ANTONIO SÁNCHEZ BARBUDO SOLEDADES, GALERÍAS Y

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AN TON IO SÁNCH EZ BARBUD O
SOL EDAD ES, GAL ERÍAS Y O TROS POEMAS
Antonio Sá nchez B arbudo, Los poemas de
Antonio Macha do, Lumen, Barcelo na, 196 7, pp.
74 -87.
Bien fue ra porque, hundi do en su soledad y
amargura, valora ba en poco su obra; o porque
considerase
ocios as
sus
emocionad as
reflexion es, plasmadas en magníf icos verso s,
sobre la memoria y el sueño, el tiempo y la
muerte o bien, si mplemente, porque crey ese Barcelona, 1980
como en efecto veremo s que debi ó de creerlo
alguna vez- que su corazón se ha bía «dormi do»
y que su pensam iento era estér il, el caso es qu e
Machado a vece s, cuando m iraba hacia atrás ,
hacia su pa sada juvent ud, se s entía, haci a
1907, co mo un hombr e aca bado. Algo qui zás había en est a acti tud de
moda, de moda «decadentist a» de la época. Pero basta ver los poema s en
que dice esto, y muchos otro s de él, para comprender que Macha do era
básicamen te sin cero. Se creía agot ado.
Pero, de pront o, en una poesía m uy significa tiva, la LX, reacciona co ntra
esa idea que tenía de sí mismo. Comienza po r preguntarse:
1
¿Mi coraz ón se ha dor mido?
Colmenares de m is sueños
¿ya no labráis ¿Está seca
la noria del pensamiento,
5 los can jilones vací os,
girando, de som bra ll enos?
Y lo important e es la respuest a rotunda que se da esta vez , en unos
precisos, estup endos versos:
No, mi corazón no duerme.
Est á despierto, despi erto.
Ni duerme ni sueña, m ira
10 los cl aros o jos abiertos,
señas lej anas y escuc ha
a orillas del g ran si lencio.
Nos dice que, pasad o un período de est erilid ad -o que él creía de
esterilid ad -, está aho ra de n uevo produciend o versos con sus penas o sus
sueños. Lo que s ucede es que ha cambi ado ahora su actitud ant e el
mundo, y que, de pron to, se da cuenta de ello. Lo que hace es afi rmar que
está bien despi erto, con los ojos bi en abiert os, es perando «s eñas lej anas»
(que él sabe no llegan nunca) . Está tratando, « a orilla s del gran silenc io»,
ante el mudo miste rio del universo, de esc uchar a lguna voz, alg una
respuesta. Lo que hace aquí, en suma, es afirmar el valor de una
pregunta metafísica que siem pre de un modo oscur o estaba latent e en él,
pero que ahora se p lantea muy clarame nte. D iríase que a hora, por
primera vez, se da cuent a de la importa ncia de ese pasmo suy o de
siempre. Lo que antes era sol edad, y vaga angustia persona lís ima,
indefinib le, se convier te ahor a en clara conscienci a del mi sterio de la
vida.
Es po sible que f uera por l a mis ma época en que escribió esta poesía
cuando Machado comenzó a int eresarse en estudios filosóficos. Por
desgracia no se sabe co n exact it ud de qué fecha es. Apar eció por vez
primera en 1917, en l as Poesías co mpletas, pe ro en la parte
correspon diente a Soledades, galer ías y otros poemas. Pr obable mente es
de 1907, o poco despu és.
Sea de cuando fuere, esta poesía, repetim os, par ece indicar un cam bio
de acti tud. Pasa de la amargur a, de la obsesi ón dominante por la fal t a de
amor, a lo metaf ísico. Y puede uno pregunt arse po r qué sucedió e sto.
Posibleme nte en ello inf luyó su sol edad. Esa t ristez a honda de poco antes
que le llevó a desva lorizar su obra y a consider ar como p ro pias de
«filósofo tra snocha do» sus especula ciones, quiz á fue la misma que le hizo
ir ahondando cada ve z más en sus meditacio nes. Hasta que al fi n advi rtió
que ese mirar, y espe rar y preguntarse, era ocupación nada banal. Pero
puede tamb ién suponerse qu e, p or el contra rio, fuera al sali r de esa
honda crisis su ya de pesimis mo, a que nos hemos referido (es decir,
después de su viaje a Soria, e iniciado ya su noviaz go con Leonor)
cuando, más sereno y relativament e satisfecho, meditó más y valor ó mejor
sus meditac iones. Y en r ealidad una posibili dad no excl uye a la otra; su
soledad, su t risteza p or falta de a mor, unida a su inquietud «existen cial»,
le abrir ían e l cam ino a la p regunt a metafís ica; pero no es cuando el d olor
es más v ivo cuando m ás y mejor se medita, sino despué s, recordand o ese
dolor.
