1 Título: RECONQUISTA Y REPOBLACIÓN DEL SUR

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Título: RECONQUISTA Y REPOBLACIÓN DEL SUR PENINSULAR EN EL
SIGLO XIII: EL NACIMIENTO DE LA ANDALUCÍA CRISTIANA
Autor: Francisco Javier Expósito Martín
1. Introducción
La Reconquista es un proceso largo en el que los reinos cristianos del norte de
la Península Ibérica fueron, durante varios siglos, conquistando aquellos territorios que
estaban bajo el dominio musulmán. Se trata de un proceso cuyo comienzo algunos
autores fechan en el 722 tras la batalla de Covadonga, y que concluiría con la toma del
Reino Nazarí de Granada por parte de los Reyes Católicos en el año 1492.
Durante dicho proceso, uno de los principales problemas a los que los reyes
cristianos debieron hacer frente con mayor premura fue el de la repoblación de estos
mismos territorios. Para este fin se llevaron a cabo varios sistemas que iban desde,
mantener a la población musulmana en los lugares ocupados bajo la supervisión de la
administración del monarca cristiano de turno, hasta la adjudicación de importantes
territorios a caballeros de las órdenes militares que lucharon al lado de los monarcas y
la nobleza. Evidentemente, esto dependía de muchos factores, por ejemplo, si se
trataba de una zona donde los musulmanes hubiesen presentado una ardua
resistencia o simplemente se rindieron sin plantear oposición. O si se trataba de una
zona fronteriza con Al-Andalus.
En este artículo atenderemos a la fase de la Reconquista ejecutada sobre todo
en el siglo XIII. Durante dicha centuria, los monarcas cristianos, especialmente
Fernando III El Santo, y Alfonso X El Sabio, conseguirán hacerse con la práctica
totalidad del Valle del Guadalquivir y conquistar las importantes plazas de Jaén,
Córdoba y Sevilla, o incluso Murcia, entre otras. De esta manera se iniciará la
andadura de lo que conocemos como la “Andalucía cristiana”.
2. La expansión y conquista de la Andalucía Bética
Bajo el reinado de Fernando III el Santo (1217-1252) los reinos de Castilla y
León quedaron definitivamente unidos de nuevo (desde el año 1230). Con Fernando III
y con su tío el monarca aragonés Jaime I, la España cristiana realizó progresos
extraordinarios, en su obra reconquistadora del territorio peninsular. Pero, a la muerte
de ambos monarcas, la empresa plurisecular de la reconquista iba a experimentar una
larga interrupción realizando ya sólo dos avances muy concretos. El reino nazarí de
Granada se consideró vasallo suyo y puede que esto se estimara entonces suficiente.
La derrota de los almohades en las Navas de Tolosa en 1212, permitió a
Fernando III el avance por el valle del Guadalquivir, y el nuevo rey de Castilla supo
aprovechar las circunstancias, que se le presentaban propicias, debido a los distintos
reinos surgidos de la desintegración del Imperio Almohade. En sucesivas campañas,
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Fernando III penetró con sus huestes en el valle, conquistando Andújar (1225), Úbeda
(1233), Córdoba (1236), Jaén (1246), Carmona (1247) y Sevilla (1248) con sus
correspondientes territorios. En el asedio de esta última plaza tomó parte la escuadra
castellana, al mando del almirante Ramón Bonifaz, rompiendo en un avance atrevido
por las aguas del río Guadalquivir las cadenas que sujetaban el puente de barcas que
unía la ciudad con el castillo de Triana, y en los cuatro años siguientes cayeron en
poder de las tropas castellanas: Jerez, Medina Sidonia, Arcos y otros puntos clave de
la frontera con el reino nazarí, quedando incorporados a los reinos de Fernando III dos
reinos islámicos tan importantes como los de Córdoba y Sevilla con sus respectivos
territorios. Buena parte de la Andalucía Occidental se incorporaba así a la corona de
Castilla.
Mientras tanto, Ibn Hud, rey musulmán de Murcia, viéndose incapaz de resistir
con sus solas fuerzas el empuje de las huestes de Castilla, ofreció rendir vasallaje a
Fernando III. Éste mandó a Murcia a su hijo el infante Alfonso, quien entró en la ciudad
en 1243 tomando posesión del reino. Tres poblaciones: Lorca, Mula y Cartagena, se
resistieron a abrirle sus puertas, y fue preciso reducirlas por las armas. Tan sólo
Cartagena consiguió seguir independiente.
