infancia y espacio funerario: el cementerio parroquial medieval y

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Vetera corpora morbo afflicta
Actas del XI Congreso Nacional de Paleopatología
Malgosa A, Isidro A, Ibáñez-Gimeno P, Prats-Muñoz G (eds.) (2013)
ISBN: 978-84-940187-5-6. p 507-526
INFANCIA Y ESPACIO FUNERARIO: EL CEMENTERIO
PARROQUIAL MEDIEVAL Y MODERNO DE SAN ANDRÉS EN
MADRID
Peña Romo V1
1
Arqueotectura, S.L. Agustín Querol, 4, 4ºB, 28014 Madrid
Correspondencia a: [email protected]
RESUMEN. La excavación de una parte de la iglesia medieval de San
Andrés en Madrid, bajo la monumental Capilla del Obispo, nos ha
proporcionado una amplia muestra de enterramientos en el que fue
su cementerio parroquial a lo largo de tres fases diferentes, desde
el primer Madrid cristiano de la Baja Edad Media hasta la Edad
Moderna. Tanto la evolución en la distribución de los restos en el
espacio funerario como en la disposición del cadáver, el tipo de
tumba o la presencia de algunos elementos de aderezo, responden
a patrones que pueden ser interpretados en clave social y de
cambio. Especialmente fructífero ha sido el estudio de todos estos
elementos en las tumbas infantiles, sobre todo perinatales y
primera infancia, muy bien representados y que nos ha permitido,
desde un lectura tafonómica y antropológica, reconstruir
interesantes aspectos culturales en relación al rito de la muerte en
la infancia y de la gestión del espacio cementerial en este momento.
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Peña Romo
PALABRAS CLAVE: Infancia, espacio funerario, ritual enterramiento,
cementerio parroquial, Medieval
ABSTRACT. The partial excavation of the Medieval church of San
Andrés in Madrid, placed beneath the monumental Bishop’s Chapel
(Capilla del Obispo) has produced a considerable number of burials
in what used to be the Parish Cemetery along three different stages,
from the early days of Christian Madrid in the High Middle Ages
until the Modern period. Both the evolution in the arrangement of
bodies and the distribution of remains in the funerary space, as well
as the type of tomb or the presence of adornments, follow a
pattern that may be interpreted in terms of social structure and
change. The study of these elements in children’s tombs has proven
particularly fruitful, especially perinatals and young children, which
are very well represented. It has enabled us –following a
taphonomic and anthropological interpretation –to reconstruct
interesting cultural aspects related to childhood death rituals and
the use of funerary space at that particular moment in time.
KEYWORDS: Children, funerary space, ritual burial, Parish
Cemetery, Medieval
INTRODUCCIÓN
El caso aquí desarrollado parte de la investigación arqueológica
llevada a cabo para la localización de las primitivas estructuras y
cementerio parroquial de la iglesia bajo-medieval de San Andrés en
Madrid, que pudieron ser excavados gracias al proyecto de
rehabilitación del templo gótico-renacentista que hoy se encuentra
sobre ellas, conocido como la Capilla del Obispo o de San Juan de
Letrán (Peña, 2009). A su valor simbólico por haber sido
supuestamente el cementerio que alojó el cuerpo de San Isidro
Labrador, su parroquiano más mediático, se une el hecho de ser una
de las primeras iglesias documentadas del Madrid del siglo XII, tras
la reconquista cristiana, como cabecera de una collación o
circunscripción administrativa (Fig. 1).
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Peña Romo
Figura 1. Iglesia de San Andrés en el plano de Teixeira (1656) vista desde el
sur.
En esta ocasión nos centraremos en los resultados de la
intervención realizada en la parte del antiguo cementerio que se
ubicaba en el lateral norte del edificio descubierto. Aunque
sabemos, gracias a anteriores excavaciones en los alrededores y a
una escasa pero interesante documentación, que toda la iglesia
estuvo rodeada de tumbas, parece que a lo largo de su historia se
fue priorizando el uso de una u otra zona, adaptándose a la
evolución urbanística del barrio y a las ampliaciones del propio
edificio.
