONOPOLÍSTICA SEGÜN LOS DATOS DE LENIN EL análisis de Lenin se fundamenta en unas variantes estadísticas que le permi34 tieron medir y, posiblemente, extrapolar el grado de concentración a que estaba llegando el capitalismo industrial a principios de siglo. Creo que es de considerable alcance rememorar esos datos porque posibilitarán, más tarde, calificar los enormes cambios acontecidos en esa área. Es indisputable que Lenin tuvo muchas dificultades para disponer de materiales estadísticos suficientes, materiales que, en gran parte, ya había utilizado Hilderfing. Respecto a Alemania, tiene que recurrir, por ejemplo, a las cifras de finales del siglo xix en comparación con las de la primera década del xx. En Alemania, por ejemplo, de cada mil empresas industriales, en 1882, tres eran empresas grandes, es decir, que contaban con más de 50 obreros, en 1895, seis, y en 1907, nueve. De cada cien obreros les correspondían, respectivamente, 22, 30 y 37. Pero la concentración de la producción es mucho más intensa que la de los obreros, pues el trabajo en las grandes empresas es mucho más productivo, como lo indican los datos relativos a las máquinas de vapor y a los motores eléctricos. Si tomamos lo que en Alemania se llama industria en el sentido amplio de esta palabra, es decir, incluyendo el comercio, las vías de comunicación, etc., obtendremos el cuadro siguiente: grandes empresas, 30,588 sobre un total de 3.265,623, es decir el 0.9%. En ellas están empleados 5.7 millones de obreros sobre un total de 14.4 millones, es decir, el 39.4%; caballos de fuerza de vapor, 6.6 millones sobre 8.8, es decir, el 75.3%; de fuerza eléctrica 1.2 millones de kilovatios sobre 1.5 millones, o sea el 77.2%. ¡Menos de una centésima parte de las empresas tienen más de 4/3 de la cantidad total de la fuerza de vapor y eléctrica! ¡A los 2.97 millones de pequeñas empresas (hasta 5 obreros asalariados) que constituyen el 91% de todas las empresas, corresponde únicamente el 7% de la fuerza eléctrica y de vapor! Las decenas de miles de grandes empresas lo son todo; los millones de pequeñas empresas no son nada. En 1907, habla en Alemania 586 establecimientos que contaban con mil obreros y más. A esos establecimientos correspondía casi la décima parte (1.38 millones) del número total de obreros y casi el tercio (32%) del total de la fuerza eléctrica y de vapor.^ El capital monetario y los bancos, como veremos, hacen todavía más aplastante este predominio de un puñado de grandes empresas, y decimos aplastante en el sentido más literal de la palabra, es decir, que millones de pequeños, medianos e incluso una parte de los grandes "patrones" se hallan de hecho completamente sometidos a unos pocos centenares de financieros millonarios. En otro país avanzado del capitalismo contemporáneo, en los Estados Unidos, el incremento de la concentración de la producción es todavía más intenso. En este país, la estadística considera aparte a la industria en la acepción estrecha de la palabra y agrupa los establecimientos de acuerdo con el valor de la producción anual. En 1904, había 1,900 grandes empresas (sobre 216,180, es decir, el 0.9%), con una producción de 1 millón de dólares y más; en ellas, el número de obreros era de 1.4 millones (sobre 5.5 millones, es decir el 25.6%) y la producción, de 5,600 millones (sobre 14,800 millones, o sea, el 38%). Cinco años después, en 1909, las cifras correspondientes eran las siguientes: 3,060 establecimientos (sobre 268,491, es decir, el 1.1%) con dos 1 Cifras del Anualen des Dcutschen Reichs. 1911, Zahn. 35 millones de obreros (sobre 6.6 millones, es decir, el 30.5%) y 9,000 millones de producción anual (sobre 20,700 millones, o sea el 43.8%).