La Multiplicidad de las Máscaras

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LA MULTIPLICIDAD DE
LAS MÁSCARAS
Gustavo Celedón*
El terror de una sociedad es el diluvio: el diluvio
es el flujo que rompe la barrera de los códigos
Gilles Deleuze.
Es esta conocida foto de Gilles Deleuze la que orientará las
siguientes reflexiones, las cuales tendrán un valor especialmente
descriptivo. Ya en la imagen: el efecto de profundidad es inmediato pero
inmediata también es la devolución al plano. Este doble juego —doble
en apariencia— nos dice acerca de la evitación o indeterminación del
presente, tema deleuziano ya tratado en Lógica del sentido.
*
Dr © en Filosofía. Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Profesor del Magíster en Etnopsicología de
la misma casa de estudios.
1
De alguna manera este doble movimiento produce un efecto de
expulsión. Cada cuarto se encuentra acechado por el reflejo, por su
propio reflejo. La verdad misma de su presente se ve amenazada pues
el reflejo continuo o, más bien, la continuidad infinita de los reflejos, le
otorgan un valor de relatividad inquietante. Pero es más. No sólo eso.
Esa relatividad que otorga la continuidad de los reflejos indica algo aún
más inquietante: que el cuarto elegido, a saber, el cuarto que, en un
presente, se hace del presente, a saber, aquel cuarto que pareciera ser
el quid o el punto de inicio de todos los reflejos —aquel cuarto del cual
todos los reflejos serían precisamente sus reflejos—, parece devenir,
ante la insistente repetición, uno más de ellos. Y de eso se trata el
asunto: lo que fue el comienzo no fue sino un reflejo. Para el caso, una
máscara.
Vamos por parte. ¿En qué consiste una evitación del presente?
Leemos:
“El
devenir-ilimitado
se
vuelve
el
acontecimiento
mismo,
ideal,
incorporal, con todos los trastocamientos que le son propios, del futuro y el
pasado, de lo activo y lo pasivo, de la causa y el efecto. El futuro y el
pasado, el más y el menos, lo excesivo y lo insuficiente, el ya y el aún-no:
pues el acontecimiento infinitamente divisible es siempre los dos a la vez,
eternamente lo que acaba de pasar y lo que va a pasar pero nunca lo que
pasa (cortar demasiado profundamente y no lo suficiente)”1.
Y agregamos:
“…el presente del actor es el más estrecho, el más apretado, el más
instantáneo, el más puntual, punto sobre una línea recta que no deja de
1
DELEUZE, Gilles, Lógica del sentido, Paidós, Bs. Aires, 1994, pág. 31.
2
dividir la línea, y de dividirse él mismo en pasado-futuro. El actor es el Aión:
en lugar de lo más profundo, del presente más pleno, presente que es como
una mancha de aceite y que comprende el futuro y el pasado, surge aquí un
pasado-futuro ilimitado que se refleja en un presente vacío que no tiene
más espesor que el espejo. /…/ Lo que interpreta [el actor, el comediante]
nunca es un personaje: es un tema (el tema complejo o el sentido)
constituido
por
los
componentes
del
acontecimiento,
singularidades
comunicativas efectivamente liberadas de los límites de los individuos y las
personas. /…/ Siempre está en la situación de interpretar un papel que
interpreta otros papeles”2.
Reunamos términos para construir nuestro tema. Actor; espejos;
acontecimientos; futuro y pasado, eterna divisibilidad. Todo surge de la
siguiente afirmación: no hay presente, por lo tanto, actualidad que
pueda determinar un eje, sea éste un núcleo de poder, un Yo o una
verdad orientadora, etc. Se trata, sintetizando, de la síntesis misma, a
saber, aquí, de aquello que sería el término, el fin como (el) comienzo.
El acabamiento. En síntesis: aquello que frenaría el movimiento y que se
sentaría definitivamente en un presente rector. De aquí, con Deleuze, se
nos presentan dos motivos, dos héroes o quizás habría que decir un
héroe y un antihéroe.
Trasladándonos al comentario que Deleuze realiza en Crítica y
clínica sobre el mito de Ariadna —sobre este mito a la vez leído y
pensado por Nietzsche—, reconocemos ahí dos figuras: Teseo y Dionisio.