En unas circunstancias no siempre fáciles debido al carácter de
urgencia de la intervención, uno de los objetivos que nos
planteamos fue la búsqueda de posibles patrones o tendencias en
relación a la ubicación de las sepulturas, tanto por razones de edad
de los individuos como por otros factores de tipo cultural, cuya
dinámica pudiéramos además constatar a lo largo de sus casi 400
años de uso.
Los primeros resultados que aquí exponemos se referirán a la
localización de las tumbas infantiles en relación al edificio
parroquial medieval y al significado cultural o “utilitario” de este
hecho. La reflexión no es nueva. Sabemos que en muchos casos la
ubicación del enterramiento infantil, especialmente el perinatal,
puede ser y ha sido interpretada en clave social. ¿Pero cuál en este
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caso? ¿Es extensible a un ámbito más amplio? Esta es la pregunta
que queremos responder con algunas de las conclusiones del
estudio.
MATERIAL Y MÉTODOS
La muestra con la que contamos no es la más idónea para lo que
pretendemos, pero es una de las pocas oportunidades en que ha
podido ser estudiada, con metodología arqueológica, una extensión
de necrópolis cristiano-medieval tan amplia en el casco histórico
madrileño: toda la superficie de la actual Capilla de Obispo bajo la
que apareció tanto la nave del Evangelio de la antigua parroquia
como el área del cementerio a él asociado.
Así pues, el ámbito cementerial estudiado fue exclusivamente el del
lateral norte del edificio original, alrededor de unos 600m2, datado
entre los siglos XII y XV, que en sus fases más antiguas quedó en
parte por debajo de las sucesivas ampliaciones de la propia iglesia,
invadiendo y obligando a reubicar los cuerpos removidos. En otras
zonas simplemente no fue posible excavar el periodo más antiguo
debido a la peculiaridad de las tumbas de la fase anterior, que
debieron por ese motivo conservarse.
Con estos importantes condicionantes y un minucioso trabajo de
excavación (Peña, en prensa) en el que se aplicaron criterios y
protocolo propios de la arqueotanatología o antropología de campo
(Duday, 2005), se recuperaron y documentaron 123 individuos en
enterramientos simples, de los que 26 eran reducciones, parciales o
completas, y un mínimo de 66 individuos más formando parte de un
osario asociado al nivel más antiguo (Tabla 1). En el caso de los
individuos perinatales, muy abundantes en el nivel más moderno,
se estudió la tafonomía con especial cuidado (Fig. 2), ya que se
detectaron desde un primer momento gestos rituales diferentes y
significativos, como el caso de un enterramiento en pozo con tres
ocupaciones sucesivas o pequeños enterramientos bajo teja
removidos ya desde antiguo.
Todos los individuos fueron reconstruidos y estudiados para
determinar edad de muerte, sexo, patologías, variabilidad, al
mismo tiempo que se documentaron marcas y otros aspectos
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Peña Romo
postdeposicionales, como por ejemplo las huellas de los alfileres de
sudario sobre distintas zonas del esqueleto.
TABLA 1. Número total de individuos (excepto huesos sueltos de los
estratos)
Tumba propia
Reducciones
Osario
Total
Adultos
34
7
51
92
Inmaduros
63
19
15
97
Total
97
26
66
189
Figura 2. Proceso de recuperación de uno de los individuos
perinatales en la excavación.
En cuanto a los métodos para determinar la edad de los subadultos,
que es lo que nos ocupa este artículo, a fin de determinar su
distribución, se utilizaron los criterios de Fazekas y Kósa (1978)
especialmente para prenatales, Ubelaker (1989) y Crétot (1978)
para el estudio dental y de Alduc-Le Bagousse (1988). Se contrastó
con Scheuer y Black (2000) en sus distintas adaptaciones con
resultados generalmente coincidentes.
