El diálogo de la fe con la cultura y las ciencias, un aporte a la paz

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EL DIÁLOGO DE LA FE CON LA CULTURA Y LAS CIENCIAS, UN APORTE A LA PAZ
Kreti Sanhueza, SSpS
PREÁMBULO
Quiero expresar mi alegría, en primer lugar, por este IV Encuentro Teológico Pastoral que
hace parte de un plan de reflexión – como su mismo nombre lo indica: teológico – pastoral –
promovido por la Conferencia Episcopal de Chile, y que en esta oportunidad le ha correspondido
apoyar la Universidad Católica del Maule, especialmente la Facultad de Ciencias Filosóficas y
Religiosas, de la cual participo como académico. No sólo es bueno, sino que es importante que
los agentes pastorales junto a los teólogos conversemos sobre temas que nos interesan y nos
motivan a continuar con la labor evangelizadora de la Iglesia chilena.
En segundo lugar, quiero agradecer la oportunidad que me dan de participar de este IV
Encuentro, compartiendo con ustedes algo de mi reflexión teológica.
1. INTRODUCCIÓN
De acuerdo a lo que me fue solicitado, quiero llamar a mi exposición: El diálogo de la fe
con la cultura y las ciencias, un aporte a la paz.
Hoy día, donde cada vez somos más conscientes de la diversidad de nuestra convivencia
social, estamos desafiados a tomar una actitud de acercamiento al otro, en tanto distinto y digno
de ser tomado en cuenta para conversar.
Es por esto que el desarrollo del asunto en cuetión pondrá el énfasis en el diálogo, sin
desconocer que, a través de la historia, el desarrollo de las ciencias no estuvo siempre de la mano
con el pensar de la fe.
En cuanto al título enunciado, quiero comenzar diciendo que voy a tratar el tema desde
una mirada teológico fundamental; es decir, expondré el tema desde algunos principios teológicos
generales que posibilitan reconocer que es posible llevar a cabo un diálogo entre fe y ciencias.
Al final, quisiera llamar la atención, brevemente, sobre cómo el diálogo de la fe y las
ciencias puede ser un aporte a la paz.
2. LO QUE ENTENDEMOS POR FE, CULTURA Y CIENCIAS
Antes de comenzar a hablar de diálogo, veo necesario tener presente algo de la
‘identidad’, por decirlo así, de las partes que entran a dialogar; puesto que un diálogo sólo es
posible cuando los involucrados no sólo saben de qué quieren conversar, sino también están
conscientes del lugar desde el cual conversan. Por eso, me parece válido poner nuestra atención,
previamente, en los interlocutores que dialogan, o sea, en cada una de las áreas del conocimiento
humano que, para el caso de nuestro tema, conversan.
Entonces, vamos decir algunas palabras sobre cada uno de los elementos antropológicoteológico que entran en diálogo.
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1!
FE
Vamos comenzar recordando en que consiste nuestra fe.
Como ya sabemos, la síntesis de los contenidos de nuestra fe lo encontramos en la
confesión de nuestra fe, valga la redundancia; esto es, el Credo. Esta confesión expone, por
decirlo así, los aspectos centrales de lo que creemos: afirmamos que creemos en un Dios trinitario
y que esta fe la vivimos como comunidad creyente, en la Iglesia.
En vista del tema que nos ocupa, quisiera tener presente, principalmente, el punto de
partida de la fe cristiana que es la “revelación de Dios”. Nuestra confesión afirma que Dios es el
Creador de todo y entendemos que Dios se revela por propia iniciativa cuya. Esa revelación por
iniciativa propia la reconocemos por la creación. Dios crea todo cuanto existe y crea de la nada.
Dios, además de crear, conversa el universo por medio de su Palabra (Jn 1,3) y por medio de la
creación hace visible el testimonio permanente de sí (cf. DV, nº3).
Pero Dios no sólo se revela por medio de las cosas creadas, sino que también se revela
cuando se comunica con el ser humano y “le manifiesta el misterio de su voluntad” (cf. DV, nº2).
La plenitud de la revelación de Dios, como la plenitud de su autocomunicación con el hombre,
está dada de manera plena en la persona de Jesucristo. Por tanto, Dios ha dotado al ser humano de
la posibilidad de no sólo encontrarse directamente con Él, sino de encontrarlo, a su vez, por
medio de las cosas creadas.
