LA OPINIÓN DEL PATILLO...

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LA OPINIÓN DEL PATILLO...
Crónica de un surfero en pañales, por Danilo Gutiérrez Baella.
Mes de setiembre, año 2010.
Una de las primeras sorpresas que me dio la experiencia de retornar al mar de
Makaha después de largos treinta años, fue el reconocer que la fauna costera
en estas playas integra actualmente especies que en la década de los 70's no
solían verse tan cercanas.
Por ejemplo, meses antes de iniciar mis actividades surferas, fui testigo de una
escena maravillosa desde lo alto del Malecón Cisneros en Miraflores: en el mar
de la playa Punta Roquitas, viendo a mi izquierda flotaban, se desplazaban y
corrían olas un grupo de quince a veinte tablistas. Mirando a mi derecha y en
forma simultánea, una manada de enormes delfines de lomo negro retozaba,
saltaba, e igualmente corrían olas a escasos metros de los surferos. Una
escena así no era posible de ver en mis tiempos de adolescente en los frentes
del circuito de la Costa Verde de Lima, pues entonces los delfines se
mantenían a muchos metros mar adentro siguiendo las corrientes de
cardúmenes y otros alimenticios para ellos evitando encontrarse con el hombre
que solía atacar su marcha pacífica, espantándolos y hasta cazándolos para el
consumo humano en forma clandestina.
Es fácil distinguir también la diversidad de especies de aves marinas que
visitan por muchas horas ciertas playas de la Costa Verde de norte a sur,
particularmente las miraflorinas Punta Roquitas, Pampilla, Waikiki, Makaha,
Redondo y el resto de ellas camino a Barranco. En algunas zonas el blanco
guanero es tan intenso como el olor clásico que lo identifica, y está presente en
postes, cables, letreros y veredas del circuito. Las gaviotas siempre estuvieron
presentes, pero el tamaño y audacia de estas pareciera haber aumentado con
los años. Uno no puede comer una bolsita de Papas Chips o Tortees en los
puestecitos de venta, sin tener dos o tres gaviotones revoloteando o
cuadrándose a un metro frente a uno a la espera de su cuota de comida
chatarra.
Igualmente, en mi corta e intensa experiencia surfera en Makaha y otras playas
desde el 2009, existe un ave que ya es parte de la familia de humanos y
animales que conviven ahora armoniosamente en el mar: el Piquero. De chico
a este pájaro le llamábamos "patillo", pues al reposar sobre el mar adopta una
postura muy parecida al del pato silvestre de laguna. Pero en realidad, las
características del Piquero son muy diferentes a la de un pato. El color es
negro, de cuello muy largo, y de pico extenso diseñado por Dios para la caza y
absorción inmediata de peces pequeños. Justamente, también debido al
aumento de peces Liza que brincan a montones dentro del área surfera de
Makaha y demás playas, motiva la incursión confiada y hasta atrevida del
Piquero en grupos de dos y hasta de cuatro aves nadando en las zonas de
extrema
actividad
surfera,
donde
el
tablista
entra
y
sale
remando
constantemente, y donde las olas suelen terminar su recorrido lamiendo las
orillas de la Costa Verde.
No es raro entonces remar sobre la tabla y encontrarse con un Piquero
desplazándose al lado. A veces confieso haberme sobresaltado al ser visitado
por un lomo negro mojado y rugoso cruzando mi camino raudamente, paralelo
a las olas. Es el Piquero, con el cuello y cabeza totalmente sumergido en
proceso de pesca submarina, en búsqueda visual sobre los lechos de piedra
marina donde el pez Liza se esconde de su cazador. Igualmente es común el
estar remando a punto de subir una ola, y verse sorprendido por un Piquero
cayendo como flecha negra del cielo al mar en la nariz del surfero.
Estos aspectos son divertidos, cautivantes. Son parte de la vida en el mar, y los
delfines, gaviotas, peces Lizas y Piqueros se convierten en un brother más de
la comunidad surfera.
