el tercer acto

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EL TERCER ACTO
Novela
Lo primero que el arte obliga al narrar la intimidad de una
historia verídica, es el cambio de los nombres de las
personas a que se refiere. Así, pues, siguiendo costumbre tan
discreta como inevitable, llamaremos a la famosa actriz de la
presente, Dora Prieto, y al aplaudido autor, Ferran de
Montagut. Quedan pues los dos confirmados desde este
momento.
Dora Prieto, era y es refinadamente coqueta: Pero de una
coquetería sutil, disimulada, escondida como las lilas y, por
ende, más grave y peligrosa que otras más extensible. Decir
que nomás que nació coqueta es quedarse corto, ya que
antes de nacer coqueteó con su madre coqueta también, y la
engaño dos o tres veces cuando iba a dar luz. Era una niña
voluntariosa y terca, y solo se calmaba de sus rabietas, y
pataleos infantiles, cuando le ponían delante un espejo y se
veía
la
cara.
Como
por
encanto,
la
fierecilla
cedía
mansamente, reprimía sus pucheros, se bebía las lagrimas y
sonreía complacida y satisfecha ante el terso cristal que
copiaba exacto el agraciado y diminuto rostro, sus grandes
ojos verdes, abrillantados entonces por el llanto, y que ella
misma se enmarañaba con sus torpes manitas sus cabellos
rubios por encontrarse así más preciosa. Y reía, reía de
satisfacción y de agradecimiento inconsciente... Creció, fue
mujer y se hizo actriz. Se contaba en los mentideros teatrales,
que en un hondo desengaño de la escena, la burla de un
hombre falaz la empujo a la hospitalaria y acogedora vida de
ser inocente de la escena y que desde esta desgarradura de
su alma su innata coquetería dejó de ser inocente y ligera, y
llevaba en su entraña como cierta malicia más bien diría
malignidad para hacer padecer mucho más a sus víctimas,
que hay por desgracia no fueron pocas. Gerona ha sentido
siempre un gran afán, una curiosidad insaciable por conocer
los nombres de los pretendientes, novios o amantes de sus
actrices predilectas. Con Dora Prieto, vivían los aficionados a
tales indiscretas averiguaciones confusos y desorientados.
Ferran de Montagut era un poquito vanidoso. Vamos a
disculparle. Tenía buena figura, era simpático y ocurrente...
Y se hallaba en la corta, pero sabrosa, luna de miel de sus
triunfos teatrales, Le fueron suficientes dos o tres comedias
felices para que la crítica lo encumbrara, sin juicio ni medida,
los cómicos lo adulasen burdamente y los empresarios se lo
disputaran de día y de noche.
El nene viene pegando. ¡Vaya grano le ha salido a!...
¿Cuándo estrenare yo un papelito de estos que manda el
médico?
Este teatro es suyo: Desde el vestíbulo al telón del foro. Si
no le gusta a usted la compañía, se cambia. ¡Venga ya una
comedia!
A lo que pudiéramos llamar triunfo artístico se unía, como
consecuencia,
el
triunfo
social.
Invitaciones
a
fiestas
brillantes: Obsequios caros a su hermana, con quien vivía, y
esta chocha con él: Cartas de mujeres pidiéndole autógrafos
o fotos firmadas por supuesto: Aventuras fáciles y sabrosas:
Dinero, éxitos aplausos... Estaba disculpado su engreimiento.
¿Verdad? Era mucho incienso y demasiado gratamente
oloroso y embriagador, para que no turbase una cabeza de
treinta años.
Ella, joven también, mimada y favorecida; él, en sus
primeros vuelos felices: Volando los dos en el mismo pedazo
de cielo, por el que pasaban escasas nubes, parecía lógico
que se encontrasen.
“La senda inevitable del choque”...
**************
El camerino teatro de Dora Prieto fue por entonces punto de
cita de los que pudiéramos llamar, hombres de moda. El
médico ilustre, el abogado, el Señor juez, el torero que
cortaba orejas, el artista siempre festejado, el aventurero
advenedizo, y un largo etcétera de gentes ilustres, el clásico
hombre pudiente.
Para todos tenía
la Prieto sonrisas, halagos, mimos y
zalamerías, sin que pudiera jactarse ninguno de ellos de una
predilección marcada y definida. Cuando alguno se ausentaba
de la tertulia del camerino durante varias noches, al regresar
a él, Roser lo recibía invariablemente con una frase que no
era como muletilla sacramental.
¡Tunante! ¡Más que tunante! ¡Un año sin aparecer por aquí!
El afortunado mortal sonreía envanecido y explicaba
galantemente los imperiosos motivos de su larga ausencia,
que a la gentil comedianta se le había antojado de un año,
cuando en realidad se trataba de un mes. Cierta escritora de
muy buen genio, llamaba a los adoradores de Dora el coro de
“tunantes”.
Ferran de Montagut asomaba también algunas noches por
allí, y las quejas y los cariñosos reproches de la actriz insigne
era, ante él, sin duda mucho más exageradas que con otro
cualquiera del inocente coro.
¡Tunante! ¡Tunante! ¡Ya apareció el perdido!.. ¿Qué?
¿Ha dado usted la vuelta al mundo? ¡Hay que ver! Que caro
se vende el niño predilecto del público.
