A modo de proemio es necesario aclarar el

Anuncio
Narrativas, nro. 22, enero / marzo de 2012, ISSN 1668-6098
Osama Ben Laden, muerte y mistificación
El marketing de la justicia global
Las vacilaciones de la versión de Estados Unidos se aúnan con las dudas sobre
la legalidad del operativo militar. La estrategia comunicacional tendió a ensalzar al
presidente Obama y a desmitificar al líder de Al Qaeda. En ese juego,
el papel de las fotografias no fue desdeñable.
Adrián Eduardo Duplatt
[email protected]
Su nombre
A modo de proemio es necesario aclarar el nombre correcto en castellano del jefe de Al
Qaeda. Desde su irrupción pública a gran escala después del 11 de septiembre de 2001, se lo
identificó tanto como Osama Bin Laden como Osama Ben Laden. La Real Academia Española,
en tanto, se inclina por otra opción: Usama Ibn Ladin. El árabe clásico solo tiene tres vocales,
a saber, a, i, u; por lo tanto esa sería su forma correcta. Ahora bien, para unificar criterios y
teniendo presente que ben es la pronunciación dialectal de ibn -hijo-, lo más aconsejable es
utilizar el nombre de Osama ben Laden.
Noticias de su vida
Osama ben Laden nación en Riad (Arabia Saudí) en 1957. Fue criado por su madre y
su padrastro y educado en universidades locales. En 1979 los soviéticos invadieron
Afganistán y se unió a un grupo de muyhidín o guerreros santos, impulsado por un ex
profesor suyo de origen palestino. Con el apoyo de Estados Unidos y gracias a la implosión
de la Unión Soviética, los invasores fueron derrotados y los guerrilleros que participaron de
la resistencia volvieron a sus países de origen. Ben Laden imaginó que serían una especie de
reservistas, listos para entrar en acción cuando el Islam los necesite. A esta red de
excombatientes la llamó Al Qaeda.
Cuando Irak invadió Kuwait, ofreció su ejército irregular para expulsar a las fuerzas de
Saddam Husseim, pero fue rechazado. Al ver que la tierra de Mahoma se llenaba de
soldados occidentales creció su desprecio hacia los Estados Unidos. En tanto, sus discursos
se difundían entre los pueblos árabes y eran reverenciados como palabra santa.
Comenzó un raid de atentados contra objetivos de Estados Unidos -embajadas,
hoteles, cuarteles…- y el gobierno norteamericano de Bill Clinton lo declaró el enemigo
número uno de su país.
En 2001 fue uno de los que planificaron el atentado a las Torres Gemelas,
convirtiéndose en el hombre que humilló a la superpotencia norteamericana y, por ello, en
héroe para los musulmanes descontentos con las intervenciones militares y económicas de
Narrativas, nro. 22, enero / marzo de 2012, ISSN 1668-6098
Estados Unidos y las propias miserias de sus vidas. Además, el mundo, al personalizar en él
ese y cualquier otro atentado terrorista que ocurriera en el planeta, le dio una estatura
mítica de santo o demonio, dependiendo de quiénes lo describieran. El enemigo público
número uno de Norteamérica cotizó su cabeza en 25 millones de dólares, sin resultados
visibles. Comenzaba la guerra contra el terrorismo.
Guerras siglo XXI
El politólogo Michel Wieviorka explicó que después de la última década del siglo
pasado, “dos clases de combate difieren del modelo de guerra tradicional: las intervenciones
de carácter internacional (en los Balcanes, en Timor Oriental, en Africa,…) y la guerra contra
el terrorismo y sus prolongaciones en Afganistán e Irak” (Wieviorka, 2008).
Un clásico del análisis bélico, Carl von Clausewitz, consideró a la guerra moderna,
después de Napoleón, como la continuación de la política por otros medios. En la guerra
existen dos dimensiones. Por un lado el concepto de guerra, con su lógica, sus leyes, una
violencia sin límites que conduce a los extremos. Por el otro, la guerra nunca es un acto
aislado y no estalla de repente. Su resultado no es absoluto. Se enfrentan gobiernos y
estados y el concepto puro deja lugar al objetivo político. En el fondo -decía Clausewitz- la
causa de toda guerra es la política.
Wieviorka cree que hoy prevalece el concepto puro de la guerra, con poco o nada de
lugar para los objetivos políticos. Lo único que vale es la violencia; en la guerra contra el
terrorismo se trata de negar y destruir al contrario, encarnación del mal absoluto. El factor
religioso lleva la sinrazón a extremos inmanejables (2008).
