La diferencia sexual en debate. Cuerpos, deseos y ficciones

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La diferencia sexual en debate. Cuerpos, deseos y ficciones
Leticia Glocer-Fiorini
Lugar Editorial, Buenos Aires, 2015
A través de una investigación conceptual
epistemológicamente sostenida en la interdisciplina, la autora, fina conocedora
de la obra freudiana y de las diferentes
escuelas del pensamiento psicoanalítico,
señala con pertinencia en su nuevo libroque emana de su tesis de maestría realizada en el marco de la Maestría de USAL,
dirigida por Moty Benyakar- las aporías
de las mismas. Su lúcida y fundamentada
conceptualización permite seguir el desarrollo de su pensamiento en movimiento. Su teorización se apoya en otras ciencias sociales contemporáneas para
correrse del tradicional binarismo, en lo
particular en lo que hace a las diferencias
y variedades de las identidades sexuadas,
encontrando apoyatura en el pensamiento complejo de Edgar Morin. Sus propuestas aportan al mismo tiempo rigurosidad metodológica en el modo de
plantear los puntos ciegos y contradicciones de la teoría, pero también lo que la
evolución de la sociedad plantea como
interrogantes al psicoanálisis y al pensamiento contemporáneo en general. Leticia
Glocer-Fiorini nos ofrece así un pensamiento poroso, aireado, que permite reflexionar con suma lucidez las diferencias sexuales y los cuerpos de una manera
extremadamente original, sin infatuar lo
cultural ni lo biológico, sino intentando repensar algunos conceptos en la intersección
de los mismos. Contrariamente a algunos
autores que aferrados a modelos rígidos
de pensamiento postulan lo que sería el
fin de un orden simbólico, la autora se
pregunta si no se trata en realidad de la
producción de nuevos órdenes simbólicos. No se trataría de una caída del padre
como función simbólica, sino de la posibilidad de pensar una terceridad desarticulada de las homologaciones patriarcales
que se nuclean alrededor de dicha metáfora. El desarrollo de su pensamiento abre
la posibilidad de interrogarse e interrogar
la teoría psicoanalítica, sin negar los aportes fundacionales del psicoanálisis, pero
repensándolos en los pliegues y entrecruzamientos de un pensamiento complejo,
integrando lo que Hegel propone con el
término en alemán, la Aufhebung; es decir,
una negatividad que se integra a una
nueva positividad.
Como lo destaca Félix Duque en
Historia de la filosofía moderna (Madrid,
Akal, 1998), dicho término significa a la
vez suprimir, conservar y elevar. Su semántica implica la comprensión de la autosupresión (en virtud de la salida a la luz
de las contradicciones internas) de las determinaciones configuradoras de la realidad y del pensamiento. Suprimir no es
aniquilar, sino “poner en su sitio”, recortar
ambiciones desmedidas. Esa “supresión”
implica pues, una “conservación” de tal
determinación, pero en un plano de integración superior (al explicar algo, este
decae en sus derechos de tener existencia
y sentido propios, aislados; queda, en
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cambio, integrado en una red de significatividad nueva). Dicha conservación implica simultáneamente una “elevación”, ya
que algo alcanza una mayor jerarquía
cuando está aunado con lo anterior, que
integra y al mismo tiempo cuestiona.
En ese sentido, la autora sugiere que
no existen axiomas inmutables en la teoría. En lo que hace a los procesos de subjetivación sexuada, eje alrededor del cual
se desarrollan sus propuestas y su fundamentación, pone en tensión permanente
de manera creativa, “los itinerarios del
deseo y su relación siempre conflictiva
con los ideales y legalidades vigentes”. No
elude así lo biológico en cuanto a las diferencias, pero se aleja de pensarlas como
si la anatomía fuera un destino. Lejos de
los esencialismos de las categorías de
mujer-castrado, hombre-fálico, femenino-masculino, pasivo-activo, que atraviesan la teoría psicoanalítica, propone repensar dichas categorías en las cuales la
otredad y el enigma, clásicamente puestos
en la mujer, se desplazan hacia el otro,
siendo dicho otro no más el lugar otorgado
tradicionalmente a la mujer, sino que la
otredad debe ser situada en la ajenidad
que se sitúa en cada uno y en cada otro.
