Piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros

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Piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros.
Las distintas formas de la piratería americana son propias del período comprendido entre la primera mitad del
siglo XVI y la primera mitad del siglo XVIII. En estos doscientos años la mítica figura del pirata se constituyó
en un símbolo de la época, exaltado por novelas y leyendas que hasta el día de hoy dan rienda suelta a la
imaginación.
Antes de describir la piratería americana es conveniente explicar las diferencias entre piratas, corsarios,
bucaneros y filibusteros, los protagonistas de esta historia. Se suele utilizar estas denominaciones como
sinónimos, sin tomar en cuenta que se refieren a personajes diferentes y con diversas motivaciones
De acuerdo con Manuel Lucena, el pirata "era el que robaba por cuenta propia en el mar o en sus zonas
costeras... es un enemigo del comercio marítimo en general porque se mueve exclusivamente por su afán de
lucro, sin discriminar ningún pabellón nacional". Era, por tanto, un hombre que se situaba al margen del
sistema imperante en aquella época. En su mayoría los piratas eran gentes pobres, miserables, delincuentes,
vagabundos, desertores o perseguidos por sus ideas. De hecho, "a la piratería se llegaba por necesidad,
difícilmente por vocación".
El corsario, en cambio, era un marino particular contratado y financiado por un Estado en guerra para causar
pérdidas al comercio del enemigo y provocar el mayor daño posible en sus posesiones. Aceptaba las leyes y
usos de la guerra y ofrecía una fianza en señal de que respetaría las ordenanzas de su monarca. La actividad
corsaria finalizaba al momento de firmarse las paces entre las potencias beligerantes, aunque muchos
corsarios continuaron hostilizando al enemigo en tiempos de supuesta paz.
Los ingleses John Hawkins y Francis Drague fueron los grandes personajes que señalaron la aparición del
corsarismo en la América del siglo XVI. Glorificados por la literatura se constituyeron en símbolos de esta
actividad.
Propiamente americanos fueron los bucaneros y los filibusteros. Los primeros aparecieron desde 1623 en
partes deshabitadas de La Española, que poseía gran cantidad de ganado cimarrón. Estos personajes cazaban
el ganado, que luego era asado y ahumado (bucan), labor que les valió el epíteto de bucaneros. Muchos de
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ellos se hicieron piratas, aunque continuaron auto designándose bucaneros, otros siguieron dedicados a la caza
y venta de productos ganaderos.
"Eran gentes sin rey procedentes de cualquier nación, −señala Lucena− no les amparaba ningún pabellón,
ningún gobierno. No eran reformistas, ni anglicanos, ni calvinistas, ni católicos, y podían serlo todo sin que
nadie les dijera nada por ello. Eran malditos rebeldes que vivían en un mundo bárbaro al margen de la
civilización...". Fueron propios del Caribe y del segundo cuarto del siglo XVII, período que coincide con el
declinar del Imperio español, el cual difícilmente pudo controlar las depredaciones que realizaban en el vasto
mundo isleño.
Cuando los bucaneros abrazaron abiertamente la piratería se transformaron en filibusteros, fenómeno
exclusivo del Caribe que tuvo su momento más importante en la segunda mitad del siglo XVII. La principal
guarida de los filibusteros fue la pequeña isla Tortuga, ubicada al noreste de La Española.
Merece destacarse la conformación de la Cofradía de los Hermanos de la Costa, agrupación gremial masculina
que asoció a los filibusteros con la finalidad de garantizar a sus miembros el libre ejercicio independiente de
tal profesión. No existía la propiedad individual sobre tierras y barcos, considerados bienes comunales. Los
miembros de la cofradía sólo eran propietarios de sus pertenencias y de una parte del botín. Cuando alrededor
de la última década del siglo XVII se empezaron a perder estas costumbres comunitarias esta asociación
desapareció.
"El filibusterismo fue sagazmente aprovechado por los países de Europa occidental en su pretensión
colonialista. Les brindaron refugio y ayuda a cambio de la cual se convirtieron en serviles a sus propósitos.
Por esto, para Deschamps, el filibustero es un pirata semidomesticado e igualmente de un tiempo muy
determinado...".
Caribe.
En los siguientes mapas se aprecian los focos de la piratería americana:
Escenario principal de la lucha internacional por adquirir posesiones en América fue el Caribe, donde
confluyeron franceses, ingleses, holandeses y hasta daneses y suecos para ocupar islas deshabitadas o para
expulsar a los españoles de las suyas. El Caribe fue también el teatro de la gran piratería y del contrabando
organizado. Los franceses fueron los primeros en llegar al Mar Caribe. Sus piratas y corsarios se opacaron a
fines del siglo XVII pero jugaron un papel decisivo en la centuria siguiente, bajo la tipología de bucaneros o
filibusteros. La presencia holandesa en América cubrió todo el Continente y dejó dos claves colonizadoras
importantes en Nueva Holanda y Brasil. Sus corsarios azotaron la costa del Pacífico, donde intentaron varias
veces realizar fundaciones de factorías−fortalezas en Chile. Su acción más perdurable fue, sin embargo, la
realizada en el Caribe, adonde llegaron atraídos por el triple motivo de explotar las salinas, asaltar las flotas y
los puertos españoles, y organizar una buena red de contrabando. Aunque los ingleses barrieron el Caribe
durante los últimos cuarenta años del siglo XVI, su primer asentamiento en el mismo data del segundo cuarto
del siglo XVII y fue la colonia de San Cristóbal. Expulsados de allí por el almirante Oquendo, se dispersaron
por otras islas, como la Barbada y la Tortuga. Con todo, la mejor colonia inglesa del Caribe fue Jamaica,
conquistada en 1655.
¿Por qué las costas de América se infectaron de esta clase de gente?
Es evidente que la aparición de las grandes riquezas de oro y plata en América despertó la codicia de los
enemigos de España. Para participar del botín y romper el monopolio hispánico, distintos gobiernos y
compañías comerciales europeas se valieron de los corsarios y piratas.
En segundo lugar, la existencia en Europa de mucha población pauperizada proporcionó los hombres que,
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atraídos por los metales preciosos, el espíritu de aventura, la defensa de sus principios religiosos o la simple
búsqueda de la libertad, conformaron las dotaciones de los "perros del mar".
Asimismo, la debilidad del imperio ultramarino español favoreció el éxito de numerosas incursiones piratas
que, a su vez, estimularon a otros a seguir el ejemplo. Las colonias no sólo carecían de un suficiente número
de hombres y fortificaciones, sino también constituían un espacio geográfico muy extenso, lleno de refugios e
islas difíciles de vigilar.
La primera gran acción pirata.
La primera gran acción pirata se registró en 1521, cuando Jean Florín capturó, a la altura de las islas Azores,
el tesoro del tlatoani azteca Moctezuma II, enviado por Hernán Cortés desde México:
Al mando del grupo de españoles iba un joven capitán de Extremadura y hombre de confianza del gobernador:
se llamaba Hernán Cortés. Desde el mismo momento en que arribaron a la región donde se ubican
actualmente los puertos de San Juan de Ulúa y Veracruz, Cortés demostró excepcionales dotes de mando y
habilidades para captar la compleja realidad del mundo indígena en México.