La fal ta de amor, antes ya de este cambio de actitud, se mezclarí a a sus
otras tri stezas, a su inquietud «exis tencial», y aum entarí a sin duda ést a.
Mas es evid ente que esa inqui etud no la causaba la falt a de a mor:
existía e n él desde hacía mucho. La revelan numer osos poemas en los que
habla de recuerdos, del tiemp o y de la muerte, escritos en la mi sma
época, o a ntes, que eso s otros en los que alude a su tri ste vi da sin
amores.
Hay un poema so bre todo que mer ece especial at ención: el LXXVII. En él
se asombra Mac hado de esa a ngustia que siempre le acompaña, y,
recordand o, encu entra que la ca usa es habers e senti do él si empre, desde
niño, c omo p erdido en el m undo. Apareció por primer a vez en Soled ad es,
gal erí as y o tros poe mas, en 19 07, pero entonces era n dos poe mas
consecuti vos, con diferent e numera ción; y tambi én eran dos en la edición
de Poes í as c o mpletas de 191 7. M ás tarde junt ó los dos en uno, y as í se
reproduce ah ora siempr e, separando sin embargo las dos part es con un
asterisco . Dice la pr imera p arte:
Es una tarde ce nicien ta y m ustia,
destartal ada, como el alma m ía;
y es esta vieja angustia
que habit a mi usual hipocon dría.
La causa de est a angustia n o consi go
ni vagamente comprender siq uiera;
pero recuerdo y, recordando, digo:
-Sí; yo era niño, y t ú mi compañer a .
Aquella tar de tr istona no sólo siente angustia, sino que se extraña de la
repetida presencia d e ésta en su alma, y se pregunta por qué; pr egunta
por la causa esenci al de esa a ngustia. El poema éste, como ta ntos de
Machado en Soled ades, galerí as y otr os p oemas es un mir ar hacia de ntro,
un ahondar, inda gar en su interi or. Y es curioso que diga, en los versos 5
y 6, que la causa de esa angustia no puede comprenderla «ni vagamente».
A continu ación vemos que él sabe muy bien cuál es la ca usa. Pero, c omo
tantas veces t ambién. M achado nos hace acompañarle paso a paso en su
reflexión, en su emoción. No nos comunica algo que él sabe , como q uien
comunica una notici a, sino qu e nos hace participar de l o que descubr e, y
a medida que lo descu bre. O, al m enos, sabiam ente, produce en nosotros
esa impresión. De t odos modos esos versos 5 y 6 parecen indicar que
realmente , dur ante algún tiempo, Machado no sabí a cuál era la c ausa
verdadera de su ang ustia. Debía de saber ya entonces , sin embargo, que
la causa no era tan sólo la falta de amor, ni la pérdida de la juvent ud, a
pesar de lo que él mism o sugiri er a en otros poe mas. La c ausa pri n cipal
era más honda, y en algún mome nto preciso -pr obable mente esa mi sma
tarde a que se refie re este poema- se le revel ó co n bastante clar idad. Mas
en esta primera par te, «reco rdando», no se le revela aún la causa, si n o el
hecho de que es a angust ia le acom pañó siempr e: «-Sí, yo era niño, y t ú mi
compañera ».
La segu nda parte, una silva- roma nce, es una indagación del conte nido
esencial, constante, de esa angusti a suya de siempr e; y, por lo tanto, un
atisbar e n la r azón última de ella :
Y no es v erdad, dolor , yo t e conoz co,
10 tú ere s nost algia de la vida bue na
y soledad de corazón sombrí o,
de barco sin naufragi o y si n estre ll a.
Con ese ver so 9 que inicia la segunda par te. « Y no es v erdad. ..», i n dica
que una ilum inación ha ocur rido de pronto en s u alma. Ahora ya sabe en
qué consiste su angust ia. Al recordar al gún momento de su niñez, ha
comprendi do cuá l es e l carácter de esa «comp añera» , siem pre la misma.
