06-07_Tecnocracia_y_Culturicidio

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TERRORISMO INSTITUCIONAL Y CULTURICIDIO
La tragedia de la universidad argentina: el caso de la UNCo
Prof. Edgardo Datri
“Son estudiantes todos los copartícipes en la comunidad de estudios.
Sus miembros van recibiendo graduación sucesiva: alumnos,
licenciados, profesionales, doctores, maestros (...) en la intimidad
educativa se identifican los que aprendiendo enseñan y los que
enseñando aprenden (...) la universidad queda planteada como
hermandad de estudiantes. Unos son maestros de otros, en
reciprocidad formativa, y todos van graduándose conforme a su
madurez.” (del Mazo, Gabriel (1942): La reforma universitaria La Plata,
Facultad de Derecho, p. 7)
EL CLIMA EPOCAL DE LOS ’90 Y EL MITO DE LA “ALDEA GLOBAL”
La década del ’80 se cierra en el mundo con la caída del Muro de Berlín, la del
’90 se inaugura con la derrota y capitulación de los socialismos reales, el fin de la
Guerra Fría, la irrupción triunfal –arrasadora- de la Globalización y su mito de la
“Aldea Global” como mega máscara del nuevo sistema de dominación imperialista,
es decir, el “Nuevo Orden Internacional”, o reinado unipolar de EEUU. En ese
escenario, con la muerte de las utopías revolucionarias y el triunfo del capitalismo en
el planeta, la ideología neoliberal y la economía de mercado comenzaron a ser el
único mundo y pensamiento posible. Su consecuencia fundamental en países como
el nuestro fue la constitución de subjetividades sociales recolonizadas, hechas a
imagen y semejanza de las definiciones de realidad y de los antivalores simbolizados
en los “códigos de barras” propios del neoliberalismo triunfante y sus nuevos
mascarones de proa para América Latina y el resto de la periferia, “las democracias
de mercado”, o lo que es lo mismo, “las democracias de baja intensidad”.
Este Nuevo Orden, resultado de la guerra fría y del fracaso de los socialismos
reales, afectó tanto las subjetividades sociales que el sustituto de las utopías
movilizadoras fueron los sentimientos de desencanto, fracaso y escepticismo. Con
ello, todo estaba preparado para asestar un golpe mortal a las teorías del conflicto,
anunciando la muerte de la Historia. Abolida la lucha entre el capitalismo y el
comunismo, ya no había crisis, por lo tanto, muertos la lucha y los conflictos, ya no
había Historia, porque ésta era para la modernidad que la fundó, movimiento
dialéctico entre ideas contrapuestas, luchas, conflictos, crisis. En consecuencia,
también la modernidad “fue”, recitaba el pensamiento único.
Lo que vino, como no podría haber sido de otra manera, porque la Historia no
desaparece por decreto, fue la paradoja que puso al descubierto la perversidad e
infamia de los ’90: los conflictos siguieron y siguen estallando pero ya no tenemos
teorías que los expliquen y propongan cómo enfrentarlos. Paradoja de paradojas: en
nombre de la “libertad”, asfixiada por los “muros berlinescos” de las “ideologías
totalizadoras-totalitarias”, se suprimió en forma total y universal la validez de éstas,
en esto consiste el pensamiento único: su perversa urdimbre de sentido, su ambición
totalitaria de reinar como ideología omnisciente y omnipotente. El “no pensamiento”,
al decir de José Saramago.
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Lo cierto es que los discursos de la globalización comenzaron a impugnar,
básicamente, lo mejor que construyó la modernidad. Se atacó la existencia misma de
Nación: su cultura política, su modelo de Estado, sus instituciones públicas, su
legislación laboral. Es decir, ya avanzados los ’90, comenzó a destruirse todo
vestigio político, social, cultural, jurídico, que mantuviera la memoria y la conciencia
de los derechos y patrimonios propios de una nación.
