Un paso contra la clandestinidad. El aborto se

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Un
paso
contra
la
clandestinidad. El aborto se
debate en el congreso
Por Laura Caniggia
El dictamen histórico que firmaron siete diputadas y diputados
nacionales dela Comisiónde Legislación Penal el 1 de noviembre
fue anulado dos días después por el hasta ahora ignoto
legislador dela Coalición CívicaJuan Carlos Vega, presidente
de la comisión, quien firmó en minoría –tan mínima que sólo
llevó su nombre- un dictamen por el cual se “destrababan los
procesos penales en los casos de aborto no punible”. Luego de
anunciar ante las cámaras de televisión que había una posición
mayoritaria y favorable por la despenalización del aborto, se
rectificó al cierre de esta edición y llamó a debatirlo en
plenario con las Comisiones de Familia, Mujer, Niñez y
Adolescencia y Acción Social y Salud Pública el jueves 10.
Nadie puede descifrar con seguridad cuál es la estrategia de
Vega. Suposiciones, varias: presiones, exposición pública,
buscar tensar las contradicciones al interior de las fuerzas
mayoritarias del kirchnerismo, el peronismo y el radicalismo;
lo cierto es que convirtió el inicio del debate en un circo
romano. Más desconcierto aún generó el intento de dictamen que
llevó Diana Conti, de la bancada kirchnerista, por el que se
pretendía legalizar el aborto pero mantener penalizada su
práctica médica. Aunque, finalmente, lo retiró y firmó en
disidencia parcial el que proponía Horacio Alcuaz (Gen): el
dela Campañapor el Aborto Seguro, Legal y Gratuito que apoyan
350 organizaciones, 16 universidades nacionales y 50 diputadas
y diputados de diversos partidos políticos.
La importancia de debatir el aborto en el Congreso Nacional
refleja el crecimiento de la concepción de género fuera del
parlamento. Tan banalizada está la libertad que una opresión
tan absoluta como la penalización de cuerpos sólo se puede
discutir corriendo el eje: rebatiendo con la idea omnipresente
del amor maternal y el invento del derecho del niño por nacer.
Antes que nada, para despejar la discusión, uno debe pararse
ideológicamente; no es casual que sea un tema transversal que
genere contradicciones hacia el interior de los espacios
políticos.
En lo único que coinciden es la consecuencia clasista de la
ilegalidad del aborto: las ricas lo hacen de forma segura,
perversa, pero segura. Ni siquiera quienes están en contra
niegan esta situación. Sin embargo, este tampoco es el punto
del debate, aunque sí la urgencia de su legalización.
¿Queremos que el aborto sea legal para que dejen de morir
mujeres o creemos que las mujeres mueren porque no tienen el
derecho a decidir sobre su propio cuerpo? La diferencia es de
concepción no de redacción. Y es sustancial. Hubo un proyecto
de ley el año pasado que pretendía declarar los úteros como
patrimonios estatales a través de la extraña figura de
“ambiente protegido”, quizás sirve como ejemplo para
clarificar la mirada porque es difícil escapar a veces a una
naturalización tan profunda como la que ejerce el Estado en la
mujer cuando la convierte en un elemento de reproducción
humana.
Para seguir machacando con esta teoría, organizaciones
católicas publicaron una solicitada donde suplicaban decirle
“No al genocidio del aborto” y exigir a las diputadas y
diputados que “no manchen sus manos con la sangre de
inocentes”. Se refieren así al Señor Feto; nunca una piba de
12 años de La Cava que dejó que su noviecito la penetre sin
forro porque él le decía que si no parecía que no lo quería,
ni una chica veinteañera de Belgrano que muere de miedo por
decírselo a sus viejos, ni una mujer que sólo cree que no es
el momento de ser madre.
La sangre derramada de las 500 mil mujeres que por año abortan
clandestinamente enla Argentinapretende limpiarse con agua
bendita para “trabajar en contra del aborto y de cualquier
otra forma de violencia”, como propone esa misma carta
clerical dando por hecho que abortar es violencia. ¿Obligar a
una mujer a ser madre no lo es? ¿Privarla del derecho a
decidirlo? ¿Violencia son mujeres con banderas que marchan
organizadas porque han discutido y luchado durante décadas por
la legalización o preadolescentes con pus chorreando por la
cara que gritan “Ay, qué locas que están, ay qué locas que
están, sancionan el aborto y qué quilombo se va a armar”? ¿Ser
rubios con cruces colgadas los hace menos violentos? ¿Qué a
boca de jarro opinen, sin tener la más remota idea de lo que
están hablando, que no podemos decidir sobre nuestros propios
cuerpos con la plata de los impuestos de sus papás no es
violencia?
Violencia es la clandestinidad y el dolor de esas 500 mil
mujeres que deciden decidir.
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