Limitaciones y búsquedas del cine independiente argentino a partir de Dogma-95 Roberto Forns-Broggi Metropolitan State College of Denver Preparado para presentar en la conferencia-2003 de Latin American Studies Association, Dallas, Texas, 27 - 29 de marzo, 2003 2 1-¿Hablamos de una resistencia a la mecanización de la mirada? No es casual que dentro de la lista oficial del movimiento danés creado por Lars von Trier y Thomas Vinterberg aparezca la película argentina Fuckland, oficialmente la película Dogma #8. En realidad un grupo importante de películas argentinas en los últimos años demuestra la vitalidad de un cine emergente, independiente, con muchas posibilidades de aceptación si no fuera por las limitaciones de distribución y exhibición que afectan al conjunto como propuesta alternativa al cine industrial. Quizás Dogma 95 signifique una feliz resistencia a la mecanización de la mirada por el complejo de los medios audiovisuales. En esto se podría hablar de un paralelo con el cine independiente argentino respecto a la resistencia a la perniciosa industrialización de la visión, a lo que Paul Virilio también llama “industrialización de la no mirada”, fenómeno que no sólo engloba al cine industrial de Hollywood, sino también al complejo de los medios audiovisuales (75) y que consiste en el dominio de las “máquinas de visión” que reproducen un intenso enceguecimiento que va desde la masificación del ilusionismo— pasando por la fabricación en serie del espacio privado-- hasta el descreímiento total de la percepción inmediata y la consecuente deslocalización de la cultura y la historia. Pensar en el movimiento danés es sobre todo una coincidencia en el tiempo y en la actitud de criticar una economía simbólica del cuerpo sofocado por la sociedad. Aquí se trata menos de un señalamiento de disfuncionalidades y más de una recuperación o rescate de la intimidad como espacio clave de la libertad de la mirada. También pueden detectarse defectos técnicos comunes y otras imperfecciones pero que a la larga no ameritan la indiferencia a un fenómeno que más bien debe verse en el terreno de las pasiones humanas y lo que Bill Nichols conceptualiza como “Retórica” en el sentido de ser más un principio que una técnica. La Retórica permite teorizar sobre el cine de maneras contextualizadas y materialistas, todavía capaces de confrontar el trabajo del deseo con el inconsciente, el conflicto con la lucha de clases, y el valor con el intercambio simbólico. Nichols enfatiza en la Retórica su referencia a situaciones existenciales y al hecho de que abandona al sujeto universal (incorpóreo) de la filosofía, al ‘hombre’ universal del idealismo democrático, a favor de sujetos particulares, de culturas específicas, de cuestiones contextualizadas (Nichols, 46). En este sentido, las búsquedas de los jóvenes cineastas argentinos resisten las clasificaciones rígidas y exigen una comprensión más flexible para incluir sus componentes emotivos—y existenciales--dentro de una política de autor, desde lo local y lo particular. Se dispone un juego de resistencia que Pablo Brescia estudia en La ciénaga, la notable opera prima de Lucrecia Martel, y que extiendo al resto del cine independiente argentino: “un juego con la impotencia de la mirada y las posibilidades de ver. Un doble fondo/forma que nos hace tomar distancia y reclama una reflexión sin atenuantes” (153). Este doble fondo/forma es una ruta inaugurada por Martel, dentro de un abanico de distintas formas de resistir esta industrialización de la cultura visual. La ciénaga organiza su narración desde la materialidad del sonido y de los cuerpos de sus personajes para superar el falseamiento de la experiencia en el que la patología de la percepción es una consecuencia del predominio audiovisual a través de ficciones dominantes y otros constructos de control social. En el otro extremo del abanico está la rara cinta de Lisandro Alonso donde se filma un día de la vida cotidiana de un hachero en las afueras de la provincia de La Pampa. Para Diego Lerer La libertad “es cine contemplativo en su más pura expresión, al punto que el director ni siquiera elige 3 subrayar las escenas de una manera excesivamente pictórica ni busca el lirismo a partir de una duración significativa de los planos” (“Generación XXI”, 147). El desplazamiento del falseamiento de la experiencia que este cine produce (Quintín, 117; Lerer, 148) genera una nueva mirada que ha llamado la atención a la crítica internacional (Valens). Estamos ante una resistencia a la mecanización de la mirada a través de una estética de la desaceleración (Gundermann). 