El hijo de Fernando III, Alfonso X el Sabio (1252-1284), a pesar de que, siendo
infante, había tomado parte en la reconquista, cuando sucedió a su padre en los
tronos de Castilla-León relegó a un segundo término este problema peninsular. Sin
embargo, en los inicios de su reinado todavía preparó las fuerzas para una expedición
africana, ordenando (1252) la conclusión de las atarazanas de Sevilla. Pero, iniciadas
muy pronto las hostilidades con Alfonso III de Portugal, al intentar ocupar el Algarbe,
utilizó las tropas para la conquista de Tejada (1253) y ocupó Morón, Lebrija y Jerez,
conquistadas por su padre y perdidas poco después, con objeto de asegurar la
posesión de Sevilla. Y no pudo llevarse a cabo la expedición al norte de África.
Posteriormente, el reyezuelo feudatario de Niebla se sublevó, negándose a pagar
tributo al rey castellano. Acudió Alfonso a tomar la plaza, y a pesar de que los
musulmanes la defendieron utilizando por primera vez cañones cargados con pólvora,
las tropas de Castilla consiguieron rendirla (1262). Los reyes musulmanes de Granada
y Murcia provocaron entonces, de acuerdo con los benimerines de Fez, una
sublevación general de mudéjares, que pudo ser sofocada después de recuperar
Cádiz (1263), Jerez, Vejer, Medina Sidonia, Rota y Sanlúcar, y de expulsar a los
musulmanes de Lebrija y de Arcos de la Frontera. Castilla luchó contra los granadinos
y Aragón colaboró en la lucha contra los murcianos sublevados. Se tomaron Elche y
Alicante y Murcia se rindió (1266).
3. La repoblación andaluza
La conquista castellana no supuso en los primeros momentos la expulsión de
los antiguos habitantes. Aunque con una población superior a la de los siglos XI y XII
el reino castellano no disponía en el siglo XIII de los recursos humanos precisos para
sustituir a los pobladores del territorio ocupado. Los campesinos libres, que hubieran
podido, en principio, establecerse en las zonas ocupadas, no se arriesgaron a
abandonar nuevamente sus tierras por otras de superior rendimiento pero situadas en
zona de guerra y, por tanto, expuestas a todos los peligros.
Por su parte, los nobles, la aristocracia rural, no se mostró dispuesta a permitir
que sus colonos abandonaran las tierras que cultivaban. Sólo una mínima parte de
estos campesinos –y es preciso recordar que en Castilla-León no hubo ciudades en el
sentido artesanal y comercial del término– se hallaba en condiciones y en disposición
de acudir a repoblar las zonas fronterizas. La gran emigración campesina hacia las
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tierras andaluzas y murcianas sólo fue efectiva en la segunda mitad del siglo XIII
cuando el territorio fue pacificado y los reyes pudieron garantizar la supervivencia de
los pobladores.
A la insuficiencia demográfica, decisiva para explicar la permanencia de la
población musulmana, se añadieron razones de carácter político-militar, psicológico y
económico. Fernando III debió la mayoría de sus conquistas a la alianza con los reyes
musulmanes y más que de conquista debería hablarse de cesión; la expulsión
sistemática de los antiguos pobladores habría significado el final de la hábil diplomacia
castellana y difícilmente habría podido Fernando III incorporar Andalucía por medio de
las armas. Era preciso respetar escrupulosamente los tratados para evitar la
unificación de los ejércitos musulmanes.
De otro lado, la larga coexistencia en la Península de cristianos y musulmanes,
aún cuando frecuentemente se hallaran enfrentados bélicamente, no había producido
un odio irreparable entre ambas comunidades religiosas; tanto la experiencia
aragonesa como la castellana mostraron que era posible la convivencia pacífica de
unos y otros, siempre que se privara a los vencidos de sus dirigentes y siempre que
los vencedores controlaran los castillos y plazas fortificadas. Ante esta situación, ni el
rey castellano ni los que con él colaboraron en las campañas militares tenían el menor
interés en prescindir de una población que era necesaria para mantener la producción
agrícola y artesana.
En resumen, allí donde la ocupación castellana se realizó sin recurrir a las
armas, mediante acuerdos o pactos, la población musulmana permaneció y el rey
castellano se limitó a tomar posesión de las fortificaciones, de los bienes fiscales y de
las rentas y derechos correspondientes al soberano musulmán. Hubo un cambio de
soberano pero no de situación. No fue necesario repoblar sino establecer guarniciones
y ocupar algunas tierras abandonadas. Este tipo de acuerdos sólo fue posible en las
zonas rurales y de escaso valor estratégico.
