Vetera corpora morbo afflicta Actas del XI Congreso Nacional de Paleopatología Malgosa A, Isidro A, Ibáñez-Gimeno P, Prats-Muñoz G (eds.) (2013) ISBN: 978-84-940187-5-6. p 507-526 INFANCIA Y ESPACIO FUNERARIO: EL CEMENTERIO PARROQUIAL MEDIEVAL Y MODERNO DE SAN ANDRÉS EN MADRID Peña Romo V1 1 Arqueotectura, S.L. Agustín Querol, 4, 4ºB, 28014 Madrid Correspondencia a: [email protected] RESUMEN. La excavación de una parte de la iglesia medieval de San Andrés en Madrid, bajo la monumental Capilla del Obispo, nos ha proporcionado una amplia muestra de enterramientos en el que fue su cementerio parroquial a lo largo de tres fases diferentes, desde el primer Madrid cristiano de la Baja Edad Media hasta la Edad Moderna. Tanto la evolución en la distribución de los restos en el espacio funerario como en la disposición del cadáver, el tipo de tumba o la presencia de algunos elementos de aderezo, responden a patrones que pueden ser interpretados en clave social y de cambio. Especialmente fructífero ha sido el estudio de todos estos elementos en las tumbas infantiles, sobre todo perinatales y primera infancia, muy bien representados y que nos ha permitido, desde un lectura tafonómica y antropológica, reconstruir interesantes aspectos culturales en relación al rito de la muerte en la infancia y de la gestión del espacio cementerial en este momento. 507 Peña Romo PALABRAS CLAVE: Infancia, espacio funerario, ritual enterramiento, cementerio parroquial, Medieval ABSTRACT. The partial excavation of the Medieval church of San Andrés in Madrid, placed beneath the monumental Bishop’s Chapel (Capilla del Obispo) has produced a considerable number of burials in what used to be the Parish Cemetery along three different stages, from the early days of Christian Madrid in the High Middle Ages until the Modern period. Both the evolution in the arrangement of bodies and the distribution of remains in the funerary space, as well as the type of tomb or the presence of adornments, follow a pattern that may be interpreted in terms of social structure and change. The study of these elements in children’s tombs has proven particularly fruitful, especially perinatals and young children, which are very well represented. It has enabled us –following a taphonomic and anthropological interpretation –to reconstruct interesting cultural aspects related to childhood death rituals and the use of funerary space at that particular moment in time. KEYWORDS: Children, funerary space, ritual burial, Parish Cemetery, Medieval INTRODUCCIÓN El caso aquí desarrollado parte de la investigación arqueológica llevada a cabo para la localización de las primitivas estructuras y cementerio parroquial de la iglesia bajo-medieval de San Andrés en Madrid, que pudieron ser excavados gracias al proyecto de rehabilitación del templo gótico-renacentista que hoy se encuentra sobre ellas, conocido como la Capilla del Obispo o de San Juan de Letrán (Peña, 2009). A su valor simbólico por haber sido supuestamente el cementerio que alojó el cuerpo de San Isidro Labrador, su parroquiano más mediático, se une el hecho de ser una de las primeras iglesias documentadas del Madrid del siglo XII, tras la reconquista cristiana, como cabecera de una collación o circunscripción administrativa (Fig. 1). 508 Peña Romo Figura 1. Iglesia de San Andrés en el plano de Teixeira (1656) vista desde el sur. En esta ocasión nos centraremos en los resultados de la intervención realizada en la parte del antiguo cementerio que se ubicaba en el lateral norte del edificio descubierto. Aunque sabemos, gracias a anteriores excavaciones en los alrededores y a una escasa pero interesante documentación, que toda la iglesia estuvo rodeada de tumbas, parece que a lo largo de su historia se fue priorizando el uso de una u otra zona, adaptándose a la evolución urbanística del barrio y a las ampliaciones del propio edificio. En unas circunstancias no siempre fáciles debido al carácter de urgencia de la intervención, uno de los objetivos que nos planteamos fue la búsqueda de posibles patrones o tendencias en relación a la ubicación de las sepulturas, tanto por razones de edad de los individuos como por otros factores de tipo cultural, cuya dinámica pudiéramos además constatar a lo largo de sus casi 400 años de uso. Los primeros resultados que aquí exponemos se referirán a la localización de las tumbas infantiles en relación al edificio parroquial medieval y al significado cultural o “utilitario” de este hecho. La reflexión no es nueva. Sabemos que en muchos casos la ubicación del enterramiento