2-Entonces, ¿Qué tiene que ver Dogma 95 con el cine independiente argentino? El manifiesto conocido como “Dogma 95” son unos “votos de castidad” que hicieron estos dos directores daneses para llamar la atención de cineastas y espectadores cansados de las fórmulas hegemónicas de ver y hacer cine. Este movimiento representó una reacción cultural a la globalización estadounidense, al mismo tiempo que significó una nueva y exitosa estrategia comercial para producir cine sin los mandatos de las grandes corporaciones (Kelly, 72, 74). Por supuesto las diez reglas hechas entre risas y en 25 minutos hablan de pautas por dónde atacar el problema del artificio de Hollywood: cámara en mano, decorados naturales, luz ambiental, actores no profesionales, sonido directo, eliminación de la música de fondo, no destacar el nombre del director, en fin, reglas que por las confesiones de sus creadores siempre se transgreden pero que de alguna manera hablan de un fervor revitalista por la autenticidad y la independencia en una sociedad sofocante (Combs & Durgnat, 30). Es claro que en el neorrealismo italiano y en la nueva ola francesa también la necesidad económica y la innovación técnica inspiraban un desafío estético (Combs & Durgnat, 28). La tosquedad del estilo Dogma quizás no permita percibir la realidad humana de las historias y los personajes tal como lo querían sus creadores, lo que explica en parte la absorción de este cine por el sistema (por ejemplo, Los idiotas se vio en un canal de cable). Además el estilo llama la atención por sí mismo y desmerece otro tipo de mirada que no sea la que se fija en la calidad de la técnica, la textura descompuesta de la imagen; pero la forma dice del fondo: Dogma 95 quiere hablar de la descomposición social, de la necesidad de la solidaridad, de la desintegración sostenida de las formas sociales y en este punto trasciende el ámbito danés y entra en el terreno de una nueva fenomenología de la ficción que es atractiva por traer de vuelta a las pantallas la angustia generacional y auto-inmoladora de las primeras cintas Dogma—La celebración, Los idiotas, Mifune-- con una perspectiva fresca, reflexiva a través de su descomposición textual (Combs & Durgnat, 32). La colección de entrevistas de Kelly Richard es reveladora, en ella la mayoría de cineastas Dogma y los que no lo son concuerdan más que en las formas, en el intento de búsqueda de alternativas que traigan al público películas de significado sin falsear, que contengan vida humana, con lo cual la discusión en detalle de las reglas del famoso “voto de castidad”conduce a una estéril y aburrida ruta al pensamiento reaccionario y puritano. Me llama la atención que ningún crítico se atreva elaborar con más profundidad la clara conexión con el tipo de cine de Ken Loach, Mike Leigh o John Cassavetes que el movimiento tiene y que se explica mejor en sus raíces izquierdistas y contestatarias. Como cine de primer mundo, su rechazo a las formas burguesas de la clase media danesa no siempre conecta con el tema de la antiglobalización y la mirada escrutadora y resistente a la cultura industrial. Pero su ex profeso método de hacer cine a lo pobre atrae—si es que no impacta--a quienes en Argentina, desde alguna escuela de cine, quieren ser originales y no traicionar su amor 4 por el cine. Dice el documentalista argentino Di Tella de Lars Von Trier que su cinta industrial Contra viento y marea le planteó si sería posible hacer una película sin proyecto, sin industria, sin estructura; y ¿cómo sería?: Y la respuesta fue ésa: con una camarita, y haciendo un dogma en media hora, en chiste. La esencia de las reglas es, básicamente, cómo filmar con una camarita y nada más: sin luces, sin set, con sonido directo... Finalmente, las películas resultaron ser muy interesantes. La Celebración fue además un éxito comercial. Así que me parece que el Dogma generó algo impactante: en todo el mundo y casi todo el mundo sentía que podía hacer una película con una camarita. Eso fue revolucionario (Oliva, s/n). Supongo que en este sentido es fácil percibir el impacto que Dogma 95 tuvo a finales de la década pasada en la escena internacional; de hecho el asunto levantó apasionadas adhesiones, admiraciones y rechazos de quienes hacían cine o querían seguir una ruta más comprometida con la innovación de temáticas y estilos cinematográficos. Y en esa dimensión colectiva debe ubicarse esta ambigua relación entre un modelo ingenioso y exitoso de entrar al mercado del cine y la propia búsqueda de expresión. 