RESPONSABILIDAD Permitidme que comience con una definición: “La responsabilidades es la madurez y la gallardía de la libertad”. Con alguna frecuencia –quizá como reliquia de algo que durante la infancia hemos vivido- nos encontramos con una notable tentación: la de “querer ser libres” pero, en cambio, “no querer ser responsables” . Esto de los infantilismos, dicen los psicólogos, es mucho más frecuente de lo que parece. A veces se nos enquistan en la memoria, en el carácter, en el corazón, deseos infantiles no forzosamente reprimidos, como afirman los psicoanalistas, sino que se han desahogado y han dejado unas huellas, una cierta reliquia. Y así, con la libertad ocurre que por las experiencias más o menos infantiles que de ellas todos hemos tenido, se conserva una impresión que se ha quedado fija, en este caso la idea de que sería nuestra libertad el ejercicio de la libertad. La madurez del carácter asume gallardamente, consecuentemente, el nexo de la libertad con la responsabilidad. La mayoría de edad, psicológica y ética, consiste en comprender esa profunda conexión de libertad y responsabilidad; y lo contrario es pura y simplemente inmadurez, infantilismo, algo parecido a lo que ocurre cuando también, por muy mayores que seamos, se nos antoja tener una velocidad, un “querer ineficaz” que quiere el fin pero que se arredra ante los medios. Pues bien, a ese mismo tipo de deformación de la voluntad responde el querer ser libre, pero no querer ser responsable. La serie de consecuencias previsibles que la realización deliberada de algún acto lleva consigo, es algo que debe ser asumido por el mismo que quiere realizar ese acto. Y, por lo tanto, es “una cuquería”, en el fondo infantil, querer ser libre y no querer ser responsable. Hoy por hoy, se discuten frecuentemente dos preguntas: ¿hay crisis de la libertad? ¿hay crisis de la autoridad?. Lo que ocurre es que existe una crisis de responsabilidad. Cabe la libertad irresponsable. En principio, a cualquiera le apetece, porque a todos nos queda alguna dosis de inmadurez y de infantilismo. La formación del carácter es una tarea que dura tanto como la vida misma y, por consiguiente, se dan saltos atrás, nostalgias de una época en que confundíamos libertad con irresponsabilidad, es decir, con algo semejante a la pura arbitrariedad y al simple capricho. La que se llama crisis de autoridad, si lo examinamos, ¿no es cierto que se reduce a un simple miedo a la responsabilidad?. Y ello es perfectamente compatible, tanto con la dejación de la autoridad, como con el deseo de ejercer una autoridad tiránica que no quiere tener ninguna clase de responsabilidades ante nadie. Reflexionando sobre el tema podríamos preguntarnos: ¿qué nos pasa?, ¿el mando está tomando excesivo poder o está haciendo dejación de derechos, que son deberes?. ¿La iniciativa –responsable, respetable y respetuosa- de todos está perdiendo su capacidad dinámica o está exacerbándose?. En general, en la resolución de estos problemas se malgasta mucho ingenio y muchas energías y se termina diciendo que el peor eres tú y tú tuviste la primera culpa, con lo cual nos quedamos en un puro círculo vicioso. Pero los círculos viciosos hay que romperlos por alguna parte. Cuando algo es necesario para la vida social de una Entidad, ese algo tiene que hacerse, y si no lo promueve el equipo directivo, otros grupos lo harán. El poder no admite vacíos. Siempre lo ocupa alguien. La persona –y el grupo- deben tener iniciativa para ser libres. Sin capacidad de iniciativa no hay libertad ni consiguientemente dignidad de la persona o del grupo, que está formado por personas. Pero existe otra dimensión de la libertad. No estamos restringidos a buscar nuestro bien particular. Esto es un bien, pero la mínima cantidad de bien que se despacha. Sólo seremos libres, sí somos capaces de trascender nuestro propio bien y el de nuestro pequeño grupo, abriéndonos al bien de todos. Libertad es, por tanto, la capacidad de iniciativa al servicio del interés general. -Adolfo de Escalante-