Se disculpaba Ferran de Montagut por cortesía, pero en
verdad, sin hallar en su defensa razones convincentes. Era un
buen amigo de las reuniones de Dora, y a varios les
estrechaba la mano afectuosamente; pero había entre todos
ellos un tal Jaime que las malas lenguas le llamaban Don
Euro ya que disponía de mucha plata y muchas de las veces
insultaba con sus alhajas, sus puros Habanos y sus autos;
hombre además gordo, tripudo y bastante burdo que
insultaba sin ton ni son enseñando al reírse un verdadero
muestrario de dientes de oro, el torero decía que este hombre
“almorzaba” relojes y el cual a nuestro autor lo ponía
nervioso y lo desazonaba en extremo. Nunca había sentido
Ferran por aquella digamos peregrina mujer, por la dueña del
camerino, nada que pudiera convertirse en grata inclinación
amorosa: Admiración por su belleza singular, de su talento y
de su elegancia, sí; pero ahí se detenían sus sentimientos y
también sus pensamientos. Sin embargo, cada vez que en el
teatro se encontraba al hombre gordo, montado en oro,
solamente la idea de que tal hipopótamo se imaginase en su
fuero interno, ofuscado y engreído por sus viles riquezas, que
algún día pudiera ser el amante de Dora Prieto, le sofocara y
sublevaba, haciéndole sudar de rabia. Le daba fiebre. ¿Y eso
porqué?
Una tarde en que fue Ferran a ver desde las butacas el
ensayo de la comedia de un compañero, pasó en un entreacto
al camerino de Dora para saludarla y felicitarla. Allí,
repantingado en un butacón estaba el gordo, paseando de
uno al otro extremo de su boca un enorme puro Habano que
era como una enorme banderilla que pretendía deslumbrar
también con su gran alfiler de corbata de oro macizo en forma
de herradura con brillantes incrustados, sus sortijas enormes
también de oro y enormes gemelos en los puños de sus
salidas mangas de camisa, parecía un escaparate de una
joyería. Ferran, al verlo, se puso pálido. Pero ¿por qué?
Mientras oía la voz de Dora que le decía. Oiga usted, Ferran:
¿Hay en la puerta de mi camerino algún pozo encubierto, en
el que teme usted caerse?
(Se dijo para sus interiores) No a la puerta de su camerino
hay como una especie de imán: Un imán que me atrae... Un
imán... Que atrae... Pero sin fuerzas para sujetar, por lo visto.
(Luego susurró en voz alta)
¡Hola! ¿Ha leído usted a Fernando Mujal?
No: He visto su retrato y no lo leo. ¿Es que he coincidido
con él? Pues, a pesar de eso, no lo leo. Los filósofos tristes,
dicen toda clase de pestes de nosotras.
Y continuó diciéndole Ferran, este afirma que son ustedes
gatitas o pájaros.
¿Y no les llama a los hombres tigres?.. ¿O chuchos?
No... ¡Que, yo sepa! Del hombre dice que es un río turbio.
Eso ya esta bien. ¡Habrá que leer a Fernando Mujal!
Mientras Jaime atronaba el camerino con sus enormes
risotadas. Cada una de ellas le producía al escritor un
estremecimiento molecular.
¿Qué le va pareciendo a usted la comedia?
Bien: De momento muy bien, Tiene garra, fuerza, interés,
gracia... Usted Dora va a obtener un gran triunfo.
¿Yo? Y cogiéndole entre ambas manos y acariciándoselas
y mirándole de una manera muy dulce, extraño, nuevo:
Adormeciendo los bellos ojos, hasta casi cerrarlos, velando
las verdes y luminosas pupilas le dijo así:
Yo no conseguiré un gran triunfo hasta que estrene una
comedia suya.
¡Ahí! ¡Ahí!.. Exclamó el gordo Jaime, envuelto en aspírales
de humo. ¡Duro, Dora, duro con él!
¡Que fantasma! Pensó Ferran. No sospechas tu que una
comedia mía es capaz de carbonizar en cosa de unos
segundos todas tus joyas y brillantes, tío gordo.
Lo odiaba. ¡Vamos a suponer que aquel bruto grasiento
pudiese!.. ¡Y se imaginaba la boca gorda, sensual e insolente
del millonario rozado los labios finos y húmedos de Dora.
Mientras temblaba de cólera.
*******************
Ciertamente nadie entendía cómo Ferran de Montagut no
había tomado ya la pluma con entusiasmo para escribir una
comedia a Dora Prieto, que pisaba la cumbre de oro de la
popularidad y la simpatía. Dora deseaba ardientemente esa
comedia: Soñaba con ella: Le hacía falta. ¡Un papel como
Ferran sabía escribirlos! Una de aquellas figuras de mujer, a
la vez felinas, en cuya escritura eran diestras las plumas de
Ferran. ¡En qué pensaba
aquel presumido! El coro de admiradores no lo entendía
tampoco, y muchas noches era aquel tema, comidilla obligada
en las conversaciones, sin ton ni son.
-Dicen que yo soy coqueta, comentaba Dora, pero ¡vaya que
él!..
En una cena que se dio días después de la escena descrita
en honor y gloria de un actor eminente, “cayeron” juntos
¿quién sabe por qué intencionada o misteriosa mano? En la
mesa presidencial Dora y Ferran. La cena, claro es, fue igual a
muchos, vaciado en los mismos resobados moldes de tantos
otros. Se comenzó a cenar muy tarde, protestaron de los
platos de los vinos los que en sus casas comen y beben
bastante peor que en los banquetes, se habló durante la cena
de esto y de aquello, el ministro pronunció una palabras,
ofreciendo su más ardiente y entusiasta protección al teatro;
y cuando recién terminaba el brillante discurso le llamaron
con urgencia al teléfono porque había crisis. ¡Que lastima!