Asimismo, resolvió inmediatamente romper con Velázquez y proceder en adelante en nombre propio y de su
hueste. Ello se materializó en el hundimiento de sus barcos, acto que simbolizaba que no habría vuelta atrás.
De mucha ayuda resultó también una mujer, la Malinche o doña Marina, que Cortés había recibido de parte de
algunos amistosos indígenas de la zona costera. Transformada en su amante, Malinche sirvió a Cortés como
intérprete y consejera política en su calidad de conocedora de la mentalidad indígena mesoamericana. De esa
manera, los españoles contaron desde un comienzo con valiosa información sobre las relaciones políticas que
imperaban entre los diversos pueblos que habitaban la meseta del Valle de México y estaban sometidos a los
tributos aztecas.
En la mente de Cortés cobró fuerza una idea: avanzar a la capital azteca y apoderarse de sus riquezas. Con ese
fin, se dirigió primero al enclave independiente de Tlaxcala y luego de derrotar la resistencia logró la alianza
estratégica con estos y otros enemigos de los aztecas.
Sevilla, 1522.− Los tesoros del emperador azteca Moctezuma, capturados por los españoles tras la conquista
de las tierras mexicanas, cayeron en manos del pirata francés Jean Florin,. El pirata atacó la nave española que
transportaba el tesoro hacia puertos hispanos y se apropió, además, de 58.000 barras de oro. Este acto se
incluye dentro de la política del rey de Francia, Francisco I, de hostigamiento a la navegación intercontinental
al haber quedado fuera del reparto de América por el Papa Alejandro VI. El éxito de esta operación sirve de
estímulo a Francia y otras naciones hostiles a la Corona española, que de esta forma buscan introducirse en los
asuntos americanos.
A lo largo del siglo XVI, las guerras de España contra Francia y luego contra Inglaterra también se reflejaron
en los mares americanos a través de la presencia de los corsarios. De hecho, la piratería y el corsarismo de esta
época fueron para los ingleses y franceses una vía de ennoblecimiento, como la conquista lo había sido para
los españoles.
Las principales poblaciones del Caribe, puertos de salida de las flotas de la plata, fueron víctima de reiterados
asaltos que forzaron a la corona española a la paulatina fortificación de sus posesiones. Igualmente la obligó a
regular el transporte de los metales preciosos por medio de la creación del sistema de galeones y flotas, en
1561. Nombres como François le Clerc (el primer Pata de Palo), Jacques Sore, Martín Cote, John Hawkins,
Francis Drake, Thomas Cavendish o el conde de Cumberland aterrorizaron en estos años a los vecinos de las
Indias.
Holandeses en el Caribe.
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La presencia holandesa en América cubrió todo el Continente y dejó dos claves colonizadoras importantes en
Nueva Holanda y Brasil.
Sus corsarios azotaron la costa del Pacífico, donde intentaron varias veces realizar fundaciones de
factorías−fortalezas en Chile. Su acción más perdurable fue, sin embargo, la realizada en el Caribe, adonde
llegaron atraídos por el triple motivo de explotar las salinas, asaltar las flotas y los puertos españoles, y
organizar una buena red de contrabando. De la batalla de la sal quedaron secuelas importantes, como la
ocupación de numerosas islas. Holanda contaba con una poderosa industria de salazones de pescado (su flota
arenquera aumentó de 150 embarcaciones en 1550 a 4.000 cien años después) y de carne, y consumía además
mucha sal en la elaboración de manteca y queso. Carecía del producto básico, la sal, que obtenía en Setúbal
(Portugal) y en Cabo Verde. En 1598, Felipe II prohibió el acceso de los holandeses a los territorios
portugueses, obligándoles a buscar la sal americana. La primera flota salinera zarpó hacia el Caribe en 1599,
encontrando un buen depósito en Araya (Venezuela). Al año siguiente partieron hacia allí unos 100 cargueros.
La sal de Araya era mejor que la peninsular, pues era sal gema y ofrecía, además, el encanto de poder cargarla
gratuitamente, sin pagar derechos, y de aprovechar el viaje para hacer algún contrabando en la región de
Cumaná y en la isla Margarita. Los españoles desalojaron a los holandeses y fortificaron Araya (castillo de
Santiago del Arroyo). La salina se convirtió en frente de guerra hasta 1623, cuando los holandeses la
abandonaron y se dedicaron a localizar otras. Hallaron algunas en Brasil, pero de una calidad inferior, y otras
mejores en la Tortuga (una isla de la costa venezolana), San Martín y el río Unare (Venezuela). La
explotación de la salina de la Tortuga duró hasta 1638, cuando el gobernador de Cumaná destruyó las
instalaciones holandesas y anegó la salina.
En San Martín se halló sal de buena calidad, pero los españoles conquistaron la isla. La abandonaron luego en
1644 y volvieron los holandeses. Otras salinas importantes fueron las de Curazao, Aruba y Bonaire. El
Heerem o Consejo de la Compañía holandesa de las Indias Occidentales dispuso su asalto en 1634.
La operación se confió a Joannes van Walbeeck y a Pierre Le Grand. Desembarcaron y tomaron Curaçao el 28
de julio de 1634, venciendo fácilmente la resistencia de la tropa mandada por el gobernador Lope López de
Morla. En 1638 tomaron San Eustaquío y Saba. Los españoles renunciaron a Curaçao desde 1648. La Paz de
Wesfalia, firmada aquel año, reconoció, además, para Holanda la mitad de San Martín.
Los asaltos a los buques y plazas españolas y el contrabando en el Caribe fue objetivo primordial de la
Compañía de las Indias Occidentales. Durante las primeras décadas del siglo XVII, sus corsarios Cornelis
Corneliszoon Jol, alias Pata de Palo, Johann Adrián Hauspater, Boudewjn Hendriks y otros fueron el terror de
las plazas en el Caribe.. El corso produjo excelentes dividendos. basta decir que la Compañía holandesa
obtuvo las dos terceras partes de sus beneficios del corso, y sólo una tercera parte del comercio, contrabando y
transporte de sal.
Entre 1622 y 1636, los holandeses capturaron 547 embarcaciones enemigas. Holanda con sus 800 barcos de
guerra y 67.000 marinos y soldados. El sueño de todo pirata −capturar la flota de la plata− lo consiguió Piet
Heyn en el año 1628. Los beneficios obtenidos de esta proeza sirvieron para organizar la gigantesca armada
de 61 buques y 7 mil 300 hombres con la que los holandeses se apoderaron de Pernambuco en 1630, creando
la colonia de Nueva Holanda, cuyo costo se evalúa en 6.710.000 florines. Los cargamentos apresados a tales
naves fueron vendidos en Holanda por unos 30.000.000 florines. Esto demostró a la Compañía que las
colonias daban menos beneficios que la piratería y el contrabando, ya que la colonización obligaba a invertir
en gastos defensivos y a detraer potencial de ataque.