Hay en esa angust ia, en ese «dolo r», dos elemen tos: uno es «nost algi a de
la vida buena», y el otro «soled ad». Una soled ad en cuyo carácter va a
seguir inda gando en el resto del poema. Pero de tengám onos pri mero, un
instante, en esa « nostal gia de la vida bue na». É1, s abiamente, n o dice
aquí nost algia de amor. La raz ón de esto es que ha de ref erirse a esa
«nostalgi a» en términos que sean válidos para su niñez tanto como para
su primera juven tu d, o para ahor a. Lo que el niño anhelaba no er a lo
mismo que él an heló después. Pero siempre anheló una «vida buena», una
vida diferente a esa suya triste. Si endo ya joven, y también despu és, esa
nostalgia era claramente, como hemos visto, nost algia de amor .
Mas esa ause ncia de «vida buena» no es el conteni do princi pal de su
angustia. Por algo él menciona esto sólo de p aso. Lo que desarr olla
ampliamen te es el sentido de esa soledad suya, sol edad «de cora zón
sombrío». El carácter de ésta, y su causa, se in dic an ya en el vers o que
sigue, e l 12: es so ledad «de barco si n naufra gio y sin estrell a». Es deci r , la
soledad de quien est á perdido y navega sin rumbo, aunque no acaba de
naufragar . Los versos qu e siguen no hacen si no desa rrolla r, expl icar ese
sentimien to con nueva s comparaciones:
Como perr o olvi dado que no tiene
huella ni olfat o y ye rra
15 por los cami nos, s in cami no, como
el niño que en la noche de una fiest a
se pierde entre el gentío
y el aire polvo riento y las candel as
chispeant es, at ónito, y asombra
20 su cor azón de músi ca y d e pena,
así voy yo borr acho m elancólico,
guitarris ta lun ático, poeta,
y pobre h ombre en sueños,
siempre buscand o a Di os ent re la niebla.
Las dos imágenes, converge ntes, del perro y del ni ño, son de suma
efectividad. Jun tas expresan perfectamente l o que si gnifica para é l ese
estar per dido en el mund o, que es la sensación que él nos qu iere
comunicar . La sit uación del per ro, como la del niño, se van preci sa ndo
poco a poco. Son esas imágen es como dos largas parábolas que se cru zan
en un punto, y el punto ése en que se tocan, es decir lo que tienen de
común ese ni ño y ese perro, es l o que define poéticamente l a emo ción
indecible que Mach ado quiere expr esar. N inguna de esas imáge nes, por sí
solas, tendría ni la mitad de la efectividad que ti enen ju ntas. El perro
«olvidado », que va por los camin os «sin camino», res ulta trági co porque
interpret amos su desorient ación y desamparo en térm inos humanos,
comparánd ole a ese niño «atón ito» y lleno de pena. Y a su vez el niño es
visto y sentido c omo pobre perro p erdido. Y Macha do, como am bos: n iño
angustiado asombrado, y perro err ante. Y así luego, cua ndo se mira a sí
mismo, y ve lo que él es en el presente, y alude a su andar sin rum bo,
esas simples expresio nes -«bor rac ho melancóli co», «gui ta rrista lunát ico»,
«poeta» y «pobre hombre en su eños» - se cargan de sentid o, y nos di cen
quién es él, por fuera y por dentro, y la causa de su penar. La causa es
que se ha senti do siempre perdido, sin rumbo .
Mas, ¿p or qué ese sen tirse perdido? La causa de e sto, que viene a se r la
causa úl tima de su angu stia, es a l go que indica sólo en el úl timo ver so:
es la falta de Dios. Siem pre est uvo, nos dic e, « buscando a Dios». Y
siempre si n enco ntrarle , desorientado. Si empre buscándole «entr e la
niebla».
La ima gen del niño perdi do «en la noche de una fiesta» - durant e una
procesión en Sevi lla, probablement e- la crea él, casi seguro, sobre la base
de algo pare cido que debió de ocurr irle cua ndo t enía menos de ocho añ os.
Al mism o recuerdo se refiere sin duda en una cart a a Guiomar, escrita
más de veinte años despué s de haber escr ito el poema. La belle za de esos
versos, 16 -20, tiene que ver con la forma tan expresiva en que junta --como deb ieron de jun tarse en el a lma de aquel niño- el asombro c on la
música y la pena . No dice que el niño, viendo lo que veía, las candelas
chispeant es, se asomb raba; a la vez que, sintiénd ose perdi do, sentí a pena
en su cor azón; m ientras oía música. El niño ése « asombr a / su coraz ón».