infantil, especialmente el perinatal, puede ser y ha sido interpretada en clave social. ¿Pero cuál en este 509 Peña Romo caso? ¿Es extensible a un ámbito más amplio? Esta es la pregunta que queremos responder con algunas de las conclusiones del estudio. MATERIAL Y MÉTODOS La muestra con la que contamos no es la más idónea para lo que pretendemos, pero es una de las pocas oportunidades en que ha podido ser estudiada, con metodología arqueológica, una extensión de necrópolis cristiano-medieval tan amplia en el casco histórico madrileño: toda la superficie de la actual Capilla de Obispo bajo la que apareció tanto la nave del Evangelio de la antigua parroquia como el área del cementerio a él asociado. Así pues, el ámbito cementerial estudiado fue exclusivamente el del lateral norte del edificio original, alrededor de unos 600m2, datado entre los siglos XII y XV, que en sus fases más antiguas quedó en parte por debajo de las sucesivas ampliaciones de la propia iglesia, invadiendo y obligando a reubicar los cuerpos removidos. En otras zonas simplemente no fue posible excavar el periodo más antiguo debido a la peculiaridad de las tumbas de la fase anterior, que debieron por ese motivo conservarse. Con estos importantes condicionantes y un minucioso trabajo de excavación (Peña, en prensa) en el que se aplicaron criterios y protocolo propios de la arqueotanatología o antropología de campo (Duday, 2005), se recuperaron y documentaron 123 individuos en enterramientos simples, de los que 26 eran reducciones, parciales o completas, y un mínimo de 66 individuos más formando parte de un osario asociado al nivel más antiguo (Tabla 1). En el caso de los individuos perinatales, muy abundantes en el nivel más moderno, se estudió la tafonomía con especial cuidado (Fig. 2), ya que se detectaron desde un primer momento gestos rituales diferentes y significativos, como el caso de un enterramiento en pozo con tres ocupaciones sucesivas o pequeños enterramientos bajo teja removidos ya desde antiguo. Todos los individuos fueron reconstruidos y estudiados para determinar edad de muerte, sexo, patologías, variabilidad, al mismo tiempo que se documentaron marcas y otros aspectos 510 Peña Romo postdeposicionales, como por ejemplo las huellas de los alfileres de sudario sobre distintas zonas del esqueleto. TABLA 1. Número total de individuos (excepto huesos sueltos de los estratos) Tumba propia Reducciones Osario Total Adultos 34 7 51 92 Inmaduros 63 19 15 97 Total 97 26 66 189 Figura 2. Proceso de recuperación de uno de los individuos perinatales en la excavación. En cuanto a los métodos para determinar la edad de los subadultos, que es lo que nos ocupa este artículo, a fin de determinar su distribución, se utilizaron los criterios de Fazekas y Kósa (1978) especialmente para prenatales, Ubelaker (1989) y Crétot (1978) para el estudio dental y de Alduc-Le Bagousse (1988). Se contrastó con Scheuer y Black (2000) en sus distintas adaptaciones con resultados generalmente coincidentes. 511 Peña Romo RESULTADOS Y DISCUSIÓN La investigación arqueológica nos permitió documentar una dinámica de distribución de enterramientos y remodelaciones dividida en tres fases cronológicas: la más antigua entre los siglos XII-XIII, la segunda entre el XIV-XV y la última entre la década final del XV y 1518. Cada una de estas fases del cementerio está perfectamente diferenciada por la amortización o sellado de la anterior, asociada en todos los casos a obras de ampliación o reforma de la iglesia. Esto nos da ciertas garantías a la hora de reflexionar de forma independiente respecto a la disposición de los individuos de momentos coetáneos sin mezclarlos con aquellos más alejados en el tiempo. La orientación de las tumbas es en todos los casos W-E, aunque es interesante ver cómo en cada una de las fases, la orientación varía en 2-3 grados para alinearse en paralelo a cada nuevo muro exterior. (a) Distribución de los individuos inmaduros en el cementerio parroquial Además de la representación de las distintas edades de subadultos en cada nivel (Fig. 3), la distribución física de estos individuos inmaduros en las fases diferenciadas del cementerio parece presentar rasgos pautados. En los dos niveles más antiguos sólo podemos hablar de tendencias más o menos significativas, por la escasa amplitud de la muestra, mientras que en el superior, más moderno, es posible documentar una clara determinación por organizar el espacio teniendo en cuenta la edad y quizás condición del individuo infantil. (a.1) Fase NI (S. XII-XIII) Es la fase más antigua y sobre la que