Después usaron de la palabra otros comensales repetitivos, y
tras de varios brindis en verso y en prosa y varios fogonazos
de flases, y de aplausos sin fin, la fiesta acabó. Abrazos
apretones de manos, carmín y fuego en las mejillas, ambiente
cordial y efusivo, bicarbonato, y algún que otro cubierto
extraviado... ¡Y hasta otra!
Pero este agasajo tan vulgar, tan parecido a todos, fue muy
distinto y singular para nuestros héroes, que se divirtieron
grandemente, ya que, el calor de las charlas irreflexivas
durante el saboreo gustoso de los diferentes manjares y de
las
picantes
instigaciones
del
“Champaña”
(Cava),
estrecharon dichosamente sus relaciones, hasta aquel día un
tanto recelosas y desconfiadas. Se tutearon. ¡Ya supo la
misteriosa mano que les colocó! Jaime, veía desde el extremo
de la mesa las risas y el “flirteo”, y escamado e inquieto,
sembraba de migas de pan sus alrededores. ¡OH! Si llega ha
haber allí gorriones o palomas, ¡en otro banquete! Hizo
además un consumo de palillos de dientes que desconcertó a
los camareros.
En un instante de ¿sincero? Abandono, Dora le susurro a su
amigo, casi al oído y con un leve temblor en sus palabras. –
Es que tú no sabes lo que yo daría por un papel tuyo... Y él,
con galante audacia, y mirándola fijamente en sus claros ojos,
que a la vez brillaban como el fuego y estaban húmedos,
Ferran le preguntó bajito:
¿Qué darías?
Soltó ella una risa, que es como contestan las mujeres
cuando no quieren contestar.
Y Ferran se aventuró a añadir:
Hablaremos de esto. Casualmente yo... Y ya en la calle,
camino de su casa, aspirando con placer el aire libre,
pensaba:
¿Es que le quiere dar en la cabezota a este “jilipolla”, o es
que me gusta esta mujer? ¡Quizá sean las dos cosas!
Y ella, a la espera de su coche, mientras se retocaba el
rostro encendido, mirándose en el espejito de su bolso, se
decía entre sí.
Encandilado va. ¡Es un tortolito!
El tuteo no fue un escalón más en el afecto de entrambos
amigos, pero si en la confianza y la llaneza para tratarse y
entenderse. Comenzaba a estorbarles el coro de asiduos
amigos que cada noche después de la función acudía al
camerino, con su continuo asedio, con su mosconeo
admirativo y empalagoso: No podían charlar ni un solo
instante
a
solas,
sin
testigos,
sin
interrupciones
intempestivas, sin elogio, se fueron alejando de ellos por
propio impulso, los más avispados denotaban que allí
estorbaban. Si Ferran iba alguna vez al Hotel La Perla, donde
ella vivía ¡siempre también allí encontraba esta clase de
pelmazos que estorbaban! El autor novel que quería precisar
la fecha más conveniente para una lectura: Él critico adicto
que almorzaba, merendaba o cenaba con ella, el actor viejo o
desgraciado
que
necesitaba
protección...Y
mucha
más
gentuza. Si ella le llevaba algún regalito a la hermana de
Ferran a su propia casa, la buena señora “le hacía la visita”
hasta que tomaba la puerta. ¡Que desesperación! Una noche,
entre bastidores, comentando este enojoso suplicio, le dijo de
pronto Ferran a su amiga.
¿Por qué no vienes a mi estudio, una tarde, y merendamos
juntos, y charlamos libremente de lo que nos importa hablar?
¿A tu estudio? A ver, a ver... ¿Qué estudio es ese?
Sin malicia, Dora. Se trata de una cabaña que tengo allá en
las alturas de la “Alta-Garrotxa”, cercano a los Pirineos del
norte de Olot, para aislarme cuando lo necesito, para leer,
para escribir, para trabajar, para huir de las multitudes... Está
situada en este hermoso paraje en un valle, en el bello
entorno de unas montañas rodeada de árboles frutales y de
jardín.
¿Nada más?
Nada más.
Embustero.
Te digo que...
Mentiroso. Voy a escena: Aguarda.
Y al regresar de la escena, cuando Ferran esperaba una
buena ración de bromas y de alusiones intencionadas, se
encontró, que la gran actriz, dando un suspiro graciosísimo,
como persona que se resigna a un sacrificio doloroso, le dijo
de pronto “a baja voz”:
¡Iré a tu estudio! Me interesa en medio de todo... ¡Qué
cosas hace una cómica para conseguir una comedia!
Y fue. Una tarde de invierno, casi al atardecer. La cabaña
era de ensueño, amueblada toda ella con un gusto exquisito,
Tenía dos clases de mobiliario antiguo y moderno, los
antiguos creo que eran patrimonio de sus padres ya
fallecidos y los modernos los había seguro comprado cuando
se instalo en aquella deliciosa y bien arreglada cabaña que le
hacia de casa y de estudio a la vez. Ferran la completó toda
dándole su toque personal, su sello propio. Aquel día tal
persona iba a honrarlo lo hizo limpiar, bruñir y ordenar y lo
acicaló cuanto pudo. En el estudio donde se sentaron, aparte
de una lumbre que estaba encendida con unos enormes
leños, también había dos sofás modernos, una mesilla con su
ordenador y una mesa centro de tapa de cristal, un jarrón
decorado bellísimamente por él y dentro del mismo unas
bellas flores silvestres y fragantes. Apenas entró Dora hundió
con fruición su cara en ellas: Después se asomo, curiosa, a
la cristalera que daba a un balcón y desde él al jardín
colindante, encendido aún por el crepúsculo. La tarde era
rosa celeste por efectos del sol que ya se escondía. Unos
tenues nubes grisáceos sentían detrás el fuego del aquel sol
que ya huía de la tierra y se orlaban de oro, apagándose
lentamente.
