Simone Weil: Distancia, Desgarramiento, Desdicha

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SIMONE WEIL:
DISTANCIA, DESGARRAMIENTO, DESDICHA
Alfredo Lèal*
El espíritu sólo conquista su verdad cuando es capaz de encontrarse a
sí mismo en el absoluto desgarramiento
Hegel
“
La filosofía es un éxtasis fracasado por un desgarramiento. ¿Qué fuerza es ésa que la desgarra?, ¿por qué
la violencia, la prisa, el ímpetu de desprendimiento?”
(Zambrano, 2006, p. 16). Si bien María Zambrano se cuestiona de este modo a partir de las diferencias entre poesía y
filosofía, estas preguntas pueden hacérsele a la escisión entre
vida y obra del filósofo. El resultado, a saber, el texto, bien
puede ser la manifestación de este desgarramiento; pero,
entonces, ¿dónde quedaría la vida? Ramón Xirau (1976, p.
67) afirma que “la verdadera armonía surge cuando podemos sintetizar lo que pensamos y lo que creemos, lo que
sentimos y lo que razonamos”. Sin embargo, casos como
el de Simone Weil parecen no resolverse sino reuniendo lo
desgarrado dentro de ese mismo desgarramiento.
La primera noticia que tuve de Simone Weil fue en
un texto de Leonardo Boff y Frey Betto (2002, p. 68): “al
terminar la guerra y volver los soldados, con Francia totalmente desorganizada y niños y jóvenes muriendo de hambre, ella fue dando todo lo posible hasta morir de hambre”.
La interpretación de Boff, no obstante, hace tocar tan sólo
perpendicularmente la vida con la obra de Weil: “su mística se inserta en esa línea de crear espacios para que la voz
del otro sea oída, para que el drama del otro sea sentido, y
culmina en una gran mística de la compasión, la capacidad
de sentir al otro y alegrarse con él. Eliminar la distancia que
nos separa del otro” (Boff y Frei, 2002, p. 68). Boff se reconoce en ella, ve en la lucha de Weil su propia lucha en las
favelas pero no se detiene ahí; agrega: “eliminar la distancia que nos separa del otro”, lo cual se encuentra fuera de
la filosofía weiliana, uno de cuyos pilares es precisamente
el alejamiento —por ejemplo, de Dios en la creación, del
*Ciudad de México, 1985. Cuando comenzó a publicar decidió ponerle un acento grave francés a la “e” de Leal, por lo que quedó
Lèal; esto es para que no se confunda con el torero que llevaba su
nombre. Los toros, siempre atentos a la gramática, hasta ahora no
han intentado embestirlo.
hombre de todo apego, etcétera; a saber, la distancia. “Para
que sintamos la distancia entre Dios y nosotros, es preciso
que Dios sea un esclavo crucificado. Porque sólo sentimos
distancia respecto de lo bajo. Es mucho más fácil ponerse
con la imaginación en el lugar de Dios creador que en el
lugar de Cristo crucificado” (Weil, 2001b, p. 129). Carlos
Ortega, traductor al castellano de Weil, resalta esta tendencia a la escisión vida/obra como principal característica
en la labor de biógrafos y comentaristas de Simone Weil
—la “inmersión” de Gabriella Fiori en la obra weiliana es
sólo una biografía hilvanada por la obra, aun cuando Fiori
(2006, p. 35) afirme que “para Simone Weil, pensar, escribir y actuar coinciden: son tres expresiones del mismo acto,
que es vivir conscientemente”. Coinciden en la conciencia
de Weil, ¿pero acaso la conciencia lectora de su obra tiene
que coincidir también en ello? Al parecer no: la mayoría de
sus biógrafos o bien anulan la cuestión filosófica y aluden
sólo a la vida, o bien, al contrario, obvian la vida y apelan sólo
a los conceptos; vida y obra aparecen entonces como dos
momentos separados, contradictorios. Biógrafos y comentaristas deben lidiar con el desorden de los textos de Weil,
el cual, contrario al equilibrio que encuentra Fiori, hace
pensar las más de las veces en cierta ambigüedad y contradicción como la que se deja entrever, por ejemplo, en su
“Autobiografía” dedicada a Perrin.1 Esto se explica en un
alma apasionada como la de Weil: “el alma agitada por la
pasión, por una sola, se desgarra, se vuelve contra sí, carece
de unidad; y es, en cada momento, ‘otra’ en terrible monotonía. Es monótonamente contradictoria” (Zambrano,
2006, p. 61). La propia Weil (2001b, p. 137) lo define de la
siguiente manera: “la contradicción sentida en el fondo del
ser es el desgarro, es la cruz”.
“La de Simone Weil —dice Carlos Ortega (2001, p.
43)— no es desde luego una filosofía sistematizada”. Los
conceptos weilianos fundamentales, empero, se movilizan
“Las ideas vienen a posarse en mí por error; luego, reconociendo
su error, quieren salir a toda costa. No sé de dónde vienen ni cuál es
su valor, pero, por si acaso, no me creo con derecho a impedir ese
proceso”, Weil (2001b, p. 49).
