EL TERCER ACTO Novela Lo primero que el arte obliga al narrar la intimidad de una historia verídica, es el cambio de los nombres de las personas a que se refiere. Así, pues, siguiendo costumbre tan discreta como inevitable, llamaremos a la famosa actriz de la presente, Dora Prieto, y al aplaudido autor, Ferran de Montagut. Quedan pues los dos confirmados desde este momento. Dora Prieto, era y es refinadamente coqueta: Pero de una coquetería sutil, disimulada, escondida como las lilas y, por ende, más grave y peligrosa que otras más extensible. Decir que nomás que nació coqueta es quedarse corto, ya que antes de nacer coqueteó con su madre coqueta también, y la engaño dos o tres veces cuando iba a dar luz. Era una niña voluntariosa y terca, y solo se calmaba de sus rabietas, y pataleos infantiles, cuando le ponían delante un espejo y se veía la cara. Como por encanto, la fierecilla cedía mansamente, reprimía sus pucheros, se bebía las lagrimas y sonreía complacida y satisfecha ante el terso cristal que copiaba exacto el agraciado y diminuto rostro, sus grandes ojos verdes, abrillantados entonces por el llanto, y que ella misma se enmarañaba con sus torpes manitas sus cabellos rubios por encontrarse así más preciosa. Y reía, reía de satisfacción y de agradecimiento inconsciente... Creció, fue mujer y se hizo actriz. Se contaba en los mentideros teatrales, que en un hondo desengaño de la escena, la burla de un hombre falaz la empujo a la hospitalaria y acogedora vida de ser inocente de la escena y que desde esta desgarradura de su alma su innata coquetería dejó de ser inocente y ligera, y llevaba en su entraña como cierta malicia más bien diría malignidad para hacer padecer mucho más a sus víctimas, que hay por desgracia no fueron pocas. Gerona ha sentido siempre un gran afán, una curiosidad insaciable por conocer los nombres de los pretendientes, novios o amantes de sus actrices predilectas. Con Dora Prieto, vivían los aficionados a tales indiscretas averiguaciones confusos y desorientados. Ferran de Montagut era un poquito vanidoso. Vamos a disculparle. Tenía buena figura, era simpático y ocurrente... Y se hallaba en la corta, pero sabrosa, luna de miel de sus triunfos teatrales, Le fueron suficientes dos o tres comedias felices para que la crítica lo encumbrara, sin juicio ni medida, los cómicos lo adulasen burdamente y los empresarios se lo disputaran de día y de noche. El nene viene pegando. ¡Vaya grano le ha salido a!... ¿Cuándo estrenare yo un papelito de estos que manda el médico? Este teatro es suyo: Desde el vestíbulo al telón del foro. Si no le gusta a usted la compañía, se cambia. ¡Venga ya una comedia! A lo que pudiéramos llamar triunfo artístico se unía, como consecuencia, el triunfo social. Invitaciones a fiestas brillantes: Obsequios caros a su hermana, con quien vivía, y esta chocha con él: Cartas de mujeres pidiéndole autógrafos o fotos firmadas por supuesto: Aventuras fáciles y sabrosas: Dinero, éxitos aplausos... Estaba disculpado su engreimiento. ¿Verdad? Era mucho incienso y demasiado gratamente oloroso y embriagador, para que no turbase una cabeza de treinta años. Ella, joven también, mimada y favorecida; él, en sus primeros vuelos felices: Volando los dos en el mismo pedazo de cielo, por el que pasaban escasas nubes, parecía lógico que se encontrasen. “La senda inevitable del choque”... ************** El camerino teatro de Dora Prieto fue por entonces punto de cita de los que pudiéramos llamar, hombres de moda. El médico ilustre, el abogado, el Señor juez, el torero que cortaba orejas, el artista siempre festejado, el aventurero advenedizo, y un largo etcétera de gentes ilustres, el clásico hombre pudiente. Para todos tenía la Prieto sonrisas, halagos, mimos y zalamerías, sin que pudiera jactarse ninguno de ellos de una predilección marcada y definida. Cuando alguno se ausentaba de la tertulia del camerino durante varias noches, al regresar a él, Roser lo recibía invariablemente con una frase que no era como muletilla sacramental. ¡Tunante! ¡Más que tunante! ¡Un año sin aparecer por aquí! El afortunado mortal sonreía envanecido y explicaba galantemente los imperiosos motivos de su larga ausencia, que a la gentil comedianta se le había antojado de un año, cuando en realidad se trataba de un mes. Cierta escritora de muy buen genio, llamaba a los adoradores de Dora el coro de “tunantes”. Ferran de Montagut asomaba también algunas noches por allí, y las quejas y los cariñosos reproches de la actriz insigne era, ante él, sin duda mucho más exageradas que con otro cualquiera del inocente coro. ¡Tunante! ¡Tunante! ¡Ya apareció el perdido!.. ¿Qué? ¿Ha dado usted la vuelta al mundo? ¡Hay que ver! Que caro se vende el niño predilecto del público. Se disculpaba Ferran de Montagut por cortesía, pero en verdad, sin hallar en su defensa razones convincentes. Era un buen amigo de las reuniones de Dora, y a varios les estrechaba la mano afectuosamente; pero había entre todos