Según la terminología que introducimos, el héroe y el antihéroe. Edipo y
el Anti-Edipo. Ya veremos por qué.
2
Ibíd. Págs. 158-159. La cursiva es nuestra. Sobre Aión: Deleuze distingue, en la concepción del tiempo, dos
“figuras”: Cronos y Aión. El primero nos habla de un tiempo condensado que distingue su presente y desde
el cual pasado y futuro se desprenden como apéndices o prótesis que de él dependen. Por el contrario, Aión
es, según leemos, la inaprehensión misma de un presente que ya retorna a su pasado y ya se lanza al futuro.
3
Aclaramos que para nosotros el tratamiento del texto pasa a ser
alegórico y figurativo. Incluso onírico. Es decir: no hacemos referencia a
las posibles realidades en juego —a los posibles referentes— sino más
bien a las lecturas involucradas y, sobre todo, a lo que ellas producen,
sugieren y crean. Nos explicamos: en los asuntos de la guerra y la
sobrevivencia; en los asuntos de las solicitudes a veces irreversibles del
principio de realidad, puesto ahí antes que cualquier individuo —pero
también de los envíos del acontecimiento mismo—, siempre puede
devenir inevitable dar muerte al toro. Sin embargo, éste no será el tema
que aquí perseguimos. Nos dedicaremos a acoger las figuras y los
movimientos
que
dichas
lecturas
yuxtapuestas
nos
entregan
e
intentaremos, a la vez, trasponerlas, transfigurarlas o transportarlas a
una aventura de los espejos que describiremos en su debido momento.
Un término inevitable: el laberinto. Dentro de él habita el
Minotauro, Dionisio-Toro,
“…prodigioso animal ligero en el fondo del laberinto, pero que se siente
asimismo a gusto en las alturas, animal que desunce y que afirma la vida”3.
De alguna manera el toro se presenta como la “verdad” del
laberinto. Verdad-entre-comillas: la verdad de que no hay verdad. Esto
es: no hay, decíamos, acabamiento. No hay salida o el laberinto es la
condición de toda existencia, del venir a la vida o de la vida misma.
El laberinto no se resuelve. Edipo no podría haber respondido el
acertijo de la Esfinge:
“Suponiendo que nosotros queramos la verdad: ¿por qué no, más bien,
la no-verdad? ¿Y la incertidumbre? ¿Y aún la ignorancia? — El problema del
3
DELEUZE, Gilles, Crítica y clínica, Anagrama, Barcelona, 1996, pág. 142.
4
valor de la verdad se plantó delante de nosotros, —¿o fuimos nosotros
quienes nos plantamos delante del problema? ¿Quién de nosotros es aquí
Edipo? ¿Quién Esfinge? Es éste, a lo que parece, un lugar donde preguntas
y signos de interrogación se dan cita. — ¿Y se creería que a nosotros quiere
parecernos, en última instancia, que el problema no ha sido planteado
nunca hasta ahora, — que ha sido visto, afrontado, osado por vez primera
por nosotros? Pues en él hay un riesgo, y acaso no exista ninguno mayor”4.
Este riesgo nos habla acerca de la potencia afirmativa que
Deleuze nos muestra en Misterio de Ariadna según Nietzsche. No podría,
aquí, haber afirmación sin riesgo. Este riesgo sería el valor supremo
pero en tanto invaluable. Es un tema nietzscheano por excelencia:
descubrir, por lo tanto, confrontar para luego habitar, la no-verdad, el
agujero del abismo.
Quisiéramos descargar, no obstante, nuestro texto de cualquier
traducción o interpretación activa de lo invaluable. Se hablará de riesgo,
ocaso, coraje (Badiou, por ejemplo), etc. Sin embargo, no es nuestro
tema. No lo dejamos en suspenso: simplemente no lo abordamos.
Se trata, más bien, de lo siguiente: el toro revela la potencia
afirmativa de la vida. Simplemente. Pero dice Deleuze:
“El hombre sublime o superior vence a los monstruos, plantea los
enigmas, pero ignora el enigma y el monstruo que él mismo es. Ignora que
afirmar no es llevar, uncirse, asumir lo que es, sino por el contrario
desuncir, liberar, descargar lo que vive”5.
