Manuel Ortiz Pereyra Una luz entre tanta oscuridad Segunda Parte Por Daniel Eduardo Galasso E l pensamiento de Ortiz Pereyra concibe a la soberanía nacional como un todo integralmente articulado que abarca al territorio, la política, la economía y la cultura. Precisamente por ello, se enfrenta al proyecto de país sostenido en virtud de concepciones coloniales, producto de una erudición europeísta a la que caracteriza como enfermedad americana pero, muy especialmente, argentina. En “La tercera emancipación” (1926), aludía a estas preocupaciones: “Cuando Cristóbal Colón descubrió la América, según Parra y otros autores, los aborígenes no tenían libros. Después, los europeos que vinieron a poblar estas tierras, tampoco los tuvieron, porque parece averiguado que no les eran necesarios (...) Pasaron algunos siglos, desde 1492, hasta que los indígenas, mulatos, mestizos y criollos sintiesen la necesidad y tuvieran la oportunidad de leer libros. Cuando esto ocurrió, tampoco había libros en América y los americanos estudiosos tuvieron que encargarlos a Europa (…) Durante estos largos años, algunos europeos publicaron estudios, especialmente históricos, so- 10. UTN . La tela de la araña bre asuntos de América. Y todos miraron, según perogrullo, las cuestiones criollas con sus ojos extranjeros (...) Y ocurrió que, cuando los americanos se vieron en la necesidad de publicar libros, se encontraron con la correlativa obligación de apoyar sus tesis en citas de los únicos autores de entonces, todos extranjeros”. Irónicamente, concluye diciendo: “Es curioso, no obstante, observar que los franceses, los ingleses, los rusos, los alemanes, etc., cuando tratan sus asuntos, no consultan nuestros precedentes, ni siquiera los de sus vecinos. ¡Qué gringos más raros!…”. Esta sentencia expresada con tanta agudeza subraya el carácter absurdo de un comportamiento repetido cuyas expresiones La década infame. w w w. c r o n i s ta . c o m Homenaje más visibles en el continente y, más precisamente, en la Argentina van desde la intervención armada destinada al cobro compulsivo de deudas hasta el conflicto con Inglaterra sostenido en 1982 por las Islas Malvinas. Pero todo “pensamiento colonial” necesita de intérpretes, de técnicos y literatos que divulguen teorías y doctrinas beneficiosas únicamente para aquellos sectores sociales que lograron construir consensos en torno de ellas. Fue la tarea que se impuso la intelligentzia argentina durante la Década Infame, aunque luego cayera en desgracia como consecuencia del advenimiento del peronismo, en 1945, para retornar diez años después (con la Revolución Libertadora) y mostrar su máxima expresión en la década de los noventa aunque con un sesgo mucho más pragmático que ideológico. Decía Manuel Ortiz Pereyra en “El S.O.S. de mi pueblo” (1935): “Para ocultar sus siniestras manipulaciones, destinadas a empobrecer técnicamente al pueblo, los monopolizadores extranjeros de los pingües negocios existentes en la Argentina, se sirven de técnicos alquilones que hablan o escriben sobre teorías o doctrinas de utilidad para sus alquiladores (...) Ellos son los sostenedores de comprar a quien nos compra, cumplir con dignidad nuestros compromisos en el exterior, de ahorrar sobre el hambre y la sed del pueblo, crear el consorcio ferroviario, hacer la coordinación de transportes, respetar los derechos y los intereses creados, congelar y descongelar, dictar las leyes de defensa social y otras leyes sociales protectoras del trabajo…de los patrones”. Este intelectual correntino no concibe una literatura que no sea militante, que no se encuentre al servicio del esclarecimiento de la problemática nacional y, más precisamente, de los mecanismos de dominación utilizados por los centros internacionales de poder. Y sigue diciendo en el texto citado: “El literato argentino, representativo de la intelectualidad argentina, escribe versos, novelas, cuentos y narraciones de entretenimientos. Se inspira un poco más y hace poesías, de las buenas, de esas que hacen parar los pelos de punta. Sigue inspirándose y remonta su vuelo lírico cantando a las estrellas, a la mujer amada, a la patria, a la bandera azul y blanca… Entonces, entra en operaciones el descuidista y nos sustrae el trigo, el lino, el maíz, la carne, con una suavidad tan delicada como la del lancero auténtico, de la plataforma del ómnibus”. Introduciendo aún más la daga en lo profundo de la cuestión, Ortiz Pereyra denuncia al sistema educativo imperante en 1926 por haberse desentendido de estas cuestiones y por permitir, de ese modo, el accionar de los técnicos propagadores de intereses ajenos, y de los literatos responsables de desarrollar un arte vacío. “La Escuela enseña –dice–, indudablemente, mucho. Tanto que cualquier caballero de cuarenta años podría representar un buen papel de hombre erudito en sociedad, si retuviera en su memoria la mitad de lo que estudió a través de los cinco o seis grados de su escuela elemental (...) Pero, ¿se leen los periódicos del día en las clases de lectura? Los periódicos son, sin embargo, incomparables libros, como que son el libro mismo de la vida. Y es así como tropezamos a cada paso con jóvenes aplicados e inteligentes que saben disertar con elegancia sobre las guerras púnicas, por ejemplo, pero pierden la línea cuando se trata de asuntos de actualidad y de interés inmediato. La vida va, indudablemente, por un camino y la escuela, por otro”. El fruto de ese sistema lo resume sin ambages: “Los ingleses saben lo que dicen cuando igualan, mediante un anagrama, la palabra argentino con la palabra ignorante”. No obstante, de este dolor de Ortiz Pereyra, surgirá un faro que continúa iluminando, de algún modo, el pensamiento nacional: FORJA. La tela de la araña . UTN . 11