ellos un tal Jaime que las malas lenguas le llamaban Don Euro ya que disponía de mucha plata y muchas de las veces insultaba con sus alhajas, sus puros Habanos y sus autos; hombre además gordo, tripudo y bastante burdo que insultaba sin ton ni son enseñando al reírse un verdadero muestrario de dientes de oro, el torero decía que este hombre “almorzaba” relojes y el cual a nuestro autor lo ponía nervioso y lo desazonaba en extremo. Nunca había sentido Ferran por aquella digamos peregrina mujer, por la dueña del camerino, nada que pudiera convertirse en grata inclinación amorosa: Admiración por su belleza singular, de su talento y de su elegancia, sí; pero ahí se detenían sus sentimientos y también sus pensamientos. Sin embargo, cada vez que en el teatro se encontraba al hombre gordo, montado en oro, solamente la idea de que tal hipopótamo se imaginase en su fuero interno, ofuscado y engreído por sus viles riquezas, que algún día pudiera ser el amante de Dora Prieto, le sofocara y sublevaba, haciéndole sudar de rabia. Le daba fiebre. ¿Y eso porqué? Una tarde en que fue Ferran a ver desde las butacas el ensayo de la comedia de un compañero, pasó en un entreacto al camerino de Dora para saludarla y felicitarla. Allí, repantingado en un butacón estaba el gordo, paseando de uno al otro extremo de su boca un enorme puro Habano que era como una enorme banderilla que pretendía deslumbrar también con su gran alfiler de corbata de oro macizo en forma de herradura con brillantes incrustados, sus sortijas enormes también de oro y enormes gemelos en los puños de sus salidas mangas de camisa, parecía un escaparate de una joyería. Ferran, al verlo, se puso pálido. Pero ¿por qué? Mientras oía la voz de Dora que le decía. Oiga usted, Ferran: ¿Hay en la puerta de mi camerino algún pozo encubierto, en el que teme usted caerse? (Se dijo para sus interiores) No a la puerta de su camerino hay como una especie de imán: Un imán que me atrae... Un imán... Que atrae... Pero sin fuerzas para sujetar, por lo visto. (Luego susurró en voz alta) ¡Hola! ¿Ha leído usted a Fernando Mujal? No: He visto su retrato y no lo leo. ¿Es que he coincidido con él? Pues, a pesar de eso, no lo leo. Los filósofos tristes, dicen toda clase de pestes de nosotras. Y continuó diciéndole Ferran, este afirma que son ustedes gatitas o pájaros. ¿Y no les llama a los hombres tigres?.. ¿O chuchos? No... ¡Que, yo sepa! Del hombre dice que es un río turbio. Eso ya esta bien. ¡Habrá que leer a Fernando Mujal! Mientras Jaime atronaba el camerino con sus enormes risotadas. Cada una de ellas le producía al escritor un estremecimiento molecular. ¿Qué le va pareciendo a usted la comedia? Bien: De momento muy bien, Tiene garra, fuerza, interés, gracia... Usted Dora va a obtener un gran triunfo. ¿Yo? Y cogiéndole entre ambas manos y acariciándoselas y mirándole de una manera muy dulce, extraño, nuevo: Adormeciendo los bellos ojos, hasta casi cerrarlos, velando las verdes y luminosas pupilas le dijo así: Yo no conseguiré un gran triunfo hasta que estrene una comedia suya. ¡Ahí! ¡Ahí!.. Exclamó el gordo Jaime, envuelto en aspírales de humo. ¡Duro, Dora, duro con él! ¡Que fantasma! Pensó Ferran. No sospechas tu que una comedia mía es capaz de carbonizar en cosa de unos segundos todas tus joyas y brillantes, tío gordo. Lo odiaba. ¡Vamos a suponer que aquel bruto grasiento pudiese!.. ¡Y se imaginaba la boca gorda, sensual e insolente del millonario rozado los labios finos y húmedos de Dora. Mientras temblaba de cólera. ******************* Ciertamente nadie entendía cómo Ferran de Montagut no había tomado ya la pluma con entusiasmo para escribir una comedia a Dora Prieto, que pisaba la cumbre de oro de la popularidad y la simpatía. Dora deseaba ardientemente esa comedia: Soñaba con ella: Le hacía falta. ¡Un papel como Ferran sabía escribirlos! Una de aquellas figuras de mujer, a la vez felinas, en cuya escritura eran diestras las plumas de Ferran. ¡En qué pensaba aquel presumido! El coro de admiradores no lo entendía tampoco, y muchas noches era aquel tema, comidilla obligada en las conversaciones, sin ton ni son. -Dicen que yo soy coqueta, comentaba Dora, pero ¡vaya que él!.. En una cena que se dio días después de la escena descrita en honor y gloria de un actor eminente, “cayeron” juntos ¿quién sabe por qué intencionada o misteriosa mano? En la mesa presidencial Dora y Ferran. La cena, claro es, fue igual a muchos, vaciado en los mismos resobados moldes de tantos otros. Se comenzó a cenar muy tarde, protestaron de los platos de los vinos los que en sus casas comen y beben bastante peor que en los banquetes, se habló durante la cena de esto y de aquello, el ministro pronunció una palabras, ofreciendo su más ardiente y entusiasta protección al teatro; y cuando recién terminaba el brillante discurso le llamaron con urgencia al teléfono porque había crisis. ¡Que lastima! Después usaron de la palabra otros comensales repetitivos, y tras de varios