Para organizar el contrabando, se establecieron grandes almacenes de distribución de mercancías en la
Tortuga y San Cristóbal y en otras islas, Curaçao principalmente. La Compañía empezó a declinar después
que Portugal se independizara de España. En 1646, Holanda reglamentó su corso y, en 1647, se autorizó a la
Compañía a entrar en el negocio negrero, lo que la salvó de perecer. La Guerra de los Treinta Años terminó
con la paz de Westfalia (1648) y los tratados de Münster y Osnabrück. Los holandeses pasaron a ser aliados
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de los españoles y enfrentados a la competencia inglesa y francesa.
En 1674, quebró la Compañía de las Indias Occidentales, después de haber caído en manos de sus enemigos
varias factorías de África. El contrabando holandés en el Caribe subsistió y se incrementó en la centuria
siguiente. Los holandeses se establecieron, en 1624, en la desembocadura del río Essequibo, mientras los
ingleses lo hicieron en Surinam y los franceses en Cayena. Por la paz de Breda de 1667, se estableció el paso
a Holanda de la fundación inglesa en Surinam, que formó parte de la gran Guayana holandesa.
Si bien los corsarios holandeses incursionaban en América desde fines del siglo XVI, su época de oro fue
entre 1621 (fin de la Tregua de los Doce Años) y 1648 (Paz de Westfalia). Los holandeses desarrollaron sus
acciones gracias al apoyo de la casa de Orange, que otorgó patentes de corso y al de la Compañía de las Indias
Occidentales, que entregó apoyo económico y logístico.
Ingleses en el Caribe.
Desde la segunda mitad del siglo XVII, corsarios y filibusteros, especialmente ingleses, ocuparon algunas
islas del mar Caribe y España tuvo que lamentar las primeras pérdidas territoriales. Quizás la acción de mayor
envergadura, por el efecto que provocó, fue la toma y destrucción de Panamá en 1671.
Por otra parte, Tortuga, Jamaica, Curaçao o Haití se transformaron en bases de apoyo de futuros ataques y de
un floreciente contrabando. Los rivales de España lograron así la anhelada participación de las riquezas
americanas.
El ocaso de la piratería se decidió en Europa. El tratado de Utrecht de 1713 permitió a Inglaterra la
participación directa en el comercio con ultramar y sentó las bases de la ulterior hegemonía británica.
Inglaterra se transformó en enemiga de la piratería, al haber conseguido unas colonias prósperas en América,
y lanzó contra ella a su flota, secundada por Francia y España. Los piratas fueron cazados en el mar uno a uno,
al no poder contar con bases de aprovisionamiento, y sus banderas negras desaparecieron de los mares
americanos durante la segunda década del Siglo de las Luces.
Aunque los ingleses barrieron el Caribe durante los últimos cuarenta años del siglo XVI, su primer
asentamiento en el mismo data del segundo cuarto del siglo XVII y fue la colonia de San Cristóbal, de la que
hablamos anteriormente. Expulsados de allí por el almirante Oquendo, se dispersaron por otras islas, como la
Barbada y la Tortuga. Algunos volvieron a Saint Kitts y otros se establecieron en la cercana Nevis (1628).
Un gran contingente se había instalado en las Barbados el año 1625, adonde arribaron 80 colonos enviados
por William Courteen, que se incrementaron pronto con otros, enviados por Lord Carlisle. Eran
principalmente colonos contratados por siete años mediante el pago de pasaje. Se plantó caña de azúcar y se
importaron esclavos. Hacia 1663, había ya unos 50.000 negros en las Barbados.
Algo similar ocurrió en otras islas como San Vicente, Monserrate, Antigua y Santa Lucía. Hacia 1650, se
calcula que vivían unos sesenta mil colonos en las islas de Saint−Kitts, Nevis y Barbados. Con todo, la mejor
colonia inglesa del Caribe fue Jamaica, conquistada en 1655.
Thomas Gage, publicó, en 1648, su famosa obra The English Arnerican, en la cual resaltó la debilidad de las
ciudades españolas en América. Cromwell le pidió un informe detallado de las colonias del Caribe y encargó a
John Milton la justificación moral de la agresión que preparaba. El gran poeta inglés cumplió el mandato,
escribiendo el manifiesto titulado "Scriptum domini protectoras contra Hispanos", donde se tocaban los
tópicos de las crueldades españolas contra las autoridades civiles y religiosas inglesas y la injustificada
pretensión de poseer toda América.
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La armada se envió antes de hacerse la declaración de guerra, como era la costumbre inglesa. La mandaba el
almirante William Penn.
Robert Venables dirigía la tropa de desembarco. El plan era dirigirse a Cuba, Puerto Rico o la Española,
establecer allí un punto de apoyo, y atacar luego Cartagena. Penn tocó en las islas Barbados, Antigua, Nevis y
St. Kitts, donde hizo un buen acopio de barcos y filibusteros. Completó así 57 naves y 13.000 hombres, con
los que salió para Santo Domingo. El 13 de abril de 1655 se presentó ante dicha ciudad, que se puso en estado
de alerta con sus 300 soldados y sus vecinos armados. La flota siguió a Nizao y desembarcó las tropas, que
empezaron a asaltar la ciudad el 17 de dicho mes. El 26 de abril sufrieron una espantosa matanza y el 31
decidieron retirarse.
Jamaica aumentó pronto su población, En 1658, contaba ya con 4.500 blancos y 1.500 esclavos. El cultivo de
la caña fue introducido desde Barbados. A fines del siglo XVII, tenía 75.000 esclavos y unos 8.000 blancos.
Jamaica fue sobre todo la cuna del filibusterismo y del contrabando inglés. Este filibusterismo atravesó dos
etapas; una ofensiva, que duró desde 1656 a 1664, y otra de supervivencia, que transcurrió a lo largo del
sexenio 1665−1671. Los gobernadores de la isla comprendieron pronto que la caña azucarera no lograría
mejorar excesivamente la colonia. La única posibilidad de que se volviera próspera era transformarla en un
banco para las presas filibusteras, protegiendo a todo aquel que deseara organizar una operación contra los
dominios españoles.
En 1657 fue nombrado gobernador Edward Doyley, que se dedicó a otorgar patentes de corso a todo el que se
la pedía, con la única condición de que prometiese dar luego al Rey su parte correspondiente del botín. Hizo
más: patrocinar directamente algunas de tales empresas. En 1659, envió tres fragatas con 300 hombres bajo el
mando de Christopher Myngs, que destruyeron Cumaná y asaltaron Puerto Cabello y Coro. La Corona inglesa
decidió relevar a Doyley por Lord Windsor. Debía ser intérprete en Jamaica de la nueva política de paz de la
Corona británica (el 10 de septiembre de 1660 se había establecido el cese de hostilidades con España), pero
Windsor comprendió que Jamaica sólo sobreviviría si lograba sostenerse como foco filibustero. En 1662,
envió a Myngs contra Santiago de Cuba y Campeche, mientras otros filibusteros hacían de las suyas en
diversos reinos indianos.