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Peña Romo
RESULTADOS Y DISCUSIÓN
La investigación arqueológica nos permitió documentar una
dinámica de distribución de enterramientos y remodelaciones
dividida en tres fases cronológicas: la más antigua entre los siglos
XII-XIII, la segunda entre el XIV-XV y la última entre la década final
del XV y 1518. Cada una de estas fases del cementerio está
perfectamente diferenciada por la amortización o sellado de la
anterior, asociada en todos los casos a obras de ampliación o
reforma de la iglesia. Esto nos da ciertas garantías a la hora de
reflexionar de forma independiente respecto a la disposición de los
individuos de momentos coetáneos sin mezclarlos con aquellos más
alejados en el tiempo.
La orientación de las tumbas es en todos los casos W-E, aunque es
interesante ver cómo en cada una de las fases, la orientación varía
en 2-3 grados para alinearse en paralelo a cada nuevo muro
exterior.
(a) Distribución de los individuos inmaduros en el cementerio
parroquial
Además de la representación de las distintas edades de subadultos
en cada nivel (Fig. 3), la distribución física de estos individuos
inmaduros en las fases diferenciadas del cementerio parece
presentar rasgos pautados. En los dos niveles más antiguos sólo
podemos hablar de tendencias más o menos significativas, por la
escasa amplitud de la muestra, mientras que en el superior, más
moderno, es posible documentar una clara determinación por
organizar el espacio teniendo en cuenta la edad y quizás condición
del individuo infantil.
(a.1) Fase NI (S. XII-XIII)
Es la fase más antigua y sobre la que tenemos menos información.
En realidad se limita a 8 individuos adultos y 10 inmaduros, al
margen del gran osario excavado con un mínimo de 66 individuos,
15 de ellos inmaduros (Figs. 4 y 5). Sin embargo podemos observar
un tramo del antiguo paramento norte de la parroquia al exterior en
el que hay dos individuos perinatales ubicados uno en paralelo al
muro de la iglesia, casi tocándolo, y otro cercano a él, pero siempre
entremezclados con individuos adultos. No es por tanto una zona
“especializada”. A pesar de que la muestra es pequeña, parece que
512
Peña Romo
se perfila una distribución ampliamente documentada en el mundo
medieval: los niños más pequeños, especialmente perinatales, se
localizan bajo el alero de la iglesia (subgrundarium, según se
describe en la tradición romana) buscando no sólo una ubicación
práctica para un cuerpo tan pequeño, sino lo que para algunos sería
un lugar para el perpetuo bautismo, ya que allí recibirían
constantemente las aguas que descienden por los muros sagrados.
En relación a los enterramientos del interior de la iglesia en esta
fase no se obtuvo ningún dato.
Figura 3. Representación por tramos de edad y fases de los individuos
inmaduros de San Andrés, a excepción de los localizados en el osario.
Figura 4. Nivel II del cementerio de San Andrés. A la
derecha del muro algunas tumbas del Nivel I.
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Figura 5. Nivel III del cementerio de San Andrés. A la derecha
del muro algunas tumbas del Nivel I.
(a.2) Fase NII (S. XIV-XV)
En el segundo nivel de cementerio (Fig. 4) no fue posible observar la
zona de contacto con el muro exterior, ya que la ampliación de la
iglesia la destruyó con su fosa de cimentación, pero contamos con
una superficie cementerial amplia, organizada en hileras que
descienden por la colina, con una importante representación de 28
adultos y 25 inmaduros, entre los cuales hay pocos perinatales (Fig.
6), en una distribución aparentemente aleatoria, tanto en el
exterior como en el interior de la iglesia. Sólo haciendo una
proyección de lo que está ocurriendo en el nivel inferior y teniendo
en cuenta la escasez de perinatales, quizás debido a la desaparición
de la zona inmediata a este muro, podríamos suponer, con
reservas, que hay continuidad respecto a la distribución de
infantiles en la época anterior. Por otra parte la variedad en el tipo
de enterramiento en esta fase es aparentemente mayor (Figs. 7 y
8).