brindis en verso y en prosa y varios fogonazos de flases, y de aplausos sin fin, la fiesta acabó. Abrazos apretones de manos, carmín y fuego en las mejillas, ambiente cordial y efusivo, bicarbonato, y algún que otro cubierto extraviado... ¡Y hasta otra! Pero este agasajo tan vulgar, tan parecido a todos, fue muy distinto y singular para nuestros héroes, que se divirtieron grandemente, ya que, el calor de las charlas irreflexivas durante el saboreo gustoso de los diferentes manjares y de las picantes instigaciones del “Champaña” (Cava), estrecharon dichosamente sus relaciones, hasta aquel día un tanto recelosas y desconfiadas. Se tutearon. ¡Ya supo la misteriosa mano que les colocó! Jaime, veía desde el extremo de la mesa las risas y el “flirteo”, y escamado e inquieto, sembraba de migas de pan sus alrededores. ¡OH! Si llega ha haber allí gorriones o palomas, ¡en otro banquete! Hizo además un consumo de palillos de dientes que desconcertó a los camareros. En un instante de ¿sincero? Abandono, Dora le susurro a su amigo, casi al oído y con un leve temblor en sus palabras. – Es que tú no sabes lo que yo daría por un papel tuyo... Y él, con galante audacia, y mirándola fijamente en sus claros ojos, que a la vez brillaban como el fuego y estaban húmedos, Ferran le preguntó bajito: ¿Qué darías? Soltó ella una risa, que es como contestan las mujeres cuando no quieren contestar. Y Ferran se aventuró a añadir: Hablaremos de esto. Casualmente yo... Y ya en la calle, camino de su casa, aspirando con placer el aire libre, pensaba: ¿Es que le quiere dar en la cabezota a este “jilipolla”, o es que me gusta esta mujer? ¡Quizá sean las dos cosas! Y ella, a la espera de su coche, mientras se retocaba el rostro encendido, mirándose en el espejito de su bolso, se decía entre sí. Encandilado va. ¡Es un tortolito! El tuteo no fue un escalón más en el afecto de entrambos amigos, pero si en la confianza y la llaneza para tratarse y entenderse. Comenzaba a estorbarles el coro de asiduos amigos que cada noche después de la función acudía al camerino, con su continuo asedio, con su mosconeo admirativo y empalagoso: No podían charlar ni un solo instante a solas, sin testigos, sin interrupciones intempestivas, sin elogio, se fueron alejando de ellos por propio impulso, los más avispados denotaban que allí estorbaban. Si Ferran iba alguna vez al Hotel La Perla, donde ella vivía ¡siempre también allí encontraba esta clase de pelmazos que estorbaban! El autor novel que quería precisar la fecha más conveniente para una lectura: Él critico adicto que almorzaba, merendaba o cenaba con ella, el actor viejo o desgraciado que necesitaba protección...Y mucha más gentuza. Si ella le llevaba algún regalito a la hermana de Ferran a su propia casa, la buena señora “le hacía la visita” hasta que tomaba la puerta. ¡Que desesperación! Una noche, entre bastidores, comentando este enojoso suplicio, le dijo de pronto Ferran a su amiga. ¿Por qué no vienes a mi estudio, una tarde, y merendamos juntos, y charlamos libremente de lo que nos importa hablar? ¿A tu estudio? A ver, a ver... ¿Qué estudio es ese? Sin malicia, Dora. Se trata de una cabaña que tengo allá en las alturas de la “Alta-Garrotxa”, cercano a los Pirineos del norte de Olot, para aislarme cuando lo necesito, para leer, para escribir, para trabajar, para huir de las multitudes... Está situada en este hermoso paraje en un valle, en el bello entorno de unas montañas rodeada de árboles frutales y de jardín. ¿Nada más? Nada más. Embustero. Te digo que... Mentiroso. Voy a escena: Aguarda. Y al regresar de la escena, cuando Ferran esperaba una buena ración de bromas y de alusiones intencionadas, se encontró, que la gran actriz, dando un suspiro graciosísimo, como persona que se resigna a un sacrificio doloroso, le dijo de pronto “a baja voz”: ¡Iré a tu estudio! Me interesa en medio de todo... ¡Qué cosas hace una cómica para conseguir una comedia! Y fue. Una tarde de invierno, casi al atardecer. La cabaña era de ensueño, amueblada toda ella con un gusto exquisito, Tenía dos clases de mobiliario antiguo y moderno, los antiguos creo que eran patrimonio de sus padres ya fallecidos y los modernos los había seguro comprado cuando se instalo en aquella deliciosa y bien arreglada cabaña que le hacia de casa y de estudio a la vez. Ferran la completó toda dándole su toque personal, su sello propio. Aquel día tal persona iba a honrarlo lo hizo limpiar, bruñir y ordenar y lo acicaló cuanto pudo. En el estudio donde se sentaron, aparte de una lumbre que estaba encendida con unos enormes leños, también había dos sofás modernos, una mesilla con su ordenador y una mesa centro de tapa de cristal, un jarrón decorado bellísimamente por él y dentro del mismo unas bellas flores silvestres y fragantes. Apenas entró Dora hundió con fruición su cara en ellas: Después se asomo, curiosa, a la cristalera que daba a un balcón y desde él al jardín colindante, encendido aún por el crepúsculo. La tarde