A Lord Windsor le sucedió Lyttleton, que actuó igual que su predecesor, y a éste Sir Thomas Modyford, rico
propietario de plantaciones en la Barbada, que llegó también con inútiles instrucciones de Londres de evitar el
corso contra los españoles. Modyford no fue promotor de piratería, pero dejó hacer a los piratas.
En esta época brillaron personajes como Bartholomeu Portugués y Rock "el Brasileño". Jamaica auspició una
piratería indiscriminada contra los españoles, holandeses y franceses. Inglaterra declaró la guerra a Holanda y
la Isla se vio enfrentada a sus colonias en América. Modyford no contaba con ayuda real para la guerra
intercolonial y echó mano de los filibusteros, a los que dio patentes de corso. Requirió los servicios del
experimentado Edward Mansfield, para que dirigiera una gran expedición hacia Cuba y Centroamérica, de la
que resultó la conquista de Santa Catalina.
En enero de 1666, Francia declaró la guerra a Inglaterra y Modyford se encontró frente a los aliados franceses
y holandeses. Comprendiendo su debilidad, quiso atraerse a su bando a los filibusteros de la Tortuga y Santo
Domingo. Estos le dijeron que se movían por intereses económicos, y no políticos. Modyford les ofreció
entonces patentes de corso para atacar buques y plazas españolas con tal de que le ayudaran. Esto generalizó
la piratería en todo el Caribe. Los ingleses, con sus corsarios y filibusteros contra los demás países: Francia,
Holanda y España. Fue una época dorada con grandes y pequeñas figuras: Mansvelt, el Olonés y Morgan
fueron los verdaderos maestros. El primero de ellos, por su intento de construir una tercera base filibustera en
el Caribe, concretamente en la isla de Providencia, que podría haber tenido consecuencias catastróficas para
las poblaciones españolas de Centroamérica y Tierra Firme. El segundo, porque logró grandes éxitos en los
ataques terrestres (en los que habían fracasado Drake y Cumberland, entre otros). Morgan, el tercero de ellos,
porque fue el más alto exponente del oficio, logrando con el asalto a Panamá mayor gloria que ninguno de sus
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compañeros. En 1670, después de una larga carrera de pirata, Morgan tomó Portobelo, cruzó el istmo y asaltó
la ciudad de Panamá, donde se apoderó de la plata que iba a ser enviada a España. Saqueó e incendió la
ciudad, que abandonó el 24 de febrero de 1671, llevando consigo 175 mulas cargadas de oro y plata y joyas,
amén de unos 600 prisioneros. Carlos II le recompensó nombrándole Caballero y Teniente de Gobernador en
Jamaica.
El asalto a Panamá, en 1671, marcó el momento de máximo apogeo del filibusterismo inglés, que entró en
decadencia a partir de entonces. Se prohibió a los gobernadores de la Isla otorgar nuevas patentes de corso y
se dio una amnistía a los que habían pirateado hasta entonces, ofreciéndoles la alternativa de convertirse en
colonos o ingresar en la Royal Navy.
Los filibusteros rechazaron ambas ofertas y huyeron en desbandada a las colonias del rey francés, donde
siguieron sus actividades tradicionales. Sir Thomas Lynch, el nuevo gobernador a quien le tocó cumplir los
nuevos mandatos de Londres, tuvo que ahorcar algunos filibusteros, asentar otros como colonos, y darles a
unos terceros el aliciente de cortar palo en Belice. Fue relevado por Lord Carlisle en enero de 1674, pero
como éste tardó cuatro años en integrarse a su puesto, se nombró entre tanto un gobernador interino, Lord
Vaugham, que llegó a Jamaica a mediados de 1675 y tuvo que actuar con Morgan bajo sus órdenes. Según
Vaugham, su lugarteniente era excesivamente benevolente con los piratas y vivía como uno de ellos, ya que
casi siempre estaba en las tabernas bebiendo y jugando, cosas que en su opinión deshonraban el oficio que le
había dado.
El arribo de Carlisle acentuó la represión al filibusterismo y los piratas huyeron del Caribe hacia las costas
norteamericanas, al Pacífico e incluso al Viejo Mundo. El balance de la piratería inglesa durante el último
cuarto de siglo lo hizo por entonces el Marqués de Barinas en 1685, anotando que durante el reinado de Carlos
II de Inglaterra (1660−1685) España había perdido 60 millones de coronas y la pérdida de más de 250 buques
mercantes y fragatas.
Una larga serie de descubridores, contrabandistas, piratas, corsarios y colonizadores frustrados, fueron
preparando el asentamiento definitivo de Inglaterra en el Nuevo Continente. Entre sus descubridores más
notables destacaron Martín Frobisher y Davis, relacionados con la Sociedad de Comerciantes Aventureros
para el descubrimiento de Tierras nuevas, después de trasladarse de España a Inglaterra. La Sociedad creyó las
fantasías anotadas en el mapa de Nicolás Zeno (1558), realizado sobre relatos reales y ficticios de diversos
descubrimientos que apuntaban la posible existencia de un estrecho interoceánico en América septentrional,
situado entre un rosario de islas dibujadas al oeste de Irlanda. En busca de dicho paso zarpó de Inglaterra, en
1576, el capitán Frobisher con tres naves. Alcanzó la bahía que lleva su nombre donde tomó posesión, hizo
exploraciones y realizó intercambios con los esquimales.
Al año siguiente, efectuó otro viaje en el que capturó una familia esquimal y encontró un mineral parecido al
oro. Volvió asegurando haber descubierto el Estrecho de Magallanes boreal. A las supuestas minas de oro se
envió, en 1578, una expedición de 15 naves. Los colonos pasaron muchas penalidades durante la travesía a
causa de los icebergs y confirmaron que el oro de Frobisher era simplemente pirita oscura. Este fracaso apagó
durante algún tiempo el entusiasmo por los viajes.
Que fueron reanudados por John Davis, comisionado por la Sociedad de Comerciantes Aventureros para
encontrar el paso. Salió de Portsmouth en 1583 con dos naves, y franqueó el estrecho que lleva su nombre
entre Groenlandia y la Tierra de Baffin, alcanzando luego los 66° 40' de latitud norte. En 1586 y 1587 realizó
otras dos expediciones. Durante la última de ellas subió hasta los 72° 12` (proximidades de Upernivik).