Traigo a propósito una anécdota reciente por la cual delataré una vez más mis
rutinas inexpertas dentro del mar, pero felices a bordo de la Longboard que me
acompaña. Cada vez que me encuentro cansado de remar por no poder
avanzar en busca de olas, suelo sentarme como un jinete sobre la Longboard.
Así espero que la racha de reventazones pase, y me permitan seguir remando.
Al hacerlo, mantengo la punta de la tabla hacia el horizonte, y enfrento cada
reventazón sentado, dosificando la adrenalina que corre en aumento por mi
cuerpo. Algunas espumas vienen más fuertes que otras, por lo que en todos los
casos "hago peso" apoyando las manos sobre la tabla hacia adelante para
evitar se descontrole en el impacto con la reventazón. En esos momentos
relativamente largos, aprovecho de aspirar todo el aire oceánico que pueda,
admirar la obra de Dios, y orar. Así mismo, estudio las olas, y observo a los
"pro" surferos correr eficientes en sus tablas para ir asimilando, aprendiendo, y
tomando modelos a seguir después. Cuando por fin se aplana un tanto el frente
marino, vuelvo a tenderme horizontal renovando con nuevo vigor mis
braceadas.
Esta vez regresaba de correr una olita simpática y larga que por poco me
desembarca sobre la orilla pedregosa de Makaha. Faltaba mar para seguir
corriendo, así que tomé rápidamente asiento sobre la Longboard, respiré un
tanto, y enderezando la tabla volví al braceo intenso para repetir mi pequeña
hazaña. Al avanzar, sentí que la aventura se hacía difícil de retomar, pues el
mar había crecido un poco más y el oleaje se había vuelto disparejo y
constante.
Fue así que a medio camino, tuve que detenerme a tomar aliento sentado
sobre la Longboard. Un Piquero retozaba cerca a mí, yendo y viniendo entre
las olas y yo. Cada vez que venía una reventazón, el Piquero y yo repetíamos
la misma danza: el ave se sumergía antes de tomar contacto con las espumas
rugientes, y yo asentaba la punta de la tabla hacia adelante para enfrentarlas.
Pasaron dos o tres reventazones, cada cual más fuerte que la otra. La última
me obligó a remar un poco hacia adentro, pues la corriente que seguía a las
olas me hacían retroceder lo avanzado.
Y el Piquero seguía cruzando inmutable delante de mí, y a la siguiente
reventazón se sumergía con prudencia, y yo asentaba la punta de la Longboard
para enfrentarla sentado...
Entonces, una ola de regular tamaño explotó con violencia a unos ocho metros
de mi posición. Si bien es cierto se quebró mi tranquilidad al ver lo que venía
reventando, dentro surgió una voz llena y altanera que me dijo: "¡Hey! Tú has
pasado reventazones más fuertes... ¡Esta espuma no es nada! La Longboard
es de 9"... ¡Pásala sentado!". Entonces me aferré a la Longboard, muy seguro
de enfrentar la gran espuma que corría impetuosa como estampida de toros.
Como era de esperar, el Piquero apareció impasible nadando entre la
Longboard y la nueva espuma que casi nos tocaba. Yo esperaba que se
sumergiera como siempre, para también apoyarme sentado como siempre.
Pero esta vez el Piquero paró en seco; torciendo el pezcuezo, me miró. Luego
miró la ola revoltosa y grande que venía, y lanzando un alarido de alerta, voló
batiendo las alas con furia dejándome solito con el mar...
Mientras la Longboard se disparaba apuntando al cielo, y mi calva sumergida
era peinada recorriendo de cabeza los fondos pedregosos de Makaha, mis
pensamientos se mezclaban tragando sal, recordando la sapiencia natural del
Piquero. Ahora sé que siendo aún inexperto en las lides surferas, deberé
escuchar una segunda opinión al tomar ciertas decisiones frente a las olas.
Escucharlas siempre, aunque estas provengan de un "patillo".
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Danilo Gutiérrez Baella, setiembre de 2010
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