era rosa celeste por efectos del sol que ya se escondía. Unos tenues nubes grisáceos sentían detrás el fuego del aquel sol que ya huía de la tierra y se orlaban de oro, apagándose lentamente. Debe de ser muy alegre este estudio dijo Dora, y se hundió resueltamente en uno de aquellos mullidos sofás, desde luego mucho más tranquila que él, a quien le daba saltos locos su corazón Dora, llevaba el guapo subido, sea por el calórico de la estancia, tenía sus mejillas rosadas: ¡No, iba a dejarlo para otra ocasión! Iba elegante, airosa. Llevaba un trajecito sastre, de un gris verdoso, un gorrito que armonizaba con él y lo completaba, un “renard” al cuello (pobre animal), medias color plata bajadas de color, más bien tono plomizo, zapatos blancos con adornos negros... A los pocos momentos de haberse sentado se soltó el bicho del cuello, dejando al descubierto una garganta blanca y fina y se libró una mano del fino guante que con una tenue prisión le apretaba, dejándolo colgado de la muñeca. Hablaron afectuosamente. Él se había propuesto estar comedido y respetuoso y supo dominar su voluntad en todo momento. ¿De que hablaron? De todo: De arte, de sus vidas, de las puestas de sol, de las bellas flores silvestres del bosque, del porvenir que veían tan rosado como fue antes de esconder el sol aquella tarde. La merienda fue sobria, y escogida. Unas enormes rebanadas de aquel pan que en las ciudades no se come, tostadas con gusto por él en la lumbre aquella, embadurnadas después con tomate de su huerto, que delicia, un huerto al lado de aquella cabaña, y por encima de ellas un fino y bien cortado jamón de la tierra de Gerona, ya que por su frío seco era muy bien curado, regado todo ello con un fino vino de sus bodegas de su cosecha de una casa que tenía en el pueblo del Ampurdán Garriguella... Y ya estaba Dora de pie para despedirse, cuando Ferran, con amable naturalidad, pronunció estas palabras, que ella, íntimamente esperaba ansiosa: Bueno, Dora: Dile a tu empresario que a primero de año anuncie lectura de una obra mía, hecha a tu medida. Vamos a recibir el año nuevo con esta novedad. ¿Qué hablas? Lo repitió el joven solemnemente, y ella, esta vez ruborosa el semblante por esas palabras no por la lumbre, y con vanidosa alegría, exclamó: ¡Ferran! ¡Esto merece un premio! Y lo abrazó, estrechándolo conmovida. Ferran sintió el calor de aquel cuerpo joven mucho más que él, tibio y perfumado: Le rozaron en su cara aquellos rizos tembladores... Y perdió la serenidad. Anhelante buscó los tibios y húmedos labios de ella, de Dora, la cual lo detuvo sonriendo, y poniéndole graciosamente la ya enguantada mano en los suyos, y exclamó: ¡Atrevido! Y dando media vuelta se montó en un taxi, reclinándose en su asiento trasero, camino de su hotel, Dora dejó mecer sus agridulces pensamientos. “Es como uno de sus pájaros del bosque”. Mucho vale una comedia tuya, galán, pero ¡pides tanto!.. Cuando yo pesque la comedia ¡lo que voy a hacerte rabiar, vanidoso!.. Mientras él en su cómodo coche, enfilando a la gran peña, donde cenaba con unos amigos unos huesos sabrosos de cerdo a la parrilla en un conocido restaurante como el Campo de Fútbol de la Caña: (“Te conozco, gatita. En tu último adiós he visto dos diablillos sinvergonzones bailando dentro de tus verdes ojos. Tu quieres conseguir la comedia y luego... Pero ya veras como no soy tan memo, como cualquiera de tus admiradores tunantes”) Llegó al lugar, cenó con su peña de amigos y los invitó a unas copas de champaña “Cava”. Aún emanaba de su persona algo del perfume de la gentilísima comediante. ************** II Pasaron días, y cumplió lo ofrecido. Leyó la nueva comedia el día 12 de Enero, porqué era fiesta y no había función de tarde solo de noche. Ferran solo leyó dos actos. Y ¡qué lectura! El escenario estaba lleno de gentes. Y la platea otro tanto. Había un silencio sepulcral. No hubo un solo actor que se durmiera. ¡Rara cosa! Subrayaba el concurso con rumores suaves admirativas las frases más bellas; todas ellas originales, salidas del ingenio, y con carcajadas escandalosas al final de los actos con vivas y largas ovaciones. ¿Qué más? Aplaudieron... Hasta los actores que en ella no tenían papel. Y el segundo galán le dio a Ferran un fuerte apretón de manos (¡!). Los comentarios eran calurosos y apasionados. ¡Que obra! ¡Que comedión! ¡Que dos actos! ¡Lo mejor que ha escrito! ¡Que papel el de Dora! ¡OH! ¡OH! ¡A la medida! ¡Cómo va a estar la chica! ¡Y es obra de taquilla! ¿Ésta? ¡Ya lo creo! ¡Un río de oro! El empresario se bañaba en agua de rosas, al menos se lo imaginaba: Los carrillos le echaban lumbre y entre estrellitas de colores deletreaba en el espacio como una encantadora visión “No hay entradas”. Dora, temblorosa, conmovida de orgullo, con sus ojos ciegos de lágrimas que los hacían aún más lindos e interesantes de lo que eran, le apretó las manos al que ya consideraba su autor. No podía hablar una palabra. ¿Te gusta? (Ella su amiga no pudo contestar, se