Maestro de los contrabandistas ingleses fue John Hawkins, a quien se debe el hallazgo de varias cosas
importantes, como el desabastecimiento de esclavos y de manufacturas europeas en las colonias españolas y la
corrupción de sus autoridades. Inició sus correrías en 1562, robando 300 esclavos en Guinea y vendiéndolos
en Santo Domingo. En su segundo viaje de 1564 llevó ya cuatro buques, entre ellos uno de la marina real
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(Jesus of Lubeck), pues Isabel I decidió entrar en el negocio del contrabando poniendo su parte. Hawkins robó
otros 400 esclavos en Guinea y los vendió en la isla Margarita y en el puerto de la Borburata, donde perfiló ya
su futuro sistema operativo, que fue el siguiente: arribaba a un puerto español y solicitaba a su gobernador
permiso para reparar sus navíos averiados y para aprovisionarse de víveres. El gobernador negaba la
autorización, naturalmente, y Hawkins le amenazaba con tomar la ciudad, disparando algunos cañones como
argumento de convicción. El gobernador cedía y Hawkins le comunicaba entonces que como no tenía dinero
en efectivo se veía precisado a vender los negros que transportaba.La verdad es que Hawkins vendía los
negros a bajo precio, sin posible competencia, ya que los conseguía gratis, robándolos a los traficantes.
Hawkins completó su periplo contrabandista en Curazao, Riohacha y Santa Marta, y regresó a Inglaterra.
Isabel I le nombró Caballero. El contrabandista escogió como cimera de su escudo la figura de un negro
cautivo.
El tercer viaje de Hawkins realizado en 1567. Tras robar 450 esclavos en Guinea y Senegal, se dirigió al
Caribe. Contrabandearon esclavos, hierro, lienzos y otras mercaderías en la isla Margarita, la Borburata,
Riohacha y Santa Marta. Sorprendido luego por un huracán, tuvo que buscar un buen puerto para reparar sus
naves. Se dirigió allí, entrando en el puerto con subterfugios (se hizo pasar por una armada española). A los
tres días apareció la flota española, con la que trabó un combate desafortunado, perdiendo todos sus barcos
excepto tres: el Minion, en el que logró salvar la vida, el Judith, que mandaba el joven Francis Drake, y un
patache. En cuanto a la piratería inglesa, se activó a partir de 1568, año en que la reina Isabel I soltó sus
"perros del mar" contra los barcos y posesiones de Felipe II, defensor del Catolicismo y martillo de
protestantes.
La gran piratería duró veinte años, al cabo de los cuales Inglaterra entró formalmente en guerra con España,
situación que transformó a sus "perros del mar" en auténticos corsarios hasta 1604, cuando volvió a firmarse
la paz.
Francis Drake, constituyó una verdadera pesadilla para las plazas costeras del Caribe. Realizó su primer viaje
a América, en 1566, como contrabandista a las órdenes de John Lowell y el segundo, en 1567, bajo el mando
del propio Hawkins, salvando el pellejo milagrosamente en el desastre de Veracruz.
Su primer viaje realmente importante fue el de 1577, que culminó con la vuelta al mundo. Se proyectó como
una operación de hostigamiento a las plazas españolas del Pacífico. Drake partió con una flotilla de cuatro
barcos que fue perdiendo por el camino y llegó al Pacífico con sólo uno, el Pelican, que rebautizó como
Golden Hind, en honor al dueño de la embarcación, Mr. Christopher Hatton, cuya cimera era una cierva (hind)
saltando.
Subió por la costa chilena, Drake robó en Arica barras de plata del tamaño de ladrillos, entró en El Callao
confundido por un buque español y capturó en la costa quiteña un mercante que se dirigía a Panamá con 13
cofres reales de plata, 80 libras de oro, 26 toneladas de plata sin acuñar y otras joyas y objetos de valor por
unos 360.000 pesos.
Drake decidió continuar su viaje completando la vuelta al mundo, en vez de regresar al Estrecho de
Magallanes, donde los españoles le estarían esperando con toda seguridad. Pasó ante Acapulco y subió por la
costa mexicana hasta California, donde recaló en una ensenada que llamó la Nueva Albión (quizá San
Francisco o Bodega) para reparar su nave y prepararse para la travesía transpacífica.
Drake se convirtió en un hombre honorable. Compró la abadía de Buckland por 3.400 libras, en 1581; fue
nombrado alcalde de Plymouth y hasta representó a una villa de Cornualles en el Parlamento.En 1586, efectuó
una gran expedición al Caribe. Asaltó y saqueó Santo Domingo y Cartagena.
Finalmente puso rumbo a Virginia, para ayudar a los colonos de Raleigh. Destruyó San Agustín y volvió a
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Europa a tiempo para tomar parte en la victoria inglesa contra la Invencible (1588). Al año siguiente,
pretendió tomar La Coruña y Lisboa y en 1595 dirigió, junto con John Hawkins, la mayor operación de
castigo a las colonias españolas del Caribe. Esta armada, compuesta de 27 barcos y 2.500 hombres, fracasó en
su intento de tomar San Juan de Puerto Rico, donde murió Hawkins. Drake enfermó de disentería y murió
frente a Portobelo, el 28 de enero de 1596.
La gran figura inglesa de los intentos de colonización en la centuria decimosexta fue Walter Raleigh.
Corsario, empresario, poeta, músico, cortesano y escritor, fue en realidad el último gran pirata del
Renacimiento. Nació en el seno de una familia hidalga y estudió leyes en Oxford, pasando luego a Londres
como cortesano, convirtiéndose en favorito de la Reina Virgen. Su interés por América le vino por vía
familiar, ya que su hermano de padre, Humphrey Gílbert, había realizado varios viajes a Indias e intentado
colonizar en Terranova el año 1582.
Raleigh organizó, en 1584, una expedición a América bajo la dirección de los capitanes Arthur Barlow y
Philiph Amydas. Llegaron a una isla llamada Roanoka o Roanoke (Carolina del Norte), donde fueron bien
recibidos por los indios. Los ingleses volvieron contando maravillas del sitio y Raleigh bautizó el lugar como
Virginia, en honor a su soberana, que seguía sin contraer matrimonio.
Isabel I correspondió a tal gentileza nombrando Sir a Raleigh, quien puso manos a la tarea de colonizar
Virginia. Preparó siete buques con 100 hombres, a las órdenes de Richard Greenville y Raph Lane, y los
mandó a Roanoke. Al cabo de unos meses, las relaciones entre los ingleses y los indios eran francamente
tirantes. Lane decidió entonces invitar a un banquete a los caciques principales y a los postres quemó la casa
donde les dio el ágape, con sus invitados dentro. Los indios empezaron a atacar a los ingleses y la situación se
volvió imposible. Hábilmente, apareció de pronto Francis Drake, que regresaba de una de sus correrías, y los
colonos le pidieron que les repatriara a Inglaterra. Don Antonio de Berrío, estaba reclutando tropas para
buscar El Dorado. El Gobernador estaba enloquecido por el mito y le contó todo con pelos y detalles a
Raleigh encantado de encontrar alguien que le escuchara. Raleigh se creyó todas las tonterías que le dijo
Berrío, convirtiéndose desde entonces en doradista crónico. Como le pareció que la empresa era demasiado
importante, regresó a Londres para buscar los refuerzos adecuados. En 1616, logró permiso del rey Jacobo I
para establecer una colonia en la Guayana. El monarca le prohibió realizar piraterías, ya que había firmado la
paz con España. Raleigh salió en 1617 con 14 naves y 2.000 soldados. Se dirigió a San José de Oruña, en la
isla Trinidad, desde donde dispuso un plan para apoderarse de Guayana.