Debe de ser muy alegre este estudio dijo Dora, y se hundió
resueltamente en uno de aquellos mullidos sofás, desde
luego mucho más tranquila que él, a quien le daba saltos
locos su corazón Dora, llevaba el guapo subido, sea por el
calórico de la estancia, tenía sus mejillas rosadas: ¡No, iba a
dejarlo para otra ocasión! Iba elegante, airosa. Llevaba un
trajecito sastre, de un gris verdoso, un gorrito que
armonizaba con él y lo completaba, un “renard” al cuello
(pobre animal), medias color plata bajadas de color, más bien
tono plomizo, zapatos blancos con adornos negros... A los
pocos momentos de haberse sentado se soltó el bicho del
cuello, dejando al descubierto una garganta blanca y fina y se
libró una mano del fino guante que con una tenue prisión le
apretaba, dejándolo colgado de la muñeca.
Hablaron afectuosamente. Él se había propuesto estar
comedido y respetuoso y supo dominar su voluntad en todo
momento. ¿De que hablaron? De todo: De arte, de sus vidas,
de las puestas de sol, de las bellas flores silvestres del
bosque, del porvenir que veían tan rosado como fue antes de
esconder el sol aquella tarde. La merienda fue sobria, y
escogida. Unas enormes rebanadas de aquel pan que en las
ciudades no se come, tostadas con gusto por él en la lumbre
aquella, embadurnadas después con tomate de su huerto, que
delicia, un huerto al lado de aquella cabaña, y por encima de
ellas un fino y bien cortado jamón de la tierra de Gerona, ya
que por su frío seco era muy bien curado, regado todo ello
con un fino vino de sus bodegas de su cosecha de una casa
que tenía en el pueblo del Ampurdán Garriguella...
Y ya estaba Dora de pie para despedirse, cuando Ferran, con
amable naturalidad, pronunció estas palabras, que ella,
íntimamente esperaba ansiosa:
Bueno, Dora: Dile a tu empresario que a primero de año
anuncie lectura de una obra mía, hecha a tu medida. Vamos a
recibir el año nuevo con esta novedad.
¿Qué hablas?
Lo repitió el joven solemnemente, y ella, esta vez ruborosa
el semblante por esas palabras no por la lumbre, y con
vanidosa alegría, exclamó:
¡Ferran!
¡Esto
merece
un
premio!
Y
lo
abrazó,
estrechándolo conmovida. Ferran sintió el calor de aquel
cuerpo joven mucho más que él, tibio y perfumado: Le
rozaron en su cara aquellos rizos tembladores... Y perdió la
serenidad. Anhelante buscó los tibios y húmedos labios de
ella, de Dora, la cual lo detuvo sonriendo, y poniéndole
graciosamente la ya enguantada mano en los suyos, y
exclamó:
¡Atrevido!
Y dando media vuelta se montó en un taxi, reclinándose en
su asiento trasero, camino de su hotel, Dora dejó mecer sus
agridulces pensamientos.
“Es como uno de sus pájaros del bosque”. Mucho vale una
comedia tuya, galán, pero ¡pides tanto!.. Cuando yo pesque la
comedia ¡lo que voy a hacerte rabiar, vanidoso!..
Mientras él en su cómodo coche, enfilando a la gran peña,
donde cenaba con unos amigos unos huesos sabrosos de
cerdo a la parrilla en un conocido restaurante como el Campo
de Fútbol de la Caña:
(“Te conozco, gatita. En tu último adiós he visto dos
diablillos sinvergonzones bailando dentro de tus verdes ojos.
Tu quieres conseguir la comedia y luego... Pero ya veras
como no soy tan memo, como cualquiera de tus admiradores
tunantes”)
Llegó al lugar, cenó con su peña de amigos y los invitó a
unas copas de champaña “Cava”. Aún emanaba de su
persona algo del perfume de la gentilísima comediante.
**************
II
Pasaron días, y cumplió lo ofrecido. Leyó la nueva comedia
el día 12 de Enero, porqué era fiesta y no había función de
tarde solo de noche.
Ferran solo leyó dos actos. Y ¡qué lectura! El escenario
estaba lleno de gentes. Y la platea otro tanto. Había un
silencio sepulcral. No hubo un solo actor que se durmiera.
¡Rara cosa!
Subrayaba el concurso con rumores suaves admirativas las
frases más bellas; todas ellas originales, salidas del ingenio,
y con carcajadas escandalosas al final de los actos con vivas
y largas ovaciones. ¿Qué más? Aplaudieron... Hasta los
actores que en ella no tenían papel. Y el segundo galán le dio
a Ferran un fuerte apretón de manos (¡!). Los comentarios
eran calurosos y apasionados.
¡Que obra! ¡Que comedión! ¡Que dos actos! ¡Lo mejor que
ha escrito! ¡Que papel el de Dora! ¡OH! ¡OH! ¡A la medida!
¡Cómo va a estar la chica! ¡Y es obra de taquilla! ¿Ésta? ¡Ya lo
creo! ¡Un río de oro!