Lejos de todo fundamentalismo, postula pero también funda una nueva manera de repensar la teoría psicoanalítica
en lo que hace a las condiciones de mujer,
hombre, femenino, masculino, género,
binarismos y diversidades sexuales; identidades que no constituyen necesariamente una entelequia definitiva, sino que
están siempre en movimiento. Citando a
Sibilia, plantea que las subjetividades son
a la vez embodied (encarnadas en el cuerpo) y embedded (embebidas en una cultura intersubjetiva).
La noción de diferencia sexual, de
acuerdo a las proposiciones de la autora,
requiere una deconstrucción previa a una
construcción a posteriori, que se independice de esquemas rígidos de pensamiento;
que tenga en cuenta la clínica actual de las
diversidades sexuales y cómo son vividas.
En el hilo rojo de su pensamiento encontramos una reconsideración de la noción
de perversión, en todo caso no ligada a
una identidad sexual particular ni a un
comportamiento sexual específico, sino a
una forma de organización del psiquismo.
La identidad no estaría dada ni por una
identidad monolítica prefreudiana ni por
una identidad fragmentada del post-modernismo. Postula así un “psiquismo abierto”, que considera las “fuerzas autopoiéticas
y creativas” propias de los sistemas abiertos, que se aleja de los estereotipos y esencialismos de lo femenino y lo masculino,
categorías fuertemente epocales.
En ese sentido, sitúa el enigma ya no
en lo femenino o en la mujer, como se ha
hecho tradicionalmente, sino en otras categorías, como la diferencia de sexos, el
misterio de los orígenes y la psicosexualidad. La autora destaca que el concepto
de diferencia es “polisémico” y retoma el
paradigma de la complejidad de Morin
manteniendo en tensión múltiples variables que no necesariamente serán resueltas dialécticamente, permaneciendo la heterogeneidad propia de las mismas.
Los conceptos ligados a la concepción
freudiana del Edipo son repensados a la
luz de nuevos paradigmas, enriqueciendo
y complejizando la “resolución” y salida del
mismo tanto en el niño como en la niña.
Quizá, y es una observación personal,
en la misma línea de pensamiento de la autora, cabría preguntarse si la denominación
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misma de padre o madre, en caso de parejas adoptantes del mismo sexo, se sostiene como terminología. Pregunto si las
funciones maternas o paternas, cuando
las mismas son ejercidas por fuera de la
anatomía, no merecerían ser repensadas.
Es difícil categorizar como “dos mamás”
o “dos papás” (en función del sexo anatómico), y me pregunto si no sería necesario encontrar otros términos, más ligados a la función de cuidadores primarios
que a la clásica noción cultural de madre
o padre. La familia, más allá de como sea
la configuración sexuada de los adultos
que la componen, mantiene la función
princeps respecto al niño/a que consiste
en producir alteridad.
La tesis de la autora, como lo dijo
textualmente en su tesis y ahora en su
libro: “Consiste en abrir un debate necesario para el campo psicoanalítico. Está
dirigido a pensar en el impacto de las diversidades sexuales y de género en los
modos de organización familiar y, fundamentalmente, en los procesos de subjetivación de sus miembros”. Y dicho debate,
de manera cuidada y rigurosa, es planteado por Leticia Glocer-Fiorini con suma
lucidez entrelazando los conceptos en los
pliegues e intersecciones de las ciencias
sociales contemporáneas con la ciencia
conjetural que es el psicoanálisis, impulsando de manera aireada y con gran pertinencia un debate fructífero y necesario.
Juan Eduardo Tesone
El grupo interno. Psiquis y cultura
Samuel Arbiser
Ediciones Biebel, Buenos Aires, 2013
Me ha dado mucho placer la lectura de
este libro de Arbiser, quizás en parte por
la claridad y erudición con que está escrito, pero también porque recrea y se
extiende conceptualmente en un campo
que ha sido temerosamente relegado por
los psicoanalistas.
Este es un libro comprometido con
una trayectoria personal, pero también
con la cultura y el psicoanálisis. Trata asimismo de una época y sus patologías, que
los partícipes de una cierta generación
hemos compartido.
Una lectura de los artículos inevitable-
mente nos sitúa en el intento de resolver
las encrucijadas teóricas, clínicas y sociales de las épocas que atravesamos.