Asimismo, en la revelación que Dios hace de sí mismo, da a conocer su plan de salvación
(cf. Ef 1,3-4), tanto para con el ser humano como para con la creación (cf. Rom 8,18s.), la cual
consiste en participar de los bienes divinos que superan la inteligencia humana (cf. DV, nº6).
Ahora bien, ¿cómo recibe el ser humano todo eso que Dios le revela y le manifiesta?
La persona humana recibe y acoge la revelación de Dios por medio de la fe. La fe es la
respuesta del hombre y de la mujer a Dios; es un sí a Dios.
La fe, en cuanto posibilidad de comunicación con Dios, es don y es acto humano, a la vez.
La fe es don, porque es Dios quien pone en el ser humano la capacidad de no sólo buscar a Dios,
sino también de entrar en un diálogo con Él, de estar en su compañía. Es Dios quien, por medio
de la acción del Espíritu Santo, dota a la persona humana de la capacidad para responderle,
intuirlo y percibirlo en su vida personal como en la realidad y en la naturaleza. En cuanto acto
humano, la fe es una respuesta a Dios que se da en el mundo y a través del mundo. No es una
decisión arbitraria1. Debido a nuestra constitución finita, mundana e histórica, nos relacionamos
con Dios a partir de lo que somos y del modo como nos relacionamos con todo lo creado. Es un sí
a Dios con la propia inteligencia y la voluntad.
CULTURA
Seguimos con la cultura. La Iglesia entiende por cultura todo aquello por medio de lo cual
la persona humana afina y desarrolla sus cualidades espirituales y corporales.
La cultura la genera el ser humano, cuando conquista la naturaleza a través del ejercicio
de su razonamiento, del desarrollo de su conocimiento y de la realización de su trabajo. En la
generación de la cultura, el ser humano despliega toda su capacidad co-creador, la que
entendemos no sólo dada, sino también confirmada por Dios al momento de crear al hombre y a
la mujer (cf. Gn 1,26-28).
Además, por medio de la cultura, la persona humana difunde el progreso de las
costumbres y de las instituciones que hacen factible la permanencia de su desarrollo en el tiempo.
Así, a medida que la cultura alcanza mayor despliegue, favorece un mayor desarrollo de
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Cf. Walter Kasper. Introducción a la fe. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1976, p. 37.
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humanidad en la vida personal y social de las personas. Por tanto, es intrínseco a la persona
humana querer y mejorar el nivel verdadero y pleno de su humanidad por medio de la cultura (cf.
GS, nº 53).
En ese sentido, la cultura es el modo cómo el ser humano pone en práctica su relación con
las demás personas y con la naturaleza. Ella – la cultura – es la expresión de que el hombre y la
mujer no sólo aprehende todo lo existente, sino también aprende a ‘saber’ del preexistente.
CIENCIAS
Dicho lo anterior, no está más decir que las ciencias hacen parte de la cultura. A medida
que la cultura alcanza mayor progreso, nace en su seno el desarrollo de las ciencias. Pero
queremos mirarlas, un poco, en sí mismas.
¿Qué vamos entender por ciencias y cómo las mira la Iglesia?
Las ciencias son una forma de desarrollo del conocimiento humano. Y como
conocimiento humano, tienen una doble dirección: por una parte, son el ‘resultado’ de la puesta
en ejercicio del conocimiento humano, puesto que es la persona humana quien las genera; por
otra parte, las ciencias ayudan al ser humano a ‘entrenar’ su conocimiento, no sin la ayuda de la
técnica.
Si bien es cierto, desde que existe la persona humana hay cultura y hay ciencias2,
podemos decir que es el siglo XX cuando más claramente la humanidad ha hablado y ejercido las
ciencias3.
Ello considerado, llamamos ciencias, en sentido general, al conjunto de conocimientos
que el ser humano a obtenido por medio de la observación y del razonamiento frente a lo que le
rodea. En ese sentido, son objeto de las ciencias la persona humana y la naturaleza.
Teniendo en cuenta que en la modernidad cobraron mayor realce las ciencias exactas,
podemos decir que, particularmente, las ciencias empíricas buscan conocer el por qué las cosas se
dan como se dan; entender por qué los hechos se dan de una determinada manera.
Asimismo, las ciencias, primero las naturales y luego las del espíritu4, adquirieron su
status científico en la medida en que se especializaron y se alejaron de la filosofía que las
englobaba. Así, las ciencias se fueron diferenciando y luego afianzando, en la medida en que se
crearon, cada una en un determinado campo del saber, instrumentos cada vez más precisos de
medición y manipulación; es decir, en la medida en que se sujetaron a la medición empírica5.