Su lugarteniente Keymis asaltó Santo Tomé, pero los ingleses no pudieron sostenerse en la plaza a causa de
las guerrillas españolas. Keymis regresó fracasado a Trinidad. Raleigh abandonó la empresa y volvió a
Inglaterra en 1618 donde el monarca inglés mandó ahorcarle por pirata.
Franceses en el Caribe.
Fueron los primeros en llegar al Mar Caribe. Sus piratas y corsarios se opacaron a fines del siglo XVII pero
jugaron un papel decisivo en la centuria siguiente, bajo la tipología de bucaneros o filibusteros. La matriz de
los bucaneros fue la isla de San Cristóbal. En 1622, arribó a ella Pierre Belain, señor de Esnambuc, con objeto
de reparar su nave, después de haber tenido un desafortunado encuentro con un galeón español en Caimán.
Allí encontró a Thomas Warner, que acababa de llegar en su viaje desde la Guayana a Inglaterra. Warner le
pidió ayuda, pues los indios le habían atacado. Juntos hicieron una gran matanza de indios, tras la cual Belain
reparó su nave y prosiguió su viaje a Francia, con ánimo de solicitar el establecimiento de una colonia en San
Cristóbal. El cardenal Richelieu le apoyó, fundando una compañía para explotar dicha isla y le dio 300
hombres mandados por Urbain de Roissey. Warner hizo lo mismo en Inglaterra y en 1627 Esnambuc y
Warren, se encontraron nuevamente en San Cristóbal, mandando cada uno de ellos medio millar de hombres.
Estuvieron a punto de combatir entre sí, pero al fin decidieron convivir en armonía y exterminar mejor a los
indios que quedaban. Sólo dejaron algunas indias, y jóvenes. Franceses e ingleses cohabitaron hasta que, en
1629, arribó a San Cristóbal una flota de nueve barcos mandada por Françóis de Rotondy, a quien el cardenal
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Richelieu enviaba para apoyar a Balain. Rotondy arrinconó a los ingleses en una parte de la isla, naciendo así
una saludable división por nacionalidades: Saint−Christopher era la zona francesa y Saint−Kitts la inglesa.
Imprevistamente, apareció la flota española del almirante Oquendo, que echó de allí a franceses e ingleses.
Gran parte de los primeros se trasladaron a la costa dominicana, formando el núcleo básico de los bucaneros,
mientras otros marcharon a la Barbada e incluso a la Tortuga.
En cuanto a San Cristóbal, fue luego repoblada nuevamente por ingleses y franceses. El cultivo del tabaco y
de la caña azucarera permitió que San Cristóbal contara con tres mil habitantes en 1629, así como poblar la
cercana isla Nevis. Los bucaneros surgieron de esta diáspora en la costa dominicana, la Tortuga y hasta la
Barbada. Tomaron su nombre de la palabra taína o caribe "boucan", con la que se designaba un artilugio de
ramas verdes empleado para asar la carne. Los bucaneros fueron, en principio, preparadores de carne asada de
puerco o de res, animales salvajes que ellos cazaban. Más tarde se convirtieron en piratas, atacando a los
españoles de Santo Domingo. Estos realizaron varias operaciones de castigo y los bucaneros se refugiaron
entonces en la cercana isla de la Tortuga.
En 1630, los españoles hicieron una operación de limpieza en la Tortuga desalojando fácilmente a los
bucaneros, que se extendieron entonces por otras islas antillanas, como Antigua, Monserrate, San Bartolomé,
Guadalupe, Martinica y otras de Barlovento.
En 1639 Levasseur, poblador de San Cristóbal y compañero de Esnambuc, repobló la Tortuga, de donde se
habían ido los españoles.
Los bucaneros recibieron refuerzos de los malditos de Europa y se organizaron como la Cofradía de los
Hermanos de la Costa, que se gobernó por medio de una especie de Consejo de Ancianos. La Cofradía era una
asociación masculina (las mujeres tenían prohibida la entrada en la Tortuga) que no imponía obligaciones a
sus miembros. No había prestaciones para la comunidad, ni impuestos, ni presupuesto, ni código penal, ni
persecuciones a quienes abandonaban la hermandad. Tampoco se reconocían nombres (eran simplemente
Rompepiedras, Barbanegra, El Exterminador, El Manco, Sable Desnudo, Pata de Palo, etc.), nacionalidades,
idiomas, ni religiones. La Cofradía subsistió hasta 1689, y de ella surgieron los filibusteros cuando estos
piratas se pusieron al servicio de naciones como Francia o Inglaterra, perdiendo su espíritu libertario. La
palabra filibustero viene posiblemente del tipo de embarcación ligera que utilizaban estos piratas, vrie boot en
holandés o fly boat en inglés. Filibusteros ingleses se establecieron en Santa Catalina.
Mientras los filibusteros atacaban puertos y naves en el Caribe, los franceses realizaban una labor de
colonización: Granada, Dominica, Santa Lucía y, en 1638, Saint Croix, Martinica, María Galante y
Guadalupe. En 1635 fundaron Cayenne (Guayana). España combatió el filibusterismo en la década de los
cuarenta. En 1641, la flota de los galeones atacó Santa Catalina (Providencia) y la Tortuga, logrando destruir
la guarida en 1654, pero los filibusteros volvieron a ocuparla al marcharse los españoles. Desde la Tortuga se
planeó, en 1659, el asalto a la ciudad dominicana de Santiago de los Caballeros, realizado por el holandés
Mansvelt. En 1664, el gobernador de la Tortuga Jerome Deschamps vendió sus derechos por 15.000 libras
francesas a la Compañía francesa de las Indias Occidentales, que nombró entonces Gobernador a Bertrand
D'Ogeron, verdadero organizador de la colonia.
Favoreció, además, el cultivo de cacao, maíz, tabaco, cochinilla y café, empezando a construir la capital de
Port−de−Paix. Al cabo de unos años, la Tortuga no era ni sombra de lo que fue. Durante estos años, se
colonizó la costa occidental de Santo Domingo, ante la preocupación de las autoridades españolas, que
trataron de obstaculizarla por todos los medios posibles, incluso exterminando el ganado cimarrón. En 1667,
Luis XIV suprimió la Compañía de las Indias Occidentales, que se había auto adjudicado la colonia de la
costa noroeste de Santo Domingo, y el realengo asumió directamente su Gobierno. La colonia pasó a llamarse
desde entonces Saint−Domingue.