(a.3) Fase NIII (Final S. XV-principios S. XVI)
El tercer nivel es el que realmente va a permitirnos reflexionar
sobre la distribución de los individuos infantiles en este cementerio
y en esta época. En primer lugar toda la superficie del cementerio
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norte fue excavada y contamos con todo el muro exterior, que iría
desde el final del ábside al lugar donde estaba la pila bautismal, y
parte del interior de la iglesia (Fig. 5).
Figura 6. Nivel II de San Andrés. Una de las tumbas
conteniendo un perinatal.
Figura 7. Nivel II de San Andrés. Infantil con estructura en
barro.
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Peña Romo
Figura 8. Nivel II de San Andrés. Infantil con orejeras de ladrillo.
Lo primero que constatamos es una nueva forma de distribución de
los enterramientos del cementerio, ya que toda la zona (lateral
norte) estaba ocupada exclusivamente por individuos inmaduros
que van desde 30 semanas intra-utero hasta 12 años. En total 47
individuos, en su mayor parte menores de un año, que se disponían
ocupando una franja menos extendida que la fase anterior , pero en
no pocos casos superponiéndose y cortándose como si no siempre
sus tumbas se hubiesen señalizado en la superficie (Fig. 9). Su
representación se muestra en la Figura 10.
Figura 9. Nivel III de San Andrés. Infantil cortado por otro
perinatal posterior.
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Figura 10. Distribución de infantiles por edad en el
NIII de San Andrés.
Tenemos por tanto una zona del cementerio “especializada”, creada
a lo largo del muro norte tras la amortización del cementerio
anterior y de la última reforma de la iglesia. No es el único ejemplo
de especialización de zona “infantil” en las parroquias a partir del
siglo XV, aunque en este caso además creemos que la evolución del
urbanismo de la zona jugó un papel importante: se hacía necesario
retraer y hacer menos “impactante” el cementerio en esta zona,
puesto que su pendiente descendía a una plaza pública y de
mercado de primer orden como era la plaza del Azoche, hoy la
conocida Plaza de la Paja. Tenemos además interesantes paralelos
para esta época, especialmente documentados en Provenza, donde
se constata la preferencia de un muro de la iglesia, en este caso el
sur y el pórtico para el enterramiento de los niños más pequeños
(Treffort, 1997).
Si ya es interesante el cambio en la gestión del espacio en esta fase,
desde la ubicación de perinatales bajo el alero protector a la
especialización de una zona para acoger a los individuos infantiles,
lo es más aún su representación por edades. Como hemos visto, de
todos los individuos de este cementerio “especializado” un 32% son
niños nacidos prematuros o sin vida y están ubicados
preferentemente, junto al muro. Un 36% tiene de 0 a 1 año,
aunque es su mayoría no alcanzan los 6 meses. Un 19% representa
los individuos entre 1 y 6 años y un 12,7% representan
respectivamente a los individuos de entre 7 y 12 años.
517
Peña Romo
(b) ¿Una ubicación de perinatales pautada?
La primera cuestión que se nos plantea es ¿por qué encontramos
enterrados en un espacio consagrado una proporción tan alta de
individuos tan jóvenes, con escasas posibilidades de haber sido
bautizados y por tanto de ser admitidos en el cementerio
parroquial?