Y lo asombra «de músi ca y de pena ». Y antes, en 17 -19, no sólo dice que
el niño se pierd e «entre el g entío», l o cual es bastante natur al, sino que se
pierde, «atón ito», entr e el gentío «y el aire polvoriento y las cande las» . La
realidad ex terna, pu es, y la interna del niño, se entrelazan en e stos
versos de un modo poco gram atical, y hasta poco «lógi co», pero
sumamente ' poético y efectiv o pa ra descri bir la si tuación de ese niño , el
desamparo ése, que es el qu e él había senti do siempre.
Tal vez en ningún otro poema r evela Mac hado m ejor que en éste el
carácter ex is tencial de su «vieja angustia». Se compren de pues que
cuando, mu chos año s más tard e (en un artícul o fechado en diciembre de
1937, y p ublica do en la rev ista Hor a de España, X III, enero de 1 938)
quiso pro bar que había sido él siempre «algo heide ggeria no sin saber lo»,
acudiese a este poema LXXVII, del cual cita sólo la pri mera parte. [ ... ]
A veces vemos cl aramente en Soledades, galerí as y otros poemas que la
tristeza d e Machado se relac iona con su falta de a mor y con la pérdida de
su juvent ud; ot ras, que se r elaci onaba con su «v ieja a ngusti a». O con
ambas cosas. Y quizá con otr as ca usas. Pero con fr ecuenc ia nada o muy
poco indi ca él en cu anto a las causas. Habl a de su tri steza simplem ente,
de su m elancol ía; r ecordando, en ocasiones, que ésta no es nueva , qu e es
la de sie mpre.
Un eje mplo de est o últi mo lo encontramos en el poema VI. Es el prim ero
que apar ece en Sol edades , con el t ítulo de « Tar de». C orregi do leveme nte,
sin alterar en nada lo esencial, pasó luego, sin títul o a Soled ades,
gal erí as y otros poe mas. Por él ve mos que en la época en que lo esc ribió
(en 190 2 lo más tarde) , consider aba él su «am argura » com o «l ejana». Son
versos de d oce sílabas, y algunos de seis; con rima consonante ; en
pareados, o en la for ma ab ab . Empi eza así:
1
Fue una clara t arde, tr iste y soñoli enta
tarde de ve rano. La hie dra asom braba
al muro del par que, negra y polvor i enta...
La f uente sonaba .
5
Rechinó en la vieja cancela mi lla ve ;
con agrio ruido abrióse la puerta
de h ierro mohoso y, al cerrar se, grave
golp eó el silenci o de l a tarde muerta.
Se refier e luego, en l os versos siguientes, al «solitar io parque», en el que
una fuente vi erte sobre el mármol «su monotonía» . Es un parque muy de
la época, muy de Verlaine . Y era moda suspirar en tales jar dines, exh ibir
la propia melancolía. J uan Ram ón Jiménez l o hizo a bundantement e, por
los mismos años, y después. Pe r o ello no quiere deci r que no fu eran
ambos since ros. En Mac hado, la m elancolía, con jardí n o sin él, es c omo
bien sabem os la nota constante, sobre todo en S oledades, galerí as y otro s
poe mas; y responde, evi dentem ente, a al go m ás que una mod a. Ba sta leer
sus poemas para conve ncerse de el lo. Sin embargo en esta misma época en 1902, o antes-, por est ar tan de moda la tristeza, tal vez, Mach ado
dudó de su since rida d. Pront o lo veremos. Y pr ecisam ente por ha ber
dudado, muestra que él no era en modo alguno ese «histrión grotesco» que
temía ser . Por eso y por la calida d de sus ve rsos.
Los ver sos 5 y 6 en el po ema VI, p odrán recordar a Verl aine;
pero es muy machadesco, y magní fico, decir que la puert a de hierro del
jardín «al cerrar se, grave / golpeó el silenci o de la t arde mue rta». Ést e es
un golpe escuch ado; y la «tar de» ésa, está vista, vivida por él. Con ese
verso octavo nos tran smite su emoción y nos sitúa definitiv amente en el
lugar.
Luego se hall a frent e a la fuente, y, escuc hándol a, busca un r ecuerdo.
Alga parecido a lo que vimos ocurrí a en el poema VII, que sigue a éste («El
limonero lángui do ...» ); aunque al lí el rec uerdo buscado, y enc ontr ado,
era más precis o; y el lug ar, muy r eal -el patio de la casa en que nac ió -,
tenía en el poema ese una i mportancia mucho mayor que aquí ti ene.