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SOCIEDAD SECRETA l ALFREDO LÈAL
modificándose no esencial sino funcionalmente; éstos son:
la distancia, el desgarramiento y la desdicha; en el fondo,
universales hegelianos. (Lo cual, por otra parte, podría
constituir el principio de un sistema de configuraciones
que le diera pauta al desorden de la filosofía weiliana.) La
certeza sensible es fundamental en Weil: sus conceptos son
realmente “un aquí que es un aquí de otros aquí o en él
mismo un simple conjunto de muchos aquí” (Hegel, 2008,
p. 70). Todo parece recaer, entonces, sobre ese aspecto intratextual que se refracta en la vida de Simone Weil: el desgarramiento. Un concepto unívoco que toca, sin embargo,
ambos extremos, vida y obra, pues “el ser trae consigo la
forzosidad de una decisión en la propia vida” (Zambrano,
2006, p. 40). El ser desgarrado en Dios. Dios desgarrado en
el ser. Las configuraciones weilianas se movilizan en una
u otra dirección pero la obra de Simone Weil no es sino
un gran desgarramiento. ¿De qué? De ella en Dios y de
Dios en ella. La creación según Weil, por ejemplo, se produjo por medio del alejamiento de Dios, de la distancia
entre Él y el hombre. Esta distancia se manifiesta en la
forma del universo; luego esa distancia infranqueable recae
sobre el hombre: es esa la desdicha. Lo real —no a pesar
de sino porque “Dios ha creado un mundo que es, no el
mejor posible, sino el que contiene todos los grados de
bien y de mal (Weil, 2001b, p. 118)”— toma una forma
determinable, es decir, se puede decir a partir del desgarramiento pero siempre en la desdicha. “La creación: el bien
hecho trozos y esparcido a través del mal” (Weil, 2001b,
p. 111). Para Weil el desgarramiento es absoluto; de ahí
su predilección por Platón: “en Platón, el corte entre el ser
y el devenir, entre la verdad y la opinión, no es otra cosa
que la diferencia entre lo real y lo imaginario en la vida
espiritual, o, dicho de otra manera, entre lo sobrenatural y
sus sucedáneos. Sucedáneo: la idea de copia desde el mal
uso de la copia” (Weil, 2001a, p. 544). Esto se complementa si aceptamos que “por el pensamiento platónico no
solamente se unen filosofía griega y cristianismo, sino la
religión del amor y del alma, que bajo diversos nombres
existía, y el cristianismo” (Zambrano, 2006, p. 67). Por el
pensamiento weiliano se “unirán” la distancia entre Dios y
el hombre con el desgarramiento de la filosofía y el amor a
lo real a través de la desdicha. “Hay personas para las cuales
todo aquello que deja a Dios más cerca de ellas mismas es
beneficioso. Para mí lo es todo aquello que lo aleja. Entre
él y yo, el espesor del universo… De la miseria humana
a Dios. Pero no como compensación ni como consuelo.
Como correlación” (Weil, 2001b, p. 130). La correlación
es ese punto álgido del desgarramiento pero también es,
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ante todo, una correlación dialéctica en la medida en que es
un correlato, es decir, lo que al hombre le es dado hacer en
tanto se encuentre sometido a la obediencia, desgarrado en y
para Dios y al mismo tiempo fuera de todo apego, incluso
del apego a Dios.
Todo intento por encerrar a Simone Weil dentro de
un misticismo convencional —como pretende hacerlo
Fiori e incluso Boff— será infructífero. “Existen dentro de
una misma religión varias religiones. Por lo pronto y en
relación con esta cuestión, podemos señalar la diferencia
inmensa que media entre el que quiere cercar a la gracia
divina, forzándola con actos de sacrificio, con buenas acciones deliberadamente cometidas, y aquella otra, más
propia de enamorado, de amante que todo lo espera sin
forzar, sin poner en ejercicio ninguno de los medios de que
dispone para obligar a la voluntad omnipotente. Y para
todo amante siempre es la del amado” (Zambrano, 2006,
p. 108). No obstante, los hombres sólo “amamos el alma
en cuanto abandonamos el deseo de apoderarnos del ser
amado (posesión). Oposición entre cuerpo y alma, burda
—auténtica: deseo de servidumbre o de libertad” (Weil,
2001a, p. 65). Todo lo real, para Simone Weil, tendrá el
sello del desgarramiento único. La tarea de escribir se convierte en un combate contra los apegos siendo ésta misma
un apego. Escribir, para Weil, es un desgarrarse en cada palabra y es así como, según María Zambrano (2006, p. 106),
“el filósofo parte despegándose en busca de su ser”. ■
REFERENCIAS
Boff, L., y F. Betto (2002), “La transparencia: experiencia originaria”, en
L. Boff y F. Betto, Mística y espiritualidad, Madrid, Trotta.
Fiori, G. (2006) “El dominio de la vida frente al ser”, “La resistencia al
espíritu de la barbarie”, en G. Fiori, Simone Weil, Buenos Aires,
Adriana Hidalgo.
Hegel, G.W.F. (2008), “La certeza sensible o el esto y la suposición”, en
G.W.F. Hegel, Fenomenología del espíritu, México, FCE.
Ortega, C. (2001), “Introducción”, en S. Weil, La gravedad y la gracia,
Madrid, Trotta.
Weil, S. (2004), “Autobiografía”, en S. Weil, A la espera de Dios, Madrid,
Trotta.
Weil, S. (2001a), “Cuaderno I”, “Cuaderno VII”, en S. Weil, Cuadernos,
Madrid, Trotta.
Weil, S. (2001b), “La cruz”; “El mal”, en S. Weil, La gravedad y la gracia,
Madrid, Trotta.
Xirau, R. (1976), “Pierre Teilhard de Chardin”, en R. Xirau, Antología
Personal, México, FCE.
Zambrano, M. (2006), “Pensamiento y poesía”; “Poesía y ética”,
“Mística y poesía”; “Poesía”, en M. Zambrano, Filosofía y poesía, México, FCE.
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