Poco después, De Pouancey, sobrino de D'Ogeron, fue nombrado Gobernador de dicho lugar, escindiéndose la
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unidad política anterior. Los filibusteros de Saint−Domingue pasaron, así, a ser súbditos de su Cristianísima
Majestad, mientras decaía la importancia de la Tortuga. Uno de los últimos grandes filibusteros de esta Isla
fue Laurent de Graff, llamado por los españoles Lorencillo, a causa de su baja estatura, que asaltó Campeche
en 1672. Cuatro años después, murió D'Ogeron y el protagonismo del filibusterismo francés pasó a la zona
francesa de Santo Domingo.
En 1678 Granmont de la Motte, jefe de la famosa Hermandad de los Hermanos de la Costa, salió con una flota
de 20 naves y 2.000 filibusteros y tomó Maracaibo, Trujillo y Gibraltar.
El gobernador M. de Pouançay murió en 1683 y le sustituyó M. de Cussy, a quien se dieron instrucciones de
acabar con los filibusteros, haciendo caso omiso de las mismas. Durante su mandato brillaron los últimos
grandes filibusteros como Lorencillo, Granmont y el caballero Franquesnay. Granmont asaltó Cumaná y la
Guayra en 1680.
En 1683 Granmont, Laurent de Graff y Nicolás Van Horn conquistaron Veracruz, donde se apoderaron de la
plata que iba a ser embarcada en la flota. La llegada inesperada de la flota española produjo la desbandada.
Lorencillo y Granmont asaltaron Campeche en 1685, y fracasaron en el intento de tomar Mérída. Lorencillo
fue luego nombrado Teniente del Rey en la isla de Saint−Domingue y ascendido a la dignidad de Caballero de
la Orden de San Luis. Posteriormente tuvo una actuación notable contra unos corsarios españoles en la costa
de Cuba y estuvo a punto de perecer en 1687, cuando fue atacado su refugio en Petit−Goave. En 1689, se
inició la guerra de Francia contra la Liga de Augsburgo, y nuevamente se echó mano de los filibusteros para
nutrir las escuadras enviadas contra los españoles, los ingleses y los holandeses. Cussy llamó a sus filibusteros
y el Gobernador de Jamaica hizo lo propio con los suyos, empezando así una lucha fratricida entre los de un
país y de otro, inconcebible para la ideología apátrida del filibusterismo. Jamaica, Saint−Domingue y Santo
Domingo sufrieron los estragos de esta guerra. Durante la misma, el nuevo gobernador de Saint Domingue,
Jean Baptiste Ducasse, mandó traer todos los filibusteros de la Tortuga, isla que volvió a quedar despoblada.
Ducasse reconstruyó Guarico, que puso en manos del Teniente Lorencillo, y rompió las hostilidades contra
Jamaica. Luego proyectó invadir la colonia española de Santo Domingo. Una reacción angloespañola estuvo a
punto de destruir la colonia de Saint−Domingue. La última acción del filibusterismo francés fue apoyar la
invasión de la armada francesa a Cartagena, proyectada por Luis XIV, y dirigida por Jean Bernard
Deschamps, barón de Pointis. Se realizó con éxito en 1697. Poco después, el 30 de septiembre de 1697,
Francia, España, Inglaterra y Holanda firmaron la Paz de Ryswick, una de cuyas cláusulas reconoció la
existencia de la soberanía francesa sobre la parte occidental de Santo Domingo.
Después de la Paz de Ryswick, Luis XIV se transformó en celoso defensor de los intereses españoles,
considerando que eran los mismos de su dinastía reinante. El Rey Sol ordenó perseguir a los filibusteros y
prohibió que se les prestase ayuda alguna en sus colonias del Caribe. Los restantes filibusteros franceses se
extinguieron en la Guerra de Sucesión. Apéndice de los establecimientos del Caribe fue la Guayana. La
colonia de Cayenne, ocupada por los holandeses en 1653, fue recobrada en 1664. A partir de entonces la
Compañía francesa de las Indias Occidentales logró introducir en ella algunos colonos.
En estas arenas ardientes, donde los huevos de tortuga se cocinan solos, los piratas soportan una larga misa
parados y en silencio. Cuerpos zurcidos, casacas duras de mugre, grasientas barbas de profeta, caras de
cuchillos mellados por los años: si durante la misa alguien osa toser o reír, lo bajan de un tiro y se persignan.
Cada pirata es un arsenal. En vainas de piel de caimán lleva a la cintura cuatro cuchillos y una bayoneta, dos
pistolas desnudas, el sable de abordaje golpeando la rodilla y el mosquete terciado al pecho.
Después de la misa, se reparte el botín. Los mutilados, primero. Quien ha perdido el brazo derecho recibe
seiscientos pesos o seis esclavos negros. El brazo izquierdo vale quinientos pesos o cinco esclavos, que es
también el precio de cualquiera de las piernas. El que ha dejado un ojo o un dedo en las costas de Cuba o
Venezuela, tiene derecho a cobrar cien pesos o un esclavo.
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La jornada se estira en largos tragos de ron con pimienta y culmina en la apoteosis del bucán de tortuga. Bajo
la arena, cubierto de brasas, se ha ido asando lentamente, en el carapacho, el picadillo de carne de tortuga,
yemas de huevo y especias, que es la fiesta suprema de estas islas. Los piratas fuman en pipa, echados en la
arena, y se dejan ir en humos y melancolías.
Cuando cae la noche, cubren de perlas el cuerpo de una mulata y le susurran horrores y maravillas, historias
de ahorcados y abordajes y tesoros, y le juran al oído que no habrá próximos viajes. Beben y aman sin sacarse
las botas: las botas que mañana pulirán las piedras del puerto buscando nave para otro zarpazo.
LA DEFENSA DE LAS INDIAS
La defensa de las Indias fue encomendada al principio a los encomenderos, ya que parecía innecesario
sostener un ejército. Todo encomendero tenía la obligación de mantener su caballo y sus armas listas para el
momento en que se le llamara a combatir. Y se le llamó pronto, pues a partir de 1530 aparecieron por América
los piratas franceses, que se dedicaron a asaltar pequeñas poblaciones costeras. Los encomenderos hacían
alguna defensa y protegían, sobre todo, a la población, que finalmente se internaba en la selva a esperar la
partida del enemigo, cosa que solía hacerse tras el saqueo y quema de la población. Esta situación,
relativamente tolerable, cambió a partir de 1569 cuando la Reina Virgen lanzó sus perros del mar contra las
ciudades y barcos de Felipe II.
Los ingleses, unidos a los franceses, atacaron entonces plazas importantes como La Habana, Veracruz,
Cartagena, etc. sin que pudiera hacerse ninguna resistencia. La mayoría de las ciudades españolas del Caribe,
sólo podían enfrentar cincuenta o cien encomenderos armados de picas y espadas, apoyados por algunos
indios con flechas, contra una buena artillería naval y unas fuerzas considerables y adiestradas para combatir.
