Venezuela: ¿dónde quedó el rigor metodológico? | Contexto

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Venezuela: ¿dónde quedó el rigor metodológico?
Afirmar que la obra transformadora de Chávez fue sólo posible por un aumento en los precios del petróleo es borrar de
un plumazo la extraordinaria épica en que han participado millones de venezolanos
Gilberto López y Rivas
14.03.2014
La situación en Venezuela parece haber trastocado las capacidades teóricas y metodológicas de sectores importantes de la intelectualidad y la academia, que,
inmersos en las versiones sesgadas que ofrecen las grandes cadenas noticiosas al servicio de las estrategias imperialistas y oligárquicas, repiten
adocenadamente los argumentos de una oposición violenta y golpista que pretende derrocar, por cualquier medio, a un gobierno constitucional, elegido
democráticamente por la mayoría de los ciudadanos de ese país.
De manera reiterada y maniquea, en artículos periodísticos, entrevistas y declaraciones que circulan por las redes, en orquestadas campañas, se insiste en
presentar al gobierno de Nicolás Maduro como una dictadura represora, incluso como un régimen totalitario, enfrentada a un límpido, pacífico y desinteresado
movimiento estudiantil, acompañado de organizaciones sociales y políticas, igualmente defensoras de la economía de los trabajadores, la democracia y las
causas populares. Nada se menciona en estos análisis, que pasan por objetivos, sobre los sustanciales apoyos económicos de Estados Unidos y sus
organismos de inteligencia a los partidos y agrupaciones políticas emblemáticas de la oposición y a connotados líderes estudiantiles, ligados muchos de ellos a
organizaciones internacionales neonazis, de la ultraderecha antisocialista radicadas en Bogotá, Miami y México, y de conocidas fachadas de la CIA, como
Alianza Parlamentaria de América, Unoamérica o la Human Right Foundation, de Uribe y sus muchachos paramilitares. Tampoco hay referencias al origen de
clase de estos abnegados manifestantes que, bien comidos y vestidos, se quejan ante las cadenas noticiosas objetivas e imparciales, como la CNN, de que hay
hambre en sus hogares y de que no hay jabón en la bañera. La mayoría de los firmantes de esos artículos, textos y declaraciones jamás han estado en
Venezuela, ni han realizado trabajo de campo en los barrios de los cerros de Caracas, ni en las zonas residenciales del este de la capital, donde viven muchos
de los opositores que protagonizan la nueva telenovela, made in Venezuela, Los ricos también lloran. Esto es, declaran o escriben de oídas, de lo que nace de
sus posiciones políticas y trayectorias, algunos hasta con pasados de izquierda, debidamente rectificados, para garantizar el éxito de sus carreras universitarias,
o sus visas para el norte de sus nuevas brújulas ideológicas.
Queda convenientemente omitida la campaña mediática de satanización de Hugo Chávez, primero, durante más de una década, y ahora, contra el actual
gobierno de Venezuela encabezado por Nicolás Maduro. Se oculta que 80 por ciento de los medios de comunicación venezolanos están al servicio de los
golpistas. Esta dictadura mediática que falsea groseramente la realidad con fotomontajes, noticias inventadas (como la de la fantasmagórica unidad antimotines
de Cuba, actuando en Venezuela), propaganda subliminal en primeras páginas, desinformación y contra-información, en suma, toda la gama de técnicas de la
guerra sicológica puestas en práctica ya desde hace décadas bajo los esquemas de los manuales producidos por los militares estadunidenses, y que fueron
utilizadas intensa y extensivamente en los casos de Chile, Nicaragua y Granada (ver Fred Landis. CIA psychological warfare operations, how the CIA
manipulates the media in Nicaragua, Chile and Jamaica, Science for the People, January-February, 1982, Vol. 14, no. 1). Esta campaña mediática va
acompañada de boicots económicos, el ocultamiento de alimentos y otros artículos de primera necesidad, así como de la acción de provocadores y paramilitares
que atacan instalaciones gubernamentales y aterrorizan a partidarios del gobierno, así como de francotiradores, quienes a sangre fría, recientemente, ejecutaron
a dos miembros de la Guardia Nacional Bolivariana.
A estos sesudos analistas les molesta, incluso, la veneración del gobierno y del pueblo chavistas hacia el líder desaparecido hace un año, la cual es convertida
toscamente en diosificación (sic) y en fetichismo totalitario; no pueden entender que exista una memoria colectiva que exalta al hombre que cambió el país, que
lo rescató de la corrupción y de los malos gobiernos, de esos que sí reprimían al pueblo, como en el llamado caracazo, durante el cual miles de venezolanos
fueron masacrados por el ejército y la policía. Afirmar que las imágenes de Chávez son los ojos del Estado vigilando al pueblo y hacer de ello comparaciones,
que pecan de cultismo, sobre los íconos rusos, búlgaros o bizantinos, es no entender nada de lo que significó el comandante Chávez en las vidas de muchos
sectores del pueblo venezolano, y de sus alcances en las luchas libertarias de nuestra América.
No se trata, en este caso, de pretender desviar el análisis concreto de la realidad venezolana en viejos y trillados debates en torno a los conceptos de fascismo y
totalitarismo para encubrir teóricamente su abierta oposición a la revolución bolivariana y sus antipatías por el Chávez vivo y por los imaginarios del Chávez
muerto; de pretender disminuir, con argumentos baladíes, e incluso, de corte clasista, los esfuerzos de Maduro por llevar a puerto seguro el proceso
revolucionario. Afirmar que la obra transformadora de Chávez fue sólo posible por un aumento en los precios del petróleo en mil por ciento es borrar de un
plumazo la extraordinaria épica en que han participado millones de venezolanos en la construcción de una patria en la que se ha desterrado el analfabetismo y
ocupado el quinto lugar en el mundo por el porcentaje en matrícula para estudiantes universitarios; estudiantes, claro, que no están en las barricadas de los hijos
de papi y mami y que no tienen mentores estadunidenses o colombianos que los guíen en materia de golpes de Estado, blandos y duros.
Tomado de La Jornada
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