En el caso de las intervenciones internacionales se utiliza la fuerza en forma limitada
para proyectos políticos que no tienen que ver con los intereses inmediatos de quienes
intervienen.
En ambas posibilidades, las víctimas civiles son ingentes, mucho más que en las
guerras clásicas.
El fanatismo de la guerra contra el terrorismo no solo es religioso, el político es nada
desdeñable. En 2006, Dick Cheney, vicepresidente de USA, declaró: “Si hay un 1% de
posibilidades de que Paquistán esté ayudando a Al Qaeda a desarrollar un arma nuclear,
debemos responder a esa posibilidad como si fuera una certeza… debemos enfrentar una
nueva clase de amenaza: un acontecimiento de alto impacto y escasas probabilidades”
(Fridman, 2009). Un ejemplo de los nuevos cánones de la guerra moderna.
A la Guerra Santa de Al Qaeda, Estados Unidos le opone la Guerra Justa, definida por
Barack Obama como la guerra “que se libra como último recurso o en defensa propia, si la
fuerza utilizada es proporcional; y, cuando sea posible, los civiles son mantenidos al margen
de la violencia” (Borón, 2009). La formulación inicial se remonta a San Agustín y Santo Tomás
y fue mutando con los siglos hasta hacerla coincidir con la Guerra Infinita elucubrada por los
republicanos, de George Bush en adelante (Borón, 2009).
Narrativas, nro. 22, enero / marzo de 2012, ISSN 1668-6098
En definitiva, la Guerra Justa -un oxímoron- cobijó un operativo militar que tuvo poco
que ver con la justicia. Estados Unidos actuó como policía, juez y verdugo de su perseguido
número uno, Osama ben Laden. Allí no hubo detención, juicio y veredicto. En una misma
escena se llevaron a cabo los tres actos.
No obstante, para los Estados Unidos, el operativo fue legal. La ejecución
extrajudicial se desarrolló en el marco de la Ley 107-40 del 2001 que autoriza a “utilizar toda
la fuerza necesaria y apropiada contra las naciones, organización o personas que hayan
planeado, autorizado o ejecutado, los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001”.
Desde los ámbitos universitarios contestan esa idea argumentando que “el
presidente no puede ordenar una muerte a no ser que el país esté en guerra y,
constitucionalmente, el estado de guerra se declara a otro Estado, no contra un individuo”
(Pisani, 2011). La afirmación, del experto en derecho constitucional de la Universidad de
Hofstra (Nueva York), deja en claro que Estado Unidos no está en guerra ni siquiera con
Pakistán.
Además, para el Derecho Internacional, la intervención fue ilegal no solo por la
intervención en otro país, no solo por la ejecución, sino por la forma en que se obtuvo la
información: bajo torturas en Guantánamo u otros centros clandestinos de detención. En un
principio, desde el gobierno de Obama se negó tal circunstancia, pero el director de la CIA,
León Panetta, admitió que “claramente se utilizaron intensas técnicas de interrogatorio
contra algunos de los detenidos en Guantánamo. El debate de si hubiéramos obtenidola
misma información mediante otras fuentes siempre será una pregunta abierta” (Pisani,
2011). El presidente Obama tuvo como una de sus promesas de campaña el cerrar la prisión
de Guantánamo. No solo no lo hizo, sino que sacó provecho de ella.
La ejecución
El 1 de mayo de 2011 fuerzas especiales de los Estados Unidos mataron a Ben Laden
en su casa, en Abbottabad, una ciudad Pakistaní cerca de su capital Islamabad. El gobierno
de este país nada sabía de lo que estaba ocurriendo. Su soberanía había sido violada.
Alrededor de veinte comandos Navy Seals entraron a la residencia de Osama ben Laden y
mataron a varias personas que estaban con él -incluso, un hijo-, hirieron a su esposa y,
finalmente lo ultimaron.
(El antecedente más cercano para Argentina de una intervención de este tipo fue en 1960,
cuando un comando israelí, compuesto por agentes del Mossad, secuestró en Buenos Aires a
Adolf Eichmann -jerarca y genocida nazi-, lo trasladaron a Israel, lo enjuiciaron y lo
ahorcaron).
La resistencia fue casi nula y las versiones de los hechos fueron cambiando con el
correr de los días. En un principio desde la Casa Blanca y la CIA se informó que Ben Laden
había usado a su mujer como escudo y que se había resistido con disparos de armas de
fuego. Ambas afirmaciones fueron luego desmentidas para, finalmente, aseverar que Ben
Laden tenía un fusil AK-47 y una pistola a su alcance. Asimismo, el grado de resistencia
Narrativas, nro. 22, enero / marzo de 2012, ISSN 1668-6098
armada que tuvieron los Seals también fue mermando con el correr de las versiones oficiales
del operativo.
