Cuentos miserables

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Cuentos
miserables
Historias
subnormales de
un mundo
subnormal
Adrián Hincapié Morales
Adrián Hincapié Morales
Cuentos miserables
Estos no son cuentos para divertir ¡qué va! Ni son
para burlarme de la estupidez. Simplemente los
escribo … si, eso es, los escribo, y no sé si algún día
alguien los leerá, ni sé si entenderán lo que quiero
expresar… tampoco me importa.
Y si… estos van dirigidos a todos los incautos del
mundo, que por tener mentes tan vírgenes han caído
en las garras más absurdas… pero miren como me da
de pesar de ellos, ¡ah! Verdad que no están viendo mi
cara burlesca.
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Adrián Hincapié Morales
Cuentos miserables
El tirano amoroso
E
n una granja un hermoso gallo se
levantaba todas las mañanas a cantar en
medio de las gallinas que habían a su
alrededor. Ese era su mundo, esa era su realidad,
allí mandaba y todos obedecían. Los pollos no se
atrevían a cantar por miedo a ser castigados por
aquel gallo de cresta roja y orejas blancas que las
hembras deseaban.
El gallo así mismo se creía muy feliz y le daba
gracias al amo que cada momento le llevaba
comida y le acariciaba la melena.
Una tarde en una tertulia, el rey del gallinero dijo:
“que feliz somos todos, no tenemos que sufrir por
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Adrián Hincapié Morales
nada, tenemos un amo que nos quiere mucho y
nos cuida. Es un amor desinteresado que nos
brinda, porque dentro de su corazón sólo hay
bondad. ¿Qué sería de nosotros si él no nos tuviera
aquí?” Un pollo allí presente, que tenía fama de
estar loco por sus opiniones encontradas con
todos, dijo: “señor gallo, creo que nosotros somos
una especie domesticada y sin libertad. No nos
dan comida de gratis, sino que detrás de todo eso
hay unos oscuros intereses. ¿Usted se cree el
cuento de que cuando sacan a alguien de aquí lo
llevan para otro corral? Yo pienso que más bien se
los llevan para hacerles cosas malas”. “Que
perverso eres”, gritó el gallo lleno de furia, “eres
una mala influencia para todos, debemos
castigarte por blasfemo”.
Los integrantes de aquel corral estuvieron de
acuerdo con el castigo y le impusieron como pena
recibir de cada uno un picotazo en la cabeza, a
excepción del gallo que le daría tres.
Después de aquel episodio, el pollo decidió huir del
corral cuando tuviese la forma, deseaba morirse de
hambre si era posible en el monte, que estar en
medio de ese corral de ignorantes que no
aceptaban sus palabras libertarias. No se había
ido antes contemplando la esperanza de
convencerlos a todos de la huida, pero no fue
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posible. A pesar de todo, lo que más le dolía en el
alma era su polla, una hermosa guachi-pelada que
le tenía robado el corazón, lástima que ella
también se creyera el cuento del amor y
misericordia del amo y señor del corral.
A la mañana siguiente, llegó el amo al corral y
después de darles el maíz y la purina, tomó al
gallo en sus manos, lo acarició y se lo llevó. El
gallo lleno de alegría se despedía de su corral, se
imaginaba otro lugar más cómodo, con mejores
comidas y multitudes de gallinas de hermosos
plumajes, según la leyenda que había escuchado
desde pollito. Todos, a acepción del pollo rebelde,
se llenaban de alegría y le deseaban mucha suerte.
El gallo fue llevado a un lugar, la sorpresa fue que
en vez de llegar a un mejor sitio era conducido al
matadero, descubrió como se hacían los
preparativos para asesinarlo. Una visión
horrorosa cubrió sus ojos, con espanto vio
cadáveres de otros de su especié totalmente
descuartizados y sin plumas. Ahí fue donde
entendió que el pollo tenía la razón, pero era
demasiado tarde, ya le estaban jalando la cabeza y
quebrándole el pescuezo. Un dolor inmenso lo
acompañó por un buen rato de tortura, hasta que
fue sumergido en un recipiente con agua hirviente,
él en ese desespero trataba de moverse, pero la
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muerte llegó sin darle posibilidades de haberse
escapado del corral.
Por su parte el pollo, un poco triste por la suerte
de su rey, logró hacer un portillo y escapar. Desde
ese día camina por la selva, entre peligros y
enemigos, viviendo su vida y añorando su polla.
Lejos de las comodidades del corral, pero libre.
Allí ha de morir en la soledad más asombrosa,
pero sin domesticación.
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En la burbuja
D
entro de una burbuja de cristal creció una
civilización. Allí vivía una multitud de
personas que eran explotadas con una
serie de trabajos y obligaciones al servicio de los
dueños de dicha burbuja.
Los que vivían dentro pensaban que esa era toda
la realidad que existía, no cuestionaban nada y
eran dominados por una serie de creencias que los
ancianos y dueños de aquel lugar se habían
inventado diciendo siempre que detrás de los
cristales había un mundo de monstruos y animales
feroces que se los devorarían. La gente, ante esas
doctrinas, decidió nunca tratar de romper el
vidrio, aunque a través de él se veía un mundo
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hermoso y lleno de encanto. Las ancianas decían,
no le crean a esa imágenes, son las trampas que
ponen los monstruos para que tratemos de salir.
Un joven pensante un día se preguntó: “puesto
que esos vidrios son tan débiles ¿Por qué los
monstruos con su fuerza no los han roto?” Su
madre lo escuchó y llena de miedo lo llevó ante los
ancianos para que lo purificaran de dichas
herejías, fue así como ellos decidieron ejecutarlo
para evitar que sembrara sus dudas a los demás y
pusieran en peligro la estabilidad y el bienestar.
Pero no fue suficiente, pronto más jóvenes
empezaron a desconfiar de la existencia de los
monstruos y a querer derribar el vidrio. Sin
embargo, los dueños de aquel lugar los asesinaban
para que no hicieran tal cosa.
Pero llegó el día en que el pueblo protestó,
asesinaron a los ancianos, tumbaron el vidrió,
salieron de la burbuja y disfrutaron de la libertad.
Allí afuera las multitudes dijeron: “los monstruos
eran los ancianos y sus doctrinas”
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