El empresario se bañaba en agua de rosas, al menos se lo
imaginaba: Los carrillos le echaban lumbre y entre estrellitas
de colores deletreaba en el espacio como una encantadora
visión “No hay entradas”.
Dora, temblorosa, conmovida de orgullo, con sus ojos
ciegos de lágrimas que los hacían aún más lindos e
interesantes de lo que eran, le apretó las manos al que ya
consideraba su autor.
No podía hablar una palabra.
¿Te gusta?
(Ella su amiga no pudo contestar, se ahogaba en su
llanto)
Y continuó él
Pues... Allí la he escrito
Pues... Se parece a aquella tarde.
Es que tuve “musa” tu sin saberlo eras mi “musa”.
Ferran iba en voladas de unos brazos a otros.
***************
Pasaron los días, y por fin se ensayaban los dos actos con
fe y con entusiasmo creciente. Todos los actores rivalizaban
en el estudio. A los tres días, ni el más desmemoriado
tropezaba. ¡Una gran señal ésta, anunciadora del gran estreno
y del gran triunfo! El estreno iba a ser un acontecimiento.
¡Señalaría una época! ¡Se hablaba hasta de Enrique Borras! Y
esto era lo único que descorazonaba al empresario, porque
decía, que el famoso dramaturgo Catalán tenía “jefatura” para
la taquilla.
Pero, ¡ay! ¡Que no hay dicha completa en este bajo mundo!
No sabemos nada en otro más alto: Pero en éste, no. ¿Habría
tercer acto? El tercer acto... No llegaba. Se había acaso
torcido el carro triunfal. Pasó una semana, y otra. Y otra.
Ferran no aparecía por el teatro ni por ninguna parte. ¡Era,
como si se lo hubiera tragado la tierra! ¿Estaría acaso
enfermo? No, no: Es que no ve demasiado bien el desenlace.
Y cada crítico brindaba una solución a su gusto. Hubo
conferencias
telefónicas,
cartas
apremiantes,
quejas
y
súplicas de todo orden... Se suspendieron los ensayos. ¿Para
que ensayar estos dos actos que ya se saben de memoria?
Las comedias se pasan si se ensayan mucho.
Dora sufría un mal estado de ánimo, muy cerca de un
desquiciamiento moral y nervioso. ¿Adivinaba en su amigo,
en su autor, como una burla cruel y refinada, quizá castigo
anticipado de la jugarreta que la gran coqueta le preparaba en
sus
adentros?
Y
su
astucia
femenina
se
revolvía,
apoderándose de su ser un despecho frenético que se
revelaba en taconeos y en riñas constantes y hasta en gritos
y saltos. Se hablaba en el teatro ya de preparar otra comedia,
otro estreno, porque la Empresa no estaba decidida a perder
más dinero esperando el último acto que no terminaba de
venir. ¡Santo cielo! ¿Renunciar? ¡Dora al estreno de aquella
obra! Que se enojase él, y herido en su desaforado amor
propio se vengase llevándosela... Quien sé yo, que desde el
día del gran éxito de la lectura hablaba sola de Montserrat, de
solo envidia de su afortunada rival.
¡OH, no! ¡No! ¡Eso no! Primero...
El coro de “tunantes” ponía como los propios trapos al
informal autorcillo.
Jaime, decía:
Los intelectuales no tienen ni pizca de formalidad. Y sin
formalidad no puede darse un paso en la vida, ni jamás se
llega a ninguna parte.
El empresario desahogaba su coraje dando puñetazos
terribles en la mesa de su despacho la pobre no tenía culpa
alguna: Temblaban los papeles, saltaban los bolígrafos, se
rompían un montón de cosas... En la segunda semana de
espera, gimió: Mugió en las siguientes, y cuando llevaba ya
mes y medio aguardando el último acto que al cabo podía
resultarle de Enrique Borras, y hacerle perder los ojos de su
cara en el negocio, los gemidos y los mugidos llegaron a ser
rugidos de espanto. Una mañana se levantó jurando y
perjurando que a él no le tomaba el pelo ni el más osado, y se
plantó en casa del malhadado escritorzuelo. Una vez allí le
pidió a la hermana donde estaba el escritor desaparecido, ella
le dijo que no sabía; pero mientras charlaban de donde podía
estar ese entro por la puerta del piso de su hermana y se
encontró
con
ese
señor
empresario
que
le
pidió
explicaciones: Le expuso su situación desesperada, su
descrédito, su ruina, y suplicó y lloró. Ferran, muy sereno,
como si la cosa no fuera con él, replicó, mirándose las uñas.
Todo eso es así: Pero yo no sé trabajar deprisa.
¿Cómo deprisa, si hace ya mas de dos meses que nos leyó
usted los dos primeros actos de la obra? ¡Deprisa dice!..
¡Vamos, que deprisa!..
Bueno, pues si no deprisa, no sé trabajar con la angustiosa
presión de que se me espera. ¡Así, no doy una!
Contesta el empresario. ¡ Si es que llevo perdidos unos
cuantos miles de Euros! ¡El buñuelo que tengo en el cartel no
da ni unos pocos céntimos!
Monte usted otro.
¿Otro buñuelo? ¿Ahora? ¡Vamos hombre!.. ¡Antes cierro el
teatro!
Haga lo que usted quiera. Yo, dentro de unos días me voy
de viaje, a los montes de Capadocia, para buscar aún más
tranquilidad de la que tengo, y a ver si allí... En el lugar que
voy... Encuentro esa más soledad que necesito... ¡Es que no
veo bien el desenlace! ¡Nada que no lo veo!
¡Yo, sí!