En nuestro país, los efectos de la escalada globalizadora, como continuación
del “terrorismo de estado” iniciado en 1974 con la creación de la “Triple A”,
completó sus objetivos a través de la “cría del Proceso” (expresión de la Dra. Mirta
Mántaras, en Genocidio en Argentina, 2005), la que dio inicio, a mi juicio, a dos
fenómenos sociales destinados a concluir con la tarea de victimización de la mayor
parte de la población: el “terrorismo institucional” y el “culturicidio”.
EL CLIMA EPOCAL DE LOS ’90 Y LA MUTACIÓN DE LA UNIVERSIDAD
En la Universidad este clima epocal influyó notablemente en las subjetividades
culturales estudiantiles y docentes. En este último claustro, se hizo patente la crisis
de los grandes relatos, lo cual devino en coartada moral y discurso intelectual ora
irónico, ora cínico, para aceptar “elegantemente” que no existía una mirada
alternativa a la perspectiva neoliberal hegemónica. Esta situación tuvo y tiene sus
consecuencias político-institucionales y académico-pedagógicas, pues la asunción
de la muerte de las ideologías y de sus teorías del conflicto por parte de intelectuales
y académicos, en especial de los que se reconocían como parte de un cada vez más
difuso movimiento nacional y popular o reformista-progresista, constituyó un nuevo
caballo de Troya –tan nefasto como el de la dictadura del ‘76- que borró las
convicciones que la Universidad supo tener y defender, para hacer posible la
metamorfosis mercantilista de la Universidad Estatal, convirtiendo al conocimiento en
valor de cambio.
Así pues, desacreditadas las teorías del conflicto, dentro y fuera de la
Universidad, el discurso intelectual predominante, políticamente correcto, se hizo
posmoderno, y éste se fue presentando como el más adecuado y “conveniente” para
tratar de entender las profundas mutaciones operadas en el mundo de la “Aldea
Global”.
A su vez, como consecuencia de la desaparición de las visiones totalizantes,
la visión fragmentaria y atomizada del conocimiento, más el desdén por la búsqueda
de principios articuladores, se convirtió en el sello hegemónico de la vida académica
universitaria. Por otra parte, el refugio excluyente en la especialidad, el posgrado y el
lenguaje técnico, se configuró como una de las marcas más fuertes de las cátedras
universitarias. Y allí, en esos dominios y en el bunkerbox que emula al “chancho” de
los presidios, hoy busca sobrevivir el docente-investigador “incentivado”. Ese es su
refugio excluyente: allí no hay visiones totalizantes, ni conflictos ni debates.
Parafraseando una parte del guión de “The Matrix”, en ese lugar los intelectuales no
nacen, son cultivados como lo es, massmediáticamente, un Otro “terrorismo
institucional” que sin pausa va forjando un nuevo sentido común dominante. Por otra
parte, siempre cabe la posibilidad de cooptación mediante el sencillo procedimiento
de ser incluido en fundaciones, centros de estudios, consultoras o equipos técnicos,
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contratados generosamente para rediseñar las estructuras y contenidos de la
Educación Pública. En buen romance, para adecuar ésta a los “nuevos paradigmas y
demandas de la comunidad global”.
La víctima principal de este mecanismo “culturicida” en el territorio de la
Educación Pública ha sido y es el pensamiento crítico.
Una suerte de anorexia y bulimia cognoscitiva carcomió la producción
intelectual universitaria: se hizo acrítica, las más de las veces presuntamente “neutra”
y “ahistórica”. Con el tiempo el papers fue adelgazando ostensiblemente, alimentado
desde “la red de redes” por nutrientes teóricas de muy bajas calorías. Y ese nuevo
pensamiento se volvió descontextualizado, intrascendente, superficial, racista, frívolo,
tecnócrata y fascista. Quizás todas o algunas de ellas sean las
“competencias/atributos” intelectuales de muchos de nuestros funcionarios
universitarios. Ahora resulta muy evidente la cada vez mayor insuficiencia conceptual
para pensar y comprender un estado del mundo harto complejo y mutable. Un demos
universitario que sea capaz de restituir el pensamiento crítico.