* ¡Casi la mitad de la producción global de todas las empresas del país en las manos de la centésima parte del número total de empresas! Y esas tres mil empresas gigantescas abrazan 258 ramas industriales. De aquí se deduce claramente que la concentración, al llegar a un grado determinado de su desarrollo, por sí misma conduce, puede decirse, de lleno al monopolio, ya que a unas cuantas decenas de empresas gigantescas les resulta fácil ponerse de acuerdo entre sí, y, por otra parte, la competencia, que se hace cada vez más difícil, y la tendencia al monopolio, nacen precisamente de las grandes proporciones de las empresas. Esta transformación de la competencia en monopolio constituye de por sí uno de los fenómenos más importantes —por no decir el más importante— de la economía del capitalismo moderno, y es necesario que nos detengamos a estudiarlo con mayor detalle. Pero antes debemos de eliminar un equívoco posible. Esos datos han sido superados en magnitudes globales, pero no en su significación específica, en el momento presente. En 1968, prar ejemplo, los Estados Unidos tenían un grado de concentración y verticalización de la producción que permite pensar en formas absolutas de imperium (poder) sobre el conjunto industrial: 1) las 500 mayores empresas norteamericanas (de 300,000 industriales) ocupaban el 69% del personal industrial; 2) la cifra de ventas de las 500 empresas representaron el 64% de todas las ventas (sector industrial) del país; 3) de las 500 empresas sólo las primeras 50 controlan el 48% de la cifra de negocios global del sector. Del conjunto de las 3,000 compañías las primeras 50 han realizado el 31% de las ventas y el 40% de todos los beneficios de la industria. Las inversiones directas norteamericanas en el mundo se cifraron, en 1974, y según el Departamento de Comercio, en 118,600 millones de dólares. No se poseen datos exactos sobre el monto de la producción de las compañías transnacionales en el último año, pero sí de 1969 año en que sumaron 172,000 millones de dólares. Las inversiones directas de los Estados Unidos en ese último año se elevaban a 70,763 millones de dólares,^ es decir, 47,837 millones de dólares menos que en 1974. En síntesis, un aumento teórico anual de 9,567 millones de dólares. Los niveles de 1969 nos permiten medir, aunque sea sólo de forma oblicua, la dimensión de ese edificio de producción exterior puesto que revelaría un resultado práctico de 2.43 dólares de producción por cada dólar invertido en el año antes citado. Se trata, sin duda, de un dato sobresaliente del cuestionario económico. = Statistical Abstract of the United States, 1912, p. 202. 3 Las inversiones directas son un elemento sólo de la presión financiera, monetaria y económica de los Estados Unidos en el exterior. Los activos totales del país en el extranjero —incluidas claro en las inversiones directas— se elevaban en 1969 a 157,836 millones de dólares. 36 En ese punto no conviene olvidar, y posteriormente ampliaremos los elementos de juicio, que algunos países industriales de largo trayecto histórico están ocupados, tácitamente, por las inversiones directas norteamericanas no sólo en sectores claves de su producción, sino en el esquema general de su estructura económica. En 1973, las inversiones norteamericanas en Inglaterra se elevaban a 8,000 millones de dólares y las filiales estadounidenses aparecían, de una forma u otra —estudio del The Financial Times— en 2,000 empresas. La producción manufacturera de las compañías norteamericanas en Inglaterra se tradujo —para 197071— en una cifra de 14,000 millones de dólares, lo que significaba: a) el 13% de la producción total británica; b) representaba el 20% de las exportaciones inglesas en ese año; c) las empresas USA daban empleo a 730,000 obreros del país, es decir, al 9% de la fuerza laboral activa inglesa. d) dos tercios de las industrias manejadas por las filiales norteamericanas tenían beneficios por encima de las industrias inglesas del mismo tipo en razón de una mejor tecnología; más amplios recursos financieros; superior estructura internacionalizada de la producción y el montaje. Esos datos nos permiten ver que el tema de las inversiones norteamericanas en el mundo —para que los árboles permitan ver el bosque— no puede ser definido, simplificadamente, como la forma natural del dominio y control de las materias primas y recursos naturales del Tercer Mundo. Es eso, pero en un proyecto muy amplio cuyos supuestos esenciales revelan cambios considerables en la dirección y estrategia del capital internacional. Se diría por ello, y de ahí el valor de significación del cuestionario, que la etapa transnacional verdaderamente dicha del capitalismo monopólico se caracteriza, hoy, por su radical implantación en los países industriales y, sobre todo, en dos áreas concretas: Canadá y la Comunidad Económica Europea o Mercado Común. En ese punto