¡A los montes de la Capadocia!.. ¡Dentro de unos días!...
La gran cascada que llaman “La Cola del Caballo”
cayéndole sobre sus sesos, no le habría producido efecto
peor. Salió de aquel inmenso piso de aquella casa de la
hermana mordiéndose sus labios con estupidez y a la vez
fuerza hasta sangrar. Si se hubiera encontrado con alguien le
hubiera dado dos empujones y una bofetada, por suerte no se
topo con nadie.
Por la noche los puñetazos como siempre en la mesa de su
despacho, oídos desde fuera simulaban un bombardeo.
*****************
¡Aleluya!
Una mañana esplendorosa apareció en un periódico, un
comentario sobre las novedades teatrales, esta breve noticia:
“Ayer tarde ¡por fin! Se leyó en el teatro el último acto de la
comedia de Ferran de Montagut, que tanto que hablar dio en
estos últimos meses. Cuantos asistieron a su lectura se
hacen lenguas de él: De su encanto, de su interés, de su
maestría... Y del gran acierto final. Dora Prieto, sobre todos,
empieza y no acaba ponderando la pasión, la gracia, la belleza
y lo más inesperado del desenlace, lleno de luz y de
optimismo.
Asegura
la
encantadora
actriz
que
es
absolutamente de su gusto: Aún más de lo que ella soñaba.
El estreno será próximamente.
Este estreno previsto jamás nunca tuvo lugar, la repentina
muerte de la apreciada Dora Prieto, enmarañó todos aquellos
corazones que tanto en vida la llegaron a amar, algunos muy
próximos a ella, otros desde muy lejos, lloraron su apreciable
perdida en un silencio interior, entre estos últimos se
encontraba el excelente escritor teatral que hizo su obra para
ella Ferran de Montagut
Y en los corrillos teatrales, y entre cajas, entre bastidores
y en los salones de los cafés, y en las peñas teatrales, y en
las casas burguesas se murmuraba... Se decía... En voz muy
tenue y baja Dora Prieto a muerto. No pudo estrenar aquel
último acto, que se escribió para ella.
*********
Ferran de Montagut y Dora Prieto ¡actriz!
En aquellos años en que se le escribió ese tercer acto y que
nunca pudo estrenar por haber fallecido repentinamente.
La fotografía del escritor Ferran de Montagut es la que
aparecía años después detrás de sus novelas y que nunca
cambió se le olvidó ese detalle.
Habían pasado ya muchos años del retiro después de la
inesperada muerte de la actriz Dora Prieto, en que Ferran de
Montagut después de haberle escrito aquella obra para ella,
también estaba enamorado y en su estudio solitario de la
montaña, empezó a escribir otros temas se paso a la novela
para olvidar y al pasar de los años el envejeció pero sus
escritos novelescos no durante ese largo tiempo de nuevas
obras y que se vendían como churros empezó a recibir cartas
de una extraña mujer desconocida, que asiduamente o muy
de vez en cuando el representante suyo le traía al estudio
junto con las noticias del mundo; ya que en aquel rincón de
mundo solitario el escritor apenado por su mala suerte en los
amores, mal comía de alguna verdura que el mismo de un
huerto dentro de su finca cuidaba y de algún vecino algo
lejano que de muy de vez en cuando le traía algunos huevos
de sus gallinas y algo de pollo que el le pagaba con el dinero
obtenido de la venta de sus novelas y que iba recibiendo a
medida de que su representante le iba introduciendo en las
Editoriales y así entre uno y otro en las librerías para su venta
y el recibía los derechos que vendía o las comisiones de esas
ventas
*********************
Y así tontamente como aquel que no hace nada se fue
enamorando de unas simples letras que venían dentro de un
sobre
cerrado
con
aquel
reconocible
olorcillo
que
desprendían sus sobres con aquella preciosa letra femenina.
¡Ah! Se dijo Ferran de Montagut:
Ah ¡una carta de ella! Encima de un montón de sobres, y
noticias del mundo que el representante a su estudio de la
montaña le llevaba, él a la primera ojeada supo reconocer la
bella y altiva escritura, los caracteres quiméricos imprevistos
de la escritura de ella.
De todo esto, ya hacía unos años, que había recibido la
primera y al igual ahora, entre muchas más, mi mirada fue
atraída, guiada hasta el misterio de aquellos trazados ligeros,
de esa alma de las cartas que habían volado hasta mi
persona, con aquella suerte de un extraño sortilegio, que
hasta y todo parecía desprenderse del pálido negro violeta de
su tinta.
Después de este rápido examen, un intrigado sospesar, una
ligera ojeada que es corriente con los hombres delante de la
incógnita de un sobre cerrado y mucho más siendo este de
una mujer; las mujeres por naturaleza los abren bruscamente
ya que por naturaleza son mucho más curiosas y menos
desconfiadas, Ferran de Montagut se sintió conquistado por
la sencillez, la inquietud digna y franca del sentimiento que
llegó a él.
Sus obras eran leídas, y seguidas, desde largos tiempos;
sus artículos y sus libros eran esperados, deseados, porqué
en ellos se adivinaba siempre un alma de cualidad;
significaban, sino ideas casi iguales, y por lo menos
compenetradas <Algunos otros escritores ella le decía
pueden
remplazar
ha
aquellos
admirables
consejos
espirituales, que en el siglo XII conducían y manejaban tan
felizmente el espíritu de la época, el espíritu de las mujeres.