Curiosamente observamos algunos gestos diferenciadores y
repetidos entre algunos de estos niños que pueden ser el reflejo de
una condición o estatus diferente: cuatro de los perinatales más
pequeños, todos ellos de 7,5 y 8,5 meses lunares, 30-35 semanas,
(posiblemente algunos más aunque no podamos probarlo por
encontrarse sus huesos esparcidos entre la tierra del cementerio)
se depositaron sin fosa, simplemente en posición fetal bajo una teja
(Figs. 11 y 12), de las muchas que contenía la misma tierra del
cementerio, y con un cierto descuido en su colocación, quizás
apresuramiento, hasta el punto de no seguir siempre la orientación
oeste-este de todas las demás tumbas. Seguramente el pequeño
“paquete informe” que contenía al niño no era fácilmente
orientable, confundiéndose cabeza y pies en dos ocasiones. Los
demás niños sin embargo, siguen canónicamente el mismo gesto
que los adultos, aunque tomando una posición más recostada (Fig.
13).
Figura 11. Perinatal colocado bajo una teja tras retirarle
la cubierta.
518
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Figura 12. Perinatal bajo teja removido cuando aún no estaba
completamente esqueletizado.
Figura 13. Infantil pegado al muro de la iglesia del Nivel III de San Andrés.
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Peña Romo
Para intentar explicar este hecho, desde nuestro punto de vista no
meramente mecánico ni circunstancial, es necesario hacer una
reflexión cultural más profunda. Hay que saber que todo el entorno
de la iglesia es tierra sagrada, sin excepción, y que por tanto para
poder ser enterrado allí había que haber sido previamente
bautizado. Con la “invención del limbo” en el siglo XII-XIII la iglesia
creo un lugar espiritual al que iban los niños sin bautizar, pero ello
no les daba acceso a ser enterrados en el seno de la Iglesia. La
posibilidad de un lugar no consagrado para los “no bautizados” en
el propio cementerio no parece ideológicamente viable, y de existir
esa posibilidad, éste no sería el caso, ya que se mezclan en el mismo
lugar niños de otras categorías de edad que sin duda sí habían
pasado por el rito.
Entonces ¿quiere decir esto que todos ellos habían recibido las
aguas del bautismo? o ¿podían ser fruto de otra circunstancia?.
Como estamos viendo en otros países, las estrategias culturales
para resolver el problema del destino del cuerpo de un niño sin
bautizar son múltiples y a veces realmente sofisticadas. En Suiza y
Francia están documentados, al menos desde el siglo XV, si no
antes, los Santuarios à Répit o de “resurrección momentánea”,
cuyos cementerios contienen exclusivamente perinatales que,
habiendo muerto antes de ser bautizados, son ritualmente
“revividos” por intercesión de la Virgen o la Santa a la que están
consagrados, para poder recibir el agua bendita y enterrarse en
tierra sagrada (Gélis, 2006). La supuesta "resurrección" no era otra
cosa que la observación bajo ritual de pequeños movimientos
involuntarios en el cuerpo del niño, primeros signos de la
descomposición del pequeño cadáver. Esta práctica, condenada por
la iglesia en varias ocasiones, se llevaba sin embargo a cabo en su
propio seno.
En Irlanda la solución fue bien distinta. Allí se crearon, quizás hacia
la misma época, los llamados Celliní o cementerios para niños no
bautizados, que también acogían a personas que no podían ser
enterradas en suelo sagrado, como extranjeros o suicidas. Eran
lugares sin consagrar, fuera de las poblaciones, pero que guardaban
un cierto carácter santo, como ruinas de iglesias desacralizadas o
acantilados (Murphy y Donnelly, 2010). Su gran cantidad y
perduración en el tiempo demuestran que resolvió durante mucho
tiempo un problema al que la iglesia no había dado respuesta.
520
Peña Romo
Siempre buscando una solución digna, estas estrategias culturales
se complementaron, en toda la geografía mediterránea al menos,
con la perduración de la tradición ancestral de enterramientos de
niños en las propias viviendas, sobre todo en patios y entradas a las
mismas, y siguiendo la tradición del modo subgrundarium (bajo el
alero). Conocemos cada vez más casos documentados
arqueológicamente a lo largo de la Baja Edad Media (Riu, 1981),
aunque las fuentes documentales siguen dando pocas pistas en este
sentido. Se trata de una tradición que nos muestra como el niño
que no ha pasado aún a formar parte de la comunidad mediante los
distintos ritos de paso (bautismo, presentación, etc.) queda
exclusivamente en la esfera de lo familiar.