las dudas son mínimas. La dirección de los intereses norteamericanos parece, en ese punto, muy clara. Desde hace unos años, en efecto, el valor de sus inversiones está estancado o detenido en sectores de recursos naturales. En el caso de Latinoamérica no puede haber duda. El cuadro número I lo refleja de una manera inequívoca. La progresiva implantación de las empresas USA en las manufacturas y los servicios, alimentos, etc., de Latinoamérica es un dato sumamente relevante —con la preCUADRO I INVERSIONES NORTEAMERICANAS EN LATINOAMÉRICA (en millones de dólares) Años Minas Petróleo Manufacturas Otros sectores T96Ó 1969^ 1,319 1,922 3T122 3,722 1^521 4,347 2,403 3,821 •• En 1969 se estimaban las inversiones directas en Latinoamérica en 13,810 millones de dólares; ascendieron a 16,484 en 1973 y a 19,620 en 1974. 37 sencia sustantivamente capital que tiene en los países industrializados— de que nos encontramos ante un cambio cualitativo clave que se centra en una revolución tecnológica indisputable a partir de 1970 y que, desde 1973 —bloqueo y cambio en los precios del petróleo— se ha acelerado. Fundamentalmente porque la elevación de los precios —el mayor negocio del Imperio en los últimos años— posibilita, desde el nivel de la rentabilidad, cualquier alternativa real y concreta en el área de la energía. A los precios del 1 de octubre de 1973^ (2.10 dólares barril) nada ameritaba un cambio radical en el dispositivo estratégico. A 11.29 dólares (un 438% de aumento en unos meses) todo es previsible en orden al recambio tecnológico con todos los supuestos que esto implica. Lo que resulta evidente y ostensible, y más cada día, es que el grado de concentración industrial en el momento presente, no tiene comparación con ninguna etapa anterior. Ya en 1951 el profesor A. Adelman, del Instituto Tecnológico de Massachussetts, en un libro titulado The Measurement of Industrial Conceníration había proporcionado un primer dato de valoración radical al afirmar, entonces, que 135 corporaciones norteamericanas controlaban el 45% de los bienes industriales de los Estados Unidos, esto es, el 25% de la producción industrial de todo el planeta. No debe desdeñarse, para entender globalmente el valor de esas palabras, que en 1945, al terminar la Segunda Guerra Mundial, el PNB norteamericano era equivalente al 45%, en frías palabras de Sammuelson, del PNB del planeta entero. Resulta indisputable, en consecuencia, que el proyecto inicial de Lenin, en 1916, tenía no sólo fundamentaciones originales, sino algo más: potencia expresa de proyección hacia el futuro puesto que el problema denunciado en aquellos días se ha transformado en uno de los factores críticos del mundo contemporáneo. III) CARACTERÍSTICAS DE LA CONCENTRACIÓN INDUSTRIAL ACTUAL LA internacionalización del producto-mercancía, la internacionalización del proceso de circulación y la internacionalización del proceso de producción constituyen, en el plano de las evidencias, las características visibles de las grandes corporaciones transnacionales. A esos rasgos típicos deben añadirse otros, quizá, de no menor valor: la autonomía de la gestión, la autonomía tecnológica y la autonomía financiera. Como producto material las corporaciones transnacionales'* tienen, todas ellas, un origen común: han nacido en países altamente desarrollados y son el resultado lógico de la universalización de la producción, pero con unas distinciones muy precisas. La más sobresaliente consiste en el hecho de que por su naturaleza y función, las empresas transnacionales no pueden detener su proceso. Dicho de otra forma: están condenadas a una transformación tecnológica permanente que, 5 3.16 dólares el 16 de octubre de 1973; 9.34 el 1 de enero de 1974; 9.84 el 1 de octubre de 1974; 10.34 el 1 de noviembre de 1974 y 11.29 finalmente. 6 Me he decidido por el nombre de transnacionales para definir un campo concreto: el de la acción de las compañías o empresas que poseen su dirección, determinación de las prioridades, etc., en un país determinado y sus filiales en otros. Las multinacionales serían, a su vez, empresas formadas por varios Estados, o empresas del Sector Público, destinadas a cumplir funciones características de las transnacionales. La afirmación puede ser arbitraria, pero elude la confusión actual y jerarquiza ciertos principios. 