ahogaba en su llanto) Y continuó él Pues... Allí la he escrito Pues... Se parece a aquella tarde. Es que tuve “musa” tu sin saberlo eras mi “musa”. Ferran iba en voladas de unos brazos a otros. *************** Pasaron los días, y por fin se ensayaban los dos actos con fe y con entusiasmo creciente. Todos los actores rivalizaban en el estudio. A los tres días, ni el más desmemoriado tropezaba. ¡Una gran señal ésta, anunciadora del gran estreno y del gran triunfo! El estreno iba a ser un acontecimiento. ¡Señalaría una época! ¡Se hablaba hasta de Enrique Borras! Y esto era lo único que descorazonaba al empresario, porque decía, que el famoso dramaturgo Catalán tenía “jefatura” para la taquilla. Pero, ¡ay! ¡Que no hay dicha completa en este bajo mundo! No sabemos nada en otro más alto: Pero en éste, no. ¿Habría tercer acto? El tercer acto... No llegaba. Se había acaso torcido el carro triunfal. Pasó una semana, y otra. Y otra. Ferran no aparecía por el teatro ni por ninguna parte. ¡Era, como si se lo hubiera tragado la tierra! ¿Estaría acaso enfermo? No, no: Es que no ve demasiado bien el desenlace. Y cada crítico brindaba una solución a su gusto. Hubo conferencias telefónicas, cartas apremiantes, quejas y súplicas de todo orden... Se suspendieron los ensayos. ¿Para que ensayar estos dos actos que ya se saben de memoria? Las comedias se pasan si se ensayan mucho. Dora sufría un mal estado de ánimo, muy cerca de un desquiciamiento moral y nervioso. ¿Adivinaba en su amigo, en su autor, como una burla cruel y refinada, quizá castigo anticipado de la jugarreta que la gran coqueta le preparaba en sus adentros? Y su astucia femenina se revolvía, apoderándose de su ser un despecho frenético que se revelaba en taconeos y en riñas constantes y hasta en gritos y saltos. Se hablaba en el teatro ya de preparar otra comedia, otro estreno, porque la Empresa no estaba decidida a perder más dinero esperando el último acto que no terminaba de venir. ¡Santo cielo! ¿Renunciar? ¡Dora al estreno de aquella obra! Que se enojase él, y herido en su desaforado amor propio se vengase llevándosela... Quien sé yo, que desde el día del gran éxito de la lectura hablaba sola de Montserrat, de solo envidia de su afortunada rival. ¡OH, no! ¡No! ¡Eso no! Primero... El coro de “tunantes” ponía como los propios trapos al informal autorcillo. Jaime, decía: Los intelectuales no tienen ni pizca de formalidad. Y sin formalidad no puede darse un paso en la vida, ni jamás se llega a ninguna parte. El empresario desahogaba su coraje dando puñetazos terribles en la mesa de su despacho la pobre no tenía culpa alguna: Temblaban los papeles, saltaban los bolígrafos, se rompían un montón de cosas... En la segunda semana de espera, gimió: Mugió en las siguientes, y cuando llevaba ya mes y medio aguardando el último acto que al cabo podía resultarle de Enrique Borras, y hacerle perder los ojos de su cara en el negocio, los gemidos y los mugidos llegaron a ser rugidos de espanto. Una mañana se levantó jurando y perjurando que a él no le tomaba el pelo ni el más osado, y se plantó en casa del malhadado escritorzuelo. Una vez allí le pidió a la hermana donde estaba el escritor desaparecido, ella le dijo que no sabía; pero mientras charlaban de donde podía estar ese entro por la puerta del piso de su hermana y se encontró con ese señor empresario que le pidió explicaciones: Le expuso su situación desesperada, su descrédito, su ruina, y suplicó y lloró. Ferran, muy sereno, como si la cosa no fuera con él, replicó, mirándose las uñas. Todo eso es así: Pero yo no sé trabajar deprisa. ¿Cómo deprisa, si hace ya mas de dos meses que nos leyó usted los dos primeros actos de la obra? ¡Deprisa dice!.. ¡Vamos, que deprisa!.. Bueno, pues si no deprisa, no sé trabajar con la angustiosa presión de que se me espera. ¡Así, no doy una! Contesta el empresario. ¡ Si es que llevo perdidos unos cuantos miles de Euros! ¡El buñuelo que tengo en el cartel no da ni unos pocos céntimos! Monte usted otro. ¿Otro buñuelo? ¿Ahora? ¡Vamos hombre!.. ¡Antes cierro el teatro! Haga lo que usted quiera. Yo, dentro de unos días me voy de viaje, a los montes de Capadocia, para buscar aún más tranquilidad de la que tengo, y a ver si allí... En el lugar que voy... Encuentro esa más soledad que necesito... ¡Es que no veo bien el desenlace! ¡Nada que no lo veo! ¡Yo, sí! ¡A los montes de la Capadocia!.. ¡Dentro de unos días!... La gran cascada que llaman “La Cola del Caballo” cayéndole sobre sus sesos, no le habría producido efecto peor. Salió de aquel inmenso piso de aquella casa de la hermana mordiéndose sus labios con estupidez y a la vez fuerza hasta sangrar. Si se hubiera encontrado con alguien le hubiera dado dos empujones y una bofetada, por suerte no se topo con nadie. Por la noche los puñetazos como siempre en la mesa de su despacho, oídos desde fuera simulaban un bombardeo. ***************** ¡Aleluya! Una mañana esplendorosa apareció en un periódico, un comentario