Los ’90 fueron los años de la integración más masiva de académicos e
intelectuales a centros de estudios y consultoras, como equipos técnicos financiados,
en su mayoría, por el Banco Mundial (tal es el caso del viceministro de educación
Juan Carlos Tedesco), el Banco Interamericano de Desarrollo y fundaciones ligadas
a intereses de los sectores económicos hegemónicos como la Fundación
Mediterránea.
Fue así que todo comenzó a ser inevitable, en especial las leyes de la
economía de mercado. Esta inevitabilidad llegó a nuestras universidades y la hora de
los tecnócratas comenzó a dibujar los destinos y el devenir de lo público, de todo lo
público. La gran erosión de la frontera entre lo público y lo privado se constituyó en el
big bang más colosal de la Historia de los argentinos.
Desechadas por anacrónicas las categorías y nociones concernientes a las
teorías del conflicto, sin su trama de certezas e interrogantes, sin la fe en las
capacidades de dudar y sospechar, inherentes al poder cuestionador del
pensamiento crítico, la comprensión de las problemáticas complejas se volvió
imposible. Por ese motivo aquí, en la Universidad Nacional del Comahue, no extraña
que el Ing. Daniel Boccanera y su alter ego, el Ing. Bladimir Cares Leiva, o el
¿¡sindicato!? CEDIUNCO, ni siquiera con la ayuda de la CGT cipoleña o los medios
de “comunicación” regionales, pueden encontrar una solución razonable al conflicto
planteado en la UNCo. Les faltan las redes de sentido y el lenguaje necesarios que
les permitan la elaboración o reelaboración de conceptos capaces de intentar la
explicación-reconstrucción teórica de la realidad más allá de ese efecto causal del
“terrorismo institucional” y el “culturicidio”: la “toma”. Quizá, sin advertirlo, todos ellos
sean sus engranajes o partes funcionales del genocidio social y cultural. Es que la
revolución neoliberal taladró y magulló sus cerebros.
Pero más allá de toda duda, estos sujetos tienen la habilidad y perversidad
suficientes para reprimir y ningunear los legítimos reclamos estudiantiles. Son
cómplices del sojuzgamiento de la íntima libertad, diría Jean Paul Sartre, de las
verdaderas realidades: las existencias diversas e individuales; los pensamientos
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divergentes. Su objetivo es antagonizar para eclipsar “lo otro maldito” que se
pretende excluir y volver indecible e indecente, todo lo que para ellos tenga un tufillo
de oposición crítica.
“SI DIOS NO EXISTE, TODO ESTÁ PERMITIDO”
Esta es buena parte de la sutil trama política y conceptual tejida por los
sectores de poder con la complicidad de muchos intelectuales universitarios. Lo
único que se nos permite a los que formamos parte de esa franja caracterizada como
“lo otro maldito”, es ocuparnos superficialmente, a veces discursivamente, y en el
mejor de los casos asistencialmente, de lamentarnos, pero en voz muy baja, de esos
millones de seres mutantes que están fuera del mundo neoliberalpostmoderno. De
allí que hayan introducido con fuerza, en los propios claustros universitarios, el
discurso resemantizado de la “diversidad total”, el mito de la diversidad total y con
ello la destrucción de la conciencia de la opresión. Para “lo otro divino” ya no hay
más clases sociales, ahora hay apenas dos sectores: “lo otro divino” y “lo otro
maldito”.
Fue así que el nihilismo inmovilizador invadió el campo académico
universitario, adormeciendo y congelando la capacidad de interrogar críticamente a
una realidad social, lingüística y cultural que está siendo violentamente saqueda.