tenemos menos información. En realidad se limita a 8 individuos adultos y 10 inmaduros, al margen del gran osario excavado con un mínimo de 66 individuos, 15 de ellos inmaduros (Figs. 4 y 5). Sin embargo podemos observar un tramo del antiguo paramento norte de la parroquia al exterior en el que hay dos individuos perinatales ubicados uno en paralelo al muro de la iglesia, casi tocándolo, y otro cercano a él, pero siempre entremezclados con individuos adultos. No es por tanto una zona “especializada”. A pesar de que la muestra es pequeña, parece que 512 Peña Romo se perfila una distribución ampliamente documentada en el mundo medieval: los niños más pequeños, especialmente perinatales, se localizan bajo el alero de la iglesia (subgrundarium, según se describe en la tradición romana) buscando no sólo una ubicación práctica para un cuerpo tan pequeño, sino lo que para algunos sería un lugar para el perpetuo bautismo, ya que allí recibirían constantemente las aguas que descienden por los muros sagrados. En relación a los enterramientos del interior de la iglesia en esta fase no se obtuvo ningún dato. Figura 3. Representación por tramos de edad y fases de los individuos inmaduros de San Andrés, a excepción de los localizados en el osario. Figura 4. Nivel II del cementerio de San Andrés. A la derecha del muro algunas tumbas del Nivel I. 513 Peña Romo Figura 5. Nivel III del cementerio de San Andrés. A la derecha del muro algunas tumbas del Nivel I. (a.2) Fase NII (S. XIV-XV) En el segundo nivel de cementerio (Fig. 4) no fue posible observar la zona de contacto con el muro exterior, ya que la ampliación de la iglesia la destruyó con su fosa de cimentación, pero contamos con una superficie cementerial amplia, organizada en hileras que descienden por la colina, con una importante representación de 28 adultos y 25 inmaduros, entre los cuales hay pocos perinatales (Fig. 6), en una distribución aparentemente aleatoria, tanto en el exterior como en el interior de la iglesia. Sólo haciendo una proyección de lo que está ocurriendo en el nivel inferior y teniendo en cuenta la escasez de perinatales, quizás debido a la desaparición de la zona inmediata a este muro, podríamos suponer, con reservas, que hay continuidad respecto a la distribución de infantiles en la época anterior. Por otra parte la variedad en el tipo de enterramiento en esta fase es aparentemente mayor (Figs. 7 y 8). (a.3) Fase NIII (Final S. XV-principios S. XVI) El tercer nivel es el que realmente va a permitirnos reflexionar sobre la distribución de los individuos infantiles en este cementerio y en esta época. En primer lugar toda la superficie del cementerio 514 Peña Romo norte fue excavada y contamos con todo el muro exterior, que iría desde el final del ábside al lugar donde estaba la pila bautismal, y parte del interior de la iglesia (Fig. 5). Figura 6. Nivel II de San Andrés. Una de las tumbas conteniendo un perinatal. Figura 7. Nivel II de San Andrés. Infantil con estructura en barro. 515 Peña Romo Figura 8. Nivel II de San Andrés. Infantil con orejeras de ladrillo. Lo primero que constatamos es una nueva forma de distribución de los enterramientos del cementerio, ya que toda la zona (lateral norte) estaba ocupada exclusivamente por individuos inmaduros que van desde 30 semanas intra-utero hasta 12 años. En total 47 individuos, en su mayor parte menores de un año, que se disponían ocupando una franja menos extendida que la fase anterior , pero en no pocos casos superponiéndose y cortándose como si no siempre sus tumbas se hubiesen señalizado en la superficie (Fig. 9). Su representación se muestra en la Figura 10. Figura 9. Nivel III de San Andrés. Infantil cortado por otro perinatal posterior. 516 Peña Romo Figura 10. Distribución de infantiles por edad en el NIII de San Andrés. Tenemos por tanto una zona del cementerio “especializada”, creada a lo largo del muro norte tras la amortización del cementerio anterior y de la última reforma de la iglesia. No es el único ejemplo de especialización de zona “infantil” en las parroquias a partir del siglo XV, aunque en este caso además creemos que la evolución del urbanismo de la zona jugó un papel importante: se hacía necesario retraer y hacer menos “impactante” el cementerio en esta zona, puesto que su pendiente descendía a una plaza pública y de mercado de primer orden como era la plaza del Azoche, hoy la conocida Plaza de la Paja. Tenemos además interesantes paralelos para esta época, especialmente documentados en Provenza, donde se constata la preferencia de un muro de la iglesia, en este