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2
Se podría decir que las ciencias son “una prueba tangible de la ansiedad del ‘homo sapiens’ por entender el mundo
físico que lo rodea y por construir modelos que, aunque sea en forma aproximada, quizás grosera, les permiten
predecir al menos algunas de las características del mundo en que vive. En tal aspecto es donde el hombre ejerce con
esfuerzo su capacidad de razonar”. Cf. Patricio A.A. Laura. Ciencia y fe. Bahía Blanca: Fundación Banco
Almafuerte, 1987, p. 21.
3
Uno de las grandes “navegaciones” del pensamiento occidental que se produjeron en la época Moderna fue el
prescindir de la fundamentación teocéntrico-antropológica. “Poco a poco fue configurándose [en la modernidad] la
posibilidad objetiva de una explicación racional del universo sin Dios, como sistema real autónomo eterno y
autosuficiente. Fue creciendo una nueva antropología humanista sin Dios que llevó al ateísmo y al agnosticismo
modernos”. Cf. Javier Monserrat. Hacia el Nuevo Concilio. El paradigma de la modernidad en la Era de la Ciencia.
Madrid: San Pablo, 2010, p. 17.
4
Fue Dilthey quien ideó la denominación “ciencias del espíritu” para designar a las ciencias humanas, tales como: la
política, la sociología, la antropología, la historia, etc.
5
Cf. Juan Luis Segundo. ¿Qué mundo? ¿Qué hombre? ¿Qué Dios? Santander: Editorial Sal Terrae, 1993, p. 16.
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3!
3. DIÁLOGO ENTRE FE Y CIENCIAS
Un primer aspecto a resalta es el del “diálogo”. Desde la perspectiva teológica, el diálogo
pertenece al corazón de la Escritura, como indica el P. Francisco en Lumen Fidei, nº29. El
diálogo es el modo de comunicarse de Dios. En el AT Yahvé dialoga con Abraham, con Moisés,
ya antes con Adán y Eva, con los profetas, con María en el momento de la enunciación. Y en el
NT Jesucristo dialoga con sus interlocutores, cuando éstos lo buscan o se le acercan.
En ese sentido, si el diálogo es el modo de Dios de entrar en relación con la humanidad,
no puede no ser el modo de la fe cristiana y de la Iglesia de comunicarse con la sociedad y su
expresión creadora de cultura y de ciencias.
Una segunda cosa a decir, es que el diálogo sólo es posible cuando ambas las partes se
disponen de llevarlo a cabo. Ello implica que ambas partes se disponen a colocar en común sus
búsquedas, su sentido de la verdad y juntos procuran una avenencia, o sea, quieren alcanzar la
unidad de la verdad.
Respecto de este ‘sentarse juntos a la mesa’ de la fe y las ciencias, cabe recordar que hay
un momento eclesial explícito donde la Iglesia se dispuso de promover el diálogo de la fe con las
ciencias, y fue el concilio Vaticano II. En la Constitución Gaudium Spes, nº54 señala: que “las
circunstancias de vida del hombre moderno en el aspecto social y cultural han cambiado
profundamente… por ello, nuevos caminos se han abierto para perfeccionar la cultura y darle
mayor expansión. Caminos que han sido preparados por el ingente progreso de las ciencias
naturales y de las humanas, incluidas las sociales; por el desarrollo de la técnica…”.
Actualmente el P. Francisco, al igual como lo hicieran los anteriores papas Juan Pablo II y
Benedicto XVI, en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium, llama a realizar el anuncio del
evangelio también a las cultura y a las ciencias. En el nº 132 expresa: “El anuncio [del
evangelio] a la cultura implica también un anuncio a las culturas profesionales, científicas y
académicas. Se trata del encuentro entre la fe, la razón y las ciencias, que procura desarrollar
un nuevo discurso de la credibilidad… que ayude a crear las disposiciones para que el
Evangelio sea escuchado por todos”.
De lo que el Papa dice quisiera resaltar dos aspectos: a) el encuentro entre la fe, la razón y
las ciencias, y b) crear las disposiciones, para que se escuche el evangelio.
Entonces, ¿cómo puede el diálogo entre la fe y las ciencias favorecer el encuentro y
posibilitar la disposición para escuchar el evangelio?
En vista de esta solicitud de crear diálogo, quisiera indicar algunos elementos que, a mi
juicio, pueden posibilitarlo.