sobre las novedades teatrales, esta breve noticia: “Ayer tarde ¡por fin! Se leyó en el teatro el último acto de la comedia de Ferran de Montagut, que tanto que hablar dio en estos últimos meses. Cuantos asistieron a su lectura se hacen lenguas de él: De su encanto, de su interés, de su maestría... Y del gran acierto final. Dora Prieto, sobre todos, empieza y no acaba ponderando la pasión, la gracia, la belleza y lo más inesperado del desenlace, lleno de luz y de optimismo. Asegura la encantadora actriz que es absolutamente de su gusto: Aún más de lo que ella soñaba. El estreno será próximamente. Este estreno previsto jamás nunca tuvo lugar, la repentina muerte de la apreciada Dora Prieto, enmarañó todos aquellos corazones que tanto en vida la llegaron a amar, algunos muy próximos a ella, otros desde muy lejos, lloraron su apreciable perdida en un silencio interior, entre estos últimos se encontraba el excelente escritor teatral que hizo su obra para ella Ferran de Montagut Y en los corrillos teatrales, y entre cajas, entre bastidores y en los salones de los cafés, y en las peñas teatrales, y en las casas burguesas se murmuraba... Se decía... En voz muy tenue y baja Dora Prieto a muerto. No pudo estrenar aquel último acto, que se escribió para ella. ********* Ferran de Montagut y Dora Prieto ¡actriz! En aquellos años en que se le escribió ese tercer acto y que nunca pudo estrenar por haber fallecido repentinamente. La fotografía del escritor Ferran de Montagut es la que aparecía años después detrás de sus novelas y que nunca cambió se le olvidó ese detalle. Habían pasado ya muchos años del retiro después de la inesperada muerte de la actriz Dora Prieto, en que Ferran de Montagut después de haberle escrito aquella obra para ella, también estaba enamorado y en su estudio solitario de la montaña, empezó a escribir otros temas se paso a la novela para olvidar y al pasar de los años el envejeció pero sus escritos novelescos no durante ese largo tiempo de nuevas obras y que se vendían como churros empezó a recibir cartas de una extraña mujer desconocida, que asiduamente o muy de vez en cuando el representante suyo le traía al estudio junto con las noticias del mundo; ya que en aquel rincón de mundo solitario el escritor apenado por su mala suerte en los amores, mal comía de alguna verdura que el mismo de un huerto dentro de su finca cuidaba y de algún vecino algo lejano que de muy de vez en cuando le traía algunos huevos de sus gallinas y algo de pollo que el le pagaba con el dinero obtenido de la venta de sus novelas y que iba recibiendo a medida de que su representante le iba introduciendo en las Editoriales y así entre uno y otro en las librerías para su venta y el recibía los derechos que vendía o las comisiones de esas ventas ********************* Y así tontamente como aquel que no hace nada se fue enamorando de unas simples letras que venían dentro de un sobre cerrado con aquel reconocible olorcillo que desprendían sus sobres con aquella preciosa letra femenina. ¡Ah! Se dijo Ferran de Montagut: Ah ¡una carta de ella! Encima de un montón de sobres, y noticias del mundo que el representante a su estudio de la montaña le llevaba, él a la primera ojeada supo reconocer la bella y altiva escritura, los caracteres quiméricos imprevistos de la escritura de ella. De todo esto, ya hacía unos años, que había recibido la primera y al igual ahora, entre muchas más, mi mirada fue atraída, guiada hasta el misterio de aquellos trazados ligeros, de esa alma de las cartas que habían volado hasta mi persona, con aquella suerte de un extraño sortilegio, que hasta y todo parecía desprenderse del pálido negro violeta de su tinta. Después de este rápido examen, un intrigado sospesar, una ligera ojeada que es corriente con los hombres delante de la incógnita de un sobre cerrado y mucho más siendo este de una mujer; las mujeres por naturaleza los abren bruscamente ya que por naturaleza son mucho más curiosas y menos desconfiadas, Ferran de Montagut se sintió conquistado por la sencillez, la inquietud digna y franca del sentimiento que llegó a él. Sus obras eran leídas, y seguidas, desde largos tiempos; sus artículos y sus libros eran esperados, deseados, porqué en ellos se adivinaba siempre un alma de cualidad; significaban, sino ideas casi iguales, y por lo menos compenetradas <Algunos otros escritores ella le decía pueden remplazar ha aquellos admirables consejos espirituales, que en el siglo XII conducían y manejaban tan felizmente el espíritu de la época, el espíritu de las mujeres. Su misma sutileza los convertía en afortunados casuísticos, eran hábiles conocedores del carácter humano: Cosa que ayudaba a comprender los infinitos y delicados matices de la variable siempre mentalidad femenina,> Ferran encontró la página. La palabra mentalidad le había chocado por su “pedantería” pero al final de la carta tenía una gracia tan juvenil, que sonrió desarmado. Y con gran sorpresa suya, algunos días más