38 en primer lugar, como ya observara Galbraith en The Industrial State, las arroja fuera del mercado tradicional y, en segundo, las convierte en estructuras de poder que no siempre coinciden con el Estado o la Empresa Matriz. Quiere ello decir, en el marco estricto de las contradicciones, que la producción de las corporaciones transnacionales no se realiza pensando en el mercado existente (inevitablemente instalado en su periodicidad objetiva y temporalizada) sino en un mercado al cual, se quiera o no, imponen sus decisiones y lo extrapolan, como tal, mecánicamente, al futuro sin considerar las prioridades económicas y políticas del desarrollo social. Eso es el estar en el afuera del mercado tradicional. Sólo el alto grado de concentración y acumulación de esas empresas explica ese extenso y autoritario carácter decisorio. Las élites de los ejecutivos, las tecnocracias transnacionales, sujeto histórico nuevo, son el modelo de poder arbitrario y autoritario de nuestros días a escala de la universalización del producto. El uso del Estado por esas compañías transnacionales es de un tipo inédito: integran el presupuesto del Estado, en cuanto pasan a considerarlo como inversión a fondo perdido, en sus programas tecnológicos o científicos. En ese punto la ideación de Galbraith funciona a pleno rendimiento. En efecto, una gran parte del cambio cualitativo se ha diseñado antes en el hecho de que la estructura de la transnacionahdad está integrada en la economía de guerra en la paz y por el hecho, bien sabido, de que el presupuesto militar posibilita la creación de los prototipos —a fondo perdido— que la verticalidad transnacional incorpora, como poder industrial, a la universalización de su producto más allá del mercado, pero sometiéndolo a sus leyes dialécticas. En esa área concreta se llega a una de las más inquietantes hipótesis teóricas del trabajo. En efecto, las empresas del capitalismo premonopólico, como en su mayor parte las del capitalismo monopolista, hacían del Estado, en tanto que institución de las instituciones de la revolución burguesa, el instrumento concreto de su representación y de su desarrollo. Utilizaban a su favor, como en la etapa previa, los valores —y los juicios de valor— previos: defensa de la "libre empresa" de la "pluralidad económica" y de las leyes de la "oferta y la demanda". Todo ello, en síntesis como un residuo ideológico del pasado. Residuo que servía como punto de referencia para inyectar lo privado en lo público y para que este último sector, en tanto que superestructura ideal del sistema, acometiese la tarea militar, política y económica de sostener la expansión industrial en un proceso donde la internacionalidad del Estado pasaba a ser representada, asumida y superada por un factor nuevo: la transnacionalidad autónoma. Igual que, en ocasiones, la vanguardia revolucionaria, transformada en burocracia profesional, asume funciones de la base social y categoriza las prioridades, a escala de las decisiones minoritarias, como si aquellas últimas fuesen decisiones no reversibles y desde una dimensión de lo absoluto, lo que supone la religación de la vanguardia a lo religioso, de la misma manera el proyecto transnacional —fase superior del imperialismo— se transforma en el acto en sí de la expansión monopólica. El Estado, de sujeto —representante— instituyente del proceso pasa a convertirse en su objeto y de motor de la iniciativa expansiva de la clase dominante en su instrumento transferido de poder. Esto es así porque las decisiones específicas del proyecto transnacional tienen centros de decisión necesariamente autónomos. El principio de la necesidad juega, en este caso concreto, un papel predominante. 