Hombre sublime o superior: Teseo, Edipo. El toro y la esfinge,
animales, son dibujados como potencias desordenadas, desquiciadas,
4
5
NIETZSCHE, Friedrich, Más allá del bien y del mal, Folio, Navarra, 1999, págs. 21-22.
DELEUZE, Gilles, Crítica y clínica, pág. 141.
5
esquizofrénicas, para tomar un término deleuziano. Digamos: potencias
indomables. En tanto indomables, así como las pulsiones inconscientes
que amenazan la estructura social, las energías aún no investidas que
habitan conformando los llamados —por Freud— procesos primarios,
propiamente lo inconsciente, habría que recubrirlas, ocultarlas, darles,
de alguna u otra forma, muerte. No dejar que hablen o hacerlas hablar
al modo y sólo al modo de aquel que les presta oído o atención. Tanto
Teseo y Edipo prestan atención pero no parecieran escuchar: cortan.
Cortan las descargas que acechan a la ciudad, que la tienen intranquila,
que no la dejan vivir: Tebas y Atenas.
Lo que en principio parece un acto heroico, prontamente se revela
trágico: una crueldad se reproduce. Lo vemos claramente en Edipo rey.
Y lo dice Derrida, refiriéndose justamente a Nietzsche —y a Freud—, en
Estados de ánimo del psicoanálisis:
“Se puede hacer cesar la crueldad sangrienta (cruor, crudis, crudelitas), se
puede poner fin al asesinato con arma blanca, con guillotina, a los teatros
clásicos o modernos de la guerra sangrienta, pero según Nietzsche o Freud,
todo eso será suplantado por una crueldad psíquica, que inventará nuevos
recursos. Una crueldad psíquica sería siempre una crueldad de la psyché, un
estado del alma, por lo tanto, siempre algo vivo, pero una crueldad no
sangrienta”6.
Tanto la esfinge como el toro son, en estos relatos mitológicos,
potencias
de
intranquilidad,
de
acecho.
No
dejan,
decíamos,
conformarse a la ciudad. O, en términos de Lyotard, al lazo social. En
este sentido, tanto Edipo como Teseo son héroes de la polis. Héroes de
la representación. Dan muerte a aquello que no le permite, a la
representación, el cierre definitivo.
6
DERRIDA, Jacques, Estados de ánimo del psicoanálisis en Estados generales del psicoanálisis, Siglo XXI Editores,
Bs. Aires, 2005, pág. 168.
6
Pues se trata de potencias en movimiento. De flujos. Los animales en
cuestión son los flujos decodificados de los que habla Deleuze. En las
aventuras del movimiento, siempre estos han de ser controlados.
Dominados. Filtrados. Es lo que hace la representación: cortar los flujos,
hacerlos legibles, comprensibles.
Deleuze habla de dos cortes, por lo tanto de dos masas o de dos
capas: los flujos y los códigos. Para que haya un ajuste, una fijación,
debe haber un doble corte, a saber, extracción de flujo y corte de
código. Se trata de un encuentro particular de ambas capas: en la
virtualidad de los códigos, en su planificación, se debe coger un punto —
un material disponible— que logre calzar con un corte de flujo, es decir,
con un momento parcial de la potencia motriz radical. Con ello se logra
la calma. Sin embargo, decíamos con Derrida, eso no hace sino
reproducir una crueldad. Crueldad por crueldad: no hay solución.
Veamos:
“En una operación de codificación de los flujos se produce, gracias al
código, una extracción sobre el flujo. Es esta extracción la que define sus
polos: entra en tal sitio y sale en tal otro, entre los dos se ha hecho el
corte-extracción. Al mismo tiempo, el código remite a un corte de otro tipo,
estrictamente simultáneo. No hay extracción de un flujo que no se
acompañe de una separación sobre o en el código que codifica ese flujo. Es
esta simultaneidad de la extracción de flujo y de la separación de un
segmento de código la que permite definir el flujo en referencia a polos,
sectores, fases, stocks. Entonces, la noción de corte-flujo se presenta doble
puesto que es a la vez corte-extracción sobre el flujo y corte-separación
sobre el código”7.