Se fotografió el cadáver y se tomaron muestras de ADN que confirmaron que se
trataba del jefe de Al Qaeda. Su cuerpo fue llevado a un barco en altamar y arrojado a las
aguas según los ritos islámicos. No se publicaron las fotografías porque “No somos así. No
consideramos estas cosas como trofeos” (Landler y Mazzetti, 2011), afirmó el presidente
Barack Obama, además de considerar que las imágenes de alguien baleado en la cabeza
podían incitar a la violencia.
Sin embargo, líderes de la fe islámica consideraron que el funeral fue humillante
porque solo quien muere en un barco es arrojado al mar. Ben Laden debió ser sepultado con
la cabeza hacia La Meca (Gelman: 2011).
Juan Gabriel Tokatlian, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad
Torcuato Di Tella, cree, por un lado, que Estados Unidos entre capturar y enjuiciar a Ben
Laden y matarlo, optó por esto último para que no salgan a la discusión mediática otros
temas -v.gr., Guantánamo-; por otro lado la disyuntiva que se planteó después fue qué hacer
con su cadáver. Si lo enterraban, el lugar sería convertido en un santuario por los grupos más
radicalizados; y si lo tiraban al mar dejaban un manto de ambigüedad sobre su muerte. Con
la duda se satisface a algunos y se inquieta a otros; como consecuencia, el personaje se
desdibuja convenientemente (López San Miguel, 2011).
En cuanto a las repercusiones en el mundo árabe, Tokatlian no cree que la muerte de
Ben Laden repercuta en las revueltas democráticas de Egipto, Siria, Libia, etc. El escenario se
complejizó pero cada país tiene su dinámica propia. En este sentido, Mathieu Guidére,
periodista especializado en Al Qaeda, opina que los movimientos populares en Oriente
contradicen la ideología terrorista, pero si no triunfan pueden ayudar a un recrudecimiento
de la violencia de grupos como Al Qaeda que solo ven posibles los cambios por medio del
terrorismo (Febro, 2011), posibilidad probable si se tiene en cuenta que la muerte de su líder
no equivale a la desaparición de la organización. Sucesión y venganza deben estar en
marcha.
Pero no es prudente caer en el reduccionismo de pensar que el mundo árabe sea
mayoritariamente favorable a Al Qaeda; tal vez solo lo veía como un mal necesario y asume
algunas de sus reivindicaciones. La muerte del líder de Ben Laden y la desaparición de su
cuerpo en el mar dejan un vacío en el imaginario colectivo que posiblemente un Estado de
derecho puede llenar (Batenier, 2011).
Hummmm…
Las sospechas sobre la muerte de Ben Laden no se detienen en la forma en que se
desarrolló su ejecución sumaria, su legalidad y demás circunstancia, sino que alcanzan
también a la veracidad de su presencia en él.
La falta de imágenes propicia las dudas. La única foto que circuló era de su rostro
ensangrentado y fue rápidamente desmentida por los medios. Había sido trucada en 2009.
Narrativas, nro. 22, enero / marzo de 2012, ISSN 1668-6098
Desde el gobierno de Estados Unidos se afirma que la publicación de la fotografía de su
cuerpo sería inconveniente por su crueldad y, además, innecesaria. Al Qaeda sabe que su
líder está muerto y no necesita de fotos para comprobarlo.
Dichas explicaciones no alcanzan para consolidar la versión actual porque Ben Laden
necesitaba estar conectado a una máquina de diálisis y su enfermedad venía empeorando
desde antes del 11/9. En 2002 la CNN informó que sus guardaespaldas habían sido
capturados y que era muy probable que él estuviera muerto. Ese año, el jefe de la unidad
antiterrorista del FBI, Dale Watson, por un lado, y el exfuncionario de la CIA Robert Baer
afirmaron por distintos medios que Ben Laden estaba muerto (Gelman, 2011). Es decir,
versiones de su muerte circulan desde hace varios años.
Además, las contradictorias y fluctuantes versiones de los acontecimientos
profundizan las sospechas. La ausencia de su cuerpo -arrojado al mar- se suma a la retahíla
de aristas que fogonean las incertidumbres.