39 Las causas son simples: las empresas transnacionales no son una invención arbitraria —aunque su arbitrariedad potenciíil sea una característica de su actividad objetiva— sino el resultado de im proceso de concentración y acimiulación que produce cambios incesantes de carácter cualitativo que no estaban pensados, sino preestablecidos hipotéticamente como norma de la misma necesidad del crecimiento incesante. En otras palabras, no puede hablarse de instituciones del poder real de las corporaciones transnacionales sin tratar de un aspecto esencial: que no pueden dejar de crecer concentrarse y cambiar sin riesgo de trombosis. Ese fenómeno, posiblemente el más considerable y extremo del proyecto de la transnacionalidad, se comprende por el hecho mismo de que transportan consigo unas estructuras que superan las leyes del mercado (en cuanto a tiempo y espacio) para establecer, desde ellas mismas, un mercado violentado, es decir, un mercado falsificado publicitariamente. El elemento maniqueo de la transnacionalidad consiste en que el desarrollo incesante de su actividad concentrada e internacionalizada —con prioridades tecnológicas y científicas propias que se imponen verticalmente desde la lógica de unas innovaciones que dejan de serlo en el momento mismo que se confunden con la mecánica y el despilfarro— determina un impulso caracterizado por la unilateralidad. Se advierte esa condición de unilateralidad —que podría definir algunos de los rasgos naturales de las empresas transnacionales— en el hecho de que no sólo eliminan la competencia en el sector económico sobre el que ejercen su dominio, instituyendo el oligopolio como normativa del funcionamiento, sino que transcienden del oligopolio a la formulación de una hipótesis de poder directo cuya junción correspondía antes, como sujeto de la representatividad expansiva, al Estado. En otras palabras, el golpe de estado formal —Chile o Guatemala, Irán o Cuba— o la presión monetaria, inflacionaria o descapitalizadora, son formas particulares, pero normales, que se desprenden, per se, de su acción ordinaria. Se diría, además, que son formas no siempre conscientes, sino adjetivas al propio mecanismo de poder puesto que en el curso del proceso de acumulación, y esto era ya patente en la etapa premonopólica, el capital sufre constantes transformaciones de tipo organizativo que se aceleran con las modificaciones técnicas de las fuerzas sociales. El fundamento de esa hipótesis se ratifica, en la praxis, por el grado de concentración-organización de las inversiones directas en el exterior. Menos de 300 empresas norteamericanas (entre 250 y 300 dice textualmente el estudio de las Naciones Unidas sobre las Multinational Corporations in World Development controlan el 70% de las inversiones internacionales del país, siguiendo la misma nota tres países más: Inglaterra, Francia y Alemania Federal. No obstante un dato es sobresaliente: de las diez primeras empresas transnacionales ocho tienen su sede en los Estados Unidos. ¿Si la base social puede provocar una variante popular en el modelo accidental de la asunción del poder por una vanguardia seudorrevolucionaria o revolucionaria en su origen y religada a lo absoluto después, cabría pensar en una rebelión del Estado sometido al proyecto transnacional por un Estado radicaknente intemacionalista? La pregunta es inmensa porque supone nada menos que esto: la creación del Estado internacionalista —y soberano respecto a sus prioridades y en orden a su proyecto histórico nacional— frente a la transnacionalidad vertical. De una manera u otra estamos frente a un grado tal de concentración que requeriría, para su transformación radical, formas de Estado que conllevaran con40 sigo un proyecto de desarrollo distinto y representativo no solamente de las clases populares (hecho no enteramente suficiente porque el rejormismo es la ideología ilustrada de las nuevas clases medias y las clases medias —servicios— constituyen la masa de maniobra del mundo industrial contemporáneo), sino un modo de vida, es decir, un proyecto colectivo de existencia que suponga una transformación global. El socialismo —que no es el fin de la historia como ha pretendido la simplificación de los clérigos de un marxismo religioso y no critico, de un marxismo no analítico, doble hecho que es lo contrario de su estructura dialéctica misma— es una vía hacia ese proyecto, pero no lo será el socialismo convertido en absoluto metafísico —otra vez religioso—, sino el socialismo como especificidad, esto es, el socialismo teórico como práctica específica de una nueva sociedad. No es simple. Por lo pronto, la transnacionaUdad es la fase superior del capitalismo. Entre las primeras veinte corporaciones norteamericanas 9 son empresas petroleras; 3 son automovilísticas; 5 eléctricas o electrónicas; 2 de alto desarrollo siderúrgico o de industria