7
DELEUZE, Gilles, Derrames. Capitalismo y esquizofrenia, Editorial Cactus, Bs. Aires, 2005, pág. 40.
7
Todo esto nos habla de la producción de particularidades o unidades.
Lo que aquí opera no es otra cosa que el principio de individuación.
Principio que ya el Nietzsche del Nacimiento de la Tragedia veía como
aquello que cortaba hiriendo la potencia dionisiaca de la Naturaleza.
Reproduciendo e instalando la crueldad. Ahí Nietzsche nos habla de un
Uno primordial que no se reconocía en partes individualizadas —polos,
sectores, stocks— sino que, por el contrario, debía romper con ellas
para reproducirse en un puro grito, dolor y alegría, sufrimiento y
jovialidad.
Sabemos sin embargo que ese Uno primordial se desvanecerá como
un Uno propiamente tal. Es decir: no será más un Uno, sino la potencia
de fuerzas o flujos sin unidad, sin referencia; potencias de inestabilidad
que no tienen un lugar común salvo el de ser empecinadamente
reprimidas para la conformación de la representación. Es el diluvio.
Pues bien, se trata de lo siguiente: la vida no se comprende sino por
la potencia en movimiento de flujos que primeramente son, de suyo, sin
códigos. Pero la sobrevivencia de la ciudad, la conformación del lazo
social, debe hacerse cargo de ellos. Se crea así la representación o la
planificación de los códigos. Separándose, haciendo mitosis, actuando
incluso como virus detectores, los códigos se reproducen a fin de no dar
espacio a la irrupción de un flujo descodificado, esto es, a la irrupción de
la “verdadera naturaleza”: la descodificación o, como lo llama Deleuze,
de paso, lo innombrable:
“Un
flujo
no
codificado
es,
propiamente
8
innombrable” .
8
Id.
8
hablando,
la
cosa
o
lo
De ahí la crueldad reproducida: cada código triunfante es la injusticia
para con la cosa. Para con la vida. Por ello Teseo, hombre superior nos
dicen Nietzsche y Deleuze, no sabe lo que es afirmar pues no afirma,
niega. Teseo y Edipo, insistimos, son los hombres de la representación,
aquellos que la llevan a sus hombros. Héroes de la ciudad, aseguraran
la codificación. Resolverán los enigmas. Se plantaran frente a lo
monstruoso indecidible y le darán muerte. Pues lo indecidible no es sino
monstruoso ante los ojos del codificador. En la paranoia de los códigos,
donde siempre acecha la posibilidad inminente del diluvio, el codificador
no puede experimentar esa aproximación sino en la figurabilidad de los
monstruos. Monstruos por aquí y por allá, los enviados de lo
innombrable o indecidible tendrán siempre la faz de un monstruo.
Y a darles muerte se ha dicho. Lo que es lo mismo: finalmente un
código se ha apoderado de ese indecidible. El monstruo no era
invencible, sólo faltaba la astucia y el poder de un hombre superior, un
hombre entregado al código. Sangre por sangre, ésta se ha detenido.
No más vírgenes asesinadas por el toro, por lo tanto, posibilidad de la
vida —pero de la vida no asimilada—, de la reproducción de la polis:
podemos
seguir
avanzando.
O:
los
códigos
podrán
seguir
reproduciéndose. El atolladero o el obstáculo han sido eliminados.
Sí. Pero todo para reproducir una crueldad psíquica. Pero ¿Qué es
una
crueldad
psíquica?
No
otra
cosa
que
la
buena
conciencia
escondiendo a sus demonios y, por lo tanto, a todo aquello que puede
hacer función, en la ciudad, de un flujo descodificado. Singularidades. O
la singularidad propia de la cosa. Una crueldad psíquica es la represión y
su insistencia, condiciones —lo ha demostrado el psicoanálisis— de la
conciencia.
9
La conciencia no es sino el producto de un corte. El Edipo. Deleuze
dice del psicoanálisis haber sido en su prehistoria el intento de
descodificación de los códigos. Descodificación como tal: leer sin códigos
las potencias incodificables de lo inconsciente, de la cosa o lo
innombrable.