tarde, y sin querer, había contestado a las iniciales indicadas: M-LL la desconocida, discretamente, después de haberse hecho esperar un poco, ella agradeció, sorprendida y al mismo tiempo feliz. Hacía ya unos años que esta correspondencia continuaba. Puede que en sus comienzos fuera un poco “literaria”; y no podría asegurarse que Ferran no sacara copia alguna, de aquellas cartas antes de expedirla, con la económica y cómoda idea de utilizarlas en alguna novela que estuviera escribiendo toda solita; pero muy pronto cedió el encanto impersonal y descartando, de M-LL; y aquella “copia” desinteresada en un principio por él, se convirtió en la mas preciosa cosa en medio de la gran labor. Algunas veces, ella hacia mención de sus cuentos o de sus libros, indicándole con pluma ligera lo que más le gustaba de ellos o lo que le desagradaba, exponiéndole sus razones con exactitud casi exacta; así se convertía en una especie de voz popular, la voz del público, sin rostro, sin nombre; personificaba el vago razonamiento, la critica sensación por la cual el autor advierte, si su obra ha gustado o no. Otras veces, le hablaba de ella misma, le pedía algún consejo, esperaba alguna buena opinión. En este caso ponía su alma desnuda. Una alma muy complicada y a la vez sencilla, hecha de más de sensaciones que de razonamientos, curiosa y distraída practica y sentimental, sometida voluntariamente a analizarse y contarse con aquella suerte de fatalidad intelecta que es tan común en las mujeres. “Es como una burguesa desocupada, a quien le falta un confesor”, se dijo para si el psicólogo. Nada sabía él de la desconocida, ni de su apariencia física; solamente aquella frase hipócrita dicha un día: ¡Yo que no soy muy fea, según dicen! Ferran sabía que también era soltera; pero con un hijo: Nacido quizá de un amor de juventud. Pero a pesar de ello... La imaginaba, pues llevando una existencia casta, pura, limpia, sin vicios de ninguna clase, llevando regularmente una casa ordenada y muy limpia y bien encerada; y a parte de su hijo ya algo mayorcito, y con algún perro o gato en su vera; y me gustaba irla creando con mis sueños. Ferran de Montagut revolvió con sus dedos el paquete de cartas encima del suave asiento del coche que él conducía, sobres amarillos con direcciones, azules, con elegantes escritos, arrugadas cubiertas de suscripciones mal hechas; sin abrirlos, sabía reconocerlos; ofertas, tentativas de aventuras, injurias anónimas… Pero como de costumbre los abrió haciéndoles una rápida ojeada. Una sola le interesaba; la buscaba a medida de que la montaña de cartas disminuía, encontrando un placer en su debilitada impaciencia por leerla. Su coche pasaba por debajo de unos árboles de una bonita y sombreada avenida, era la l avenida del Santa Coloma de la ciudad de Olot, aquella enorme verdor hacía que las plazas y calles de su alrededor fueran ardientes y calientes; ya que el sol del verano era horrible; al encontrase allí debajo de la frescor de los altos árboles Ferran; respirando y mirando al cielo, casi tapado por sus espesas hojas de los árboles, árboles que por encima de ellos bien soleados iluminados por aquel sol aún caliente que provenía del espacio cielo, paro su coche debajo de aquella buena y agradecida sombra de aquel bello paseo y respirando profundamente, y aspirando aquel delicioso aire de la comarca de la “GARROTXA” quedó lleno de felicidad… Y leyó: < Si he comprendido tu último libro y su triste título> LA VIGILIA DE LA FELICIDAD. Yo se que todos, o casi todos, creemos que nos encontramos en la vigilia de la felicidad, de la cual no esperamos el mañana… Puede que felices por haber salvado al menos un poco de ilusión. Creo, sobretodo después de haber leído sus últimas cartas, que esa novela ha sido escrita un poco para nosotros, o puede que nuestra del todo, eso me hace sentir orgullosa y me levanta delante de mis propios ojos, porqué significo ser algo, por poco que sea, en la obra de usted, Quisiera hacerle una pregunta: Si Barón de Montagut, hubiese encontrado a Consuelo antes de su boda, en vez de conocerla dos años después, ¿cree usted que sus vidas no hubieran cambiado? ¿Cree usted que no hubieran podido coger esta “mañana” de la felicidad, fuese de su alcance, según usted? Hay alguien más del que usted imagina, una dualidad de situaciones entre los personajes de su novela y nosotros mismos, personajes de la vida. Ahora es aquel momento de tomar una decisión irrevocable, quería al fin descorrer el velo a través del cual nos estamos carteando desde hace y muchos y muchos años… ¿Lo desea ya también usted? Pues me pareció leer este deseo por mediación de las líneas de las letras de sus últimas cartas. ¡Dios mío! ¿Cómo enfocar las normas de aquel encuentro? Es imprescindible que sea terriblemente difícil, ya que usted ni tan solo me conoce de vista. ¡En fin!... ¿Quiere usted estar a las ocho de la tarde, enfrente del bar de la estación de la ciudad de Gerona? El día 11 de Marzo