Las dudas son muchas y las pruebas escasas. Tal vez, por ello, crece la idea de un Ben
Laden vivo o, quizás, muerto desde hace varios años. La última especulación es la que tiene
más adeptos. Mantener el ícono terrorista vivo ayudó a justificar la invasión a Afganistán e
Irak y otras acciones más -Guantánamo, torturas, violación de soberanías, operaciones
encubiertas…-. Hoy, con su muerte, no termina el miedo, sino que se acrecienta por las
posibilidades de venganza de Al Qaeda. Así se continuaría con el desvío de recursos públicos
hacia el complejo militar industrial y con la merma del ejercicio pleno de los derechos civiles
-no solo en USA-.
Estrategias de comunicación
(O, mejor dicho, falta de estrategias de comunicación).
El modo en que se manejó la información desde la Casa Blanca revela la
improvisación a la hora de reforzar la imagen de Estados Unidos en el mundo, la que, por el
contrario, parece estar destinada a empeorar. No por azar la revista New Yorker rememoró
la historia de la captura y fusilamiento sin juicio del Che Guevara. La destrucción del mito
vivo puede contribuir a reforzarlo en su muerte.
Así, la noticia de la década va camino de convertirse en un desastre de relaciones
públicas de proporciones incalculables. Para ello han debido aliarse la ausencia de un plan
previo y las confusos, contradictorias y cambiantes explicaciones dadas a posteriori… Aún
con sus mentises, la historia oficial resultó tranquilizadora para el pueblo norteamericano por lo menos, el que los medios mostraron- y salió a las calles a festejar.
José Ignacio Torresblanca (2011) aporta un análisis psicológico. Primero afirma que la
superioridad tecnológica de un pueblo no necesariamente implica su superioridad moral.
Después, reflexiona que la alegría de los estadounidenses se puede explicar si se entiende
que psicológicamente ese pueblo sigue inmerso en una guerra. En España, aclara, no están
en guerra con el terror, sino en lucha con el terrorismo. Desde la lógica de la guerra, matar a
Narrativas, nro. 22, enero / marzo de 2012, ISSN 1668-6098
Ben Laden a sangre fría o en un tiroteo da lo mismo; desde la óptica de la justicia, los
detalles son importantes, y su relato también.
Nada resume mejor el desastre de comunicación de este último acto del drama que
comenzó en septiembre de 2001… que darle el nombre en clave “Gerónimo”, el mítico jefe
apache (Torresblanca, 2011).
Una cuestión de imagen
La intervención norteamericana -vía OTAN- en Libia se llama “Odisea al amanecer”,
nombre de gran impacto psicológico que remite a las grandes gestas homéricas y al
comienzo de un nuevo día, a la esperanza. Pero se pregunta Ana Prieto -haciéndose portavoz
de la opinión pública-: ¿será que los ataques a los libios se llevarán a cabo solo en las
madrugadas?, ¿será que Obama piensa que el regreso a casa de las tropas les llevará tanto
tiempo como a Odiseo?, ¿será un intento de edulcorar una acción que costará la vida de
numerosos civiles? (Prieto, 2011).
La respuesta es mucho más pedestre. Prieto explica que Africom, la sección militar
estadounidense en Africa -con oficinas centrales en Alemania-, asignó el nombre, no significa
nada y fue generado por una computadora. “En el año 1975 se creó un sistema llamado
Code War, Nickname and Exercise Team System, NICKA, a través del cual el Departamento
de Defensa asigna a los distintos comandos apostados en todos los continentes una
secuencia aleatoria de letras para bautizar sus operaciones militares” (Prieto, 2011). Nicka
establece los pares de letras y luego verifica que no se reiteren los nombres elegidos por los
interesados.
Si bien el azar interviene en los nombres de las operaciones militares, es innegable su
connotación emotiva y psicológica. Para Prieto el nombre “recurre a la atractiva ambigüedad
de las emociones: hace referencia a un gran trabajo, pero no a una guerra; hace referencia al
momento del día que todos esperamos tras una mala noche, a la renovación, a la promesa
de empezar de cero. Pero sobre todo, parece ser el título apropiado para una acción que ha
contado con el impulso y el beneplácito de un presidente que ha ganado el Premio Nobel de
de la Paz (Prieto, 2011).
Las contiendas de antaño se nombraban de acuerdo al lugar donde se desarrollaron Waterloo, Lepanto, San Lorenzo- o de acuerdo a su duración -Cien Años, Seis Días-. En los
finales de la Primera Guerra Mundial, los alemanes usaron para sus operaciones militares
códigos que no fueran incomprensibles, v.gr., míticos y religiosos -San Miguel, San Jorge-. En
la Segunda Guerra Mundial, los nombres buscarían el efecto de alentar y enaltecer a las
tropas. Winston Churchill ordenó que las operaciones donde podrían perder la vida muchos
soldados no lleven nombres que sugirieran seguridad en sí mismos, no fueran frívolos ni
fueran humillantes para los deudos. Aún así, Churchill bautizó el desembarco en Normandía
como Overlord -“más supremo que el supremo-. Japón, por su parte, pasó de nombrarlas
por códigos alfabéticos a palabras efusivas -Victoria- (Prieto, 2011).