caso el sur y el pórtico para el enterramiento de los niños más pequeños (Treffort, 1997). Si ya es interesante el cambio en la gestión del espacio en esta fase, desde la ubicación de perinatales bajo el alero protector a la especialización de una zona para acoger a los individuos infantiles, lo es más aún su representación por edades. Como hemos visto, de todos los individuos de este cementerio “especializado” un 32% son niños nacidos prematuros o sin vida y están ubicados preferentemente, junto al muro. Un 36% tiene de 0 a 1 año, aunque es su mayoría no alcanzan los 6 meses. Un 19% representa los individuos entre 1 y 6 años y un 12,7% representan respectivamente a los individuos de entre 7 y 12 años. 517 Peña Romo (b) ¿Una ubicación de perinatales pautada? La primera cuestión que se nos plantea es ¿por qué encontramos enterrados en un espacio consagrado una proporción tan alta de individuos tan jóvenes, con escasas posibilidades de haber sido bautizados y por tanto de ser admitidos en el cementerio parroquial? Curiosamente observamos algunos gestos diferenciadores y repetidos entre algunos de estos niños que pueden ser el reflejo de una condición o estatus diferente: cuatro de los perinatales más pequeños, todos ellos de 7,5 y 8,5 meses lunares, 30-35 semanas, (posiblemente algunos más aunque no podamos probarlo por encontrarse sus huesos esparcidos entre la tierra del cementerio) se depositaron sin fosa, simplemente en posición fetal bajo una teja (Figs. 11 y 12), de las muchas que contenía la misma tierra del cementerio, y con un cierto descuido en su colocación, quizás apresuramiento, hasta el punto de no seguir siempre la orientación oeste-este de todas las demás tumbas. Seguramente el pequeño “paquete informe” que contenía al niño no era fácilmente orientable, confundiéndose cabeza y pies en dos ocasiones. Los demás niños sin embargo, siguen canónicamente el mismo gesto que los adultos, aunque tomando una posición más recostada (Fig. 13). Figura 11. Perinatal colocado bajo una teja tras retirarle la cubierta. 518 Peña Romo Figura 12. Perinatal bajo teja removido cuando aún no estaba completamente esqueletizado. Figura 13. Infantil pegado al muro de la iglesia del Nivel III de San Andrés. 519 Peña Romo Para intentar explicar este hecho, desde nuestro punto de vista no meramente mecánico ni circunstancial, es necesario hacer una reflexión cultural más profunda. Hay que saber que todo el entorno de la iglesia es tierra sagrada, sin excepción, y que por tanto para poder ser enterrado allí había que haber sido previamente bautizado. Con la “invención del limbo” en el siglo XII-XIII la iglesia creo un lugar espiritual al que iban los niños sin bautizar, pero ello no les daba acceso a ser enterrados en el seno de la Iglesia. La posibilidad de un lugar no consagrado para los “no bautizados” en el propio cementerio no parece ideológicamente viable, y de existir esa posibilidad, éste no sería el caso, ya que se mezclan en el mismo lugar niños de otras categorías de edad que sin duda sí habían pasado por el rito. Entonces ¿quiere decir esto que todos ellos habían recibido las aguas del bautismo? o ¿podían ser fruto de otra circunstancia?. Como estamos viendo en otros países, las estrategias culturales para resolver el problema del destino del cuerpo de un niño sin bautizar son múltiples y a veces realmente sofisticadas. En Suiza y Francia están documentados, al menos desde el siglo XV, si no antes, los Santuarios à Répit o de “resurrección momentánea”, cuyos cementerios contienen exclusivamente perinatales que, habiendo muerto antes de ser bautizados, son ritualmente “revividos” por intercesión de la Virgen o la Santa a la que están consagrados, para poder recibir el agua bendita y enterrarse en tierra sagrada (Gélis, 2006). La supuesta "resurrección" no era otra cosa que la observación bajo ritual de pequeños movimientos involuntarios en el cuerpo del niño, primeros signos de la descomposición del pequeño cadáver. Esta práctica, condenada por la iglesia en varias ocasiones, se llevaba sin embargo a cabo en su propio seno. En Irlanda la solución fue bien distinta. Allí se crearon, quizás hacia la misma época, los llamados Celliní o cementerios para niños no bautizados, que también acogían a personas que no podían ser enterradas en suelo sagrado, como extranjeros o suicidas. Eran lugares sin consagrar, fuera de las poblaciones, pero que guardaban un cierto carácter santo, como ruinas de iglesias desacralizadas o acantilados (Murphy y Donnelly, 2010). Su gran cantidad y perduración en el tiempo demuestran que resolvió durante mucho tiempo un problema al que la iglesia no había dado respuesta. 