En la UNCo, son innombrables (aunque no por innumerables) los
“académicos” que ahora con fuerza y pasión defienden, en los hechos, los logros de
la “revolución neoliberal”. Parafrasenado a un personaje de Los hermanos
Karamazov, que sostenía que “si Dios no existe, todo está permitido”, tanto los
desencantados de los ’90 como los desencantados del tercer milenio (“lo otro
divino”), razonan que si las utopías han muerto, todo está permitido, nos han vencido
y ya no tiene sentido luchar. En su versión más desvergonzada dicen: “Si no puedes
vencer a tu enemigo, únete a él” ... “te quedaste en el ’45” ... “te quedaste en el ‘70”.
En este esquema de razonamiento, lo estatal, lo público en general, los
derechos laborales, los intereses colectivos y la política fueron estigmatizados como
los lastres más pesados a arrojar al agujero negro de la Historia clausurada.
¿A qué dio lugar todo esto? En la UNCo, la respuesta correcta es una, y no es
precisamente “la toma”. Es tan frágil la memoria de los “académicos” antitoma y los
“comunicadores sociales” regionales que le dan prensa, que con sus cínicos juegos
verbales, haciendo referencia una y otra vez a la Refoma Universitaria del ’18, lo
único que han hecho es satanizar y demonizar a la Federación Universitaria del
Comahue. Son incapaces (o se hacen los ...) de reconocer que lo que está
ocurriendo en la “República chica” es el eco de lo que ocurrió entre el 19 y el 20 de
diciembre de 2001 en la “República Grande”. Esta situación tiene nombre: “crisis en
la subjetividad de las representaciones sociales y políticas”.
Cuando en 1918 el Movimiento Reformista de Córdoba se refería a la
universidad hablaba de una “República chica dentro de una República Grande”,
cuyos ciudadanos forman parte del demos universitario: “la universidad es una
República de Estudiantes” decía Gabriel del Mazo, uno de los estudiantes ideólogos
de la Reforma.
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El hecho de ser estudiantes los colocaba en un plano de igualdad en términos
políticos.
En consecuencia, al evocar -como lo hice en otras oportunidades- las palabras
del encabezamiento, intento reflexionar, aun atravesado por este culturicidio global,
sobre la dimensión democrática de la universidad argentina. Por lo tanto, si la
pregunta fuera: ¿es posible la democracia en la universidad?, tendríamos disponibles
al menos dos respuestas: una de ellas es la de los jóvenes reformistas, quienes
sostenían la posibilidad de desplegar la democracia al interior de las altas casas de
estudios, siempre que esto implicara incorporar a los estudiantes en el gobierno y en
la vida política de las mismas. Para reactualizar el valor de esta respuesta, hay que
tener presente que según el espíritu reformista la participación estudiantil es posible
debido a que: a) el estudiante ya es un ciudadano pleno y como tal puede y debe
hacerse cargo de su responsabilidad en la gestión universitaria; b) en una verdadera
universidad todos los miembros son homologados en su condición de estudiantes, lo
cual tiene consecuencias a nivel político universitario. Pero, además, dicha
participación es necesaria pues la ausencia de estudiantes en el cogobierno genera
endogamia y conformismo docente, produciendo una universidad de castas y
mandarines. ¿No es esto lo que se observa en la cotidianeidad de la UNCo? En
definitiva, para los Reformistas no existe un corte drástico entre el estudiante y el
docente desde el punto de vista de la ciudadanía universitaria: son todos parte del
demos universitario. Muchos de nuestros “académicos” y “comunicadores sociales”
parece que ignoran que en la universidad medieval de Bolonia los estudiantes
formaban el gobierno y hasta eran quienes “contrataban” a los profesores que les
dictaban clases.