Después de la Segunda Guerra, el Departamento de Defensa de USA dividió los
apelativos de las acciones en dos: un código para uso interno y uno externo -nickname- para
Narrativas, nro. 22, enero / marzo de 2012, ISSN 1668-6098
la opinión pública. Estos tenían como fin moldear actitudes y opiniones y las relaciones
publicas se convirtieron en una táctica bélica más, Cuando se hicieron pruebas atómicas en
el Atolón de Bikini en 1946, se las llamó Encrucijada, para dar a entender el punto al que
había llegado la humanidad. En la Guerra de Corea y la de Vietnam se utilizaron nombres
contraproducentes: Asesina y Machacador, respectivamente. Por ello, el Departamento de
Defensa estipuló que las operaciones no debían llevar nombres que contradijeran los ideales
tradicionales de su país. En 1983 con la invasión a Granada se inauguró la modalidad de
NICKA y creatividad: Furia Urgente (Prieto, 2011). Las invasiones, guerras e intervenciones
serían, a partir de entonces, operaciones. La invasión a Panamá, Causa Justa -1989-, la
Guerra del Golfo, Tormenta del Desierto, la Guerra en Afganistán, Libertad Duradera, que iba
a llamarse Justicia Infinita, pero esta solo puede administrarla Dios- (Prieto, 2011). La
operación para matar a Osama ben Laden se llamó Gerónimo, nombre no exento de
polémica.
Gerónimo -1823/1909- fue un jefe apache que a finales del siglo XIX resistió la
expansión de los blancos que se apropiaban de sus tierras y los mataban sin miramientos.
Combatió con igual fuerza contra los ejércitos de USA y México. Fue un conflicto cruento y
Gerónimo se convirtió en héroe para los suyos y un maldito para los otros. Su accionar
escurridizo en la táctica y valiente en la guerra le valió que su nombre lleve el nombre de
unidades de paracaidistas norteamericanos.
Sin embargo, identificar a Gerónimo con Ben Laden y a los apaches con Al Qaeda,
“demuestra hasta qué punto la idea de indio/enemigo está incrustada en la mentalidad de
este país”, dijo Suzan Harjo, integrante de un grupo de abogados indios, y remarcó “tal vez
ennoblece algo que no merece ser ennoblecido” (Altares, 2011a). Por su lado, Keith Harper,
miembro de la nación Cherokee dejó en claro que “No hay ninguna duda de que elegir el
nombre de Gerónimo para referirse a Osama Bin Laden es un error… Nadie hubiese
aceptado utilizar como nombre clave para un terrorista Mandela, Revere o Ben Gurión. Un
extraordinario héroe nativo y un héroe norteamericano merece el mismo tratamiento
(Altares, 2011b).
Jefferson Keel, veterano de Vietnam y presidente del Congreso Nacional de Indios
Americanos, asegura que la equiparación de Gerónimo con Ben Laden es una falta de
respeto y brinda los siguientes datos: en las guerras de Irak y Afganistán murieron 77 indios
con el uniforme norteamericano y más de 400 resultaron heridos. Los números no son
despreciables si se tiene en cuenta que los nativos norteamericanos representan el 0,7% de
la población y llegan al 2,7% en el ejército (Fresneda, 2011).
La foto ausente, la foto presente
No se difundió una fotografía de Osama ben Laden muerto. El presidente Obama
contradijo al jefe de la CIA y aseguró que las imágenes no se darían a publicidad porque no
eran un trofeo ni quería que incitaran a la violencia.
La crueldad que representa la fotografía de un hombre con la cabeza destrozada por
los disparos podría exacerbar el ánimo de sus seguidores, quienes, además, harían de la foto
Narrativas, nro. 22, enero / marzo de 2012, ISSN 1668-6098
otro instrumento de propaganda. Tampoco habría imágenes de la ceremonia fúnebre en el
barco de la armada estadounidense.
El cadáver arrojado al mar se transformó en un cuerpo ausente. Los despojos no se
vieron ni se verían. No será venerado y su tumba no se convertirá en santuario. Su recuerdo
-especulan en la Casa Blanca- no será infinito.