Su misma sutileza los convertía en afortunados casuísticos,
eran hábiles conocedores del carácter humano: Cosa que
ayudaba a comprender los infinitos y delicados matices de la
variable siempre mentalidad femenina,>
Ferran encontró la página. La palabra mentalidad le había
chocado por su “pedantería” pero al final de la carta tenía una
gracia tan juvenil, que sonrió desarmado.
Y con gran sorpresa suya, algunos días más tarde, y sin
querer, había contestado a las iniciales indicadas: M-LL la
desconocida, discretamente, después de haberse hecho
esperar un poco, ella agradeció, sorprendida y al mismo
tiempo feliz.
Hacía ya unos años que esta correspondencia continuaba.
Puede que en sus comienzos fuera un poco “literaria”; y no
podría asegurarse que Ferran no sacara copia alguna, de
aquellas cartas antes de expedirla, con la económica y
cómoda idea de utilizarlas en alguna novela que estuviera
escribiendo toda solita; pero muy pronto cedió el encanto
impersonal y descartando, de M-LL; y aquella “copia”
desinteresada en un principio por él, se convirtió en la mas
preciosa cosa en medio de la gran labor.
Algunas veces, ella hacia mención de sus cuentos o de sus
libros, indicándole con pluma ligera lo que más le gustaba de
ellos o lo que le desagradaba, exponiéndole sus razones con
exactitud casi exacta; así se convertía en una especie de voz
popular, la voz del público, sin rostro, sin nombre;
personificaba el vago razonamiento, la critica sensación por
la cual el autor advierte, si su obra ha gustado o no. Otras
veces, le hablaba de ella misma, le pedía algún consejo,
esperaba alguna buena opinión. En este caso ponía su alma
desnuda. Una alma muy complicada y a la vez sencilla, hecha
de más de sensaciones que de razonamientos, curiosa y
distraída practica y sentimental, sometida voluntariamente a
analizarse y contarse con aquella suerte de fatalidad intelecta
que es tan común en las mujeres.
“Es como una burguesa desocupada, a quien le falta un
confesor”, se dijo para si el psicólogo.
Nada sabía él de la desconocida, ni de su apariencia física;
solamente aquella frase hipócrita dicha un día: ¡Yo que no
soy muy fea, según dicen! Ferran sabía que también era
soltera; pero con un hijo: Nacido quizá de un amor de
juventud. Pero a pesar de ello... La imaginaba, pues llevando
una existencia casta, pura, limpia, sin vicios de ninguna clase,
llevando regularmente una casa ordenada y muy limpia y bien
encerada; y a parte de su hijo ya algo mayorcito, y con algún
perro o gato en su vera; y me gustaba irla creando con mis
sueños.
Ferran de Montagut revolvió con sus dedos el paquete de
cartas encima del suave asiento del coche que él conducía,
sobres amarillos con direcciones, azules, con elegantes
escritos, arrugadas cubiertas de suscripciones mal hechas;
sin abrirlos, sabía reconocerlos; ofertas, tentativas de
aventuras, injurias anónimas… Pero como de costumbre los
abrió haciéndoles una rápida ojeada. Una sola le interesaba;
la buscaba a medida de que la montaña de cartas disminuía,
encontrando un placer en su debilitada impaciencia por leerla.
Su coche pasaba por debajo de unos árboles de una bonita y
sombreada avenida, era la l avenida del Santa Coloma de la
ciudad de Olot, aquella enorme verdor hacía que las plazas y
calles de su alrededor fueran ardientes y calientes; ya que el
sol del verano era horrible; al encontrase allí debajo de la
frescor de los altos árboles Ferran; respirando y mirando al
cielo, casi tapado por sus espesas hojas de los árboles,
árboles que por encima de ellos bien soleados iluminados por
aquel sol aún caliente que provenía del espacio cielo, paro su
coche debajo de aquella buena y agradecida sombra de aquel
bello paseo y respirando profundamente, y aspirando aquel
delicioso aire de la comarca de la “GARROTXA” quedó lleno
de felicidad…
Y leyó:
< Si he comprendido tu último libro y su triste título> LA
VIGILIA DE LA FELICIDAD. Yo se que todos, o casi todos,
creemos que nos encontramos en la vigilia de la felicidad, de
la cual no esperamos el mañana… Puede que felices por
haber salvado al menos un poco de ilusión. Creo, sobretodo
después de haber leído sus últimas cartas, que esa novela ha
sido escrita un poco para nosotros, o puede que nuestra del
todo, eso me hace sentir orgullosa y me levanta delante de
mis propios ojos, porqué significo ser algo, por poco que sea,
en la obra de usted,
Quisiera hacerle una pregunta: Si Barón de Montagut,
hubiese encontrado a Consuelo antes de su boda, en vez de
conocerla dos años después, ¿cree usted que sus vidas no
hubieran cambiado? ¿Cree usted que no hubieran podido
coger esta “mañana” de la felicidad, fuese de su alcance,
según usted? Hay alguien más del que usted imagina, una
dualidad de situaciones entre los personajes de su novela y
nosotros mismos, personajes de la vida. Ahora es aquel
momento de tomar una decisión irrevocable, quería al fin
descorrer el velo a través del cual nos estamos carteando
desde hace y muchos y muchos años… ¿Lo desea ya también
usted? Pues me pareció leer este deseo por mediación de las
líneas de las letras de sus últimas cartas.
¡Dios mío! ¿Cómo enfocar las normas de aquel encuentro?