Requiere un largo trayecto como psicoanalista, así como también coraje y sabiduría, el penetrar en la polémica de los
grupos y de lo psicosocial, con una perspectiva que sea el precipitado de la experiencia clínica, de las lecturas contemporáneas, de la preocupación por el
desarrollo cultural, y que contribuya a disipar esa bruma que aúna lo ideológico,
lo imaginario compartido, las ceremonias
y prejuicios de la época y la multiplicidad
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de obstáculos que la resistencia a conocer impone.
Todo concepto nuevo o áreas nuevas de
investigación suscitan un rechazo inicial,
como señala Freud. Ese rechazo automático a lo desconocido fue una resistencia
inicial desde la institución académica. Pero
como señala Arbiser, esa actividad exploratoria, ese entusiasmo por la apertura de
campos inexplorados y esa sed de saber de
los pioneros como Pichon-Rivière,
Arnaldo Rascovsky, Liberman y Baranger,
generaron y crearon una práctica clínica y
una investigación teórica que necesita ser
ampliada. El título del libro, El grupo interno, es también un homenaje a Pichon.
El grupo interno alude a procesos de
internalización e identificación, a los procesos identificatorios tempranos donde
uno es otro, a las identificaciones transitorias y a las que devienen estructurantes,
esa alienación primaria en otro.
¿Cómo se va conformando el mundo
interior? Consultemos a los poetas, decía
Freud: Walt Whitman parece ser quien
mejor captó esta mirada. Su poema:
Había un niño que salía todos los días,
y al primer objeto que miraba en ese
objeto se convertía,
y ese objeto se convertía en parte de él
durante ese día o parte del día,
o durante años o prolongados ciclos de
tiempo.
Las primeras lilas se convertían en
parte de él
Y las hierba y las campanillas blancas
y rojas y los tréboles rojos y blancos y
la canción del jilguero amarillo...
Todos se volvían parte de él.
El grupo interno son también estas
alusiones simbólicas o metafóricas que el
poeta señala que se interiorizan
En un capitulo muy interesante, Arbiser
nos delimita otro tema muy significativo;
la capacidad o la función mitopoyética de
la mente, el aporte individual a una construcción grupal, el mito. Cita a Mónica
Virasoro y su estudio de la evolución de los
mitos como antecedentes de la filosofía y
del conocimiento. En cambio, para Mircea
Eliade los mitos son estructuras religiosas.
Es para mí un capitulo muy interesante
porque el mito, los sueños y la cultura
están entrelazados con los sueños y la psicopatología, pero también con la religión
y el pensamiento mágico.
La función mitopoyética de la mente
y el estudio del desarrollo y las etapas de
los mitos son una riquísima contribución,
ya que todos desarrollamos una mitología
de nuestra historia y sería interesante
poder diferenciar entre la historia y el
nivel mítico o imaginario en que esta se
desarrolla en todos los pueblos.
Estudiando los mitos, se observa una
evolución a través de los siglos:
1) seres vivos u inorgánicos son tomados como fuerzas vivas;
2) aparecen los demonios, como
pre-dioses, ninfas, seres híbridos, faunos, sátiros;
3) los dioses se humanizan;
4) hay dioses y humanos en la tragedia,
creando ideales éticos.
La idea de una función mítica la diferencia del registro imaginario en que desarrollamos gran parte de nuestro registro
de la experiencia vital.
Lo imaginario es puntual e inmediato;
en cambio lo mítico como función alude
a una organización yoica con cierta producción y sentido.
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Arbiser estudia también las culturas del
grupo en décadas previas. Las ilusiones
son parte de esa función mitologizante.
La preocupación lógica por la vida
profesional es el tema que encara el último
capítulo de este meduloso libro, testimonio de tantas cosas. Se han arrinconado
la mirada analítica y el cuestionamiento
de tantos aspectos místico-regresivos de
la civilización: Arbiser los va rescatando.
Freud nos advertía que la clínica no
debería sepultar el desarrollo de nuestra
ciencia. Tengamos coraje como el autor y
sigamos abriendo senderos en la peligrosa
jungla de la cultura precartesiana.
Estos textos, que reflejan la problemática de una generación y el interesante
compromiso de Samuel Arbiser, hablan
de una época, de un período intelectual y
profesional. Tanto los escritos como el escritor pertenecen a la juventud dorada del
psicoanálisis, a un período donde la clínica, la conquista cultural, la revolución
en la subjetividad, el interrogante sobre la
libertad individual, el cuestionamiento a
las instituciones represivas y el valor de la
sexualidad o la significación de la poesía
hacían de nuestro campo científico una
fuente inagotable de entusiasmo y creatividad.
