REGENERACIONISMO Y REVISIONISMO

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Regeneracionismo y revisionismo. Las consecuencias del “desastre del 98” puede decirse que rebasaron el significado de la liquidación colonial y, más aún, el fuerte impacto económico que supuso para la economía española la pérdida del mercado reservado que eran las colonias para sectores productivos importantes como el textil catalán o el cerealista castellano. Una derrota tan rotunda e inesperada puso de manifiesto las grandes faltas y el atraso que sufría la España de la Restauración. Las mejores mentalidades del país se plantearon, de modo crítico, la problemática general de la nación como paso previo para emprender una “regeneración salvadora”. Las manifestaciones de esta actitud intelectual fueron muy diversas y fue distinto su valor pero todas testimoniaban, de forma inequívoca, la conciencia generalizada de la decadencia en que se hallaba el sistema político y social de la Restauración. Se buscaban hombres y métodos nuevos a fin de lograr una reacción y una movilización general de la opinión, en particular, de las llamadas “clases neutras” que hasta entonces habían permanecido alejadas de la vida política. Lucas Mallada, por ejemplo, subrayó los aspectos geográficos que desfavorecían el desarrollo español, como su condición periférica respecto a Europa o la pobreza de su suelo. Macías Picavea, en su libro “Los males de España”, venía a resumir estos en veintidós. Pero la máxima figura del Regeneracionismo fue Joaquín Costa (1846‐1911) quien defendió la concentración de todos los esfuerzos del país en una gran obra económica y educativa que lograse sacar a España de su atraso general. Costa se centró, sobre todo, en cuestiones políticas y sociales y sintetizando el estado político de España en los términos “Oligarquía y caciquismo”. Postulaba la necesidad de “un cirujano de hierro”, es decir una especie de gobernante autoritario temporal que atajase de raíz sus males y nos acercase a los países de nuestro entorno europeo. “Oligarcas y caciques constituyen lo que solemos denominar clase directora o gobernante, distribuida o encasillada en partidos. Pero aunque se lo llamemos, no lo es; si lo fuese, formaría parte integrante de la Nación, sería orgánica representación de ella y no es sino un cuerpo extraño…” (Costa). Las ideas regeneracionistas se manifestaron también en el terreno político, donde hubo tímidos intentos de adoptar nuevas direcciones entre 1899 y 1902, años que ponen fin a la regencia de María Cristina de Habsburgo. Los políticos conservadores y liberales del turno político se apuntaron al regeneracionismo para modernizar España “desde arriba” sin alterar las bases fundamentales del sistema de la Restauración, a esta actuación se le denominó “Revisionismo”. El nuevo jefe del partido conservador, Francisco Silvela, que formó gobierno en 1899, incluyó en el mismo al general Camilo Polavieja, quien había iniciado un movimiento de búsqueda de amplias cooperaciones sociales para la difícil tarea de reconstruir el país. “Es preciso legitimar el sistema, austeridad pública, acabar con el clientelismo y purificar nuestra administración, imponer desde lo más alto a lo más bajo las ideas del deber y de la responsabilidad y destruir, sin compasión y sin descanso, ese afrentoso caciquismo” (Polavieja). Presentó un amplio programa de intensa acción económica, de reformas militares y tributarias y de descentralización administrativa. Estos propósitos no pudieron cumplirse y, en 1902, volvió al poder Sagasta, utilizando los viejos métodos electorales para la formación de Cortes. Antonio Maura, sucesor de Silvela, presidió dos gobiernos (1902‐1904 y 1907‐1909) en los que intentó volver a poner en práctica la “revolución desde arriba” lo que constituye una de las definiciones más significativas de la derecha renovadora española del momento. La revolución desde arriba equivalía, de hecho, al saneamiento político necesario para evitar que la revolución se hiciera desde abajo. Semejante retórica de la perpetuación del bloque dominante no impedía, en el caso de Maura, unos proyectos de indudable alcance. Para él, era fundamental tanto conectar al régimen con el país real, mediante el “descuaje” del caciquismo, como incorporar a la política dinástica nuevos flujos sociales, las clases medias, a través de la reforma de la ley electoral. En 1908 creó el Instituto Nacional de Previsión para abordar reformas sociales, pero su proyecto reformador quedó abortado al estallar la Semana Trágica. La gravedad de los problemas nacionales, que rebasaban el marco del viejo sistema de la Restauración, explica la reanimación del republicanismo que adopta formas más radicales y anticlericales, al mismo tiempo que recibe en su seno a personalidades muy valiosas como Joaquín Costa o Benito Pérez Galdós, quienes veían en el cambio de régimen la única forma de terminar con los males caciquiles de la Restauración. Las formas más radicales de republicanismo venían representadas por el movimiento de clases medias y bajas que dirigía en Barcelona, Alejandro Lerroux, con aspectos más bien demagógicos y con una afirmación nacionalista que se oponía al nacionalismo catalán. Si a escala nacional, el regeneracionismo no pudo lograr la movilización social a que aspiraba, en el ámbito regional, las ideas de una renovación profunda se conectaban, en algunos casos, con las corrientes de nacionalismo autonomista ya existentes, y, en otros casos, con una naciente corriente regionalista. El catalanismo, asentado con fuerza desde finales del siglo XIX, puede entenderse no sólo como una afirmación nacionalista sino, también, como una reacción de Cataluña ante el fracaso nacional de 1898. En estos años, amplió su significado social extendiéndose a las clases medias y al campesinado, en 1901 se manifestaría en una nueva fuerza política la LLIGA REGIONALISTA, que logró vencer en las elecciones nacionales y municipales. La presencia de esta minoría catalanista en las Cortes españolas vendría a destruir el viejo turno de liberales y conservadores. En la transición de un siglo a otro se dan los primeros pasos de otros nacionalismos regionales que tenían sus precedentes en movimientos culturales, literarios o historicistas. En Galicia, Alfredo Brañas con un ideario muy tradicionalista expuso en su obra “El regionalismo” sus tesis políticas inspiradas en una concepción plurinacional de España que daría lugar, posteriormente, a los primeros núcleos galleguistas. En el País Vasco, el nacionalismo aparece en la década de los 90 con formas muy radicales apoyándose en la tradición foral de la región. A partir de 1898, suavizó su programa y se abrió a las clases medias. En Valencia, ni la Reinaçenca cultural ni el republicanismo federal dieron lugar a una corriente autonomista, de la que solo hay indicios a principios del siglo XX. 
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