“Pero al mismo tiempo y desde el comienzo se inventan [los psicoanalistas]
un nuevo código, el código edípico, que es aún más codificado que todos los
demás códigos. Y he aquí que los flujos del deseo pasan a la codificación de
Edipo, cualquier flujo de deseo es puesto en el grillete edípico”9.
Acusación al psicoanálisis: descubrir lo descodificado pero sólo al
precio de una nueva codificación. Héroes de la representación, a ojos de
Deleuze el psicoanálisis se inventa una red de codificación centrada en
Edipo, desde la cual todos los envíos o los flujos aparecientes pueden
ser codificados, comprendidos, asignados.
En otras palabras: el psicoanálisis se introduce al laberinto del
inconsciente con el hilo de Ariadna. O: la punta de un hilo es amarrada
—sujeta—
al
lazo
social
a
fin
de
ingresar,
con
la
posibilidad
incuestionable de la vuelta, al inconsciente. Extensión del lazo: es ese
mismo lazo, sujeto a sí mismo, garantizado en las firmezas históricas de
los códigos, el que ingresa al laberinto inconsciente, cortando el flujo
indiferenciado —no afectado por el principio de individuación— e
inventándose partes, lugares, diferencias de códigos en lo indiferenciado
mismo.
Pues Teseo, con su hilo, crea el sentido, la dirección, las partes y los
caminos. Crea un lazo ahí donde no lo hay. Impone sentido, con su
astucia, a aquello que es puro sinsentido. Resuelve el enigma. Entra y
sale del laberinto, sujeto por un hilo, por un lazo. Salva el lazo. Lazo e
9
Ibíd. Pág. 42.
10
hilo que, nuevamente a ojos de Deleuze —o a su Otro, Nietzsche—
corresponden a la moral:
“El hombre superior reivindica el conocimiento: pretende explorar el
laberinto o el bosque del conocimiento. Pero el conocimiento no es más que
el disfraz de la moralidad; el hilo en el laberinto es el hilo moral”10.
Conocer y explorar. Así como el Edipo en el psicoanálisis: garantía de
conocimiento. Aunque más bien: garantía de dominio. Por ello la
reproducción de la crueldad: para Derrida, por ejemplo, la pulsión de
muerte es inseparable de la pulsión de dominio. Por una extraña
combinación. Pues, como él mismo dice en Mal de archivo, la pulsión de
muerte es anarchivista, es lo que no se deja archivar, lo que destruye el
archivo o, para el caso, el código11. En este sentido, la pulsión de
muerte se identifica con los flujos decodificados de los que habla
Deleuze. Pero ¿no es el mismo Freud quien pretende, de alguna u otra
forma, contrarrestar los efectos diabólicos y destructivos de esta pulsión
a través de la aplicación o la insistencia de los códigos? Lo dice derrida:
“En verdad, Freud trabaja permanentemente en reintegrar esa aneconomía,
por lo tanto, en tomarla en cuenta, en dar razón de ella, de una manera
calculable, dentro de una economía de lo posible. Y no podríamos
reprochárselo. A esa economía de lo posible reduce tanto el saber como la
ética, incluso el derecho y la política. Aunque consideremos el rodeo por lo
indirecto, y aunque lo indirecto implique un hiato, siguiendo el camino más
visible de la interpretación de Freud por Freud, se trata de una estrategia de
lo posible, y por lo tanto, de la condicionalidad económica. Apropiación, lo
posible como poder del ‘yo puedo’ (I can, I may), el dominio de lo
10
DELEUZE, Gilles, Crítica y clínica, pág. 162.
“Esta pulsión, por tanto, parece no sólo anárquica, anarcóntica (no olvidemos que la pulsión de muerte,
por muy originaria que siga siendo, no es un principio, como lo son los principios de placer o de realidad): la
pulsión de muerte es, en primer lugar, anarchivística, se podría decir, archivolítica. Siempre habrá sido
destructora del archivo, por vocación silenciosa” (DERRIDA, Jacques, Mal de Archivo, Trotta. Disponible en
www.derridaencastellano.com.ar)
11
11
performativo que sigue dominando, y por lo tanto, neutraliza /…/ al
acontecimiento que produce, la alteridad del acontecimiento, la llegada
misma del que llega”12.