La ocupación pacífica de las ciudades importantes y de las plazas fortificadas
era imposible; los reyes musulmanes, con numerosos enemigos en sus dominios, no
podían prescindir, sin oponer resistencia, de los centros urbanos y las fortalezas en las
que –aún en los casos en los que el rey aceptó su entrega– los funcionarios y la
aristocracia político-militar musulmana mantuvieron la resistencia que terminó en unos
casos con la rendición tras haber negociado unas condiciones aceptables y en otros
casos con la ocupación por asalto, sin condiciones.
En el primer caso, la dureza de las condiciones dependió de la mayor o menor
resistencia ofrecida y de las posibilidades que los defensores tuvieran de recibir ayuda,
pero normalmente se estableció que los musulmanes conservarían la libertad y los
bienes muebles y semovientes y perderían los raíces. Cuando la población había sido
tomada por asalto, los vencidos y sus propiedades de todo tipo pasaban a poder del
conquistador.
En los lugares tomados por capitulación o asalto se produce una despoblación,
existen unos bienes a disposición del rey y éste procede a repartirlos; en primer lugar
el monarca recompensa a los que han intervenido en la campaña de un modo directo
(fuerzas militares) o indirecto (personas y organizaciones que han contribuido a
financiar las expediciones, a avituallar a las tropas, a gobernar el reino durante las
ausencias del monarca...). A estas recompensas se les da el nombre de donadíos
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para diferenciarlas de los heredamientos entregados a los repobladores que acuden a
sustituir a los musulmanes expulsados.
En líneas generales puede aceptarse que los musulmanes fueron expulsados
del reino de Jaén, cuya importancia militar como vía de penetración hacia Córdoba y
Sevilla por el oeste y hacia Murcia en el este hacía necesario un control efectivo; al
menos no consta que permanecieran los musulmanes en Martos, Andujar, Capilla,
Baños, Salvatierra, Baeza, Úbeda, Iznatoraf, Jaén... donde consiguieron grandes
dominios las órdenes militares y la iglesia de Toledo.
Mientras la ocupación del reino jiennense se prolongó durante 22 años y no
finalizó hasta la conquista de la capital en 1246, la ocupación del reino cordobés se
inició en 1236 con la toma de Córdoba y se hallaba terminada 4 años más tarde.
Córdoba opuso alguna resistencia y sólo de la ciudad serían expulsados los
musulmanes. Córdoba sería durante bastantes años un islote cristiano dentro de una
zona de predominio musulmán y esta circunstancia explica las dificultades que
encontró Fernando III para hallar repobladores; en las comarcas situadas al sur y al
oeste de Sevilla los musulmanes no ofrecieron resistencia tras la caída de la capital y,
en consecuencia, permanecieron en la zona.
Las negociaciones establecidas entre los dirigentes y los sitiadores de Sevilla
nos permiten ver las posibilidades que se ofrecían a los musulmanes. La conquista se
inició en 1246 con el envío de expediciones de saqueo destinadas a minar las
resistencias mientras se organizaba en el Cantábrico una flota encargada de impedir el
envío de ayuda por mar. Aislada por tierra y cerrada la salida por mar, Sevilla se rindió
después de intentar obtener de Fernando III capitulaciones favorables; cuando el cerco
no era total, los sevillanos ofrecieron entregar el alcázar y aceptar la presencia de
guarniciones cristianas, pero a medida que su situación se hizo más difícil se
comprometieron a entregar la tercera parte de la ciudad, más tarde la mitad, y por
último aceptaron las condiciones ofrecidas por Fernando III, es decir, la entrega de la
ciudad con sus edificios intactos y la evacuación de todos los habitantes en el plazo de
un mes.
La ocupación del reino de Murcia no presentó demasiadas dificultades; los
murcianos, amenazados en el norte por los catalano-aragoneses y en el oeste por los
granadinos y divididos entre sí, firmaron en 1243 un acuerdo por el que entregaban la
fortalezas del reino a los castellanos, cedían al monarca cristiano la mitad de las
rentas y se comprometían a ayudar militarmente a Castilla y a no emprender
negociaciones políticas sin consentimiento de Fernando III; a cambio de este vasallaje
del murciano Muhammad ibn Hud, los musulmanes recibieron protección contra
Granada y obtuvieron la confirmación de sus títulos propiedades, religión,
instituciones, lengua, usos y costumbres.