520 Peña Romo Siempre buscando una solución digna, estas estrategias culturales se complementaron, en toda la geografía mediterránea al menos, con la perduración de la tradición ancestral de enterramientos de niños en las propias viviendas, sobre todo en patios y entradas a las mismas, y siguiendo la tradición del modo subgrundarium (bajo el alero). Conocemos cada vez más casos documentados arqueológicamente a lo largo de la Baja Edad Media (Riu, 1981), aunque las fuentes documentales siguen dando pocas pistas en este sentido. Se trata de una tradición que nos muestra como el niño que no ha pasado aún a formar parte de la comunidad mediante los distintos ritos de paso (bautismo, presentación, etc.) queda exclusivamente en la esfera de lo familiar. En el caso de la parroquia de San Andrés, si pretendemos saber cuál era la condición de estos niños más pequeños, caben dos posibilidades no excluyentes entre sí: o bien eran niños supuestamente bautizados in extremis por matronas, padres o familiares (hecho regulado y estrategia aparentemente preferente en España desde la Baja Edad Media aplicable siempre que el niño estuviera aún con vida y hubiera nacido), por lo que fueron aceptados por la parroquia en su cementerio, o bien no fueron bautizados y se enterraron sin consentimiento eclesiástico con nocturnidad. En apoyo de la hipótesis del bautismo in extremis está el límite de edad de los individuos, nunca menor a 30 semanas y por tanto con suficiente entidad para sobrevivir en un primer momento, aunque no lo hicieran finamente. También el hecho de estar colocados en los mismos lugares que los niños con edad más que suficiente para haber sido bautizados, rito que en este momento se realizaba muy cercano al alumbramiento. Puesto que el archivo parroquial de San Andrés se quemó durante la Guerra Civil, no sabemos en qué medida se practicaban bautismos in extremis en este momento y mucho menos cuántos de ellos no sobrevivieron. Sin embargo en otras parroquias, cien años más tarde, comprobamos como casi un 2% de los bautismos eran in extremis, un número nada despreciable (Anson, 1977). La aceptación por la iglesia de un bautismo de este tipo sin la presencia de un clérigo tenía que ver con la presentación de testigos pero también con la confianza generada por la familia implicada. Los que superaron esta prueba de confianza sin duda forman parte de este grupo infantil. 521 Peña Romo Respecto a la segunda posibilidad, es decir, que estuviéramos además ante niños sin bautizar y por tanto no admitidos voluntariamente en el cementerio, creemos tener verdaderos indicios de su existencia. En primer lugar sabemos a través de los trabajos de archivo que era una realidad bastante habitual en los cementerios parroquiales que algunos padres entrasen por la noche a enterrar a escondidas a niños que no serían admitidos en el mismo. A veces se habla de la necesidad de “subir la altura de las tapias”, cuando las había, para evitar precisamente estas “visitas nocturnas”. No sabemos hasta qué punto estas visitas eran realmente impedidas o consentidas, pero no sería de extrañar que la propia parroquia fuera más permisiva de lo que pretendía aparentar. Aunque dos siglos más antigua, existió una corriente de la iglesia más moderada, documentada a través del eclesiástico y jurista del siglo XIII Guillaume Durand (Lauwers, 2005) que permitiría estos entierros sin bautismo argumentando que el feto formaba parte de las entrañas de una madre cristiana. Aunque no fue ésta la corriente que predominó oficialmente en nuestro país al menos en este momento, no sabemos hasta que punto internamente existía este convencimiento. No en vano nos encontramos en plena eclosión del Renacimiento y de sus revisionismos ideológicos que en el propio seno de la Iglesia española se manifestaron con especial contraste entre posiciones más humanistas y las férreamente tradicionales. En conclusión, una cierta permisibilidad no admitida de la parroquia para dejar enterrar a niños muertos prematuros sin bautizar, que en nuestro caso queremos identificar con aquellos más pequeños enterrados sin fosa y bajo una teja, y la capacidad de las familias para generar la confianza de la parroquia respecto al cumplimiento de los ritos requeridos en un bautismo de urgencia en el propio hogar (in extremis), podrían ser las claves de la presencia de los niños más pequeños en el espacio funerario sagrado, junto al resto de los canónicamente bautizados. Avanzando en esta