La diferencia, sutil, corresponde al Edipo. Pues Freud cuenta con él,
con Edipo. Él —Edipo— es quien forja la cultura y las amenazas de la
pulsión de muerte son la introducción de lo que no se deja archivar o
codificar. Por lo tanto, estamos hablando de algo muy distinto con
Deleuze. Afirmar la vida, en los términos nietzscheano-deleuzianos,
sería afirmar lo que para Freud sería puro instinto de muerte, pura
destrucción de los códigos que, a fin de cuentas, son los que permiten la
vida en tanto orden o en tanto sentido. Para Freud —en su afiliación con
Edipo— eso es la destrucción misma: volver al estado inicial, ahí donde
todavía no había vínculo ni relación. En otras palabras, ahí donde la
indiferenciación se iguala a la muerte —muerte de los esfuerzos
liberadores de la economía—. Pero es esa misma potencia, la que
Nietzsche-Deleuze ven como la irrupción de la vida, a la vez trágica, a la
vez jovial.
En este sentido, tesis arrojada, Dionisio es el Anti-Edipo. No hay
temor a la ausencia de los códigos: la irrupción de lo descodificable no
es simplemente muerte, sino vida, suponiendo que estas dos se
diferencien. La destrucción de Dionisio en Las bacantes de Eurípides, a
saber, las crueldades que ejerce sobre Perseo, son las crueldades sin
conciencia —sin referente, resultantes— frente a quien se le opone, a
Dionisio, con la voluntad de las partes, de los códigos. Las mujeres a su
lugar, la ciudad debe reordenarse… nada puede alterar el orden. Pero
Dionisio, Dios de los flujos decodificables, ya ha advenido, su paso es
inevitable. Los códigos se han roto, la pulsión de destrucción está
haciendo lo suyo. Pero esa crueldad manifiesta es la contracara de la
12
DERRIDA, Jacques, Estados de ánimo del psicoanálisis, págs. 209-210.
12
crueldad de los códigos. Es porque hay código el porqué de la
destrucción dionisiaca. Karma y fantasma del código: presiente la
pulsión de muerte, le teme.
Ahora bien, en tanto pulsión de muerte o destrucción, ¿se agota ahí
Dionisio?
No. Hay ahí una multiplicidad. Dionisio es en cierto grado muerte y
destrucción. Oscuridad de la vida o la afirmación de que no hay vida sin
muerte. Pero también es la belleza, la familiaridad, la jovialidad, la
indiferencia, la divinidad como la humanidad… Todo ahí, en él, es
multiplicidad. ¿Multiplicidad de qué? Multiplicidad de las máscaras,
desafío de los códigos. La muerte, aun sin contar con su concepto, es
todavía demasiado poco para con Dionisio. Pues Dionisio es la máscara
de la máscara. Quitarle la máscara, desafiar o resolver el enigma, es
encontrarse, infinitamente, con una nueva máscara. Es esa infinidad de
las máscaras, de lo descodificable reproduciéndose como tal, lo que el
código
experimentará
siempre
como
lo
siniestro,
como
lo
unheimlichkeit, término que Freud acuña para referirse a los efectos
siniestros de la compulsión de repetición13.
Diremos: lo unheimlichkeit está. Se hace presente. Pero la afirmación
de la vida implica una multiplicidad que no se puede agotar ahí. Si nos
introducimos en la aventura de los espejos, tal como lo muestra la foto
que inicia este trabajo, intentaremos quizás dar con el punto de
referencia para todos los reflejos que están en juego. Sabiendo que no
hay más que espejos que se abren produciendo un camino laberíntico,
habría que determinar, desde un centro, cada uno de los reflejos en la
forma de las partes.
13
Cf. FREUD, Sigmund, Más allá del principio de placer y Lo Ominoso, en Obras completas, Amorrortu, 1982.