El tratamiento de las imágenes de guerra no fue siempre así. En Vietnam los
periodistas podían buscar, grabar y publicar lo que quisieran y el horror de la guerra
impactó negativamente en la opinión pública de USA. A partir de entonces se buscó enervar
la fuerza de las imágenes de la violencia bélica. No había que conmover a los ciudadanos. La
guerra carecería de muertos visibles. La primera invasión a Irak lo demostró y la ausencia de
imágenes de las víctimas del 11/9 lo confirmó. Ben Laden no tenía por qué ser la excepción.
Si la muerte lo humaniza todo y despierta misericordia, generar simpatías por el enemigo es
lo que menos desea el gobierno de Estados Unidos. La foto del cadáver de Ernesto Che
Guevara tendido sobre un piletón, ensangrentado y con los ojos abiertos, fue mucho más
impactante que la noticia de su muerte y el guerrillero se convirtió en un ícono para el
mundo rebelde. Nada debía opacar, entonces, el triunfo de Obama. El -de por sí triste- rostro
de Ben Laden, destrozado por las balas de los Seals, sería vedado.
Pero hubo una foto que sí pudo verse. La tomó Pete Souza, jefe de fotógrafos de la
Casa Blanca. En una sala de la casa de gobierno puede verse a un grupo de personas que
miran atentamente hacia una pared. La información aclarará después que seguían la
retransmisión que realizaba la CIA -desde su sede central en Langley- de lo que estaba
ocurriendo en Abbottabad. Allí -en la Casa Blanca- estaban el presidente Obama, su
vicepresidente Joe Biden, Hillary Clinton y otros altos funcionarios del gobierno. Clinton se
tapa la boca con las manos, alguien tiene un rosario entre sus dedos -dicen algunos
epígrafes-, Obama mira serio.
David Trueba explica que “una ley del cine dice que siempre es más largo e
importante el plano del personaje que mira, que el inserto de lo que está mirando” (Trueba,
2011b). Lo que se buscó con la difusión de esa fotografía es imponer en la opinión pública
mundial la idea de la pesada carga del poder, lo difícil que es tomar decisiones y hasta lo
acertado o no de las decisiones. Es decir, Obama es el protagonista del acontecimiento. Poco
o nada importa lo que está mirando, que no es poco: la ejecución de Ben Laden. Al seguir la
Ley de los Tercios, se puede observar al presidente en uno de los puntos de interés y a la
horrorizada Clinton en otro. Algunas líneas de la imagen -unión de paredes, lados de la mesa
de trabajo- llevan la mirada hacia Obama. La seriedad campea en la sala. La toma, a nivel de
las figuras, da la idea de imparcialidad; los tonos de luz, los azules, dicen de lealtad y tristeza.
El rostro de Clinton lo confirma. No son matadores fríos. Se impactan con lo que ven. Pero
son profesionales. Nadie más gesticula.
El foco de las miradas -se reitera- está en Barack Obama. La estrategia
comunicacional de su gobierno no permitió que las imágenes de un terrorista muerto,
posiblemente humanizado por la muerte, eclipsen su momento de popularidad.
Narrativas, nro. 22, enero / marzo de 2012, ISSN 1668-6098
“Lo único seguro es que la Casa Blanca conoce las razones por las que esas imágenes
permanecen reservadas. Lo que está por ver es si logra mantener esa luz apagada” (Trueba,
2011b). De todos modos, el dato constatado es que la foto de Obama fue la foto más vista
en la historia de Flickr, un servicio de web hosting de fotografías y videos de Yahoo. Después
de conocida la noticia, la imagen estaba recibiendo cerca de 140.000 visitas por hora
(Romandia, 2011).
Por otro lado, los medios, en general, se encuentran predispuestos a publicar las
fotografías en cuestión. La CNN asegura que las imágenes son una prueba directa de que
Ben Laden ha muerto y avisarían al público antes de mostrar cualquier contenido para no
herir la sensibilidad del espectador. El director del New York Times, Bill Keller, expresó que
no muestran gratuitamente fotos desagradables o morbosas. Tendrían que tener un valor
periodístico añadido; y las fotos de Ben Laden muerto lo tienen. La agencia EFE afirmó que
distribuiría las fotos siempre que los documentos gráficos vengan de una fuente autorizada y
debidamente contrastados; después, cada cliente decidirá qué hacer con ellas (Iglesias,
2011).