3-“Prefiero hacer una película que tenga errores a una película que no tenga sangre”. Adrián Caetano Nuevas maneras de narrar con la cámara en mano y fielmente documentadas no necesariamente significan seguir al pie de la letra las propuestas de Dogma-95 ni limitarse a una técnica rudimentaria y económica, pero demuestran que la influencia del estilo Dogma es una referencia para entender la búsqueda expresiva de un cine independiente que empieza a ganar reconocimiento internacional, con el cual a su vez genera un espacio local interesante y peculiar, si tenemos en cuenta que en décadas pasadas las propuestas alternativas al cine comercial no solían atraer al gran público. Inclusive puede que se ignore al detalle las propuestas del movimiento Dogma 95, pero el desafío de crear dentro de ciertos parámetros genera una actitud creativa. Como señalan los editores de El nuevo cine argentino, Lo que estos nuevos cineastas han conseguido es que esos elementos supuestamente coercitivos, jueguen a favor. En lugar de hacer un cine convencional desde la pobreza de recursos, se prefirió debatir con el cine oficial desde el terreno de la estética. Como la danesa, esta generación nació en el año 95. Pero se trata esta vez de una generación cuyo “dogma” no escrito ha sido generado por la necesidad y la urgencia, no por el aburguesamiento y la rutina (“Introducción”, 10). En vez del prestigio que trae el certificado Dogma y la vanidad que trae la pose vanguardista, hay obras que se basan casi exclusivamente en su propio valor cinematográfico como el largometraje de Adrián Caetano, Bolivia, hecho prácticamente con rollos regalados, una cámara fija, unas pocas locaciones porteñas y actores no profesionales (con excepción de Enrique Liporace). El reconocimiento de los festivales ayuda, pero lo que cuenta realmente es la calidad innovadora de este cine independiente. Caetano en sus diversas películas (cortos, largos independientes o con apoyo corporativo) impone su pasión por el arte de hacer cine y explícitamente se propone una narración 5 minimalista efectiva y fluida, todo un logro si se pone en contexto la obra misma donde también viene a colación una discusión de otros medios audiovisuales como las miniseries y largos que hizo Caetano para la televisión argentina. En Bolivia estamos ante un impulso narrativo no sólo controlado, sino fino, preciso, eficaz, cuyo foco de la mirada se pasea casi inadvertidamente por todos los detalles claves en torno al inmigrante boliviano y el restaurante porteño en el que trabaja. Este dominio de los elementos visuales y discursivos deja a un lado las imperfecciones que provienen de las limitaciones económicas de producción y van formando una reveladora estrategia de espejo. La pantalla se transforma en una especie de espejo subliminal de los prejuicios del propio espectador. Y además el efecto de presenciar esa realidad del bar en muchas de sus aristas cotidianas conlleva a incorporar a la imagen de uno mismo la imagen de la maquinaria social con sus crueldades y sus absurdas reyertas, como un sutil recordatorio de que la ilusión que es el cine puede modificar la mirada hacia el mundo de lo real. Bolivia es la muestra de una sociedad enferma, encerrada en un microclima tan cotidiano que a veces a uno mismo le es embarazoso advertir (Scholz, 53). Lo que sorprende, emociona y deja campo para pensar es la hechura misma, el ritmo y la acumulación de detalles contundentes. Para mí es una de las paradojas del cine, estar en la oscuridad total y al mismo tiempo contagiar una pasión por la mirada que se logra. En ese sentido yo siento que Bolivia es una película que estremece, golpea, pero al mismo tiempo satisface al espectador que busca nuevos modos de mirarse y mirar a su alrededor. Porque en estos tiempos de globalización desaforada el pesimismo deriva de la falta de alternativas a las miradas dirigidas por los poderes vigentes. El espejo de interjecciones racistas y desesperadas busca romper la indiferencia con que se mira la realidad social de nuestra América (Forns-Broggi, 150-151). Pero no supone una posición que deje de mirar al ser humano en su tragedia y experiencia vital concreta. 