En el caso de la parroquia de San Andrés, si pretendemos saber cuál
era la condición de estos niños más pequeños, caben dos
posibilidades no excluyentes entre sí: o bien eran niños
supuestamente bautizados in extremis por matronas, padres o
familiares (hecho regulado y estrategia aparentemente preferente
en España desde la Baja Edad Media aplicable siempre que el niño
estuviera aún con vida y hubiera nacido), por lo que fueron
aceptados por la parroquia en su cementerio, o bien no fueron
bautizados y se enterraron sin consentimiento eclesiástico con
nocturnidad.
En apoyo de la hipótesis del bautismo in extremis está el límite de
edad de los individuos, nunca menor a 30 semanas y por tanto con
suficiente entidad para sobrevivir en un primer momento, aunque
no lo hicieran finamente. También el hecho de estar colocados en
los mismos lugares que los niños con edad más que suficiente para
haber sido bautizados, rito que en este momento se realizaba muy
cercano al alumbramiento. Puesto que el archivo parroquial de San
Andrés se quemó durante la Guerra Civil, no sabemos en qué
medida se practicaban bautismos in extremis en este momento y
mucho menos cuántos de ellos no sobrevivieron. Sin embargo en
otras parroquias, cien años más tarde, comprobamos como casi un
2% de los bautismos eran in extremis, un número nada despreciable
(Anson, 1977). La aceptación por la iglesia de un bautismo de este
tipo sin la presencia de un clérigo tenía que ver con la presentación
de testigos pero también con la confianza generada por la familia
implicada. Los que superaron esta prueba de confianza sin duda
forman parte de este grupo infantil.
521
Peña Romo
Respecto a la segunda posibilidad, es decir, que estuviéramos
además ante niños sin bautizar y por tanto no admitidos
voluntariamente en el cementerio, creemos tener verdaderos
indicios de su existencia. En primer lugar sabemos a través de los
trabajos de archivo que era una realidad bastante habitual en los
cementerios parroquiales que algunos padres entrasen por la noche
a enterrar a escondidas a niños que no serían admitidos en el
mismo. A veces se habla de la necesidad de “subir la altura de las
tapias”, cuando las había, para evitar precisamente estas “visitas
nocturnas”. No sabemos hasta qué punto estas visitas eran
realmente impedidas o consentidas, pero no sería de extrañar que
la propia parroquia fuera más permisiva de lo que pretendía
aparentar. Aunque dos siglos más antigua, existió una corriente de
la iglesia más moderada, documentada a través del eclesiástico y
jurista del siglo XIII Guillaume Durand (Lauwers, 2005) que
permitiría estos entierros sin bautismo argumentando que el feto
formaba parte de las entrañas de una madre cristiana. Aunque no
fue ésta la corriente que predominó oficialmente en nuestro país al
menos en este momento, no sabemos hasta que punto
internamente existía este convencimiento. No en vano nos
encontramos en plena eclosión del Renacimiento y de sus
revisionismos ideológicos que en el propio seno de la Iglesia
española se manifestaron con especial contraste entre posiciones
más humanistas y las férreamente tradicionales.
En conclusión, una cierta permisibilidad no admitida de la parroquia
para dejar enterrar a niños muertos prematuros sin bautizar, que en
nuestro caso queremos identificar con aquellos más pequeños
enterrados sin fosa y bajo una teja, y la capacidad de las familias
para generar la confianza de la parroquia respecto al cumplimiento
de los ritos requeridos en un bautismo de urgencia en el propio
hogar (in extremis), podrían ser las claves de la presencia de los
niños más pequeños en el espacio funerario sagrado, junto al resto
de los canónicamente bautizados.