De esta tolerancia cristiana fueron exceptuados los jefes militares que no
quisieron aceptar el pacto y que serían sometidos militarmente por Castilla: los
musulmanes de Mula fueron expulsados, los de Lorca capitularon tras ofrecer
resistencia y Cartagena fue ocupada militarmente con ayuda de una flota llegada del
Cantábrico. Mula y Cartagena fueron repobladas a fuero de Córdoba. En los demás
sitios se cumplieron los acuerdos de Alcaraz de 1243 al menos hasta 1257, año en el
que Alfonso X intentó fortalecer las guarniciones castellanas con la llegada de
pobladores cristianos.
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El incumplimiento de estos acuerdos provocó el abandono del reino por parte
de numerosos musulmanes; algo parecido debió ocurrir en Andalucía donde los
vencidos terminarían pidiendo ayuda al rey de Granada y se alzarían contra los
castellanos en 1264. Las tropas de Alfonso X centraron sus esfuerzos en la
reconquista de Andalucía, de donde fueron expulsados los musulmanes y los
murcianos fueron reducidos por Jaime I de Aragón quien, tras asentar en el reino a
algunos repobladores catalanes y aragoneses, lo devolvió a Alfonso X (1266).
4. Diferentes modos de repoblación. El caso paradigmático del Reino de
Sevilla
Las diferencias existentes entre los diversos reinos y ciudades ocupadas hacen
difícil la aceptación de un esquema repoblador único, pero en líneas generales
podemos aceptar como válido para toda Andalucía el sistema empleado en la
repoblación del reino sevillano; en el momento de proceder a la distribución del
territorio, Fernando III y Alfonso X tuvieron presentes, de un lado, sus obligaciones
hacia los que habían intervenido en la campaña y, de otro, los intereses de la
monarquía.
Los combatientes y cuantos de algún modo participaron en la conquista
adquirieron unos derechos que el rey no podía olvidar. Pero correspondía al monarca
determinar la forma de recompensar los servicios; al hacerlo procurará contrarrestar la
influencia de los nobles (los grandes beneficiarios de la conquista) oponiéndoles una
fuerza cuyo control quedara en manos del rey. Esta fuerza sería la ciudad de Sevilla.
Pero no se trataba sólo de pagar unos servicios; el monarca tenía que atender a la
defensa militar del territorio y para ello fijaría las obligaciones de cuantos recibieran
tierras, tanto en concepto de donadío (nobles en general) como de heredamiento
(pobladores de la ciudad).
El reparto de los bienes inmuebles fue realizado por una Junta de Partidores,
cuya misión consistía en realizar un inventario de las propiedades disponibles, fijar la
extensión de los donadíos y señalar los términos y bienes que habían de corresponder
al concejo sevillano. Las disposiciones de esta junta fueron completadas, por lo que se
refería al concejo, por las Juntas de Consolidación, que se limitaron a inventariar los
bienes abandonados y a distribuirlos entre los nuevos pobladores.
Los donadíos podían comprender parte o la totalidad de una o varias aldeas.
Incluían siempre la casa, tierra apta para cereales, olivos, viñas, huertas y con
frecuencia un molino de aceite en cuyos ingresos el monarca se reservaba la treintava
parte. Los beneficiarios de los donadíos fueron los nobles (familiares del rey,
magnates, órdenes militares y sedes episcopales), los oficiales de la casa del rey
(mesnaderos, ballesteros, porteros, posaderos, camareros, halconeros, personas del
séquito de la reina y de los infantes), los oficiales de la administración (alguaciles,
alcaldes, escribanos), los oficiales militares (adalides, almogávares, almocadanes) y
los eclesiásticos (abades y monasterios, canónigos, deanes), que de algún modo
habían intervenido en la campaña.
La extensión de estos donadíos varía considerablemente según la importancia
del beneficiario; así junto a los donadíos mayores, como el de Alfonso de Molina,
hermano de Fernando III, que comprendía la aldea de Corcobina con 150 casas,
30.000 pies de olivar, 80 almarrales de viñas, higueras cuya producción se evaluó en
1.000 cestos anuales, y 12 molinos de aceite, hallamos los donadíos menores
concedidos a diversos oficiales que recibieron 5000 pies de olivar y 10 yugadas de
tierra, o 1000 pies y 5 yugadas.