pesada. En su conjunto esas 20 empresas ejercen una influencia decisiva, en cada uno de sus sectores, sobre el proceso industrial mundial. Su rápida capacidad tecnológica y financiera juega, además, un papel decisivo. Sobre todo en un sector decisorio para el futuro: la electrónica y, en ella, la de las máquinas de computación. LAS PRIMERAS VEINTE CORPORACIONES NORTEAMERICANAS (cifra de ventas en 1974 en millones de dólares) 1) 2) 3) 4) 5) 6) 7) 8) 9) 10) 11) 12) 13) 14) 15) 16) 17) 18) 19) 20) Exxon General Motors Ford Motors Texaco Mobil OU Standard Oil of California Gulf Oil General Electric International Bussines (IBM) International T&T Chrysler US Steele Standard Oil Shell OU Western Electric Continental Oil Du Pont Atlantic Richfield Westinghouse Occidental Petroleum 42,061 31,549 23,620 23,255 18,929 17,191 16,458 13,413 12,675 11,154 10,971 9,184 9,085 7,633 7,381 7,041 6,910 6,739 6,466 5.719 41 Si se examina, a su vez, la realidad económica del Tercer Mundo se comprenderá que estamos ante diferencias tan considerables que pueden considerarse como diferencias cualitativas. Por ejemplo, ningún país africano en 1971, considerados 54 países —independientes o no—, tenía un PNB equiparable a la cifra de ventas de las primeras organizaciones económicas norteamericanas. Egipto, con 38 millones de habitantes contaba en 1971 con un PNB de 7,540 millones de dólares y hay varias decenas de naciones africanas cuyo producto nacional está muy por debajo de los mil millones. En América Latina, en 1973, sólo Brasil y México superaban los 50 mil' millones de PNB en tanto que Argentina estaba en 32,475 y Venezuela en 14,003. Dicho de otro modo, la capacidad de decisión transnacional constituye una fuerza real, autónoma, no inventada. Ante ella no cabe la demagogia, sino la reestructuración de los objetivos sociales mismos del desarrollo y de la economía. La universalización del producto en la fase expansiva del capitalismo histórico se ha convertido, en la etapa presente, en la imposición de un producto que se transforma en el laboratorio tecnológico del poder sin tener en cuenta ningún aspecto del mercado. Se trata de una nueva regla del crecimiento. La acumulación no genera sólo el cambio cualitativo, sino, más aún, el modelo global de la independencia en sectores que evolucionan como si se tratase —conscientemente— de urm economía de guerra. Si se examina el conflicto entre Chile y la ITT —ilustrado y documentado por el Congreso norteamericano sin que se haya cambiado, por ello, el proceso mecánico de la acumulación-transformación-imposición— se verá que la cifra de venta de la empresa es superior a los 11,000 millones de dólares; el PNB de Chile, en 1973, se estimó por la CEPAL, en 8,025 millones de dólares. No se olvide, a su vez, que la Exxon, General Motors y Ford Motors —sólo tres empresas norteamericanas— cuentan con una nómina de obreros y empleados que asciende a 1.331,000 personas. Es inútil decir que esas organizaciones universales emplean, en cada país, obreros y técnicos nacionales porque, en el fondo, esa cuestión es de menor importancia ya que la dirección de la empresa —como proyecto global— se hace fuera del marco de referencia del país receptor. Pero no se trata, sólo, de impugnar el fenómeno, sino de comprender su alcance. Los "ejecutivos" nacionales de las corporaciones transnacionales insisten en decir, una y otra vez, que contribuyen de dos maneras esenciales al desarrollo del país: por vía del empleo y de la exacción fiscal puesto que esas empresas, altamente organizadas, presentan una calificada carta impositiva. No obstante, el problema esencial consiste en que las prioridades nacionales, con los resortes de poder real que se transmiten desde la transnacionalidad, no puedan cumplirse sin choque con sus prioridades que, a veces, son subjetivas, de "elección impuesta", de "patrones de vida", de "modelos" y "hábitos". Prioridades subjetivas que no eliminan su considerable fuerza estructural, es decir, su carácter de fuerza-resistencia en estado de acto. Sería injusto decir que esa situación se ejerce, unilateralmente, en una dirección: el Tercer Mundo. Sería injusto y pueril puesto que es ostensible, en los úl^ 58,023 millones de dólares de PNB para el Brasil y 53,712 en el caso de México. (Informe CEPAL, febrero, 1975.) 