Quiero comenzar por los aspectos que yo llamo de ‘comunes’. A mi modo de ver, un
primer aspecto es que tanto la fe como las ciencias saben y aceptan que el deseo de conocer y
entender las cosas es algo intrínseco a la persona humana (cf. Fides et Ratio, nº3). Preguntar
sobre el por qué de esto o aquello es una disposición inherente a la razón humana. Un segundo
aspecto, que tanto la fe como las ciencias buscan la verdad. En el caso de la fe, la verdad dice
relación con la verdad de Dios. La verdad de Dios, si recordamos, se fundamenta en la
comprensión que Dios es el Creador de todo cuanto existe. Así, en la búsqueda de la verdad la fe
postula a Dios como el principio y el apriori de toda verdad posterior que el hombre pueda
explicitar. La verdad de las ciencias sigue una intuición y busca la explicación lógica y
verificable de un fenómeno determinado, por tanto que refiere a una verdad categorial, esto es, a
una verdad que está ahí y que ha sido puesta por otro en la existencia de las cosas y en el
acontecer de los fenómenos. Un tercer aspecto común es que tanto la fe como las ciencias
consideran, para su desarrollo, el ejercicio de la razón – la fe no sólo de la razón, pero tampoco
sin ella -. En el caso de las ciencias, el uso de la razón está al servicio de conseguir un
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4!
conocimiento empíricamente verificable de la naturaleza. Para la fe, la razón le posibilita alcanzar
la comprensión de las experiencias de Dios que el ser humano hace una vez que ha escuchado la
Palabra que Éste le dirige. La experiencia creyente se da por el auditio fidei junto al intellectus
fidei.
Quisiera ahora indicar algunos rasgos que, a mi juicio, posibilitan la combinación de
ambas áreas del conocimiento humano.
Uno primero, el rasgo de la co-existencia. Tanto la fe como las ciencias tienen coexistencia en la persona humana. En el hombre y mujer conviven las preguntas sobre sí mismo,
su entorno y toda la realidad, como también los interrogantes acerca de Dios. De ahí que en la
aceptación de la co-existencia se da la posibilidad de que ambos discursos, el de las ciencias
como el de la fe, que lo realiza la teología, hablan acerca del misterio como un componente real
del mundo. Cuando las ciencias reconocen que el universo contiene incógnitas que ellas no
pueden despejar por sus propios medios, se da espacio para el hablar de la fe. Ahí donde las
ciencias se encuentran con los límites, surge el momento para un hablar de la fe. La fe favorece
en el ser humano, y en él a las ciencias, la conexión de sus interrogantes sobre el origen y fin de
las cosas con su búsqueda y fe en Dios. Ahí donde las ciencias terminan con su observación y
razonamiento, surge un lugar para que la fe desarrolle la tarea de pensar y responder a los
interrogantes sobre el “de dónde” y el “adonde”, del “por qué” y el “para qué” de todo cuanto
existe. Esto es, la razón de la fe cristiana se preocupa de reflexionar sobre los interrogantes acerca
de lo último y su relación con el absoluto que es Dios.
Otro rasgo es el de la complementariedad. Si se acepta que ambos conocimientos son
coexistentes, se da lugar también a su complementariedad. En relación a lo último, decimos que
tanto la fe como las ciencias comparten intereses. A ambos les importa la persona humana, el
mundo o el universo y la realidad social. Sin embargo, cada uno se aproxima de ellos de una
manera propia. A las ciencias les pertenece el entendimiento de esas realidades por medio de una
física, de cálculos, de leyes y de mecanismos funcionales. A la fe le corresponde una
cosmovisión, una reflexión sobre el ser, una metafísica. Asimismo, las ciencias se ocupan de lo
de fuera, de lo externo, de los alrededores, en otras palabras, de la forma de la cosa existente. La
fe, por su parte, se ocupa del núcleo de la realidad. Como decíamos antes, del por qué y para qué
de algo. Por lo que ninguno puede decirle al otro: tu no tienes sentido ni significado que aportar a
la comprensión de lo existente.