Avanzando en esta hipótesis, existe un nuevo indicio que nos habla
de cómo la permisibilidad era mayor según la relevancia y en
consecuencia la “confianza” generada por la familia. En el interior
de la iglesia, en una peculiar estructura circular (Fig. 14), muy
próxima seguramente a la pila bautismal, documentamos una fosa
construida en forma de pozo en la que habían sido enterrados
522
Peña Romo
sucesivamente tres perinatales, separando siempre hacia los lados
los huesos del anterior, uno de ellos con no más de 35 semanas de
vida intrauterina (8 meses lunares). No es un osario, sino un
enterramiento con sucesivas reducciones y la única con ajuar propio
de un bebé: un jarrito diminuto y restos de ampollitas de cristal. Es
posible que se trate de una tumba privada principal cuyos
ocupantes pertenecieron a una misma familia ya que dos de los
cuerpos compartían un rasgo peculiar como es una costilla cervical.
Pero también podría tratarse de una tumba colectiva para niños de
muy corta edad al lado de la pila bautismal, siguiendo una tradición
de nuevo ampliamente documentada en Provenza donde, al menos
desde le siglo XVII, los recién nacidos eran enterrados en una fosa al
lado de la fuente del bautismo (Bertrand, 2000).
Figura 14. Interior de la iglesia. A la derecha estructura circular para
enterramiento de tres perinatales.
CONCLUSIONES
Los resultados del estudio de la distribución de las tumbas infantiles
en esta parroquia medieval no son sin duda un caso excepcional,
pero seguramente en ello radica su importancia. Posiblemente se
trata de una dinámica habitual que habría que ir documentando
523
Peña Romo
sistemáticamente tanto para confirmar su alcance como para poder
desvelar otro tipo de estrategias que seguramente convivieron con
ésta hasta la creación de los cementerios sacramentales, en las
afueras de las poblaciones.
Con la observación de las pautas llevadas a cabo en San Andrés,
hemos constatado que hay una evolución en la gestión de las
tumbas infantiles a lo largo de la Baja Edad Media, pasando de la
clásica posición que ubica a los más pequeños bajo el alero
protector de un muro preferente de la iglesia, aunque
acompañados y entremezclados con otras edades, a la
especialización del espacio coincidiendo con el inicio de la Edad
Moderna. La creación de un espacio exclusivo a finales del s. XV
para acoger los cuerpos infantiles parece reflejar una nueva
preocupación o un especial cuidado. Incluso algunos de estos
pequeños se ubican en el interior, al lado de la pila bautismal como
si este fuera el eje orientador principal. Y seguramente lo fue. Entre
todas las edades infantiles representadas son especialmente
abundantes los perinatales, en general ubicados más cerca del muro
norte parroquial pero que sin embargo presentan dos pautas de
enterramiento muy diferentes: un grupo, la mayoría, en fosa simple,
orientados W-E y en posición recostada o estirada, que serían
posiblemente los bautizados canónicamente o in extremis, ya que
ambos se beneficiarían de una ceremonia canónica, con excavación
de fosa, tratamiento del cuerpo, orientación ortodoxa,
acompañamiento, etc.; otros muy pequeños colocados bajo una
teja, sin fosa y de descuidada orientación, serían quizás introducidos
en el cementerio clandestinamente sin haber sido bautizados.
En cualquier caso, sea o no así, una cierta permisibilidad de la
parroquia en torno a la gestión del bautismo y la confianza que eran
capaces de generar las familias de parroquianos parece ser la clave
de la aceptación de los niños más pequeños en el espacio funerario
sagrado.
Agradecimientos
Agradezco tanto al Servicio de Arqueología de la Comunidad de Madrid
como a la propia Parroquia de San Andrés, las facilidades para la
realización de este estudio, que aún continua, y que gracias a su paciencia
524
Peña Romo
y apoyo podrá convertirse en uno de los estudios más completos de una
muestra poblacional del Madrid Bajo Medieval.
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