hipótesis, existe un nuevo indicio que nos habla de cómo la permisibilidad era mayor según la relevancia y en consecuencia la “confianza” generada por la familia. En el interior de la iglesia, en una peculiar estructura circular (Fig. 14), muy próxima seguramente a la pila bautismal, documentamos una fosa construida en forma de pozo en la que habían sido enterrados 522 Peña Romo sucesivamente tres perinatales, separando siempre hacia los lados los huesos del anterior, uno de ellos con no más de 35 semanas de vida intrauterina (8 meses lunares). No es un osario, sino un enterramiento con sucesivas reducciones y la única con ajuar propio de un bebé: un jarrito diminuto y restos de ampollitas de cristal. Es posible que se trate de una tumba privada principal cuyos ocupantes pertenecieron a una misma familia ya que dos de los cuerpos compartían un rasgo peculiar como es una costilla cervical. Pero también podría tratarse de una tumba colectiva para niños de muy corta edad al lado de la pila bautismal, siguiendo una tradición de nuevo ampliamente documentada en Provenza donde, al menos desde le siglo XVII, los recién nacidos eran enterrados en una fosa al lado de la fuente del bautismo (Bertrand, 2000). Figura 14. Interior de la iglesia. A la derecha estructura circular para enterramiento de tres perinatales. CONCLUSIONES Los resultados del estudio de la distribución de las tumbas infantiles en esta parroquia medieval no son sin duda un caso excepcional, pero seguramente en ello radica su importancia. Posiblemente se trata de una dinámica habitual que habría que ir documentando 523 Peña Romo sistemáticamente tanto para confirmar su alcance como para poder desvelar otro tipo de estrategias que seguramente convivieron con ésta hasta la creación de los cementerios sacramentales, en las afueras de las poblaciones. Con la observación de las pautas llevadas a cabo en San Andrés, hemos constatado que hay una evolución en la gestión de las tumbas infantiles a lo largo de la Baja Edad Media, pasando de la clásica posición que ubica a los más pequeños bajo el alero protector de un muro preferente de la iglesia, aunque acompañados y entremezclados con otras edades, a la especialización del espacio coincidiendo con el inicio de la Edad Moderna. La creación de un espacio exclusivo a finales del s. XV para acoger los cuerpos infantiles parece reflejar una nueva preocupación o un especial cuidado. Incluso algunos de estos pequeños se ubican en el interior, al lado de la pila bautismal como si este fuera el eje orientador principal. Y seguramente lo fue. Entre todas las edades infantiles representadas son especialmente abundantes los perinatales, en general ubicados más cerca del muro norte parroquial pero que sin embargo presentan dos pautas de enterramiento muy diferentes: un grupo, la mayoría, en fosa simple, orientados W-E y en posición recostada o estirada, que serían posiblemente los bautizados canónicamente o in extremis, ya que ambos se beneficiarían de una ceremonia canónica, con excavación de fosa, tratamiento del cuerpo, orientación ortodoxa, acompañamiento, etc.; otros muy pequeños colocados bajo una teja, sin fosa y de descuidada orientación, serían quizás introducidos en el cementerio clandestinamente sin haber sido bautizados. En cualquier caso, sea o no así, una cierta permisibilidad de la parroquia en torno a la gestión del bautismo y la confianza que eran capaces de generar las familias de parroquianos parece ser la clave de la aceptación de los niños más pequeños en el espacio funerario sagrado. Agradecimientos Agradezco tanto al Servicio de Arqueología de la Comunidad de Madrid como a la propia Parroquia de San Andrés, las facilidades para la realización de este estudio, que aún continua, y que gracias a su paciencia 524 Peña Romo y apoyo podrá convertirse en uno de los estudios más completos de una muestra poblacional del Madrid Bajo Medieval. BIBLIOGRAFÍA Ansón Calvo C. 1977. Sociología del bautismo en el siglo XVII. Cuadernos de investigación. Geografía e Historia. 3:69-90. Alduc-Le Bagouse A. 1988. Estimation de l’âge des non-adultes: Maturation dentaire et croissance osseuse. Données comparatives pour deux nécropoles médiévales bas-normandes. Actes des 3èmes Journées Anthropologiques.Notes et Monographies Techniques 24. Paris: Éditions du CNRS. p 81-103. Bertrand R. 2000. Les enfants qui remplissent le ciel. Les obsèques et la sépulture des enfants dans la Provence des XVIIe - XVIIIe siècles. En Andréani R, Michel H, Pélaquier E, editores. 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