Mitos, historias e historietas
David Trueba también explica que “la mitificación es uno de los más claros ejemplos
de trascendencia y modelado de la realidad a semejanza de los recursos de la ficción”
(Trueba, 2011a). Pero no es lo mismo un mito que crece sin controles, que la mistificación,
en la que hay manipulación consciente y falseada. Ben Laden fue instituido, mistificado,
como el ícono del mal en el siglo XXI de acuerdo a los nuevos paradigmas comunicacionales
de las guerras actuales. Ahora bien, “el mérito de un mito es su permanencia tras la
desaparición física. Devolverlo al tamaña real, a la dimensión que él y sus enemigos
levantaron, llevará tiempo” (sic) (Trueba, 2011a). El papel corresponde a la historia.
La historiografía muestra que hasta finales del siglo XIX lo que interesaba a los
historiadores eran los grandes acontecimientos y los grandes personajes. Era la historia
rankeana. Pero a partir de entonces comenzó a desarrollarse una nueva manera de hacer
historia, más interesada en los pequeños sucesos, el hombre común, la vida cotidiana…
como representativos de las estructuras sociales y actos de la historia. Ambas formas de
concebir la historia conviven, pero ya no se sacraliza a monarcas, papas o presidentes.
Sin embargo, la muerte de Ben Laden “el último (por ahora) megavillano, vuelve a
poner de manifiesto, de forma enormemente contradictoria, el enorme papel simbólico que
nuestra época otorga a los grandes personajes” (Rodríguez Rivero, 2011). La gente suele
recordar lo que los administradores de su imagen han forjado, de uno y otro lado. Por eso,
Rodríguez Rivero que fue inútil arrojarlo al mar, privando a sus partidarios de una tumba
para venerar. Ya encontrarán otros modos de hacerlo. A lo que agrega el efecto colateral de
alentar las teorías conspirativas, las dudas sobre su muerte, las sospechas del operativo, la
confiabilidad del gobierno.
Ben Laden fue producto de su época y circunstancias y de quienes ayudaron a forjarlo
como héroe del Islam -sus, ahora, enemigos-. Cada lado lo recordará y ficionalizará de
Narrativas, nro. 22, enero / marzo de 2012, ISSN 1668-6098
acuerdo a sus necesidades. El mito comienza su carrera. Todo supervillano mítico necesita
un antagonista, ergo ¿un nuevo superhéroe ha nacido?
Ariel Dorfman (2011) relaciona la ejecución de Ben Laden, en este preciso momento,
con sucesos recientes de Estados Unidos no muy difundidos en el resto del mundo. Uno,
relacionado con la renuncia de Supermán al pasaporte norteamericano, y el otro con las
dudas sobre el lugar de nacimiento de Barack Obama.
Supermán, en su historieta número 900, anunció que pensaba ira a la Naciones
Unidas a renunciar a su ciudadanía estadounidense. ¿Qué había ocurrido? Unos días antes
había estado en Irán, donde apoyó a los manifestantes democráticos de Teherán, por lo que
fue denunciado por el gobierno iraní de interferir en sus asuntos internos con el plácet de
Estados Unidos. Ergo, para poder intervenir en otros países y evitar incidentes diplomáticos,
Supermán renunciaría a su país adoptivo.
El impacto entre los lectores de la historieta fue alto. Algunos lo consideraron una
bofetada al pueblo americano; otros, opinaban que debían deportarlo a Kriptón; otros, que
era una muestra de a decadencia en que estaban como país: hasta Supermán los
abandonaba… incluso llegaron a pedir a las autoridades de la editorial que obligaran al autor
a retractarse.
En todo caso -especula Dorfman-, Obama debió ser alertado por sus asesores sobre
que la deserción de Supermán representaba una crisis cultural e ideológica que podía
costarle la reelección -sus opositores podían acusarlo de haber perdido a su superhéroe-. La
respuesta de Obama fue impactante: matar a Ben Laden.
El presidente de Estados Unidos no necesitó del hombre de acero para hacerlo, le
bastó con la tecnología, sus soldados y sus armas de acero.
El otro asunto que Obama tuvo que resolver fueron las dudas sobre su lugar de
nacimiento. Lo acusaban de haber nacido en Kenya. Con la exhibición de su certificado de
nacimiento dejó de parecer un alien, un extranjero, un extraterrestre (otro parecido con
Supermán).
Dorfman sintetizó que “para la mayoría de sus compatriotas, Obama logró en una
semana una verdadera y triple proeza. Habiendo probado que era un presidente legítimo,
pudo, armado de su certificado de nacimiento y del ejército más vigoroso del globo, eliminar
al siniestro enemigo número uno de los Estados Unidos. Y sin que interviniera Supermán”
(Dorfman, 2011).