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Una parte importante de las tierras conquistadas fue concedida al concejo
sevillano para atender a los repobladores; las obligaciones de quienes residían en el
término de la ciudad y recibieron heredamientos eran las de tener la casa principal en
Sevilla, comprometerse aceptar el fuero de la ciudad, a prestar al monarca los
servicios ordenados por el fuero, y a no enajenar el heredamiento antes de 5 años. El
concejo fue el encargado de repartir los bienes (casas y tierras) entre los pobladores;
los caballeros recibieron 8 aranzadas (4000 pies) de olivar y 2 yugadas de tierra, los
peones 4 aranzadas y 1 yugada. Junto a estos repobladores, campesinos en su
mayoría, se establecieron en la ciudad 200 caballeros de linaje que recibieron, además
de las 8 aranzadas y 2 yugadas que les correspondían, otras 20 aranzadas de olivar,
6 de viña, 2 de huerta y 6 yugadas de tierra.
Dentro del término sevillano se asignaron bienes a los marinos y a los
artesanos de la construcción naval cuya presencia era necesaria para la defensa de
Sevilla por mar; a cada comitre o jefe de nave se le entregaron 1000 aranzadas de
olivar e higueral y 5 aranzadas de pan; el monarca además dio además la galera en
perfectas condiciones y el comitre se comprometía a hacer las reparaciones que
fueran necesarias y a sustituirla por otra nueva cada 7 años; los beneficios obtenidos
en el mar (botín) se repartirían entre el monarca y los marinos.
5. Procedencia de los repobladores
Los repobladores procedían en su mayoría de Castilla y en menor medida de
León, Asturias y Galicia donde el número de campesinos libres era menor; el número
de aragoneses fue igualmente reducido, pero abundaron los catalanes que
participaron en la conquista como ballesteros y los que se instalaron en Sevilla como
artesanos y mercaderes, profesiones que ejercían también francos, italianos y judíos.
Frente a la dispersión jurídica representada por los fueros de las poblaciones
de origen, en las nuevas zonas los monarcas implantaron el fuero de Toledo (el de
Cuenca fue adoptado en Úbeda y en Baeza) del que fueron eximidos alguno grupos
por el carácter especial de las funciones que realizaban o por su origen: mercaderes
francos, genoveses y catalanes, marineros, miembros de la alta nobleza, clérigos,
judíos y musulmanes.
En Murcia, Alfonso X completó la repoblación inicial dirigida por Jaime I,
aunque con criterios diferentes; mientras el rey aragonés llevó a cabo un reparto de
carácter señorial al otorgar grandes extensiones de tierra de regadío a un grupo
reducido de caballeros a los que estarían sometidas las masas de menestrales y de
musulmanes, Alfonso X quería evitar la excesiva fuerza de los nobles y crear un gran
concejo que, junto con Sevilla, representara y defendiera los intereses del rey en las
nuevas tierras.
Los nobles y órdenes militares recibieron grandes extensiones de tierra en las
zonas próximas a la frontera granadina, donde la población era escasa; en estas
comarcas la economía fue preponderantemente ganadera y la población se agrupó
alrededor de las fortalezas.
El interés del monarca por crear un gran municipio en Murcia (la ciudad recibió
el fuero de Sevilla) se observa en la minuciosidad con que se valoraron y repartieron
las casas y la huerta; la importancia de los bienes concedidos dependía de la
categoría social de los beneficiarios, entre los que Juan Torres Fontes distingue 7
grupos: uno, el de “los cortesanos, familia real y altos personajes...” que recibieron
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donadíos, y tres grupos de peones y de caballeros denominados “mayores, medianos
y menores”, a los que se concedieron tierras cuya extensión oscilaba entre las 12
alfabas recibidas por los caballeros mayores y 1,6 alfaba dada a los peones menores.
Aunque los donadíos tuvieron a veces gran extensión, la experiencia sevillana
sirvió a Alfonso X para ordenar que en ningún caso se concediera la tierra en bloque
sino en lotes separados entre sí y sin posibilidad de unirlos mediante compras,
permutas o donaciones expresamente prohibidas porque el rey si los pobladores
“pudiesen... comprar y vender... podrían venir algunos hombres con grandes haberes y
comprarían muchos heredamientos y quedaría poca gente en la ciudad”.
6. Conclusión
Como hemos podido comprobar a lo largo de este artículo, las labores de
reconquista y repoblación del sur peninsular en detrimento del vecino musulmán,
fueron dos procesos que se convirtieron en objetivos principales para los monarcas
cristianos del norte. Primero Fernando III el Santo, y posteriormente, su hijo, Alfonso X
El Sabio, marcaron durante el siglo XIII la ruta a seguir para la conquista de los reinos
musulmanes del sur peninsular. Entraba de este modo, en la zona andaluza, el
Cristianismo, de la mano de unos monarcas muy superiores a sus enemigos sureños.
7. Bibliografía
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TORRES FONTES, J. (2004). Instituciones y sociedad en la frontera murcianogranadina. Murcia.
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