4-¿Hasta qué punto la influencia de Dogma-95 determina las principales estrategias cinematográficas del cine independiente argentino? Probablemente las limitaciones tanto estéticas como políticas de la primera cinta argentina certificada por el movimiento danés como la película Dogma #8, Fuckland (1999) de José Luis Marqués no auguran una fórmula a seguir. La ausencia de guión, las alusiones obvias a los imaginarios nacionalistas, las condiciones clandestinas del equipo de filmación en la isla inglesa, entre otras singulares características no sólo anuncian una apuesta documentalista sugerente, sino una apuesta arriesgada del director a exponer lo peor del esteriotipo porteño—el argentino que se propone poblar las Malvinas con los hijos que haga con las inglesas isleñas que conquiste—a un choque cultural que no logra cuajar su mensaje político o al menos su crítica al imaginario porteño nacionalista y machista, y al británico, discriminador e imperialista. La cinta sin embargo tiene un valor documental—mostrar la vida cotidiana y el paisaje de la isla británica—que desaprovecha en su absurdo afán de narrar un deseo colectivo argentino y alegorizarlo en la cinta. El resultado no deja de ser divertido, pero no funciona y en ningún caso supone una estrategia a emular—que se confirma en la ausencia de críticas favorables y un mínimo reconocimiento de méritos fílmicos. Las principales estrategias cinematográficas del cine independiente argentino más bien pasan por una heterogeneidad de propuestas que no necesariamente ponen el énfasis en el soporte propagandístico, sino en una 6 relectura de los espacios urbanos—oficiales y periféricos--, en una voluntad de contemporaneidad que se evidencia en la apuesta por narrar el presente de los personajes y de su entorno, en una exploración a fondo en la manera de narrar historias, en una recuperación viva del habla y por una digestión original de las filiaciones o linajes cinematográficos que hace muy difícil su identificación (Wolf, 30-37). Probablemente se trate de una coincidencia de actitud en la que las influencias son mutuas, escondidas, explícitas, diversas—aunque el estilo Dogma 95 esté más canonizado-- y que de ningún modo permiten establecer las procedencias con claridad. El ejemplo notable de esta característica es La ciénaga, que aunque se la vincule con la obra de Leonardo Favio, no permite reconocer ninguna huella de marca ni estilo, con lo cual el cine “adquiere el lugar de espacio de pertenencia y aprendizaje, de espacio de exploración y convivencia” (Wolf, 39). 5-¿Las limitaciones del cine independiente representan una línea agotada del desarrollo del cine en el futuro? Aunque las limitaciones sobre todo de distribución y exhibición no permiten un sostenido crecimiento y una necesaria consolidación, el repertorio mostrado en los años recientes indica más que todo promesas y retos estimulantes. No se puede percibir ninguna fórmula o modelo a seguir, sino más bien exploraciones con diversos resultados, que evidencian el carácter de proceso y su relevancia estética. A veces la misma limitación viene a ser el recurso que potencia el poder de comunicación del cine, como ocurre en Bolivia y especialmente en El asadito, cinta en blanco y negro que su director, Gustavo Postiglione, filmó en 20 horas sin interrupción, casi siguiendo al pie de la letra los postulados de Dogma 95, pero cuyo efecto más bien supera los defectos del cine costumbrista y casi se propone como una antropología de la conversación alrededor de un ritual masculino. Me parece impensable lograr una película tan compleja y fluida con las limitaciones de producción y de tiempo de rodaje, pero ahí está El asadito para sugerir que las posibilidades del cine se encuentran vivas y no residen en el asunto del presupuesto. Otras veces la limitación está en la premisa del guión, como en 76 89 03 donde tres amigos conversan y comparten un deseo insatisfecho a lo largo de tres décadas sin ningún afán alegórico, sino más bien dando pie a un notable retrato de la amistad y de la inercia porteña desde la emoción y el habla local. Flavio Nardini confiesa que “es muy típico argentino lo del chamuyo, en Brasil se habla menos y se coge más, en España se habla menos y se coge más y acá son cuatro horas en un barcito... el primer beso. Es todo un quilombo. Acá el argentino acaba de coger y lo primero que hace es llamar al amigo... somos espantosos” (Tusi y Vila). Pero su película co-dirigida con Cristian Bernard no cae en el estereotipo ni la alegoría colectiva, pues se sostiene como un relato de la memoria de tres amigos, de carne y hueso, con ilusiones que sí podrían calificarse de estereotípicas, pero cuya ternura y amistad hablan de una energía específica y vital que termina confirmando la verdad de la experiencia, aunque haya frustración, racismo, machismo, alienación, desamor. Probablemente Mundo grúa de Pablo Trapero encarne el emblema de esta generación de jóvenes cineastas respecto a la emoción, intimidad recuperada y fuerza de las imágenes como un recurso para resistir la mecanización de la mirada. Este otro notable film coloca su mirada en la temática de la desocupación—en el 2001 en Argentina era del orden del 18.3 %-- “pero desde un ángulo sesgado, más 7 preocupado por