Con estos puntos aclarados, Dorfman propone que Supermán -con su nuevo
pasaporte cosmopolita- y Obama -con sus nuevos poderes- contribuyan al regreso de las
tropas americanaa a su país para crear un pequeño oasis de paz donde escasean la verdad y
la justicia.
Narrativas, nro. 22, enero / marzo de 2012, ISSN 1668-6098
Pero los medios no justifican los fines, al menos en la teoría. La ley, la ética y la moral
importan a la hora de impartir justicia. Algunos disienten con esta postura y las discusiones
florecen.
Maruja Torres (2011) resume el debate moral por la muerte de Ben Laden en tres
puntos: ¿justicia o ejecución?, ¿es lícita la tortura? y ¿se deben ver las fotos? Las respuestas
fueron: una ejecución -no hubo juicio-, nunca se justifica la tortura y las excusas para no
mostrar las fotos son obscenas -hablar de sensibilidad después de la ejecución a sangre fría
no tiene sentido, como tampoco que puedan provocar la ira de sus seguidores, que ya
poseen bastantes motivos para estar enojados-.
En este paisaje, aún sin compartirla, Torres (2011) cree comprender la alegría de los
estadounidenses: “han visto volar de nuevo a Supermán sobre los heridos rascacielos de
Nueva York”.
Se sienten seguros…
BIBLIOGRAFÍA:
ALTARES, Guillermo (2011a): “¿Por qué Gerónimo?”, en El País, 6.5.2011, www.elpais.es
_______ (2011b): “Gerónimo, un nombre en clave lleno de polémica”, en El País, 4.5.2011,
www.elpais.es
BASTENIER, Miguel Angel (2011): “Egipto, Hamás y Bin Laden”, en El País, 4.5.2011,
www.elpais.es
BORON, Atilio (2009): “Obama, reprobado en teoría política”, en Página/12, 14.12.2009, en
www.pagina12.com.ar
DORFMAN, Ariel (2011): “Bin Laden y la última aventura de Supermán”, en Página/12,
4.5.2011, www.pagina12.com.ar
FEBBRO, Eduado (2011): “Al Qaida y su poder de amenaza”, en Página/12, 4.5.2011,
www.pagina12.com.ar
FRESNEDA, Carlos (2011): “Indios americanos, molestos por el uso de ‘Gerónimo’ como
apelativo de Bin Laden”, en El Mundo, 4.5.2011, www.elmundo.es
FRIDMAN, Thomas (2009): “”Un ataque preventivo que vale la pena”, en La Nación,
16.12.2009, www.lanacion.com.ar
GELMAN, Juan (2011): “¿La segunda muerte de Bin Laden?”, en Página/12, 5.5.2011,
www.pagina12.com.ar
GONZALEZ, Enric (2011): “Un ícono del siglo XXI”, en El País, 6.5.2011, www.elpais.es
Narrativas, nro. 22, enero / marzo de 2012, ISSN 1668-6098
IGLESIAS, Inmaculada (2011): “Agencias y medios publicarían las imágenes, pero con
advertencias”, en El Mundo, 4.5.2011, www.elmunto.es
LANDLER, M. y MAZZETTI, M. (2011): “El operativo contra Ben Laden, una batalla caótica y
unilateral”, en La Nación, 6.5.2011, www.lanacion.com.ar
LOPEZ SAN MIGUEL, Mercedes (2011). “Complejiza pero no obstaculiza”, en Página/12,
3.5.2011, www.pagina12.com.ar
PISANI, Silvia (2011): “Una acció de guerra ¿un acto ético y legal”, en La Nación, 8.5.2011,
www.lanacion.com.ar
PRIETO, Ana (2011): “El marketing de la guerra”, supl. Ñ, Clarín, 28.4.2011
RODRIGUEZ RIVERO, Manuel (2011): “Mitos sin tumba”, en El País, 6.5.2011, www.elpais.es
ROMANDIA, Adriana (2011): “La foto más vista en la historia de Flickr”, enTicbeat,
www.readwriteweb.es
TORRES, Maruja (2011): “Más asco”, en El País, 6.5.2011, www.elpais.es
TORRESBLANCA, José Ignacio (2011): “Anestesia moral”, en El País, 6.5.2011, www.elpais.es
TRUEBA, David (2011a): “Mitificación”, en El País, 6.5.2011, www.elpais.es
__________ (2011b): “Los que miran”, en El País, 6.5.2011, www.elpais.com
WIEVIORKA, Michel (2008): “Solo la política evita que la guerra derive en barbarie”, en
Clarín, 21.2.2008, www.clarin.com.ar
Descargar