La fuente le hace volver la mirada hacia dentro de sí, hacia el pas ado,
buscando la imagen de un mom ent o análogo a ése en que ahora vive. Pero
la fuen te, e n este poema VI, es im portante sobr e todo po rque di alog a con
él. Con este pri mer poema de su pr imer libro, Machado inicia esa té cnica,
que luego tanto em plearí a, de dramatizar el monólogo int er ior,
personifi cando bi en sea la fuente, la tarde o la noche, par a que aquello
que tiene frente a sí, o le rodea , l e sirva de i nterlocutor imaginario. De
este mo do sus ref lexion es, l os cam bios y matices de sus sent imiento s en
un momento dado, o l a si mple exploración de sus recue rdos, adqui eren
plasticid ad y belleza. Y sobre todo comunicabi lidad.
La fuente cantaba: ¿Te recuerda, hermano,
un sueño lejano mi canto pr esente?
15 Fue un a tarde lent a del lento verano.
Respondí a la f uente:
No recuer do, hermana,
más sé qu e tu copla present e es lej ana.
La fuente le quier e hacer recor da r, indicando que todo era entonces «lo
mismo que ah ora», y qu e aquell a t arde pasada fue «est a misma ta rde ». Él
aún no recuerda, aunque sabe «es lejana l a ama rgura mía». Y esto, e s lo
que realmente quiere decir en el poema. Pero de pronto hay un cam bio;
uno de esos vaivenes d el coraz ón que Machado t an bien expresa. A pe sar
de saber q ue es de siemp re su a m argura, un momen to lo ol vida, y quiere
creer que lo que la fuente le pide r ecuerde (es deci r, ese momento pas ado
que él bu sca) f ue un moment o alegr e. Y por eso di ce, es peranz ado:
35 más cu éntame, fuente de lengua encantad a,
cuéntame mi ale gre leyenda olvidada.
Mas el instante de il usión pasa pr onto. La f uente respon de:
-Yo no sé leyendas de antigua ale gr ía,
si no hist orias viejas de mel ancolí a.
Fue una c lara t arde del lento verano...
40 Tú ven ías solo con tu pena, he r mano;
tus labios besaron mi linfa serena ,
……………………………………… ………..
la sed qu e ahor a tienen, entonces t enían.
Al oír est o, el poeta se de spide d ic iendo: «tu m onoton ía, fuent e, es más
amarga qu e la pena mí a». Y se alej a.
El recuerdo re velado es bien poco preciso, y por eso, entre otras razones,
este poema no nos produce el ef ect o que produce el poema sigui ente. Y es
que sin duda hubo frutos «enc antados» bajo el agua, como dice en el
poema VII; frut os que un dí a quiso él coger con su man o. Y una tar de , en
su viejo pati o, record ó eso. Mas a quí no es seguro, para mí, que hubi ese
tarde pasada, ni parque ni recuerdo. El poema todo parece una inven ción;
un modo de decirnos qu e su «pena » y su «sed» son viejas, q ue ya las ha
sentido ant es, much as tardes. Aunque, claro es, Macha do vio par qu es y
oyó fuentes; y escu chó alguna vez el sonido de una cancel a que , al
cerrarse, gra ve, «golpe ó el silencio de la tarde mu erta». Con est e herm oso
verso - ya que r epite al final la estrofa segunda- termi na el poema. Gracias
a él y a la il usión que un instant e le prende; y, sobr e todo, graci as al
animado d iálogo que m antiene con esa fuente mon ótona e implacable, se
embellece esta poesía, que tien e m ucho de la época, pero que sin em bargo
es muy ma chadia na y e xpresa una tristeza suya m uy rea l y constante .
_________________
Webs sobre Antonio Machado:
http://www.abelmartin.com/
http://www.abelmartin.com/guia/antol/antol.html
http://www.antoniomachadoensoria.com/
http://www.monografias.com/trabajos26/dialectica -simbolica/dialectica simbolica.shtml
http://ww w.ucm.es/info/especulo/bibl_esp/jhispani/arcona10.html
http://luis.salas.net/indexam.htm
http://www.auladeletras.net/compren der/MACHADO/menu.h tm
http://www.ucm.es/info/especulo/numero24/paletam.html
http://www.soria-goig.org/senderos/autores/machado.htm#Mac hado
http://web.educastur.princast.es/ies/juananto/Leng/WEB_ Machado_Campos/
Campos_Indice.htm
http://www.supercable.es/~jass17/Campos.htm
http://es.geocities.com/autenticapoesias/a4.htm
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