42 timos años, que la tendencia transnacional más significativa es el abandono de las materias primas y los productos básicos por el sector secundario y los servicios no solamente en los países subdesarrollados, sino en los altamente industrializados.* En América Latina, y en ese sentido, entre 1960 y 1969 apenas si hubo un crecimiento real en unos sectores básicos —minería y petróleo— que se consideraban esenciales en los años cincuentas. En efecto, las inversiones directas en minería (1,319 millones de dólares en 1960) fueron de 1,922 millones en 1969. Las efectuadas en el petróleo (3,122 millones de dólares en 1960) ascendieron a 3,722 millones en 1969. Apenas cambios. Sin embargo, considérense dos hechos nuevos: en ese mismo periodo las inversiones en las manufacturas (sector secundario) crecieron de 1,521 millones de dólares a 4,347 y en los servicios de 2,400 a 3,821. Se trata de un efectivo transporte de las prioridades a otros centros de decisión. La nacionalización de las compañías petroleras norteamericanas en Venezuela supondrá a las empresas norteamericanas una compensación de 1,018 millones de dólares. Si se consideran los beneficios obtenidos durante el último cuarto de siglo" se entenderá bien que la retirada estratégica hacia otros sectores supone, todavía, un excelente negocio ya que, nacionalizado o no, una parte del mercado sigue en sus manos en tanto que los altos precios aceleran la transformación tecnológica de los imperios petroleros. Transformación cuya alta acumulación gravitará, inevitablemente, hacia alternativas energéticas puesto que, como antes se dice, los altos precios del petróleo favorecen, por su magnitud, un proceso de alta rentabilidad en sectores antes impensables o, por lo menos, fuera de mercado; sobre todo, si el barril de petróleo estaba por debajo de los tres dólares y los recursos naturales en manos o bajo la dirección de las corporaciones petroleras. Esa situación ha variado casi radicalmente; las transformaciones, por tanto, serán radicales. De una u otra forma, la autonomía tecnológica y financiera de las empresas transnacionales es un hecho real al que únicamente desde un criterio espacial multinacional podrá hacerse frente. Considerar el problema, por tanto, desde el ángulo simple de la negación supone dejar el cuestionario, sin dudarlo, en el mismo punto. De la misma forma que no puede volverse al periodo previo de la universalización del producto tampoco se puede reducir el dilema de la industria transnacional a puros niveles ideológicos. Es preciso encontrar una respuesta objetiva, internacionalista (en el sentido política del término) que corresponda a la realidad de un mundo interrelacionado e integrado, por si fuera aquello insuficiente, en un problema común: la supervivencia, de un lado, y el desarrollo social y equilibrado del otro. Las corporaciones transnacionales no son la guerra en sí pero son la continuidad del rearme mundial ya que, en una gran medida, nutren sus raíces financieras —sobre todo respecto a la investigación y el costo de la innovación-mecánica— en los ' Considérese que en el Canadá, país industrial con 5,410 dólares de PNB per cápita en 1973, las inversiones norteamericanas controlaban el 45% de la industria: el 60% del petróleo y el gas natural; el 56% de la minería; el 2% de los ferrocarriles y el 5% de los servicios. En el Mercado Común Europeo y el control norteamericano sobre algunos sectores resulta indisputable y sobre todo en Inglaterra —esa era la razón de la oposición del General De Gaulle al ingreso del Reino Unido de la Comunidad Europea— donde las industrias norteamericanas representan el 13% del PNB británico. ^ En el momento de la nacionalización la Exxon (Creóle) producía 937.000 barriles diarios; la Royal Dutch Shell 552,000; la Mene Grande 328,000; la Sun 120,000; la Texaco 60,000 y la Mobil Oil 58,000. 43 presupuestos militares. La guerra económica del rearme hace posible —como la guerra real lo fue respecto al capitalismo expansivo e imperialista— la transformación tecnológica permanente de las corporaciones transnacionales. La condena moral del armamentismo no será completa en tanto que no se advierta que constituye la infraestructura fundamental de la transnacionalidad como fase superior del imperialismo. 44