martes, Yo llevaré en mi mano un libro suyo que en la parte trasera del mismo hay una foto suya y me pondré un vestido azul. Usted… Usted no es necesario que se coloque ningún distintivo, ya que lo conozco por las fotografías de sus libros; pero de todas maneras le pido que lleve su último libro en su mano, para que al menos nuestros comunes libros se saluden. ¿Cuento que acepte usted amigo mío esta cita? **************** Y llegó el día señalado para esta entrevista. Ferran de Montagut se vestía despacio, muy despacio. Cepillando sus largos cabellos delante del espejo, mientras analizaba su rostro envejecido, y cansado por el trabajo de tanto pensar; su cara arrugada a fuerza de desengaños, endurecida por las luchas, y hasta descubrió una arruga amarga y desencantada de sus labios. También vio detrás de él en el espejo como un fantasma, el fantasma de Dora Prieto que aparecía y se desvanecía en el recuerdo de su imagen, aquel rostro vivo, fresco de ardiente expresión de antes. Pensaba por coquetería o por descuido, que no se había hecho fotografiar, durante muchos y muchos años; las fotos que de él se publicaban, eran al menos de unos diez años atrás. ¡Si ella no me ha visto más que en fotografía, creo que haré bien en coger mi último libro! Ferran buscú su último libro, lo alzó entre sus dedos. De dentro de él algunos pétalos de rosa cayeron. Ferran miró al suelo, mirando aquellos pétalos; y dejó encima la mesa el libro de donde habían caído sonriendo. Es mejor la prudencia se dijo para sus adentros. Es mejor que permanezca en el anonimato. Salió de casa; el aire era suave y luminoso, como si los últimos rayos de sol optaran por no esconderse en el horizonte; se dirigió al garaje sacó su coche y enfiló carretera hacia la ciudad de Gerona, llegó a ella después de hacer unos treinta kilómetros, aparcó en un lugar que le pareció idóneo, no muy lejos de la estación, cerro su coche y empezó ha andar despacio, llovía, a pesar del ruido de los coches hicieran al pisar el asfalto mojado y los gritos de los demás viandantes, el silencio supremo de la noche comenzó a predominar, en las sombras que poco a poco iban cayendo lentamente; los troncos se doblaban al peso del sueño de los pájaros. Pero las sombras se iban iluminando al paso las mujeres vestidas de colores claros y se ensombrecían al paso de los hombres vestidos de tonos oscuros. dibujo por Ferran de Montagut, hecho para esa novela. Dentro de poco, puede que ¡ellos! Formarían también una de aquellas felices parejas, dando el brazo de su dulce y desconocida amiga, estremeciéndose con tan solo el roce de las mangas de los vestidos. Y, ¿porque? ¿Cómo en las novelas, no podía terminar todo allí con una boda? ¿Acaso no era libre? Casi era rico. Mientras se iba acercando a la estación de la ciudad de Gerona su paso se hizo más lento y corto. Ferran percibió sobre la blancura de la estación la ligera y amorosa vigilancia de una mujer bonita que aguardaba vibrante y atenta. El resplandor de las luces de las farolas que se terminaban de encender, una nube de cabellos largos, y rubios y dorados lo va deslumbrar y después de esto cuando ya veía, vio dos ojos verdes de maravilla que brillaban casi delante de él. ¡Dios mío! ¡Que bonita es! ¡Dios mío! ¡Que bonita es! Pero alguien traspaso de pronto el negro ángulo y ando hacia la luz. Ferran de Montagut vio a la desconocida, estremeciéndose y avanzando impulsivamente… Un brusco encuentro, casi bien un tropiezo, un momento de excitación. Ella murmuró: Perdone, señor… Me he equivocado… ¡Me ha confundido!… Se dijo Ferran de Montagut. Por unos momentos permaneció en las sombras, sintiendo la felicidad al alcance de su mano, por segunda vez un mundo nuevo de alegría y de amor ofrecido, la posibilidad de empezar de nuevo… Con la punta de sus dedos, mandó un beso a la desconocida: Y se dijo: Vale más hacer sufrir ha una desilusión que decepcionarla. Ferran dio la vuelta y se marcho, hasta que se perdió allá en las sombras de la noche… Desde aquel día ya no volvió a recibir más cartas de ella, y si las recibía a medida que iban llegando las iba rompiendo y tirando a la papelera, continuó su retiro en su estudio solitario escribiendo más novelas y con el tiempo escribió sus memorias, las cuales tuvieron un éxito impresionante, pero él nunca llegó a verlo, pues con esa última... Una noche al acostarse en su cama ya no se despertó jamás. Fin. *************** Autor: Ferran de Montagut, escrito hoy día 7 de Octubre del 2005, en mi estudio del “MAS EL SOL SOLET” en la Comarca de la “ALTA-GARROTXA” pirineos de (Gerona) Cataluña, España. La primera versión esta escrita en lengua Catalana el día 26 de Mayo del 2002, aquí mismo y hoy fue traducida por mi mismo al castellano, los personajes de la novela son ficticios no quisiera que nadie se identificara con ellos, jamás ocurrió solo ha sido una invención salida de mi mente de autor: deMontagut. E-Mails: [email protected] [email protected] etc. [email protected]