Es imprescindible que sea terriblemente difícil, ya que usted
ni tan solo me conoce de vista. ¡En fin!... ¿Quiere usted estar
a las ocho de la tarde, enfrente del bar de la estación de la
ciudad de Gerona? El día 11 de Marzo martes, Yo llevaré en
mi mano un libro suyo que en la parte trasera del mismo hay
una foto suya y me pondré un vestido azul. Usted… Usted no
es necesario que se coloque ningún distintivo, ya que lo
conozco por las fotografías de sus libros; pero de todas
maneras le pido que lleve su último libro en su mano, para
que al menos nuestros comunes libros se saluden.
¿Cuento que acepte usted amigo mío esta cita?
****************
Y llegó el día señalado para esta entrevista.
Ferran de Montagut se vestía despacio, muy despacio.
Cepillando sus largos cabellos delante del espejo, mientras
analizaba su rostro envejecido, y cansado por el trabajo de
tanto pensar; su cara arrugada a fuerza de desengaños,
endurecida por las luchas, y hasta descubrió una arruga
amarga y desencantada de sus labios. También vio detrás de
él en el espejo como un fantasma, el fantasma de Dora Prieto
que aparecía y se desvanecía en el recuerdo de su imagen,
aquel rostro vivo, fresco de ardiente expresión de antes.
Pensaba por coquetería o por descuido, que
no se había
hecho fotografiar, durante muchos y muchos años; las fotos
que de él se publicaban, eran al menos de unos diez años
atrás.
¡Si ella no me ha visto más que en fotografía, creo que haré
bien en coger mi último libro!
Ferran buscú su último libro, lo alzó entre sus dedos. De
dentro de él algunos pétalos de rosa cayeron.
Ferran miró al suelo, mirando aquellos pétalos; y dejó
encima la mesa el libro de donde habían caído sonriendo.
Es mejor la prudencia se dijo para sus adentros. Es mejor
que permanezca en el anonimato.
Salió de casa; el aire era suave y luminoso, como si los
últimos rayos de sol optaran por no esconderse en el
horizonte; se dirigió al garaje sacó su coche y enfiló carretera
hacia la ciudad de Gerona, llegó a ella después de hacer unos
treinta kilómetros, aparcó en un lugar que le pareció idóneo,
no muy lejos de la estación, cerro su coche y empezó ha
andar despacio, llovía, a pesar del ruido de los coches
hicieran al pisar el asfalto mojado y los gritos de los demás
viandantes, el silencio supremo de la noche comenzó a
predominar, en las sombras que poco a poco iban cayendo
lentamente; los troncos se doblaban al peso del sueño de los
pájaros. Pero las sombras se iban iluminando al paso las
mujeres vestidas de colores claros y se ensombrecían al paso
de los hombres vestidos de tonos oscuros.
dibujo por Ferran de Montagut, hecho para esa novela.
Dentro de poco, puede que ¡ellos! Formarían también una de
aquellas felices parejas, dando el brazo de su dulce y
desconocida amiga, estremeciéndose con tan solo el roce de
las mangas de los vestidos. Y, ¿porque? ¿Cómo en las
novelas, no podía terminar todo allí con una boda? ¿Acaso no
era libre? Casi era rico. Mientras se iba acercando a la
estación de la ciudad de Gerona su paso se hizo más lento y
corto.
Ferran percibió sobre la blancura de la estación la ligera y
amorosa vigilancia de una mujer bonita que aguardaba
vibrante y atenta. El resplandor de las luces de las farolas que
se terminaban de encender, una nube de cabellos largos, y
rubios y dorados lo va deslumbrar y después de esto cuando
ya veía, vio dos ojos verdes de maravilla que brillaban casi
delante de él.
¡Dios mío! ¡Que bonita es!
¡Dios mío! ¡Que bonita es!
Pero alguien traspaso de pronto el negro ángulo y ando
hacia la luz.
Ferran de Montagut vio a la desconocida, estremeciéndose
y avanzando impulsivamente… Un brusco encuentro, casi
bien un tropiezo, un momento de excitación. Ella murmuró:
Perdone, señor… Me he equivocado…
¡Me ha confundido!… Se dijo Ferran de Montagut.
Por unos momentos permaneció en las sombras, sintiendo
la felicidad al alcance de su mano, por segunda vez un mundo
nuevo de alegría y de amor ofrecido, la posibilidad de
empezar de nuevo… Con la punta de sus dedos, mandó un
beso a la desconocida:
Y se dijo: Vale más hacer sufrir ha una desilusión que
decepcionarla.
Ferran dio la vuelta y se marcho, hasta que se perdió allá
en las sombras de la noche…
Desde aquel día ya no volvió a recibir más cartas de ella, y si
las recibía a medida que iban llegando las iba rompiendo y
tirando a la papelera, continuó su retiro en su estudio solitario
escribiendo más novelas y con el tiempo escribió sus
memorias, las cuales tuvieron un éxito impresionante, pero él
nunca llegó a verlo, pues con esa última... Una noche al
acostarse en su cama ya no se despertó jamás.
Fin.
***************
Autor: Ferran de Montagut, escrito hoy día 7 de Octubre del
2005, en mi estudio del “MAS EL SOL SOLET” en la Comarca
de la “ALTA-GARROTXA” pirineos de (Gerona) Cataluña,
España.
La primera versión esta escrita en lengua Catalana el día 26
de Mayo del 2002, aquí mismo y hoy fue traducida por mi
mismo al castellano, los personajes de la novela son ficticios
no quisiera que nadie se identificara con ellos, jamás ocurrió
solo ha sido una invención salida de mi mente de autor:
deMontagut.
E-Mails:
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etc.
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