A la inversa, existió y existe la postura de quienes afirman la imposibilidad de
adjudicar el adjetivo democrático a una institución que, por su propia función, se basa
en una diferenciación de jerarquías. Para esta posición, son “los sabios” los que
deben tomar las decisiones atendiendo a la verticalidad que implica reconocer que
quien sabe gobierna a quien no sabe. Estamos, en los hechos, frente a una situación
dual, mas no semántica, pues si se acepta el principio de mayoría de la
representación “de quien más sabe”, la democracia (a pesar de que el térmico es en
sí mismo polisémico) es imposible porque el peso del voto de los profesores será
siempre mayor al del resto. El “sabio” alter ego del Ing. Boccanera, columnista del
prestigioso diario local “Río Negro”, ha escrito a favor de esta posición.
Volviendo a la cuestión de la “crisis de representación”, hay que decir, sin
hipocresías, que durante la intervención de las universidades llevadas a cabo por
Ottalagano, de las que participó como funcionaria de Remus Tetu -en la Universidad
Nacional del Sur- la Dra. Ana Pechén de D’Ángelo, primó el segundo modelo
mencionado. También hay que decir que en la UNCo, al igual que en otras
universidades, los múltiples dispositivos de disciplinamiento y cooptación de
voluntades han logrado concentrar los niveles operativos en unos pocos “docentesinvestigadores” que hasta hace unos años atrás militaban en corrientes antagónicas:
ésta es la naturaleza profunda y última de la “crisis en la subjetividad de las
representaciones”. El magnánimo Ing. Boccanera hoy quiere suavizar esa situación
nombrando en los niveles operativos a varios empleados administrativos afiliados al
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sindicato APUNC. Todos estos contubernios hacen de “La Toma” (ahora con
mayúsculas) el efecto causal de tamaña “crisis de representación”. Considerando
estos sucesos, intuyo que algo del gobierno de la Universidad se ha visto afectado y
ya no expresa lo mismo que en 1918.
Entonces, hay que entender que la situación en el Comahue se ha acentuado
por la comprensible desconfianza en aquellos funcionarios que pretenden seguir
atornillados en sus cargos valiéndose de cualesquiera acciones ilícitas (algunos de
ellos llevan 16 años en la función de gobierno). Por otro lado, se constata el
incesante deterioro de la institución universitaria, y no solo debido a las
infranqueables dificultades presupuestarias sino, también, por las presiones de los
más diversos sectores reaccionarios, tanto dentro como fuera de la universidad.
Por último, ¿cuál es la tarea por delante? No es menuda. Los jóvenes
reformistas de 1918 intentaron introducir en las aulas universitarias un cambio que se
venía gestando en el estado nacional. Hoy es necesario emprender el camino
inverso: gestar el cambio en las aulas y elaborar estrategias de compromiso que
trasciendan el espacio universitario y logren constituirse en inspiradoras para la
sociedad en su conjunto. En eso está el movimiento estudiantil de la Universidad
Nacional del Comahue a través de la FUC, para ello tendrán que desmontar, como
en tantas otras ocasiones, el contubernio de los beocios de la UNCo.
Así las cosas, sin más código que el “sálvese quien pueda”, la ley de la selva
me revela qué clase de sociedad y universidad llegaron a construir algunos
“intelectuales” y “comunicadores”, junto al “pequeño expresidente”, la CONEAU, el
Banco Mundial y el amo Bush. Alborozados, esa trova de unicornios descoloridos
tararea:
¡Bienvenida sea esta sociedad y esta universidad construidas sobre el miedo a
la represión o a la hiperinflación, a la tortura o al desempleo, al doctorado o al
posdoctorado, a la muerte o al caos!
¡Bienvenida sea la sociedad de mercado y los consumidores!
¡Bienvenidos sean los patéticos analfabetos político culturales del claustro
profesoral en nuestras universidades!
¡Bienvenida sea la fragmentación y desintegración social!
¡Bienvenida sea la lucha de pobres contra pobres y la anomia producida por la
destrucción del contrato social de inclusión!
¡Bienvenidos sean los mecanismos de control y disciplinamiento colectivos de
las democracias de baja intensidad!
¡Bienvenida sea la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional del
Comahue y su concepción de la Universidad como Empresa de Servicios!
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