las resonancias familiares y emocionales de los personajes que por trabajar desde planteos y soluciones políticas” (Lerer, “Pablo Trapero”, 66). La historia del obrero desocupado Rulo (Luis Margani) no es simple, está llena de resonancias tanto de la vida cotidiana del Gran Buenos Aires, como del complejo fenómeno de conformismo e inercia de la clase trabajadora. Es el hilo narrativo del film lo que va dando emoción a la mirada, en una austera acumulación de contrastes (resignación y optimismo, ternura y patetismo) que Lerer ve que funciona para revelar “una inmensa humanidad que desprenden todos sus personajes” (“Pablo Trapero”, 66). No se trata de construir un personaje que supera la ya mencionada mecanización de la mirada, que mira y escruta a su alrededor y piensa en la adecuada solución a sus problemas. Se trata de construir un sujeto definido por sus afectos, motivada su acción por la búsqueda de éstos. Algo semenjante ocurre con Esperando al Mesías de Daniel Burman; en una de sus historias claves hay un desocupado que se enamora, pero con resultados muy distintos ya que la cinta pretende jugar en la dirección del cine industrial, donde las historias responden más a este juego que al de la impotencia de la mirada y las posibilidades de ver. Burman cae en la dinámica de explicarlo todo, de reforzar las imágenes con explicaciones verbales a veces más cerca del cliché que del habla local, que es uno de los aciertos del cine independiente. Sin embargo, en la historia del joven judío y su affair con su colega lesbiana hay chispazos de nuevos temas y nuevos enfoques que lamentablemente se minimizan con la retórica industrial subyacente. 6-¿Se marca con este cine un precedente clave para comprender los posibles desarrollos de propuestas estéticas en el marco de economías en profundas crisis en Latinoamérica? Definitivamente una buena parte de la producción que promete pasa por este cine independiente que no ha dejado de cambiar y explorar, al mismo tiempo que ya ha ganado reconocimiento, interno y externo, gracias a los premios prestigiosos en festivales internacionales. De hecho en los actuales debates teóricos de los estudios de cine, apenas emerge como objeto de estudio y se perfila a enriquecer lo que Robert Stam ha identificado como “la valencia social de la cultura masiva” y el potencial crítico de los medios digitales (Stam, 308-309, 327). La riqueza de la mirada a la realidad social parte de un tipo de cine de corte neorrealista que en lugar de apostar a la alegoría colectivista, ensaya un punto de vista individual, completamente cargado de emoción y vida interna, que remite a un juego exploratorio del espectador de los entornos sociales y en estados críticos desde los ojos de los personajes. Los documentales son en este sentido otro aporte de este cine. Dársena Sur de Pablo Reyero narra tres historias cuyos protagonistas son habitantes del “Doque”, una de las zonas más contaminadas de Buenos Aires, como consecuencia de derrames industriales (Félix-Didier, Listorti y Luka, 90). La mirada hacia la zona sucia de la realidad citadina es de por sí reveladora de este juego de aumentar las posibilidades de ver y seguir fortaleciendo la resistencia a la mirada domada de los medios oficiales. También es importante señalar que el contexto cinematográfico de estas propuestas—tanto de ficción como documentales-- funciona como un espacio de resistencia en la medida que plantea el desmantelamiento, o al menos un resguardo, del escenario globalizado de bienes e información que circulan según las estructuras 8 jerárquicas de poder vigentes. Es urgente, pues, detectar si la dirección de este cine promete nuevas perspectivas cinematográficas—por ejemplo, qué puede venir con el tipo de película que carece de argumento convencional y que le sobra naturalismo y actualidad, o dicho de otro modo, qué hacer para no falsear la experiencia vital--; hay que identificar los contrastes evidentes con otro tipo de producciones y evaluar la calidad de las historias que se cuentan, ver si no caen en las narrativas maestras o hegemónicas y cómo se constituyen en alternativas viables y sostenibles. No hay una receta precisa para entender con mayor rigor los logros y limitaciones de este cine independiente que nos demanda a los espectadores la urgente tarea de deseducar la mirada y volver a aprender desde la realidad de la representación. Trabajos citados: 76 89 03 Dir. Cristian Bernard, Flavio Nardini. Intérpretes: Sergio Baldini, Gerardo Chendo, Diego Mackenzie, Claudio Rissi, Sol Alac. Flehner films, La produ '90, Film Suez, 1999. 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