Además, la fe y las ciencias se complementan en la comprensión del ser humano y del
universo. Las ciencias permiten entender cómo se articulan los diferentes elementos de la
naturaleza; cómo funcionan, cómo hacen procesos de crecimiento y de degradación, y por tanto,
posibilitan reconocer los límites y aceptar la finitud. La fe, por su parte, posibilita entender que el
hombre y el mundo poseen un sentido que se inicia en el tiempo y en el espacio, pero que va más
allá de la existencia simplemente material. La fe hace surgir el mundo de sentido de todo lo
existente. Por lo demás, las ciencias propician entender cómo se nace y cómo se muere, y la fe
favorece entender que el ser humano y su entorno no fueron creados sólo para nacer y morir, sino
que tienen en sí mismo al esperanza de algo pleno duradero, eterno.
Siguiendo ese sentido, las ciencias atienden al modo particular de la existencia y las
conexiones que se dan entre los diferentes formas de vida. La fe, por su parte, invita a poner la
atención sobre el sentido de la humanidad y de la creación. Lleva a mirar la totalidad. Pero por
sobre todo, la fe expresa y afirma que el sentido está dado y fundado, en la persona humana y en
el universo, previamente; previo a nuestros proyectos particulares de sentido, está dado y fundado
en Dios.
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Un siguiente rasgo a considerar es el aporte que ambos conocimientos hacen a la
búsqueda de la verdad. Las ciencias, de una parte, permiten conocer mejor la realidad de “lo
creado”; hacen posible conocer los fenómenos y las cosas con un mayor grado de certeza.
Propician responder a las necesidades de la persona humana como de la humanidad. Favorecen el
mejoramiento de la calidad de vida de las personas y posibilitan llevar a cabo un mejor uso de los
bienes de la naturaleza –muy importante hoy en día -. La fe, de otra parte, favorece el conocerse
la persona y, en ellas y desde ella, buscar y conocer a su Creador. Por la fe conoce el ser humano
la realidad y la absoluta gratuidad de todo lo creado, de lo que le está dado por Otro. Por la fe
conocemos la iniciativa divina de crear y de salvar. Creer es aceptar ser criatura y ser salvados,
aceptar que tenemos límites y que somos imperfectos, y que nuestra existencia tiene su garantía
en Dios.
Por lo demás, la pregunta por la verdad es una cuestión de memoria profunda, puesto que
tal preguntar se dirige a algo que nos precede y puede conseguir unirnos al Alguien que está más
allá de nuestro yo pequeño y limitado (cf. LF, nº25).
Por último, la verdad de la fe, unida al amor, no es ajena al mundo material. La fe ilumina
el conocimiento de la materia, confía en su ordenamiento, como lo muestran las ciencias, y sabe
que en ella –la materia – se abre un camino de armonía y de comprensión cada vez más amplios,
como señala el P. Francisco. Así, la mirada de las ciencias se beneficia de la mirada de la fe. La
fe invita a los científicos a estar abiertos a la realidad, en toda su riqueza inagotable. Aún más, la
fe motiva el sentido crítico del conocimiento, ya que no permite que la investigación de las
ciencias se limiten al saber alcanzado por sus fórmulas; por el contrario, ayuda a que se den
cuenta que la naturaleza no está reducida a su modo de existencia. Por tanto, lo que hace la fe es
despertar al ser humano y maravillarse ante el misterio de la creación; propicia el ensanchamiento
de los horizontes de la razón, para que se ilumine mejor el mundo que se presenta ante el estudio
de las ciencias (cf. LF, nº34). Así, la admiración remite al Creador.
4. UN APORTE A LA PAZ
Al finalizar mi exposición, quisiera decir algunas palabras sobre porqué el diálogo entre la
fe y las ciencias son un aporte a la paz.
Primero que todo, es bueno tener presente que la paz no es simplemente ausencia de
guerra, o de pelea de estudios, o de pelea de resultados de investigaciones, o de cosmovisiones.
La paz, en este nuestro tema de análisis, es fruto del acuerdo de un orden que se obtiene por el
complemento de conocimientos alcanzados en las diferentes áreas del saber humano: la fe y las
ciencias.
En ese sentido, el diálogo de la fe con las ciencias son un aporte a la paz cuando logran
encontrarse, compartir inquietudes, compartir respuesta e interrogantes. Son un aporte a la paz
cuando aceptan existir en unidad y ayudar junta en el progreso y crecimiento humano y social.
Como dice la GS, nº78, la paz en la tierra se logra cuando se asegura el bien de las personas y la
comunicación espontánea entre los hombres de sus riquezas de orden intelectual y espiritual.
Sólo entonces se podrá decir que están dadas las condiciones para que, acontecido el
encuentro entre la fe y las ciencias, el Evangelio pueda se escuchado y acogido por todos.
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