Sólo el Jesus of Lucbeck, que mandaba John Hawkins, llevaba 140 hombres, fuerza militar superior a la de la
mayor parte de las poblaciones del Caribe.
Cuando se reunían tres o cuatro buques piratas −lo cual era bastante frecuente− desembarcaban fácilmente
trescientos hombres armados de arcabuces, ante los que era inútil toda defensa. El problema se agravó tras el
desastre de la Invencible, en el que España perdió su poderío marítimo, y con la presencia de los corsarios
holandeses a fines del siglo XVI. En 1622 surgieron, además, los bucaneros, verdaderos piratas acriollados y
origen de los posteriores filibusteros, que sembraron el terror en las ciudades del Caribe y del Pacífico durante
la segunda mitad del siglo XVII.
Para hacer frente al acoso de la piratería, España estableció el régimen de flotas, del que ya hablamos, y un
plan de fortificaciones extraordinariamente eficaz, construyendo castillos y baluartes en algunos lugares clave.
El complejo más notable fue el del Caribe, que empezaba en San Agustín (Florida) y seguía con los morros de
La Habana y San Juan de Puerto Rico, los castillos y baluartes de Cartagena y se cerraba con los fuertes de
Portobelo y de Veracruz. Esto se complementó con otras fortificaciones levantadas en Araya, Cumaná, la
Guayra, Maracaibo, Santa Marta, el Golfo Dulce, Campeche, etc. Finalmente, se hizo lo mismo con las plazas
del Pacífico: Acapulco, Panamá, Guayaquil, El Callao, Arica y Valparaíso. Algunas de estas obras
constituyeron el mejor exponente de la ingeniería militar de la época, como las realizadas por Juan Bautista
Antonelli y sus discípulos. El sistema fue tan bueno que aguantó el empuje de los piratas y corsarios hasta que
Inglaterra, Francia y Holanda se volvieron contra la piratería que habían creado (último cuarto del siglo
XVII), ya que ésta afectaba también a sus colonias. Peor aún resultó sostener la fuerza militar que servía en
los fuertes, unos cuatro mil hombres, a los que había que armar, mantener y pagar sueldo.
España intentó sostener estas guarniciones con tropas peninsulares, pero resultó imposible y tuvo que recurrir
a los americanos (siempre que no fueran mestizos o mulatos), que entraron así a defender el territorio en que
habían nacido. Los oficiales eran generalmente españoles. También se establecieron guarniciones
permanentes en las fronteras vivas, como el norte de Nueva España o Chile, donde los indios no habían sido
nunca sometidos.
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Para el sostenimiento de la estructura defensiva se creó el situado. Los centros neurálgicos del sistema de
fortificaciones debían recibir periódicamente dinero de los territorios más ricos (México y Perú) a los que
protegían, para pagar los sueldos de los soldados, el armamento, las obras de carácter militar, el sostenimiento
de los guardacostas, etc. El situado no era sólo una ayuda económica para los territorios que lo recibían, sino
también su mejor fuente de ingresos, su circulante casi exclusivo y la base de su sistema crediticio. Al tratarse
de lugares en los que no había minas, escaseaba mucho la moneda, funcionando un complejo sistema de
créditos que se reciclaba cada vez que llegaba el situado. No existía una cantidad fija para el mismo (variaba
con las pagas y obras de fortificación). Los centros receptores libraron una gran batalla porque fuera fijo y
periódico.
México cargó con la mayor parte del situado del Caribe. Cuba y Puerto Rico comenzaron a recibirlo a
mediados del siglo XVI. A comienzos de la centuria siguiente La Habana recibía 39.912 ducados y Puerto
Rico (1607) 45.947. En 1608 se estableció el situado de Santo Domingo (parte del mismo se destinó al
sustento de las familias canarias que se llevaron para colonizar). En 1637 el virrey de México denunciaba que
se estaban enviando 400.000 pesos en situados, cantidad excesiva para las rentas novo hispanas. Por estos
años el virreinato septentrional enviaba, además, 200.000 pesos para la Armada de Barlovento.
La situación se volvió insostenible desde mediados del siglo XVII, cuando se contrajo la producción de plata.
Se originaron, por ello, contracciones y retrasos en los envíos del situado, que provocaban estados de penuria
increíble en los centros receptores, donde se llegaba a una economía premonetaria. Aparecían los
especuladores, que negociaban con la pobreza ajena, prestando dinero a altos intereses. Incluso los
gobernadores recurrían a ellos después de haber agotado los fondos de la Real Hacienda.
En 1643, el gobernador de Puerto Rico denunció que no había recibido el situado desde hacía cinco años y, en
1646, el gobernador de Cuba afirmó que no le habían llegado más que dos remesas de situado durante los
últimos seis años, lo que tenía sumida a la isla en la pobreza. En 1691, el gobernador de Florida Pedro de
Quiroga manifestó al virrey novo hispano que sólo el día de precepto se dice misa, por no haber vino ni cera
para más, y que lo mismo sucede con el aceite para sostener la lámpara que alumbra el Santísimo Sacramento.
Estos retrasos originaron algunos motines de los soldados de los presidios, como el de las Marianas, el 21 de
marzo de 1689, y el de Puerto Rico en 1691.
Canarias. Consecuencias de la piratería:
Los ataques piratas a villas y puertos con fines de capturar tesoros o apoderarse de víveres y vinos se traducen
en incendios, saqueos y muertes; ello obliga a militarizar las islas con las consiguientes cargas sobre la
población, y como medida de precaución, las villas y poblados se asientan en lugares no visibles desde la
costa. Por otro lado, muchos archivos y obras de arte desaparecen por los incendios, provocados por los
corsarios. Sin embargo no siempre las escuadras piratas venían en son de rapiña. Muchas veces lo hacían con
la finalidad de practicar el contrabando con los naturales isleños; ciertos magnates canarios debieron su
fortuna a este comercio clandestino con los piratas a lo que las autoridades hacían la vista gorda. La cuestión
era sobrevivir en un espacio insular a medio camino entre las colonias americanas y la metrópoli española.
Otras veces, los ataques tenían sencillamente motivaciones políticas.
Otros países europeos.
Otros países europeos que igualmente irrumpieron en América fueron Dinamarca y Suecia.
Suecia centró su objetivo en la costa norteamericana y su colonia fue conquistada por los holandeses y, más
tarde, por los ingleses.
Más fortuna tuvieron los daneses, que lograron poner un pie en el Caribe. La primera expedición danesa salió
por orden de Cristian IV de Dinamarca, en 1619, y la dirigió J. Munk, a quien se mandó explorar al norte de la
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desembocadura del Hudson para hallar un estrecho interoceánico. La expedición terminó en desastre en 1620.
Años después, en 1666, los daneses iniciaron la ocupación de Saint Thomas, donde se fundó una colonia muy
próspera. Se llevaron esclavos y se empezó a cultivar caña y algodón. Desde 1681 empezaron los envíos de
productos tropicales a la capital.
Principales plazas del Caribe asaltadas por pirayas
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