13
Por
ejemplo,
tratándose
de
un
Yo,
cada
reflejo
podría
ser
comprendido como un estado parcial de este Yo, como una de sus
partes. En otras palabras, podríamos siempre entrar en esta aventura
de los espejos con un hilo que nos garantice un recorrido uniforme. La
ironía —ironía dionisiaca—, sin embargo, no tarda: los espejos seguirán
reproduciéndose pues la condición estructural es el espejo mismo. Cada
logro, es decir, cada determinación, no hace sino reproducir el reflejo.
Ningún presente es entonces posible. Ningún reflejo será mi presente.
Por el contrario, cada uno de ellos se verá ya acechado e involucrado
por los reflejos que le anteceden y por los que le siguen, perdiendo así
toda ubicación en el espacio y el tiempo. ¿Pues en que línea del espacio
y en qué momento del tiempo se encuentra tal reflejo? Un hilo intentaría
determinar ello. Pero la reproducción de los espejos es infinita: un tal
reflejo no estará ni a la izquierda ni a la derecha; ni arriba ni abajo así
como tampoco llegará tarde o temprano, pronto o atrasado. No hay
medida: hybris pura. Eso: Dionisio es la hybris.
Para una sociedad contemporánea que se comprende como red
(Vattimo) o que se describe como lazo (Lyotard), se ve claramente que
lo híbrido se constituye como amenaza. Red y lazo, productos del hilo,
por lo tanto, de la determinación. Los contextos híbridos que sin
embargo festejan hoy en día cierta liberalidad del sistema, no lo son a
condición de estar enganchados al lazo o a la red: pueden venir a jugar
todos los reflejos posibles, pero a condición del hilo, de la ordenación
sistemática y paranoica de los códigos controladores que no son sino
otra forma —la cara aceptable— de la pulsión de muerte que se inició
con Edipo: culpa inconsciente —por lo tanto, autoflagelación reiterada—
de haber forzado una detención para las máscaras o para los flujos
descodificables. Culpa de haber hecho extracción y cortado los flujos.
Culpa de haber hecho del enigma una porción ínfima de conocimiento y
que, por lo tanto, padece ahora del temor acechante de un desborde o
14
diluvio que clama cierta justicia: la vida misma, indiferente, abriéndose
paso a través de la superficie, arrasando con todo principio de
individuación.
“Es por eso que Edipo corre el riesgo de no cuajar en él [digamos, en las
potencias dionisiacas de los flujos descodificables]. Edipo es, estrictamente
hablando, un código ridículo”14.
Habría
entonces
que
ingresar
—pero
ya
siempre
estuvimos
ingresados— a la aventura de los espejos, a esa especie de pasadizo, sin
ningún hilo. Afirmar es afirmar la falta de referencias, recorrer los
pasadizos, todos ellos simples reflejos de un reflejo-otro, para no decir
un reflejo-primero. Esa es la afirmación.
Pues como dice Deleuze:
“Dioniso ya no conoce más arquitectura que la de los recorridos y los
trayectos”15.
En otras palabras: no a la arquitectura de los códigos, no a la
constitución de una sala seccionada de los espejos. Sólo traspaso, sin
arriba ni abajo; en todo caso, sin presente, retrayéndonos ya a los
reflejos pasados, yéndonos ya a los reflejos futuros. Es decir, siempre
observándonos en los reflejos (o dejándonos observar por ellos).
Acontecer del actor: quien traspasa la escena de los espejos sin
sujetarse al hilo, hará su propia actuación: vivirá el acontecimiento en
su pureza incodificable, es decir, no lanzará códigos para comprender su
presente, sino que vivirá este presente en su no-presencia, sin presente,
simulando su permanencia, en la superficie. Cada escena es eso: la
14
15
DELEUZE, Gilles, Derrames. Capitalismo y esquizofrenia, pág. 41.
DELEUZE, Gilles, Crítica y clínica, pág. 147.
15
virtualidad o el simulacro de un presente que no se determina o que
simplemente acontece.
Ahora bien, dejamos planteado un enigma o una incógnita de
carácter ético. Pues con todo esto ¿Qué habría que hacer? ¿Codificar a
pesar de todo? ¿O dejar entonces de solucionar o de dar soluciones y
soltar, simplemente, la potencia de los flujos? Punto indecidible que,
claramente, no estamos en condiciones de resolver.
16
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