Sin duda, Arbiser ha sido un trabajador de grupos de psicoterapia y un experto en clínica individual, ha penetrado en
la problemática de la comunicación y en
la comprensión del diálogo analítico, en
las incidencias de lo interpersonal y lo intersubjetivo, pero quizás lo que lo distinga
es su compromiso, su responsabilidad
como intelectual de su tiempo.
Porque necesitamos otras circunstancias para el psicoanálisis y también para
la cultura, y así como en estos textos nos
encontramos con nuevos interrogantes
sobre nuestra interrelación con la civilización y sus malestares, necesitamos participar teóricamente en estas circunstancias, donde las masas religiosas o fanáticas
se confrontan por motivos que aluden
más a la miseria psíquica o a las regresiones psicóticas masivas, o quizás a la mitopoiesis individual o colectiva, que a los
anhelos de poder económico.
El psiquismo puede ser concebido
como un grupo interno, poniendo un especial énfasis en la importancia de las vivencias con el mundo exterior y en la trascendencia de las identificaciones y los
vínculos.
En esta línea de pensamiento el grupo
terapéutico se confrontaría con el grupo
relacional intrapsíquico del paciente para
ir transformando las estrategias vinculares,
las identificaciones y el modo relacional.
Es notable la presencia de David
Liberman en los estudios e investigaciones
de Arbiser. Quizás no ha sido suficientemente tomado en cuenta por la comunidad psicoanalítica, pero la noción de diálogo analítico, los elementos semióticos
como base empírica y la interacción terapéutica son claves jerarquizadas que merecen mucha más atención y valoración.
Samuel Arbiser lo ha hecho para la comprensión grupal.
Es fuerte el interés de comprender la
incidencia del grupo social y la familia en
la constitución del psiquismo, así como la
trascendencia de la comunidad o su cultura y sus modalidades en la configuración
de la familia y del individuo. Fue Bleger
quien insistió en dejar de lado o cuestionar
las hipótesis del individuo aislado.
Arbiser valora el grupo interno como
configurando el psiquismo -deja de lado
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lo pulsional- al lado de los conceptos de
internalización e introyección, las identificaciones y las consecuencias del diálogo
analítico como estrategia.
Pero es notable el giro ideológico que la
tecnología y la caída de ciertas perspectivas
han generado o sufrido en estas décadas
sobre las expectativas de desarrollo comunitario, el incremento de la religiosidad, del
individualismo, de la violencia y del crimen,
así como de la disminución de la creencia
en la armonía o de la solución económica
y la disminución de la ilusión social.
Las peripecias de la vida revelan la íntima e inevitable interrelación entre la cultura y la determinación psicopatológica.
A cierta cultura, cierta sintomatología, revelando la relación entre el grupo social
y el grupo interno.
Arbiser sostiene la responsabilidad de
nuestra generación para mantener vivo el
espíritu combativo de Freud, que no se limitaba al consultorio, sino a la problemática de una cultura de la desubjetivación
y la hipertrofia de las estrategias del desconocimiento y la anestesia psíquica
Son muchas las responsabilidades del
intelectual psicoanalítico de una genera-
ción que debe enfrentar la crisis del
campo científico, así como la caída de la
convocatoria clínica del psicoanálisis.
Y esta preocupación la puedo entrever
en las múltiples contribuciones de este
texto que expone cuarenta años de reflexiones. Como se titulaba aquel libro de
Bion, son también second thougths.
Así, a través de los diferentes capítulos,
va surgiendo la importancia de recuperar
ciertas líneas teóricas que no se han jerarquizado suficientemente.
Samuel Arbiser introduce la posibilidad de la neutralización del psicoanálisis
por la molécula del imperio farmacológico y la reducción del hombre a su composición química.
A veces es la cultura una herramienta
contra el hombre y sus desarrollos posibles;
a veces ese núcleo anticultural que todos
poseemos es lo que toma preponderancia
y actúa. Delimitar la diferencia ha sido
también un mérito de estos escritos.
Como decía el maestro Borges: “El trabajo de lectura de un texto no debería ser inferior al trabajo psíquico que el autor realizó”.
Claudia Lucía Borensztejn
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